miércoles, 16 de mayo de 2012

El escritor mexicano Carlos Fuentes entre la alegría y la tragedia


http://mexico.cnn.com/entretenimiento/2012/05/15/el-escritor-mexicano-carlos-fuentes-entre-la-alegria-y-la-tragedia

El escritor mexicano Carlos Fuentes entre la alegría y la tragedia

Tras la desgracia de perder a dos de sus hijos, el escritor no dejó de escribir y enaltecer el nombre de México en todo el mundo
Martes, 15 de mayo de 2012 a las 21:06
José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Leonora Carrington, durante un evento en honor a esta última (Quién/Archivo).
José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Leonora Carrington, durante un evento en honor a esta última (Quién/Archivo).
Lo más importante
  • Carlos Fuentes dijo durante una entrevista que "a los 15 años pasé el año más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres"
  • El escritor tuvo una vida social activa hacia finales de la década de los 40 y principios de los 50
  • Fuentes decidió convertirse en escritor exactamente a los 21 años cuando vio a Thomas Mann cenando en Suiza
  • El escritor perdió a dos de sus hijos, cuando Carlos tenía 25 y Natasha, a los 30 años de edad

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(CNNMéxico) — Carlos Fuentes, el “dandy de las fiestas”, como era conocido en los años 50 decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos, dos de ellos murieron, pero el escritor mexicano aprendió otras cosas en la estimulante escuela de la vida.
El escritor vivió en Estados Unidos y Chile, entre otros países, de niño tuvo que estudiar en distintos colegios debido a que su padre era diplomático, por lo que nació el 11 de noviembre de 1928 en la ciudad de Panamá.
"A los 15 años pasé el año más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres", le confió el escritor hace algunos años a Maya Jaggi, periodista cultural del diario británico The Guardian, citó el sitioQuién.com.
Entre las amistades más destacadas de su adolescencia están la de Roberto Torreti, con quien compartió la pasión por la lectura y las primeras inquietudes por escribir historias que tecleaban juntos en una máquina Royal portátil.
Sin duda esta relación inspiró en Fuentes el ideal de una amistad afectiva e intelectual que buscaría a lo largo de su vida, destaca el artículo de Quién.com.
"Carlos y yo asistíamos sin inmutarnos, desde un extremo de la cancha, a las carreras de nuestros compañeros que en el extremo opuesto se disputaban el balón. Apoyados en los postes del arco, hablábamos de lo humano y lo divino [...] sobre todo debatíamos el futuro de Europa", escribió para la revista mexicana Nexos el chileno Torreti, quien ahora es un destacado filósofo en su país, recordando esa intensa amistad entre adolescentes que el novelista mexicano ha evocado en algunos libros.
Después de muchos años de vida gitana, la familia Fuentes regresó a residir en México a finales de 1944, gracias a que su padre fue designado para dirigir la Secretaría de Relaciones Exteriores.
"Cuando era muy jovencito, Carlos Fuentes aparecía fotografiado en Social, la revista que se publicó en México desde los años 30. Lo invitaban a todas las embajadas porque era muy bien parecido y muy bien educado. Las hijas de los embajadores lo invitaban e incluso recuerdo que salió con la hija del embajador de China, una chica guapísima. Era un partidazo", explica Guadalupe Loaeza, una escritora que, entre otras cosas, ha documentado sobre aquella intensa vida social de la época alemanista.
A pesar de haber residido la mayor parte de su vida en el extranjero, México no era una tierra extraña para Fuentes porque durante su infancia y adolescencia él y su hermana pasaban los veranos en las casas de sus abuelas.
"Eran mujeres muy distintas. Una era del Golfo de México y la otra del Pacífico. Una era hija de alemanes, la otra descendía de mercaderes de Santander y de indios yaquis", comentó el escritor al diario español El País, recordando a doña Emilia Boettiger de Fuentes, veracruzana, y a doña Emilia Rivas de Macías, sonorense radicada en Mazatlán, Sinaloa.
Hacia finales de la década de los 40 y principios de los 50, él ya tenía una activa vida social. De acuerdo con Guadalupe Loaeza, "vivió intensamente el periodo alemanista, cuando había muchos centros nocturnos y estaba de moda Acapulco. Carlos Fuentes se divertía con toda esa gente en una sociedad muy elitista, muy esnob, en la que había nuevas fortunas. Por ahí andaban los O'Farrill, los Escandón, etcétera".
Según el propio Carlos Fuentes, él decidió convertirse en escritor exactamente a los 21 años cuando vio a Thomas Mann, el legendario Premio Nobel de Literatura alemán, cenando en Suiza.
Su primer libro, Los días enmascarados, lo publicó en 1954, pero no fue sino con La región más transparente, su segunda obra, publicada en 1958, que igualó el éxito que ya tenía en sus relaciones sociales.
Además de eso, Fuentes mantenía la imagen de un dandy, siempre impecable, bien vestido y cosmopolita.
"Claro que se podía decir que era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Todo mundo decía que era muy guapo y muy agradable. Llamaba mucho la atención porque era un hombre bien vestido. Por ejemplo, usaba lino blanco en primavera", dijo la escritora Elena Poniatowska, quien conoció a Fuentes desde 1951.
Hacia principios de los años 60, Fuentes había dejado atrás el ambiente del jet-set que había retratado en La región más transparente y ya era una figura central en la vida cultural, en donde era requerido para conferencias, cocteles, exposiciones y fiestas de artistas e intelectuales.
Cuando María de la Concepción Macedo Guzmán se casó con el escritor mexicano, ella era un rostro identificado por el público del cine mexicano y su nombre artístico era bien conocido como Rita Macedo.
Bella, talentosa y con fama, Rita se divorció de Luis de Llano Palmer, un pionero de la televisión y padre de sus hijos Luis y Julissa, y se casó con Fuentes en 1958.
A la Rita de aquellos años el novelista la describió como "una bellísima actriz de perfil mestizo, morena, de grandes ojos rasgados y pómulos altos".
En 1962, Rita apenas pudo filmar solo una escena de El ángel exterminador, de Buñuel, porque su médico le advirtió que tenía un embarazo de alto riesgo. Tuvo que guardar reposo absoluto y a los pocos meses nació Cecilia. La Fuentecita la llamó Buñuel.
"...al abrazarla por primera vez yo sentí que mi cuerpo y el de ella se expresaban libremente. Padre e hija distintos, pero ambos dueños, gracias a la hermosura de un instante", escribió muchos años después el novelista en su libro En esto creo.
Los años siguientes no fueron sencillos para el matrimonio. Él continuaba escribiendo a un ritmo impresionante y ella buscaba seguir con sus proyectos como actriz y atender a su pequeña y a sus otros hijos, finalmente vino el divorcio en 1969.
Cada quien siguió sus carreras exitosas. Pero la vida de Rita tuvo un final trágico cuando le diagnosticaron cáncer y ella decidió terminar con su vida en 1993, a los 67 años de edad, según informó la prensa de la época. Sin embargo, la familia informó que el fallecimiento se debió a causas naturales.
En un curioso y trágico juego del destino, Macedo no sería la única mujer amada por Fuentes que se quitaría la vida. La actriz estadounidense Jean Seberg, con quien mantuvo un romance fugaz, puso punto final a su vida ingiriendo una sobredosis de barbitúricos después de ocho tentativas de suicidio.
Para Fuentes, el principio de la década de los 70 estuvo marcado por una gran pérdida, la de su padre, en 1971, pero también por un encuentro fundamental con la periodista Silvia Lemus. Y en 1972 la pareja decidió casarse.
"Si todas las mujeres que he querido se resumen en una sola, la única mujer que he querido para siempre las resume a todas las demás. Ellas son estrellas. Silvia es la galaxia misma", escribe Fuentes en el libro En esto creo sobre la mujer que representa el amor de su vida.
Al año siguiente de su unión nació Carlos, en París. Con él se repetiría la historia del escritor, que nació lejos de México y creció en distintas naciones. Lo mismo ocurriría con Natasha, nacida en Washington en 1974, el mismo año en que Fuentes fue nombrado embajador en Francia.
Sin embargo, la tragedia se presentó el 5 de mayo de 1999 cuando el hijo del escritor, Carlos Fuentes Lemus, falleció en un penthouse del hotel Camino Real de Puerto Vallarta por un infarto pulmonar a los 25 años.
"La muerte de Carlos dejó en mí y en su madre la realidad de cuanto es indestructible. Vivía ya en nosotros y no lo sabíamos", reflexionó en uno de sus libros el escritor.
Seis años después, Natasha sería el centro de otra tragedia en la vida del escritor.
24 de agosto de 2005. Hacia la media tarde de ese día llegó una información desconcertante a las redacciones de los diarios que se editan en la ciudad de México: el cuerpo sin vida de "la hija de Carlos Fuentes" había sido encontrado en una vecindad ubicada cerca del Centro Histórico.
A los pocos minutos se reportó que era la hija de un homónimo del escritor, pero otras fuentes desmintieron esta versión.
En menos de una hora la información quedó confirmada, la Presidencia de la República emitió un comunicado en el que el presidente Vicente Fox dio el pésame al escritor y a su esposa.
"Natasha siempre habitará en nuestro recuerdo", decía del documento, y en los días siguientes la mayoría de los medios de comunicación informaron sobre el fallecimiento de Natasha sin dar detalles debido a decisiones editoriales internas.
El único medio de comunicación que abundó sobre las causas de la muerte de Natasha, de 30 años, fue el semanario Proceso que detalló que la hija del escritor fue hallada en una vecindad de la Colonia Morelos, cerca del barrio de Tepito, en el centro de la ciudad de México.
"Con síntomas de congestión visceral generalizada había ingresado al Semefo en la delegación Venustiano Carranza en calidad de indigente", publicó Proceso.
El escritor y su esposa no perdieron la energía ante los duros embates de la vida de los años recientes.
Sin embargo, este martes alrededor de las 12:30 horas locales el escritor falleció a los 83 años en un hospital de la Ciudad de México.
"Mi destino fue encontrar a Silvia (su esposa) y convertir el mío en el suyo", llegó a escribir Fuentes, un hombre que deja un legado enriquecedor en la cultura universal

Carlos Fuentes. "Mi sistema de juventud es trabajar mucho.


''Mi sistema de juventud es trabajar mucho'': Fuentes

     
''Un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente'' Carlos Fuentes.NTX
  • El escritor mexicano habla de sus proyectos para el diario El País
  • El escritor fallecido ayer era un asiduo en los medios de comunicación, lo mismo escribiendo que siendo entrevistado. Aquí sus últimas palabras
GUADALAJARA, JALISCO (16/MAY/2012) - Justo un día antes de la muerte del escritor Carlos Fuentes, quien falleció ayer a los 83 años, se publicó una entrevista en el diario español El País, donde el autor de "Aura" habló de sus proyectos como el motor de su sistema de juventud, el cual consiste en "trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, "El baile del centenario", que empiezo a escribirlo el lunes en México".

En la entrevista señaló: "Miedos literarios no tengo ninguno. Siempre he sabido muy bien lo que quiero hacer y me levanto y lo hago. Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo".

En las preguntas, que Fuentes respondió en Argentina al reportero Francisco Peregil, comentó sobre sus conocidos mayores que él: "Soy muy amigo de Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada".

El autor dijo que "un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente".

En esta entrevista destacó que su último libro presentaría a "Federico en su balcón, Nietzsche aparece resucitado en un balcón a las cinco de la mañana y yo inicio con él una conversación. Y la que voy a empezar, El Baile del Centenario, termina una trilogía de la Edad Romántica, que cubre desde la celebración del centenario de la Independencia en septiembre de 1910, que lo organiza Porfirio Díaz, y la celebración del fin del Centenario en 1920, que la organiza Álvaro Obregón con José Vasconcelos, de manera que cubre diez años de la vida de México. Tengo ya muchos capítulos, notas y personajes. Hay una mujer que me interesa mucho, que no quiere decir nada de su pasado y se va descubriendo poco a poco, hasta que llega al mar y se libera".

En su última columna escrita para el grupo Reforma y publicada el pasado martes, Fuentes reflexionó sobre Francia en el texto titulado Viva el socialismo. Pero... (2). En la colaboración cuestionó: "Nadie ha explicado la continuidad de la historia de Francia mejor que Francois Mitterrand. Nunca fui partidario de Charles De Gaulle, explicó una vez. Pero siempre rehusé ser su enemigo, afirmó. ¿Por qué? porque existía. Porque sus actos lo creaban, convencido de que él era Francia, a la cual, añade Mitterrand, De Gaulle quería con un amor visceral, exclusivo. Es más: De Gaulle afirmaba la presencia francesa en todos los frentes a la vez. Exigía admiración y lealtad. Un viejo chiste propone que De Gaulle, ante su gabinete, decidió un día invadir la Unión Soviética".

Los candidatos a la Presidencia de México también fueron criticados por el ganador del Premio Cervantes 1987. Consideró en los primeros días de este mes que Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Josefina Vázquez Mota, del Partido de Acción Nacional (PAN); y Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), "son mediocres y poco interesantes. No están ofreciendo ninguna novedad, sólo nos dan retórica".

Además, el pasado 14 de mayo Carlos Fuentes fue designado Doctor Honoris Causa de la Universidad de las Islas Baleares, a propuesta del Departamento de Filología Española, Moderna y Clásica. En un comunicado, la casa de estudios dio a conocer el nombramiento y celebró la obra literaria extensa y muy premiada del autor de "La región más transparente".

CRÍTICO DE LOS PRESIDENCIABLES
“Son mediocres y poco interesantes”


“Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Josefina Vázquez Mota, del Partido de Acción Nacional (PAN); y Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), son mediocres y poco interesantes.

No están ofreciendo ninguna novedad, sólo nos dan retórica.

México es un ejemplo de sociedad pujante. Tenemos 50 millones de personas menores de 30 años y ningún candidato está hablando de ellos.

Este señor –Peña Nieto– tiene derecho a no leerme. Lo que no tiene derecho es a ser Presidente de México a partir de la ignorancia, eso es lo grave”, dijo Carlos Fuentes al ser cuestionado por periodistas luego del tropiezo de Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde al ser cuestionado sobre los tres libros que han marcado su vida, el candidato del PRI respondió que “algunas partes de la Biblia” y la novela La silla del águila, obra de Fuentes cuya autoría atribuyó a Enrique Krauze

martes, 15 de mayo de 2012

CARLOS FUENTES HA FALLECIDO: UNA MUERTE QUE NO SOLO ENLUTA A MÉXICO SINO A TODA LATINOAMÉRICA. PAZ A SUS RESTOS.

RECORDANDO AL MAESTRO: CARLOS FUENTES.
Carlos Fuentes (1928-2012)
Fuentes, el cosmopolita que guió la literatura en español hacia la modernidad

EFE
El escritor mexicano Carlos Fuentes, fallecido hoy a los 83 años, fue un intelectual extraordinario que cuestionó durante toda su vida a su país, México, por ser incapaz de construir una democraci...

Alberto Cabezas

México, 15 may (EFE).- El escritor mexicano Carlos Fuentes, fallecido hoy a los 83 años, fue un intelectual extraordinario que cuestionó durante toda su vida a su país, México, por ser incapaz de construir una democracia más auténtica y desde la literatura encaminó a la narrativa en lengua española hacia la modernidad.

Crítico del nacionalismo oficial mexicano, cosmopolita, Fuentes (Ciudad de Panamá, 1928) ejerció una notable crítica contra su país, en particular invocando una y otra vez su incapacidad para convertirse en una sociedad moderna y en desvelar los misterios del alma mexicana.

Su concepción de la lengua era que la misma era "como un río caudaloso a veces, apenas un arroyo otras, pero siempre dueño de un cauce (...), toda una profusa corriente de oralidad que corre entre dos riberas: la memoria y la imaginación".

Amante del idioma en que escribía, llegó a decir que su lucha por conservar el español duró toda su niñez, pues estuvo "a punto de perder su idioma nativo cada 24 horas".

"El idioma quería decir para mí nacionalidad: era un conjunto opresivo de significados sujetos siempre a lucha, a reconquista", apuntó.

Considerado el fundador de la novela modernista en México, el intelectual cursó estudios superiores en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra (Suiza).

Fue desde muy joven cuando su valía literaria comenzó a sobresalir y a contribuir a la universalidad de una generación de escritores extraordinarios que formarían el llamado "boom latinoamericano".

Admirador de autores como los británicos D.H. Lawrence (1885-1930) y Aldous Huxley (1894-1963), Fuentes consideraba pertinente la ficción para responder a las preguntas de cómo éramos y cómo seremos, y conocer el mundo desprovistos de la racionalidad.

"Ni la ciencia, ni la lógica, ni la política nos darán una respuesta. Tampoco nos la dará la novela. Lo que hace la novela es plantear la pregunta de una manera equívoca, de una manera cómica, transgresiva que las otras disciplinas no nos permiten", llegó a decir.

Cayo o Tito Petronio Árbitro (20 dC-66 dC), escritor romano. ¿ANTECEDENTES DE LA LITERATURA GAY?


Afiche de la película EL SATIRICÓN DE PETRONIO del cineasta italiano Federico Fellini. 
http://es.wikipedia.org/wiki/Petronio


Cayo o Tito Petronio Árbitro (20 dC-66 dC), escritor romano.
¿ANTECEDENTES DE LA LITERATURA GAY?
Me he encontrado este pequeño estudio de EL SATIRICÓN DE PETRONIO, -obra de por sí sumamente conocida- sin embargo, la nueva perspectiva del estudio vale la pena leerlo y al menos comentarlo para todos los estudiosos de la Literatura Universal.

J. Méndez-Limbrick.

El historiador romano Tácito se refería a él como arbiter elegantiae (árbitro de la elegancia). Su sentido de la elegancia y el lujo convirtieron a Petronio en organizador de muchos de los espectáculos que tenían lugar en la corte de Nerón. Petronio fue también procónsul de Bitinia, y más tarde cónsul. Su influencia sobre Nerón despertó los celos del político Ofonio Tigelino, otro de los favoritos del emperador, que lanzó contra él falsas acusaciones. Participó en la conjura encabezada por Pisón y Nerón, avisado, le ordenó permanecer en Cumas, y el escritor decidió quitarse la vida. Se dice que antes de morir envió al emperador un escrito en el que enumeraba todos los vicios del tirano.

Petronio es autor de una notable obra de ficción, una novela satírica en prosa y verso titulada el Satiricón (c. 60), de la cual se conservan algunos fragmentos.

***
Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY
Sobre el autor Sobre la obra
Índice de El Satiricón
Capítulo I a V Capítulo VI a X
Capítulo XI a XV Capítulo XVI a XX
Capítulo XXI a
XXV Capítulo XXVI a XXX
Capítulo XXXI a
XXXV Capítulo XXXVI a XL
Capítulo XLI a
XLV
Capítulo XLVI a L
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Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY
Sobre la obra La obra
Algunas referencias sobre Petronio
Petronio es el autor a quien se atribuye la composición de la novela titulada El
Satiricón, que muestra en cambio coincidencia en ser considerada la primera novela
de la historia de la literatura occidental.
Aunque la cuestión sobre la identidad de este personaje sigue abierta, y hay
quienes lo sitúan en fecha tardía (s. III d.C.), se impone la opinión de quienes
consideran que se trata del Petronio (c. 27-66 d.C.) que vivió en época de Nerón y
fue llamado Arbiter elegantiarum, al cual se refiere el historiador Tácito,
describiéndolo como un hombre refinado y original.
Este Petronio fue amigo de Nerón y, acusado como Séneca y Lucano de haber
participado en una conjura para matar al emperador, se suicidó.
Pero en realidad poco o nada se sabe con certeza sobre la fecha de creación de El
Satiricón y sobre su autor.
El mismo nombre del autor presenta variaciones en los pocos y escuetos
testimonios que de él subsisten en citas de fragmentos perdidos de la obra.
Los gramáticos de los primeros siglos son los que más lo citan. Honorato Servio,
Mario Mercátor, Pompeyo, Juan Lido, Boecio, Prisciano, Lactancio Plácido, Mario
Sergio, Isidoro de Sevilla y el Pseudo-Acrón lo llaman simplemente Petronio.
Fulgencio y Terenciano Mauro lo llaman a veces Petronio y otras, Petronio Arbitro.
En cambio Macrobio, Sidonio Apolinario, Mario Victorino, Diomedes, S. Jerónimo le
atribuyen únicamente el nombre de Arbitro.
http://www.islaternura.com/ARINCONES/Literario...LASICOSliterarios/SATIRICON/SATIRICONautor.htm (1 of 4) [01/02/2005 09:15:53 p.m.]
Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY
Es probable que este nombre de Arbitro se deba a una mala interpretación de un
texto de Tácito donde se habla de un cónsul Petronio, «elegantiae arbiter», muerto
por orden de Nerón y que presenta semejanza psicológica con el autor de El
Satiricón.
El texto «
pista.
...en el espacio de pocos días cayeron juntos Áneo Mela, Cerial Amicio, Rufrio
Crispino y Petronio [...] En lo que concierne a Petronio retrocederé un poco en mi
historia.
Él dedicaba el día para dormir, y la noche para los deberes de la sociedad y para los
placeres de la vida. Si algunos alcanzaron fama por el trabajo, él lo hizo por la
molicie. Tenía reputación, no de juerguista ni de derrochador como casi todos los
que devoran su fortuna, sino de técnico en los placeres. Sus palabras y acciones
agradaban y eran tomadas como modelo de sencillez en función de la
espontaneidad y de cierto descuido propio con que eran ejecutadas. Sin embargo
manifestó energía y estuvo a la altura de sus funciones como procónsul en Bitinia y
después como cónsul. Luego, regresando a sus vicios o quizá sólo a su imitación,
fue admitido entre los pocos familiares de Nerón como árbitro del buen gusto: para
el príncipe no había nada agradable y delicado que no estuviese recomendado por
Petronio.
De ahí los celos de Tigelino que vio en él a un rival y a una persona más ducha en
la ciencia de los placeres. Tigelino, pues, excitó la crueldad del príncipe, pasión que
en éste tenía la supremacía sobre las otras, y acusó a Petronio de ser amigo de
Escevino. Se sobornó un esclavo para la delación, y a Petronio se le privó del
derecho de defensa.
La mayor parte de sus esclavos fueron encarcelados. Por entonces se encontraba
en Campania el César. Petronio fue detenido en Cumas, hasta donde lo había
seguido. No soportó la idea de languidecer por más tiempo entre el terror y la
esperanza, pero tampoco se quitó la vida bruscamente. Se abría las venas y se las
cerraba para abrírselas otra vez según su antojo, entreteniéndose con sus amigos,
pero no con temas serios ni con nada calculado para conseguir reputación de
firmeza. Escuchaba más bien versos anodinos y poesías ligeras en vez de
reflexionar sobre la inmortalidad del alma, y de proferir máximas filosóficas.
Dio dinero a algunos esclavos y a otros, látigo. Más aun, a fin de que su muerte, si
bien forzada, pareciese natural, organizó un festín y dejó que lo ganase el sueño. Ni
siquiera redactó codicilos para adular a Nerón, a Tigelino o a algún otro poderoso,
como lo hacían muchos de los que así acababan sus días. Lo que hizo fue trazar,
bajo el nombre de jóvenes impúdicos y de mujerzuelas, la narración completa de
las degeneraciones del príncipe con sus más monstruosos vicios. Después de
enviarle sellado este escrito, quebró su anillo, con la aprensión de que no sirviera
más tarde para poner en graves aprietos a otras personas. Nerón investigaba cómo
http://www.islaternura.com/ARINCONES/Literario...LASICOSliterarios/SATIRICON/SATIRICONautor.htm (2 of 4) [01/02/2005 09:15:53 p.m.]
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habían podido ser divulgados sus vicios nocturnos, y le vino Silia a la memoria. Esta
mujer, esposa de un senador, no le era desconocida. Además él mismo la había
asociado a todos sus placeres, como amiga muy íntima que era de Petronio. El odio
de Nerón provocó su destierro con el pretexto de haber propalado lo visto..."
Plinio el Viejo y Plutarco hablan también de un Tito Petronio, contemporáneo de
Nerón. El primero cuenta que «el antiguo cónsul, Tito Petronio, antes de morir a
consecuencia del odio de Nerón, quebró un vaso múrrino para que no acabase en la
mesa de éste. Le había costado tres cientos mil sestercios». Plutarco, al referirse a
los redomados aduladores de la corte neroniana, dice: «Ellos al juerguista y
derrochador reprochan su sórdida avaricia, como hacía Tito Petronio con Nerón.»
Probablemente, pues, sea el mismo personaje el tratado por Tácito, Plinio y
Plutarco, pero ¿es éste el autor de El Satiricón?
El problema se complica con los testimonios de Macrobio y de Juan Lido. Macrobio
señala a Petronio como autor de comedias del estilo de las de Menandro. Juan Lido,
por su parte, lo clasifica entre los satíricos, junto con Juvenal y Turno.
Sidonio Aplinario lo considera uno de los «maestros del buen hablar latino», y le
dice: ...y tú, Arbitro, adorador del sagrado madero (Estatua fálica de Priapo) en los
jardines de Marsella, digno compañero del helespóntico Priapo...
Falta saber si todos estos testimonios hablan de la misma persona, y si esta
persona es el verdadero autor o un simple recopilador de cuentos milesianos o de
sátiras menípeas, entremezclados dentro del vagabundeo, escasamente
cohesionado, de Encolpio.
Frente a todos estos problemas, el erudito no tiene nada que objetar a la
desenfadada suposición de Jean Dutourd: "El verdadero Petronius Arbiter, autor de
El Satiricón, ha debido de ser un corpulento hombre desaliñado, de vida oscura, no
muy rico, hijo quizá de un liberto, ciudadano subalterno en todo caso, sin aventuras
y sin historia, que murió en su lecho (y no en la tina), por los sesenta y cinco años,
después de haber publicado una veintena de volúmenes cuya pérdida es
irreparable".
http://www.islaternura.com/ARINCONES/Literario...LASICOSliterarios/SATIRICON/SATIRICONautor.htm (3 of 4) [01/02/2005 09:15:53 p.m.]
Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY

Sobre el autor La obra
Algunos apuntes sobre El Satiricón
El Satiricón, calificado como novela por su carácter narrativo y su estructura abierta, y
considerado por los eruditos como la primera novela en el ámbito occidental, se
componía de veinte libros, de los cuales se conservan los libros XV y XVI y
fragmentos del libro XIV.
El argumento de los fragmentos conservados es el siguiente: La acción se inicia en la
ciudad de Campania. Encolpo es un individuo bohemio que va en busca de su
enamorado Ascilto, y lo encuentra en compañía de Gitón, un joven por el que ambos
rivalizarán; luego se les une otro compañero de aventuras, Agamenón, y todos juntos
se dirigen a una cena en casa de un nuevo rico, donde tiene lugar el pasaje más
conocido de la obra, el banquete de Trimalción.
Luego Encolpio se encontrará con el poeta Eumolpo, que le contará una historia y le
recitará un poema sobre Troya. Encolpio, Gitón
y el poeta deciden embarcarse para huir de
Ascilto, pero el barco naufraga cerca de la
ciudad de Crotona; allí Eumolpo se fingirá un
hombre adinerado, pero enfermo y sin
herederos, para aprovecharse de los cazadores
de herencias.
Se trata de una parodia de las novelas
amorosas en las que los amantes quedaban
separados, solo que aquí los amantes son dos
hombres. Su separación se debe a la venganza del dios Príapo, al que Encolpio había
ofendido, lo mismo que en La Odisea homérica Ulises era objeto de la venganza de
Poseidón.
A pesar del argumento lineal, en El Satiricón hay una gran libertad de tonos y una
original fusión de elementos literarios: novela de amor, novela de viajes y
aventuras, cuentos milesios (el muchacho de Pérgamo, la matrona de Éfeso), relato
http://www.islaternura.com/ARINCONES/Literari...rarios/SATIRICON/SATIRICONcomentariosOBRA.htm (1 of 5) [01/02/2005 09:16:51 p.m.]
Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY
costumbrista, cuentos populares (el hombre-lobo, las brujas), crítica literaria y mezcla
de prosa y verso (poema de la destrucción de Troya).
Destaca la abundancia de situaciones y efectos cómicos, factor que caracteriza la
novela latina frente a la griega. También es notable la fuerza satírica, sobre todo en
la descripción de la conducta de los libertos enriquecidos.
Frente a las novelas griegas, ajenas a los acontecimientos políticos y sociales, El
Satiricón arremete contra los defectos de una sociedad opulenta y depravada
que se basa en la hipocresía: la educación de los jóvenes en una retórica hueca y
en las doctrinas de filósofos embaucadores y el contraste entre la miseria del pueblo
llano frente a la frivolidad y el sibaritismo de los ricos.
Petronio logra una perfecta
correspondencia entre la conducta y el
lenguaje de sus personajes y su nivel
social y cultural. En su prosa fluida se
alterna la lengua literaria con la
lengua coloquial, el lenguaje soez con
el técnico, todo ello con una
extraordinaria riqueza de vocabulario,
por lo cual El Satiricón es un
documento histórico y lingüístico de
primer orden.
Originalidad y estilo
El Satiricón es quizá la obra más original de la antigüedad. Es la primera obra
clasificable como novela en el mundo occidental y también la primera existente que
mezcla la poesía y la prosa, género mixto continuado brillantemente por Séneca,
Marciano Capela, Boecio, Dante y el autor de La Pícara ]ustina, por no citar sino unos
cuantos.
El Satiricón, sobre todo, es el mejor testimonio de la vida real y cotidiana del pueblo
romano. La caricatura de El Satiricón no llega a deformar la realidad, sino que la
realza con un cariño particular desconocido en el mundo antiguo.
Sólo las ruinas de Pompeya rivalizan con Petronio en esta materia.
Si parodia hay en El Satiricón, no hay que buscarla en el tratamiento de los
personajes o de la realidad descrita.
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Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY
La parodia petroniana es esencialmente
libresca y se dirige en especial a los lugares
comunes, a los géneros literarios de la
época o a ciertas obras famosas.
Seguramente esta fue la principal intención
de Petronio al elaborar El Satiricón.
En el texto se apreciará que prácticamente
no queda en pie ningún género de
elocuencia, de declamación, de poesía, de
filosofía, de historia.
Petronio se ríe también -y hace reír- de los
autores predilectos de la época: Homero,
Platón, Virgilio, Cicerón, Lucilio y hasta de
sus contemporáneos, como Séneca y
Lucano. Pero la risa petroniana no es la
sarcástica y triste de Juvenal o Persio. No
tiende ni a demoler ni a defender la
actualidad; ella se sitúa a mitad del camino
entre el sarcasmo moralizante de Catón y la
burla destructora de Diógenes.
Se trata, en suma, de sonrisa y alegría benévolas, exentas de juicios de valor, más
que de carcajadas despectivas.
No es raro, pues, que obra tan original no haya sido muy leída en los primeros siglos.
Se puede afirmar que toda la literatura grecorromana ha pretendido o alejarse de la
realidad cotidiana (poesía, filosofía) o contemplarla desde una altura moralizante y
desapegada (historia, oratoria). Frente a esta manera de pensar se levantó Petronio
(cap. 132) para exclamar: «Nihil est hominum inepta persuasione falsius nec ficta
severitate ineptius» «
ni hay nada más estúpido que la severidad hipócrita.»).
http://www.islaternura.com/ARINCONES/Literari...rarios/SATIRICON/SATIRICONcomentariosOBRA.htm (3 of 5) [01/02/2005 09:16:51 p.m.]
Textos Clasicos SATIRICON de Petronio ADOLESCENTE GAY
Otro mérito de Petronio es el
realismo psicológico del modo
de hablar de sus personajes,
sólo superado por Proust. No
se puede hablar actualmente
del latín vulgar y coloquial sin
recurrir a Petronio, cuya
riqueza léxica rivaliza con los
graffiti de Pompeya.
Marcelino Menéndez y Pelayo
en "La novela entre los
latinos" (1875) pensaba que
«es hasta un crimen traducir
El Satiricón a las lenguas
vulgares» y consideraba
«como timbre de gloria el que
nunca lo haya sido a la
nuestra». A pesar de ello, no
se equivocó en la valoración
literaria del libro: El estilo es
vivo, rápido, pintoresco y lleno
de gracia y encanto; el
lenguaje, con rarísimas
excepciones, purísimo y digno de la Edad de Oro. En la prosa apenas se encuentra
resabio de decadencia; los versos, por la afectación y oscuridad, indican a veces ser
hijos de su tiempo [...]. El Satiricón es una joya literaria, ejemplar de un género que
apenas tiene modelos en la antigüedad: es el cuadro más completo que de una época
nos queda; y encierra, considerado en absoluto, bellezas eternamente dignas de
admiración y estudio [...] El cuento milesio de la Matrona de Éfeso es un dechado de
fina ironía; el banquete de Trimalchion, un gran cuadro de género que puede aislarse
del resto de la obra y que sorprende por la valentía y crudeza de las tintas; el episodio
de los amores de Polyeno y Circe, un trozo de literatura galante y algo amanerada en
que se advierte una cortesía erótica poco familiar a los antiguos.
La fecha de composición de El Satiricón es muy discutida, más la opinión
contemporánea la fija mayoritariamente en la época neroniana. A lo largo de la novela
aparecen referencias a los precios de varias mercaderías, así como de otros valores -
reales o imaginarios- que, si son comparados con los de Pompeya, por ejemplo,
permiten ubicar indiscutiblemente a la novela en el primer siglo de nuestra era.

Segunda
RESEÑA:
http://santino.blogia.com/2006/052002-la-critica-orgiastica-o-em-el-satiricon-em-de-petronio..php

Nada seguro se sabe sobre la vida de Petronio, aunque se suele identificar con un autor contemporáneo a Nerón que menciona Tácito. El Petronio del que habla Tácito era un vividor elegante, delicado y despreocupado, que pertenecía al círculo de amigos más cercano a Nerón, aspecto no de poca importancia, como más adelante quedará resaltado. Pero no se llega a un acuerdo sobre si éste es el autor del Satiricón, obra de la que, por otra parte, únicamente se han conservado algunos fragmentos, algunos de ellos aislados, y otros con una cierta unidad temática.

A pesar de conservarse únicamente fragmentos, se considera, junto a El asno de oro de Apuleyo, como obra iniciadora de la novela latina. La obra se divide en tres partes claramente diferenciadas, que probablemente pudieron corresponderse con tres de los libros de la obra originaria. Estas partes son las siguientes:

1. Ascilto desde el fragmento I al fragmento XXVI

2. La cena de Trimalción desde el fragmento XXVII al fragmento LXXVIII

3. Eumolpo desde el fragmento LXXIX al fragmento CXLI

Estas tres partes mantienen una cierta independencia, aunque tienen un elemento de unión común que es la presencia del protagonista Encolpio y de su amante Gitón, a pesar de que en la segunda parte su presencia es muy tenue y sólo puntual: la presencia de Encolpio en la cena de Trimalción sólo sirve para constatar los hechos que ocurren, como un mero testigo que sirve de narrador, pero el verdadero protagonista de esta parte es, sin lugar a dudas, Trimalción. En la primera y en la tercera parte Encolpio sí toma un verdadero protagonismo, creándose entre ambas partes una serie de situaciones paralelas que estructuran la obra y que tienen la cena de Trimalción como eje.

Ambas partes, la primera y la tercera, se organizan en torno a un conflicto amoroso: en la primera parte sería el trío Encolpio-Gitón-Ascilto y en la tercera parte Encolpio-Gitón-Eumolpo. Las situaciones son paralelas, ya que en ambos casos el conflicto se produce debido a los celos que Encolpio siente hacia su amante Gitón, que le llevan a enfrentrarse a sus amigos Ascilto y a Eumolpo en cada caso. El conflicto con Ascilto no llega a resolverse del todo en la primera parte y se extiende hasta la tercera. No consigue resolverse sino con la enemistad de Encolpio y Ascilto, mientras que en la tercera parte el trío Encolpio-Gitón-Eumolpo consigue convivir en paz.

Pero la parte considerada como más importante unánimemente por la crítica es la cena de Trimalción. Petronio describe en este episodio la fastuosa cena que lleva a cabo Trimalción, un nuevo rico, en un ambiente festivo, decadente e incluso inmoral, que lleva a abrumar al lector por su frivolidad. Sorprende por ejemplo le exclamación que hace mientras juega con un esqueleto de plata:

«¡Ay! ¡Pobres de nosotros! ¡Qué poquita cosa es el hombre! ¡He aquí en qué pararemos todos nosotros cuando el Orco se nos lleve! ¡A vivir pues, mientras tengamos salud!»

Teniendo en cuenta el contexto en el que se sitúa este comentario, Trimalción hace una invitación a disfrutar de la vida hasta sus últimas consecuencias, sin deternerse a juzgar comportamientos inmorales o poco lícitos. Frente a la muerte, el único consuelo es disfrutar de la vida al máximo. Y en esto consiste la cena: es una forma de esconder el temor a morir, debajo de una cinismo descarado que lleva a Trimalción a simular su propio funeral, en el colmo de la frivolización.

Esta cena hay que situarla dentro del contexto de la obra, de sus intenciones satíricas y críticas con respecto a la sociedad de Petronio, y del círculo formado en torno de Nerón. Interpretando la cena en esta clave se puede llegar a la conclusión de que Trimalción es el propio Nerón, lo cual se corresponde perfectamente con la información que nos proporciona Tácito, ya que menciona un libro satírico que habría escrito Petronio censurando al emperador Nerón. La crítica al cinismo y a la inmoralidad de Nerón se hace entonces patente.

Esta crítica se extiende a diversos aspectos de la sociedad del momento, desde la crítica a la oratoria vacía con que se abre la obra hasta la crítica final de la ambición del momento, expresada con un gran sentido del humor mediante los cazadores de herencias.

El humor una constante a lo largo de toda la obra, ya sea en estos cazadores de herencias, o en la batalla campal que se organiza en el barco cuando Encolpio y Gitón son reconocidos por Licas y Trifaina, sus anteriores amos, de los cuales habían huido. También se manifiesta en las pesadas disertaciones poéticas que lleva a cabo Eumolpo, y en el menosprecio general que la sociedad siente por la poesía, que llega al extremo de arrojar piedras contra el poeta Eumolpo, o también se muestra cuando el servidor `Trincha` corta los pollos, en la descripción del ambicioso personaje de Fortunata, esposa de Trimalción.

La obra de Petronio se caracteriza por su realismo. Deja a un lado todo tipo de idealismos y retrata con toda crudeza la sociedad aristocrática a la que el propio Petronio pertenecía y en la cual participaba. Por eso en su obra no hay lugar para conceptos abstractos como el amor, sino que únicamente aparece el sexo, en su sentido más puramente animal. Así hay que considerar la relación entre Encolpio y Gitón, y los celos del primero cuando algún otro personaje intenta acercarse a Gitón. Hay que tener en cuenta además que Gitón es un muchacho, por lo que la pederastia está muy presente en la obra, siempre como reflejo de lo que estaba ocurriendo en la sociedad del momento. El hecho de que haya sexo entre ambos personajes los separa tajantemente del idealismo amoroso que podía sentir por ejemplo Catulo hacia el pequeño Juvencio.

El estilo de Petronio además se adapta perfectamente a las situaciones que toca en cada momento. No es homogéneo a lo largo de toda la obra, y el supuesto `latín vulgar` del que a veces hace gala siempre es en boca de sus personajes. Se puede decir que Petronio es el primer autor que consigue una correspondencia entre estilos y situaciones dentro de la obra: a pesar de que su forma de narrar es elegante, cuando los personajes hablan el estilo se vuelve más `vulgar`, adecuando la forma de hablar a los personajes. Esto forma parte del realismo que Petronio consigue alcanzar dentro de su obra.

Es cierto que la influencia de Petronio sobre la literatura española es escasa, sobre todo si se compara con la influencia que ha supuesto Apuleyo, enormemente superior. Pero no habría que llegar a los extremos de Menéndez Pelayo de considerar la influencia de la obra prácticamente nula. No hay sino que pensar que la obra es un referente más, dentro de los muchos que tiene, para un escritor tan importante como Cervantes. Pero tal vez debido al mal estado en que se ha conservado, de forma tan fragmentaria, no se ha podido difundir hasta que una labor crítica no ha dado la forma adecuada al texto.

lunes, 14 de mayo de 2012

BALZAC HONORÉ DE (1799-1850)




BALZAC HONORÉ DE (1799-1850), escritor francés de novelas clásicas que figura entre las grandes figuras de la literatura universal, y cuyo nombre original era Honoré Balssa.
Balzac nació en Tours, el 20 de mayo de 1799. Hijo de un campesino convertido en funcionario público, tuvo una infancia infeliz. Obligado por su padre, estudió leyes en París de 1818 a 1821. Sin embargo, decidió dedicarse a la escritura, pese a la oposición paterna. Entre 1822 y 1829 vivió en la más absoluta pobreza, escribiendo teatro trágico y novelas melodramáticas que apenas tuvieron éxito. En 1825 probó fortuna como editor e impresor, pero se vio obligado a abandonar el negocio en 1828 al borde de la bancarrota y endeudado para el resto de su vida.
En 1829 escribió la novela Los chuanes, la primera que lleva su nombre, basada en la vida de los campesinos bretones y su papel en la insurrección monárquica de 1799, durante la Revolución Francesa. Aunque en ella se aprecian algunas de las imperfecciones de sus primeros escritos, es su primera novela importante y marca el comienzo de su imparable evolución como escritor. Trabajador infatigable, Balzac produciría cerca de 95 novelas y numerosos relatos cortos, obras de teatro y artículos periodísticos en los veinte años siguientes.

En 1832 comenzó su correspondencia con una condesa polaca, Eveline Hanska, quien prometió casarse con Balzac tras la muerte de su marido. Éste murió en 1841, pero Eveline y Balzac no se casaron hasta marzo de 1850. Balzac murió el 18 de agosto de ese mismo año.
En 1834 concibió la idea de fundir todas sus novelas en una obra única, La comedia humana. Su intención era ofrecer un gran fresco de la sociedad francesa en todos sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. En una famosa introducción, escrita en 1842, explicaba la filosofía de la obra, en la cual se reflejaban algunos de los puntos de vista de los escritores naturalistas Jean Baptiste de Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire.
Balzac afirmaba que, así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba `especies humanas`. La obra incluiría 137 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra escrita, se subdivide a su vez en seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y campesinas.
Las novelas incluyen unos dos mil personajes, los más importantes aparecen a lo largo de toda la obra. Logró completar aproximadamente dos tercios de este enorme proyecto. Entre las novelas más conocidas de la serie figuran Papá Goriot o El tío Goriot (1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus ingratas hijas, Eugenia Grandet (1833), donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero que destruye la felicidad de su hija, La prima Bette (1847), un relato sobre la cruel venganza de una vieja celosa y pobre, La búsqueda del absoluto (1834), un apasionante estudio de la monomanía, y Las ilusiones perdidas (1837-1843), un relato sobre las ambiciones de un criminal, Vautrin, dotado de una inteligencia única.
El objetivo de Balzac era ofrecer una descripción absolutamente realista de la sociedad francesa, algo fascinante para el autor. Sin embargo, su grandeza reside en la capacidad para trascender la mera representación y dotar a sus novelas de una especie de suprarrealismo. La descripción del entorno es en sus obras casi tan importante como el desarrollo de los personajes. Él afirmó en cierta ocasión que `los acontecimientos de la vida pública y privada están íntimamente relacionados con la arquitectura`, y en consecuencia, describe las casas y las habitaciones en las que se mueven sus personajes de tal modo que revelen sus pasiones y deseos.
Aunque los personajes de Balzac son perfectamente creíbles y reales, casi todos ellos están poseídos por su propia monomanía. Todos parecen más activos, vivos y desarrollados que sus modelos vivos, por lo que esta superación de la vida es un rasgo característico de sus personajes. Además convierte en sublime la mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más sombrías de la sociedad. Confiere al usurero, la cortesana y el dandi la grandeza de héroes épicos.
Otro aspecto del extremado realismo de Balzac es su atención a las prosaicas exigencias de la vida cotidiana. Lejos de llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente atrapados en un mundo materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En la mayoría de los casos este tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia. Así, por ejemplo, la avaricia es uno de sus temas predilectos. En sus diálogos demuestra un extraordinario dominio del lenguaje, adaptándolo con sorprendente habilidad para retratar una amplia variedad de personajes. Su prosa, aunque excesivamente prolija en ocasiones, posee una riqueza y un dinamismo que la hace irresistible y absorbente.
Entre sus numerosas obras destacan, además de las ya citadas, las novelas La piel de zapa (1831), El lirio del valle (1835-1836), César Birotteau (1837), Esplendor y miseria de las cortesanas (1837-1843) y El cura de Tours (1839), los Cuentos extravagantes (1832-1837), la obra de teatro Vautrin (1839), y sus célebres Cartas a la extranjera, que recogen la larga correspondencia que mantuvo desde 1832 con Eveline Hanska.
***
LAS ILUSIONES PERDIDAS.
Hoy en día, este libro encabezaría las listas de los más vendidos. Pero a diferencia de los best sellers de nuestro tiempo, que tanto deben al márketing y la publicidad, la obra de Balzac (1799-1850) no ha perdido filo a lo largo de casi dos siglos. Parte fundamental de La comedia humana, título que agrupa cerca de cien narraciones, Las ilusiones perdidas se ha comparado con Las mil y una noches, aunque en clave occidental. Pero más allá de la forma, esta novela recrea, como un espejo roto, el período de la Restauración borbónica en Francia, reducida a la historia de un poeta de provincias con fantasías de heredero. Aunque el verdadero hilo conductor es la determinación política y social que preside los destinos individuales y colectivos, y sobre todo la curiosa influencia que el dinero ejerce sobre los seres humanos. Una obra si se quiere trágica, aunque fiel al imperativo ‘naturalista’ del autor, genio del realismo y la sátira que decía estudiar a hombres y mujeres de distintas clases como quien estudia especies zoológicas.
***
SEGUNDO COMENTARIO DE LAS ILUSIONES PERDIDAS.
 PRÓLOGO

 Ilusiones perdidas (lllusions perdues) fue primitivamente una idea destinada a un relato de pecas páginas, pero el proyecto va a crecer hasta convertirse en una de las obras más extensas de Balzac. La primera parte, Los dos poetas, se publicó en 1837, la segunda, Un gran hombre de provincias en París, dos años después, y la tercera, Los sufrimientos del inventor, apareció en forma de folletín en 1843. Pero no acaban ahí las aventuras del protagonista, y el desenlace del libro es de los de «continuará en el próximo número», dejándonos en el umbral de una nueva novela, Esplendores y miserias de las cortesanas, donde concluye esta historia de ambiciones y desengaños.
 El desarrollo novelesco de la aspiración a ser alguien y hacer algo parece tocar puntos muy sensibles de la personalidad balzaquiana, y en lo que podía ser un cuadro de costumbres con amarga moraleja, advertimos impulsos contradictorios que casi hacen de los matices reservas mentales. Lo que se dice se anula a veces por la manera como se callan otras cosas, y la voz del escritor más sus silencios significativos produce una sensación de involuntaria ambigüedad. Orden y Aventura, Virtud y Vicio se encarnan en lugares y personas con una rigidez desmentida sin cesar por muchas situaciones que se expresan equívocamente.
 Los lugares son Angulema y París, la provincia y la capital, que al principio se excluyen entre sí como la oscuridad y la luz para acabar hermanándose en el crepúsculo de las ilusiones. En Angulema transcurren la primera y la tercera parte, en París la segunda, y tras ese itinerario de ida y vuelta —de la ilusión al fracaso—, la historia parece recomenzar cuando llega a su fin, y hay un nuevo retorno que significa el desquite, la venganza, y quizá no sólo del personaje, sino también del autor respecto a su propio libro: Angulema es una ciudad prisionera de su pasado en la que durante la Restauración la vida parece aletargada. Un cuarto de siglo antes el Terror revolucionario transtornó las existencias más vegetativas de ese rincón de mundo, e hizo posible que el señor Séchard empezara a enriquecerse, que se diera el desigual matrimonio de los padres de Lucien y que Anais adquiriese unos conocimientos insólitos en una señorita provinciana. Ahora el intento de restablecer el Antiguo Régimen acentúa la tensión entre los dos núcleos de la ciudad —la zona señorial y antigua, y el barrio del Houmais, rico e industrioso—, marcando una línea divisoria que también separará a los dos jóvenes.
 Los llamados dos poetas personifican estos dilemas convertidos en alegorías. David es el hombre del arraigo, una fuerza centrípeta que tiende a reunir en torno a él el máximo de humanidad (levanta un piso en su vivienda para que se instalen allí su esposa, su suegra y su cuñado), y Lucien es el hombre de la dispersión, la vocación de la huida. El primero está en una situación peor que la del desamparo, porque es víctima de un padre abusivo, y se acoraza con una familia artificial; el segundo, aunque huérfano de padre, sólo tiene a su alrededor a personas que le miman (madre, hermana, amigo, protectora) y necesita ir en busca de una arriesgada libertad. Los dos quieren lo que no tienen, y reaccionan según sus carencias.
 David Séchard es provinciano por su aspecto, por su talante, por sus orígenes y aficiones; Balzac le llama emblemáticamente «el Buey», sin que ello deba interpretarse como un mote desdeñoso, como se advierte por el hecho de que le atribuya sus propios rasgos físicos. Es fuerte, tenaz, modesto, laborioso, fiel, desinteresado, un cúmulo de virtudes que se asocian con la constancia y la solidez. Todo un hombre, diríase, sobre todo comparándole con su amigo Lucien, en cuyas características feminoides se insiste tanto.
 Lucien será un aguilucho empeñado en volar a gran altura, que sólo piensa en los grandes horizontes de París; tiene sueños desmesurados de gloria, y es nervioso, inestable, inconstante, vanidoso, egoísta. Si su amigo es robusto, chato, de aspecto plebeyo, Lucien es guapo, esbelto, elegante. Uno es impresor, es decir, reproduce mecánicamente lo que escriben los demás, el otro es el creador por antonomasia, el poeta, constituyendo así las dos vertientes de oficio y arte de la misma actividad. David es práctico y realista, lo suyo son las ciencias y las técnicas, Lucien un soñador candidato a la poesía sublime.
 Pero aun siendo tan diferentes, los dos tienen en común, desde el punto de vista social y de los estímulos ambientales, el ser como hijos de la nada, hijos de una tierra poco agradecida, como denuncian sus nombres. Esos nombres que en Balzac son muchas veces significativos (como nos comenta el propio autor, Séchard es un nombre apropiado para un borrachín, que parece tener una red inextinguible), aquí dicen sequedad: Séchard tiene la raíz de seco, y Chardon significa cardo, la planta espinosa de las tierras áridas.
 David se conforma con su apellido, lo hace suyo y, más aún, lo multiplica, lo extiende por su matrimonio a su mujer y luego a sus hijos. Lucien se despoja de su apellido y adopta el materno, Rubempré, que dice prado, verdor, más «ruban», cinta, adorno. Apellido fresco, sonoro y ornamental (que no es invención, ya que Balzac sabía de la bella y voluble Alberthe de Rubempré, prima y amante de Delacroix, la stendhaliana «Madame Azur»), al que precede la mágica partícula, la preposición que denota alto linaje.
 La metamorfosis en cierto sentido es legítima, ya que siendo el de su madre este nombre también es suyo, pero estaba como postergado por la primacía del otro. Lucien reniega de lo inmediato y manifiesto que se juzga consustancial; no será hijo de un boticario, no se llamará Chardon, no habitará la triste Angulema, componiéndose así una nueva personalidad a su gusto. Pero ¿se va de Angulema como un conquistador o como un fugitivo? ¿Deja de ser quien era para aspirar a empresas más altas o para huir de sí mismo? En esta postura ambivalente está el secreto de Los dos poe—. tas. Balzac no le condena, al contrario, le justifica, él también ha sido y es Lucien, pero mientras, le prepara derrota tras derrota.
 Entretanto, presta su físico a David, a quien encadena al apellido plebeyo, al trabajo ingrato y a las penalidades de una vida oscura. También a la dicha junto a la Mujer, su amada Eve, otro nombre que Balzac subraya intencionadamente. Es la opción fecunda y necesaria, honrosísima, la heroicidad de lo gris y de lo cotidiano, pero su corazón está con el rebelde. Entre los dos ejemplos, vemos a Balzac como desgarrado, evadiéndose a otra dimensión, la del narrador que lo abarca todo y que lo comprende todo para podérnoslo contar (y para no tener que elegir).
 A imagen de ambos amigos, Angulema queda también dividida en dos zonas que se distinguen entre sí por su arraigo y la fijeza onomástica. La mayoría está apegada a los nombres heredados y a su identidad local (en el padre de David hay incluso una regresión campesina, una vuelta a los orígenes, ya que abandona la pequeña ciudad por el campo); los inquietos, descontentos y ambiciosos, que son el puente entre Angulema y París, presentan alteraciones en sus nombres: Sixte du Châtelet se apropia indebidamente la partícula, y Madame de Bargeton, la más desarraigada, se llama también Anais y Nais para los íntimos, pide a Lucien que la llame Louise, concediéndole la exclusividad del nombre, y firma sus cartas con su apellido de soltera, De Negrepelisse (más adelante recibirá un apodo burlesco, y al final cambia otra vez de nombre al convertirse en condesa).
 Los dos protagonistas representan su papel con un punto de almidonamiento, muy pendientes de su arquetipo, y el mismo reproche podría hacerse a la hermana de Lucien: tiene el candor, la abnegación, la dulzura y la modesta belleza que caracterizan a todo el repertorio de ángeles de Balzac. A veces los comparsas nos parecen más personajes por no deber su existencia-a ninguna idea preconcebida, y muchos de ellos están observados de un modo estupendo; el novelista se divierte horrores pintando a los esperpentos del salón provinciano de Madame de Bargeton, y su propio marido, todo él bondadosa oquedad, inimaginablemente obtuso, es una rara silueta que hace nuestras delicias.
 Un gran hombre de provincias en París (entiéndase que el título es irónico) es la más larga de las tres partes de la novela, pero es la que da más impresión de rapidez, porque sus cambios son incesantes. El tema del trabajo útil y oscuro tiene un ritmo lento y sosegado, el tiempo de la ambición y los placeres transcurre veloz. En pocas horas hay inmensas transformaciones: por la tarde Lucien es un desconocido objeto del desdén general, y aquella misma noche ya es un ídolo de la prensa, tiene una amante y es agasajado por las celebridades parisienses. En la primera redacción las cosas líen iban más aprisa, pero luego Balzac hizo retoques («una semana» se convirtió en «dos meses», «quince días» en «varios meses»,.etc.), como asustado por la celeridad que había llegado a imprimir a la historia.
 En medio de ese tumulto el protagonista es frágil e indeciso, y se le define una y otra vez como un ser débil, sugestionable, que está entre el niño y la mujer. Es un adonis de «belleza sobrehumana», muy seductor, aunque la expresión más justa sería la de muy seducido: cuando se va de Angulema con su amada, más que raptarla es raptado por ella, y en el teatro es la actriz la que se transtorna ante su guapura, y hay que suplicar al joven que acceda a corresponder a una pasión tan fulminante. En toda la obra el papel de Lucien será no afeminado, pero sí femenino, casi andrógino.
 Y muy infantil, como también se nos repite sin cesar, inspirando sentimientos du protección en sus amigos, a quienes trata como a hermanos mayores, y enamorándose de mujeres de más edad, que podrían ser su madre; mujeres que le guian, le aconsejan, le miman, casi le acunan, y que por fin le traicionan, porque el despecho, los celos y la perfidia parecen formar parte ineludible de la actitud de esas damas —madres, hadas madrinas, amantes o musas—, que no siempre saben a qué carta quedarse. Pero es que hasta en la joven Coralie despierta un «amor maternal», y cuando está borracho en sus brazos sólo dice en sus balbuceos: «Gracias, mamá.»
 En un rapidísimo proceso de pocos días hay un derrumbe de ilusiones. A la luz de París su amada no es lo que parecía antes, y tampoco Lucien es el mismo a los ojos de ella, ambos se decepcionan recíprocamente. Nuevo desengaño, pues, ni en Angulema ni en la capital las cosas son como él imaginaba; cree todavía en el valor de lo que lleva dentro, talento, amor, inspiración, pero los valores más externos y superficiales son los que imponen la ley, y es vencido por la moda, el lujo y la opinión publica.
 Abandonado a sus propios recursos, se retira a una pensión barata del Barrio Latino, preparándose para triunfar sólo por su esfuerzo. Esta experiencia que Balzac hizo en su primera juventud, y en la que fracasó, la va reiterando con sus personajes, hasta conducirles también a la derrota y al desaliento. En literatura, porque Lucien se consagra a un libro de sonetos y a una novela histórica, el éxito tiene nombres absurdos, como Delavigne y el vizconde de Arlincourt, que ya eran best-sellers tan absurdos como trasnochados cuando Balzac escribía, y comprueba que la edición es un comercio para el cual un libro es una mercancía nada más.
 Para confortarle en tan difícil momento intervienen los ángeles buenos de la intelectualidad, «espíritus angélicos» e «inteligencias casi divinas», los miembros del sublime Cenáculo, entregados a «dulces coloquios» sobre elevadísimas cuestiones. Su consigna es «sufrir valerosamente y confiar en el trabajo», lo cual por el momento les relega a míseras buhardillas, mientras se preparan un porvenir de gloria. Estas futuras eminencias de corazón recto y generoso —el escritor Arthez, el médico Bianchon, el político Chrestien, etcétera— son un gran esfuerzo balzaquiano por dar una pauta de ejemplaridad en medio de las negruras de su narración.
 Pero este equipo intelectual, mitad arcangélico mitad sansimoniano (que debe muchos de sus elementos a la confusa admiración del escritor por el sansimonismo y sus utopías), nos parece irreal, y, para hablar con franqueza, un poco cargante. Una vez los ha puesto en el pedestal, Balzac no sabe qué hacer con ellos, le empalagan y le estorban, trata de convencerse a sí mismo de que son el summum del mérito y de la virtud, y por fin los va desperdigando por distintas novelas y matándoles con todos los honores a la primera ocasión que se presenta.
 Lo que no logra con los buenos, sí lo consigue cuando se ocupa de los malos, describiendo con gran fuerza de convicción, no los modelos que hay que seguir y que casi nadie sigue, sino los peligros que hay que evitar y en los que casi todo el mundo cae. Balzac nos pinta la corrupción del talento en las diferentes zonas en que éste es explotado por el interés y la vanidad: el periodismo —un periódico es «un almacén de veneno», y los periodistas «mercaderes de frases», «aves de presa», «leones», «panteras», «tigres con dos manos»—, el mundillo teatral, el negocio de la edición y la política.
 Aquí mandan «las realidades del oficio», «las fangosas necesidades», dice Balzac, que hacen de la vida literaria una serie ininterrumpida de bajezas, claudicaciones y chanchullos. «Lupanares del pensamiento», «un infierno de iniquidades, de mentiras, de traiciones», pero también un camino rápido y brillante para triunfar, la tentación suprema; y «el viento del desorden y el aire de la voluptuosidad» lo arrastran todo, y como no podía ser menos también al débil Lucien.
 La pintura, aunque atroz, es mucho más interesante que la que nos ha hecho de Arthez y sus amigos. Conocemos las Galerías de Madera del Palais-Royal, pintoresco bazar que se describe en páginas herederas de la tradición costumbrista; la tienda del librero-editor Dauriat, donde se hace y se deshace la literatura, y se fabrica la gloria; la vida entre bastidores, los tejemanejes de empresarios, autores, críticos, actrices dobladas de cortesanas, más un hormigueo de revendedores, prestamistas, jefes de claque, etc., con multitud de anécdotas, a menudo terribles.
 Sin embargo, las figuras más impresionantes corresponden a periodistas y escritores, que viven una alocada bohemia, a un tiempo opulenta y miserable. Su signo es la inestabilidad, la existencia provisional en la que todo es muy efímero y tiene que rehacerse día a día; el periódico, que sólo existe durante unas horas, y el trabajo de la actriz, rehecho una y otra vez a cada función, son las máximas expresiones de un vivir cambiante y engañoso. El teatro se hermana así con la prensa, la política y la literatura, como aspectos diferentes de la misma ficción interesada.
 Balzac juzga muy severamente esta sociedad de la Restauración, pensando en la de la Monarquía de Julio, en la que él está escribiendo, desde la óptica de un legitimista converso. Pero qué duda cabe de que todo ese muestrario de venalidades y sordideces, sin dejar de horrorizarle también le fascina, y de ahí la intensidad de esas páginas y su fuerza de sugestión. Ese gran espectáculo de compraventa, teatro de todas las vanidades y todos los intereses, es tan odioso como consustancial a su modo de ser.
 Tras numerosas peripecias, Lucien y Lousteau, el que había sido su introductor en las esferas de la corrupción, vuelven a encontrarse en el fonducho de la plaza de la Sorbona, en la más absoluta miseria. El círculo acaba de cerrarse, es la tercera caída de Lucien, y no será la última. Como en el teatro, al término de la representación que ofrece un simulacro de felicidad y de alegría, al apagar las luces sólo quedan «el frío, el horror, la oscuridad, el vacío». El melodramático final parece estar pidiendo música de ópera, y al enterrar a Coralie, Lucien, como el Rastignac de Papá Goriot, también reflexiona desde las alturas del cementerio del Père Lachaise. Pero él no es un «gran hombre» que sabe imponerse a la adversidad, sino un vencido.
 Los sufrimientos del inventor nos devuelven a Angulema y a «la familia trabajadora y resignada» de los Séchard, que será víctima de una conjura en la que una vez más los débiles van a ser atropellados. Los sucesos de París habían sido una guerra por la vanidad, estos combates provincianos serán pura codicia; el drama de antes tenía algo desazonantemente inmaterial, todo estribaba en tener o no ingenio, en escribir de un modo u otro, en la fama, la distinción, las ideas, los títulos nobiliarios. París, capital de la vanagloria y del humo, reino de las apariencias. En provincias impera lo sólido y palpable, viñedos, imprentas y pasta de papel, y la historia desemboca en una tragedia comercial.
 Balzac tenía una asombrosa capacidad para fundir en las mismas páginas arrebatos espirituales y detalles prosaicos; aquí tenemos al inventor mártir de su visión genial, con un afán casi prometeico; pero de la que se nos habla es de la industria papelera, de un secreto de fabricación, de la competencia, de las patentes, y el texto se recrea en largos tecnicismos que no desdeñan ningún pormenor práctico. La poesía puede consistir en armoniosos sonetos o en la manera de fabricar papel a bajo coste, en cualquier caso no salimos de la explotación del talento por los que se aprovechan astutamente de los poetas.
 Como es bien sabido, Balzac cree mucho más en la fuerza del mal que en la del bien, y sus buenos vuelven a ser sosos, mientras que los malos rebosan personalidad. La reaparición de papá Séchard, el impresor analfabeto, avaro y borrachín, nos lo confirma como una excelente variante del personaje de Grandet, y desde luego nos interesa mucho más que su hijo; en cuanto a los hermanos Cointet, el traidor Cérizet y Petit-Claud, el falso amigo, que son una colección de canallas, tienen tanto relieve, sus ruines estratagemas están tan bien ideadas —diríase que se cuentan casi con morosa satisfacción—, que sospechamos que el escritor es sin proponérselo cómplice de la conjura. La moral tiene que quedar a salvo, pero las inconfesables simpatías de Balzac son para los fuertes.
 En la obra los siniestros personajillos de Angulema se rebajan humanamente hasta hacer imposible la admiración de los lectores, pero frente a su energía y a su habilidad los Séchard resultan tan incoloros que esta guerra de buenos contra malos contiene no pocas dudas y perplejidades. Hay un momento en la narración, cuando su significado ya es irreversible, en el que Balzac parece caer en la cuenta de que la novela se le ha pervertido; la suerte está echada, David ya no tiene remedio, y Lucien, por culpa de su orgullo y de fatuidad, ha fracasado nuevamente. Que era lo que se trataba de mostrar. Y no obstante hay en el fondo de esta historia algo que le duele, que no da por resuelto y que le tiene en vilo.
 Entonces, en las escenas finales hace aparecer a Carlos Herrera, corroborando en la impresión anterior, porque es un malo fuerte y atractivo, de mucha mayor talla que los conjurados de Angulema, pero que prepara un desquite. En apariencia el de Lucien, a quien se ofrece la oportunidad de reconquistar París, en el fondo el del propio escritor, que no se conforma con que su creación se haya rebelado pirandellianamente contra él. Este breve episodio, cuando ya el libro se aproxima a su desenlace, es una de las intuiciones más hondas de la Comedia Humana, y tiene el aire de gesto brusco e improvisado con el que Balzac se sorprende a sí mismo.
 El encuentro de Lucien con el canónigo español es una ocurrencia genial que Proust imitará, magnificando la situación de un modo prodigioso, en el encuentro de Charlus con el Narrador. Se cumple la profecía de Arthez, según la cual su amigo era capaz de «firmar un pacto con el demonio si este pacto le ofreciese durante unos años una vida brillante y lujosa». Don Carlos Herrera, supuesto jesuíta, le alecciona del modo más cínico, y le brinda el poder y los placeres a cambio de que le obedezca «como una mujer a su marido, como un niño a su madre». Lucien, tantas veces comparado ya a una mujer y a un niño, abraza gozosamente al hombre fuerte de su vida, al que por su condición eclesiástica tiene que llamar «padre». El padre Herrera, el padre de Hierro.
 El temible jesuita, cuya verdadera identidad no se da a conocer hasta el libro siguiente, se apresura a contarle una anécdota histórica en la que un personaje de modesta extracción llega a las cumbres del poder gracias a su extraña manía de comer papel. Lo del papirófago colma la medida, porque lo cierto es que en esta novela el papel abunda obsesivamente: la imprenta, el periodismo, la literatura, los efectos firmados por Lucien, la fabricación de pasta de papel, la falsa carta que pierde a David, el papel sellado que protagoniza casi a lo Kafka toda la tercera parte.
 El papel y sus usos de comunicación sólo han traído males, y ahora el modelo que se propone a Lucien es un inesperado empleo del papel escrito: engullirlo, hacerlo desaparecer. David y Lucien han sido hasta ahora hombres de papel, es decir, frágiles, y David y los suyos, siempre más cerca de aceptar la realidad, abandonan la ambición y renuncian al mundo, pero de un modo que Balzac ilumina cruelmente, haciendo rechinar lo que hubiese podido ser una prueba de sensatez y de sentido común: quedan estafados y contentos, y además llenos de gratitud para con sus expoliadores. Hay un tipo de realismo que tal vez ayude a la felicidad, pero que está cerca de la tontería, eso es lo que creemos entender. Lucien, el eterno vencido, pero también el eterno ambicioso, se lanza de nuevo a la conquista de París, pero ya no para triunfar allí en la literatura, sino, renunciando al papel, tragándose su sueños de gloria, para servir al diabólico afán de dominio de su mentor; como éste tendrá que ser férreo, no de papel. Pacto doblemente fáustico; Lucien vende su alma por un tiempo de goces, y Mefistófeles revive en el poeta su juventud, con un impulso de paternidad vagamente enturbiado por la atracción que siente por el apuesto joven. La más larga e intrincada de las novelas de Balzac termina revolviéndose contra sí misma, negándose a aceptar el curso natural de la ficción. David queda abandonado a su dorada y ciega mediocridad, y la historia de Lucien renace de sus cenizas cuando lógicamente había llegado también a su fin. La cuidada simetría de ambos personajes se rompe cuando Balzac se niega a seguir su propio juego, infringiendo las normas que él mismo se había dado. De David se desinteresa, pero a Lucien ha de darle otra oportunidad, que es también la del escritor.
 Después de tantas páginas —en realidad no hemos leído una novela, sino una larga trilogía—, después de tanto papel, se declara insatisfecho, y no da por concluido el asunto. Necesita prolongar la experiencia imaginaria del ambicioso, que ahora se dará en un registro nuevo, en condiciones muy diferentes. Pese a lo cual, como verá el lector de Esplendores y miserias de las cortesanas, Balzac será fiel a su visión de las cosas, es decir, a irresolubles contradicciones que llevan su literatura mucho más lejos que los propósitos que tenía.

Carlos Pujol. 

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