martes, 5 de marzo de 2013

FAHRENHEIT 451 Ray Bradbury.


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FAHRENHEIT 451
Ray Bradbury

Prólogo: Fuego Brillante
Cinco pequeños brincos y luego un gran salto.
Cinco petardos y luego una explosión.
Eso describe poco más o menos la génesis de Fahrenheit 451.
Cinco cuentos cortos, escritos durante un período de dos o tres años, hicieron que
invirtiera nueve dólares y medio en monedas de diez centavos en alquilar una
máquina de escribir en el sótano de una biblioteca, y acabara la novela corta en
sólo nueve días.
¿Cómo es eso?
Primero, los saltitos, los petardos:
En un cuento corto, «Bonfire», que nunca vendí a ninguna revista, imaginé los
pensamientos literarios de un hombre en la noche anterior al fin del mundo. Escribí
unos cuantos relatos parecidos hace unos cuarenta y cinco años, no como una
predicción, sino corno una advertencia, en ocasiones demasiado insistente. En
«Bonfire», mi héroe enumera sus grandes pasiones. Algunas dicen así:
«Lo que más molestaba a William Peterson era Shakespeare y Platón y Aristóteles
y Jonathan Swift y William. Faulkner, y los poemas de, bueno, Robert Frost, quizá,
y John Donne y Robert Herrick. Todos arrojados a la Hoguera. Después imaginó
las cenizas (porque en eso se convertirían). Pensó en las esculturas colosales de
Michelangelo, y en el Greco y Renoir y en tantos otros. Mañana estarían todos
muertos, Shakespeare y Frost junto con HuxIey, Picasso, Swift y Beethoven, toda
aquella extraordinaria biblioteca y el bastante común propietario ... »
No mucho después de «Bonfire» escribí un cuento más imaginativo, pienso, sobre
el futuro próximo, «Bright Phoenix»: el patriota fanático local amenaza al
bibliotecario del pueblo a propósito de unos cuantos miles de libros condenados a
la hoguera. Cuando los incendiarios llegan para rociar los volúmenes con
kerosene, el bibliotecario los invita a entrar, y en lugar de defenderse, utiliza contra
ellos armas bastante sutiles y absolutamente obvias. Mientras recorremos la
biblioteca y encontramos a los lectores que la habitan, se hace evidente que
detrás de los ojos y entre las orejas de todos hay más de lo que podría
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imaginarse. Mientras quema los libros en el césped del jardín de la biblioteca, el
Censor Jefe toma café con el bibliotecario del pueblo y habla con un camarero del
bar de enfrente, que viene trayendo una jarra de humeante café.
-Hola, Keats -dije.
-Tiempo de brumas y frustración madura -dijo el camarero.
-¿Keats? -dijo el Censor jefe -. ¡No se llama Keats!
-Estúpido -dije -. Éste es un restaurante griego. ¿No es así, Platón
El camarero volvió a llenarme la taza. -El pueblo tiene siempre algún campeón, a
quien enaltece por encima de todo... Ésta y no otra es la raíz de la que nace un
tirano; al principio es un protector.
Y más tarde, al salir del restaurante, Barnes tropezó con un anciano que casi cayó
al suelo. Lo agarré del brazo.
-Profesor Einstein -dije yo.
-Señor Shakespeare -dijo él.
Y cuando la biblioteca cierra y un hombre alto sale de allí, digo: -Buenas noches,
señor Lincoln ...
Y él contesta: -Cuatro docenas y siete años ...
El fanático incendiario de libros se da cuenta entonces de que todo el pueblo ha
escondido los libros memorizándolos. ¡Hay libros por todas partes, escondidos en
la cabeza de la gente! El hombre se vuelve loco, y la historia termina.
Para ser seguida por otras historias similares: «The Exiles», que trata de los
personajes de los libros de Oz y Tarzán y Alicia, y de los personajes de los
extraños cuentos escritos por Hawthorne y Poe, exiliados todos en Marte; uno por
uno estos fantasmas se desvanecen y vuelan hacia una muerte definitiva cuando
en la Tierra arden los últimos libros.
En «Usher H» mi héroe reúne en una casa de Marte a todos los incendiarios de
libros, esas almas tristes que creen que la fantasía es perjudicial para la mente.
Los hace bailar en el baile de disfraces de la Muerte Roja, y los ahoga a todos en
una laguna negra, mientras la Segunda Casa Usher se hunde en un abismo
insondable.
Ahora el quinto brinco antes del gran salto.
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Hace unos cuarenta y dos años, año más o año menos, un escritor amigo mío y yo
íbamos paseando y charlando por Wilshire, Los Angeles, cuando un coche de
policía se detuvo y un agente salió y nos preguntó qué estábamos haciendo.
-Poniendo un pie delante del otro -le contesté, sabihondo.
Ésa no era la respuesta apropiada.
El policía repitió la pregunta.
Engreído, respondí: -Respirando el aire, hablando, conversando, paseando.
El oficial frunció el ceño. Me expliqué.
-Es ¡lógico que nos haya abordado. Si hubiéramos querido asaltar a alguien o
robar en una tienda, habríamos conducido hasta aquí, habríamos asaltado o
robado, y nos habríamos ido en coche. Como usted puede ver, no tenemos coche,
sólo nuestros pies.
-¿Paseando, eh? -dijo el oficial -. ¿Sólo paseando?
Asentí y esperé a que la evidente verdad le entrara al fin en la cabeza.
-Bien -dijo el oficial -. Pero, ¡qué no se repita!
Y el coche patrulla se alejó.
Atrapado por este encuentro al estilo de Alicia en el País de las Maravillas, corrí a
casa a escribir «El peatón» que hablaba de un tiempo futuro en el que estaba
prohibido caminar, y los peatones eran tratados como criminales. El relato fue
rechazado por todas las revistas del país y acabó en el Reporter la espléndida
revista política de Max Ascoli.
Doy gracias a Dios por el encuentro con el coche patrulla, la curiosa pregunta, mis
respuestas estúpidas, porque si no hubiera escrito «El peatón» no habría podido
sacar a mi criminal paseante nocturno para otro trabajo en la ciudad, unos meses
más tarde.
Cuando lo hice, lo que empezó como una prueba de asociación de palabras o
ideas se convirtió en una no vela de 25.000 palabras titulada «The Fireman», que
me costó mucho vender, pues era la época del Comité de Investigaciones de
Actividades Antiamericanas, aunque mucho antes de que Joseph McCarthy saliera
a escena con Bobby Kermedy al alcance de la mano para organizar nuevas
pesquisas.
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En la sala de mecanografía, en el sótano de la biblioteca, gasté la fortuna de
nueve dólares y medio en monedas de diez centavos; compré tiempo y espacio
junto con una docena de estudiantes sentados ante otras tantas máquinas de
escribir.
Era relativamente pobre en 1950 y no podía permitirme una oficina. Un mediodía,
vagabundeando por el campus de la UCLA, me llegó el sonido de un tecleo desde
las profundidades y fui a investigar. Con un grito de alegría descubrí que, en
efecto, había una sala de mecanografía con máquinas de escribir de alquiler
donde por diez centavos la media hora uno podía sentarse y crear sin necesidad
de tener una oficina decente.
Me senté y tres horas después advertí que me había atrapado una idea, pequeña
al principio pero de proporciones gigantescas hacia el final. El concepto era tan
absorbente que esa tarde me fue difícil salir del sótano de la biblioteca y tomar el
autobús de vuelta a la realidad: mi casa, mi mujer y nuestra pequeña hija.
No puedo explicarles qué excitante aventura fue, un día tras otro, atacar la
máquina de alquiler, meterle monedas de diez centavos, aporrearla como un loco,
correr escaleras arriba para ir a buscar más monedas, meterse entre los estantes
y volver a salir a toda prisa, sacar libros, escudriñar páginas, respirar el mejor
polen del mundo, el polvo de los libros, que desencadena alergias literarias. Luego
correr de vuelta abajo con el sonrojo del enamorado, habiendo encontrado una
cita aquí, otra allá, que metería o embutiría en mi mito en gestación. Yo estaba,
como el héroe de Melville, enloquecido por la locura. No podía detenerme. Yo no
escribí Fahrenheit 451, él me escribió a mí. Había una circulación continua de
energía que salía de la página y me entraba por los ojos y recorría mi sistema
nervioso antes de salirme por las manos. La máquina de escribir y yo éramos
hermanos siameses, unidos por las puntas de los dedos.
Fue un triunfo especial porque yo llevaba escribiendo relatos cortos desde los
doce años, en el colegio y después, pensando siempre que quizá nunca me
atrevería a saltar al abismo de una novela. Aquí, pues, estaba mi primer intento de
salto, sin paracaídas, a una nueva forma. Con un entusiasmo desmedido a causa
de mis carreras por la biblioteca, oliendo las encuadernaciones y saboreando las
tintas, pronto descubrí, como he explicado antes, que nadie quería «The
Fireman». Fue rechazado por todas las revistas y finalmente fue publicado por la
revista Galaxy, cuyo editor, Horace Gold, era más valiente que la mayoría en
aquellos tiempos.
¿Qué despertó mi inspiración? ¿Fue necesario todo un sistema de raíces de
influencia, sí, que me impulsaran a tirarme de cabeza a la máquina de escribir y a
salir chorreando de hipérboles, metáforas y símiles sobre fuego, imprentas y
papiros?
Por supuesto: Hitler había quemado libros en Alemania en 1934, y se hablaba de
los cerilleros y yesqueros de Stalin. Y además, mucho antes, hubo una caza de
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brujas en Salem en 1680, en la que mi diez veces tatarabuela Mary Bradbury fue
condenada pero escapó a la hoguera. Y sobre todo fue mi formación romántica en
la mitología romana, griega y egipcia, que empezó cuando yo tenía tres años. Sí,
cuando yo tenía tres años, tres, sacaron a Tut de su tumba y lo mostraron en el
suplemento semanal de los periódicos envuelto en toda una panoplia de oro, ¡y
me pregunté qué sería aquello y se lo pregunté a mis padres!
De modo que era inevitable que acabara oyendo o leyendo sobre los tres
incendios de la biblioteca de Alejandría; dos accidentales, y el otro intencionado.
Tenía nueve años cuando me enteré y me eché a llorar. Porque, como niño
extraño, yo ya era habitante de los altos áticos y los sótanos encantados de la
biblioteca Carnegie de Waukegan, Illinois.
Puesto que he empezado, continuaré. A los ocho, nueve, doce y catorce años, no
había nada más emocionante para mí que correr a la biblioteca cada lunes por la
noche, mi hermano siempre delante para llegar primero. Una vez dentro, la vieja
bibliotecaria (siempre fueron viejas en mi niñez) sopesaba el peso de los libros
que yo llevaba y mi propio peso, y desaprobando la desigualdad (más libros que
chico), me dejaba correr de vuelta a casa donde yo lamía y pasaba las páginas.
Mi locura persistió cuando mi familia cruzó el país en coche en 1932 y 1934 por la
carretera 66. En cuanto nuestro viejo Buick se detenía, yo salía del coche y
caminaba hacia la biblioteca más cercana, donde tenían que vivir otros Tarzanes,
otros Tik Toks, otras Bellas y Bestias que yo no conocía.
Cuando salí de la escuela secundaria, no tenía dinero para ir a la universidad.
Vendí periódicos en una esquina durante tres años y me encerraba en la biblioteca
del centro tres o cuatro días a la semana, y a menudo escribí cuentos cortos en
docenas de esos pequeños tacos de papel que hay repartidos por las bibliotecas,
como un servicio para los lectores. Emergí de la biblioteca a los veintiocho años.
Años más tarde, durante una conferencia en una universidad, habiendo oído de mi
total inmersión en la literatura, el decano de la facultad me obsequió con birrete,
toga y un diploma, como «graduado» de la biblioteca.
Con la certeza de que estaría solo y necesitando ampliar mi formación, incorporé a
mi vida a mi profesor de poesía y a mi profesora de narrativa breve de la escuela
secundaria de Los Angeles. Esta última, Jermet Johnson, murió a los noventa
años hace sólo unos años, no mucho después de informarse sobre mis hábitos de
lectura.
En los últimos cuarenta años es posible que haya escrito más poemas, ensayos,
cuentos, obras teatrales y novelas sobre bibliotecas, bibliotecarios y autores que
cualquier otro escritor. He escrito poemas como Emily Dickinson, Where Are You?
Hermann Melville Called Your Name Last Night In His Sleep. Y otro reivindicando
a Emily y el señor Poe como mis padres. Y un cuento en el que Charles Dickens
se muda a la buhardilla de la casa de mis abuelos en el verano de 1932, me llama
Pip, y me permite ayudarlo a terminar Historia de dos ciudades. Finalmente, la
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biblioteca de La feria de las tinieblas es el punto de cita para un encuentro a
medianoche entre el Bien y el Mal. La señora Halloway y el señor Dark. Todas las
mujeres de mi vida han sido profesoras, bibliotecarias y libreras. Conocí a mi
mujer, Maggie, en una librería en la primavera de 1946.
Pero volvamos a «El peatón» y el destino que corrió después de ser publicado en
una revista de poca categoría. ¿Cómo creció hasta ser dos veces más extenso y
salir al mundo?
En 1953 ocurrieron dos agradables novedades. Ian Ballantine se embarcó en una
aventura arriesgada, una colección en la que se publicarían las novelas en tapa
dura y rústica a la vez. Ballantine vio en Fahrenheit 451 las cualidades de una
novela decente si yo añadía otras 25.000 palabras a las primeras 25.000.
¿Podía hacerse? Al recordar mi inversión en monedas de diez centavos y mi
galopante ir y venir por las escaleras de la biblioteca de UCLA a la sala de
mecanografía, temí volver a reencender el libro y recocer los personajes. Yo soy
un escritor apasionado, no intelectual, lo que quiere decir que mis personajes
tienen que adelantarse a mí para vivir la historia. Si mi intelecto los alcanza
demasiado pronto, toda la aventura puede quedar empantanada en la duda y en
innumerables juegos mentales.
La mejor respuesta fue fijar una fecha y pedirle a Stanley Kauffmann, mi editor de
Ballantine, que viniera a la costa en agosto. Eso aseguraría, pensé, que este libro
Lázaro se levantara de entre los muertos. Eso además de las conversaciones que
mantenía en mi cabeza con el jefe de Bomberos, Beatty, y la idea misma de
futuras hogueras de libros. Si era capaz de volver a encender a Beatty, de dejarlo
levantarse y exponer su filosofía, aunque fuera cruel o lunática, sabía que el libro
saldría del sueño y seguiría a Beatty.
Volví a la biblioteca de la UCLA, cargando medio kilo de monedas de diez
centavos para terminar mi novela. Con Stan Kauffmann abatiéndose sobre mí
desde el cielo, terminé de revisar la última página a mediados de agosto. Estaba
entusiasmado, y Stan me animó con su propio entusiasmo.
En medio de todo lo cual recibí una llamada telefónica que nos dejó estupefactos a
todos. Era John Houston, que me invitó a ir a su hotel y me preguntó si me
gustaría pasar ocho meses en Irlanda para escribir el guión de Moby Dick.
Qué año, qué mes, qué semana.
Acepté el trabajo, claro está, y partí unas pocas semanas más tarde, con mi
esposa y mis dos hijas, para pasar la mayor parte del año siguiente en ultramar.
Lo que significó que tuve que apresurarme a terminar las revisiones menores de
mi brigada de bomberos.
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En ese momento ya estábamos en pleno período macartista- McCarthy había
obligado al ejército a retirar algunos libros «corruptos» de las bibliotecas en el
extranjero. El antes general, y por aquel entonces presidente Eisenhower, uno de
los pocos valientes de aquel año, ordenó que devolvieran los libros a los estantes.
Mientras tanto, nuestra búsqueda de una revista que publicara partes de
Fahrenheit 451 llegó a un punto muerto. Nadie quería arriesgarse con una novela
que tratara de la censura, futura, presente o pasada.
Fue entonces cuando ocurrió la segunda gran novedad. Un joven editor de
Chicago, escaso de dinero pero visionario, vio mi manuscrito y lo compró por
cuatrocientos cincuenta dólares, que era todo lo que tenía. Lo publicaría en los
número dos, tres y cuatro de la revista que estaba a punto de lanzar.
El joven era Hugh Hefner. La revista era P1ayboy, que llegó durante el invierno de
1953 a 1954 para escandalizar y mejorar el mundo. El resto es historia. A partir de
ese modesto principio, un valiente editor en una nación atemorizada sobrevivió y
prosperó. Cuando hace unos meses vi a Hefner en la inauguración de sus nuevas
oficinas en California, me estrechó la mano y dijo: «Gracias por estar allí». Sólo yo
supe a qué se refería.
Sólo resta mencionar una predicción que mi Bombero jefe, Beatty, hizo en 1953,
en medio de mi libro. Se refería a la posibilidad de quemar libros sin cerillas ni
fuego. Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de
gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol
inundan el mundo a través de la MTV, no se necesitan Beattys que prendan fuego
al kerosene o persigan al lector. Si la enseñanza primaria se disuelve y
desaparece a través de las grietas y de la ventilación de la clase, ¿quién, después
de un tiempo, lo sabrá, o a quién le importará?
No todo está perdido, por supuesto. Todavía estamos a tiempo si evaluamos
adecuadamente y por igual a profesores, alumnos y padres, si hacemos de la
calidad una responsabilidad compartida, si nos aseguramos de que al cumplir los
seis años cualquier niño en cualquier país puede disponer de una biblioteca y
aprender casi por osmosis; entonces las cifras de drogados, bandas callejeras,
violaciones y asesinatos se reducirán casi a cero. Pero el Bombero jefe en la mitad
de la novela lo explica todo, y predice los anuncios televisivos de un minuto, con
tres imágenes por segundo, un bombardeo sin tregua. Escúchenlo, comprendan lo
que quiere decir, y entonces vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan
la página.
Pues bien, al final lo que ustedes tienen aquí es la relación amorosa de un escritor
con las bibliotecas; o la relación amorosa de un hombre triste, Montag, no con la
chica de la puerta de al lado, sino con una mochila de libros. ¡Menudo romance! El
hacedor de listas de «Bonfire» se convierte en el bibliotecario de «Bright Phoenix»
que memoriza a Lincoln y Sócrates, se transforma en «El peatón» que pasea de
noche y termina siendo Montag, el hombre que olía a kerosene y encontró a
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Clarisse. La muchacha le olió el uniforme y le reveló la espantosa misión de un
bombero, revelación que llevó a Montag a aparecer en mi máquina de escribir un
día hace cuarenta años y a suplicar que le permitiera nacer.
-Ve -dije a Montag, metiendo otra moneda en la máquina -, y vive tu vida,
cambiándola mientras vives. Yo te seguiré.
Montag corrió. Yo fui detrás.
Ésta es la novela de Montag.
Le agradezco que la escribiera para mí.
Prefacio de Ray Bradbury,
Febrero de 1993

lunes, 4 de marzo de 2013

Literatura española del siglo XX LA OBRA TEATRAL DE RAMÓN Mª DEL VALLE-INCLÁN


Literatura española del siglo XX
LA OBRA TEATRAL DE RAMÓN Mª DEL VALLE-INCLÁN
1. APROXIMACIÓN CRONOLÓGICA A LA VIDA DEL AUTOR.-
1866: Nace el 28 de octubre, en Villanueva de Arosa (Pontevedra). Es bautizado como Ramón José
Simón Valle Peña.
1877: Inicia sus estudios de Bachillerato.
1886: Empieza los estudios de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela.
1888: Publica su primer artículo, «Babel.» y primer poema en la revista Café con gotas.
1889: Aparece publicado su primer cuento, «A media noche», en La Ilustración Ibérica de
Barcelona.
1890: Fallece su padre. Abandona sus estudios en la Universidad y se traslada a Madrid.
1892: Publica en El Diario de Pontevedra fragmentos de una novela El gran obstáculo que no
continuará. En marzo embarca en Le Havre hacia México; llega a Veracruz el 8 de abril. En México
publicará «Bajo los trópicos» (germen de Sonata de estío).
1893: De regreso visita Cuba y París. En primavera llega a España y se instala en Pontevedra con su
familia.
1895: Publicación de Femeninas.
1896: Regresa a Madrid. Frecuenta las tertulias y lleva una vida bohemia. Obtiene un empleo en el
Ministerio de Fomento que abandona casi de inmediato.
1897: Aparece Epitalamio.
1898: Interviene como actor en la comedia de Benavente La comida de Fieras.
1899: Conoce a Rubén Darío. Pierde el brazo izquierdo como consecuencia de un bastonazo
Literatura española del siglo XX
propinado por el escritor Manuel Bueno. Estreno de Cenizas; se recaudan fondos para comprar un
brazo ortopédico al autor.
1901: Traduce El crimen del padre Amaro de Eça de Queiroz.
1902: Aparece Sonata de otoño. Traduce La Reliquia de Eça de Queiroz y Los chicos del amigo
Lefèvre de Paul Alexis.
1903: Publica Corte de Amor y Jardín Umbrío. Aparece la Sonata de Estío.
1904: Publica Sonata de Primavera y Flor de Santidad. Traduce Mi primo Basilio de Eça de
Queiroz.
1905: Se une a la protesta por el homenaje al Premio Nobel Echegaray. Edición de Sonata de
Invierno.
1906: Estreno de El marqués de Bradomín. Tertulia del Nuevo Café de Levante.
1907: Se casa con la actriz Josefina Blanco. Publica Historias perversas, Aguila de blasón
(estrenada ese mismo año), El marqués de Bradomín y Aromas de leyenda. Tertulia en el Kursaal.
Comienzan sus trastornos de salud.
1908: Aparece Romance de Lobos y Los cruzados de la causa. Refunde Cenizas bajo el título de El
yermo de las almas.
1909: Publicación de El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño.
1910: Estreno y publicación de Cuento de Abril. Estreno de La cabeza del dragón. Viaja por
Argentina, Paraguay, Chile, Uruguay y Bolivia. Nace su primera hija: María de la Concepción.
1911: Estreno de Voces de gesta. Muere su madre, doña Dolores Peña Montenegro. Actividad
política ligada a la causa carlista.
1912: Estreno de La marquesa Rosalinda. Rompe su relación con la compañía Guerrero-Mendoza.
Regreso a Galicia.
1914: Publica La cabeza del dragón. En mayo nace su hijo Joaquín María, que morirá a los pocos
meses.
1915: Estreno de El yermo de las almas.
1916: Tertulia en El Gato Negro. Participa en el homenaje a Rubén Darío. Publica La lámpara
maravillosa. Profesor de Estética de la Real Academia de San Fernando. Dimite al poco tiempo.
Corresponsal de guerra en el frente francés.
1917: Aparece La media noche. Nace su hijo Carlos Luis. Se hace cargo de una finca cercana a la
Puebla de Caramiñal llamada La Merced.
1919: Nace su hija María de la Encarnación. Publica La pipa de Kif y Divinas Palabras. Problemas
económicos en su finca.
1920: Publica El Pasajero, la Farsa y licencia de la reina castiza, Luces de Bohemia, La
Literatura española del siglo XX
enamorada del rey. Colabora con Rivas Cherif en el proyecto Teatro de la Escuela Nueva.
1921: Aparece Los cuernos de don Friolera. Segundo viaje a México. Presidente de la Federación
Internacional de Intelectuales Latinoamericanos. El 27 de noviembre, llega a La Habana. En
diciembre regresa a España. Nace su hijo Jaime.
1922: Banquete de homenaje. Publica ¿Para cuándo son las reclamaciones diplomáticas? y Cara
de Plata.
1923: Contrato con la editorial Renacimiento. Operado de un tumor en la vejiga.
1924: Publica La Rosa de Papel y La cabeza del Bautista. Manifiesta su oposición al régimen de
Primo de Rivera. Regreso a Madrid. Estreno de La cabeza del Bautista
1926: Representación de parte de Los Cuernos de don Friolera y de Ligazón. Publica El terno del
difunto, Ligazón, el Tablado de marionetas para educación de príncipes y Tirano Banderas.
1927: Aparece La Corte de los Milagros, La hija del capitán y el Retablo de la Avaricia, la Lujuria
y la Muerte.
1928: Contrato con la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones.
1929: Encarcelado al negarse a pagar una sanción impuesta por proferir insultos a la autoridad.
1930: Aparece Martes de Carnaval.
1931: Candidato lerrouxista en las elecciones a Cortes. Estreno de la Farsa y Licencia de la Reina
Castiza y de El embrujado.
1932: Publica ¡Viva mi dueño!. Nombrado conservador del Patrimonio Artístico Nacional y director
del Museo de Aranjuez. Presidente del Ateneo de Madrid. Se divorcia de Josefina Blanco. Su
delicada salud se resiente.
1933: Operado nuevamente de su antigua dolencia. Presidente de honor de la Asociación de
Amigos de la Unión Soviética. Se adhiere al Congreso de Defensa de la Cultura. Nombrado de
director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Estreno de Divinas Palabras.
1934: Dimite de su cargo y regresa a España.
1935: Regresa a Galicia e ingresa en la clínica del doctor Villar Iglesias en Santiago de Compostela.
1936: El 4 de enero se agrava su estado de salud. Se niega a recibir ayuda religiosa. Al día
siguiente, a las dos de la tarde, fallece.

Literatura española del siglo XX
2. EVOLUCIÓN LITERARIA.-
La obra literaria de Valle-Inclán sigue una evolución que le lleva de un modernismo elegante y
nostálgico de tiempos pasados hasta una literatura de hondo contenido crítico basada en la
distorsión de la realidad. Pese a lo que pudiera parecer, este cambio operado en sus obras a lo largo
de los años viene uniformado por una misma postura ante la vida, una postura estética que se aleja
de las formas burguesas, en lo social, y de las formas realistas, en los artístico.
Podemos hacer un intento de clasificación de las obras de Valle, siguiendo a Fernando Lázaro
Carreter, en tres etapas. Veámoslas con más detalle.
2.1. Etapa modernista o de modernismo canónico (hasta 1907, aproximadamente).-
En el año 1895 edita Valle-Inclán el volumen de cuentos Femeninas, obra en la que se nota ya
el intento de ofrecer al lector una nueva forma de narrar en la que se pone una mayor atención en
los valores formales. Predominio del esteticismo como corresponde a una obra característica de lo
que Ricardo Gullón llamó modernismo canónico.
Entre 1897 y 1904 escribirá diferentes obras (Epitalamio, Jardín umbrío, Corte de amor o Flor
de santidad) unidas por el nexo de una ambientación en la Galicia primitiva y mítica, donde la
mezcla perfecta de lo real y lo legendario, de lo aristocrático y lo popular es moneda de curso
ordinario. Técnicamente, seguimos con la coincidencia con el modernismo en lo referente a cultivo
de los valores formales.
Entre 1902 y 1905 escribirá Valle sus cuatro Sonatas, novelas en las que prevalece la exaltación
de un mundo decadente visto con mirada nostálgica.
2.2. Etapa de transición (1907-1920).-
A este período pertenecen dos trilogías esenciales en la obra de Valle-Inclán: las Comedias
bárbaras y las novelas de La Guerra carlista.
Las Comedias bárbaras fueron escritas entre 1907 y 1922 (Águila de Blasón, Romance de lobos
y Cara de plata). En ellas nos ofrece el autor de nuevo una ambientación en el mundo rural gallego,
aunque en estos momentos nos presenta ese mundo como dominado por la miseria y la brutalidad.
El punto de vista del autor se debate entre la nostalgia por lo ya perdido y la crítica de dicho mundo.
Para Ruiz Ramón, esas obras son ya el comienzo del “teatro en libertad” que desarrollará Valle con
los esperpentos.
Literatura española del siglo XX
En La Guerra carlista (Los cruzados de la causa, el resplandor de la hoguera y Gerifaltes de
antaño), escrita entre 1908 y 1909, nos encontramos de nuevo con el contraste, en este caso, entre el
canto al heroísmo y la denuncia de la brutalidad.
2.3. Etapa de los esperpentos (1920-1936).-
A partir de 1920 la obra de Valle se centrará en la denuncia de un mundo dominado por lo
deforme y lo absurdo; denuncia que llevará a cabo también con un lenguaje deformado.
Divinas palabras es una obra de teatro que vuelve a ambientarse en el mundo rural gallego,
mundo que ahora aparece caracterizado por la deformidad, la brutalidad y el desgarro.
Los esperpentos. Con este término se suele aludir a cuatro obras (Luces de bohemia –1920-, Los
cuernos de don Friolera –1921-, Las galas del difunto –1926- y La hija del capitán –1927-) que
recibieron tal denominación por el propio Valle, aunque es cierto que lo esperpéntico es algo que
comparten todas las obras del período y que viene anticipado casi desde la primera etapa.
A esta etapa pertenecen también las novelas Tirano Banderas (1926) y la trilogía El ruedo
ibérico (La corte de los milagros –1927-, Viva mi dueño –1928- y Baza de espadas –1932-).
Literatura española del siglo XX
3. Estudio de Luces de bohemia.-
3.1. El origen de la obra.-
Luces de Bohemia aparece publicada por primera vez en la revista España en 1920. En esa
primera edición la obra no está completa. Habrá que esperar hasta el año 1924 para que Valle-
Inclán la edite en forma de libro independiente, añadiendo tres escenas (la II, VI y XI).
Desde nuestra perspectiva actual, y haciendo un recorrido muy superficial por la obra, Luces de
Bohemia se nos presenta como un texto muy original. Pero no lo es tanto, ya que Valle, en realidad,
compone su obra recogiendo materiales y técnicas que eran comunes a los dramaturgos de su época
y conocidas por el público de su tiempo. La originalidad de Valle reside, precisamente, en saber
combinar perfectamente todos esos materiales para darnos una visión coherente, desesperanzada de
la España de su tiempo. En cualquier caso es necesario que esquematicemos las fuentes de las que
se vale el autor para la construcción de su obra:
a) La propia realidad.-
El personaje protagonista (Max Estrella) está directamente inspirado en el escritor
Alejandro Sawa. Algunos de los aspectos biográficos de este autor se aparecen en la
construcción del personaje de Valle:
§ Fue poeta y prosista.
§ Residió en Francia, donde se casó y tuvo una hija.
§ Durante su estancia en España frecuentó los ambientes bohemios madrileños.
§ Trabó amistad con Rubén Darío y el propio Valle-Inclán.
§ Murió en 1909 ciego, loco y pobre.
Como vemos claramente, el protagonista de Luces de bohemia comparte con Sawa muchos
rasgos: el oficio de Max Estrella es la literatura, su esposa se llama Madame Collet (francesa), tiene
una sola hija (Claudinita), la obra es un recorrido por la noche madrileña, aparece Rubén Darío en
la obra, Max Estrella es ciego, pobre como las ratas y con una tendencia a la locura que se
manifiesta en varios momentos del drama.
Pero la presencia de la realidad misma en la obra no se reduce al protagonista, sino que es una
constante conseguida por el autor mediante tres mecanismos diferentes:
§ Aparición de personajes reales (Rubén Darío, por ejemplo).
§ Alusiones a personalidades de la vida española (Maura, Pérez Galdós, etc...)
§ Alusiones a circunstancias históricas del período que va de 1900 a 1920.
Literatura española del siglo XX
b) La deformación de la realidad.-
La razón del uso permanente de la propia realidad como fuente literaria reside en la
intención de Valle-Inclán de ofrecernos “una visión sistemáticamente deformada de la vida
española”. Ese es el principio estético, el punto de partida o la intención última del autor
(vid. Escena XII). La deformación de la realidad es considerada la aportación más novedosa
del autor y su obra; ahora bien, no hay que creer que esta técnica es exclusiva de Valle.
Existe una importante tradición artística de la degradación de la realidad. Pongamos algunos
ejemplos:
§ En pintura: El Bosco, Goya, Munch y, contemporáneo de Valle, Solana.
§ En literatura: Quevedo.
§ En cine: En el mismo tiempo que se escribe Luces de bohemia, algunos directores
alemanes utilizan la deformación de la realidad como principio estético primordial en
sus obras (los expresionistas alemanes, con Murnau a la cabeza).
Lo anterior no quiere decir que Valle-Inclán se limite a copiar, sino que está inscrito en
una tradición artística que tiene manifestaciones en distintas parcelas del arte.
c) Literaturización.-
Alonso Zamora Vicente ha demostrado en sus diferentes acercamientos a Valle y a su
obra Luces de bohemia que el texto está repleto de referencias literarias. Es tal la abundancia
que el crítico llega a afirmar que son, junto con la propia realidad, el punto de partida de la
obra. Esas referencias podríamos clasificarlas en diferentes grupos:
Aparecen personajes reales relacionados con el mundo literario: Rubén Darío, Dorio de Gádex,
el propio Alejandro Sawa escondido tras el nombre del protagonista.
Aparecen personajes ficticios de otras obras: El Marqués de Bradomín, por ejemplo,
protagonista de las Sonatas de Valle-Inclán.
§ El autor emplea frases de obras clásicas conocidas: Las primeras palabras de Max
Estrella en la escena II (“Mal, Polonia, recibe a un extranjero”) están extraídas de La
vida es sueño, de Calderón de la Barca.
§ También aparecen recreaciones de situaciones dramáticas de obras clásicas: El diálogo
de Rubén y el Marqués de Bradomín con el sepulturero tiene muchos puntos de contacto
con el de Hamlet y el enterrador en la obra de Shakespeare.
§ La estética de la deformación, como ya hemos visto, tiene unos antecedentes literarios
en Quevedo, pero también la encontramos en un género muy en boga en esos años, la
literatura paródica, aunque la finalidad de la obra de Valle es diferente.
Literatura española del siglo XX
§ El lenguaje que emplean la mayoría de los personajes de Luces de bohemia es
característico de los sainetes de ambiente madrileño.
§ Existen referencias, similitudes evidentes entre Luces de bohemia y algunas obras
clásicas:
·  Max y Latino nos recuerdan al ciego y a Lázaro de Tormes.
·  La ceguera de Max le sirve a Valle para presentarlo como un nuevo Homero.
·  El viaje de Max por la noche madrileña es como el viaje de Ulises desde Troya a
Ítaca.
·  Son constantes las referencias al círculo infernal, a lo cíclico, lo que nos puede
recordar La Divina Comedia de Dante.
Con todos los elementos expuestos, Valle-Inclán construye su obra y, ciertamente, la dota de
una gran originalidad al pretender ofrecernos un gran retrato de la sociedad española de principios
de siglo mediante la aplicación de su estética deformada, una deformación que es aplicada a todos
los aspectos de la vida y a todos los niveles sociales.
3.2. El género de Luces de Bohemia.-
Luces de bohemia adquiere forma de texto dramático, pero algunos datos nos hacen pensar que
cuando fue escrita Valle no pensaba seriamente en la posibilidad de su representación. Pensemos en
los siguientes hechos:
§ La multiplicidad de espacios dramáticos hacían prácticamente imposible la representación
de la obra con las técnicas dramáticas de 1924.
§ El mismo autor debió entender esa dificultad, ya que las acotaciones que introduce no tienen
una funcionalidad exclusivamente dramática, sino que en algunos casos Valle parece
comportarse más como un narrador que contempla y opina sobre sus personajes, sobre sus
acciones o sobre lo que les sucede.
§ La obra aparece publicada primero en una revista y después como libro independiente. No
hay constancia de ningún intento de representación.
A pesar de lo dicho, no debemos pensar que Luces de bohemia no sea verdadero teatro. Lo que
sucede es que el concepto teatral de Valle es, quizás, demasiado “moderno”, supera a los usos
corrientes en su época. Para Francisco Ruiz Ramón, Valle-Inclán anticipa lo que en la segunda
mitad del siglo XX se ha llamado “teatro en libertad”.
Literatura española del siglo XX
Una vez establecido que estamos hablando de puro teatro se nos plantea el problema de la
clasificación de la obra dentro de un determinado género dramático. En el texto podemos encontrar
rasgos que nos permiten la inclusión de la obra dentro de diferentes tipos. Veámoslo más
detenidamente.
a) Luces de bohemia como tragedia.-
§ El argumento en el que se nos presenta a un protagonista que se enfrenta con su destino
que le supera.
§ El final trágico. La muerte del protagonista.
§ Era característico de la tragedia el que sus personajes principales pertenecieran a las
clases nobles, y Máximo Estrella pertenece a la aristocracia, si bien a la aristocracia
intelectual.
§ El lenguaje en muchos momentos de la obra alcanza altas cotas de dificultad, trabajo y
selección.
b) Luces de bohemia no es una tragedia.-
Frente a los rasgos anteriores, nos podemos encontrar también con elementos que nos hacen
negar la posibilidad de estar ante una tragedia:
§ Junto a la lengua culta encontramos un lenguaje coloquial e, incluso, vulgar.
§ Frente a la nobleza intelectual de Max hayamos en la obra una mayoría de personajes
que pertenecen a las clases bajas, tanto socialmente hablando como intelectual y
moralmente.
§ Aunque hay pasajes trágicos en la obra (pensemos en la escena XI, por ejemplo),
también abundan los cómicos y humorísticos.
Como conclusión, hemos de determinar que nos es imposible incluir la obra dentro de alguno de
los géneros teatrales clásicos. La razón de esta dificultad nos la da el propio autor en la escena XII:
MAX.- La tragedia nuestra no es una tragedia.
LATINO.- ¡Pues algo será!
MAX.- ¡El esperpento!
Valle-Inclán es consciente de lo inclasificable de su obra, de ahí la denominación que nos
propone: el esperpento. ¿Ha inventado un nuevo género dramático?
Literatura española del siglo XX
En realidad, para Valle el esperpento no es un género dramático, sino una forma de ver el
mundo, una nueva (¿nueva?) estética. En una entrevista de 1928 el autor nos dice que él entiende
que hay tres formas diferentes de ver el mundo:
§ De rodillas.- La realidad aparece enaltecida y los personajes se ven como héroes
superiores. Esta es la forma que adopta la épica y la tragedia clásica.
§ En pie.- Los personajes se nos presentan como nuestros hermanos. Es la forma, por
ejemplo, de Shakespeare.
§ Levantado en el aire.- Los personajes se ven como peleles o fantoches. Esta es la propia
del esperpento.
Por tanto, el esperpento consiste en la deformación, en la degradación de la imagen que tenemos
de la realidad con el objeto de mostrarnos su verdadero rostro: lo grotesco y absurdo de la vida, de
la vida española contemporánea, concretamente.
Pero ya hemos dicho más arriba que el esperpento no es una forma exclusivamente dramática y
también hemos puesto en duda el que sea creación exclusiva de Valle-Inclán. En otra sección de
esta unidad hemos expuesto cómo hay puntos de contacto entre lo que hace Valle en Luces de
bohemia y lo que han hecho otros artistas, y hemos hablado, por tanto, de que Valle se incluye en
una tradición de la deformación, si queremos llamarla así. Recordemos algunas de las posibles
fuentes del esperpento:
§ En pintura: El Bosco, Goya o Solana (contemporáneo de Valle).
§ En literatura: Quevedo, el expresionismo, la literatura paródica.
§ En cine: la escuela expresionista alemana, por ejemplo.
Además no es una forma exclusivamente dramática porque Valle empleará rasgos esperpénticos
en otras obras suyas, como sucede en la novela Tirano Banderas; y esos mismos rasgos nos los
vamos a encontrar en obras de novelistas posteriores, como es el caso de Camilo José Cela, quien
los empleará con asiduidad en La colmena, por ejemplo.
El esperpento es, pues, una forma de enfrentarse con la realidad degradándola, deformándola.
Para conseguir este objetivo, Valle emplea un conjunto de técnicas que Alonso Zamora Vicente (ver
bibliografía) ha sistematizado:
a) Distorsión de la realidad, conseguida por dos procedimientos contrarios: el enaltecimiento
que encierra una amarga ironía (escena IV, pp. 73 y 82 de la edición de Austral), o bien la
degradación (escena II, p. 49).
b) La humanización de animales que nos los presentan como seres humanos o compartiendo
la vida con los seres humanos (escena VIII, p. 118).
Literatura española del siglo XX
c) La animalización de los hombres (Latino presentado como un buey que da calor, por
ejemplo).
d) Cosificación de los hombres, al presentarnos a algunos personajes en función de objetos,
despersonalizándolos y degradándolos (escena III, p. 70).
e) Muñequización: deformación de los personajes, que nos son presentados como muñecos,
títeres o fantoches (escena II, p. 49 y escena IV, p. 81).
f) Literaturización. Este recurso ya ha sido comentado en otra sección (Origen) y consiste en
el uso de material procedente de otras obras propias o no, o bien de personajes extraídos del
mundillo de la literatura.
g) El lenguaje también se deforma y retuerce en la obra, mezclando constantemente lo culto y
lo popular, los diferentes registros de lengua, usándolo como un mecanismo que identifica y
caracteriza a algunos personajes (pensemos en el “Max, no pongas estupendo” de Latino, en el
“admirable” de Rubén o en el “Válgame un santo de palo” de don Filiberto).
3.3. Los temas.-
El argumento de Luces de Bohemia consiste en la dramatización de la última noche de la vida
de Máximo Estrella. A partir de esta anécdota, Valle nos quiere dar una imagen de la España de su
tiempo, dominada por la miseria, la locura y la violencia; en definitiva, por “lo infernal”. Siguiendo
esa línea, algunos críticos han pensado que lo que Valle pretende es reflejarnos la vida española
como si de un infierno se tratase, y por esa razón se reafirman en la idea de que la obra, en algunos
momentos, presenta contactos con la Divina Comedia de Dante:
§ Igual que Dante, Max desciende a los infiernos.
§ El infierno en Dante es descrito como un círculo, mientras que el viaje de Max también es
circular.
§ En su viaje a los Infiernos, Dante es acompañado por Virgilio y Max es acompañado por
Latino.
En la obra podemos encontrarnos con dos temas que van indisolublemente unidos:
a. El problema del individuo.-
Sin duda, uno de los puntos de atención de Valle en su obra es la reflexión sobre la
“condición humana”. Esta reflexión la lleva a cabo de dos maneras:
§ Por un lado, centrándose en Max, que aparece caracterizado como un héroe que se
enfrenta a un destino trágico que le llevará a la muerte.
Literatura española del siglo XX
§ Por otro lado, aparece la figura de Latino, representando al hombre sin moral, al
hombre que es capaz de sobrevivir, incluso, en los infiernos.
b. El problema de la sociedad.-
Pero a partir de los individuos concretos que protagonizan la obra, Valle nos ofrecerá en
Luces de Bohemia una amarga reflexión sobre la sociedad española de su tiempo:
“España es una deformación grotesca de la civilización europea” (Escena XII)
La crítica social de Valle no se dirige contra individuos, clases o colectivos concretos,
sino que es una queja total contra toda la vida nacional. En la obra aparecen criticados y
esperpentizados grupos sociales de distinta índole: el mundo artístico bohemio absurdo e
inútil (los modernistas), los políticos corruptos (el ministro), los policías brutales, las
agrupaciones paramilitares, los periodistas al servicio del poder, los poetas fracasados, la
burguesía (los comerciantes), las prostitutas y los borrachos. En definitiva, la España que
aparece en la obra es una multitud que vive como puede, hundida en la miseria moral y
económica:
“En España el mérito no se premia; se premia el robo y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”
(Escena XIV)
En este panorama social tan terrible hay algunos personajes que destacan por su
humanidad y por su heroísmo en el vivir: Max (en algunos momentos), la familia de Max, la
madre del niño muerto y el anarquista catalán.
3.4. Los personajes.-
En Luces de Bohemia aparecen más de cincuenta personajes a los que Valle-Inclán describió de
la siguiente manera:
“Son enanos o patizambos que juegan una tragedia”
Estos personajes proceden de todas las clases sociales, culturales o morales, pero todos ellos
presentan dos rasgos comunes:
§ Según Alonso Zamora Vicente todos tienen en común el hecho de “participar en el
mismo desfile de gentes sin suerte, sin alientos ni futuro”.
§ La gran mayoría de estos personajes son presentados por Valle de forma esperpéntica,
aplicándoles las técnicas de deformación que hemos visto ya. Sin embargo, unos pocos
escapan a la caracterización deformada para adquirir una importante talla humana (la
familia de Max, el preso, la madre del niño muerto).
Literatura española del siglo XX
3.4.1. Max Estrella.-
Valle construye a su protagonista dotándole de una gran complejidad, hasta el punto de ser, a
veces, contradictorio. Algunas de las características que definen al personaje son:
§ Noble grandeza.- Así lo describe en algunas acotaciones (escena I –p. 42-, escena II –p. 50-
). Esta grandeza viene apoyada por su ceguera (poeta ciego al igual que Homero), ya que el
autor nos lo presenta con la capacidad de “ver” lo que los videntes no pueden ver.
§ Comparación con Cristo.- Max Estrella sufre en sus carnes un día de “pasión”, al igual que
Cristo:
·  Es sometido durante toda la obra a un constante expolio de sus pertenencias.
·  En la escena IX realiza un brindis con Rubén Darío y Latino que puede recordar a la
Última Cena.
·  En la escena XIII un clavo del ataúd araña su sien como si fuera una corona de
espinas.
§ Conciencia crítica ante la injusticia social y solidaridad con los humildes y oprimidos
(escenas VI y XI). Este es un aspecto muy contradictorio de su personalidad. Podría decirse
que se produce una cierta evolución ideológica a lo largo de la obra.
·  Inicialmente solo aparece preocupado por su situación personal (escena II).
·  Más adelante formula su mala conciencia por su despreocupación social (escena IV).
·  Los encuentros con el preso (escena VI) y con el niño muerto (escena XI) le obligan
a darse cuenta de la realidad.
·  Pese a esa toma de conciencia, vuelve a mostrar su cara más egoísta al aceptar el
dinero del ministro que luego se gastará en champán, a pesar de saber que su mujer e
hija pasan hambre.
§ Aunque hayamos hablado antes de una cierta evolución ideológica, lo que realmente define
al personaje es la contradicción, la desconexión entre lo que piensa y lo que hace:
·  Critica la corrupción política, pero acepta una pensión vitalicia de su amigo el
ministro.
·  Se compadece del dolor de la madre del niño muerto, pero se acaba convirtiendo en
verdugo de su mujer y su hija.
§ Sistemática degradación en el transcurso de su vida dramatizada:
·  Estafa de Zaratustra.
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·  Engaño de Latino.
·  Encarcelamiento.
·  Venta de su dignidad al ministro.
·  Robo de la cartera por Latino.
Incluso después de la muerte, el autor sigue despojándolo de su dignidad:
·  Su muerte es confundida con una borrachera (escena XII).
·  Después, su muerte es confundida con una catalepsia (escena XIII).
3.4.2. Latino de Hispalis.-
Es el personaje más esperpéntico de toda la obra. Algunos de sus rasgos son:
§ Caracterización deformada.
§ Su condición humana está dominada por la inmoralidad, la adulación, el parasitismo y la
estafa.
Según Zamora Vicente, algunos datos biográficos de Alejandro Sawa son usados por Valle para
construir este personaje, de manera que constituya la “otra cara de la moneda”.
Latino es la cara oscura de Max, el punto de vista anclado en la realidad mezquina y miserable
de la España del momento.
3.4.3. El personaje colectivo.-
El resto de los personajes podríamos tratarlos como un colectivo con el que pretende reflejarnos
el panorama social de la España de su época. En ese personaje colectivo podemos hacer una serie de
grupos, según el tratamiento que reciban del autor:
§ Las víctimas.- Están tratados con gran ternura y comprensión. A veces los sitúa al nivel
de héroes trágicos.
§ Personajes en los que se mezcla la ternura y la sátira (las prostitutas, los modernistas, los
borrachos., sepultureros, don Filiberto, etc...)..- Son gentes humildes y vulgares,
víctimas de la miseria social y moral de la época, pero no intentan salir de ella y la
aceptan con resignación. No son luchadores.
§ Los degradados.- Son los más criticados por el autor: los burgueses y los policías.
Literatura española del siglo XX
3.5. Estructura de la obra.-
3.5.1. Estructura externa.-
Luces de Bohemia se estructura mediante la sucesión de 15 escenas yuxtapuestas, cada una de
las cuales constituye una unidad dramática en sí misma. A lo largo de la obra podemos encontrar
una serie de motivos dramáticos que se repiten y sirven para dar unidad a esa sucesión de escenas:
§ La presencia casi constante en escena de la pareja protagonista (Max y Latino). Incluso
cuando no están son el punto de referencia de los demás personajes.
§ Las referencias al “décimo de lotería” en las escenas III, IV y XV.
§ Las alucinaciones que sufre Max en las escenas I y XII, y que sirven como presentación
y despedida del personaje.
§ La brutalidad policial.
§ Las muertes que se van anunciando a lo largo de la obra: la de Max (I, XI y XII), las de
Madame Collet y Claudinita (I y XV), la del anarquista catalán (VI y XI).
3.5.2. Estructura interna.-
Sobre la estructura interna de Luces de Bohemia los críticos literarios han coincidido bastante.
El que la describe más detalladamente es Carlos Álvarez, que es a quien vamos a seguir.
EN VIDA DE MAX (escenas I a la XII).-
Esta primera parte se desarrollaría en tres tiempos diferentes:
a. La partida (escena I).-
Exposición del contexto humano, económico y social
del protagonista.
Invitación al suicidio (anticipo de la conclusión de la
obra).
Salida de la casa.
b. El viaje (escenas II a la XI).-
Es la peregrinación del personaje a los infiernos de la noche
madrileña. En ese viaje se pueden señalar dos etapas:
Escenas II a la VI.- Termina con el encuentro en la
cárcel con el preso catalán. Se produce la toma de
conciencia política de Max.
Escenas VII a la XI.- Culmina con la muerte del preso
catalán y del niño inocente. La realidad vivida por Max
confirma su toma de conciencia. El personaje “necesita”
morir para acabar con el dolor que le produce la
injusticia social.
c. El destino (escena XII).-
Regreso de Max a la puerta de su casa.
Exposición teórica del esperpento.
Muerte de Max.
TRAS LA MUERTE DE MAX (escenas XIII a la XV).-
Funciona como un epílogo que cierra la obra y sirve para dar
solución a una serie de conflictos y motivos dramáticos que
habían quedado abiertos:
El suicidio de Madame Collet y Claudinita.
El décimo de lotería premiado.
La vida de Latino después de Max.
Literatura española del siglo XX
3.6. Tiempo y espacio.-
3.6.1. Tiempo dramático.-
§ Concentración temporal.-
El tiempo dramático de la acción apenas rebasa el márgen preceptivo del teatro
clásico (24 horas): desde el atardecer del primer día hasta la noche del siguiente. La vida
escenificada de Max ocupa aun menos tiempo: desde el atardecer hasta poco antes del
amanecer.
§ Linealidad temporal.-
En la obra no hay saltos temporales, ya que toda ella sigue un desarrollo cronológico
lineal salvo entre las escenas VI y VII, que son simultáneas.
§ Elipsis.-
Se producen diferentes elipsis en la obra entre las distintas escenas. La más
significativa es la producida entre la escena XII (muerte de Max al amanecer) y la
escena XIII.
3.6.2. Tiempo histórico.-
En el escaso tiempo dramático que ocupa la obra se condensa un amplio tiempo histórico o real.
En la obra se acumulan hechos y referencias históricas y literarias en un confuso anacronismo:
pérdida de las últimas colonias (1898), reinado de Alfonso XIII, Semana Trágica de Barcelona
(1909), Revolución Rusa y Huelgas revolucionarias (1917), coexistencia de modernistas y
ultraístas, Rubén Darío (muere en 1916) sobrevive a Galdós (muere en 1920), etc...
Esta acumulación de hechos temporalmente anacrónicos sirve a Valle para producir el efecto
deformador que pretende.
3.6.3. El espacio.-
Frente a la condensación temporal de la obra, Valle sitúa el argumento en una multiplicidad de
espacios. Son espacios reales que Valle deformará por medio de las acotaciones para que se carguen
de significación “esperpéntica”. Solamente se repiten dos espacios en la obra:
§ La casa de Max, en las escenas I y XIII, que abre y cierra el círculo de la vida de Max.
§ La taberna de Pica-Lagartos, en las escenas III y XV, que abre y cierra el círculo del
décimo de lotería.
Literatura española del siglo XX
Ambos círculos son muy importantes en la obra, ya que se relacionan con los dos temas de la
misma: el destino trágico de los seres humanos y la miseria moral y económica de la sociedad.
3.7. Lengua y estilo.-
El rasgo lingüístico predominante en la obra es la variedad de registros utilizados. Vamos a
dividir su estudio en dos partes.
3.7.1. La lengua de los diálogos.-
Es una compleja elaboración sobre la base del habla madrileña de las clases más populares que
ya se usaba en las comedias de costumbre de su época. Sobre esa base lingüística introduce Valle-
Inclán:
§ Gitanismos (parné, mulé, chanelo, gachó, etc...).
§ Cultismos y retoricismos, que son herencia del modernismo canónico, y que le sirven para
hacer parodia del lenguaje pedante.
§ Empleo de “muletillas” que sirven para identificar a algunos personajes.
Rubén Darío: “Admirable”.
Latino: “No te pongas estupendo”.
Don Filiberto: “Válgame un santo de palo”
Borracho: “Cráneo previligiado”.
3.7.2. La lengua de las acotaciones.-
También aquí vamos a encontrar la fusión entre lo culto y lo popular. Entre los recursos más
corrientes podemos destacar:
§ Las rimas internas (pp. 61 –periodista y florista- y 77 –versallesco y grotesco-).
§ Las plurimembraciones y enumeraciones (pp. 73, 77, 106).
§ Las sinestesias: “borrosos diálogos”, “temblor verde y macilento”.
§ Comparaciones, metáforas y metonimias.
§ El uso de imágenes plásticas sorprendentes.
Junto con los recursos anteriores es de destacar el empleo de una sintaxis muy quebrada, en la
que son muy abundantes los signos de puntuaciones que separan multitud de proposiciones
subordinadas (acotación de la p. 60, escena III), incisos, frases nominales, etc...

Fuente: ANON.

INTRODUCCIÓN A LA LITERATURA. UN ARTE.


UN ARTE
En un trabajo justamente famoso, Robert Escarpit ha intentado precisar el término «literatura», desde sus orígenes hasta las distintas acepciones que se le han dado, a lo largo de los siglos: la cultura, la condición del escritor, las «belles—lettres», las obras literarias, la historia literaria, la ciencia literaria... En la segunda mitad del siglo XVIII se produjo un cambio semántico decisivo: la palabra pasó a designar una actividad de un sujeto y, de ahí, un conjunto de objetos. Ya a fines del siglo, pasó a referirse al fenómeno literario en general, no circunscrito por naciones: «literatura» llega así a ser la designación genérica que abarca todas las manifestaciones del arte de escribir.
Por supuesto, hablamos hoy de «literatura» refiriéndonos al conjunto de obras literarias de un país (literatura griega, inglesa); de una época (literatura medieval, contemporánea); de un género (literatura dramática, didáctica). Del mismo modo, podemos referirnos, también, al estudio y análisis de la creación literaria.
Para no perdernos en matices semánticos ni en teorías discutibles, quizá convenga buscar un punto de partida más firme. Ante todo, recordemos que no estamos tratando de abstracciones sino de obras concretas, producidas por el hombre. Rafael Lapesa nos proporciona la fórmula, sencilla y clásica: «Obra literaria es la creación artística expresada en palabras, aun cuando no se hayan escrito, sino propagado de boca en boca».
Me interesa mucho subrayar esto: la literatura es una de las bellas artes y se singulariza, dentro de ellas, por emplear como instrumento expresivo la palabra. Esto puede parecer elemental y hasta obvio. Sin embargo, no creo innecesario recordarlo; sobre todo ahora, cuando, huyendo como la peste del término «arte», muchos se limitan a presentarla como una superestructura, un simple reflejo de fenómenos sociales o un juego deshumanizado de estructuras y formas abstractas.
Obra de arte hecha con palabras... Pero, ¿qué quiere decir esto? ¿A qué arte y a qué palabras nos estamos refiriendo? ¿No estaremos poniendo unos límites demasiado rígidos para la realidad múltiple de las obras literarias? Creo que no, si lo interpretamos con la adecuada perspectiva histórica.
Al hablar de «arte» no estoy defendiendo, por supuesto, ningún criterio de selección rígidamente neoclásico, la sujeción a ninguna norma inmutable y excluyente. Todo lo contrario. La experiencia histórica nos muestra de modo irrefutable cómo el concepto de arte ha variado a lo largo del tiempo y, especialmente, se ha abierto a nuevas posibilidades en la época contemporánea. Es bien sabido cómo, a partir de Duchamp, la intención —y no la conformidad con cualquier canon o regla previos— convierte en artístico a un objeto; y, como ejemplo llamativo, los botes de sopa Campbell's o las botellas de Coca—Cola tienen valor estético en el pop—art norteamericano.
Pero me interesa especialmente el tema de «las palabras». Ante todo, no es cierto —como suele creerse— que las palabras malsonantes hayan entrado en la literatura sólo en la época contemporánea. Basta con asomarse a las tragedias o comedias de Shakespeare, por ejemplo, para comprobar cómo la libertad verbal va unida lógicamente al reflejo de la vida cotidiana o a la exasperación de las pasiones. En el ámbito español, La lozana andaluza basta y sobra como ejemplo. Es cierto, sin embargo, que el gusto neoclásico suponía un criterio de selección, tanto en los temas como en la forma.
Una anécdota histórica puede resultar ilustrativa. Se dice que, a comienzos del siglo XIX, una representación del Otelo provocó en París cierto escándalo por la mención del... pañuelo de Desdémona. Queda claro, aquí, que el criterio no era sólo de moralidad o inmoralidad, sino de mantener un tono noble, adecuado a los sentimientos trágicos.
Para no generalizar indebidamente, no cabe olvidar que el ilustrado siglo XVIII ofrece dos caras, la ejemplar y la libertina; en España, por ejemplo, el puritano Jovellanos frente al Arte de las putas, de Nicolás Moratín, o El jardín de Venus, de Samaniego.
En cualquier caso, parece claro que el proceso de la literatura en los siglos XlX y XX es el de una progresiva apertura en la inclusión de términos malsonantes, obscenos, escatológicos, etc. Una de las novedades que proclama el Romanticismo es la sinceridad, la verdad. Para Vigny, por ejemplo, «la verdad debe ser elevada a potencia superior e ideal». Según eso, el nuevo estilo que propugnan los románticos está hecho de verdad y libertad, supone romper con los tabúes de lo tradicionalmente considerado como correcto.
Por supuesto, esta progresiva apertura en lo literario coincide de modo natural con la evolución de las costumbres, con la quiebra del puritanismo. En Galdós, pese a su realismo, la profundidad en el análisis del alma humana va unida al extremo pudor lingüístico; sus novelas están llenas de pintorescos eufemismos. Por eso, el Naturalismo propugnará, entre otras cosas, una mayor crudeza en la expresión de lo fisiológico.
A partir de ahí... todos los «ismos» de nuestro siglo han supuesto, entre otras cosas, una ampliación de lo aceptado como artístico: situaciones y palabras. A veces, como en el famoso «Merde!» que inicia el Ubu, de Jarry, se trata de escandalizar a los bienpensantes. En general, no es sino un intento de reflejar más verazmente la auténtica realidad. Y, por supuesto, en los casos de talento literario (Henry Miller, por ejemplo, o Camilo José Cela), con materiales en principio no elevados se pueden construir obras literarias de gran belleza.
Resulta curioso comprobar cómo, a lo largo de nuestro siglo, todas las sucesivas vanguardias estéticas han acusado a la literatura «establecida» de falsear la auténtica realidad al mutilarla, limitándose sólo a alguno de sus aspectos. Lo más curioso, claro, es que los fiscales de ayer pasan hoy a ser los acusados. Desde esta perspectiva cabe preguntarse con qué rigor se juzgará, mañana, el «puritanismo» de la literatura actual y qué nuevas cotas de libertad expresiva se intentarán alcanzar.
Por otro lado, no hay que pensar sólo en el escritor que refleja en su obra un determinado lenguaje, sino también en el que lo crea: unas veces, atribuyendo sentidos nuevos a las palabras ya existentes o imaginando metáforas innovadoras; otras, formando por composición nuevas palabras. Se ha estudiado ampliamente, por ejemplo, la labor de ampliación y enriquecimiento del léxico poético que realiza Góngora. A la vez que él, el «desgarrón afectivo» de Quevedo (Dámaso Alonso) actúa sobre el lenguaje de una manera que hoy calificaríamos de expresionista. En el mundo de la novela contemporánea, James Joyce es un ejemplo claro de innovador lingüístico; a su escuela pertenece, por ejemplo, en nuestro país, Luis Martín Santos, cuando habla de que algo es «mideluéstico» (del Middle West norteamericano), o de la «avagarnez» de una chica (su belleza, parecida a la Ava Gadner).
El movimiento, muchas veces, es de ida y vuelta. Arniches, por ejemplo, no se limita—como se creía tradicionalmente— a reflejar con exactitud el lenguaje castizo madrileño. Como ha mostrado impecablemente Manuel Seco, no inventa, sino que engendra una nueva voz popular con la sustancia misma de las ya existentes; crea, pero dentro de los moldes mismos que usa el pueblo para crear él, por sí. Y, por supuesto, su creación repercute luego sobre el lenguaje del pueblo en las frases ingeniosas, las comparaciones hiperbólicas, el chiste, el piropo, la chulería...
En nuestros días, el caso claro es el del «cheli». Forges, en los pies de sus dibujos, y Francisco Umbral, en sus artículos, han creado un nuevo lenguaje. Por supuesto, su creación tiene una base real, a la vez que conecta con un cambio de la sensibilidad colectiva y posee brillantez expresiva. Muchas de sus innovaciones son aceptadas socialmente por muchos que, no sólo las encuentran graciosas, sino que sienten que reflejan bien un estado de ánimo. Así, hemos incorporado al vocabulario habitual el piropo «maciza», el despectivo «carroza», la muletilla «lo cual que», o expresiones como «tío», «cuerpo», «mola total», «truca cantidubi», «tronco», «largar», «la pastizara», «el personal», etc.
Así pues, volviendo al hilo del discurso, la literatura es obra de arte hecha con palabras, sin que esto suponga sujeción a ningún criterio estético previo. Mejor que de «belleza», quizá, sería conveniente hablar de necesidad profunda, cuando la obra de arte es auténtica. Como afirma Charles Morgan, «el arte es un informe de la realidad que no puede expresarse en otros términos». Y, como tal arte, tiene la pretensión de totalidad, de autosuficiencia, sin necesidad de más justificaciones. En L'inmoraliste, André Gide proclama que, «en arte, no hay problemas para los cuales la obra de arte no sea solución suficiente».
Tratemos de concretar un poco más, en el arte literario. Una vía puede ser la descriptiva, de la enumeración de elementos. Desde un punto de vista muy concreto, cabe recordar que la literatura, como todo fenómeno semiótico, precisa de cuatro elementos:

1) Un autor, que crea o maneja un signo con intención significativa.
2) El signo.
3) Su significado.
4) Un receptor.

Con gran brillantez, un crítico español actual, Gonzalo Sobejano, resume muchas discusiones teóricas distinguiendo cuatro elementos básicos: «Si la obra literaria puede definirse como el resultado artístico que, desde una actitud, revela un contenido, en una estructura, a través del lenguaje, los elementos integrantes —y siempre integrados— de toda obra literaria serán, dada la suficiencia estética, esos cuatro: actitud, contenido, estructura y lenguaje». La posición enumerativa me parece inteligente para evitar unilateralidades. Subrayemos, de todos modos, la salvedad que aparece de modo expreso: «dada la suficiencia estética». Sin ella, desde luego, no cabe hablar, en sentido estricto, de literatura.
La actitud nos llevará a hablar de la literatura y la visión del mundo o el mito. El contenido nos obligará a plantearnos la relación de lo literario con la moral y con la sociedad, el problema del compromiso —social, político, moral, consigo mismo...— del escritor y los límites de la literatura.
En cuanto a la estructura y el lenguaje, para evitar tecnicismos pedantes, digamos sólo que el arte (inefable) tiene una base técnica, que, ésa sí, se puede describir y hasta enseñar.
Esta visión casi artesanal de la literatura no debe hacernos olvidar su aspecto lúdico, mediante el cual se realiza íntegramente su naturaleza. Mejor que las citas de filósofos o psicólogos, nos bastará con una, definitiva, de un poeta, Antonio Machado:

¿Más, el arte?
Es puro juego,
que es igual a pura vida,
que es igual a puro fuego.
Veréis el ascua encendida.

Es bastante frecuente, hoy, oír hablar de la muerte de la novela, de la muerte del teatro... O, por otra vía, de la antinovela, de la antiliteratura... Todo esto es lógico sólo —me parece— como reacción contra formas que se consideran acartonadas, como revulsivo crítico. En realidad, si no me equivoco, esa presunta antiliteratura es imposible, en sentido estricto: será literatura de otro signo, si se quiere, pero literatura, al fin y al cabo. Sólo un concepto muy restringido del fenómeno literario, en el que de ningún modo quisiéramos caer, justificaría esa rotunda diferenciación. Y la historia nos muestra una y otra vez, con ironía implacable, que los vanguardistas que hoy parecen querer cortar todo nexo con la tradición se incorporan inevitablemente a ella, reciben honores académicos, son estudiados en las universidades... y rechazados radicalmente por los nuevos escritores. Así, a base de oleadas de presuntas «antiliteraturas», prosigue su camino la corriente plural de la literatura, por la que vamos todos los que emborronamos cuartillas.

viernes, 1 de marzo de 2013

CARLOS FUENTES: del libro " EN ESTO CREO".


AMOR 
En Yucatán, el agua nunca se ve. Corre subterráneamente, bajo una frágil capa de tierra y piedra caliza. A veces, esa delicada piel yucateca aflora en ojos de agua, en líquidos estanques —los cenotes— que dan fe de la existencia del misterioso flujo subterráneo. Creo que el amor es como los ríos ocultos y los surtidores sorpresivos de Yucatán. Nuestras vidas se asemejan a veces a infinitos abismos que no tendrían fin si en el lecho mismo del vacío no corriese un río, plácido y navegable a veces, ancho o estrecho, precipitado otras, pero, siempre, abrazo de agua que nos impide desaparecer para siempre en la vastedad de la nada. Oportunidad y riesgo de nadar en vez de riesgo sin oportunidad de nada.
Si el amor es ese río que fluye y mantiene la vida, ello no significa que el amor y sus atributos más preciados —el bien, la belleza, el afecto, la solidaridad, el recuerdo, la compañía, el deseo, la pasión, la intimidad, la generosidad, la voluntad misma de amar y ser amados— excluyan lo que parecería negarlo: el mal. En la vida política es posible convencerse de que se actúa por amor a un pueblo para acabar destruyendo a ese pueblo y concitando el odio —desde adentro y desde afuera. No dudo, por ejemplo, de que Hitler amaba a Alemania. Pero desde Mein Kampf hizo saber que amar a Alemania era inseparable del odio a cuanto Hitler veía como opuesto a Alemania. El amor alimentado por el odio a los demás se hizo explícito en una política del mal sin parangón en la historia. Desde un principio, Hitler declaró que practicaría, para procurar el bien, una política del mal. No lo disimuló, al contrario de Stalin, quien se envolvía en la bandera de una ideología occidental humanista —el marxismo— para perpetrar un mal comparable al de Hitler, pero que no se atrevió a decir su nombre. El amor al mal de Hitler condujo a un apocalipsis wagneriano en medio del Berlín en llamas. El amor al mal de Stalin se tradujo en el lento derrumbe de un Kremlin de arena deslavado por las olas, lentas pero constantes, de la misma historia que la Dictadura del Proletariado pretendía encarnar. El nazismo se derrumbó como un espantoso dragón herido. El comunismo soviético se arrastró a la muerte como un gusano enfermo. Fafner y Oblómov.

El Marqués de Sade también propone un amor al mal que solicita el placer del cuerpo para fundar el dolor del cuerpo y su desaparición mortal. El amor sadista, nos dice el Marqués, podrá ser un mal para la víctima, pero es un supremo bien para el verdugo. Sade, sin embargo, no pretendía llevar su visión monstruosa del mal como bien a la práctica. No era un político, era un escritor, casi siempre encarcelado, incapacitado, pues, para actuar, salvo en el reino de la fantasía. Allí era el monarca de la creación. Y nos advierte: «Soy un libertino, pero no soy un delincuente ni un asesino.»
Hay otra forma disfrazada del mal presentado como amor. Consiste en imponer nuestra voluntad a otro «por su propio bien», es decir, por amor a quien, desviando de su propio destino, despojamos de la libertad en nombre del amor. Tema constante en la literatura, para mí nadie lo encarnó con tanta lucidez como un autor que apasionó mi juventud, Francois Mauriac.
Thérèse Desqueyroux, Le Désert de l’amour, Le Noeud de vipéres. Le Baiser au lépreux, Le Mal mismo, son novelas de un mal pervertido que, proponiéndose hacer el bien, destruye o rebaja la capacidad de amar manipulada por la religión, el dinero y, sobre todo, la convención social y el fariseísmo. Thérése Desqueyroux, en el colmo de este drama de las buenas intenciones empedrando los infiernos, asesina en nombre de una antigua falta para rescatar la hubris familiar al precio de su propia salud. La sociedad, la familia, el honor, determinan así, en nombre del amor debido a esas instituciones, la esclavitud erótica y el crimen pasional de la heroína.
El elogio del amor como realidad o aspiración suprema del ser humano no puede ni debe olvidar la fraternidad del mal aunque, en esencia, la supera en la mayoría de los casos. La aplaca, pero nunca la vencerá del todo. El amor requiere una nube de duda contra el mal que lo acecha. Pero no sólo esa nube, sino la rabia misma del cielo, se disipan en el placer, la ternura, la ciega pasión a veces, la felicidad así sea pasajera, del amor tal y como lo vivimos los hombres y las mujeres. La más viva pasión amorosa puede degenerar en costumbre, en irritación a lo largo del tiempo. Una pareja empieza a conocerse porque ante todo se desconoce. Todo es sorpresa. Cuando ya no hay sorpresas, el amor puede morir. A veces, aspira a recobrar el asombro primerizo pero acaba dándose cuenta de que, la segunda vez, el asombro es sólo la nostalgia. Acomodarse a la costumbre puede ser visto por algunos como una pesada carga —un desierto final, repetitivo y tedioso cuyo único oasis es la muerte, la televisión o la recámara aparte. Pero ¿cuántas parejas, también, no han descubierto en la costumbre el amor más cierto y duradero, el que mejor acoge y cobija la compañía y el apoyo que también son nombres del amor? ¿Y no es otro desierto, ardiente de día pero helado de noche, el de la pasión sin tregua, mortificante al grado de que los grandes protagonistas del amor romántico prefirieron la muerte joven y apasionada en su climax, que la pérdida de la pasión en la grisura de la vida cotidiana? ¿Pueden envejecer juntos Romeo y Julieta? Quizás. Pero el joven Werther no puede terminar sus días viendo el Big Brother en televisión como única forma de participación vicaria en pasiones menos dormilonas que la suya.
El amor quiere ser, por el mayor tiempo posible, plenitud de placer. Es cuando el deseo florece por dentro y se prolonga en las manos, los dedos, los muslos, las cinturas, la carne erguida y la carne abierta, las caricias y el pulso ansioso, el universo de la piel amorosa, reducidos los amantes al encuentro del mundo, a las voces que se nombran en silencio, al bautizo interno de todas las cosas. Es cuando no pensamos en nada para que esto no termine nunca. O cuando pensamos en todo para no pensar en esto y darle su libertad y su más larga brevedad al placer carnal cuando le damos la razón a San Agustín, sí, el amor es more bestiarum, pero con una diferencia: sólo los seres humanos (complicaciones aparte) hacemos el amor dándonos la cara. Para el animal no hay excepciones. Para nosotros, la excepción animal es la regla humana.
¿Cuándo es mayor la felicidad del amor? ¿En el acto de amor o en el salto adelante, en la imaginación de lo que sería la siguiente unión amorosa? ¿La alegría fatigada del recuerdo y nuevamente el deseo pleno, aumentado por el amor de un nuevo acto de amor: felicidad? Este placer del amor nos deja asombrados. ¿Cómo es posible que el ser entero, sin desperdicio o abandono alguno, se pierda en la carne y la mirada del ser amado y pierda, al mismo tiempo, todo sentido del mundo exterior al amor? ¿Cómo es posible? ¿Cómo se paga este amor, este placer, esta ilusión?
Los precios que el mundo le cobra al amor son múltiples. Pero, como en los teatros y los estadios, hay precios de entrada diferentes y butacas de preferencia. La mirada es boleto imprescindible del amor. Por los ojos entra el amor, dice el dicho. Y en verdad, cuando amamos, todo el mundo huye de nuestra mirada. Sólo tenemos ojos para el ser amado. Una noche en Buenos Aires, descubrí, no sin pudor, emoción y vergüenza, otra dimensión de la mirada amorosa: su ausencia. Nuestra amiga Luisa Valenzuela nos llevó a mi mujer y a mí a un sitio de tango en la larguísima avenida Rivadavia. Un salón de baile auténtico, sin turistas ni juegos de luces, las cegadoras strobelights. Un salón popular, de barrio, con su orquesta de piano, violín y bandoneón. La gente sentada, como en las fiestas familiares, en sillas arrimadas contra la pared. Parejas de todas las edades y tamaños. Y una reina de la pista. Una muchacha ciega, con anteojos oscuros y vestido floreado. Una Delia Garcés renacida. Era la bailarina más solicitada. Dejaba sobre la silla su bastón blanco y salía a bailar sin ver pero siendo vista. Bailaba maravillosamente. Le devolvía al tango la definición de Santos Discépolo: «Es un pensamiento triste que se baila.» Era una forma bella y extraña de amor bailable, simultáneamente, en la luz y en la oscuridad. La media luz, sí.
El «crepúsculo interior» nos enseña también, con el tiempo, que se puede amar la imperfección del ser amado. No a pesar de ser imperfecto, sino por ser imperfecto. Porque una cierta falla, un defecto conmensurable, nos hace más entrañable a la persona querida, no porque nos haga creer en nuestra propia superioridad —los griegos castigaban la hubris como la ofensa trágica, más que contra los dioses, contra los límites humanos—, sino, por el contrario, porque nos permite admitir nuestras propias carencias y, estrictamente, emparejarnos. Esto difiere de otra forma del amor, que es la voluntad de amar. Acontecimiento ambiguo que puede ondear con las banderas de la solidaridad, pero también lucir los harapos del provecho propio, la astucia o esa forma de amistad por conveniencia que describe Aristóteles. Hay que distinguir muy claramente estas dos formas de amor, pues la primera abarca la generosidad y la segunda concierne al egoísmo.
«Un perfecto egoísmo entre dos» es la fórmula, bien francesa, como Sacha Guitry definía al amor, dándole un cierto aire de ironía a la intimidad misma. El egoísmo compartido supone, por una parte, aceptar, tolerar o guardar discreción frente a las múltiples miserias que, en palabras de Hamlet, «la carne hereda». Pero el egoísmo sin más —la soledad radical y avara— no sólo es separación del otro, sino de uno mismo. No falta quien diga que, a pesar de todo, el mejor momento del amor es la separación, la soledad, la melancolía del recuerdo, el momento solitario... Situación preferible a la melancolía del amor que nunca tuvo lugar por premura, por indiferencia, por falta de tiempo. «No hubo tiempo. No hubo tiempo para la última palabra. No hubo tiempo para decirse tantas cosas del amor.»
Voluntad o costumbre, generosidad o imperfección, belleza y plenitud, intimidad y separación, el amor, acto humano, paga, como todo lo humano, el precio de la finitud. Si del amor hacemos la meta más cierta y el más cierto placer de nuestras vidas, ello se debe a que, por serlo o para serlo, debe soñarse ilimitado sólo porque es, fatalmente, limitado. El amor sólo se concibe a sí mismo sin límite. Al mismo tiempo, los amantes saben (aunque apasionadamente se cieguen, negándolo) que su amor tendrá límites —si no en la vida, entonces seguramente en esa muerte que es, según Bataille, el imperio del erotismo real: «La continuidad del amor más intenso en ausencia mortal del ser amado.» Cathy y Heathcliff en Cumbres borrascosas. Pedro Páramo y Susana San Juan en la novela de Rulfo. Pero en la vida misma, ¿nos satisface plenamente el más absoluto y pleno de los amores? ¿No es verdad que queremos siempre más? Si fuésemos infinitos, seríamos Dios, dice el poeta. Pero queremos por lo menos amar infinitamente. Es nuestro acercamiento posible a la divinidad. Es nuestra mirada de adiós y nuestra mirada de Dios.
Ojalá que el lector de este libro encuentre las formas variadas del amor en cada capítulo de mi alfabeto personal. Hay una, sin embargo, que deseo destacar a fin de tenerla siempre presente. Es la calidad de la atención. El amor como atención. Prestarle atención a otro. Abrirse a la atención. Porque la atención extrema es la facultad creadora y su condición es el amor.
Agnes Heller, la filósofa de origen húngaro, escribe que la ética es asunto de responsabilidad personal, la responsabilidad que tomamos en nombre de otra persona; nuestra respuesta al llamado del otro. Toda ética culmina en una moral de la responsabilidad: somos moralmente responsables de nosotros y de los demás. Sin embargo, ¿cómo puede una sola persona hacerse responsable de todas? Ésta es la pregunta central de las novelas de Dostoyevsky.
¿Cómo abarcar la experiencia total de una humanidad sufriente, humillada, anhelante?, le pregunta, con juvenil desesperación, Dostoyevsky al más grande crítico ruso de su tiempo, Vissarion Gregorievich Bielinsky. La respuesta del crítico fue abrumadoramente precisa: Empieza con un solo ser humano. El más cercano a ti. Toma con amor la mano del último hombre, de la última mujer que has visto, y en sus ojos verás reflejados todas las necesidades, todas las esperanzas y todo el amor de la humanidad entera.

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SILVINA OCAMPO CUENTO LA LIEBRE DORADA

 La liebre dorada En el seno de la tarde, el sol la iluminaba como un holocausto en las láminas de la historia sagrada. Todas las liebres no...

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