miércoles, 6 de junio de 2012

Charles Baudelaire: consejos a los jòvenes literatos

Charles Baudelaire
(Francia, 1821-1867)
 Poeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Nació en París el 9 de abril de 1821 y estudió en el Collège Louis-le-Grand. Su infancia y su adolescencia fueron infelices, pues su padre murió cuando tenía sólo seis años. Su madre volvió a casarse y Charles, que odiaba a su padrastro, nunca se lo perdonó. Decididos a poner freno a su carrera literaria, y con la intención de que abandonara sus propósitos, sus padres lo enviaron a la India en 1841. Pero abandonó el barco y regresó a París en 1842, más dispuesto que nunca a dedicarse a la literatura. Con la intención de solucionar sus problemas económicos, empezó a escribir críticas en la prensa nacional. Sus primeras publicaciones importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte, Los salones (1845-1846), en los que analizaba con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses como Honoré Daumier, Edouard Manet y Eugène Delacroix.
Su primer éxito literario llegó en 1848, cuando aparecieron sus traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados, e inspirado por el entusiasmo que en él suscitó la obra de Poe, a quien le unía una fuerte afinidad, Baudelaire continuó traduciendo los relatos de Poe hasta 1857. En 1842 alcanzó la mayoría de edad y heredó la fortuna de su padre, lo que le permitió irse de casa y disfrutar de una vida de lujo. Las grandes sumas de dinero que gastó en su apartamento del Hôtel Lauzun y su estilo de vida decadente le dieron fama de excéntrico, e inmoral y le hicieron endeudarse para el resto de su vida. Durante este periodo de libertad y ocio, Baudelaire fue, sin embargo, enormemente creativo y escribió muchos de sus mejores poemas. La principal obra de Baudeleaire, una recopilación de poemas que lleva por título Las flores del mal, vio la luz en 1857. Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite literaria francesa salió en defensa del poeta, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos en este libro desaparecieron en las ediciones posteriores. La censura no se levantó hasta 1949. Su siguiente obra, Los paraísos artificiales (1860), es un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias e inspirado en las Confesiones de un comedor de opio inglés, del escritor británico Thomas De Quincey. A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis, regresó a París, donde tras una larga agonía murió el 31 de agosto.

Considerado hoy como uno de los mayores poetas de la literatura francesa, Baudelaire poseía un sentido clásico de la forma, una extraordinaria habilidad para encontrar la palabra perfecta y un gran talento musical.

CONSEJOS A LOS JOVENES LITERATOS
CHARLES BAUDELAIRE


Los preceptos que se van a leer son fruto de la experiencia; la experiencia implica una cierta suma de equivocaciones; y como cada cual las ha cometido –todas o poco menos-, espero que mi experiencia será verificada por la de cada cual.
***
I
DE LA SUERTE Y DE LA MALA SUERTE EN LOS COMIENZOS
Los jóvenes escritores que hablando de un colega novel dicen con acento matizado de envidia: "¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!", no reflexionan que todo comienzo está siempre precedido y es el resultado de otros veinte comienzos que no se conocen.
... creo más bien que el éxito es, en una proporción aritmética o geométrica, según la fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones espontáneas y milagrosas jamás.
Los que dicen: "Yo tengo mala suerte", son los que todavía no han tenido suficientes éxitos y lo ignoran.
***
Libertad y fatalidad son dos contrarios; vistas de cerca y de lejos son una sola voluntad.
Y es por eso que no hay mala suerte. Si hay mala suerte, es que nos falta algo: ese algo hay que conocerlo y estudiar el juego de las voluntades vecinas para desplazar más fácilmente la circunferencia.
***
II
DE LOS SALARIOS
Por hermosa que sea una casa es ante todo —y antes de que su belleza quede demostrada— tantos metros de frente por tantos de fondo. De igual modo la literatura, que es la materia más inapreciable, es ante todo una serie de columnas escritas; y el arquitecto literario, cuyo sólo nombre no es una probabilidad de beneficio, debe vender a cualquier precio.
Hay jóvenes que dicen: "Ya que esto vale tan poco, ¿para qué tomarse tanto trabajo?" Hubieran podido entregar trabajo del mejor; y en ese caso sólo hubieran sido estafados por la necesidad actual, por la ley de la naturaleza; pero se han estafado a sí mismos. Mal pagados, hubieran podido honrarse con ello; mal pagados, se han deshonrado.
Resumo todo lo que podría escribir sobre este asunto en esta máxima suprema, que entrego a la meditación de todos los filósofos, de todos los historiadores y de todos los hombres de negocios: "¡Sólo es con los buenos sentimientos con los que se llega a la fortuna!"
Los que dicen: "¡Para qué devanarse los sesos por tan poco!" son los mismos que más tarde quieren vender sus libros a doscientos francos el pliego, y rechazados, vuelven al día siguiente a ofrecerlo con cien francos de pérdida.
El hombre razonable es el que dice: "Yo creo que esto vale tanto, porque tengo genio; pero si hay que hacer algunas concesiones, las haré, para tener el honor de ser de los vuestros".
III
DE LAS SIMPATÍAS Y DE LAS ANTIPATÍAS
En amor como en literatura, las simpatías son involuntarias; no obstante, necesitan ser verificadas, y la razón tiene ulteriormente su parte.
Las verdaderas simpatías son excelentes, pues son dos en uno; las falsas son detestables, pues no hacen más que uno, menos la indiferencia primitiva, que vale más que el odio, consecuencia necesaria del engaño y de la desilusión.
Por eso yo admiro y admito la camaradería, siempre que esté fundada en relaciones esenciales de razón y de temperamento. Entonces es una de las santas manifestaciones de la naturaleza, una de las numerosas aplicaciones de ese proverbio sagrado: la unión hace la fuerza.
La misma ley de franqueza y de ingenuidad debe regir las antipatías. Sin embargo, hay gentes que se fabrican así odios como admiraciones, aturdidamente. Y esto es algo muy imprudente; es hacerse de un enemigo, sin beneficio ni provecho. Un golpe fallido no deja por eso de herir al menos en el corazón al rival a quien se le destinaba, sin contar que puede herir a derecha e izquierda a alguno de los testigos del combate.
Un día, durante una lección de esgrima, vino a molestarme un acreedor; yo lo perseguí por la escalera, a golpes de florete. Cuando volví, el maestro de armas, un gigante pacífico que me hubiera tirado al suelo de un soplido, me dijo: "¡Cómo prodiga usted su antipatía! ¡Un poeta! ¡Un filósofo! ¡Ah, que no se diga!" Yo había perdido el tiempo de dos asaltos, estaba sofocado, avergonzado y despreciado por un hombre más, el acreedor, a quien no había podido hacer gran cosa.
En efecto, el odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño ¡y los dos tercios de nuestro amor! ¡Hay que guardarlo avaramente!

IV
DEL VAPULEO
El vapuleo no debe practicarse más que contra los secuaces del error. Si somos fuertes, nos perdemos atacando a un hombre fuerte; aunque disintamos en algunos puntos, él será siempre de los nuestros en ciertas ocasiones.
Hay dos métodos de vapuleo: en línea curva y en línea recta, que es el camino más corto. (...) La línea curva divierte a la galería, pero no la instruye.
La línea recta... consiste en decir: "El señor X... es un hombre deshonesto y además un imbécil; cosa que voy a probar" -¡y a probarla!-; primero..., segundo..., tercero...etc. Recomiendo este método a quienes tengan fe en la razón y buenos puños.
Un vapuleo fallido es un accidente deplorable, es una flecha que vuelve al punto de partida, o al menos, que nos desgarra la mano al partir; una bala cuyo rebote puede matarnos.
V
DE LOS MÉTODOS DE COMPOSICIÓN
Hoy por hoy hay que producir mucho, de modo que hay que andar de prisa; de modo que hay que apresurarse lentamente; pues es menester que todos los golpes lleguen y que ni un solo toque sea inútil.
Para escribir rápido, hay que haber pensado mucho; haber llevado consigo un tema en el paseo, en el baño, en el restaurante, y casi en casa de la querida. (...)
Cubrir una tela no es cargarla de colores, es esbozar de modo liviano, disponer las masas en tono ligero y transparentes. La tela debe estar cubierta –en espíritu- en el momento en que el escritor toma la pluma para escribir el título.
Se dice que Balzac ennegrece sus manuscritos y sus pruebas de manera fantástica y desordenada. Una novela pasa entonces por una serie de génesis, en los que se dispersa, no sólo la unidad de la frase, sino también la de la obra. Sin duda es este mal método el que da a menudo a su estilo ese no se qué de difuso, de atropellado y de embrollado, que es el único defecto de ese gran historiador.
VI
DEL TRABAJO DIARIO Y DE LA INSPIRACION
(...)
Una alimentación muy sustanciosa, pero regular, es la única cosa necesaria para los escritores fecundos. Decididamente, la inspiración es hermana del trabajo cotidiano. Estos dos contrarios no se excluyen en absoluto, como todos los contrarios que constituyen la naturaleza. La inspiración obedece, como el hombre, como la digestión, como el sueño. (...) Si se consiente en vivir en una contemplación tenaz de la obra futura, el trabajo diario servirá a la inspiración, como una escritura legible sirve para aclarar el pensamiento, y como el pensamiento calmo y poderoso sirve para escribir legiblemente, pues ya pasó el tiempo de la mala letra.
VII
DE LA POESIA
En cuanto a los que se entregan o se han entregado con éxito a la poesía, yo les aconsejo que no la abandonen jamás. La poesía es una de las artes que más reportan; pero es una especie de colocación cuyos intereses sólo se cobran tarde; en compensación, muy crecidos.
Desafío a los envidiosos a que me citen buenos versos que hayan arruinado a un editor.
(...)
¿Por lo demás, qué tiene de sorprendente, puesto que todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer, pero nunca sin poesía?
El arte que satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado.
VIII
DE LOS ACREEDORES
(...) Que el desorden haya acompañado a veces al genio, lo único que prueba es que el genio es terriblemente fuerte; por desgracia, para muchos jóvenes, ese título expresaba no un accidente, sino una necesidad.
Yo dudo mucho de que Goethe haya tenido acreedores (...). No tengáis acreedores jamás; a lo sumo, haced como si los tuvierais, que es todo lo que puedo permitiros.
IX
DE LAS QUERIDAS
Si quiero acatar la ley de los contrastes, que gobierna el orden moral y el orden físico, me veo obligado a ubicar entre las mujeres peligrosas para los hombres de letras, a la mujer honesta, a la literata y a la actriz; la mujer honesta, porque pertenece necesariamente a dos hombres y es un mediocre pábulo para el alma despótica de un poeta; la literata, porque es un hombre fallido; la actriz, porque está barnizada de literatura y habla en "argot"; en fin, porque no es una mujer en toda la acepción de la palabra, ya que el público le resulta algo más preciosos que el amor.
(...)
Porque todos los verdaderos literatos sienten horror por la literatura en determinados momentos, por eso, yo no admito para ellos –almas libres y orgullosas, espíritus fatigados que siempre necesitan reposar al séptimo día-, más que dos clases posibles de mujeres: las bobas o las mujerzuelas, la olla casera o el amor. –Hermanos, ¿hay necesidad de exponer las razones?
15 de abril de 1846


viernes, 1 de junio de 2012

OSCAR WILDE: El Ruiseñor y la Rosa

Oscar Wilde (Dublín, 16 de octubre de 1854 – París, 30 de noviembre de 1900)

Oscar Fingal O`Flahertie Wills Wilde nació el 16 de octubre de 1854, en Dublín y estudió en el Trinity College de esa ciudad. De joven solía participar en las reuniones literarias organizadas por su madre. Más tarde, mientras estudiaba en la Universidad de Oxford, destacó en el estudio de los clásicos y escribió poesía, su extenso poema Ravenna ganó el prestigioso premio Newdigate en 1878, y convirtió el estilo bohemio de su juventud en una filosofía de vida. En Oxford, recogió la influencia de innovadores estéticos como los escritores Walter Pater y John Ruskin. De carácter excéntrico, el joven Wilde llevaba el pelo largo y vestía pantalones de montar de terciopelo. Su habitación estaba repleta de objetos de arte y elementos decorativos, como girasoles, plumas de pavo real y porcelanas chinas. Sus actitudes y modales fueron repetidamente ridiculizados en la publicación satírica Punch y en la ópera cómica de Gilbert y Sullivan Paciencia. A pesar de ello, su ingenio y su talento le hicieron ganar innumerables admiradores.
Su primer libro fue Poemas (1881), y su primera obra teatral, Vera o los nihilistas (1882), se representó por primera vez en Nueva York, ciudad en la que el autor se encontraba por entonces, de paso en una larga gira de conferencias por los Estados Unidos. Tras ella, se estableció en Londres y, en 1884, se casó con una mujer irlandesa muy rica, Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos. A partir de entonces, se dedicó exclusivamente a la literatura.
En 1895, en la cima de su carrera, se convirtió en la figura central del más sonado proceso judicial del siglo, que consiguió escandalizar a toda la mojigata clase media de la Inglaterra victoriana. Wilde, que había mantenido una íntima amistad con lord Alfred Douglas, fue acusado por el padre de éste, el marqués de Queensberry, de sodomía. Se le declaró culpable en el juicio, celebrado en mayo de 1895, y, condenado a dos años de trabajos forzados, salió de la prisión arruinado material y espiritualmente. Pasó el resto de su vida en París, bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth. Se convirtió al catolicismo el 30 de noviembre de 1900, poco antes de morir de meningitis.
Entre sus primeras obras se cuentan dos colecciones de historias fantásticas, escritas para sus hijos, El príncipe feliz (1888) y La casa de las granadas (1892), y un conjunto de cuentos breves, El crimen de lord Arthur Saville (1891). Su única novela, El retrato de Dorian Gray (1891), es una melodramática historia de decadencia moral, que destaca por su brillante estilo epigramático. Aunque el autor describe todo el proceso de la corrupción del protagonista y, a través del sorprendente final, defiende la lucha contra la degradación moral, los críticos de su tiempo continuaron considerándole un inmoral.
Las obras teatrales más personales e interesantes de Wilde fueron las cuatro comedias El abanico de lady Windermere (1892), Una mujer sin importancia (1893), Un marido ideal (1895) y La importancia de llamarse Ernesto (1895), caracterizadas por unos argumentos hábilmente entretejidos y por sus ingeniosos diálogos. A pesar de su escasa experiencia dramática, consiguió demostrar un talento innato para los efectos teatrales y para la farsa, y aplicó a estas obras algunos de los métodos creativos que solía utilizar en sus restantes obras, como las paradojas en forma de refrán inverso, algunas de las cuales han llegado a hacerse muy famosas: `Experiencia es el nombre que cada uno da a sus propios errores` o `¿Qué es un cínico? Una persona que conoce el precio de todo y el valor de nada`.
En contraste con sus comedias, Salomé es una obra teatral seria sobre la pasión obsesiva. Originalmente escrita en francés, la estrenó en París en 1894 la reconocida actriz Sarah Bernhardt. Despues, el compositor alemán Richard Strauss compuso una ópera homónima basada en ella. Lord Alfred Douglas la tradujo al inglés, en 1894, y el artista Aubrey Beardsley la ilustró.
En la cárcel, Wilde escribió De profundis (1895), una extensa carta de arrepentimiento por su pasado estilo de vida. Algunos críticos la han considerado una obra extremadamente reveladora, otros, en cambio, una explosión sentimental muy poco sincera. La balada de la cárcel de Reading (1898), escrito en Berneval, Francia, muy poco después de salir de prisión, y publicado anónimamente en Inglaterra, es uno de sus poemas más poderosos. En él retrata la dureza de la vida en la cárcel y la desesperación de los presos, con un lenguaje bello y cadencioso. Durante muchos años, el nombre de Oscar Wilde sobrellevó el estigma impuesto por la puritana sociedad victoriana. En la actualidad, el artista que se esconde tras ese nombre ha sido reconocido como un brillante crítico social, y sus obras mantienen una vigencia universal.

Uno de los cuentos màs conmovedores y hermosos de la Literatura Universal  sin lugar a dudas es el RUISEÑOR Y LA ROSA de Wilde. He aquì su transcripciòn literal para nuestros amigos blogueros.




El ruiseñor y la rosa. Esta vez es un ruiseñor el que entrega su vida para que un estudiante sea correspondido por la mujer que ama.

LIBROdot.com
Oscar Wilde

EL RUISEÑOR Y LA ROSA


––“Ha dicho que bailaría conmi­go si le llevo rosas rojas” ––excla­maba desolado el joven estudian­te––. “Pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.”
En el encino, desde su nido, oyó­le el ruiseñor, y le miró a través del follaje.
“¡Ni una sola rosa roja en todo mi jardín!” ––seguía lamentándose, y sus bellos ojos se llenaron de lá­grimas–– “¡Ah!, ¡de qué., cosas tan pequeñas depende la felicidad! Yo he leído todo lo escrito por los sa­bios, conozco todos los secretos de la filosofía. Y ahora, por la pose­sión de una rosa roja, siento mi vida destrozada.”
“He aquí, al fin, un verdade­ro enamorado” ––dijo el ruise­ñor––. “Noche tras noche he can­tado para él, a pesar de no cono­cerle: Noche trás noche lo he des­crito a las estrellas, y ahora le con­templo. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios rojos como la rosa que desea encontrar; pero su ansiedad ha tornado su faz tan pálida como el marfil; y la tris­teza le ha dejado su sello en la frente.”
––“El Príncipe da un baile maña­na en la noche” ––murmuró el jo­ven estudiante––. “Y mi amada for­mará parte del cortejo. Si le obse­quio una rosa roja, bailará conmi­go hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y su cabeza descansará so­bre mi hombro, y su mano será aprisionada por la mía. Pero no hay ninguna rosa roja en mi jardín; me sentaré solo y ella pasará ante mí, no me hará caso, y sentiré desgarrar­se mi corazón.”
––“Aquí, sin lugar a dudas, está el perfecto enamorado” ––dijo de nuevo el ruiseñor––. “Lo que yo canto, para él es sufrimiento; lo que para mí es alegría, para él es dolor. Ciertamente el amor es algo maravilloso. Es más valioso que las esmeraldas, y más precioso que los finos ópalos. Ni las perlas ni los granates pueden comprarle, porque no está venal en los mercados. No puede adquirirse con los trafican­tes, ni pesarse en una balanza como el oro.”
––“Los músicos estarán en su es­trado” ––decía el estudiante––, “to­cando sus instrumentos de cuerda, y mi amada bailará al acompañamien­to de arpa y violín. Bailará en for­ma tan sublime, que sus pies no tocarán el suelo, y los cortesanos con sus vistosos trajes formarán rue­da alrededor de ella, pero no bai­lará conmigo, porque no poseo una rosa roja para brindársela”. ––Y se dejó caer sobre la hierba, y ocul­tando su cara entre las manos, lloró.
––“¿Por qué llora?” ––preguntó una pequeña lagartija verde, pasan­do con su cola levantada junto al ruiseñor.
––“De veras, ¿por qué?” ––dijo una mariposa que revoloteaba en un rayo de sol.
––“Es cierto, ¿por qué?” ––susu­rró en voz baja y melodiosa, una margarita a su vecina.
––“Llora por una rosa roja” ––dijo el ruiseñor.
––“¿Por una rosa roja?” ––excla­maron todos–– “¡Qué tontería!” Y la largartija, que era algo cíni­ca, se echó a reír.
Pero el ruiseñor conocía el secreto de la pena del estudiante, y perma­necía silencioso, posado en el enci­no, y reflexionando sobre el miste­rio del amor. De pronto, extendien­do sus alas oscuras para volar, se remontó en el aire. Pasó a través de la arboleda como una sombra, y como una sombra cruzó el jardín.
En el centro del parterre se er­guía un rosal precioso, y al vislum­brarlo, voló hacia él en seguida.
––“Dame una rosa roja” ––dijo suplicante–– “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
––“Mis rosas son blancas” ––con­testó––. “Tan blancas como la es­puma del mar, y más blancas que la nieve en la cumbre de las monta­ñas. Pero ve a mi hermano que cre­ce alrededor del reloj de sol, y qui­zá pueda darte lo que quieres.”
Entonces el ruiseñor voló sobre el rosal que crecía alrededor del reloj de sol.
––“Dame una rosa roja” ––implo­raba–– “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.
Pero el rosal sacudió su cabeza. –“Mis rosas son amarillas” ––res­pondió––. “Tan amarillas como el cabello de la sirena que reposa en un trono de ámbar, y más amarillas que el narciso que florea en los prados, antes de que el segador llegue con su hoz. Pero ve con mi hermano que crece bajo la ventana del estudiante, y quizá pueda darte lo que deseas.”
Entonces el ruiseñor voló sobre el rosal que crecía bajo la ventana del estudiante.
––“Dame una rosa roja” ––dijo–– ­“y te cantaré la más dulce de mis canciones”.
Pero el rosal sacudió la cabeza. –“Mis rosas son rojas, tan rojas como la pata de la paloma; y más rojas que los hermosos abanicos de coral que se mecen y mecen, en las profundas cavernas del océano. Pero el invierno ha helado mis ve­nas, y la escarcha ha quemado mis capullos, y la tormenta ha quebra­do mis ramas, y no tendré rosas en todo el año.”
Y el ruiseñor insistía:
––“Una sola rosa roja es lo que necesito. ¡Sólo una rosa roja! ¿No existe algún medio por el cual pue­da conseguirla?”
––”Hay una forma en que po­drías conseguirla” ––contestó el rosal––. “Pero es tan terrible, que no me atrevo a decírtelo.”
––“Dímelo” ––dijo el ruiseñor––. “No tengo miedo.”
––“Si quieres una rosa roja, la tendrás que formar con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Ten­drás que cantarme con tu pecho apoyado contra una espina. Toda la noche deberás cantarme, y la es­pina rasgará tu corazón, y la vida de tu sangre correrá por mis venas, y será mía.”
––“La vida es un precio muy ele­vado por una rosa roja” ––dije el ruiseñor–– “y la vida nos es a todos muy querida. Es agradable posarse en los árboles del bosque, contem­plar el sol en su carroza de oro, y la luna en su carroza de nácar. Es dulce el aroma del espino blanco, y dulces son las campánulas azules que se ocultan en los valles, y el brezo que se esparce en las colinas. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y... ¿qué es el corazón de un pájaro, comparado con el cora­zón de un hombre?”
Entonces extendió sus oscuras alas para volar, y se remontó en el aire. Se deslizó sobre el jardín, como una sombra, y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre la hierba en el mismo lugar donde le había dejado; y las lágrimas no desaparecían aún de sus hermosos ojos.
––“Alégrate!” ––gritó el ruise­ñor–– “¡alégrate!, ¡vas a conseguir tu rosa roja! La voy a crear con música, a la luz de la luna, y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que pido de ti, en recompensa, es que seas un enamo­rado perfecto, porque el Amor es más sabio que la Filosofía, aunque ella sea sabia; y más fuerte que la fuerza, aunque ella sea fuerte. Sus alas tienen el color del fuego, y el fuego ilumina su cuerpo. Sus labios son dulces como la miel, y su alien­to es como el incienso.
El estudiante mirando hacia arri­ba escuchó. Pero no pudo entender la confidencia del ruiseñor, pues sólo le era posible comprender las cosas que estaban escritas en los libros.
Pero el encino, dándose cuenta de todo, se sintió triste; porque que­ría mucho al ruiseñor que había he­cho su nido entre sus ramas.
––“Cántame una última canción” ––murmuró––, “me voy a sentir muy solo cuando te vayas”.
Entonces el ruiseñor cantó para el encino, y su canto era flúido como agua cristalina, vertida de un ánfora de plata.
Al terminar su canción, pudo ver que el estudiante se levantaba, sa­cando al mismo tiempo de su bolsi­llo, un cuaderno y un lápiz.
––“El ruiseñor es hermoso” ––se decía mientras caminaba por el bos­que–– “no puede negársele; pero, ¿posee sentimientos? Creo que no. En realidad, es igual a la mayoría de los artistas; todo en él es estilo y forma, sin sinceridad. No se sa­crificaría por otros. No piensa más que en la música, y todo mundo sabe que las artes se caracterizan por su egoísmo. No obstante, hay que reconocer que emite algunas notas preciosas en su canto. ¡Qué lástima que no signifiquen nada, o se conviertan en algo bueno y prác­tico” ––Y entró a su cuarto, y acos­tándose en un catye desvencijado, y pensando en su amada, después de unos momentos, se había dor­mido.
Y cuando la luna brillaba alta en los cielos, el ruiseñor voló hacia el rosal apoyando fuertemente su pecho contra la espina. Cantó du­rante toda la noche con el pecho oprimido sobre la espina; y la luna gélida, como hecha de cristal, se inclinaba hacia la tierra para escu­charle. Cantó toda la noche, y la espina iba clavándose más y más honda en su pecho, y la sangre de su vida se escapaba... Primero can­tó del amor naciente en el corazón de un joven y una doncella. Y en el retoño más alto del rosal apareció; pétalo tras pétalo, al igual que can­ción tras canción, una rosa esplén­dida. Al principio era pálida, como la neblina suspendida sobre el río, imprecisa como los primeros pasos de la mañana, y argentada como las alas de la aurora. Como el reflejo de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa sobre un estanque de agua clara. ¡Así era la rosa que brotó en el retoño más alto del rosal!
Pero el rosal le dijo al ruiseñor que apoyase con más fuerza su pe­cho contra la espina.
––“Oprime más tu pecho contra la espina, ruiseñor” ––decía el rosal­–– “o llegará el día antes de que la rosa esté terminada”.
Entonces el ruiseñor uniendo su pecho con más fuerza a la espina, entonó una melodía cada vez más vibrante; ahora cantaba a la pasión naciente en el seno de un joven y una doncella.
Y un delicado rubor iba cubrien­do los pétalos de la rosa, igual al rubor que sube a la cara del novio cuando besa los labios de su des­posada. Pero la espina aún no ha­bía llegado a su corazón, así que la corola de la rosa permanecía blan­ca, porque solamente la sangre del corazón de un ruiseñor puede en­cender el corazón de una rosa.
Y el rosal decía al ruiseñor:
––“Oprime más, pequeño ruise­ñor; o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.”
Entonces el ruiseñor uniendo con todas sus fuerzas su pequeño pecho contra la espina, hizo que ésta hi­riese su corazón, y el cruel espas­mo del dolor le atravesó.
Terrible, terrible era el dolor mientras el canto crecía alocado, más cantal a sonoro, porque ahora cantaba del amor perfeccionado por la muerte; del amor que no termina en la tumba.
Y la rosa magnífica se tornó roja, como las rosas de Oriente. Rojos eran los pétalos que la circundaban, y rojo como el rubí era su corazón. Pero la voz del ruiseñor iba apa­gándose, y sus alas comenzaron a vibrar, y un velo le cubrió los ojos. Su canto era cada vez más débil, algo estrangulaba su garganta.
Entonces lanzó un último trino musical. La pálida luna al oírlo, ol­vidándose de la aurora, estuvo va­gando por los cielos. La rosa roja al escucharlo se estremecio en éxta­sis, desplegando sus pétalos al aire fresco del amanecer. El eco lo fue llevando hasta la caverna oscura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores. Fue flotando entre los cañaverales del río, y ellos hicieron llegar su mensaje al mar.
––“¡Mira, mira!” ––gritó el ro­sal–– “Ya está terminada la rosa.” Pero el ruiseñor ya no podía con­testar. Estaba muerto sobre la cre­cida hierba, con una espina clavada en el corazón.
Y al mediodía el estudiante, abriendo su ventana, miró afuera. ¡Cómo... qué suerte maravi­llosa!” ––exclamó––. “¡Hay una rosa roja! ¡Nunca había visto rosa como ésta en toda mi vida! ¡Es tan hermosa que seguramente tiene un nombre latino muy largo!” ––E in­clinándose la cortó.
En seguida, poniéndose el sombre­ro, fue corriendo a casa del profe­sor, con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sen­tada en el umbral de su casa deva­nando seda azul en la rueca y su perro descansaba a sus pies.
––“Me dijiste que bailarías con­migo, si te obsequiaba una rosa roja” –– dijo el estudiante––. “Aquí tienes la rosa más roja de todo el mundo. La lucirás está noche junto a tu corazón, y mientras bailamos juntos, ella te dirá lo mucho que te amo.”
Pero la muchacha hizo un gesto desdeñoso.
––“Temo que no va a hacer juego con mi vestido, y además el sobrino del chambelán me ha obsequiado unas joyas finísimas, y todo el mun­do sabe que las joyas valen más que las flores.­
––“En verdad, eres una ingrata” ––dijo furioso el estudiante.
Y tiró la rosa al arroyo, y un pe­sado carromato la deshizo.
––“¿Ingrata...?, debo confesarte que me pareces un mal educado. Después de todo; ¿quién eres tú? Nada más un estudiante. Creo que ni tienes hebillas de plata en tus za­patos, como las tiene el sobrino del chambelán.”
Y levantándose de la silla, entró en la casa.
––“¡Qué cosa más tonta es el amor!” ––dijo el estudiante aleján­dose––. “No tiene la mitad de uti­lidad que tiene la Lógica; porque no demuestra nada, y siempre nos habla de lo irrealizable, y nos hace creer en cosas que no existen. Verda­deramente es un sentimiento im­práctico; y como en estos tiempos el ser práctico lo es todo, volveré a la Filosofía, y estudiaré Metafísica.”
Así pues, regresó a su cuarto, y tomando en sus manos un gran libro polvoriento, comenzó a leer.

FIN DE
«EL RUISEÑOR Y LA ROSA»


miércoles, 30 de mayo de 2012

Pedro Antonio de Alarcòn: jocosidad e inteligencia-

Pedro Antonio de Alarcón y Ariza, novelista español (Guadix, Granada, 10 de marzo de 1833 – Valdemoro, Madrid, 19 de julio de 1891).


Perteneció al movimiento realista. Se trata de uno de los más destacados autores de este movimiento, uno de los artífices del fin de la prosa romántica. Tuvo una intensa vida ideológica, como sus personajes, evolucionó de las ideas liberales y revolucionarias a posiciones más tradicionalistas.

En 1857, escribe El hijo pródigo, drama de gran éxito. Más tarde interviene como soldado y periodista en la guerra de África, recogiendo todo lo que acontecía en la campaña y en su vida allí y que luego mandaba a su editor en una serie de artículos, que se recogieron bajo el título de Diario de un testigo de la guerra de África, en 1859, este libro es especialmente apreciado por su gran y prolija descripción de la vida militar.
Más adelante cultivó la literatura de viajes, contando en diversos artículos sus viajes por Italia (recogidos en De Madrid a Nápoles, 1861) y su Granada natal (La Alpujarra, 1873), en los que el realismo de las descripciones contrasta con la ilusión de una prosa que narra lo cercano y desconocido. Estos artículos rebasan el interés meramente periodístico, constituyendo un ejemplo para toda la literatura de viajes posterior.

Además fue académico de la Real Academia de la Lengua desde 1877. Hacia 1887, convencido de que en el camino del realismo lo había dado todo, se condenó al silencio.

 El Sombrero De Tres Picos

Novela breve, exponente del realismo español, que vuelve al tradicional tema de la honra desde una perspectiva cómica. El sombrero de tres picos es una historia de enredo ambientada en un pueblo de Granada de la época, donde no faltan la picaresca y la sapienza popular de la cual era gran conocedor P.A. Alarcón ya que a parte de ser persona sencilla, era político lo cual le hacía estar en contacto con la gente llana. La historia del corregidor y la molinera ya estaba presente en numerosas canciones y romances, y Alarcón la recrea en su obra más celebrada condimentándola con suspenso y humor.

Transcribo para mis amigos lectores el capìtulo XX  esta jocosa e inteligente novela:

 
XX
La duda y la realidad

Estaba abierta... ¡y él, al marcharse, había oído a su mujer cerrarla con llave, tranca y cerrojo!
Por consiguiente, nadie más que su propia mujer había podido abrirla.
Pero ¿cómo? ¿cuándo? ¿por qué? ¿De resultas de un engaño? ¿A consecuencia de una orden? ¿O bien deliberada y voluntariamente, en virtud de previo acuerdo con el Corregidor?
¿Qué iba a ver? ¿Qué iba a saber? ¿Qué le aguardaba dentro de su casa? ¿Se habría fugado la señá Frasquita? ¿Se la habrían robado? ¿Estaría muerta? ¿O estaría en brazos de su rival?
-El Corregidor contaba con que yo no podría venir en toda la noche... -se dijo lúgubremente el tío Lucas-. El Alcalde del Lugar tendría orden hasta de encadenarme, antes que permitirme volver... ¿Sabía todo esto Frasquita? ¿Estaba en el complot? ¿O ha sido víctima de un engaño, de una violencia, de una infamia?
No empleó más tiempo el sin ventura en hacer todas estas crueles reflexiones que el que tardó en atravesar la plazoletilla del emparrado.
También estaba abierta la puerta de la casa, cuyo primer aposento (como en todas las viviendas rústicas) era la cocina...
Dentro de la cocina no había nadie.
Sin embargo, una enorme fogata ardía en la chimenea...; ¡chimenea que él dejó apagada, y que no se encendía nunca hasta muy entrado el mes de Diciembre!
Por último, de uno de los ganchos de la espetera pendía un candil encendido...
¿Qué significaba todo aquello? ¿Y cómo se compadecía semejante aparato de vigilia y de sociedad con el silencio de muerte que reinaba en la casa?
¿Qué habla sido de su mujer?
Entonces, y sólo entonces, reparó el tío Lucas en unas ropas que había colgadas en los espaldares de dos o tres sillas puestas alrededor de la chimenea...
Fijó la vista en aquellas ropas, y lanzó un rugido tan intenso, que se le quedó atravesado en la garganta, convertido en sollozo mudo y sofocante.
Creyó el infortunado que se ahogaba, y se llevó las manos al cuello, mientras que, lívido, convulso, con los ojos desencajados, contemplaba aquella vestimenta, poseído de tanto horror como el reo en capilla a quien le presentan la hopa.
Porque lo que allí veía era la capa de grana, el sombrero de tres picos, la casaca y la chupa de color de tórtola, el calzón de seda negra, las medias blancas los zapatos con hebilla y hasta el bastón, el espadín y los guantes del execrable Corregidor... ¡Lo que allí veía era la hopa de su ignominia, la mortaja de su honra, el sudario de su ventura!
El terrible trabuco seguía en el mismo rincón en que dos horas antes lo dejó la navarra...
El tío Lucas dio un salto de tigre y se apoderó de él. Sondeó el cañón con la baqueta, y vio que estaba cargado. Miró la piedra, y halló que estaba en su lugar.
Volviose entonces hacia la escalera que conducía a la cámara en que había dormido tantos años con la señá Frasquita, y murmuró sordamente:
-¡Allí están!
Avanzó, pues, un paso en aquella dirección; pero en seguida se detuvo para mirar en torno de sí y ver si alguien lo estaba observando...
-¡Nadie! -dijo mentalmente-. ¡Sólo Dios..., y Ese... ha querido esto!
Confirmada así la sentencia, fue a dar otro paso, cuando su errante mirada distinguió un pliego que había sobre la mesa...
Verlo, y haber caído sobre él, y tenerlo entre sus garras, fue todo cosa de un segundo.
¡Aquel papel era el nombramiento del sobrino de la señá Frasquita, firmado por D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León!
-¡Este ha sido el precio de la venta! -pensó el tío Lucas, metiéndose el papel en la boca para sofocar sus gritos y dar alimento a su rabia-. ¡Siempre recelé que quisiera a su familia más que a mí! ¡Ah! ¡No hemos tenido hijos!... ¡He aquí la causa de todo!
Y el infortunado estuvo a punto de volver a llorar.
Pero luego se enfureció nuevamente, y dijo con un ademán terrible, ya que no con la voz:
-¡Arriba! ¡Arriba!
Y empezó a subir la escalera, andando a gatas con una mano, llevando el trabuco en la otra, y con el papel infame entre los dientes.
En corroboración de sus lógicas sospechas, al llegar a la puerta del dormitorio (que estaba cerrada), vio que salían algunos rayos de luz por las junturas de las tablas y por el ojo de la llave.
-¡Aquí están! -volvió a decir.
Y se paró un instante, como para pasar aquel nuevo trago de amargura.
Luego continuó subiendo... hasta llegar a la puerta misma del dormitorio.
Dentro de él no se oía ningún ruido.
-¡Si no hubiera nadie! -le dijo tímidamente la esperanza.
Pero en aquel mismo instante el infeliz oyó toser dentro del cuarto...
¡Era la tos medio asmática del Corregidor!
¡No cabía duda! ¡No había tabla de salvación en aquel naufragio!
El Molinero sonrió en las tinieblas de un modo horroroso. ¿Cómo no brillan en la obscuridad semejantes relámpagos? ¿Qué es todo el fuego de las tormentas comparado con el que arde a veces en el corazón del hombre?
Sin embargo, el tío Lucas (tal era su alma, como ya dijimos en otro lugar) principió a tranquilizarse, no bien oyó la tos de su enemigo...
La realidad le hacía menos daño que la duda. Según le anunció él mismo aquella tarde a la señá Frasquita, desde el punto y hora en que perdía la única fe que era vida de su alma, empezaba a convertirse en un hombre nuevo.
Semejante al moro de Venecia (con quien ya lo comparamos al describir su carácter), el desengaño mataba en él de un solo golpe todo el amor, transfigurando de paso la índole de su espíritu y haciéndole ver el mundo como una región extraña a que acabara de llegar. La única diferencia consistía en que el tío Lucas era por idiosincrasia menos trágico, menos austero y más egoísta que el insensato sacrificador de Desdémona.
¡Cosa rara, pero propia de tales situaciones! La duda, o sea la esperanza (que para el caso es lo mismo), volvió todavía a mortificarle un momento...
-¡Si me hubiera equivocado! -pensó-. ¡Si la tos hubiese sido de Frasquita!...
En la tribulación de su infortunio, olvidábasele que había visto las ropas del Corregidor cerca de la chimenea; que había encontrado abierta la puerta del molino; que había leído la credencial de su infamia...
Agachóse, pues, y miró por el ojo de la llave, temblando de incertidumbre y de zozobra.
El rayo visual no alcanzaba a descubrir más que un pequeño triángulo de cama, por la parte del cabecero... ¡Pero precisamente en aquel pequeño triángulo se veía un extremo de las almohadas, y sobre las almohadas la cabeza del Corregidor!
Otra risa diabólica contrajo el rostro del Molinero.
Dijérase que volvía a ser feliz...
-¡Soy dueño de la verdad!... ¡Meditemos! -murmuró, irguiéndose tranquilamente.
Y volvió a bajar la escalera con el mismo tiento que empleó para subirla...
-El asunto es delicado... Necesito reflexionar. Tengo tiempo de sobra para todo... -iba pensando mientras bajaba.
Llegado que hubo a la cocina, sentose en medio de ella, y ocultó la frente entre las manos.
Así permaneció mucho tiempo, hasta que lo despertó de su meditación un leve golpe que sintió en un pie...
Era el trabuco que se había deslizado de sus rodillas, y que le hacía aquella especie de seña...
-¡No! ¡Te digo que no! -murmuró el tío Lucas, encarándose con el arma-. ¡No me convienes! Todo el mundo tendría lástima de ellos..., ¡y a mí me ahorcarían! ¡Se trata de un Corregidor..., y matar a un Corregidor es todavía en España cosa indisculpable! Dirían que lo maté por infundados celos, y que luego lo desnudé y lo metí en mi cama... Dirían, además, que maté a mi mujer por simples sospechas... ¡Y me ahorcarían! ¡Vaya si me ahorcarían! ¡Además, yo habría dado muestras de tener muy poca alma, muy poco talento, si al remate de mi vida fuera digno de compasión! ¡Todos se reirían de mí! ¡Dirían que mi desventura era muy natural, siendo yo jorobado y Frasquita tan hermosa! ¡Nada! ¡no! ¡Lo que yo necesito es vengarme, y, después de vengarme, triunfar, despreciar, reír, reírme mucho, reírme de todos..., evitando por tal medio que nadie pueda burlarse nunca de esta jiba que yo he llegado a hacer hasta envidiable, y que tan grotesca sería en una horca!
Así discurrió el tío Lucas, tal vez sin darse cuenta de ello puntualmente, y, en virtud de semejante discurso, colocó el arma en su sitio, y principió a pasearse con los brazos atrás y la cabeza baja, como buscando su venganza en el suelo, en la tierra, en las ruindades de la vida, en alguna bufonada ignominiosa y ridícula para su mujer y para el Corregidor, lejos de buscar aquella misma venganza en la justicia, en el desafío, en el perdón, en el cielo..., como hubiera hecho en su lugar cualquier otro hombre de condición menos rebelde que la suya a toda imposición de la naturaleza, de la sociedad o de sus propios sentimientos.
De repente, paráronse sus ojos en la vestimenta del Corregidor...
Luego se paró él mismo...
Después fue demostrando poco a poco en su semblante una alegría, un gozo, un triunfo indefinibles...; hasta que, por último, se echó a reír de una manera formidable..., esto es, a grandes carcajadas, pero sin hacer ningún ruido (a fin de que no lo oyesen desde arriba), metiéndose los puños por los ijares para no reventar, estremeciéndose todo como un epiléptico, y teniendo que concluir por dejarse caer en una silla hasta que le pasó aquella convulsión de sarcástico regocijo. Era la propia risa de Mefistófeles.
No bien se sosegó, principió a desnudarse con una celeridad febril; colocó toda su ropa en las mismas sillas que ocupaba la del Corregidor; púsose cuantas prendas pertenecían a éste, desde los zapatos de hebilla hasta el sombrero de tres picos; ciñose el espadín; embozose en la capa de grana; cogió el bastón y los guantes, y salió del molino y se encaminó a la Ciudad, balanceándose de la propia manera que solía D. Eugenio de Zúñiga, y diciéndose de vez en cuando esta frase que compendiaba su pensamiento:
-¡También la Corregidora es guapa!



lunes, 28 de mayo de 2012

JAMES JOYCE




James Augustine Aloysius Joyce (en irlandés Séamas Seoighe, 1882 - 1941) es considerado como uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Su fama es debida a obras como Dublineses, Retrato del artista adolescente y, sobre todo, a Ulises.
Novelista y poeta irlandés cuya agudeza psicológica e innovadoras técnicas literarias expresadas en su novela épica Ulises le convierten en uno de los escritores más importantes del siglo XX. Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. Hijo de un funcionario acosado por la pobreza, estudió con los jesuitas, y en la Universidad de Dublin. Educado en la fe católica, rompió con la Iglesia mientras estudiaba en la universidad. En 1904 abandonó Dublín con Nora Barnacle, una camarera con la que acabaría casándose. Vivieron con sus dos hijos en Trieste, París y Zürich con los escasos recursos proporcionados por su trabajo como profesor particular de inglés y con los préstamos de algunos conocidos. En 1907 Joyce sufrió su primer ataque de iritis, grave enfermedad de los ojos que casi le llevó a la ceguera.
Siendo estudiante universitario, Joyce logró su primer éxito literario poco después de cumplir 18 años con un artículo, `El nuevo drama de Ibsen`, publicado en la revista Fortnightly Review de Londres. Su primer libro, Música de Cámara (1907), contiene 36 poemas de amor, muy elaborados, que reflejan la influencia de la poesía lírica isabelina y los poetas líricos ingleses de finales del siglo XIX. En su segunda obra, un libro de 15 cuentos titulado Dublineses (1914), narra episodios críticos de la infancia y la adolescencia, de la familia y la vida pública de Dublín. Estos cuentos fueron encargados para su publicación por una revista de granjeros, The Irish Homestead, pero el director decidió que la obra de Joyce no era adecuada para sus lectores. Su primera novela, Retrato del artista adolescente (1916), muy autobiográfica, recrea su juventud y vida familiar en la historia de su protagonista, Stephen Dedalus. Incapaz de conseguir un editor inglés para la novela, fue su mecenas, Harriet Shaw Weaver, directora de la revista Egoist, quien la publicó por su cuenta, imprimiéndola en Estados Unidos. En esta obra, Joyce utilizó ampliamente el monólogo interior, recurso literario que plasma todos los pensamientos, sentimientos y sensaciones de un personaje con un realismo psicológico escrupuloso. También de esta época data su obra de teatro Exiliados (1918).

Joyce alcanzó fama internacional en 1922 con la publicación de Ulises, una novela cuya idea principal se basa en la Odisea de Homero y que abarca un periodo de 24 horas en las vidas de Leopold Bloom, un judío irlandés, y de Stephen Dedalus, y cuyo clímax se produce al encontrarse ambos personajes. El tema principal de la novela gira en torno a la búsqueda simbólica de un hijo por parte de Bloom y a la conciencia emergente de Dedalus de dedicarse a la escritura. En Ulises, Joyce lleva aún más lejos la técnica del monólogo interior, como medio extraordinario para retratar a los personajes, combinándolo con el empleo del mimetismo oral y la parodia de los estilos literarios como método narrativo global. La revista estadounidense Little Review empezó en 1918 a publicar los capítulos del libro hasta que fue prohibido en 1920. Se publicó en París en 1922. Finnegans Wake (1939), su última y más compleja obra, es un intento de encarnar en la ficción una teoría cíclica de la historia. La novela está escrita en forma de una serie ininterrumpida de sueños que tienen lugar durante una noche en la vida del personaje Humphrey Chimpden Earwicker. Simbolizando a toda la humanidad, Earwicker, su familia y sus conocidos se mezclan, como los personajes oníricos, unos con otros y con diversas figuras históricas y míticas. Con Finnegans Wake, Joyce llevó su experimentación lingüística al límite, escribiendo en un lenguaje que combina el inglés con palabras procedentes de varios idiomas.

Las otras obras publicadas son dos libros de poesía, Poemas, manzanas (1927) y Collected Poems (1936). Stephen, el héroe, publicada en 1944, es una primera versión de Retrato. Además, en 1968, su biógrafo Richard Ellman publicó un original inédito Giacomo, pequeña obra considerada el antecedente del Ulises. Joyce empleaba símbolos para expresar lo que llamó `epifanía`, la revelación de ciertas cualidades interiores. De esta manera, sus primeros escritos describen desde dentro modos individuales y personajes, así como las dificultades de Irlanda y del artista irlandés a comienzos del siglo XX. Las dos últimas obras, Ulises y Finnegans Wake, muestran a sus personajes en toda su complejidad de artistas y amantes desde diversos aspectos de sus relaciones familiares. Al emplear técnicas experimentales para comunicar la naturaleza esencial de las situaciones reales, Joyce combinó las tradiciones literarias del realismo, el naturalismo y el simbolismo plasmándolos en un estilo y una técnica únicos. Después de vivir veinte años en París, cuando los alemanes invadieron Francia al principio de la II Guerra Mundial, Joyce se trasladó a Zürich, donde murió el 13 de enero de 1941.

jueves, 24 de mayo de 2012

LITERATURA CENTROAMERICANA

Con enorme placer transcribo  la charla - conferencia sobre LITERATURA CENTROAMERICANA realizada por la UNIVERSIDAD NACIONAL con la que se contò con la participaciòn de destacados filològos entre ellos la Dra. Margarita Rojas Gonzàlez.
Narraciones e historia en Centroamérica
Una literatura en guerra
Margarita Rojas G.
para CAMPUS
mmrojasg@ice.co.cr

La narrativa centroamericana -novelas, cuentos y relatos- publicada durante los últimos seis años, marca aparentemente un cambio de rumbo: desde 2005 muestra un interés creciente en la historia, con acontecimientos localizados preferentemente en las décadas de 1950 o de 1970.

El mapa literario contemporáneo está dominado por los escritores nacidos entre 1950 y 1964; entre estos la panameña CONSUELO TOMÁS, quien en 2009 ganó el premio nacional Ricardo Miró con su primera novela, Lágrima de dragón, una narración sencilla, cuyos hechos transcurren en una ciudad frente al mar, que tuvo una importante inmigración desde China y una violenta epidemia que diezmó la población. El escenario principal es una ciudad cerrada, clausurada para sus habitantes, que contiene una cárcel para quienes desobedezcan las órdenes de la cuadrilla temible que controla la epidemia.

La mayor parte de los personajes, incluido el protagonista, es huérfano; no hay grupos familiares ni parejas; algunos son criminales y otros adictos, como el apodado Fantasma, que había sido investigador y profesor de historia y filosofía y luego vive en unas ruinas mendingando cigarrillos. El acontecimiento inicial es el encuentro de un niño con la muerte, materializada en un cadáver que se están terminando de comer unos buitres, “íngrimo en la mitad de su deceso” (13). A pesar de la sencillez narrativa, los acontecimientos narrados son trágicos, pertenecen al orden de las calamidades sociales; la conclusión del texto, años después de la epidemia, no mejora la perspectiva: ante una investigación posterior, que trata inútilmente de recuperar el archivo perdido o robado, los protagonistas callan la verdad, algunos mueren o se suicidan y otros, que han armado una vida nueva, prefieren no referirse a la tragedia.

En el género de la literatura policial, en 2005 y 2009, aparecen dos novelas policiales que conjugan dos enfoques históricos: Mariposas negras para un asesino y El laberinto del verdugo, de JORGE MÉNDEZ LIMBRICK. Aunque la acción principal transcurre en el presente, en determinados momentos se retrocede temporalmente. En la primera, se inserta un relato narrado por un herbolario de la época del emperador romano Augusto, lo cual permite enlazar lo sucedido en un plan suprahistórico, que atraviesa las épocas desde la antigüedad hasta el presente: parece sugerirse que, así como existe una subciudad bajo la que todos vemos, a lo largo de los siglos ha habido una cofradía que actúa impunemente, hereda sus leyes y se mueve a través de los continentes.

En El laberinto del verdugo, el tiempo histórico se materializa en el archivo del país que cuida el nonagenario Gran Archivero de la Noche, exdelincuente adicto a la morfina y hábil restaurador de libros viejos. Este construyó un laberinto donde guarda la historia no oficial de Costa Rica, que se llama como la novela. El transcurrir del tiempo se marca por la vinculación de crímenes de jóvenes sucedidos desde inicios del siglo 20. Ante la inoperancia de la investigación policial, un periodista y el mismo archivero encuentran las claves en los viejos periódicos y archivos que resguarda el segundo de ellos.

En 2005 se descubrió en Guatemala el Archivo de la policía, gracias a las explosiones del polvorín del Ejército y material bélico de la guerra interna (1960-1996). El polvorín estaba dentro de un hospital, parte de un complejo de edificios policíacos: alrededor de 80 millones de documentos, incluidos libros de actas de la década de 1890 y que se ocultaron hasta la firma de la paz en 1996.

RODRIGO REY ROSA se ocupó de este Archivo en la obra que tituló Material humano (2009), quien cuenta acerca del llamado Gabinete de identificación, que estaba oculto bajo montículos de tierra. Le permitieron ver solo las fichas de identidad policíacas anteriores a 1970.

Otro relato sobre el mismo hecho es 300 de RAFAEL CUEVAS MOLINA, estructurado en cuatro categorías de capítulos: los de las víctimas, que narran sus secuestros; seis en los que habla gente común que busca una explicación a lo sucedido. En “De la parte de los otros-otros” se agrupan fragmentos de anticomunistas, guatemaltecos exiliados en EE.UU. y gente rica. También participan los burócratas que trabajaban en los archivos y policías; se trata, en fin, de un intento de armar el mapa de todos los posibles participantes en la terrible represión de ese país durante casi toda la mitad del siglo 20.

De la historia de Guatemala entre 1940-1950 y el golpe contra el presidente Jacobo Arbenz por Castillo Armas se ocupa la novela La lluvia (2007) y el cuento “El hombre perro” (El tercer patio, 2007) de ADOLFO MÉNDEZ VIDES. En ambos relatos, la novela y la historia política se entremezcla con la historia familiar; en la novela, por ejemplo, el cambio de gobierno coincide con la muerte del padre del protagonista, Muñoz. Este forma parte de un complot urdido por el arzobispo y un empresario bananero gringo, quienes aprovechan su fama de supuesto sanador. Constreñido por esta falsa cualidad, Muñoz se agrega a la galería de traidores y dobles. La lluvia se contextualiza en la historia mundial y guatemalteca: revela hechos violentos, como uno del dictador Rafael Carrera; asimismo, se cuenta del entierro simbólico del dictador ruso Stalin (1953) realizado en Antigua: el alcalde encabeza la marcha por las calles con un ataúd relleno de libros. Muñoz y Stalin poseen la cara marcada por la viruela padecida de niños, y ambos estudiaron en un seminario.

HORACIO CASTELLANOS MOYA publicó dos excelentes novelas que forman una trilogía con Donde no estén ustedes (2003): Tirana memoria (2008) y La sirvienta y el luchador (2011). Narran los acontecimientos sucedidos a una familia de clase media-alta salvadoreña inmersos en la historia política del país desde 1944 hasta 1980. Tirana memoria se concentra en la organización social surgida por varios abusos del dictador Maximiliano Hernández Martínez, que gobernó entre 1931 y 1944: levantamiento militar, represión, huelga general de la sociedad civil y renuncia del general dictador.

La historia de la familia Aragón se vuelve a recuperar en otro período álgido en La sirvienta y el luchador. Descendientes, militares y combatientes se entremezclan en un violento escenario. El luchador es el Vikingo, uno de los que secuestran al nieto del periodista, el militante comunista Roberto Castellanos y su esposa danesa Ane-tte, llamados en la novela Betico y Brita; la empleada es María Elena, quien lo identifica y lo sigue. El azar domina la cadena de hechos políticos y familiares entremezclados: los miembros de una misma familia se oponen por sus posiciones ideológicas y unos atentan contra otros sin saberlo. Se trata de una guerra que atraviesa todas las estructuras sociales, que no respeta espacios privados ni públicos, en uno de los años más cruentos de la guerra salvadoreña. La familia Aragón sirve de nudo alrededor del cual giran los hechos de las tres novelas y a partir del cual la escritura teje una compleja trama de relaciones secretas y de traiciones. Son cuarenta años novelados para tratar de descubrir en su imbricado tejido una historia, la de una violenta guerra sucia y el final de una familia.

En la mayor parte de los relatos estudiados el tiempo histórico se fragmenta en un mosaico narrativo; además, en casi todos, los personajes y los acontecimientos ficticios se mezclan con los hechos y los documentos históricos, sin ocultar la procedencia –la web, por ejemplo-. La referencia a épocas convulsas de la historia centroamericana delinea un mapa violento, de guerra: es la época de ruptura de las reglas que sostenían el equilibrio con lo cual sus propios gobiernos destruyeron las sociedades que les tocaba proteger.

sábado, 19 de mayo de 2012


HOMENAJE:III- 


 GRINGO VIEJO.
«En 1913, el escritor norteamericano Ambrose Bierce, misántropo, periodista de la cadena Hearst y autor de hermosos cuentos sobre la Guerra de Secesión, se despidió de sus amigos con algunas cartas en las que, desmintiendo su reconocido vigor, se declaraba viejo y cansado». Sin embargo, en todas ellas se reservaba el derecho de escoger su manera de morir. La enfermedad y el accidente -por ejemplo, caerse por una escalera- le parecían indignas de él. En cambio, ser ajusticiado ante un paredón mexicano... Ah -escribió en su última carta-, ser un gringo en México, eso es eutanasia.
«Entró en México en noviembre y no se volvió a saber de él. El resto es ficción.»

GRINGO VIEJO (fragmento).
GRINGO VIEJO – CARLOS FUENTES


Publicado por el 
FONDO DE CULTURA ECONOMICA
Colección Tierra Firme
Primera Edición , 1985
Impreso en México


A William Styron, cuyo padre
Me incluya en sus sueños sobre la
guerra civil norteamericana

Mas, ¿Quien conoce el destino de sus huesos,
O cuantas veces va a ser enterrado?
THOMAS BROWNE

Lo que tu llamas morirse
Es simplemente el ultimo dolor
AMBROSE BIERCE

I

Ella se sienta sola y recuerda.
Vio una y otra vez los espectros de Arroyo y la mujer con cara de luna y el gringo viejo, cruzando frente a su ventana. No eran fantasmas. Sencillamente, habían movilizado sus propios pasados, con la esperanza de que ella haría lo mis-mo reuniéndose con ellos.
Pero a ella le tomó largo tiempo hacerlo.
Primero tuvo que dejar de odiar a Tomás Arroyo por enseñarle lo que pudo ser y luego prohibirle que jamás fuese lo que ella pudo ser:
Él siempre supo que ella regresaría a su casa.
Pero le permitió verse como sería si hubiera permanecido; y esto es lo que ella nunca podría ser.
Este odio tuvo que purgarse dentro de ella, y le tomó muchos años hacerlo. El gringo viejo ya no estaba allí para ayudarla. Tomás Arroyo ya no estaba allí. Tom Brook. Pudo haberle dado un hijo así nombrado. No tenía derecho a pensarlo. La mujer de la cara de luna se lo había llevado con ella a un destino sin nombre. Tomás Arroyo había terminado.
Los únicos momentos que le quedaban eran aquellos cuando ella cruzó la frontera y miró hacia atrás y vio a los dos hombres, el soldado Inocencio y el niño Pedrito, y detrás de ellos, lo piensa ahora, vio al polvo organizarse en una especie de cronología silenciosa que le impedía recordar, ella fue a México y regresó a su tierra sin memoria y México ya no estaba al alcance de la mano. México había desapare-cido para siempre, pero cruzando el puente, del otro lado del río, un polvo memorioso insistía en organizarse sólo para ella y atravesar la frontera y barrer sobre el mezquite y los trigales, los llanos y los montes humeantes, los largos ríos hondos y verdes que el gringo viejo había anhelado, hasta llegar a su apartamento en Washington en la ribera del Potomac, el Atlántico, el centro del mundo. 
El polvo se esparció y le dijo que ahora ella estaba sola.
Y recordaba. 
Sola.



II

-El gringo viejo vino a México a morirse.
El coronel Frutos García ordenó que rodearan el montícu-lo de linternas y se pusieran a escarbar recio. Los soldados de torso desnudo y nucas sudorosas agarraron las palas y las clavaron en el mezquital.
Gringo viejo: así le dijeron al hombre aquel que el coro-nel recordaba ahora mientras el niño Pedro miraba intensamente a los hombres trabajando en la noche del desierto: el niño vio de nuevo una pistola cruzándose en el aire con un peso de plata.
-Por puro accidente nos encontramos aquella mañana en Chihuahua y aunque él no lo dijo, todos entendimos que estaba aquí para que lo matáramos nosotros, los mexicanos. A eso vino. Por eso cruzó la frontera, en aquellas épocas en que muy pocos nos apartábamos del lugar de nuestro naci-miento.
Las paletadas de tierra eran nubes rojas extraviadas de la altura: demasiado cerca del suelo y la luz de las linternas. -Ellos, los gringos, sí -dijo el coronel Frutos García-, se pasaron la vida cruzando fronteras, las suyas y las ajenas -y ahora el viejo la había cruzado hacia el sur porque ya no te-nía fronteras que cruzar en su propio país.
-Cuidadito.
("¿Y la frontera de aquí adentro?", había dicho la gringa tocándose la cabeza. "¿Y la frontera de acá adentro?", había dicho el general Arroyo tocándose el corazón. "Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche -ha-bía dicho el gringo viejo-: la frontera de nuestras diferen-cias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos.")
-El gringo viejo se murió en México. Nomás porque cruzó la frontera. ¿No era ésa razón de sobra? -dijo el coro-nel Frutos García.
-¿Recuerdan cómo se ponía si se cortaba la cara al rasu-rarse? -dijo Inocencio Mansalvo con sus angostos ojos verdes.
-O el miedo que le tenía a los perros rabiosos -añadió el coronel.
-No, no es cierto, era valiente -dijo el niño Pedro.
-Pues para mí que era un santo -se rió la Garduña. 
-No, simplemente quería ser recordado siempre como fue -dijo Harriet Winslow.
-Cuidadito, cuidadito.
-Mucho más tarde, todos nos fuimos enterando a pe-dacitos de su vida y entendimos por qué vino a México el gringo viejo. Tenía razón, supongo. Desde que llegó dio a entender que se sentía fatigado; las cosas ya no marchaban como antes, y nosotros lo respetábamos porque aquí nunca pareció cansado y se mostró tan valiente como el que más. Tienes razón, muchacho. Demasiado valiente para su propio bien.
-Cuidadito.
Las palas pegaron contra la madera y los soldados se detuvieron un instante, limpiándose el sudor de las frentes.
Bromeaba el gringo viejo: "Quiero ir a ver si esos mexi-canos saben disparar derecho. Mi trabajo ha terminado y yo también. Me gusta el juego, me gusta la pelea, quiero verla."
-Claro, tenia ojos de despedida.
-No tenía familia.
-Se había retirado y andaba recorriendo los lugares de su juventud, California donde trabajó de periodista, el sur de los Estados Unidos donde peleó durante la guerra civil, Nueva Orleáns donde le gustaba beber y mujerear y sen-tirse el mero diablo.
-Ah, qué mi coronel tan sabedor.
-Cuidadito con el coronel; parece que ya se le subieron y nomás está oyendo.
-Y ahora México: una memoria de su familia, un lugar adonde su padre había venido, de soldado también, cuando nos invadieron hace más de medio siglo.
"Fue un soldado, luchó contra salvajes desnudos y siguió la bandera de su país hasta la capital de una raza civilizada, muy al sur."
Bromeaba el gringo viejo: "Quiero ver si esos mexicanos saben disparar derecho. Mi trabajo ha terminado y yo tam-bién."
-Esto no lo entendíamos porque lo vimos llegar tan gi-rito al viejo, tan derechito y sin que las manos le temblaran. Si entró a la tropa de mi general Arroyo fue porque tú mismo, Pedrito, le diste la oportunidad y él se la ganó con una Colt .44.
Los hombres se hincaron alrededor de la fosa abierta y arañaron los ángulos de la caja de pino.
-Pero también decía que morir despedazado delante de un paredón mexicano no era una mala manera de despe-dirse del mundo. Sonreía: "Es mejor que morirse de an-ciano, de enfermedades o porque se cayó uno por la escalera."
El coronel se quedó callado un instante: tuvo la clara sen-sación de oír una gota que caía en medio del desierto. Miró al cielo seco. El rumor del océano se apagó.
-Nunca supimos cómo se llamaba de verdad -añadió mi-rando a Inocencio Mansalvo, desnudo y sudoroso, de rodillas ante la caja pesada y tenazmente atada al desierto, como si en tan poco tiempo hubiera echado raíces-; los nombres gringos nos cuestan mucho trabajo, igual que las caras gringas, que todas nos parecen igualitas; hablan en chino los gringos -se carcajeó la Garduña, que por nada de este mundo se perdía un entierro, cuantimenos un desentierro-; sus caras son en chino, deslavadas, todititas igualitas para nosotros.
Inocencio Mansalvo arrancó un tablón medio podrido de la caja y apareció la cara del gringo viejo, devorada por la noche más que por la muerte: devorada, pensó el coronel Frutos García, por la naturaleza. Esto le daba al rostro cur-tido, verdoso, extrañamente sonriente porque el rictus de la boca había dejado al descubierto las encías y los dientes largos, dientes de caballo y de gringo, un aire de burla per-manente.
Todos se quedaron mirando un minuto lo que las luces de la noche dejaban ver, que eran las luces gemelas de los ojos hundidos pero abiertos del cadáver. Al niño lo que más le llamó la atención fue que el gringo apareciera peinado en la muerte, el pelo blanco aplacado como si allá abajo anduviera un diablito peinador encargado de humedecerles el pelo a los muertos para que se vieran bien al encontrarse con la pelona.
-La pelona -exclamó a carcajadas la Garduña.
-Apúrenle, apúrenle -dio la orden Frutos García-, sá-quenlo de prisa que mañana mismo debe estar en Camargo el cabrón viejo este -dijo con la voz medio atorada el coro-nel-, apúrense que ya va camino del polvo y si viniera un viento, se nos va para siempre el gringo viejo.. .

Y la verdad es que casi sucedió así, soplando el viento entre tierras abandonadas, barriales y salinas, tierras de indios insumisos y españoles renegados, cuatreros azarosos y minas dejadas a la oscura inundación del infierno: la verdad es que casi se va el cadáver del gringo viejo a unirse al viento del desierto, como si la frontera que un día cruzó fuera de aire y no de tierra y abarcara todos los tiempos que ellos podían recordar detenidos allí, con un muerto desenterrado entre los brazos; la Garduña quitándole la tierra del cuer-po al gringo viejo, gimiente, apresurada; el niño sin atre-verse a tocar a un muerto: los demás recordando a ciegas los largos tiempos y los vastos espacios de un lado y otro de la herida que al norte se abría como el rió mismo desde los cañones despeñados: islas en los desiertos del norte, viejas tierras de los pueblos, los navajos y los apaches, cazadores y campesinos sometidos a medias a las furias aventureras de España en América: las tierras de Chihuahua y el rió Grande venían misteriosamente a morir aquí, en este páramo donde ellos, un grupo de soldados, mantenían por unos se-gundos la postura de la piedad, azorados ante su propio acto y la compasión hermana del acto, hasta que el coronel dijo de prisa, rompió el instante, de prisa, muchachos, hay que devolver al gringo a su tierra, son órdenes de mi general.
Y luego miró los ojos azules hundidos del muerto y se asustó porque los vio perder por un momento la lejanía que necesitamos darle a la muerte. A esos ojos les dijo porque parecían vivos aún:
-¿Nunca piensan ustedes que toda esta tierra fue nues-tra? Ah, nuestro rencor y nuestra memoria van juntos.
Inocencio Mansalvo miró duro a su coronel Frutos García y se puso el sombrero tejano cubierto de tierra. Se fue hacia su caballo regando tierra desde la cabeza y luego todo se precipitó, acciones, órdenes, movimientos: una sola escena, cada vez más lejana, más apagada, hasta que ya no fue posible ver al grupo del coronel Frutos García y el niño Pedro, la carcajeante Garduña y el rendido Inocencio Mansalvo; los soldados y el cadáver del gringo viejo, envuelto en una fra-zada y amarrado, tieso, a un trineo del desierto: una camilla de ocote y cuerdas de cuero arrastrada por dos caballos ciegos.
-Ah -sonrió el coronel-, ser un gringo en México. Eso es mejor que suicidarse. Eso decía el gringo viejo.





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