sábado, 4 de mayo de 2013

ANDRÉS ELOY BLANCO: ESCRITOR DE LA SEMANA.

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  • LOS ARTÍCULOS Y TEXTOS MÁS LEÍDOS DE LA SEMANA.


  • Por tal motivo he decidido ampliar algunas notas acerca del escritor o artículos más leído de la semana: en este caso acerca del venezolano Andrés Eloy Blanco.

    obras de este poeta:
    • Tierras que me oyeron (1921)
    • La Aeroplana Clueca (1935)
    • Barco de Piedra (1937)
    • Abigaíl (1937)
    • Malvina recobrada (1938)
    • Liberación y Siembra (1938)
    • Baedeker 2000 (1935)
    • Poda (1934)
    • El Poeta y el pueblo (1954)
    • Giraluna (1955)
    • La Juanbimbada (1959)

    • Fuente Wikipedia.


    Andrés Eloy Blanco (1896 - 1955).

    Hace ahora medio siglo que murió Andrés Eloy Blanco, poeta, humorista, abogado y político venezolano, ampliamente conocido en todo el mundo de habla española por Angelitos Negros, un poema suyo que se hizo muy célebre en una canción de Antonio Machín cuya versión musical era, al parecer, de M. Álvarez Maciste. Muchas personas en América Latina y en especial, en España, recuerdan los boleros popularizados por Antonio Machín, pero muy pocas saben quién fue el autor del poema que constituye un verdadero himno en contra de la discriminación racial. A continuación se presenta una breve reseña de su obra y algunos ejemplos de sus trabajos literarios, en especial, de su poesía de contenido social.
    Palabras clave: Venezuela, literatura, Andrés Eloy Blanco

    Abstract
    Half a century ago died in Mexico City Andrés Eloy Blanco, a Venezuelan poet, humorist, lawyer and politician, very well known in all Spanish speaking countries for his poem Angelitos Negros (Black Little Angels), which was made famous in Spain and Latin America through a song of Cuban singer Antonio Machín. Many people remember the "boleros" made popular by Antonio Machín, but very few know who was the author of a poem which became a true hymn against racial discrimination. This paper reports a brief  explanation of his life and work and also includes some examples of his socially oriented poetry.
    Key words: Venezuela, literature, Andrés Eloy Blanco.

    Nota biográfica
    Andrés Eloy Blanco nació en Cumaná en 1896 y, aunque podríamos decir que fue algo anterior a la llamada generación del 28 en Venezuela, hizo causa común con varios de sus integrantes con los que fundó Acción Democrática, partido del que proceden muchos de los políticos que dirigieron la política venezolana posteriormente, sobre todo, en la época en la que se inició el período democrático. Dentro de dicho partido, fue uno de los dirigentes políticos más destacados, junto con Rómulo Betancourt, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Rómulo Gallegos y otros, quienes, en conjunto, lo convirtieron en el partido político de mayor relevancia en Venezuela durante toda la segunda mitad del siglo XX.
    Escribió numerosas obras humorísticas y poéticas con un elevado sentido social, en el que siempre trataba de armonizar las clásicas ideas republicanas de igualdad, libertad y fraternidad, algo bastante difícil de realizar para cualquier escritor que no tuviera una preparación tan amplia como la que tenía Andrés Eloy. Presidió el Congreso, pronunció numerosos discursos, escribió muchos artículos sobre diversos temas, fue ministro de Relaciones Exteriores durante el breve gobierno de Rómulo Gallegos y, en fin, fue uno de los hombres a cuyo pensamiento político y obra literaria, más le debe la Venezuela del siglo XX. Con su Canto a España había ganado, en 1923, el Certamen Hispanoamericano promovido por la Real Academia Española. Entre sus obras poéticas más famosas podemos citar Tierras que me oyeron (1921), Poda (1934) Barco de Piedra (1937) y Giraluna(1955). También escribió innumerables artículos en diversos periódicos, siempre con un elevado sentido del humor y de la sátira de contenido social.
    Su trayectoria política opacó, en cierto modo, su obra literaria, aunque también podría interpretarse en sentido inverso, hasta el punto de que tuvo que aclarar en una sesión de la Cámara de Diputados (el 10 de junio de 1943) su doble vocación de poeta por un lado, y de abogado y diputado por la otra:
    "Algunos colegas no han tomado en cuenta mi cualidad de diputado, sino mi cualidad de poeta. Así podría yo negarle a cualquiera de mis colegas que no fuera abogado o médico el derecho a referirse a una materia penal, porque son farmacéuticos o comerciantes. Precisamente he tratado de juntar siempre mi cualidad de diputado con mi cualidad de poeta. Porque tengo del poeta un concepto nuevo; porque considero como la más alta de sus funciones la función social del poeta. Yo debo con todo afecto corresponder a la frase del diputado Manzo, quien en este caso no fue muy 'manso' conmigo que digamos, diciéndole que yo no soy un notable abogado. En mí lo único notable como abogado es la falta de clientela" (Rivas Rivas, 1980; p. 180, las cursivas son nuestras).
    Su oposición a la larga dictadura de Juan Vicente Gómez le ocasionaron su prisión en el Castillo de Puerto Cabello, que fue donde escribió Barco de Piedra. Precisamente, este título hace referencia a la apariencia de dicho castillo rodeado por el mar.
    Su importancia como político también fue la razón por la que la dictadura de Pérez Jiménez lo envió al exilio. Se dirigió a México, donde siguió escribiendo y donde murió en un accidente de automóvil pocos años después (en 1955). Cualquiera de las obras que se han indicado puede servir para apreciar en lo que vale el contenido sociológico tan puro y elevado de sus poemas.
    Como muestra, se presenta, junto con otros ejemplos, un poema titulado Coloquio bajo la Palma, tomado de su obra titulada Giraluna y que, dentro de ella, forma parte de unas poesías escritas para los hijos. Muchos comentarios podrían hacerse sobre el valor estético y sociológico de este poema (los valores de la libertad, la fraternidad, la formación integral del ser humano, el valor del trabajo creador y, en especial, las ideas del beneficio colectivo por encima del individual) sobre todo, en una época en la que toda esta serie de valores se suelen desechar como algo anacrónico u obsoleto.
    Hoy en día, cuando el recuerdo de su obra literaria debería perdurar en los países hispánicos incluso por encima de su labor política, vemos que no es así y hasta en Venezuela casi se ha convertido en una figura prácticamente olvidada. ¿La razón?. El partido Acción Democrática se ha convertido en los últimos tiempos, en uno de los  símbolos de los 40 años de democracia, en algo equivalente a la oligarquía execrable que empobreció al país. Y poco importa que muchos de los grandes logros de esos 40 años correspondan también al gobierno de Acción Democrática, si a través de una información generalmente manipulada se ha logrado tergiversar la historia hasta el punto de no poder disponer, ni dentro ni fuera de Venezuela, de una visión realmente objetiva de nuestro pasado. Las naciones necesitan siglos de buenos gobernantes y del trabajo honesto y enriquecedor de sus habitantes para progresar y desarrollarse; y, en cambio, de muy poco tiempo de mal gobierno para despeñarse rumbo a su propia destrucción. Sucede algo parecido en otras escalas de la sociedad en la que vivimos. Así, Venezuela es un país empobrecido por la voracidad de las generaciones más recientes, personas que consideran que la acumulación de dinero es una meta (realmente maquiavélica) que está por encima del valor moral de los medios empleados para conseguirla. El valor social del trabajo honesto, como resulta lógico, ha desaparecido o, por lo menos, ha quedado reducido a su mínima expresión. Por ello dejaremos que el poema de Andrés Eloy Blanco al que hacíamos referencia, hable por sí solo.

    Coloquio bajo la palma
    Lo que hay que ser es mejor
    y no decir que se es bueno
    ni que se es malo,
    lo que hay que hacer es amar
    lo libre en el ser humano,
    lo que hay que hacer es saber,
    alumbrarse ojos y manos
    y corazón y cabeza
    y después, ir alumbrando.Lo que hay que hacer es dar más
    sin decir lo que se ha dado,
    lo que hay que dar es un modo
    de no tener demasiado
    y un modo de que otros tengan
    su modo de tener algo,
    trabajo es lo que hay que dar
    y su valor al trabajo
    y al que trabaja en la fábrica
    y al que trabaja en el campo,
    y al que trabaja en la mina
    y al que trabaja en el barco,
    lo que hay que dar es todo,
    luz y sangre, voz y manos,
    y la paz y la alegría 
    que han de tener aquí abajo,
    que para las de allá arriba,
    no hay que apurarse tanto,
    si ha de ser disposición
    de Dios para el hombre honrado
    darle tierra al darlo a luz,
    darle luz al enterrarlo.Por eso quiero, hijo mío,
    que te des a tus hermanos,
    que para su bien pelees
    y nunca te estés aislado;
    bruto y amado del mundo
    te prefiero a solo y sabio.
    A Dios, que me dé tormentos,
    a Dios que me dé quebrantos,
    pero que no me dé un hijo
    de corazón solitario.
    Angelitos Negros
    Angelitos Negros forma parte de una selección de poemas escritos entre 1928 y 1954 que aparecieron en diversas publicaciones y que se editaron en forma conjunta con el título de La Juanbimbada en 1959, es decir, después de su muerte (en Venezuela, Juan Bimba es el nombre de una persona del pueblo llano, de la misma manera que en los Estados Unidos se hacía referencia a la figura de John Doe). Si lo incluimos aquí es porque la versión original es algo más larga que la que nos ofrecía el bolero de Antonio Machín. Evidentemente, en la versión cantada se tuvo que reducir y resumir para lograr una adaptación que fuera más musical y menos literaria.
    Venezuela es un país sin problemas de discriminación racial, política o religiosa, hasta el punto de que el estereotipo de catalogar al venezolano como la misma expresión atrasada del latinoamericano que se manifiesta en muchas referencias de la literatura anglosajona, no se corresponde con la realidad y ello es así desde hace mucho tiempo. Bastaría con añadir (a las ideas expresadas por Andrés Eloy Blanco), el caso anecdótico de su amigo y compañero de partido Luis Beltrán Prieto Figueroa, que fue uno de los docentes, escritores y políticos más destacados de Venezuela de todos los tiempos (fue Ministro de Educación y candidato presidencial), y cuya admisión en el famoso Tropicana de La Habana en los años 50, fuera rechazada por su coloración oscura. Su extrañeza y la de los que lo acompañaban debió de ser mayúscula porque, incluso en esos tiempos, cualquier venezolano independientemente de su color o características raciales, podía ir a cualquier parte del país sin ningún tipo de limitaciones, las cuales eran mucho más frecuentes en otros latitudes (es justo señalar que casi en la misma época se rechazó la entrada de Nat King Cole en el Hotel Tamanaco, situado en una urbanización caraqueña del Este de la ciudad, y perteneciente a una cadena hotelera norteamericana, aunque muchos venezolanos de coloración oscura podían entrar libremente en el mismo). Además, en este último caso, si hubiese sido un hotel para blancos puros (la simple denominación resulta inconcebible en Venezuela), tal vez se hubiera quedado sin clientela. El problema trascendió y se corrigió enseguida porque muy poco tiempo después, se aceptó en dicho hotel a Louis Armstrong  y su orquesta y muchos otros artistas de variada procedencia étnica y cultural.
    Este falso estereotipo ha sido políticamente aprovechado por escritores nacionales e internacionales desde hace varios años, además de algunos políticos actuales, personas interesadas en menospreciar todo lo que es auténticamente venezolano o latinoamericano en función de una hegemonía de grupos o de países dominantes en el mundo actual. En la Venezuela actual no existen conflictos de carácter étnico entre los partidarios del gobierno y los que le hacen oposición y la propia demostración de que no existen prejuicios raciales está en el hecho de tener a un presidente como Hugo Chávez, quien comenzó a gobernar con el voto de la mayoría que votó en 1998 y si ahora ha crecido en número los que le hacen oposición sólo se puede explicar con la idea de que tanto el gobierno como la oposición están integrados por grupos de origen diverso desde el punto de vista étnico, cultural, social y económico.
    Venezuela es un país hermoso, con una larga tradición democrática, que ha venido siendo maltratado por propios y extraños y que ha venido teniendo en épocas recientes gobiernos cuyas acciones resultan inaceptables para el ciudadano promedio. Lo que resulta más censurable en esta situación es que, como llega a suceder en muchas ocasiones, los gobernantes llegan a subestimar a sus gobernados hasta un nivel inaudito. Para compensar en cierta forma el carácter negativo de las consideraciones anteriores en torno al falso estereotipo del latinoamericano y del venezolano en particular, se incluye a continuación la versión completa del poema Angelitos Negros:
    ¡Ah mundo! La Negra Juana,
    ¡La mano que le pasó!
    Se le murió su negrito,
    Sí señor.-Ay, compadrito del alma
    ¡tan sano que estaba el negro!
    Yo no le acataba el pliegue, 
    Yo no le miraba el hueso; 
    Como yo me enflaquecía,
    lo medía con mi cuerpo, 
    se me iba poniendo flaco
    como yo me iba poniendo.
    Se me murió mi negrito:
    Dios lo tendría dispuesto;
    ya lo tendrá colocao
    como angelito del Cielo.
    -Desengáñese, comadre,
    que no hay angelitos negros.
    Pintor de santos de alcoba, 
    pintor sin tierra en el pecho, 
    que cuando pintas tus santos 
    no te acuerdas de tu pueblo,
    que cuando pintas tus Vírgenes
    pintas angelitos bellos,
    pero nunca te acordaste 
    de pintar un ángel negro.
    -Pintor nacido en mi tierra,
    con el pincel extranjero,
    pintor que sigues el rumbo
    de tantos pintores viejos,
    aunque la Virgen sea blanca
    píntame angelitos negros.
    No hay un pintor que pintara 
    angelitos de mi pueblo,
    yo quiero angelitos blancos 
    con angelitos morenos.
    Ángel de buena familia
    no basta para mi cielo.
    Si queda un pintor de santos,
    si queda un pintor de cielos, 
    que haga un cielo de mi tierra, 
    con los tonos de mi pueblo, 
    con su ángel de perla fina,
    con su ángel de medio pelo,
    con sus ángeles catires,
    con sus ángeles morenos, 
    con sus angelitos blancos, 
    con sus angelitos indios,
    con sus angelitos negros,
    que vayan comiendo mango
    por las barriadas del cielo.Si al cielo voy algún día,
    tengo que hallarte en el cielo, 
    angelitico del diablo,
    serafín curucusero.
    Si sabes pintar tu tierra,
    así has de pintar tu cielo,
    con su sol que tuesta blancos,
    con su sol que suda negros,
    porque para eso lo tienes 
    calientito y de los buenos.
    Aunque la Virgen sea blanca
    píntame angelitos negros.
    -No hay una iglesia de rumbo,
    no hay una iglesia de pueblo, 
    donde hayan dejado entrar 
    al cuadro angelitos negros.
    Y entonces, ¿adonde van,
    angelitos de mi pueblo, 
    zamuritos de Guaribe,
    torditos de Barlovento?.
    Pintor que pintas tu tierra,
    si quieres pintar tu cielo, 
    cuando pintas angelitos
    acuérdate de tu pueblo
    y al lado del ángel rubio
    y junto al ángel trigueño, 
    aunque la Virgen sea blanca,
    píntame angelitos negros. 
    El Coloquio bajo el Olivo es una especie de canto en contra de la guerra y también en contra del racismo, y que forma parte, al igual que los demás "Coloquios", de su obra Giraluna, editada en México en 1955 pocos días antes de morir.
    Por mí, la flor en las bardas
    y la rosa de Martí,
    por mí el combate en la altura
    y en la palabra civil;
    para mí no hay negro esclavo,
    para mí no hay indio vil,
    para mí no hay perro judío
    ni hay español gachupín,
    el bravo ataca el sistema
    y respeta al paladín,
    el Cid abre herida nueva,
    no pega en la cicatriz
    y es pura la niña mora 
    como las hijas del Cid.
    Andrés Eloy Blanco presenta, en algunos de sus artículos, una visión del mundo en la que, de entrada, trata de delimitar la dimensión de sus proposiciones e interpretaciones, de manera muy similar a lo que hemos tratado de establecer en otras ocasiones (Escamilla, 1999, 2000, 2001). La idea central es que no se pueden comparar lugares o áreas geográficas que no tengan una escala o dimensión semejante porque corremos el riesgo de realizar un esfuerzo erróneo e inútil. A ello se refiere en un largo artículo de 1935 que plantea la rivalidad existente entre dos pueblos vecinos de Los Llanos occidentales. Para terminar, se presenta a continuación, y de manera resumida, su versión humorística de esta rivalidad:
    "Mamporal y Manatí son vecinos; seis leguas entre los dos pueblos; pero seis leguas hondas e irreconciliables. Manatí es a Mamporal lo que el señor Mussolini es al señor Modigliani o lo que el señor Frías es al señor Juan Ramos. Manatí es güelfo, Mamporal es gibelino; Manatí es tirio, Mamporal es troyano; Manatí es el Diablo, Mamporal es el Nuncio".
    No es raro encontrar este odio entre dos pueblos vecinos. Mejor diré, lo raro es no encontrarlo. Las fronteras hacen odios, la vecindad hace rencores. Y eso depende de la importancia de un pueblo en relación con la de otro. El Valle no puede odiar a Caracas, porque Caracas es mucho más importante que El Valle. Arganda puede odiar a Chinchón, pero Chinchón no puede odiar a Madrid. Mamporal y Manatí pueden odiarse, pero ninguno de ellos puede odiar a Calabozo. Mamporal y Manatí se odian como se odian el chofer del doctor Paúl y el portero del Ministro de Suiza, o como podrían odiarse la Ministra de Suiza y la señora del doctor Paúl.
    Ese odio entre Manatí y Mamporal es histórico, pero ha tenido recrudescencias y crisis esporádicas tremendas. Todo es cuestión de competencia, de espíritu exacerbado y mal dirigido. En cierta ocasión ejercía de cura en Manatí un viejecito adorable, más bueno que un cabritillo. En eso trajeron a Mamporal un curita joven, perfumado, galante, cantaba romanzas, trozos de ópera; recitaba "Reír llorando", mascaba pastillas de violeta y oficiaba con cierto garbo de matador de toros retirado. Manatí puso el grito en el cielo; pero, con todo eso, no descansó hasta echar poco menos que a palos al pobre curita viejo y manso y obtener para su parroquia un petimetre que recitaba La Rosa del Jardinero.
    En otra ocasión, decidió el gobierno pasar la carretera por Manatí. Ni un solo mamporalense viajó por tierra. Todos se iban por el río Apure, alargando el viaje en cinco días.
    Un día llegó a Manatí una pianola. Los manatieros se fueron sentando todos, unos después de otros, ante el piano artificial y todos ejecutaron piezas que, por la fuerza de ejecución, parecían destinadas a ser oídas en Mamporal. A los quince días, don Damián Robles, de Mamporal, tenía, él solo, dos pianolas en su casa.
    La cosa llegó hasta el punto de que en cierta desventurada ocasión cayó un rayo en Mamporal e incendió tres casas. En Manatí se alegraron:
    -¡Se acabó Mamporal!
    Pero a los pocos días surgió el problema gravísimo de que Mamporal tomaba una gran actualidad en la prensa nacional, se leía en los periódicos de Calabozo y de San Fernando y hasta en los grandes diarios de la capital de la República: "La catástrofe de Mamporal";  "Por los damnificados de Mamporal"; "Junta pro-Mamporal." Se alarmó Manatí y a los pocos días cuatro "filántropos" ofrecieron sus casas para que fueran quemadas "en la primera noche de tempestad"
    "La noticia ha caído como una bomba en Mamporal. No hay precedentes de semejante consternación. En la plaza principal de Manatí será inaugurado el 19 de abril el busto del coronel  Julio Rondón, héroe nacional, nacido en Manatí y orgullo de las armas llaneras.
    La desolación es general. No es para menos. La catástrofe cae sobre Mamporal, de un modo súbito y le deja de la noche a la mañana humillado, despoblado, arrasado, a mil leguas por debajo de su odiado rival.
    Y es claro. Manatí tiene su plaza y su busto, porque Manatí tiene su héroe. Y Mamporal no tiene gloria, Mamporal no tiene  a nadie.
    Mamporal tiene su plaza, pero hasta ahora no se había pensado en utilizarla en otra cosa que en el mercado y el atraque de burros y el paseo solitario de las vacas nocturnas. Cuando más, se podría pensar en erigir un monumento a Bolívar o a Páez; pero ante una gloria "particular", ante una gloria "propia", ante una gloria de "nacimiento" ya no hay nada que hacer.
    Se ha reunido la Junta de Progreso del Municipio  Mamporal. Considerando lo grave de la situación, el miembro Francisco de Paula Vera opinó "que se evitara por cualquier medio la erección del desgraciado busto de Julio Rondón". El Jefe Civil protestó en nombre de la libertad individual y terminó diciendo:
    -¿Y quién les manda a ustedes no tener a nadie?. Nosotros en Carora tenemos a Pedro León Torres.
    El Bachiller Mirabal Villasmil, Secretario de la Junta, propuso, con el apoyo del dueño de la posada, don Antonio Karam, sirio mamporalense "que se discutiera a Manatí la gloria del nacimiento del coronel Julio Rondón, ilustre prócer de la Independencia, por existir indicios de que había nacido en Calabozo".
    Teobaldo, el partero, rechazó la proposición.
    -No hombre, Julio Rondón nació en Manatí;  eso lo saben los gatos. Y tienen la fe de bautismo.
    Julio Rada apuntó, tímidamente:
    -Lo que se podría hacer era probar que Julio Rondón era un pendejo...
    -¡Eso no!- terció el Jefe Civil. -Eso sería ir contra una gloria nacional.
    -Entonces no hay más que hablar... ¿Qué se va a hacer...?
    -Hay una cosa... - insinuó socarrón el viejo Teobaldo.
    -¿Una cosa? ¿Y cuál?
    -Pues...  un busto...
    -¿Un busto? ¿De quién?
    -Yo no sé. En mi casa hay un busto de bronce, grande así... Desde hace muchos años.
    -Pero, ¿de quién es ese busto?
    -Yo no sé. Puede ser de Rojas Paúl, de Andueza... Yo no sé. O de Vargas.
    -Pero, ¿a quien se parece?.
    -A nadie. Eso sí que se lo puedo asegurar. Tiene veinte años en un rincón del cuarto de mi vieja. No sé como vino a dar aquí. Pero lo que sí es verdad es que no se parece a nadie.
    -Entonces -exclamó el Bachiller Mirabal Villasmil- ¡nos hemos salvado! ¡Viva Mamporal! ¡Viva Mamporal! ¡Viva Mamporal!.
    Teobaldo repitió:
    -¡Viva Mamporal!
    Aquél ¡Viva! En boca del comadrón de Mamporal, sonó como un parto, como el nacimiento de un héroe.
    El 19 de abril, a la misma hora en que los cohetes acogían en Manatí el primer gesto de bronce del coronel Julio Rondón, el bravo llanero, acá, en la plaza de Mamporal, limpia y soleadita, el Jefe Civil descorría una sábana blanca y dejaba al descubierto el busto broncíneo de un hombre austero, enfundado en severa vestimenta ciudadana. El pedestal luce una inscripción sencilla y noble: Mamporal agradecido a su benefactor".
    (Tomado de Andrés Eloy Blanco. La Gloria de Mamporal. In: La Aeroplana Clueca, 1935).
    Son muchas las correlaciones que se pueden hacer del artículo anterior, además de las que el propio Andrés Eloy hizo en la versión completa, con situaciones venezolanas, españolas y de otros países, tanto de nuestros tiempos como de épocas ya pasadas. Y llama la atención la referencia a Arganda y Chinchón, explicable hace exactamente setenta años pero ya no tan real en la actualidad por el hecho de que la ciudad de Arganda ha crecido mucho más últimamente, en razón a su mayor proximidad a Madrid, por lo que la posible rivalidad entre las dos poblaciones no debería tener el mismo sentido que el que pudiera tener hace tiempo. Tampoco debe extrañar esa alusión a dos poblaciones madrileñas en un libro publicado en 1935, pero que recogía trabajos escritos con bastante anterioridad. Y ello es porque la cultura auténticamente venezolana es también plenamente hispánica, mucho más en los Llanos del Orinoco, por las razones ya expresadas en un trabajo anterior (Rodríguez y Escamilla, 1998).
    En realidad, esa referencia a las poblaciones madrileñas la hizo Andrés Eloy a título personal, para dar más fuerza a sus ideas. Chinchón, que es una ciudad famosa en el mundo desde el siglo XVII por el descubrimiento de la quina (chinchonia o quinina) en el Virreinato del Perú, por parte de Francisca Enríquez de Rivera, segunda esposa del IV Conde de Chinchón (quien fue Virrey), fue también la cuna de Fray Pacífico de Chinchón, monje capuchino que fundó, en los Llanos venezolanos, la población de Santa Cruz del Nogal en 1764 (Röhl, 1990; Reynal, 1994). Es probable que Andrés Eloy no tuviera conocimiento de estos hechos y si se citan aquí es para mostrar que las relaciones históricas y culturales entre España y Venezuela son, como resulta inevitable, mucho más estrechas y frecuentes de lo que el común de la gente podría pensar. Como un hecho curioso, la plaza de Toros de Chinchón (la propia Plaza Mayor) fue el escenario de la famosa corrida de toros de Cantinflas en La vuelta al mundo en 80 días, película que se estrenó en 1956, un año después de la muerte de Andrés Eloy.
    Conclusión
    La literatura venezolana, como la española y la de muchos otros países, es muy rica en el ofrecimiento de modelos en lo estético, en lo social, en lo político y en lo ético. Es una lástima que los gobernantes venezolanos en épocas recientes, tal vez abrumados por la crisis que ellos mismos han creado, no le hayan dado la importancia que se merece, sino que han tratado de minimizarla y menospreciarla por no considerarla como algo propio. La cultura venezolana, en general, no debería ser subestimada por el hecho de no conocerla, como se hace en algunos países y, desafortunadamente, también en Venezuela. Como un pequeño ejemplo de lo que se señala podría indicarse el hecho de que la obra Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la juventud de ambos sexos, de Manuel Antonio Carreño,  un magnífico libro editado en Caracas en el siglo XIX, fue texto aprobado por el Ministerio de Instrucción Pública de España para la Enseñanza Primaria, según se indica en la Gaceta de Madrid el 3 de agosto de 1855  y se tomó como una especie de modelo a seguir (Escamilla, 1978). Y lo interesante del caso es que dicho libro de texto se utilizaba como texto de estudio en España antes que lo recomendaran en Venezuela (1854). Desde luego, si observamos los modales de los gobernantes venezolanos desde hace varias décadas tendríamos que reconocer que la situación ha cambiado un poquito. Tal vez podríamos establecer un paralelismo con lo que se señalaba en México hace unas décadas con relación a la explotación petrolera (antes del hallazgo de nuevos yacimientos en el Sur): -Lástima que el petróleo mexicano haya comenzado en Tampico y haya terminado en tan poco.
    Y la labor de los Círculos Bolivarianos tanto en Venezuela como en España, está dirigida, empleando grandes cantidades de dinero provenientes de los elevados precios del petróleo, a "reescribir la Historia", probablemente tergiversando el sentido de lo que en realidad ocurrió. Bastaría con señalar la destrucción por parte de grupos identificados con el chavismo, del monumento a Colón ubicado junto a la Plaza Venezuela en Caracas, el 12 de octubre de 2004, por el hecho de que "representara un monumento al colonialismo imperialista español". Poco importó que la imborrable huella que España dejó en el continente fuera en su mayor parte altamente positiva y que cada una de las 40.000 ciudades que los españoles fundaron en América constituyan un excelente ensayo en la búsqueda personal de sus fundadores de un mundo mejor, algo que, indudablemente lograron en su mayor parte como se puede leer en un artículo de Alexis Márquez Rodríguez (2004).
    Y en España, así como en los países latinoamericanos, se deberían utilizar libros de lecturas de textos seleccionados en los Estudios Sociales para la Enseñanza Secundaria. Muchas de las lecturas que se emplean con este fin y que forman parte de los textos de estudio, son irrelevantes y hasta inconvenientes como se ha señalado en un artículo que hace referencia a los textos españoles (Escamilla, 1999). Uno de los inconveniente de los "paquetes" de textos estudiantiles es que sus contenidos y materiales complementarios (como las lecturas, por ejemplo) resultan algo esotérico, celosamente ocultos fuera del ámbito pedagógico, tal vez con la finalidad de no exponerlos a la crítica del público. ¿Puede haber interés en un regreso a libros antológicos útiles, interesantes, formados por lecturas breves de la literatura universal y que tuvieran aplicación, tanto para la enseñanza de nuestro hermoso idioma como para el aprendizaje de las Ciencias Sociales?. ¿Puede tener un libro como éste, un objetivo que sea altruista en pro de una mejor educación para nuestros hijos y nietos y que, por lo tanto, no tenga la imagen previa del libro como negocio?. Seamos pesimistas en cuanto al diagnóstico de la situación y lo suficientemente optimistas como para llegar a comprobar algún día nuestra idea en la práctica o, al menos, intentarlo.

    Bibliografía
    BLANCO, Andrés Eloy. Giraluna. México: Yocoima, 1955.
    BLANCO, Andrés Eloy. Antología Popular. Prólogo de Juan Liscano. Caracas: Monte Ávila Editores, Comisión Presidencial para el Centenario del nacimiento de Andrés Eloy Blanco, 1990, 1997, segunda edición.
    ESCAMILLA VERA, Francisco. La enseñanza de la Geografía en España durante el siglo XIX. Barcelona: Universidad de Barcelona, Facultad de Geografía e Historia. Tesis de Licenciatura, 1978, 333 páginas.
    ESCAMILLA VERA, Francisco.  Las fronteras conceptuales de un debate: el significado en Norteamérica del término "frontier". Barcelona: Biblio 3w, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales Nº 164, 7 de julio de 1999 (www.ub.es/geocrit/b3w-164.htm).
    ESCAMILLA VERA, Francisco. Geografía Humana, Económica y Regional de Venezuela. In: CÁRDENAS COLMÉNTER, Antonio Luis; CARPIO CASTILLO, Rubén y ESCAMILLA VERA, Francisco. Geografía de Venezuela. Caracas: FEDUPEL (Fondo Editorial de la Universidad Pedagógica), 2000, 2ª edición, 496 pp.
    ESCAMILLA VERA, Francisco.  La Planta termoeléctrica de Catadau. (Valencia). Un problema de escala. Barcelona: Biblio 3w, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales Nº 314, 20 de septiembre de 2001 (www.ub.es/geocrit/b3w-314.htm).
    ESCAMILLA VERA, Francisco.  La internacionalización del mercado de trabajo en los albores del siglo XXI: Aspectos éticos. Barcelona: Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. IV Coloquio Internacional de Geocrítica, mayo de 2002 (http//www.ub.es/geocrit/sn/sn119123.htm).
    MÁRQUEZ RODRÍGUEZ, Alexis. Colón y el Descubrimiento. Caracas: Revista Electrónica Venezuela Analítica, 26/10/04.
    REYNAL LLÁCER, Vicente. Los Capuchinos valencianos en Hispanoamérica. I: Venezuela y Colombia 1645-1780. Burjassot, Valencia: Gráficas Hurtado, 1994.
    RIVAS RIVAS, José. Ingenio y gracia de Andrés Eloy Blanco. Caracas: Publicaciones Españolas, 1980. Ilustraciones de Pedro León Zapata. Las dos primeras ediciones son del Centro Editor (Caracas), de  mayo de 1970 y julio del mismo año.
    RODRÍGUEZ DÍAZ, Alberto J. y ESCAMILLA VERA, Francisco,. El Orinoco: 500 años de Historia. Barcelona: Biblio 3WRevista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Nº 110, 5 de septiembre de 1998 (www.ub.es/geocrit/b3w-110.htm).
    RÖHL, Eduardo. Historia de las ciencias geográficas de Venezuela (1498-1948). Caracas: edición de Héctor Pérez Marchelli, Talleres Gráficos Cromotip, 1990, 514 pp.


viernes, 3 de mayo de 2013

EL LABERINTO DEL VERDUGO: Novela merecedora de los Premios Editorial Costa Rica 2009 y Premio Nacional de Novela Aquileo 2010.

A Todos mis amigos blogueros y personas que visitan mi blog, les recuerdo que la novela EL LABERINTO DEL VERDUGO, la pueden comprar  en:  http://www.amazon.com/laberinto-verdugo-Jorge-M%C3%A9ndez-Limbrick/dp/9977239266


ARTE: desde un punto de vista filosófico. Ferrater Mora. Diccionario Filosófico.



En lo que toca a la disciplina filosófica
misma, la "filosofía del arte",
se ha discutido sobre si ella tiene métodos
y objetos propios distintos de
otra disciplina filosófica que se ocupa
asimismo del arte: la estética. Hay
que confesar que los límites son imprecisos.
Muchos de los libros que llevan
títulos tales como "Estética" γ
"Filosofía del arte" tratan, en rigor,
de los mismos problemas. Puede, sin
embargo, establecerse una distinción
razonable. Mientras la estética trata
de cuestiones relativas a ciertos valores
(clásicamente, de lo bello; luego,
de otros) y a ciertos lenguajes, dando
como ejemplos habitualmente las llamadas
"obras de arte", la filosofía del
arte trata de estas obras desde un
punto de vista filosófico apoyándose
en investigaciones estéticas. En otros
términos, puede decirse que mientras
la estética es siempre más "formal",
la filosofía.del arte es incomparablemente
más "material". La filosofía del
arte se halla situada, pues, entre la estética
y la crítica del arte. La distinción
aquí propuesta no pretente, claro
está, agotar las diferencias, a veces
muy sutiles, que existen entre varias
disciplinas que de algún modo o de
otro se ocupan del arte. J.-P. Weber
(La psychologie de fart, 1958, Introducción)
ha indicado, por ejemplo, que
hay que distinguir no solamente entre
estética y filosofía del arte, sino entre
cualquiera de ellas, la psicología del
arte y la ciencia del arte. Según dicho
autor, la estética se ocupa de ciertos
juicios de apreciación en tanto que se
aplican a ciertos valores (lo feo y lo
bello); la filosofía del arte es una
reflexión filosófica sobre el arte y no
sobre los objetos artísticos como tales;
la ciencia del arte se ocupa de las
reglas (variables) que presiden a la
elaboración de las obras de arte; la
psicología del arte es el estudio de los
estados de conciencia y de los
fenómenos inconscientes que concurren
a la creación y contemplación
de la obra artística. Todas y cada una
de estas disciplinas se distinguen, finalmente,
de la crítica de arte, que
estudia obras de arte en relación con
principios establecidos por la estética
(o por una determinada estética).
Aunque el modo como aquí concebimos
la filosofía del arte incluye partes
de lo que el citado autor califica
de psicología del arte, resulta de sus
distinciones que la filosofía del arte
se halla situada, de todos modos, entre
la estética y la crítica.
Es posible, por supuesto, tratar bajo
el epígrafe "filosofía del arte" ciertos
problemas de carácter más general.
En muchas ocasiones es indudable
que los mismos problemas que se
encuentran en las investigaciones estéticas
son llevadas a cabo asimismo
bajo el epígrafe "filosofía del arte".
Lo común, empero, es que mientras
la estética adopta un punto de vista
más "teórico" (aunque nunca exclusivamente
teórico), la filosofía del arte
adopta un punto de vista más
"empírico" (aunque nunca totalmente
empírico). A modo de ejemplo, y
complemento, discutiremos ahora brevemente
tres cuestiones: la naturaleza
del arte; la relación entre intuición y
expresión, y la estructura de la obra de
arte. Como los trataremos en forma
predominantemente teórica, puede
alegarse que sería mejor reservarlos
para el artículo "Estética". Sin embargo,
aun si se considera que los
problemas en cuestión y la forma de
tratarlos aquí pertenecen más bien a
la estética que a la filosofía del arte
—por lo menos si se tiene en cuenta
el modo como han sido antes distin-
guidas estas disciplinas—, es legítimo
incluirlos aquí, por cuanto todos ellos
se refieren al modo como puede entenderse
el arte. El artículo presente
se titula, en efecto, "Arte" y no "Filosofía
del arte". Ademas, por razones
de comodidad nos hemos limitado
en el artículo "Estética" a tratar
de los sentidos del término y de diversas
tendencias en estética. Puede,
así, reservarse para el presente artículo
el análisis de ciertos problemas que
no es hacedero incluir en otros lugares
de este Diccionario.
Muchas son las respuestas que se
han dado a la pregunta sobre lo que
es el arte. Cada una de las tendencias
en estética suele dar a dicha pregunta
una determinada respuesta. Aquí nos
confinaremos a algunas tesis que han
relacionado de algún modo la
cuestión de la naturaleza del arte a
la de la función que ejerce, o puede
ejercer, el arte en la vida humana.
Algunos autores han declarado que
el arte no proporciona ningún conocimiento
de la realidad, a diferencia de
la filosofía, y especialmente de la
ciencia, que se consagran al conocimiento.
Para apoyar esta tesis se suele
indicar que el arte no es un "contemplar"
(en el sentido general de
"teoría"), sino un "hacer". El arte no
pretende decir lo que es, o cómo es,
o por qué es, sino hacer que algo sea.
Esta tesis tiene mucho en su favor,
pero topa con varias dificultades. Por
un lado, aunque el arte no es, estrictamente
hablando, conocimiento, puede
proporcionar una cierta "imagen
del mundo". Se puede, en efecto,
"ver" el mundo de muy distintas maneras;
verlo desde el punto de vista
artístico o como materia para elaborar
obras de arte es una de ellas. Se
tiene, pues, un cierto conocimiento
del mundo por medio del arte — y es
lo que significa decir que el arte es
una cierta "revelación" del mundo.
Por otro lado, decir que el arte no es
conocimiento es insuficiente, pues
tampoco la religión es, estrictamente
hablando, conocimiento (en el sentido
filosófico y científico de este término)
y, sin embargo, no es arte. Y
decir que es un hacer es asimismo
insuficiente, pues hay muchos tipos
de hacer que no son arte.
Otros autores señalan que el arte es
una forma de "evasión". Esta explicación
es más psicológico-genética que
filosófica. Lo mismo sucede con la
idea según la cual el arte es una "necesidad"
de la vida humana. En todas
estas "explicaciones", además, lo que
se explica —o intenta explicar— es la
vida humana y no el arte. Más adecuada
es la definición del arte como
creación de valores — valores tales
como lo bello (o, según los casos, lo
feo), lo sublime, lo cómico, etc.,
etc. También nos parece más adecuada
—y no necesariamente incompatible
con la anterior— la tesis según
la cual el arte es una forma de
simbolización. Es menester, sin embargo,
precisar cómo se entiende esta
simbolización, e intentar ligarla con
ciertos procesos emotivos. Las teorías
puramente axiológicas, o puramente
simbolistas, o puramente "emotivas"
del arte dejan siempre escapar algunos
elementos esenciales de éste. Es
posible que la conjunción de estas teorías,
en cambio, permita dar cuenta
de la gran riqueza de manifestaciones
del arte, tanto de la producción
artística como del goce e interpretación
de ésta.
La segunda cuestión aquí referida
—la de la relación entre intuición y
expresión— ha sido tratada desde diversos
puntos de vista. Ciertos autores
sostienen que el arte es esencialmente
intuición y que, en último término,
esta intuición es "inefable" o
por lo menos "intraducibie". Los símbolos
usados son entonces considerados
como algo humanamente necesario,
pero de alguna manera impuro.
La intuición es aquí una especie de
"forma pura" que usaría la expresión
como una materia siempre inadecuada.
Otros mantienen que el arte es
esencialmente expresión y que lo que
importa son los medios expresivos y
lo que puede hacerse con ellos. Finalmente,
otros declaran que intuición
y expresión son igualmente necesarias.
Nos hemos referido a este punto
con más detalle en el artículo sobre
Obra literaria (v.).
El último problema es el de la estructura
de la obra de arte como
objeto del juicio estético. Varias sentencias
se han manifestado al respecto,
de las cuales tres son especialmente
corrientes: la que considera la obra de
arte como algo hecho o como el
producto de un hacer; la que la considera
como el resultado de un proceso
de simbolización y la que la concibe:
como el término de una actividad expresiva.
Cada una de estas tesis posee,
sin duda, sus particulares razones y
hechos que la apoyan, pero a la vez
cada una de ellas parece necesitar ser
complementada por las otras. Es lo
que ha visto Milton C. Nahm al señalar
(art. y op. cit. infra) la necesidad
de formular una teoría que, teniendo
en cuenta las doctrinas anteriores
en tanto que complementarias,
no sea tampoco una mera composición
ecléctica de ellas. Al respecto, Nahm
ha señalado las siguientes seis características
de la obra de arte, previas a
toda ulterior interpretación: 1a La
obra de arte es, morfológicamente,
una "forma significativa concreta":
concreta en tanto que material; significativa
en tanto que implicando signos;
forma en tanto que expresada. 2a
La obra de arte es un "acontecimiento"
realizado o actualizado por los poderes
creadores del contemplador estético,
una estructura que relaciona el
artista y el contemplador de su obra.
3a Las diferencias para los juicios de
hecho (correspondientes a la obra de
arte o artefacto en contraste con la
obra de arte como "obra bella") son
proporcionadas por las tres funciones
de la estructura del arte: el hacer, el
expresar y el simbolizar. 4a Hay una
"dirección" que va del mero artefacto
a la obra de arte propiamente dicha,
paralela a la dirección que va de los
juicios de hecho a los juicios de valor.
5a La característica anterior permite
introducir las correcciones necesarias
para evitar el nominalismo propio
de los que sostienen el carácter
"no significativo" de toda obra de
arte como tal. 6a Es preciso determinar
siempre los "niveles" mediante
los cuales la expresión genérica, el
símbolo genérico y la acción genérica
se dirigen hacia la individualización
en lo que toca a los juicios de
hechos.
Konrad Lang, Das Wesen der Kunst,
1901. — Richard Müller-Freienfels,
Psychologie der Kunst, 1912
(I. Allgemeine Grundlegung und
Phychofogie des Kunstgeniessens; II.
Psychologie des Kunstschaffens, des
Stils and der Wertung; III. System
der Künste. Die psychologischen
Grundlagen der einzetnen Kunstzweige).
— Emil Utitz, Grundlegung der
allgemeinen Kunstunssenschaft, 1914-
1920. — Íd., íd., Die Gegenständlichkeit
des Kunstwerkes, 1917. — Jacques
Maritain, Art et scolastique, 1919
(trad. esp.: Arte y escolástica, 1945;
otra trad., 1948). — G. Simmel, Zur
Philosophie der Kunst, 1922. — De
ART
Witt Parker, The Principies of Art,
1926. — C. J. Ducasse, The Philosophy
of Art, 1930. — Giovanni Gentile,
La filosofía dell'Arte, 1931. — Heinrich
Lützeler, Einführung in die Philosophie
der Kunst, 1934. — Kurt Riezler,
Traktat vom Schönen. Zur Ontologie
der Kunst, 1935. — Rudolf Jancke,
Grundlegung zu einer Philosophie
der Kunst, 1936. — Georges Mottier,
Le phénomène de l'art, 1936.
— J. W. R. Purser, Art and Truth,
1937. — R. M. Ogden, The Psychology
of Art, 1938. — R. G. Collingwood,
The Principies of Art, 1938
(trad. esp.: Los principios del arte,
1960). — Othmar Sterzinger, Grundlinien
der Kunstpsychologie, 2 vols. (I:
Die Sinnenwelt, 1938. II: Die innere
Welt, 1939). — G. Mottier, Art et
conscience. Essai sur la nature et la
portée de l'acte esthétique, 1944. —
Luigi Stefanini, Metafísica dell'Arte
e altri saggi, 1948. — E. de Bruyne,
Philosophie van de kunst, 1948. —
Th. Munro, The Arts and Their Intenelations,
1949. — S. K. Langer,
Feeling and Form. A. Theory of Art,
1953. — A. P. Uskenko, Dinamics of
Art, 1953. — E. Vivas, Creation and
Discovery, 1955. — S. K. Langer,
Problems of Art, 1957. — Milton C.
Nahm, "Structure and the Judgment
of Art", Journal of Philosophy, XLV
(1948), reimp. en The Artist as Crea
tor. An Esay of Human Freedom,
1946, págs. 241-69. — Helmut Kuhn,
Die Kulturfunktion der Kunst, 2 vols.,
1931. — Íd., íd., Wesen und Wirken
des Kunstwerks, 1960. — Paul Weiss,
The World of Art, 1961. — Véa
se también bibliografía de ESTÉTICA.
— Sobre filosofía y poesía, véase
Jacques Maritain (en colaboración
con Raïssa Maritain), Situation de la
poésie, 1938 (trad. esp.: Situación
de la poesía, 1946). — María Zambrano,
Filosofía y poesía, 1939. —
Roger Caillois, Les Impostures de la
poésie, 1943. — Sobre la relación
entre la ciencia y la poesía: I. A. Ri
chards, Science and Poetry, 1926. —
Pius Servien, Science et Poesie, 1947.
— Martin Christopher Johnson, Art
and Scientific Thought. Historical
Studies Towards a Modem Revision
of Their Antagonism, 1949. — M.
Rieser, Analyse des poetischen Denkens,
1954. — V. Fatone, Filosofía y
poesía, 1955. — J. Ferrater Mora,
"Reflexiones sobre la poesía", en
Cuestiones disputadas, 1955, págs. 93-
102. — Respecto al concepto de lo
bello véase bibliografía del artículo
BELLO.

jueves, 2 de mayo de 2013

FRAGMENTO: "BOLA NEGRA". NOVELA INÉDITA. De la Trilogía Mariposas negras para un asesino.

Memorias y notas del señor Julián Casasola Brown. 

Estás enferma, ¡oh rosa!
El gusano invisible,
que vuela, por la noche,
en el aullar del viento,
tu lecho descubrió
de alegría escarlata,
y su amor sombrío y secreto
consume tu vida.

(William Blake)

(1)
Hoy, en mi Torre Ave Fénix, observando desde el gran ventanal que dá hacia el oeste, en las adolezcas de la luz y de las sombras, en el ocaso de un Sol negro y agónico tirado hacia la noche, observo la ciudad de San José, el Valle de las Muñecas y escribo.
Hoy en la opulencia del Todo, acá en mi Torre Ave Fénix, en la culminación del éxtasis, del placer y de la riqueza, un gusano – lo confieso- corroe mi espíritu, alimentado de las sombras y la oscuridad propiciadas por mí.

Yo: Julián Casasola Brown doy fe que lo escrito en el cuaderno ocurrió. No tengo razón para mentir. ¿Para qué hacerlo? ¿Qué gano ensuciando mi propio nombre, mancillando el recuerdo que los otros puedan tener de mí?
Este cuaderno de notas escrito en escasos días, (a finales del milenio y a principios del siglo xxi, posterior a la muerte de Beatriz Muriel Nigroponte) está mi vida secreta.
Son muchos acontecimientos para contar. Espero hacerlo en orden cronológico y hasta donde la memoria no me traicione.

Otro sí: abandoné el cuaderno de notas, su escritura por años y hoy, lo retomo. ¿Estaba seguro en contar a los hombres mis bajezas y perversiones, lo más abyecto de mí y de los otros cofrades? ¿Escribir el cuaderno es un acto de expiación de mis crímenes? ¿Posee comprensión lo sucedido? ¡No lo sé! ¡Lo acontecido es tan fantástico! ¡Es una especie de quimera devoradora de sí misma!
¿Del cómo empezó esta quimera? ¡Por azar! Sospecho, el azar juega el papel más importante en los incidentes que nos rodean. El Destino: no existe, es una mera construcción de los hombres.

Me retrotraigo a finales de 1958-1960- principios de los años 60-70.
Advierto lo siguiente: por razones prácticas y de memoria, las fechas son anuales, en otras oportunidades serán de año y mes, no estoy seguro que las incidencias narradas sean en el orden cronológico correcto. Haré en la medida de lo posible así sea para llevar un orden secuencial de contingencias, eventos.

FRAGMENTO: "BOLA NEGRA". NOVELA INÉDITA. De la Trilogía Mariposas negras para un asesino.

ROBERTO BOLAÑO: autores que se alejan.


Autores que se alejan 
Miércoles 16 de mayo de 2001

Hace unos días, con Juan Villoro nos pusimos a recordar a aquellos autores que habían sido importantes en nuestra juventud y que hoy han caído en una suerte de olvido, aquellos autores que gozaron en su momento de muchos lectores y que hoy sufren la ingratitud de esos mismos lectores y que para colmo de males no han conseguido interesar a los lectores de una nueva generación.
 Pensamos, por supuesto, en Henry Miller, que en su día tuvo una gran difusión en España, y cuyo nombre estaba en boca de todos, pero cuya fama tal vez obedecía a un equívoco: es probable que más de la mitad de los que compraron sus libros lo hicieran esperando encontrar a un pornógrafo, algo que en cierta manera se justificaba y era una necesidad en la España que emergía después de cuarenta años de censura frailuna y franquista.
 En el otro extremo recordamos a Artaud, puro nervio ascético, que en su día también tuvo buenas ventas, y no pocos admiradores españoles y mexicanos, y que si uno comete hoy el error de preguntarle a una persona menor de treinta años por su nombre seguramente recibirá una respuesta desoladora. Ya ni siquiera aquellos que están interesados por el cine saben quién era Antonin Artaud, lo que es igual de grave.
 Lo mismo sucede con Macedonio Fernández: sus libros, salvo en Argentina, supongo, no se encuentran en las librerías. Y con Felisberto Hernández, que en los setenta tuvo un pequeño boom, pero cuyos relatos hoy sólo es posible encontrarlos tras mucho buscar en librerías de viejo. Doy por descontado que la suerte de Felisberto en Uruguay y Argentina debe ser diferente, lo que nos lleva a un problema aún peor que el olvido: el provincianismo en que el mercado del libro concentra y encarcela a la literatura de nuestra lengua, y que explicado de forma sencilla viene a decir que los autores chilenos sólo interesan en Chile, los mexicanos en México y los colombianos en Colombia, como si cada país hispanoamericano hablara una lengua distinta o como si el placer estético de cada lector hispanoamericano obedeciera, antes que nada, a unos referentes nacionales, es decir, provincianos, algo que no sucedía en la década del sesenta, por ejemplo, cuando surgió el boom, ni, pese a la mala distribución, en la década de los cincuenta o cuarenta.
 Pero, en fin, de esto no hablábamos con Villoro, sino de otros escritores, escritores como Henry Miller o Artaud o B. Traven o Tristan Tzara, escritores que contribuyeron a nuestra educación sentimental y que ahora ya no es posible encontrarlos en los fondos de las librerías por la sencilla razón de que casi no tienen nuevos lectores. Y también de aquellos más jóvenes, escritores de nuestra generación, como Sophie Podolski o como Mathieu Messagier, que fueron unos jóvenes absolutamente maravillosos y de gran talento y a quienes ya no sólo no es posible encontrar en las librerías sino que tampoco en los buscadores de internet, lo que ya es mucho decir, como si nunca hubieran existido o como si los hubiéramos imaginado nosotros.
 La respuesta a este reflujo de escritores, sin embargo, es muy sencilla. Así como el amor se mueve con una mecánica similar a la del mar, como decía el poeta nicaragüense Martínez Rivas, así también se mueven los escritores, y un día aparecen y luego desaparecen y luego, quién sabe, vuelven a aparecer. Y si no vuelven a aparecer tampoco importa tanto porque ellos, de alguna manera secreta, ya son nosotros.


miércoles, 1 de mayo de 2013

Fitzgerald, F. Scott (1896-1940)


Fitzgerald, F. Scott (1896-1940)


Francis Scott Fitzgerald, escritor estadounidense de novelas y cuentos que personificó el ambiente y costumbres de los años veinte; 'la edad del jazz', como él la llamó. Nació el 24 de septiembre de 1896 en Saint Paul (Minnesota), y estudió en internados católicos. En la Universidad de Princeton ignoró la mayor parte de los estudios; en cambio aprendió de escritores y críticos como Edmund Wilson, del que fue amigo durante toda su vida. En 1917 abandonó Princeton para hacer el servicio militar y en los campamentos de entrenamiento revisó el primer borrador de su novela, titulada en un principio "El egoísta romántico", que se publicó como A este lado del paraíso (1920). Mientras estaba en el campamento en Alabama se enamoró de Zelda Sayre, de 18 años, que como la flapper arquetípica pasaría, al igual que él, a formar parte integral de su narrativa. Publicada en la primavera de 1920, A este lado del paraíso, le convirtió en un hombre rico y pudo casarse con Zelda, amante del lujo y la alta sociedad. En esta novela autobiográfica, la desilusionada juventud de la generación de la posguerra vio reflejados sus sueños rotos y sus vidas vacías e indecisas. Hermosos y malditos (1922), una novela de costumbres que narra las ansiedades y disipaciones de una pareja de ricos, no resultó tan popular como la primera, pero sus relatos tuvieron un gran éxito y con ellos pagó su estilo de vida extravagante y lujosa con Zelda. De los más de 150 cuentos que escribió, escogió 46 para reunirlos en cuatro libros: Jovencitas y filósofos (1920), Cuentos de la edad del jazz (1922), Todos los hombres tristes (1926) y Toque de diana (1935). En 1924 los Fitzgerald dejaron su casa de Long Island y se trasladaron a la Riviera francesa; no volvieron de forma permanente hasta 1931. En cinco meses terminó El gran Gatsby (1925), una fábula sensible y satírica sobre la persecución del éxito y el colapso del 'sueño americano'. Aunque está considerada como su obra maestra, se vendió mal, acelerando así la desintegración de su vida personal. A pesar del deslizamiento de Zelda hacia la locura (estuvo hospitalizada periódicamente desde 1930 hasta su muerte en 1948) y de la suya en el alcoholismo, continuó escribiendo sobre todo para las revistas. Hasta 1934 no apareció su cuarta novela, Suave es la noche, un relato apenas disfrazado, casi confesional, de su vida con Zelda. Su pobre acogida le condujo a su propia crisis, que narra en los ensayos reunidos por Edmund Wilson con el título de El crack-up (1945). Fitzgerald se recuperó lo suficiente como para trabajar escribiendo guiones de cine en Hollywood durante 1937, una experiencia que inspiró su última y más madura novela, El último magnate (1941). Aunque inconclusa por su muerte el 21 de diciembre de 1940 en Hollywood, la brillantez de esta novela impulsó a los críticos a revalorizar el talento de Fitzgerald y a reconocerle como uno de los mejores escritores estadounidenses del siglo XX.
Fuente: N.N.

FRAGMENTO.
1
F. SCOTT FITZGERALD
EL GRAN GATSBY
Una vez más
para
Zelda
Entonces ponte el sombrero dorado, si con eso la conmueves;
Si eres capaz de rebotar alto, hazlo por ella también,
Hasta que grite: “Amante, amante de sombrero dorado,
de rebote alto,
¡Tienes que ser mío!”
TOMAS PARKE D'INVILLIERS
El gran Gatsby F. Scott Fitzgerald


I
En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha
dejado de darme vueltas en la cabeza.
“Cuando sientas deseos de criticar a alguien” -fueron sus palabras- “recuerda que no todo el mundo ha
tenido las mismas oportunidades que tú tuviste.”
No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser
muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada
a reservarme todo juicio, hábito que me ha facilitado el conocimiento de gran número de personas
singulares, pero que también me ha hecho víctima de más de un latoso inveterado. La mente anormal es
rápida en detectar esta cualidad y apegarse a las personas normales que la poseen. Por haber sido partícipe
de las penas secretas de aventureros desconocidos, en la universidad fui acusado injustamente de ser
político. No busqué la mayor parte de estas confidencias; a menudo fingía tener sueño o estar preocupado;
o cuando gracias a algún signo inconfundible me daba cuenta de que se avecinaba por el horizonte la
revelación de alguna confidencia, mostraba una indiferencia hostil. Y es que las revelaciones íntimas de
los jóvenes, o al menos la manera como las formulan, son por regla general plagios o están deformadas por
supresiones obvias. Reservarse el juicio es asunto de esperanza ilimite. Todavía hoy temo un poco
perderme de algo si olvido que como lo insinuó mi padre en forma por demás pretencioso, y yo de la
misma manera lo repito-, el sentido fundamental de la buena educación es inequitativamente repartido al
nacer.
Y tras vanagloriarme de este modo de mi tolerancia, he de admitir que tiene un límite. La conducta
puede estar cimentada en la dura piedra o en el pantano húmedo, pero pasado cierto punto me tiene sin
cuidado en qué se funde. Cuando regresé del Este en el otoño sentí deseos de que el mundo estuviera de
uniforme y con una especie de eterna vigilancia moral; no quería mas excursiones desenfrenadas con
atisbos privilegiados al corazón humano. Sólo Gatsby, el hombre que presta su nombre a este libro,
Gatsby, el hombre que representaba cuanto he desdeñado desde siempre, estuvo eximido de mi reacción.
Si por personalidad - se entiende una serie ininterrumpida de gestos exitosos, entonces había algo fabuloso
en él, una sensibilidad a flor de piel hacia las promesas de la vida, como si estuviera vinculado a uno de
aquellos intrincados aparatos que registran terremotos a diez mil millas de distancia. Esta sensibilidad
nada tiene que ver con la amorfa capacidad de impresionarse que adquiere categoría bajo el nombre de
“temperamento creativo era, más bien, una extraordinaria disponibilidad para la esperanza, una presteza
para el romance que jamás he encontrado en nadie y que probablemente no vuelva a hallar jamás. No....
Gatsby resultó bien al final; fue más bien aquello que lo devoró, esa basura hedionda que flotaba en la
estela de sus sueños, lo que mató por un tiempo mi interés por las congojas intempestivas y las efímeras
dichas de los hombres.
Desde hace tres generaciones mi familia ha sido gente de bien, prominente en esta ciudad del Oeste
Medio. Los Carraway son una especie de clan que, según una tradición suya, desciende de los duques de
Buccleuch; pero el verdadero fundador de la rama a la cual pertenezco fue el hermano de mi abuelo, que
vino a este lugar en el año cincuenta y uno, envió un reemplazo a la guerra civil y fundó la ferretería
mayorista que mi padre administra hoy.
Jamás conocí a este tío abuelo, pero se supone que me parezco a él en especial tal como se ve en un
retrato bastante duro, que cuelga en la oficina de mi padre. Me gradué en New Haven en 1915,
exactamente un cuarto de siglo después de que mi padre lo hiciera, y al poco tiempo participé en aquella
emigración teutónica tardía conocida como la Gran Guerra. Disfruté tanto en el contraataque que cuando
El gran Gatsby F. Scott Fitzgerald
3
regresé me sentía aburrido. En lugar de ser todavía el cálido centro del universo, el Oeste Medio parecía
ahora el raído extremo del mundo, razón por la cual decidí dirigirme hacía el Este y aprender el negocio de
bonos y valores. Todos mis conocidos estaban en este campo y me parecía que podía brindarle el sustento
a un soltero más. Mis tíos hablaron del asunto como si estuviesen escogiendo un colegio para mí, y al fin
dijeron: “Pues... bueno”, con grandes dudas y caras largas, Mi padre aceptó subvencionarme un ano, y
luego de postergarlo varias veces, me vine para el Este definitivamente, o al menos así lo creía, en la
primavera del año veintidós.
Lo más práctico habría sido encontrar alojamiento en la ciudad, pero como la estación era calurosa y
yo acababa de abandonar una región de grandes campos y árboles acogedores, cuando un campanero de la
oficina me insinuó que alquiláramos juntos una casa en un pueblo vecino, la idea me sonó. Él la encontró,
una casa de campo prefabricada, con paredes de cartón, golpeada por los elementos, por ochenta dólares
mensuales; pero a último minuto la empresa lo envío a Washington, y yo me marché al campo solo. Tema
un perro -o al menos lo tuve durante varios días, antes de que escapara-, un viejo Dodge y una criada
oriunda de Finlandia que me tendía la cama, hacía el desayuno y mascullaba máximas finlandesas junto a
la estufa eléctrica.
Durante un día o dos me sentí solo, hasta que un buen día un hombre más recién llegado que yo me
detuvo en la carretera.
-¿Por dónde se llega al pueblo de West Egg? -me preguntó, sin saber que hacer.
Se lo indiqué, y cuando seguí mi camino ya no me sentía solo: era un gula, un baquiano, un colono
original. Sin quererlo, él me había otorgado el derecho a considerarme un vecino del lugar.
Y entonces, gracias al sol y a los increíbles brotes de hojas que nacían en los árboles, a la manera
como crecen las cosas en las películas de cámara rápida, sentí la familiar convicción de que la vida estaba
empezando de nuevo con el verano.
Tenía mucho para leer, por una parte, y mucha salud qué arrebatarle al joven y alentador aire. Me
compré una docena de obras sobre bancos, crédito y papeles de inversión, que se erguían en el estante, en
rojo y oro, como dinero recién acuñado, prometiendo revelar los resplandecientes secretos que sólo Midas,
Morgan y Mecenas conocían. Tenía, además, las mejores intenciones de leer muchos otros libros. En la
universidad fui uno de aquellos estudiantes que se inclinan por la literatura -un año escribí varios
editoriales muy solemnes y obvios para el Yale News-, y ahora traería de nuevo estas cosas a mi vida, para
convertirme en el más limitado de los especialistas, el “hombre cultivado”. Esto no es sólo un epigrama; al
fin y al cabo, la vida se puede contemplar mucho mejor desde una sola ventana.
Fue azar que alquilé una casa en una de las comunidades más extrañas de Norteamérica. Estaba
situada en aquella isla bulliciosa y delgada que se extiende por todo el este de Nueva York, y en la que
hay, entre otras curiosidades naturales, dos formaciones de tierra insólitas. A veinte millas de la ciudad, un
par de enormes huevos, idénticos en contorno y separados sólo por una bahía de cortesía, penetran en el
cuerpo de agua salada más domesticado del hemisferio occidental, el gran corral húmedo de Long Island
Sound. No son óvalos perfectos; al igual que el huevo de la historia de Colón, ambos son aplastados en el
punto por donde hacen contacto, y su parecido físico tiene que ser fuente de perpetua confusión para las
gaviotas que los sobrevuelan. Para las criaturas no aladas, un fenómeno más llamativo es lo disímiles que
son en todo salvo en forma y tamaño.
Yo vivía en West Egg, el..., bueno, el lugar menos de moda de los dos, aunque éste es un rótulo
demasiado superficial para explicar el extraño y no poco siniestro contraste que hay entre ellos. Mi casa
quedaba en la punta misma del huevo, a sólo cincuenta yardas del estuario, apabullada por dos inmensos
palacetes que se alquilaban por doce o quince mil dólares la temporada. El de mi derecha era, visto desde
cualquier ángulo, un enorme caserón, imitación perfecta de un Hôtel de Ville de algún pueblo normando,
con una torre a un lado, tan nueva que relucía bajo una delgada barba de hiedra silvestre, una piscina de
mármol y cuarenta cuadras de jardines y prados. Era la mansión de Gatsby. O mejor, puesto que aún no
El gran Gatsby F. Scott Fitzgerald
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conocía al señor Gastby, era la mansión donde habitaba el caballero de este apellido. Mi casa era una
vergüenza a la vista, pero una vergüenza pequeña, y por eso no le habían hecho caso; y así, tenía yo vista
al agua, vista parcial a los prados de mi vecino y la consoladora proximidad de los millonarios... todo por
ochenta dólares mensuales.
Al otro lado de la bahía de cortesía rutilaban junto al agua los palacetes blancos de los refinados
habitantes de East Egg; la historia de este verano comienza en realidad la tarde en que fui a cenar adonde
los Buchanan. Daisy era prima segunda mía, y a Tom lo conocí en la universidad. Cuando la guerra había
acabado de terminar pasé dos días con ellos en Chicago.
Entre otras hazañas físicas, su esposo había llegado a ser uno de los más poderosos punteros que hayan
jugado alguna vez al fútbol americano en New Haven, figura de renombre nacional, de cierta manera. Era
uno de aquellos hombres que a los veintiún años han descollado tanto en un campo limitado que todo lo
que sigue les sabe a anticlímax. Su familia era en extremo acaudalada -cuando estaba todavía en la
universidad se le reprochaba su libertad con el dinero-, pero él ya se había mudado de Chicago, y había
llegado al Este en un estilo que cortaba el aliento; por ejemplo, se trajo desde Lake Forest toda una cuadra
de caballos de polo. No era fácil imaginarse que un hombre de mi propia generación pudiera ser tan
adinerado como para hacer algo semejante.
No sé por qué vinieron al Este. Hablan pasado un año en Francia sin ninguna razón particular y luego
anduvieron inquietos de un lugar a otro, dondequiera que hubiera jugadores de polo y gente con quien
disfrutar de su dinero. Daisy me dijo por teléfono que esta mudanza era definitiva, pero no le creí..., no
conocía bien el corazón de mi prima, pero sentía que Tom andada por siempre con algo de ansiedad en pos
de la dramática turbulencia de un irrecuperable partido de fútbol.
Fue así como me encontré una cálida y venteada noche viajando hacia East Egg con el propósito de
visitar a dos viejos amigos a quienes apenas conocía. Su casa era aún más recargada de lo que esperaba,
una mansión colonial georgiana, en alegres rojo y blanco, con vista a la bahía. La grama comenzaba en la
playa y a lo largo de una distancia de un cuarto de milla subía hacia la puerta del frente, sorteando relojes
solares, muros de ladrillo y flamantes jardines, para acabar, al llegar a la casa, trepando a los lados en
enredaderas brillantes, que parcelan producidas por el impulso de su carrera. Quebraba la fachada una
hilera de ventanales franceses, relucientes ahora por el oro reflejado y abiertos de par en par a la cálida y
fresca tarde; Tom Buchanan, en traje de montar, estaba de pie en el pórtico delantero, con las piernas
separadas.
Habla cambiado desde los días de New Haven. Era ahora un hombre en sus treinta, robusto y de
cabellos pajizos, boca más bien dura y porte altivo. Un par de brillantes ojos arrogantes habían establecido
su dominio sobre el rostro, haciéndole aparecer siempre como echado hacia adelante con agresividad. Ni
siquiera el afeminado y ostentoso traje de montar podía esconder el enorme poder de aquel cuerpo; llenaba
las lustrosas botas de modo que los cordones más altos parecían a punto de reventar, y se podía ver la
enorme masa muscular moverse cuando el hombro cambiaba de posición bajo su chaqueta delgada, Era un
cuerpo capaz de ejercer enorme poder; un cuerpo cruel.
La voz con que hablaba, de tenor hosco y bronco, parecía aumentar la impresión de displicencia que
comunicaba. Había en ella un toque de desdén paternalista, incluso cuando se dirigía a personas que sí
apreciaba, y en New Haven más de uno lo detestó a morir.
“Mira, no creas que yo en esto tengo la última palabra” –parecía decir-,”sólo porque soy más fuerte y
más hombre que tú”. En la universidad habíamos pertenecido a la misma cofradía y aunque jamás fuimos
íntimos, siempre tuve la impresión de que tenía de mí una buena opinión, y de que, con aquella ansiedad
brusca y provocativa tan suya, deseaba que yo lo apreciara.
Conversamos unos minutos en el pórtico soleado. -Esto aquí es bonito dijo, dando un vistazo inquieto
en derredor.
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Haciéndome girar por el antebrazo, movió una de sus manos anchas y aplanadas para señalar el
paisaje, incluyendo en su barrido un jardín italiano en desnivel, media cuadra de rosas intensas y
pungentes y un bote motorizado, de nariz levantada que hacía salir la marea de la playa.
-Perteneció a Demaine, el petrolero -de nuevo me volvió a hacer girar, a un tiempo cortés y
abruptamente-. Entremos.
Pasando por un corredor de techo alto llegamos a un alegre espacio de colores vivos, apenas integrado
a la casa por ventanales franceses a lado y lado. Los ventanales blancos estaban abiertos del todo y
resplandecían contra el césped verde de la parte de afuera, que parecía entrarse un poco a la casa. La brisa
soplaba a través del cuarto, haciendo elevarse hacia adentro la cortina de un lado y hacia afuera la del otro,
como pálidas banderas, enroscándolas y lanzándolas hacia la escarchada cubierta de bizcocho de novia que
era el techo, para después hacer rizos sobre el tapiz vino tinto, formando una sombra sobre él, como el
viento al soplar sobre el mar.
El único objeto completamente estacionario en el cuarto era un enorme sofá en el que habla dos
mujeres a flote como sobre un globo anclado. Ambas vestían de blanco, y sus trajes revoloteaban
ondulados como si hubieran acabado de regresar por el aire tras un corto vuelo por los alrededores de la
casa. Debí haber permanecido unos instantes escuchando el restañar y revolotear de las cortinas y el crujir
del retrato de la pared. Se sintió una explosión al Tom cerrar el ventanal de atrás; y entonces el viento
atrapado murió en el cuarto, y las cortinas y los tapetes y las dos mujeres descendieron cual globos con
lentitud hasta el piso.
La menor de ellas me era desconocida. Estaba extendida cuan larga era en su extremo del sofá,
totalmente inmóvil, con su pequeño mentón ligeramente levantado, como si estuviera equilibrando en él
algo que fácilmente podía caer. Si me vio por el rabillo del ojo, no dio ninguna muestra de ello; es más,
me sorprendí a mí mismo a punto de balbucir una disculpa por haberla molestado con mi entrada.
La otra joven, Daisy, hizo el intento de levantarse -se inclino un poco hacia adelante, con expresión
consciente- , emitió entonces una risita absurda y encantadora; yo también reí y entré a la habitación.
- Estoy pa... paralizada de la felicidad.
De nuevo rió, como si hubiera dicho algo muy ingenioso, me estrechó la mano un momento, me miró a
la cara, y juró que no había nadie en el mundo a quien deseara tanto ver. Era un truquito muy suyo. En un
susurro me hizo saber que el apellido de la joven equilibrista era Baker (he oído decir que el susurro de
Daisy servía sólo para hacer que la gente se inclinara hacia ella; crítica sin importancia que en nada lo
hacía menos atractivo).
De todos modos, los labios de la señorita Baker se movieron un poco, me hizo un gesto casi
imperceptible con la cabeza y acto seguido volvió a echaría hacia atrás -era obvio que el objeto que
sostenía en equilibrio se había tambaleado, produciéndole un pequeño susto. De nuevo una especie de
disculpa llego a mis labios. Casi cualquier exhibición de total autosuficiencia arranca de mí un atónito
tributo.
Volví a mirar a mi prima, que comenzó a formularme preguntas en su voz queda y excitante. Es la
clase de voz que el oído sigue en sus altos y bajos, como si cada emisión fuese un arreglo musical que
nunca jamás volverá a ser ejecutado. Su rostro era triste, bello y brillante el brillo en los ojos y la brillante
y apasionada boca; pero era tan sensual su voz que los hombres que la amaban encontraban difícil
olvidarla: un cantarín apremio, un “escúchame” susurrado, la promesa de que acababa de hacer cosas ricas
y emocionantes, de que se avecinaban cosas excitantes a la hora siguiente.
Le comenté que en mi viaje hacia el Este había pasado un día en Chicago y que una docena de
personas le mandaban saludes conmigo.
-¿Me extrañan? -exclamó en éxtasis.
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-La ciudad entera está desolada. Todos los autos pintaron de negro la llanta izquierda trasera Como
corona fúnebre, y a lo largo de la costa norte se escucha, la noche entera, un permanente gemido.
-¡Qué maravilla! ¡Regresemos, Tom; mañana mismo, -y entonces agregó, como sin darle importancia:
-Tienes que conocer a la niña.
-Me gustaría mucho.
-Está dormida. Tiene tres altos. ¿No la has visto nunca?
-Jamás.
-Entonces, tienes que conocerla. Es...
Tom Buchanan, que había estado moviéndose inquieto de un lado a otro por el cuarto, se detuvo y dejó
descansar su mano en mi hombro.
-¿En qué andas, Nick?
-Esclavo de los bonos.
-¿Con quién?
Le conté con quienes.
-No los he oído mentar -comentó con tono seguro.
Eso me molestó.
-Ya oirás de ellos -contesté cortante-. Si te quedas en el Este oirás.
Pues claro; que me quedaré aquí, créeme -dijo, dirigiéndole una mirada a Daisy y de nuevo una a mí,
como si estuviera pendiente de algo más-. Sería un tonto si me fuera a vivir a otra parte.
En aquel instante la señorita Baker dijo: “¡Seguro!”, de modo tan abrupto que me hizo sobresaltar-; era
lo primero que decía desde que yo entrara al cuarto. Era evidente que esto la sorprendió tanto a ella como
a mi, porque dio un bostezo, y con una serie de movimientos rápidos y precisos se puso de pie y se integró
al cuarto.
-Estoy tiesa -se lamentó-, llevo recostada en este sofá desde que tengo memoria.
-No me mires a mí replicó Daisy ; toda la tarde me la he pasado tratando de convencerte de que
vayamos a Nueva York .
-No, muchas gracias -le dijo la señorita Baker a los cuatro cocteles que acababan de traer desde la
despensa; seguro, estoy en pleno entrenamiento.
Su anfitrión la miró incrédulo.
-¡Que va! -Se bebió el trago como si no fuera más que una gota en el fondo del vaso-. No me explico
cómo logras llevar a cabo alguna cosa a veces.
Miré a la señorita Baker para darme cuenta de qué es lo que lograba “llevar a cabo”. Disfrutaba
mirándola. Era una chica esbelta, de senos pequeños y porte erguido acentuado por su modo de echar el
cuerpo hacia atrás en los hombros, como un cadete joven. Sus ojos grises, entrecerrados por el sol, me
devolvieron la mirada con una curiosidad recíproca y cortés desde su rostro pálido, encantador e
insatisfecho. Pensé que en el pasado la había visto a ella o una fotografía suya en alguna parte.
-Usted vive en West Egg -anotó con desprecio-. Conozco a alguien allí.
-No conozco a nadie...
-Usted debe conocer a Gatsby.
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-¿Gatsby? ¿Cuál Gatsby? -preguntó Daisy.
Antes de que pudiera replicar que era mi vecino anunciaron la comida; metiendo su tenso brazo en
forma imperiosa bajo el mío, Tom Buchanan me sacó de la habitación como quien mueve una ficha de
damas a otro cuadro.
Esbeltas, lánguidas, las manos suavemente posadas sobre las caderas, las dos jóvenes señoras nos
precedieron en la salida a la terraza de colores vivos, abierta al ocaso, en donde cuatro velas titilaban sobre
la mesa en el viento ya apaciguado.
-¿Y velas por qué? -objetó Daisy, frunciendo el ceño y procediendo a apagarlas con los dedos-. En
dos semanas caerá el día más largo del año -nos miró radiante. ¿Esperas siempre el día más largo del año y
después se te pasa por alto? Yo siempre espero el día más largo del año y después se me pasa por alto.
-Tenemos que hacer algún programa -bostezó la señorita Baker, sentada a la mesa como si estuviera a
punto de irse a la cama.
-Está bien -dijo Daisy-. ¿Qué podemos hacer? -se volvió hacia mi, compungido-, ¿Qué hace la gente?
Antes de que pudiera contestarle, fijó sus ojos con expresión doliente en su dedo meñique.
-¡Mira! --se quejó- ; está lastimado.
Todos miramos. Tenía el nudillo amoratado.
-Fuiste tú, Tom -dijo acusadora-, Sé que fue sin culpa, pero fuiste tú. Eso me gano por haberme casado
con un bruto, un espécimen de hombre grande y grueso; un completo mastodonte.
-Detesto la palabra mastodonte -objetó Tom, malhumorado-, hasta en broma me molesta.
-Mastodonte -insistió Daisy.
Algunas veces ella y la señorita Baker hablaban al tiempo, con disimulo y con una frivolidad burletera
- que no podía llamarse charla-, tan fría como sus vestidos blancos y sus ojos impersonales, vacíos de todo
deseo. Se encontraban en este lugar y nos aceptaban a Tom y a mí; hacían sólo un cortés y afable esfuerzo
por entretener o ser entretenidas. Sabían que muy pronto terminarían de cenar y muy pronto también la
tarde, como si nada importara, sería arrinconada. En esto el Oeste era radicalmente diferente, pues allí una
velada se precipitaba de etapa en etapa hasta llegar a su fin, defraudadas siempre las expectativas, o a
veces en total pavor del momento mismo.
-Tú me haces sentir- poco civilizado, Daisy -confesé al calor de mi segundo vaso de un clarete
soberoso espectacular-. ¿No puedes hablar de las cosechas o y algo por el estilo?
No me refería a nada en especial cuando hice este comentario, pero fue, acogido de un modo que no
esperaba.
La civilización se está derrumbando -estalló Tom con violencia-. Me he vuelto un terrible pesimista
en la vida. ¿Has leído El auqe de los imperios de color, escrito por ese tipo Goddard?
-Oh, no respondí, muy sorprendido por su tono.
-Pues es un magnífico libro, que todo el mundo debería leer. La tesis es que si nos descuidamos, la
raza blanca va a quedar aplastada sin remedio. Es algo científico; está demostrado.
-Tom se nos está volviendo muy profundo -dijo Daisy con una expresión de tristeza indiferente-. Lee
libros plagados de palabras largas. ¿Qué palabra fue aquélla que ... ?
-Pues cómo te parece que esos libros son científicos -insistió Tom, mirándola con impaciencia--. Ese
tipo sabe cómo son las cosas. Nos corresponde a nosotros, la raza dominante, estar atentos para que esas
otras razas no se apoderen de] control.
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-Es necesario aplastarlas -murmuró Daisy, parpadeando con ferocidad hacia el ferviente sol.
-Ustedes deberían vivir en California -comenzó la señorita Baker, pero Tom la interrumpió,
moviéndose pesadamente en su asiento.
-La idea es que nosotros somos nórdicos. Yo lo soy y tú lo eres, y tú también y... -después de una
vacilación infinitesimal incluyó a Daisy con un gesto de la cabeza y ella me guiñó el ojo de nuevo-, y
nosotros hemos sido los artífices de todas las cosas que conforman la civilización... ciencia y arte y todo lo
demás, ¿ves?
Su concentración tenia un no sé qué patético, como si su complacencia, más aguda que antaño, no le
bastara ya. Cuando, casi enseguida, el teléfono repicó adentro y el mayordomo se retiró del balcón, Daisy
aprovechó la interrupción momentánea para inclinarse hacia mí.
-Te voy a contar un secreto de la familia -murmuró entusiasmada-. Se trata de la nariz del
mayordomo. ¿Quieres saber de la nariz del mayordomo?
-Para eso vine hoy.
-Pues bien; él no fue siempre un simple mayordomo; solía ser el brillador de una gente de Nueva York
que tenía un servicio de plata para doscientas personas. De la mañana a la noche tema que brillarle, hasta
que al cabo de un tiempo comenzó a afectársele la nariz.
-Las cosas fueron de mal en peor -insinuó la señorita Baker.
-Sí. Fueron de mal en peor, hasta que se vio obligado a renunciar a su cargo.
Por un momento el último rayo de sol cayó con romántico afecto sobre su rostro radiante; su voz me
obligó a inclinarme hacia adelante, sin aliento mientras la oía... entonces se fue el brillo, y cada uno de los
rayos abandonó su rostro con reticente pesar, como dejan los niños una calle animada al llegar la
oscuridad.
El mayordomo regresó y le dijo a Tom en secreto algo que lo puso de mal humor; echó entonces hacia
atrás su silla y sin decir palabra entró en la casa. Como si la ausencia de su marido hubiera encendido algo
en ella, Daisy se inclinó hacia adelante de nuevo, su voz ardiente y melodioso.
-Me encanta verte en mi mesa, Nick. Me recuerdas una rosa..., toda una rosa. ¿No? -Se volvió hacia la
señorita Baker en busca de confirmación: ¿Toda una rosa?
Esto no era cierto. No me parezco ni un poco a una rosa. Lo que hacia era improvisar, pero manaba
de ella una calidez excitante, como si su corazón estuviera tratando de llegar adonde uno, escondido tras
alguna de aquellas palabras emocionantes, emitidas sin aliento. De pronto, arrojó la servilleta sobre la
mesa, se excusó y entró en la casa.
La señorita Baker y yo intercambiamos una rápida n-di rada, adrede desprovista de significado. Me
encontraba a punto de hablar cuando ella se sentó atenta y dijo “chist” en tono de advertencia. Un
murmullo contenido pero cargado de pasión alcanzó a escucharse el cuarto aledaño, y la señorita Baker,
sin la menor vergüenza, se inclinó hacia adelante Para escuchar mejor. El murmullo vibró en los límites de
la coherencia, se apagó, creció excitado y cesó por completo.
-Este señor Gatsby de quien usted me habló es mí vecino -dije.
-No hable. Quiero oír qué pasa.
-¿Sucede algo? -indagué inocente.
-¿Quiere decir que no lo sabe? dijo la señorita Baker, francamente sorprendida-.Yo pensé que todo el
mundo estaba enterado.
-Yo no.
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-Pues -dijo con vacilación-, Tom tiene una mujer en Nueva York.
-¿Tiene una mujer? -repetí impertérrito.
La señorita Baker hizo un gesto de afirmación.
-Debería tener la decencia de no llamarlo a horas de comida, ¿no le parece?
Casi antes de que hubiera alcanzado a entender lo que quería decir se oyó el revoloteo de un traje y el
crujido de unas botas de cuero, y Tom y Daisy regresaron a la mesa.
-¡No se pudo evitar! -exclamó Daisy con tensa
Se sentó, dio una mirada inquisitivo a la señorita Baker, otra a mí, y continuó:
-Me asomé y está muy romántico afuera. Hay un pájaro en el prado que debe ser un ruiseñor llegado
en un barco de la Cunard o de la White Star. Está cantando...-cantó su voz-; qué romántico, ¿no, Tom?
-Mucho -observó él, y entonces, angustiado, me dijo a mí:
-Si hay buena luz después de cenar, te llevo a los establos.
De, pronto se oyó sonar el teléfono adentro, y al hacerle Daisy a Tom un gesto contundente con la
cabeza, el tema del establo, o mejor, todos los temas, se desvanecieron en el aire. Entre los fragmentos
rotos de los últimos cinco minutos pasados en la mesa recuerdo que, sin ton ni son, encendieron de nuevo
las velas, y tengo conciencia de que yo deseaba mirar de frente a cada uno de ellos, y al mismo tiempo
quería evitar todos los ojos. No podía adivinar qué pensaban Daisy y Tom, pero dudo que incluso la
señorita Baker, que parecía dueña de un atrevido escepticismo, fuera capaz de hacer caso omiso de la
penetrante urgencia metálica de este quinto huésped. Para ciertos temperamentos la situación podría
parecer fascinante... pero, a mí, el instinto me impulsaba a llamar de inmediato a la policía.
Huelga decir- que los caballos no se mencionaron más. Tom y la señorita Baker, con varios
centímetros de crepúsculo entre ambos, se encaminaron hacia la biblioteca, como si fueran a velar un
cuerpo perfectamente tangible, mientras yo, tratando de parecer satisfecho e interesado, y un poco sordo,
seguí a Daisy por una serie de corredores que iban a dar al pórtico delantero. En medio de su profunda
oscuridad, nos sentarnos lado a lado en un diván de mimbre.
Daisy se rodeó el rostro con las manos como para palpar su hermoso óvalo, y sus ojos se dirigieron
poco a poco a la aterciopelada penumbra. Viéndola poseída por turbulentas emociones le formulé una
serie de preguntas sobre su hijita, preguntas que esperaba que la sedarán.
-No nos conocemos bien, Nick -dijo de repente-; aunque seamos primos. No viniste a mi boda.
-No habla regresado de la guerra.
-Cierto -vaciló-. Pues, sí, Nick. He tenido malas experiencias y me he vuelto muy cínica con respecto
a todo.
Era obvio que tenia razones para serlo. Esperé, pero no dijo más, y después de un momento volví,
débilmente, al tema de la hija.
-Supongo que hablará.... comerá, y todo lo demás.
-Oh sí, claro -me miró ausente-. Escucha, Nick; te voy a contar lo que dije cuando nació. ¿Quieres
oírlo?
-Claro.
-Eso te va a mostrar cómo me he vuelto. Bien, tenía la niña menos de una hora de nacida y Tom
estaba quién sabe dónde. Me desperté del éter con un sentimiento de total desamparo, y ahí mismo le
pregunte a la enfermera si era niño o niña. Me dijo que niña, y entonces volteé la cara y lloré. “Esta bien”
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-dije-, “me alegro de que sea niña. Pero confío en que sea tonta..., lo mejor que le puede pasar a una niña
en este inundo es ser una hermosa tontita”.
-Como puedes ver, pienso que el mundo es horrible, mírese como se mire -prosiguió convencida-.
Todo el mundo lo cree... hasta la gente más avanzada. Pero yo lo sé. He estado en todas partes, lo he visto
todo y lo he hecho todo -sus ojos, desafiantes como los de Tom, se movieron veloces en derredor río con
emotivo desdén-. ¡Refinada; oh, Dios, si soy refinada!
En el instante en que se quebró su voz, dejando de atraer mi atención y mi credulidad, me di cuenta de
la falta de sinceridad básica de cuanto había dicho. Me hizo sentir incómodo, como si toda la velada no
hubiera sido sino una especie de truco destinado a suscitar en mí una emoción que le sirviera de apoyo.
Esperé, y dicho y hecho.... un segundo después me miro con la más postiza de las sonrisas en su hermoso
rostro, que confirmaba su pertenencia a una sociedad secreta muy distinguida, de la que ella y su marido
eran miembros.
Adentro, el cuarto carmesí resplandecía. Tom y la señorita Baker se encontraban sentados en los
extremos del largo sofá, y ella le leía en voz alta un artículo del Saturday Evening Post; las palabras,
susurradas con monótona voz, fluían en sedante melodía. La luz de la lámpara, brillante en las botas de
Tom y opaca en el cabello de la joven, color amarillo de hoja otoñal, se reflejaba en el periódico en el
momento en que ella volteó la página con una crispación de los delgados músculos de sus brazos. Cuando
entrarnos alzó la mano para obligarnos a guardar silencio.
-Continuará -dijo arrojando el periódico sobre la mesa en nuestro próximo número.
Afirmando su cuerpo con un movimiento inquieto de la rodilla, se puso de pie.
-Las diez de la noche --anotó, encontrando, aparentemente, la hora en el techo. Hora en que las niñas
buenas se van a la cama.
-Jordan va a jugar- en el torneo mañana -explicó Daisy- En Westchester.
-Ah... usted es Jordan Baker.
Ya sabia por qué su rostro se me había hecho conocido; su agradable expresión de desdén me había
mirado desde muchas fotografías de fotograbado de la vida deportiva de Asheville y Hot Springs y Palm
Beach. También había oído una historia sobre ella, negativa y desagradable, pero hace tiempos había
olvidado de qué se trataba.
-Hasta mañana -dijo con suavidad-. Despiértenme a las ocho, ¿si?
-Si te levantas.
-Sí, desde luego. Buenas noches señor Carraway. Nos veremos de nuevo.
-Claro que lo harás -confirmó Daisy-. Es más, me dan ganas de arreglar un matrimonio. Ven a
menudo, Nick, y yo.. ,cómo decirlo.... echaré a uno en brazos del otro. Qué buena idea, los encerraré por
accidente en los armarios de la ropa blanca, los lanzaré en un bote a altamar, o algo por el estilo...
-Buenas noches -gritó la señorita Baker desde las escaleras-. No oí nada.
-Es una buena muchacha -dijo Tom al cabo de un rato-. No la deberían dejar corretear por todo el país
de esta manera.
-¿Quién no debería? - preguntó Daisy con frialdad.
-Su familia.
Toda su familia es una tía que tiene como cien años de edad. Además, Nick va a cuidar de ella; ¿no es
así, Nick? Ella va a pasar muchos fines de semana aquí este verano. Creo que la influencia de un hogar le
va a ser muy provechosa.
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Daisy y Tom se miraron por un instante en silencio.
-¿Es de Nueva York? -me apresuré a preguntar.
-De Louisville. Pasamos allí nuestra inocente infancia. Nuestra hermosa e inocente...
-¿ Le abriste tu corazón a Nick en la terraza? -preguntó Tom de repente.
-¿Te lo abrí -me miró. No creo acordarme, me parece que hablamos de la raza nórdica. Sí; eso hicimos.
No sé cómo se nos metió ese tema, y cuando menos lo pensamos...
-No creas todo lo que te cuenta, Nick- me aconsejó.
Sin darte importancia dije que nada había escuchado, pocos minutos después me levanté para irme a
casa. Salieron los dos hasta la puerta conmigo y se pararon, lado a lado, en un alegre cuadrado de luz.
Cuando encendí el auto Daisy me llamó con voz imperiosa:
-¡Espera!
-Olvidé preguntarte algo importante. Supimos que estabas comprometido con una chica de allá del
Oeste.
-Cierto -corroboró Tom con gentileza-. Nos contaron que estabas comprometido.
-Es una calumnia. Soy demasiado pobre.
-Pero lo oímos decir -insistió Daisy, sorprendiéndome al abrirse de nuevo como una flor-. Se lo oímos
a tres personas, luego debe ser cierto.
Yo, por supuesto, sabía a qué se referían, pero no estaba ni remotamente comprometido. El hecho que
los chismosos hubieran publicado sus amonestaciones fue una de las razones que me trajeron al Este. No
es lógico dejar de salir con una vieja amiga por hacerle caso a los rumores, pero por otra parte, no tenía yo
intenciones de que a fuerza de chismes me obligaran a casarme.
Su interés en mí me conmovió un poco y los volvió un tanto menos remotamente ricos; de todos
modos me sentía confundido y un poco asqueado cuando me marché. Me parecía que lo que Daisy debía
hacer era irse cuanto antes de la casa con la niña; pero todo parecía indicar que no se le había pasado por la
cabeza hacerlo. En cuanto a Tom, el hecho de que tuviera “una mujer en Nueva York” me sorprendía
muchísimo menos que verlo deprimido por un libro. Algo lo impulsaba a mordisquear los bordes de unas
ideas rancias, como si su robusto egoísmo físico no bastara para alimentar aquel imperioso corazón.
Ya se reflejaba bien el verano en los techos de las hosterías y en las estaciones de camino donde las
nuevas bombas de gasolina rojas se erguían en medio de sus fuentes de luz; cuando llegué a mi predio en
West Egg puse el auto bajo el cobertizo y me senté un rato sobre una podadora abandonada en el césped.
El viento se había ido, dejando una noche ruidosa y brillante, con alas que batían en los árboles y el
persistente sonido de un órgano a medida que los fuelles abiertos de la tierra les insuflaban vida a los
sapos. La silueta de un gato en movimiento se recortó contra los rayos de la luna, y al volver mi cabeza
para mirarlo, me di cuenta de que no me encontraba solo: a unas cincuenta yardas, la figura de un hombre
con las manos en los bolsillos, observando de pie la pimienta dorada de las estrellas, había emergido de las
sombras de la mansión de mi vecino. Algo en sus pausados movimientos y en la posición segura de sus
pies sobre el césped me indicó que era Gatsby en persona, que había salido para decidir cuál parte de
nuestro firmamento local le pertenecía.
Decidí llamarlo. La señorita Baker lo había mencionado en la comida, y esto era suficiente para una
presentación. Pero no lo hice ya que mostró un repentino indicio de que se sentía contento en su soledad:
estiró los brazos hacia las aguas oscuras de un modo curioso y, aunque yo estaba lejos de él, pude haber
jurado que temblaba. Sin pensarlo, miré hacia el mar, y nada distinguí salvo una sola luz verde, diminuta y
El gran Gatsby F. Scott Fitzgerald
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lejana, que parecía ser el extremo de un muelle. Cuando volví a mirar hacia Gatsby, éste había
desaparecido y yo me encontraba solo de nuevo en la turbulenta oscuridad.




Eluard, Paul (1895-1952)




Eluard, Paul (1895-1952)


Escritor francés. Poeta francés nacido en St. Denis. Su verdadero nombre era Eugène Grindel. Su poesía es esencialmente lírica, aunque siempre basada en asuntos cotidianos y experiencias dramáticas de su propia vida. Durante la década de los años 20 y principios de los 30, Eluard se entregó a la experimentación poética y junto con Breton, Soupault y Aragon dio vida al movimiento surrealista, publicando Morir de no morir (1924), Capital del dolor (1926) y Los ojos fértiles (1936). El sueño frente a la realidad y la libre expresión del pensamiento se reflejan en sus poemas surrealistas de este periodo. Más tarde, influido por la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial, escribió poemas de contenido más político como Poesía y verdad (1942) y En la corte alemana (1944), en los que regresa a formas estilísticas más tradicionales.
Fuente: N.N.

(Fragmento).


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PRIMERAMENTE
I
En voz alta
Se elevó el amor ligero
Con tan brillante esplendor
Que en su desván la cabeza
Tuvo miedo a confesar todo.
En voz alta
Cubrieron los cuervos de la sangre
La memoria de otros nacimientos
Después derramados en la luz Futuro pulverizado de besos.
Imposible injusticia sólo un ser existe en el mundo
El amor elige al amor sin cambiar de rostro.
II
Sus ojos son contornos de luz
Bajo la osadía de su desnudez.
A flor de transparencia
Los cambios de pensamiento
Anulan las apagadas palabras.
Ella eclipsa todas las imágenes
Deslumbra al amor y sus sombras rebeldes
Ama - ama para olvidarse.
III
Los todopoderosos representantes del deseo
De los graves ojos recién nacidos
Para suprimir la luz
El arco de tus senos tendido por un ciego
Que se acuerda de tus manos
Tu suave cabellera
Son en el río ignorante de tu cabeza
Caricias al filo de la piel.
Y tu boca que enmudece
Puede probar lo imposible.
IV
Te lo he dicho para las nubes
Poemas de amor Paul Éluard

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Te lo he dicho para el árbol del mar
Para cada ola para los pájaros entre las hojas
Para los guijarros del ruido
Para las manos familiares
Para la mirada que se hace rostro o paisaje
Y a quien el sueño devuelve el cielo de su color
Para la noche entera bebida
Para la verja de los caminos
Para la ventana abierta para una frente descubierta
Te lo he dicho para tus pensamientos para tus palabras
Toda caricia toda confianza se sobreviven.
V
Más era un beso
Menos las manos en los ojos
El halo de la luz
En los labios del horizonte
Y unos remolinos de sangre
Que se entregaban al silencio./
VI
Tú sola y oigo la hierba de tu risa
Tú la cabeza que te conduce
Y desde la circa de los peligros de muerte
Sobre los brumosos globos de la lluvia de los valles
Bajo la densa luz bajo el cielo de la tierra
Engendras la caída.
Los pájaros ya no son un refugio suficiente
Ni la pereza ni el cansancio
El recuerdo de los débiles arroyos y los bosques
En la mañana de los caprichos
En la mañana de las caricias visibles
En la aurora de la ausencia y la caída
Las barcas de tus ojos se pierden
En el encaje de las desapariciones
El abismo se ha revelado otros han de apagarlo
Las sombras que tú creas no tienen derecho a la noche.
VII
La tierra es azul como una naranja
No es ningún error las palabras no mienten
No os obligan a cantar
Poemas de amor Paul Éluard

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4
Y en vez de oírse unos besos
Unos insensatos amores
Su boca de alianza
Tiene todos los secretos todas las sonrisas
Y tan indulgentes vestidos
Que se le creería del todo desnuda.
Las avispas florecen de verde
El alba se coloca en torno al cuello
Un collar de ventanas
Y unas alas envuelven a las hojas
Tú tienes toda la alegría solar
Todo el sol de la tierra
Sobre los caminos de tu belleza.
VIII
Mi amor por haber figurado mis deseos
Puesto tus labios en el cielo de tus palabras como un astro
Tus besos en la noche viva
Y en torno a mí la estela de tus brazos
Como una llama en señal de conquista
Mis sueños son en el mundo
Claros y eternos
Y cuando tú no estás
Sueño que duermo sueño que sueño
IX
Donde la vida se contempla todo está sumergido
Por encima de las coronas del olvido
El vértigo en el corazón de las metamorfosis
Una escritura de algas solares
El amor y el amor.
Tus manos hacen el día entre la hierba
Tus ojos hacen el amor en pleno día
Con las sonrisas en el talle
Y tus labios en las alas
Te colocas en el lugar de las caricias
Te colocas en el lugar de los sueños.
X.
Tan serena apagada calcinada la piel gris
Poemas de amor Paul Éluard

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5
Predilecta de la noche presa en sus flores de escarcha
Apenas contiene de la luz sino las formas.
Sentirse enamorada le hace estar hermosa
Sin tener que esperar la primavera.
El cansancio la noche el descanso el silencio
Todo un mundo viviente entre los astros muertos
Con la confianza en la pervivencia
Ella está siempre visible cuando ama.
XI
Ella no sabe tender lazos
Tiene los ojos en su belleza
Tan simple tan simple es seducir
Y son sus ojos quienes la encadenan
Y es sobre mí en quien se apoya
Y es sobre ella sobre quien arroja
La red voladora de las caricias. .. ~/
XII
La mentira que amenaza las tenaces y arriesgadas astucias
Las bocas al fondo de los pozos los ojos al fondo de las noches
Las súbitas virtudes las redes que se arrojan al azar
Los deseos de inventar ardides admirables
Las guadañas las trampas entre los cuerpos entre los labios
Las paciencias macizas las impaciencias calculadas
Todo lo que se impone y reina
Entre la libertad de amar
Y la de no amar
Todo lo que tú desconoces.
XIII
Enamorada en secreto detrás de tu sonrisa
Desnuda las palabras de amor
Descubren tus senos y tu cuello
Tus caderas y tus párpados
Descubren todas las caricias
Para que los besos en tus ojos
Te muestren en toda tu estatura.
XIV
El sueño ha apresado la huella
Poemas de amor Paul Éluard

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Y el color de tus ojos
XV
Se inclina sobre mí
Corazón ignorante
Para ver si la amo
Confía olvida
Bajo las nubes de sus párpados
Su cabeza se duerme en mis manos
Donde estamos
Juntos inseparables
Vivientes vivos
Vivientes viviendo
Y mi cabeza rueda en sus sueños.
XVI
Bocas ávidas de los colores
y de los besos que las dibujan
Llama hoja agua sensible
Un ala las mantiene en su palma
Una risa les derriba.
XVII
Con una sola caricia
Te hago brillar con todo tu resplandor.
XVIII
Vaivén de carne pasto tembloroso
En las orillas de la sangre que desgarran el día
Perseguida por la sangre nocturna
Desmelenada la garganta presa de los abusos de la tempestad
Víctima abandonada por las sombras
Por los pasos más suaves y los límpidos deseos
Su frente no será ya el reposo seguro
Ni sus ojos la gracia de soñar con su voz
Ni sus manos las manos que liberan.
Ahechada, de pasión ahechada de amor sin amar a nadie .
Ella se forja incomensurables dolores
Y todas sus razones para sufrir desaparecen
Poemas de amor Paul Éluard

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XIX
Una brisa de danzas
Por un camino sin fin
Los pasos de las hojas más veloces
Las nubes esconden tu sombra.
La boca de fuego de armiño
De hermosos dientes el fuego
Caricia color de diluvio
Tus ojos persiguen la luz.
El rayo rompe el equilibrio
Las lanzaderas del miedo
Dejan caer la _noche
Al fondo de tu imagen.
XX
Al alba te amo la noche entera en mis venas
La noche entera mirándote
Teniendo que adivinar todo seguro de las tinieblas
Que me conceden el poder
De envolverte
De agitar tu deseo de vivir
En el seno de mi inmovilidad
El poder de revelarte
De liberarte de perderte
Llama invisible en la claridad.
Si te vas la puerta se abre sobre el día
Si te vas la puerta se abre sobre mí.
XXI
Nuestros ojos intercambian su luz
Su luz y el silencio
Hasta no reconocerse
Hasta sobrevivir a la ausencia
XXII
Con la frente en el cristal como a quien hace velar la pena
Cielo cuya noche he traspasado
Diminutas llanuras en mis manos abiertas
En su doble horizonte inerte a insensible
Con la frente en el cristal como a quien hace velar la pena
Poemas de amor Paul Éluard

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Yo te busco más allá de la espera
Más allá de mí mismo
Y no sé -tanto te amo-
Cuál de los dos se halla ausente.
XXIII
Viaje del silencio
Desde mis manos a tus ojos
Y entre tus cabellos
Donde unas doncellas de mimbre
Se adosan al sol
Mueven los labios
Y dejan a la sombra de cuatro hojas
Alcanzar su cálido corazón de sueño.
XXIV
La habitual
Simula felicidad como el que simula ser ciego
El amor incluso cuando apenas en él se piensa
Ella está en la ribera y en todos los brazos
Eternamente
Y a su merced se halla el azar
Y el sueño de los ausentes
Ella sabe que vive
Todas las razones de vivir.
XXV
Me separé de ti
Pero el amor me acompañó siempre
Y cuando le tendí los brazos
El dolor se hizo más amargo
Todo un árido desierto
Por separarme de mí mismo.
XXVI
He cerrado los ojos para no ver nada
He cerrado los ojos pare llorar
Por no verte.
Dónde están tus manos las manos de la caricia
Poemas de amor Paul Éluard

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Dónde están tus ojos la voluntad del día
Tú perdido todo ya no estás aquí
Para iluminar la memoria de las noches.
Yo perdido todo solo me veo vivir.
XXVII
Los cuervos aletean por los campos
La noche se apaga
Para una cabeza que se despierta
Los blancos cabellos el último sueño
Las manos se hacen luz de su sangre
De sus caricias
Una estrella llamada azul
Y cuya forma es terrestre
Enloquecida por los aullidos
Enloquecida por los sueños
Enloquecida por los capelos . del. ciclón fraterno
Infancia enloquecida por los fuertes vientos
Cómo harías la hermosa la coqueta
No se reirá más
La ignorancia la indiferencia
No revelarán su secreto
Tú no sabes saludar a tiempo
Ni compararte con las maravillas
Pero me oyes
Tu boca comparte mi amor
Y es por tu boca
Detrás del vaho de nuestros besos
Por donde estamos unidos.
XVIII
Roja enamorada
Para compartir tu placer
Yo me tiño de dolor.
Yo he vivido tú cierras los ojos
Te encierras en mí
Acepta entonces vivir.
Todo lo que se repite es incomprensible
Tú naces en un espejo
Delante de mi antigua imagen.
Poemas de amor Paul Éluard

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XXIX
Seria preciso que un solo rostro
Respondiera por todos los nombres del mundo.
SEGUNDA NATURALEZA
I
De rodillas la juventud de rodilla la cólera
El insulto sangra amenaza ruinas
Los caprichos no tienen ya corona los locos
Viven pacientemente en el país de todos.
El camino de la peligrosa muerte está cortado
Por soberbios funerales
El esparto es cortés la miseria encantadora
Y el amor hace reír a los obesos inocentes.
Adornos naturales elementos de música
Virginidades de barro artificios de mono
Respetable fatiga honorable fealdad
Trabajos deliciosos donde el olvido se sacia.
El sufrimiento se halla aquí por casualidad
Y somos el suelo donde todo se ha edificado
Y estamos en cualquier parte
Donde se eleva el cielo de los demás.
Allí donde negarse a vivir es inútil.

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