viernes, 27 de octubre de 2023

XAVIER VILLAURRUTIA ESTUDIO CRÍTICO.

 



OBRAS

XAVIER VILLAURRUTIA

OBRAS

POESÍA / TEATRO / PROSAS VARIAS / CRÍTICA

Prólogo de ALÍ CHUMACERO

Recopilación de textos por

MIGUEL CAPISTRÁN, ALÍ CHUMACERO

Y LUIS MARIO SCHNEIDER

Bibliografía de Xavier Villaurrutia por

LUIS MARIO SCHNEIDER

Letras Mexicanas

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


PRÓLOGO

LA GENERACIÓN DE “CONTEMPORÁNEOS”

PERTENECIÓ Xavier Villaurrutia (1903-1950) a una generación literaria que, unida por

voluntaria afinidad de propósitos y de gustos, hizo de la poesía mexicana un renovado

instrumento de expresión. Cuando la gran generación modernista había dado ya a nuestras

letras sus mejores poemas, y los escritores inmediatamente siguientes —entre ellos de manera

predominante Ramón López Velarde— se preocupaban por ofrecer ante la creación artística

una actitud distante de las de sus antecesores, la generación llamada de Contemporáneos

(1928-1931), nombre de la principal revista en cuyas páginas congregaron sus aspiraciones,

dio el salto y, a veces de manera funambulesca y en ocasiones con el acierto que presta el

acaso de la aventura, arrancaron la poesía de un molde que, por común, empezaba a proliferar

en escritores de parco relieve. Poco había que hacer, con las técnicas en uso, frente al Idilio

salvaje de Manuel José Othón, o frente a algunos poemas de notable estirpe de Salvador Díaz

Mirón, o ante la loada obra de Amado Nervo y la madurez de Luis G. Urbina y Enrique

González Martínez, ni resultaba propicio seguir las huellas de no escasos poetas de

promociones intermedias.

El modernismo no sólo había sido la generación más compacta de las letras mexicanas,

sino que arrostraba el peligro de sobrevivir en poetas que a menudo confundían lo romántico

con lo moderno. Desde Manuel Gutiérrez Nájera, a fines del siglo pasado, hasta la reveladora

aparición de Ramón López Velarde, en plena Revolución mexicana, transcurre una serie de

fechas de gran importancia para la historia de la literatura nacional. Es la madurez de la lírica

en nuestro país, en que los nombres ilustres se suceden y se abordan amplios problemas de las

formas poéticas. Como un cuerpo equilibradamente integrado, aquella época cumple con las

normas estrictas que impulsaron sus propósitos. Ni siquiera los atisbos de López Velarde —

que desbordó su curiosidad más allá de lo francés y supo beber en el verso de algunos

hispanoamericanos mayores— ni los infatigables ensayos expresivos de José Juan Tablada

lograron rescatar de las márgenes modernistas el lenguaje de nuestra poesía, y si, a su hora, el

poeta jerezano sólo engendró prosélitos de endeble consistencia, la lírica hallaba en él un

último eslabón que concluía, si bien brillantemente, las tareas de una escuela que había

cerrado su misión.

Lo decisivo consistía, pues, en que los poetas, los “nuevos” poetas, ejercieran su oficio

dueños de otros propósitos tanto de actitud como de expresión: llevar adelante lo que López

Velarde había soslayado en hábiles versos al atrever irreconocibles imágenes y romper con

órdenes y rutinas que ya habían dado sus mejores galas. Esa tarea, con plena conciencia, fue la

que se propusieron los nuevos escritores. Y así como el modernismo surgió en un principio

como el resplandor de las últimas vertientes francesas, en un tiempo llamado “vanguardismo”

—razón y pecado de la generación de Contemporáneos—, de manera paralela y para insinuar

que la historia se repite, reflejó también en buena porción de su empresa inicial los cambios

que, desde antes de la guerra del 14, se verificaban en las tierras de Francia. En 1920,

Salvador Novo publica en Policromías, periódico estudiantil de la Escuela Nacional

Preparatoria, dos poemas: Mariposa y Budha, a los cuales no es ajena la presencia de

Guillaume Apollinaire. El autor de Calligrames—en esa fecha ya desaparecido, pero

constantemente recordado por amigos y discípulos— opera un superficial influjo que pronto

habría de opacarse ante la llegada a México de los nuevos libros salidos de la pluma de

poetas posteriores, igualmente franceses en su mayoría.

Xavier Villaurrutia soportaba entonces la influencia de Ramón López Velarde, manifiesta

en el primer grupo de sus poemas, y no pocas huellas de Enrique González Martínez, que tan

cerca estuvo siempre de los recién iniciados. Los libros del español Juan Ramón Jiménez, la

agudeza mental del francés Jean Cocteau, las reproducciones de la última pintura europea —en

especial los evasivos cuadros de Giorgio de Chirico— y la aparición fogosa de la pintura

mexicana, con Diego Rivera, José Clemente Orozco y el francés Jean Charlot en los primeros

sitios, ayudaron a acelerar las nuevas concepciones del arte que habrían de hacer doblar la

esquina a la lírica nacional.

Si los anteriores elementos son decisivos para explicarse el arranque de esas experiencias

literarias y comprender cómo, mediante un desbordamiento con características diversas —

sobre todo plásticas y literarias—, se inició aquella generación, hemos de señalar asimismo

en los jóvenes escritores una incisiva curiosidad por todo lo que se relacionara con la

totalidad de las actividades artísticas. Porque no sólo la poesía y la pintura, sino

particularmente el teatro, y la música, la filosofía en uno de ellos, el ensayo, la crítica

propiamente literaria, el periodismo, todo menos la ciencia —salvo el caso extraño de Jorge

Cuesta— atrajo sus mentes ahítas de curiosidad y dueñas de un buen humor que pronto habrían

de perder, tornado en melancolía o en simple desilusión.

Con tales pasiones por la literatura y por el arte, a menudo se adoptó la fórmula que en un

principio Villaurrutia dio de la poesía: “Juego difícil, de ironía y de inteligencia”.1 Y lo que

pudo ser una bien tramada trenza de intrascendente malabarismo —que, con poco insistir,

hubiera contribuido a justificar la tesis de Ortega y Gasset acerca de la deshumanización de la

actividad intelectual más nacida del hombre— supo muy pronto convertirse en un escalón de

la historia de la poesía mexicana. Ya en la revista Ulises (1927-1928), que fue la publicación

que descubrió el juego de los jóvenes, Jorge Cuesta ensaya responder, con ideas aceptadas de

Brunetière, a las opiniones de Ortega. El arte nuevo, caracterizado por la extraña virtud del

“preciosismo”, estiliza la realidad, la deforma: “Lo que quiere decir que la reduce, pero no

que deja de vivirla”.2

Frente a los síntomas románticos, que todavía se ven superpuestos en la poesía de escritores

pertenecientes a promociones intermedias, Cuesta preconiza el predominio de la inteligencia y

aconseja “un arte para artistas”, como quería Nietzsche, “cuyo objeto no fueran sino las

imágenes, las combinaciones de líneas, de colores, de sonidos…”3 ¿No era, al fin, un arte

abstracto lo que se deseaba?

Mucho de lo expresado antes, de acuerdo con el ensayo de Cuesta, impulsó la búsqueda de

caminos desconocidos para la poesía. Pero también es verdad que, años más tarde, después de

sus experiencias en la revista Contemporáneos, a la madurez de las distintas personalidades

correspondió el hallazgo del mundo interior no sólo vedado a los abstraccionismos sino

impregnado de un sentido ante la vida no lejano de un “nuevo romanticismo”. La expresión del

drama interior, tarde o temprano, daría al traste con aquellos fervores juveniles de quienes

empezaban a cambiar el significado del lenguaje poético. Con todo, la tarea principal

consistía en buscar, en forma intencionada y consciente, un nuevo lenguaje que descubriera,

hasta desnudarla, la realidad circundante, manifestada con signos diferentes a los que había

manejado el modernismo. Porque si López Velarde, con su ágil remover formas modernas,

estuvo cerca de alcanzar la técnica y el empleo de palabras que lo hicieran radicalmente

opuesto a sus maestros inmediatos, podemos decir, sin demérito de su singular situación en la

historia de nuestra lírica, que no logró del todo coronar sus propósitos. Por razones evidentes

—pues él mismo ha de quedar clasificado en un primerísimo sitio dentro de las últimas

manifestaciones del modernismo—, sus atrevimientos formales encuentran una velada

raigambre que, si no lo confunde, por lo menos lo emparienta estrechamente con sus

compañeros mayores. Sus atisbos, que al desbordarse tocan la sensibilidad de la generación

anterior, quedan ahí como signos precursores de la vecina tempestad. De él, de su privilegiada

actitud ante el problema de la expresión, Cuesta afirma: “Es el primero que trata de

construirse un lenguaje; antes de él nadie emplea tal desconfianza artística en la elaboración

de su estilo… Es el primero que aspira a obtener, y que logra con frecuencia, aunque

aisladamente, una poesía pura”.4

Hoy nos resistimos a aceptar esa conclusión acerca de la poesía de López Velarde,

después de los varios ensayos que con certeza se han escrito sobre su complicado universo

poético; pero el hecho de que Cuesta señale la “pureza” de la obra velardeana nos indica que

la generación a que perteneció Xavier Villaurrutia hacía suya conscientemente la fórmula de

un arte por el arte, presidido por “un rigor artificial y exagerado”.5 En muy poco diferían de la

inquietud que en todo el mundo occidental hizo que la lírica y el arte se trasladaran hacia

violentas y desmembradas concepciones de un mundo inconsistente y en sostenida crisis. La

pura forma, el simple juego y la premiosa vigilia de la inteligencia iniciaron drásticamente una

renovación ayuna de contenido, pero que habría de apagar de una vez por todas los últimos

aleteos del modernismo. El cisne, al que González Martínez había torcido el cuello en un

celebrado poema, se tornaba digno de la sepultura. Con los nuevos poetas, el modernismo

mexicano empezaba a convertirse en historia.

Si los poetas inmediatamente posteriores a aquella escuela —situados entre dos fuegos por

una corriente que moría y los presagios de un vanguardismo que habría de suplantarla— no

lograron afirmar del todo una “invención” del lenguaje lírico, sí abrieron cauces que

inmediatamente llenaría la nueva generación. A Carlos Pellicer, que asumió la actitud de más

entusiasmo lírico y que era el mayor en experiencia de los escritores de Contemporáneos,

tocó levantar la voz y arriesgarse con un lenguaje que anunciaba el surgimiento de un tono

distinto en la poesía mexicana. Con él, podemos decir que ya nos hallamos en un recinto

diferente, en el cual la musa cumple con añoranza el abandono de aquella gran escuela que en

México dio los mayores nombres y una serie notable de composiciones líricas. Pellicer, a

pesar de recibir un manifiesto influjo del modernismo, es el primer arranque de quienes,

andando el tiempo, habrían de generar distintas, y aun opuestas, obras literarias.

Tal fue el brote que sobrepujó el estadio anterior de nuestra poesía. Bien es verdad que

paralelamente, y aun con anterioridad al grupo a que me refiero, otras corrientes irrumpieron

en los campos de la literatura,6 y a ellas, en justicia, se deben los primeros esbozos del

cambio sufrido por nuestra poesía. Pero, en esta ocasión, importa de manera única situar a

Xavier Villaurrutia en el ámbito cerrado de sus compañeros de trabajo, al fin y al cabo los que

con mayor vocación y efectividad supieron vislumbrar los linderos de su oficio. Así, pues,

precisemos que la obra de Villaurrutia nació y creció en el seno de un grupo del cual formaban

parte Pellicer, Jaime Torres Bodet, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Salvador Novo, Octavio G.

Barreda, José Gorostiza, Enrique González Rojo, Bernardo Ortiz de Montellano y algunos

otros artistas dedicados a géneros que no son los propiamente poéticos.

LA POESÍA DE XAVIER VILLAURRUTIA

Tres distintas y bien señaladas actitudes se advierten en la poesía de Xavier Villaurrutia.

Pasados los titubeos iniciales, de los que se conservan algunas muestras, se hace patente su

predilección por el engaño del juego —de palabras y de ideas— que llega a confundirse con

la inteligencia. Posteriormente, en su mejor época creadora, la emoción se somete a la estricta

vigilancia de las facultades intelectuales, en un justo equilibrio que lo hizo escribir sus más

hondos poemas; y en la etapa final, la emoción se sobrepone a la inteligencia con tal ímpetu,

que la obliga a restringir su ejercicio sólo a la superficie de las formas métricas. De estos

estadios cronológicos por los que pasó su trabajo literario es evidente que los momentos de

mayor intensidad fueron aquellos en que la razón atestiguaba la eficacia de lo emocional; es

decir, durante su segunda actitud, bajo la cual fueron concebidos algunos “nocturnos”. Cuando

descubría que una idea maduraba con tal intimidad que no fuese el simple reflejo de algo

objetivo, sino que se diera “en función de vida y preocupación auténticas”,7 entonces se

iniciaba en el poeta la transfiguración de lo que comúnmente llamamos inspiración poética. En

Nostalgia de la muerte, el libro central de la obra villaurrutiana, se han logrado algunos de

los poemas de más clara prosapia en este sentido. La emoción, vínculo inmediato con el

mundo, se convierte ahí en ideas que, acariciadas por el verso y volcadas en palabras, llegan a

constituir el poema.

Mas para llegar a esta aceptación de una estética afín en todo instante a una actitud ante la

vida y la literatura fue necesario descubrir, en expresiones casi monotemáticas, la dimensión

profunda de la existencia; echar en olvido, por consiguiente, aquella actitud de simple jugueteo

y regresar, como siempre, a cantar la misma canción de todos los poetas. Sin embargo, es

preciso decir que, entre bromas y veras, se nota cómo, desde sus incipientes ensayos líricos,

Villaurrutia se planteó un pretexto que sería el predominante: la muerte. Casi en la

adolescencia, escribió un poema —Ya mi súplica es llanto— en que habla del “día que no

espera” como término final de la vida. Recurre ahí a un concepto vulgar de la muerte que no

habría de persistir, pues al evolucionar su poesía con el correr de los años la muerte llega a

confundirse con el símbolo de la vida misma. Nuestra propia muerte, la que cada cual arrastra

consigo, y que Rainer María Rilke impuso en varias corrrientes poéticas aparecidas cuando ya

declinaba el modernismo en lengua española, fue luego el tema central del trabajo lírico de

Villaurrutia. Como en su hora Francisco de Quevedo, el poeta mexicano también reconoció en

la vida el recorrido de la muerte. “El hombre —escribió Villaurrutia— es un animal que

puede sentir nostalgia, echar de menos aun su muerte, que vive y experimenta en formas muy

misteriosas.”8 La angustia, la soledad, la noche, el silencio, las calles solitarias, los muros, las

sombras, el sueño, todo ese mundo nervalesco asido a su pluma confirmaba la intensidad de su

presencia en quien sabía que vivir es estar cumpliendo con la ineludible destrucción interior.

Si en aquellos poemas escritos en la primera juventud la muerte es sólo el día fatal, meta sin

vanagloria a la que debemos llegar irremisiblemente, tiempo después se ha convertido en la

señal que da testimonio de la vida, enseñoreada ya de la conciencia de quien se mira

transcurrir lenta pero inseguramente.

Quien lea Ya mi súplica es llanto advertirá también cómo ahí se alude a un motivo que

Villaurrutia dejó abandonado posteriormente: el tema de Dios. Ante la angustia de la muerte,

transformada en bella “nostalgia”, el escritor no buscaba aquel lógico refugio desde el cual lo

efímero pierde su fuerza, sino que prefería hacer descansar en su mundo privado el drama de

saberse perecedero. Sólo en su póstumo Soneto del temor a Dios vuelve a tocar la misma

cuerda —aquí de manera inmediata—, aunque en posición dispar de aquel poema ingenuo.

Pero la verdad es que pocas veces, muy pocas, nombrará a lo largo de su obra al Dios en que

nunca dejó de creer. Fue tema predilecto de su primera época, cuando aún no elegía el rumbo

por el que impulsó su arte.

En Ni la leve zozobra hay una invocación al “Señor”, con un lenguaje cuya castidad no se

halla lejana de la limpieza expresiva de Ramón López Velarde. El recordar la provincia y los

muebles de la casa y la tranquilidad de los espejos y la castidad de las mujeres —objetos y

cualidades gratos al poeta jerezano— no podía dejar de incidir en los versos del escritor

incipiente. En Reflejos —el primer libro de Villaurrutia— sobreviven abundantes muestras de

la huella velardeana tan cierta en sus composiciones anteriores. Ese recuerdo puede

apreciarse en imágenes como “aún no tenía la casa arrugas” y aun en el poema Pueblo que

Villaurrutia dedicó al pintor Diego Rivera. Pero los versos más característicos de esa

influencia son los de Tarde, que figura entre sus primeros poemas:

Un maduro perfume de membrillo en las ropas

blancas y almidonadas… ¡Oh campestre saludo

del ropero asombrado que nos abre sus puertas

sin espejos, enormes y de un tallado rudo!…

El ambiente provinciano leído en los libros de López Velarde, aprendido como una

lección, prestó la tónica provisional a su poesía y, en ciertos aspectos, aunque traducido en

personales sensaciones nada provincianas, delimitó el ejercicio de su obra posterior. Nada

exagerada es esta afirmación si evidenciamos cómo Villaurrutia nunca olvidará el trato

continuo de las cosas familiares en algunos de sus poemas, sino que por el contrario pondrá

sus cinco sentidos en rescatarlas de la sombra para convertirlas en versos misteriosos. Fue,

como él mismo gustó denominarse, un poeta que hacía el viaje alrededor de la alcoba. Con una

personal dimensión, desde el arbitrario punto de vista del hombre que pretende salvar

aquellos matices que con mayor propiedad reflejen el mundo privado de la emoción,

Villaurrutia vivifica las complicadas relaciones que la poesía es capaz de descubrir entre los

objetos cotidianos. Perdió, por tanto, el amor al “campestre saludo” y al “perfume de

membrillo”, y en cambio aprendió a ver tras los objetos virtudes que los singularizan y los

vuelven aptos para renacer con otro rostro en la concepción del poeta. Sin dilución en los

contornos, antes bien dotados de una vehemencia plástica que ilumina el sombrío trasfondo de

los poemas, surgen los objetos —y los ruidos y las luces y, en general, las sensaciones de toda

especie— a una vida diferente de la que el mortal común está acostumbrado a contemplar.

“Esta condición pictórica es esencial; hace de Villaurrutia un dibujador de poemas cuyo

problema técnico es sólo el de una línea limpia y continua, recuperada a veces a través de

vueltas, de curvas y de escorzos.”9 No pocas ocasiones las imágenes destacan con una

claridad enemiga del tono crepuscular de su espíritu. En el Nocturno muerto, aunando

sensaciones de orden diverso, habla de “un ruido sordo, azul y numeroso”. Y en el Nocturno

eterno se lee:

sale un grito inaudito

que nos echa a la cara su luz viva

y se apaga y nos deja una ciega sordera…

Todo eso, sin embargo, se halla circundado por una emoción reducida a la febril angustia

que todo lo consume. Desesperadamente, Villaurrutia construía su verso con el agónico aliento

de quien, minuto a minuto, sufría la avidez de los sentidos. Porque el mundo era para él, como

para los elegidos por el arte, la última oportunidad.

A la relativa riqueza temática visible en los poemas de Reflejos, corresponderá una posterior

reducción que hará de Villaurrutia un poeta singularmente entregado a erigir la elegía de un

mundo cuya aprehensión se halla a la mano, y en el cual es posible comprobar secretos

significados, extraños testimonios y posiciones imprevistas. Es un ir más allá de lo que los

sentidos perciben y captar con la palabra el hálito de la materia, con intenciones de petrificar

lo que se evapora, cumpliendo de ese modo una tarea inevitable de toda poesía original. Los

“nocturnos”, que señalan el clímax en que esta aguda sensibilidad se movió, representan en la

poesía mexicana contemporánea la decisión de penetrar con verdadera furia en el alma de las

cosas: al fondo siempre, al meollo de un mundo que no se ha hecho para nosotros, pero que se

aureola con un misterioso resplandor que sólo al poeta es dable captar. Por la atmósfera que

en ellos flota, recuerdan al evanescente Rodenbach, a la más sincera poesía del colombiano

José Asunción Silva, al reposo mortal de Rainer María Rilke. Se puede repetir de esta poesía

lo que González Martínez aplicó al primero de estos escritores: todo está ahí inmerso “como

en la alcoba de un enfermo, en una media luz, en un ambiente en que se anda quedo y de

puntillas, con el temor de despertar a quien duerme un sueño de convaleciente”.10

En Soledad, Cuadro, Amplificaciones y Calles, los cuatro poemas que Villaurrutia

prefería de su libro inicial, se adivinan problemas que después abordaría con mayor hondura.

Un mundo particularizado por la emoción y en el cual proyectaba sus nostalgias levanta ahí su

maltrecho imperio con la avidez del cáncer. Actitud contagiada por consabida tradición en la

poesía mexicana, cuando el tono menor, el tono “crepuscular”, se ha tornado en atormentada

inteligencia. Ni un alarde que no provenga de la intensidad de los sentidos y su aprehensión

por la conciencia, ni un solo verso que no haya sido matizado por la lucidez de la vigilia

nocturna, ni una relación con el mundo que no haya concurrido al tamiz de las sensaciones. Tal

parece que Villaurrutia tuviera al frente el pensamiento de López Velarde: “La verdadera

originalidad poética: la de las sensaciones”,11 que ambos habían aprendido en Baudelaire.

Mas si esta y otras razones anotadas arriba los acercan tan estrictamente, en cambio los separa

el desprecio que el poeta jerezano manifestó alguna vez por “la razón pura”, a la que

contraponía el “pasmo de los sentidos”.12 Aunque, por otra parte, no es conducible creer a pie

juntillas que ni la más repetida poesía de López Velarde consiguiera estrecharse a este

pensamiento. Porque ahí mismo, y ya Villaurrutia lo hizo notar en un famoso ensayo, se

desplegaba una fortalecida conciencia. Por ello, la afinidad, artificial en los primeros

momentos, se conserva en aquello que se refiere a la actitud ante el mundo y la poesía.

Luego vendrá la invasión de la literatura francesa. Proust y el contacto con algunos

escritores de las escuelas de vanguardia —Cocteau, Supervielle, Giraudoux, los surrealistas

— completan el marco desde donde Villaurrutia desplegará su trabajo poético. Por otra parte,

la influencia de André Gide —decisiva en su intencionada prosa— decidirá el último recurso

de su actividad literaria: la inteligencia. Poemas como el Nocturno de la estatua son a veces

paráfrasis de poesías francesas:13

Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,

querer tocar el grito y sólo hallar el eco,

querer asir el eco y encontrar sólo el muro

y correr hacia el muro y tocar un espejo…

Pero también de esos años es la poesía alucinada que, entre juegos de palabras y de

sonidos, rescató al lívido temor de la muerte. Pocos ejemplos se aprecian en la historia de

nuestra lírica en que la fidelidad a la angustia y la predilección por la soledad hayan

producido con mejor eficacia esos momentos de la más auténtica emoción. A su lado,

concebido en el transcurso de varios años, se señala un poema que algunos consideran la obra

maestra: Décima muerte. Ceñida a la forma clásica, sólo alterada en la quinta y sexta de las

diez décimas que la componen, es un ejemplo de cómo construir un poema mediante el trazo

de un plan previo al que ha de ajustarse el desarrollo. Es, por excelencia, un poema de ideas,

resuelto con frialdad y cálculo. Como en ninguna otra de sus obras se precisa la idea de la

muerte, considerada desde diversos aspectos, lo mismo en la definición: “puesto que muero

existo”, que en la confusión con los elementos materiales:

¿No serás, Muerte, en mi vida,

agua, fuego, polvo y viento?

o en la alusión esperanzada:

y será posible, acaso,

vivir después de haber muerto.

En sustancia, su postura no es otra que la que adoptaron Rainer María Rilke y, siglos antes,

los poetas españoles: la suprema confesión de la soledad de quien se da cuenta de que “está

desde que nace / en los brazos de la muerte”.14 Para Villaurrutia ésta era la más alta expresión

de su existencia y de su poesía. Ni el amor, que en sus poemas adquiere preponderancia, logra

rescatarlo de esa desesperada conciencia. Más aún, su angustia erótica, presa en la agilidad de

los sentidos, sirve solamente para reafirmar esa profesión de fe en la enfermiza soledad.

Amor condusse noi ad una morte15 —que marca el fin de su más intensa época y lo hace

adoptar concepciones que lo conducirían al abandono de toda complicación— es en cierto

sentido el momento crítico de su posición estética. El poeta “vanguardista” empezaba a ceder

el paso a su otra personalidad, que prefería desbordar de manera sencilla la pureza de las

emociones. En el Nocturno de la alcoba, también, se manifiesta similar tendencia a descubrir

el juego y alejarse de complejidades que sugieran amor a la “literatura”. Casi toda la obra

posterior —comprendida en los dos últimos lustros de su existencia— se apresuró a

sostenerse en ese recién descubierto concepto de la comunicación, que en no breve medida lo

acercaba a la actitud adoptada en sus primeros poemas. En ese postrero estadio de su poesía

logró abundantes aciertos de desesperada calidad. Pueden ser un ejemplo las Estancias

nocturnas, al final de las cuales recoge el tema del “Non omnis moriar” que revela el

reconocimiento propio de la perduración de su obra en la conciencia de algunos espíritus

afines:

¡Seré polvo en el polvo y olvido en el olvido!

Pero alguien, en la angustia de una noche vacía,

sin saberlo él, ni yo, alguien que no ha nacido

dirá con mis palabras su nocturna agonía;

y otra cuarteta de esa misma serie, donde la aparición de una estrella hace que la soberbia se

insinúe:

Estrella que te asomas, temblorosa y despierta,

tímida aparición en el ciclo impasible,

tú, como yo —hace siglos—, estás helada y muerta,

mas por tu propia luz sigues siendo visible.16

Los poemas que siguieron a Nostalgia de la muerte derraman el deseo de dejar suelta la

brida a la emoción y completan el desarrollo de su personalidad literaria. Vendrá el olvido de

las imágenes pobladas de juegos de palabras, y el rigor del verso se deslizará con

melancólicos tonos por cauces menos vigilados por la inteligencia. Por vez primera,

Villaurrutia contempla desde la cima de su carrera literaria cómo el poeta puede ser, a veces,

el simple mensajero de la emoción. Sigue en vilo su nostalgia, persiste el propósito de

reconocer el misterio de las sombras, pero ha encontrado la frase llana donde recogerlos. Se

coronó, en esa forma, una empresa nunca estancada en un credo artístico, capaz de arriesgarse

en la aventura y en la búsqueda de dispares posiciones ante las tareas líricas. Si López

Velarde, según la observación de Villaurrutia, no murió prematuramente, sino en el cenit de sus

impulsos creadores, de igual manera me atrevo a pensar que Villaurrutia murió en similares

condiciones, cuando empezaba ya el viaje de regreso. Nos dejó una obra poética no muy

abundante, pero suficiente para que, al lado de nuestros más grandes poetas, se recuerde

siempre su nombre.

EL TEATRO DE XAVIER VILLAURRUTIA

Con la mayor dedicación, acrecentada en los últimos años de su existencia, Xavier Villaurrutia

abrazó la pasión por el teatro. Desde muy joven, al lado de compañeros con similares

preocupaciones —sobresalientemente Celestino Gorostiza y Julio Bracho—, contribuyó a

crear en México una nueva dimensión de las actividades escénicas.17 Primero, en 1928, con el

teatro de Ulises, que es el arranque de la transformación de aquel arte, en ese entonces

anquilosado en técnicas y obras españolas y francesas de fines de siglo. El grupo reunido en

Ulises dio a conocer piezas de autores extranjeros contemporáneos: O’Neill, Cocteau,

Vildrac… Años después, en 1932, Villaurrutia forma parte de otro experimento teatral que

dirige Celestino Gorostiza. Ahora se llamará Orientación. Como en el anterior intento, las

preferencias se inclinarán por “un teatro literario, culto, inteligente”,18 cuyos méritos

radicarán en hacer nacer en México el gusto por las obras de los últimos años y crear un

equipo de directores, escenógrafos y actores con ideas diferentes a las que imperaban en el

teatro profesional.

En una de las temporadas de Orientación, Villaurrutia da a conocer su primera obra

teatral: Parece mentira, y al año siguiente, ¿En qué piensas? La beca de la Fundación

Rockefeller (1935-1936), que disfrutó en la Universidad de Yale, lo reafirma en su vocación.

A su regreso a la patria, seguirá participando en actividades teatrales con el mismo vigor

juvenil. Desde entonces, a la vez que ejercía la crítica literaria y cinematográfica, y al mismo

tiempo que actuaba en redacciones de revistas y elaboraba su poesía, participó en múltiples

propósitos encaminados a restaurar la dignidad de nuestro teatro. Le preocupaba sobremanera

el hecho de que las primeras experiencias —en Ulises y Orientación— corrieran el riesgo de

caer en el vacío y, como autor y como director, trabajó asiduamente en bien de ese género

artístico.

Porque si abierto estuvo siempre a todas las incitaciones de la mente y del espíritu —expresó Celestino Gorostiza ante la

tumba del escritor—, no lo estuvo menos para las de la acción y las de las realizaciones materiales que beneficiaran a la

cultura de su patria. Casi no hubo en los últimos veinticinco años un plan, un proyecto de organizaciones artísticas, culturales

y educativas en que no participara activa y entusiastamente.

Como autor teatral, Villaurrutia no se olvidó de los procedimientos que tan lúcidamente aplicó

a la poesía. La inteligencia, desnuda en ágiles diálogos, preside la trama de sus obras, y la

ironía, repartida por igual entre los personajes, juega importante papel en el proceso y en el

desenlace de las escenas. Sus obras menores en un acto se resuelven con la facilidad mecánica

del soneto. Cuidadosamente elaboradas, figuran entre las mejores que ha producido el teatro

mexicano, y constituyen los preliminares para introducirse en la dilatada concepción de piezas

mayores — Invitación a la muerte, La mujer legítima, La hiedra, por ejemplo—, donde esas

prácticas formales hicieron de su trabajo uno de los más diestros y de mayor sello personal.

Villaurrutia prefería crear los personajes antes que recogerlos del mundo circundante.

Frente a la realidad cotidiana, opuso una realidad inventada en que las ideas dominan las

intervenciones de sus personajes: seres nacidos de la imaginación, apenas relacionados con

nuestros prójimos, o fantasmas que representan, cada cual por su parte, las múltiples facetas

de la conciencia villaurrutiana. Son, por sustancia propia, personajes y no personas. “Estas

vidas matemáticas —dice Gorostiza— no tienen nada que ver, naturalmente, con la realidad,

en cuanto, lejos de buscar en ella su modelo, se convierten en su modelo, la llevan a un plano

ideal para someterla a su lección de disciplina y rigor.”19 El realismo era, pues, para

Villaurrutia una propensión literaria con la que no mostraba afinidad. Fiel a tendencias que

exigen del teatro el afán de inventar su propio mundo con un irremplazable lenguaje, insistió,

aun en sus últimas piezas, en no relacionarlo con situaciones distintas de las exclusivamente

teatrales; es decir, sus obras no intentaban “resolver más problema que el que ellas mismas se

planteaban”.20

Si en las representaciones Villaurrutia obtuvo éxitos inmediatos, en la lectura sus obras

cobran sinfín de cualidades, derivadas del juego de las ideas sostenidas en intencionadas

frases que a menudo suplantan el movimiento escénico. En buena proporción, es un teatro

“más propio para ser leído que representado”.21 Bella y cuidadosamente escrito, con el

imprescindible relieve en cada uno de los parlamentos, el diálogo combina la rapidez mental y

el correcto lenguaje, signos reveladores de un ingenio que en ningún momento fue el de un

improvisado. La frase cumple, dentro de la composición general de la obra, similar papel que

las palabras en el desarrollo del poema. La continencia ante posibles desbordamientos

efusivos, la justeza de las palabras respecto a los estados de ánimo de los personajes y la

oportunidad con que intervienen en la conversación haciendo uso de premeditadas y

aforísticas frases son distintivos de la obra teatral villaurrutiana. Eso es lo que sobrevive de

su teatro y lo que con más sostenido aliento lo define. Porque si en los temas Villaurrutia supo

abordar las relaciones sociales de la clase media, los conflictos familiares y los oscuros

mecanismos amorosos, también es evidente que todo ello sólo aparenta ser un pretexto para

manifestar, con la magia de un arte rigurosamente ejercido, su múltiple personalidad.

LAS PROSAS VARIAS DE XAVIER VILLAURRUTIA

En contadas oportunidades, Xavier Villaurrutia se atrevió con el relato, el cuento, los apuntes

privados y, en un solo caso, la crónica taurina. Ejemplo sobresaliente es Dama de corazones,

escrita en 1925 y 1926, derivada de influencias entonces no habituales en nuestro país. Libro

de imaginación, lo autobiográfico señala —tanto en las acciones como en los pensamientos—

la intención y el valor de sus propósitos. Aun los personajes que en esa serie de estampas

complementan la visión personal se reducen a normas previstas para amoldar debidamente la

figura del relator. De ahí que Dama de corazones no haya querido ser una novela, ni un relato,

ni un cuento, sino específicamente un “ejercicio” en el cual la nostalgia divide honores con la

inteligencia. A este respecto, en sus apuntes —Variedad—, Villaurrutia reproduce una

observación que, en carta, dirigió al cubano Jorge Mañach: “Hasta ahora, yo mismo, en la

prosa, no he pretendido sino encontrar palabras adecuadas a una sensibilidad nueva en mí y

fuera de mí. Eso quiso ser mi relato (Dama de corazones) no más. Y sólo cuando lo pienso

como un ejercicio puedo aceptarlo y —añadiré— sólo así es justo pensar en él”.

Precursora del misterio que presidiría una etapa de sulírica, Villaurrutia concibió Dama

de corazones desde el rincón ávido de un Marcel Proust prematuro. Por sus páginas circulan

los recuerdos de viajes nunca cumplidos, las referencias funerales, las lecturas inmediatas, la

pasión por la soledad, el sombrío afecto de nuestros prójimos, mucho de ello inmerso en un

ambiente que no desdeñaría Georges Rodenbach. La “cámara lenta” a que recurre el joven

escritor, provisionalmente acelerada con frases ingeniosas, domina los hechos y el desarrollo

interior de las ideas que los sustentan. Así, las reflexiones que concede a Aurora —su

hermana y ella forman la doble imagen del naipe “dama de corazones”— se armonizan con las

que él mismo suele repetir al correr del texto:

¿Vivir la vida? No entiende la práctica de esta frase. Comprende que no hacemos sino vivir nuestras costumbres. Apenas si

en el sueño, vertiginosamente, vivimos en intensidad, en sólo un instante, lo inesperado, lo trágico, la felicidad, el azar. Para

ella, todo lo que no es sueño no es vida. Sonríe y añade que la más perfecta de nuestras costumbres en nada difiere de la

muerte. Dormir sin soñar ¿qué otra cosa es sino morir?

Y al evocar su propia muerte, Villaurrutia la define: “Morir equivale a estar desnudo,

sobre un diván de hielo, en un día de calor, con los pensamientos dirigidos a un solo blanco

que no gira como el blanco de los tiradores ingenuos que pierden su fortuna en las ferias.

Morir es estar incomunicado felizmente de las personas y las cosas, y mirarlas como la lente

de la cámara debe mirar, con exactitud y frialdad. Morir no es otra cosa que convertirse en un

ojo perfecto que mira sin emocionarse”.

Otras prosas, de menor relieve, escribió Villaurrutia: el cuento cinematográfico El amor

es así…, que no habrá sido llevado a la pantalla; el relato despectivo Mauricio Leal; el

Monólogo para una noche de insomnio, consideración estética con deslices educativos; la

Oda en la muerte de Anatole France, dedicada al viejo escritor de tanto arraigo entre los

periodistas de la generación precedente; el Éxodo, capítulo de una biografía jamás redactada

de Cuauhtémoc y, finalmente, Bajo el cielo de Tauro, crónica delatora de su impericia en

materia taurina. Estos textos son, más que rasgos de habilidad literaria de Villaurrutia, signos

de su gusto por deambular en campos que no eran los suyos. Sin embargo, quedan como una

pertinente curiosidad que ayuda a comprender el afán de desleír la holganza durante los lapsos

que sus labores puramente poéticas le concedían.

LA CRÍTICA DE XAVIER VILLAURRUTIA

Desde un principio, la literatura, las artes plásticas, el cine, atrajeron la atención de Xavier

Villaurrutia. En la primera juventud, más que la vocación creadora, dominaba a su espíritu el

deseo de llegar a ser un enjuiciador de libros. La poesía no era sino una ocupación que cuidó

al margen de ese gran deseo. El teatro, como autor, sería un problema posterior, aunque no

tardío, y las incursiones en otros géneros literarios apenas sobrepasaban el placer de la

afición. Las tesis de Gide, principalmente, hicieron que en él maduraran las aptitudes críticas.

“Desde muy temprano, la crítica ejerció en mí una atracción profunda —dice en el prólogo a

Textos y pretextos—. Confieso que apuraba los libros de crítica con la avidez con que otros

espíritus no menos tiernos apuran novelas y libros de aventura.” Y del juicio acerca de los

libros de sus contemporáneos ascendió al juicio acerca de otras actividades artísticas. No fue,

con todo, un intelectual sistemático, capaz de dejar establecidos en teorías los métodos o sus

concepciones, sino que abordaba los temas llevado del impulso inmediato que lo conducía a

rescatar algo de lo que él mismo era. Justificaba con ellos la agudeza de sus observaciones y

se divertía en el gozo que le procuraban la lectura o la pintura, la pieza teatral o la obra

cinematográfica. No olvidaba fácilmente el aforismo gideano: “No es tan importante lo que

leo, como la manera como lo leo… Que lo importante resida en tu mirada y no en la cosa que

miras”. Por eso, nada raro es que confiese que al explicar a un autor se ayudaba a descubrir y

examinar su propio drama. Con esa convicción, se informó e informó a los demás acerca de lo

que de sí mismo había en la obra ajena. Esto, sin ser estrictamente verdad —sobre todo en

algunos escritos explicativos sobre pintura—, matiza su tarea con velos personales, siempre

insinuantes, que atraen la atención sobre aquello que precedentemente él creía descubrir.

Entre los méritos de su labor crítica, Villaurrutia cuenta el de haber contemplado con

distintas preferencias la poesía de Ramón López Velarde. “A los ojos de todos —escribe— la

poesía de Ramón López Velarde se instala en un clima provinciano, católico, ortodoxo. La

Biblia y el Catecismo son indistintamente los libros de cabecera del poeta; el amor romántico,

su amor; Fuensanta, su amada única.” Ese aspecto de la poesía velardeana, reflejo de una

moda temática que poco a poco se apoderaba de los poetas de nuestra lengua, era lo que

mayormente resplandecía a la mirada de los entusiastas, con el riesgo inmediato de

desvanecer otras facetas que incidían las zonas profundas del espíritu. Después de la

publicación de La sangre devota (1916), el cambio de procedimientos formales alarmó a

algunos lectores. José de J. Núñez y Domínguez lo advirtió y, tras de elogiar la primera

manera de López Velarde, agregó: “Extraviado ahora por el sendero de la extravagancia,

acopla versos y más versos, atropellando deliberadamente el ritmo, ejecutando malabarismos

musicales ingratos al oído, sutilizando la metáfora hasta convertirla en nebulosa, perdiéndose

en la oscuridad de figuras incomprensibles a fuerza de quintaesenciadas”.22

En cambio, Jorge Cuesta en más de una ocasión inclinó su simpatía por el segundo libro de

López Velarde, Zozobra (1919): “Una gran injusticia con López Velarde, en sus magníficos

poemas, se comete al preferir su poesía mexicanista. López Velarde, en sus magníficos

poemas, no le roba a su país lo que tiene; él es quien lo da”.23 Y en la Antología de la poesía

mexicana moderna (1929) afirma: “Ramón López Velarde murió joven, pero no antes de dejar

en la poesía mexicana las huellas más durables. Éstas no deben buscarse en la superficial

originalidad que hizo de él en seguida el jefe de una escuela, dándole un numeroso grupo de

prosélitos. Una influencia realmente honda se produce difícil y tardíamente, y sobre pocos

individuos, sobre los mejores”. Años después, en 1934, insistió: “De Ramón López Velarde…

se ha hecho el representante de una escuela mexicana; se ha hecho, pero indebidamente:

Ramón López Velarde es uno de los poetas más originales de México”.24 No se halla en

contradicción con estas precisiones de Cuesta lo que Torres Bodet afirmó en tiempos

juveniles: “Temamos a los poetas nacionalistas. El tono de un país lleva consigo la obra de

arte como lleva consigo el tono de una época, por fatalidad”.25 Villaurrutia condensó, en el

prólogo a los Poemas escogidos, todos aquellos rumores que su generación compartía acerca

del poeta zacatecano. En el zigzag de luces y sombras de su ensayo esplende el drama del

espíritu por encima de la gracia que a aquella poesía prestaban los recuerdos de la provincia.

El amor, las mujeres y la muerte, además de la religión, salen a flote entre las zonas en que

debaten el cielo y la tierra, la virtud y el pecado, el ángel y el demonio.

En términos generales, Villaurrutia adoptó las proposiciones acostumbradas en otras

latitudes en lo que atañe a la relación del arte con la naturaleza, con el individuo creador, la

moral, la nacionalidad. Como fruto del hombre, además de oponerse a la naturaleza y ser una

expresión de lo individual, el arte es “inútil” y sólo es viable por la forma en que descansa.

Gide había escrito en su prefacio a Las flores del mal: “La forma, razón de ser de la obra de

arte, es algo que el público no aprecia sino mucho más tarde. La forma es el secreto de la

obra”. Y Villaurrutia, al hablar de formas, cuidaba la de su pluma, lo mismo al referirse a

asuntos literarios que pictóricos, o al argumentar sobre el significado del cinematógrafo o

sobre teorías puramente estéticas. Quien lea sus escritos de índole crítica palpará las

afinidades con que imponía su criterio cuando abordaba cualquier tema artístico y,

paralelamente, mirará el amplio universo estético en que frecuentemente se internaba armado

no sólo de buena voluntad.

Paréceme a mí —observa José Rojas Garcidueñas— que las cualidades relevantes de la crítica de Villaurrutia están en la

solidez interna y en la ortogeneidad de sus atisbos o sus hallazgos, y a ellas se adunan la finura del trazo, la sutileza de la

observación, sin olvidar, claro está, el buen estilo que a todo ello presta elegancia, y los continuos toques de ingenio, tan

propios de su manera de escribir, que era, asimismo, una de las características de su manera de ser.26

Pocos escritores mexicanos han conservado, hasta el final, la actitud inquebrantable que,

respecto a la devoción artística, mantuvo Xavier Villaurrutia. No fue su oficio un quehacer

fácil de desvirtuar: la variedad de su producción literaria así lo testimonia. “La herencia que

Xavier Villaurrutia nos deja —dijo Celestino Gorostiza— ha prendido en muchos corazones y

habrá de crecer y multiplicarse, y vivirá aún y será más rica cuando de las frivolidades de su

tiempo no quede ni la sombra de un recuerdo.” Porque, por encima de las calidades de su

obra, Villaurrutia hace que el complicado y singular mundo de su conciencia perdure en la

historia de la literatura mexicana como una lección de rigor personal y un ejemplo de

apasionada vocación por las más altas manifestaciones de la cultura.

ALÍ CHUMACERO

1 Ulises, núm. 2 de junio, 1927.

2 Ulises, núm. 4 de agosto, 1927.

3 Ibid.

4 Ibid.

5 Ibid.

6 Véase José Rojas Garcidueñas, “Estridentismo y contemporáneos”, en Universidad de México, vol. VI, núm. 72,

diciembre, 1952.

7 José Luis Martínez, “Con Xavier Villaurrutia”, Tierra Nueva, año I, núm. 2, marzo-abril, 1940.

8 “Una carta de X. V.”, Letras de México, núm. 29, 1º de julio, 1938.

9 Rodolfo Usigli, “Xavier Villaurrutia”, Letras de México, núm. 4, 15 de marzo, 1937.

10 Tres grandes poetas belgas (Rodenbach, Maeterlinck, Verhaeren), con una conferencia de Enrique González

Martínez, Cvltvra, México, 1918, p. 8.

11 Prólogo a Campanas de la tarde, de Francisco González León, Ediciones México Moderno, México, 1923.

12 Ibid.

13 En Saisir, Jules Supervielle escribe:

Saisir, saisir le soir, la pomme et la statue,

saisir l’ombre et le mur et le bout de la rue.

Saisir le pied, le cou de la femme couchée

et puis ouvrir les mains. Combien d’oiseaux lâchés...

14 Calderón de la Barca, La nada de la vida.

15 Este poema tiene un antecedente directo en otro de Salvador Novo, Amor, del libro Espejo.

16 Es manifiesta la afinidad de estos versos con un poema de José Asunción Silva que lleva por título una interrogación: …?

…:

Estrellas que entre lo sombrío

de lo ignorado y de lo inmenso

asemejáis en el vacío

jirones pálidos de incienso...

¡Estrellas, luces pensativas!

¡Estrellas, pupilas inciertas!

¿Por qué os calláis si estáis vivas,

y por qué alumbráis si estáis muertas?

17 El mejor texto para informarse sobre la renovación de nuestro teatro, a partir de esas experiencias, es el libro Imagen

del teatro, de Antonio Magaña Esquivel, Letras de México, 1940.

18 Ibid., p. 92.

19 “El teatro de Villaurrutia”, Letras de México, núm. 26, 1º de abril, 1938.

20 Celestino Gorostiza, “El teatro de Xavier Villaurrutia”, Cuadernos Americanos, año XI, núm. 2, marzo-abril, 1952.

21 Miguel Guardia, “El teatro de Villaurrutia”, México en la Cultura, suplemento dominical del diario Novedades, núm.

102, 14 de enero, 1951.

22 Los poetas jóvenes de México, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, México, 1918, p. 22.

23 “¿Existe una crisis en nuestra literatura de vanguardia?”, El Universal Ilustrado, 14 de abril, 1932.

24 “El clasicismo mexicano”, El Libro y el Pueblo, agosto, 1934.

25 Contemporáneos (Notas de crítica), Herrero, México, 1928, p. 119.

26 “Xavier Villaurrutia, crítico”, Nivel (Gaceta de Cultura), núm. 25, 25 de enero, 1961.

FUENTE:

Recopilación de textos por

MIGUEL CAPISTRÁN, ALÍ CHUMACERO

Y LUIS MARIO SCHNEIDER

Bibliografía de Xavier Villaurrutia por

LUIS MARIO SCHNEIDER

Letras Mexicanas

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1953

Segunda edición, aumentada, 1966

Primera reimpresión, 1974

Primera edición electrónica, 2015

D. R. © 1953, Fondo de Cultura Económica

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:

editorial@fondodeculturaeconomica.com

Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como

características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del

Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2697-4 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

miércoles, 25 de octubre de 2023

La novela corta. Una biblioteca virtual www.lanovelacorta.com FRAGMENTO





La novela corta. Una biblioteca virtual

www.lanovelacorta.com

C o l e c c i ó n

Novelas en Campo Abierto

México: 1922-2000

C o o r d i n a c i ó n y e d i c i ó n

Gustavo Jiménez Aguirre

y Gabriel M. Enríquez Hernández

Novela como nube

D.R. © 2012, Universidad Nacional Autónoma de México

Ciudad Universitaria, Del. Coyoacán

C.P. 04510, México, D.E

Instituto de Investigaciones Filológicas

Circuito Mario de la Cueva, s.n.

www.filologicas.unam.mx

D.R. © 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes

República de Argentina 12, Col. Centro

C.R 06500, México, D.F.

Diseño de la colección: Patricia Luna

Ilustración de portada: D.R. © Andrea Jiménez

ESN: 4987512102913802193

Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.

Hecho en México.

índiice

I. Ixión en la tierra 5

II. Ixión en el Olimpo 43

Ixión en la tierra

I

1, sumario de novela

Sus hermosas corbatas, culpables de sus horribles

compañías. Le han dado un gusto por las

flores hasta en los poemas: rosas, claveles, palabras

que avergüenza ya pronunciar, narcisos

sobre todo. Ernesto marcha inclinado sobre los

espejos del calzado, sucesivos. Se ve pequeñito.

Su tío tiene razón: siempre será sólo un niño.

O poeta o millonario, se dijo en la encrucijada

de los quince. Un camino quedaba que daba a la

parte media de la colmena, pero esto no quiere

decir que la burocracia sea para los zánganos.

Pequeña teoría y elogio de la inercia; datos

estadísticos de los crímenes que evita. Un acróbata

que caía, sin fin, desde aquel trapecio. Se

quería asir del aire. La atmósfera en un cuadro

que representara cosas de circo, sólo podría resolverse

mezclando almíbar a los colores. Su

amigo el ingeniero del ingenio le reprochaba el

ser lampiño. ¡Qué triste! No poder comparar en

un poema las delicias de rasurarse con la estancia

en Nápoles. Pero ¿quién no ha leído a Gide?

“Non point la sympathie, Natanael, l’amour” .

¿Y quién lo practicaba? Sócrates, Shakespeare...

Tantas Desdémonas en lechos de posada, tantas

Ofelias en los estanques nocturnos.

Una se ahogó en su ojo derecho. Tendrá que

usar un monoclo de humo de Londres para ocultarla.

Ladrar del viento policía, investigando asesinatos

líricos. A la luna la mató Picasso en la calle

Lepic, una noche del mes de... ¿de que año?,

del siglo xx. Aquel profesor de historia que refería:

“ día y noche, bajo los rayos del sol, los ejércitos...”

La mala música del señor Nunó, fuerte

como un trago de alcohol; los mismos resultados,

alcohol o música, bebido, oída. Le decía: asómate,

amiga, a mi balcón del 15 de septiembre.

Y Ofelia se caía siempre al mar de la calle. Era

muy torpe, la pobre, para entender las lecciones,

y la pólvora no iba a sostener eternamente la varilla

del cohete. Vidas paralelas, profesión de cohete,

amores con las señoritas de la clase media.

Cada vez que su cielo amenazaba borrasca, encendía

uno, como hacen los agricultores.

2, el café

Ya está cerca el café. Ahora el Ojo, como si Ernesto

estuviera viviendo en verso, en esos versos

antipoéticos del señor Hugo, tentándole al remordimiento.

¡Pobre Ofelia! Todo por la aversión

de Ernesto al paisaje suburbano, resuelto

en manchas de colores opacos, pastosos, y, en el

calzado, de lodo. Y por saber ya cómo terminan

todas las películas, y por tener amigos —¡qué

horribles compañías!— que le leen sus comedias

antes de estrenarlas.

Su preferencia por ese café. Mana una luz,

aparte de la metafórica, que se llueve de los espejos

y sale a borbotones, por puertas y ventanas,

a las calles sordas y apresuradas, ferrocarriles sin

freno y sin fin hacia los campos. Pero la ciudad

ha tomado pasaje de ida y vuelta, y en vano esperará

el borracho el paso de su cama, y se tirará

en la acera, recibiendo sobre su cansancio la

burla del duchazo de luz.

Presiente que el que ría al último no encontrará

ya justificación para su risa; recuerda una máxima

popular de tan citada: “reír antes de ser feliz, por

miedo...” ¿Aquí, también, el miedo? No; engolfarse

en el vacío gustoso, olvidado de ella, la suburbana,

y de sus cavilaciones de postimpresionista.

Un mozo tira la luna llena sobre la mesa. El

hastío empieza a derramar sobre el techo la leche

embotellada en el cigarro. Si las frutas están

en la cornisa, el salero estará lleno de azúcar. Se

adivina el paso del Padre Brown. Pero los botellones

no están llenos de vino, y los vasos son

unos pobres vasos comunes que inmovilizan su

ancho bostezo hacia arriba. Hechos de agua sedienta,

esperan que el Moisés de su mano toque

la roca de cristal del botellón.

Saludos. Sus brazos infinitos, como las luces

de un faro, guían a los remeros de las mesas, rebaño

incuestionablemente descarriado. Sus miradas

untan de amor todos los rostros conocidos.

No simpatía, Natanael, amor. Pero allí está

la réplica del Ojo, por Ofelia: —¿Y aquella muchacha,

en los suburbios? ¿No, mejor, abandono?—

Leve discusión. Su principal argumento:

—Su casa es un búngalo tan feo. Y luego: —Si

robarle a ella este amor, si el agrarista gesto de

irlo repartiendo entre los indiferentes vecinos va

aumentándoselo, fortaleciéndoselo, cabeza de

hidra en proporción geométrica creciente.

3, Ofelia

Ofelia, donde las casas no están ni en la ciudad

ni en el campo. Cada diez minutos el terremoto

del tranvía la hará salir a la ventana, como arrastrada,

como empujada por un torrente de luz. Se

habrá dejado la cabellera de algodón, de muñeca

francesa, que le aburre a él tanto. Una vez

le agradó durante cinco minutos, cinco minutos

durante los cuales estaba él comunicativo y se

lo dijo. Parecerá un juguete, un objeto decorativo,

un cuadro de Marie Laurencin, lo mismo: la

chalina en un hombro, desnudo el otro. Tendrá

flores en las manos. Querrá que la besen, y en el

rostro blanco y redondo sólo resaltarán, brillantes,

los ojos y la boca. Será sólo como un beso

rodeado de leche.

Todos los que ahora bajen en aquella esquina

tendrán para la esperanza de Ofelia el cuerpo

de Ernesto, su manera de andar, sus ademanes de

cansancio un poco exagerados. Muchos se dirigirán

a la ventana y, viéndola tan abierta, no

faltará algún audaz que la salte a robarle aquella

sombra chinesca de finas curvas, que ensayarán,

sobre la pantalla de los visillos, el temblor

de él predilecto. En este instante, de seguro, ya

la habrá perdido, ya se la habrán robado sin remedio.

lunes, 23 de octubre de 2023

GILBERTO OWEN POESIA Y PROSA Edición de f osefina Procopio Prólogo de Alí Chumacero FRAGMENTO




 I

GILBERTO OWEN

POESIA

Y PROSA

Edición

de

f osefina Procopio

Prólogo

de

Alí Chumacero

IMPRENTA UNIVERSITARIA

México 19 t 3

r t ''\l

'l*:nh\4

ru 'í\ '

' TERCERF ESITVAL DEL LIBRO AMERICA UNIVERSIDADDE BUENOSA RES

' l

i]

1

ADVERTENCIA

,l

l

.t

Esta edición se hace conforme al deseo de Gilbe¡to Owen

quien, poco antes de su muerte en Filadelfia el año pasado,

rne dió autorización escrita para que editara su obra. Hace

unos dos años Gilberto quiso reunir su obra para publicarla

después en México; no tenía ejemplares de sus libros y me

pidió que le ayudara en la tarea de recopilarlos .y, preparar

la edición. Ifn mis viajcs a México Alfonso Reyes, Ilnrique

Carniado y Alí Chumacero gentilmente me proporcionaron

ejemplarcs que lucgo él revisó v corrigió. Son esas copias

corregidas por su autor las que han servido para la presente

edición.

Conviene advertir que este volumen no pretende contener

l;r obr¿r cornplcta de Gilberto Owen: seguramente faltan

pocnlas ¡lublicados cn cl Pcrír y cn Colornbia durante su

cstanciac n estris prríses,p oclnas que sc hallan en revistas

ctryos cjernplarcs no st' r'ncucntran cn tr4éxico I Que, por 1o

misrr-ron,o cstabana rui alcalcc; aclernásf,a ltan poemasq ue

Gilbcrto tcr.ríac onrpucstosp cro clue nunca llegó a publicar;

por ejernplo, Luis Alberto Sírnchez me decía en una carta:

"Se perdió El ntundo perdido que le oí recitar en Guayaquil.'"

I

Su primer libro, Desuelo (1925) -en gran parte inódito

'con excepción de tres poemas (Corolas de papel de cstas'

canciones, Niño Abril me escribíó de un pueblo y El agtta,

entre los álamos) que se publicaron en "IJlises" en mayo

de 1927- llevaba al principio dos poemas que desgraciadamente

se han percliclo, un clogio por Jorge Cuesta y un

retrato por Xavier Villaurrutia. Gilberto no tenía pensado

publicar este libro, ¡rcro al relecrlo cl año pasado decidió

incluirlo en la eclicitin tlc su obra total.

De Línea, publiclrdop or Alfonso I{e1'r'sc .¡1B ucnos Aires

en 1930, ya sc conocí:rn cn Móxico ll¡ros pocrnas publicados

.en "IJlises" cn rlicicrnllrr: rlc 1927, en "Contemporáneos"

en diciernbrc tlc 1928 y ('n nrí¡yo dc 1929, y cn la "Antología

de la PocsíaM exicana lVlo<krrna"d, e Jorge Cuesta,c n 1928.

Iin cl Pcrseo vcncido, publicaclo por L,uis Alberto Sánchez

en Lima cn 1948, rcunió Gilberto Owen varios pocmas: el

Madrigal por Medusa, Sindbad el aarado, Tres aersiones

supert'luas y el Libro de Ruth. Parte del Si,ndbacl habia

,aparecido anteriormente, con variantes, en "El Hijo Pqódigo"

de octubre de 1943, en "Letras de México" de marzo dc

1944, en la "Re'r'ista de la Unive¡sidad Nacional de Colombia"

de marzo de 1945 y en la "Revista de las Indias", de Bogotá,

de julio de 1945. El Discurso del paralítico y el Regaño del

ui.ejo (primera y tercera versión superfluas) se publicaron

en "Letras de México" del 15 de enero de 1940 y del 15

.de junio de 1943. El Libro de Rúh apareció en México por

primera vez en una edición de 1944 publicado por Ediciones

Firmamento. En la presente edición todo el Perseo aencido

va dedicado a José Vasconcelos, conforrne al deseo de Gilberto.

Los poemas reunidos en Poem.q,sN o Colecciotxad,oisr rcluycn

Carta (Defensa del hombre) aparecida en "Contemporáneos"

de septiernbre de 1930. No sé si el Lázaro mal

rediaiao llegó a publicarse; ese poema me 1o proporcionó

Gilberto advirtiénclome clue era fragmento de urr poema

largo que había escrito. De la ardua lecci,ón y AIIá en rnis

añ,os. . . , fueron escr i tosa pr incipiosd e 1951,p oco después

de la muerte de su amigo entrañable, Xavier Villaurrutia.

Espera,o ctx( ,bre. . .y EJ ya el cielo. . . , son f ragmentosd c

poemas encontrados entre los papeles de Gilberto clespués

de su muerte.

I.a sccción cle prosa co¡rienza con La llam.o fría, puliicada

corno la novela scrnanal de "El lJr.riversal Ilustraclo"'

el 6 de agosto de 1925. Noz,'elac onto nu,be, publicada por

Ediciones de Ulises en 1928. llevaba al final esta anotación:

"lmarzo, abril de 1926, en El Chico". Eram,en. de fausas

apalcciri cn "Contcrrrporáneos"e n julio de 1928. lln Otras

Prosas vlur incluírlos frirgrncntos tlc unas cuantas cartas,

qttc estantlo: r nri alcanct',t lccitlíp tttrlicar,u trasp orcltrca:v uclan

a conrpr.'n<lt'ra Cil[¡erto y su poesía, otras por stt valor

litcrario. Dc nir.rgunarn allcr¿sI c trata clc cpistolarioc ornpleto.

La fotografía del autor que iluitra cstc volurnen, le fué

torrrada en 1919.

Manifiesto mi agradecin.rientoa Alfonso Reyes, quier-rm e

proporcionó Línco, a Iinrique Carniado por haberrne prestado

el original de l)esuelo, a Luis Alberto Sánchez por valiosos

datos sobre la obra de Gilberto C)wen, a la Imprenta Uni-

IX

versitaria por su ayuda, y sobre todo, a José Rojas Garcidueñas,

a Alí Chumacero y a Elías Nandino sin cuya ayuda

no habría podido llevar a cabo esta edición.

JosErrNe Pnocopro

I

PROLOC.O

/

GILBERTO OWEN

I'o zteía a Gilberto Owen -sicmpre la broma a flor

Ce labio y enemigo dc solemnidades- colt la cu,riosidad.

de qui,ens. e acerca a reconocer la encarnación de un nombre

litcrario citado en alguna antología. Salido de Il[érico desde

uwy joaen, su prestigio se cifraba en unos cuantos foemas

r prosas desperdigados en reai'stas de literatura y en escdsoJ

atrócd,otasc ada z.¡ezln enos rcpetr.tlase n labios de sus amigtts.

Su. regreso al país fué, por esa razón, un preterto de

curiosidad para aquellos qlcc nunca antes lo habíartos tratad'o.

Era, en. uerdod,, una pcrsorxa, poco coretún. No sólo a su

co'nuersación llegaban los pcrsistcntcs ecos dc ut apat'ente

t'sccpticisnto contra las

nrazones

ntás altas que sosticnen la

espcroraa de un poeta, sino quc focos cott'to él sabían esconder,

en eI juego de las palabras, la rclíqión dc su arte . Más

ccrcano a los acontccimicnto.sit t¡ncdialos r!c Ia vido, a la

ri.rión. t!,elcznabled e los snccsosc allcicras y a los "cuidados

l,cqueños'' en qrte lranscurrcn las diarias preocttpacion'es,

Ozuen se aleiaba premeditadamente del agobiante inuocar el

rrutndo de la literatura. Sitt otro.t ltt¡nr¡rc., q), n tnano l'ranca

y el inci.sivoa f ó,n,d c sorltrt'ndcr o oqudlos totlavía propicios

al asombro, conseraal¡o la ail't'sa \ cl ónimo suficientes a

hacer de su conacrsación un sallo dc mata entre los ruentt'r

conx,tnes asurxtos. .ly'rl .rrr.r .rrilirlo.r ltclura-¡ -sobre todo en

letras modernas-, ni su udnt"irol,lc obra poética, ni' su

colnpactoa rnor ?or lll ,tt'ict¡r /rtr',r /r'.rr/rt't tttyi-o ven, abandonó

para ir en busca dc olru.¡ li¡rro.t .t,' !rullttcíatx en su,s frases

siempre al bordc dc lo dt.slrtttr'i,í¡r1 ' ltt itnltrcaisto. Tras la

rnáscarad cl quc c.sct¡ndtlu ittlitttitlul lírica, .srtof custodidr

el "dolor ido scnt i r " t ¡nt tnr r l ,urut l t ¡ l t ¡ t t t l i 'nt icof octa.

Delgadot odavío r'ttuntl,.t\ 't¡lt ¡ L'ttttt,cdí,t nuris ta.riu qu'ilinn

y o jos de ht¿rañctq r.t!tt, tttttttlt' uñul'u lu ,',¡ttl'tr'¡uciónc on,

adetnancsq uc il,un r'rr (¡.\'tr¿it(lt¡ .ru f ront¡rttso ct'l'rt.sívd.I ',¡

insólito tlc lo.t ,'('.r/lr('.f/(¡.tr'' Io inltncíón tlc lo.t y'/ftVlfo.r

hallaban,t tl>tt,uton nu¡t'itttitttlt¡.tslL 'm unt¡.rt ¡trt crtlol,rtrolraan

hacer má.¡ qráiica.r /rr.r/ io.r','.r'..' l ¡c.surt lc .¡í nt.¡nto v tto

obstantc -sttc.u llura, nttnca olz'iló la actitud ftculiur dc los

hombres d.e su froaincia. Natiuo tlcl llosario, Sinaloa:'sttht¡

conseraare l trato stnr. odcos que coracterizaa los hombrc.st lc

aquella región. Lo incisiao de sus opiniones se sosteníu,

con una timidez disimulada, ert lu aiolencia y cf ectiztidad d,,:

las palabras. En nacla, la ascendencia irlandesa emfañó el

carácter de su persona: mesicano como el que ',nós, tanl?oco

la inuasió'n de los ziaies desmereció la sinr,patía provi.nciana

que le otorqó el sitio de su origen. Owen practicaba cl.

secreto de ser, en un mundo de mortales, u.n hombre más,

perscguido por una íntima desilusión a la que sólo la poesío,

--qlld cn un rincóll de la rnevnoria o en un papel orrugado

dentro del bolsillo- bod'ría redimir.

xIv

I

En sus últimos días, cuando empezaba a comprender

quiaá que ya la canción se terminaba, aolaió o recordar o

su país, y la nostalgia lo acotnpañó hasta eI final instante.

Entonccs pensó, aunque no por aez Qrimera, qu,e podría

.morir de un rnomento a otro; pero él quería hacerlo bajo

al cielo de Mérico. Aquí pensaba quedar, aI lado dc su

entrañable amigo Xazti,er Villaurrutio, que openas un aíto

antes nos había dad.o Ia repentina sorpresa de .su fallecimiento.

Fué un deseo que no realizó. Otra tierca hoy lo cubre. No

pudo ser el hijo pródigo que ansiaba. En un hospital de

Filadelfia, apenas rodeado d.e la fidelídad. cle ztnas cuantas

personas, murió eI 9 de rnarzo de 1952. Había nacido el

domingo 4 de febrero de 1905.

Tras de ese hombre afectuoso Ete huía "de sed en sed

por su delirio", tras d,e esa burla por lo cotid,iano y tras de

esa am.abilidadd. ef endida por cl escefhcistlNo,ir npcraba una

singular conciencia poéti,ca. Lo antintelectual de la palabra

hablada en la cama.rod.ería del bar, o a la orillo d.e una mesa

dc café, escondía al hom.bre quc, a solas, alrendió a labrar

una dc las focsías más hondas de las últimas ganeracioncs

mesicanas. No fué un intelcctual; fué un poeta. A Ia siml,le

lectura de su. obra, ! a fesor dc las rcfcrcncias literarias

con que se halla . cnriquccida, sc adaicrte cómo cra t¿n,

hombre apegado a la tierra, a lo quc alrcdcdor sucumbe sí?r

tnisericordia. De una ,nanera similar a todo auténtico artista,

Owen aceptaba, corno un designio insobornable, incorporar

a su z)erso el fluir de las co.ras, la conciencia de que tod,o

-corno en las clósicas Coplas- está. condenado a stt.gerir

la pregunta por su eristencia. Sabía que su obra, connatttral

f

I

\\

a las ideas que la animaban, era el qeflejo y la dócil res?uesta

a la contentplución de lo qpe no perdura, a la incuitable

presencia de lo qne n4uere frcnte a nuestros ojos, y entraba

en la poesía deiandro a la fuerta toda esperanza:

Y luchó cc)ntrír cl nl:rr toda la noche

<lcsrlc I Ionrerr¡ lrast:r Joseph Conrad,

l':rr:t llcg:tr ir tll r()stro tlesierto

J' (lr su :rrerr:t k'cr <¡ue natla espere,

( l l t ( ' l l ( ) c s l r ( r ( ' t t l i s l t ' r i r ' ,q ue I lo t : spefe.

Contra urr rnurt) tlt t'.¡!,irilt,s lamcntociones. lo mistno

en cl amor qui .'n. /a.r fo.ciorrc.r ntás .sencillas, el Poeta

accftaba el único rtfuqio: lo dr.sc.rfcrociónM. as nunca el

qrito, cl c.rcóndolo, tl t¡o.stor lu ltrilrttra cn infternitos, sino

la ltoricontal dcst¡locitiut luc ucttntfrtrluL a tytíen, encerrado

cn .tí fiúsrno, .rc a justo. a lu.s ¡torntu.r r/rt¿' .f ¡¿ .toledad le da.

Qttizti ¡or.io.l¿ foc.tío no alconz,i cl c.rdrúiulo de la

clocu.cncitts, trto ty,tc ylttardó tl tono nl.ilor intli,sfcnsable

para no tra.rfasar la frasc musitada cn la confcsión. Su

grito no f ué nús qu,e el del " páruulo que csta noclle se

siente solo e íntimo / ,¡ qtoe suele llorar ante el retrato / de

ttrt, ganrbusino rubio que se queilxó en rosales de sangre al

mediodía".

En oiras palabras, la dicha no era el norte d'e su

foesía. Corno tr[allarnlé, llosiblemente pensaba que d.ecir

"Soy di,chosotp' odría traducirse por "Soy un tonto". Tal

era la defensa privada en que apoyó sus poem,as. No le

importó qu,e el ptiblico sufiera de su crtstencia, ni que el

trabajo emplead,o en el logro d.e una imagen o de una

metáfora trascendiera los límites de su. profia satisfacción.

\ t

I I

I

III

i

x!:I

I r

I

I

I

III

i

La fanm, en la que se solazaron sus contemporáneos, fué un

timbito ajeno a su ambición. Owen prefirió el trabajo del

ntinero, clel buzo, del criminal que en la alcoba concierta

.sus intenciones, entes que reclamar un prestigio logrado a

fuerza de aigilias. Así, apegado a sus nornras soli¡arias,

pretenclió pasar ante el mnndo de la literatura comi "tm

poeto desconocid.o"Y. en aerd.adq ue lo logró. De su angusti,a,

f orjada en Ia soledad.,n ada aino a d.efe ndeilo: ni afectos ni

intereses, ni -mucho ,nenos- la aaruidadd. e ser citado en

alguna antología. Prefirió conser?)ar, conuo la más prectada

herencio, la sutil gloria del anonimato.

Tal parece que Owen se conaertía, en el complicado

mecanisnto dc sus ideas, en un objeto más, cond,enado por

libre albedrío a caer bajo la ley general de lo pasajero. Si

el amor, la csperanza, "la ilusión serpentina dcl principio"

y aun la e.rtstencia que muestra su tmdscora en todo tiemlto

y lugar se hallan abocados "en á.rltero clortor de cuerd.a

7616" -¿5 decir, se predestinan a una frustración connatural

a stt,n acimicnto-, ¿por qué no habría de suceder iguabnente

con. el escritor qu.e clescubre ese laberinto t forniá ¡arte

sustancial dcl mismol "Todo lo quc aizte -escribió Owcn

cn una cartu-- cstá contlcnado al ticnt¡o. I.o quc cstó ¡uede

scr cterrto, ltcro cntonccs sc llunn Caos, y tro es, tto'ui.ve."

Ahí se escondc cl scclcto dc l¿.s idcas quc impwlsaron su

ltoesío. Pcro ntós aún: afín a I.oulr¿'amont, .su concepto dcl

tiempo alcanzaba cl rostro tlc Dios n.tismo. Lo intnutable, lo

perenne, no son síno momentos en que el ticmpo hace un

breae descanso antes de proseguir etu su tarea, "Dios no

está, eriste -escribe en .reguida-. l.legó desltués del Caos,

f ' f Í

y morirá cuando el Caos auelua a estar en todas parles." Algo

de terrible tiene esta afirmación en pluma d,e un creyente,

pero a la aez nos ayuda o consid,erar üna idea ertrema,

áz,i.darnente literaria, d,eriaada dc uno concepción erpresa

en su poesía. Puesto que Outut pensdta que el tierupo arrasa

con todo, llaro ser cln.rccucntc con esta creencia se aeía

obligad.o a insertar baio h fucrza de ese alud al Di,os en

que creín. Mas esto, dit¡títno,eloc on claridad, no pasó d.es er

un peligroso riqor n¡ una litl intcnción de lleaar hasta los

línfitcs w¿a idto alrrcmlido cn tcxto.r litcrarios.

Laz,crdad c.s qut rn .tt oltre no sc rcflcjan esos ertremos.

La dislcnsión dt'l ticnr¡t¡ tto el,erca utús allu del mund,o

inmcdiato t¡ la l,crsona <lcl cscrilttr. I)tro, e.so sí, actú,a con

cl aiqor inm.utablc dcl cuu.l noiit tt.o.slm dn;¡ reserz¡ar. Sin

ernbargo, esfigando cn .til fotnte dc nta\or ónimo, "Sfu.dbad,

el Varado", nos cncontrano.f con cu,alro l,crsos que definen

un posible descntcndinicnto \ uno artif i,jal clusión del

problcma. Otra z,cs cl rt'cuerdo dc A[allarnté uuelae a

señorear la conciencia, \ "{ln couf de dés" se torna en el

ejemplo a seguir:

Alcohol, albur ¡;anatlo, canto de cisne del azar.

Sólo su paz redime <lel Anciano del Mar

y de su erudita tortttra.

Alcohol, ancla segura ¡' abolición de la aventura.

En estos z)ersos, que no son sino un ligero intermedio

para continuar luego con Ia insistencia del tema, se condensa

la f órmula ltrincipal con que Gilberto Ozpen soñaba aplazar

el resuroimiento d.e su conciencia d'estructora. No son más

XVIII

que un descanso, una bella ilusión, antes de tnarcharse, ya

pora sicmpre, cen sít "muerte de m,ícstca a otra parte".

Si al af ,im de saberse ef ímero respondió esta obra

literaria y si la melancolía se aclitnató a menudo en los

resqui.cios rnós profundos de cstos tertos, el tiempo habrá,

de respetar -lo asegurar,nls- el inuiolable reci.nto d,e la

obra de Gi.lberto Owen. En las letras ntericanas, su n&tbre

figura con el eficaz relieae para mirar en él uno de nuestros

más legítimos poetas. Fué necesaria stt, ausettcia para que,

alejándola del olaido, reflerionáran'Los acerca de su obra

literaria e hiciéramos verdqd. un íntimo d.eseo suyo que

consistió en saberse conocido solatnente después de no

eristir entre los tnortales. No sitt cicrto sarcasmo. él señalaba

un día, Nrn martes 73,

en que sabrán mi vi<la por mi rnuerte.

Ali Cuu¡¡ecrno-




DE,SVELO

7. Pureza

¿ Nada de amor -¡ de nada !- para mí ?

Yo buscaba la frase con relieve, la palabra

hecha carne de alma, luz tangible,

y un rayo del sol último, en tanto, hacia luz

el confuso piar de mis polluelos.

Ya para entonces se me había vuelto

el diálogo monólogo,

y el río, Amor -el río: espejo que andallevaba

r¡i mirada al mar sin mí.

¡Qué puro eco tuyo, de tu grito

hundido en el ocaso, Amor, la luna,

espejito celeste, poesía!

,/t

2. Canción

De la última estrclla

a la primera

fué para oler las rosas.

Vuelta, al revés, dcl rnundo,

abierta la memoria

de la primera estrella

a ti -mujer, idea-

¿hasta cuándo la írltinur.,

)

i - l

La nochc,( lu( ' nl ( ' t .s¡ r í :¡rr r r rt.. l r r jo

dc la ccr r : r r lur 'r: rle l sr r ( .ñ( ) ,

gotea est rcl lasc le rui t los i r rcr ¡ r rcxt ¡s.

¿Para qué este hilo <le airc corr t,cos?

Ya ningún lápiz raya nri nrt,nrori;r

con el número de ningún tcli.fono.

Mi mensaje ."" .orr-igo

sin mis miradas, cuerdas cie un trapecio

suspendido, otros días,

de mi cabeza sobre el cielo.

Y nadie inventa aún al inalámbrico

una aplicación para esto:

uno puede caer cien siglos

-sin una honda agua de sueño, r

sin la recl salvavidas de una ¿¡fs¡¿-

al silencio.

.f

El agua, entre los álamos,

pinta la hora, no el paisaje;

su rostro desleído entre las manos

copia un aroma, un eco. . .

(Colgaron al revés

ese cromo borroso de la charca,

con su noche celeste tan caída

y sus álamos hacia abajo,

y yo mismo, la cabeza en el agua

y el pie en la nube negra de la orilla.)

Llega -¿ de dónde ?- el tren ;

corazón -¿ de quién ?- alargado,

oscu¡o y próspero, la vía

nos lo plantea : algo

más allá del alcance de los ojos.

Terremoto: llorando demasiado

los sauces salen al camino

como mujeres aterrorizadas.

Incendio: la luna, viento frío,

arrastra el humo de las sombras

hasta detrás del horizonte.

En el bosque, con tantos mármoles,

no queda sitio ya para las ninfas:

s

sólo E,co, tan urenudita,

tan invisible v tan cercana.

Sólo una memoria sin nexo:

"cuéntalas bien

que las ottce son".

Luego el castigo de Ia t'ncrucijarla

por el afán de habcr'rlur-,ri<l<r

saber a dónde llevan tt¡tlos los c;urrinos:

1, al pueblo;1 00,a la c iur l r r r l1; ,000:, r l c i c lo;

todosd e t i y ningur rol r t i ,

a tu centro irnplgciso, :rlrrur,

eje de mi abanico rlc rrrinrrl:rs,

sur t idor cx: r l t : r r l rt¡l t . t ' :ur r i r r t ¡s.

"f,

5. El recucrdo

llr ¡a

Con ser tan gigantcscc)c, l rrrar, y írmargo,

qué delicadarnented cjó cscrito

-con qué línea tan dulce

y qué pensamiento tan fino,

como con olas niñas de tus años-,

en este caracol, breve, su grito.

viernes, 20 de octubre de 2023

TRATADO DEL REBELDE Erns Jünger TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO Denes Martos

 




TRATADO DEL REBELDE

Erns Jünger

 

Denes Martos

EL "DER WALDGANG" Y SU TERMINOLOGÍA

Probablemente hay pocas obras alemanas cuyo título y cuyos términos principales resulten tan difíciles de traducir al castellano, aún aceptando que — ya de por sí — el recrear en la lengua de Cervantes lo creado en el idioma de Goethe no es precisamente tarea fácil.

El título original de este libro es "Der Waldgang". En las distintas ediciones y versiones hasta este título mismo ha sido traducido de diferentes maneras. El libro ha aparecido como "Tratado del Rebelde", como "El Emboscado" y, según me han comentado, habría por allí alguna versión titulada como "El Trotabosques". Se impone, pues, orientar un poco al lector en cuanto a los términos empleados por Jünger pues, para colmo de males, estos términos, más que denominaciones, son conceptos fundamentales de la obra y se da aquí — una vez más — la conocida situación en la que, si no tenemos la palabra, no tendremos el concepto, y, si no tenemos el concepto, es imposible que comprendamos el mensaje.

De modo que comencemos por el principio y por lo básico. El idioma alemán tiene una maravillosa facilidad para construir sustantivos compuestos. Allí en dónde el castellano recurre muchas veces al latín o al griego — especialmente en el lenguaje científico — el alemán simplemente "arma" un término "juntando" las palabras adecuadas. Bien es cierto que esto produce a veces expresiones kilométricas que se prestan a la ironía. El ejemplo que siempre me viene a la mente es el título de una fotografía en un manual de mecánica que rezaba: "Kurzgewindefräsverfahren auf der Langgewindefräsmaschine". Pero no se tarda mucho en comprender la ventaja del método germánico cuando se advierte que, en castellano, uno tendría que traducir eso por "Procedimiento de fresado de roscas cortas sobre la máquina de fresar roscas largas". Trece palabras, contando preposiciones y artículos, para traducir tres "simples" palabras del alemán... Y la otra enorme ventaja es que estos términos alemanes, por más kilométricos que parezcan, resultan autoexplicativos. Si digo "fanerógamas" en castellano, probablemente más de la mitad de ustedes tendrá que recurrir al diccionario. Pero si digo Samenpflanzen, cualquier alemán entenderá inmediatamente que estoy hablando de plantas que se reproducen por semillas (por Samen= semillas y Pflanzen = Plantas).

Sea como fuere, Waldgang es una de esas palabras compuestas. Está armada con los términos Wald y Gang. Veamos qué significan.


El Schwarzwald de Alemania

Por de pronto, el término "Wald" en alemán significa "bosque". Ahora bien, ya aquí hay matices para considerar. A veces esta palabra es traducida por "selva". Así, por ejemplo, el bosque más importante y conocido de Alemania — el Schwarzwald — se conoce como "Selva Negra". El problema es que "selva", en nuestro medio, evoca ecos tropicales. Al escuchar la palabra "selva", sin más aclaraciones, en América normalmente nos imaginamos la selva tropical; algo que el alemán denominaría "Urwald" o incluso "Dschungel" que en castellano equivale a "jungla" y que, en realidad, es un anglicismo proveniente de "jungle".

El "Wald" germánico es el bosque europeo. Es el bosque de pinos, robles, alerces, abetos, hayas. Es un bosque que puede volverse "negro" (Schwarz) en sus partes tupidas pero que también tiene sus claros, sus prados, sus flores, sus lugares bañados por el sol. Para imaginarnos algo similar al Wald europeo, en América tendríamos que pensar en los bosques andinos de las provincias de Río Negro o Neuquén en la Argentina y de ningún modo en algo similar a, por ejemplo, la "Selva Negra" nicargüense.

El segundo componente de la palabra Waldgang es Gang. Viene del verbo gehen que significa "caminar" y es, de hecho, la sustantivación del mismo; es decir: "el caminar". Waldgang por lo tanto, traducido en forma prácticamente literal, daría algo así como "el caminar por el bosque". De este modo, Waldgänger es "aquél que camina por el bosque" y, en consecuencia, in den Wald gehen es "ir al bosque".

Sólo que por desgracia, en el contexto en el que Jünger pone estas expresiones, los sentidos implícitos no son exactamente éstos.


Bosque en Islandia durante el invierno

El Waldgand que Jünger sugiere se relaciona con una antigua tradición de Islandia. El mismo autor nos confirma esto cuando en el Cap. 17 de la obra nos dice: "El hecho que esa palabra tenga ya una historia anterior — es una de las viejas palabras islandesas — no puede ser perjudicial."

En realidad, el Waldgang en la antigua Islandia fue una condena de expulsión, una especie de ostracismo. Personas asociales, por lo general homicidas, pero en todo caso individuos cuyo comportamiento había demostrado ser incompatible con la vida en comunidad, eran separados de la sociedad y prácticamente arrojados fuera de ella. Con lo cual quedaban condenados a vivir apartados de las poblaciones y los asentamientos; es decir, obligados a vivir en el único lugar disponible que les quedaba: el bosque.

La antigua palabra islandesa equivalente a Waldgang fue "skóggangr" y significó tanto como "destierro", "proscripción". Para captar todo el drama de la condena no deja de ser significativo constatar, por ejemplo, que los francos sálicos y los godos al Waldgänger lo llamaron "vargr", un término emparentado con las palabras modernas Würger (estrangulador) y Wolf (lobo). De hecho, entre estos pueblos, la captura o "caza" de los proscriptos fue probablemente recompensada, como lo sugiere el hecho de que se le ponía precio al "wulfes heafód" (Wolfschädel en alemán moderno = "cráneo de lobo" o "cabeza de lobo" en traducción literal).

El gran problema que se plantea aquí es el de cómo reproducir — aunque más no sea en forma aproximada — toda la carga tradicional y hasta legendaria que tienen estas palabras. Esto se hace tanto más difícil porque Jünger, no se limita a la mera alegoría directa, sino que introduce en los conceptos una interpretación muy personal. En efecto, inmediatamente después de hacer alusión a la genealogía islandesa de su término, todavía agrega: "Aunque aquí, ciertamente, vamos a entender esa palabra en un sentido más amplio. El irse al bosque, (...) era un acto que seguía a la proscripción. Mediante ... (ese acto) ... el hombre proclamaba su voluntad de depender de su propia fuerza y a afirmarse tan sólo en ella. Hacer eso se consideraba honroso; y también hoy continúa siéndolo, digan lo que digan todos los lugares comunes que por ahí corren." (Cf. Cap. 17)


La "Selva de Irati", en el Pirineo navarro (España)

En un sentido estricto, podría discutirse que en el antiguo mundo germánico el "irse al bosque" constituyó realmente un acto por medio del cual el proscripto "... proclamaba su voluntad de depender de su propia fuerza y a afirmarse tan sólo en ella". Probablemente lo que tenemos aquí es un optimismo algo exagerado, para decirlo de algún modo. Después de ser expulsado de su comunidad, realmente no se ve muy bien a qué otro lugar, fuera del bosque, podría haber llegado a ir el buen hombre. Es muy difícil — por decir lo menos — imaginar para el proscripto otras opciones aproximadamente viables; sobre todo si es cierto que — en algunos casos al menos — se le pudo haber puesto precio a su cabeza. Por supuesto, es comprensible que, por el otro lado, se generase alrededor de los Waldgänger esa especie de legendaria aura de heroicidad que siempre ha acompañado a los solitarios, muy especialmente cuando fueron algo misteriosos. Los norteamericanos, por ejemplo, han construido toda una leyenda y hasta todo un culto alrededor de la figura del lone ranger y han convertido al solitario segregado de la sociedad en uno de los héroes norteamericanos típicos. Hollywood incluso lo ha estereotipado a través de innumerables producciones. Hasta cierto punto y desde una perspectiva romántica, la sociedad siempre admira a quienes se apartan de ella.

Pero desde una óptica política — y es imposible dejar de advertir una fuerte intencionalidad política en la obra de Jünger — probablemente Carl Schmitt estuvo más cerca de la realidad cuando señaló la tendencia a declarar al enemigo político "hors-la-loi" es decir: "fuera de" o "más allá de" la ley. Es un tema que Schmitt desarrolla con bastante extensión en su ya clásico El Concepto de lo Político y que reaparece luego, obviamente, en su Teoría del Guerrillero cuya figura central puede considerarse bastante emparentada con el Waldgänger de Jünger. (De hecho, Jünger y Schmitt se mantuvieron en contacto y se han conservado varias de las numerosas cartas que intercambiaron a lo largo de una nutrida correspondencia). De todos modos, bien vale la pena poner al Waldgänger de Jünger y al partisano de Schmitt lado a lado, y estudiar sus diferencias y similitudes.

Tenemos así razonablemente en claro los conceptos fundamentales de Jünger. Pero esto, por desgracia, todavía no nos ayuda mucho en la determinación de las palabras exactas que podríamos utilizar para traducirlos.

En la edición argentina del libro, el Waldgänger fue traducido por "el rebelde". Es una opción. No se podría decir que es absolutamente incorrecta pero tampoco existen demasiados argumentos para defenderla y no cabe duda alguna de que no transmite en forma a acabada el concepto original. Es cierto que Jünger introduce un elemento volitivo en su concepción del Waldgänger. En la versión islandesa o germánica original se trata de un proscripto, de un expulsado. En la interpretación de Jünger es alguien que — aún dentro de un contexto de coerción y eventualmente hasta de terror — toma esa proscripción para hacerla suya. Dicho en otras palabras: en gran medida se auto-proscribe. El Waldgänger es "rebelde" en la medida en que su condición nace de ese elemento volitivo pero, por el otro lado, habría que ser muy superficial para perder de vista que el contexto en el cual esa decisión voluntaria se produce es un contexto de coerción y posiblemente hasta de terror. Que el problema tiene dos componentes, una coercitiva y otra volitiva, queda meridianamente claro en varios pasajes. Por ejemplo, en una parte Jünger nos dice; "O bien poseer un destino propio o bien equivaler a un número: ésa es la disyuntiva que hoy nos viene impuesta — ciertamente por la fuerza — a todos y a cada uno de nosotros. Pero el decidirse por lo uno o por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo." (Cap.14). Así, o bien aceptamos las reglas de juego del sistema, o bien optamos por la expulsión, ya sea haciéndonos expulsar, o bien autoexpulsándonos.

Estamos, por lo tanto, en el famoso caso de "la libertad dentro del círculo de la necesidad". La disyuntiva nos viene impuesta - ¡y por la fuerza! - de modo que la única alternativa que nos queda es optar por alguna de las dos posibilidades disponibles ya que una tercera, la neutralidad, se encuentra excluida: " ...la neutralidad equivaldría al suicidio — de lo que aquí se trata es: o bien se aúlla con los lobos, o bien se los combate" (Jünger, C.19). De modo que, si el Waldgänger fuese un rebelde, estaríamos ante el caso de un rebelde al que, en buena medida, lo han empujado a decidirse por la rebeldía. Míreselo como se quiera, no termina de resultar demasiado convincente; sobre todo si lo que se necesita subrayar es la importancia que tiene el acto volitivo de tomar la decisión de "combatir a los lobos" — que es lo que Jünger destaca de un modo bastante intenso a lo largo de toda la obra.

La otra posibilidad — y es la que hemos respetado aquí — es la de aceptar el pequeño juego de palabras que el traductor español nos propone con el término "bosque" y sus derivados. Con este criterio, el traductor nos sugiere aceptar que, si Wald es "el bosque", entonces "Waldgänger" es "el emboscado". Se advierte inmediatamente el doble sentido implícito.

El recurso puede objetarse, por supuesto. Es cierto que Jünger sólo en algunos pasajes hace referencia a "emboscadas" propiamente dichas, entendidas como "Ocultación de una o varias personas en parte retirada para atacar por sorpresa a otra u otras" según lo define la Real Academia en su primera acepción. Pero esos pasajes existen y no dejan de ser muy significativos. Considérese tan sólo el siguiente: "En lo que se refiere al lugar, hay bosque en todas partes. Hay bosque en los despoblados y hay bosque en las ciudades. En éstas el emboscado vive escondido o lleva puesta la máscara de una profesión. (...) El emboscado conoce los campos de trabajos forzados construidos por el agresor, conoce a los oprimidos, conoce a las minorías que están esperando con impaciencia su hora. El emboscado lleva a cabo su pequeña guerra, su guerrilla, a lo largo de las vías del ferrocarril y de las rutas de aprovisionamiento, amenaza los puentes, las transmisiones y los depósitos. (...) El emboscado difunde un desasosiego continuo, provoca pánicos nocturnos. Incluso puede reducir a la parálisis a ejércitos enteros, como pudo verse en España en el caso de los ejércitos napoleónicos." (Cap.29) Como puede verse, el traductor no ha forzado demasiado los términos al traducir Waldgänger por "emboscado".

Se dirá que la cita arriba expuesta es, de parte de Jünger y en el original, más una alegoría que una propuesta práctica concreta. Quizás, en alguna medida, eso sea cierto. Pero si uno tiene en cuenta la ya apuntada cercanía del Waldgänger al partisano de Schmitt, la traducción no deja de ser un reflejo razonablemente fiel del pensamiento del autor — dentro de lo humana e idiomáticamente posible, por supuesto.

Aceptado esto, no nos queda más remedio que ser coherentes y aceptar también los otros términos propuestos por el traductor. In den Wald gehen ("ir al bosque") se convierte, casi necesariamente en "emboscarse". Según la Real Academia, la segunda acepción de esta palabra es: "Entrarse u ocultarse entre el ramaje"; lo cual sigue siendo bastante consistente, tanto con la traducción como con el texto original. Y por último, tenemos "emboscadura" que la Academia acepta tanto en su sentido de "Acción de emboscar o emboscarse" como en el sentido de "lugar que sirve para eso". Habrá que admitir que no se trata de una traducción perfecta. Pero probablemente es lo más cerca que se puede llegar dadas las opciones disponibles.

Denes Martos, Enero 2006

FUENTE

 Tratado del rebelde (  ) [762070]
Sur. Buenos Aires.  21 cm. 118 p. Encuadernación en tapa blanda de editorial ilustrada.

Archivo del blog

FILOSOFÍA Y LITERATURA

  FILOSOFÍA Y LITERATURA. Ejemplos de Novelas Filosóficas: "El Extranjero" de Albert Camus Resumen: La historia de Meursault, un h...

Páginas