miércoles, 27 de enero de 2021

CORRER EL TUPIDO VELO. PILAR DONOSO. (Fragmento).


 

Escribir este libro tuvo grandes consecuencias para mí, pérdidas irreparables y,  seguramente, habrá más. Es por ello que,  como continuidad de mi historia, se lo dedico a mis hijos: Natalia, Clara y Felipe. 

 


¿Quién escribió a quién? 

Cecilia García-Huidobro Mc. 


De tarde en tarde la literatura nos asombra con historias de autores que han escrito un libro extraordinario, solo uno para luego, por las más diversas razones, refugiarse en el silencio. Pienso en Matar un ruiseñor de Harper Lee, La conjura de los necios de John Kennedy Toole o El gatopardo de Lampedusa. Obras reconocidas como maestras que son lecturas ineludibles para sucesivas generaciones, mientras estudiosos se cabecean preguntándose cómo se escribe un libro con tal potencia y madurez a la primera. Así, de una vez y para siempre. Eso es, ni más ni menos, lo que hizo Pilar Donoso. No sé si exista otro caso así en la literatura chilena. Correr el tupido velo es uno de los poquísimos títulos que podría estar en esa galería de escritores que desafían todas las leyes de la escritura. 

Desde la aparición de Correr el tupido velo en 2009 la crítica reconoció su valor. Se habló de «un libro notable en su dolor y en su honestidad». Se destacó que «posee un valor literario insospechado»; se dijo que era una historia descarnada, franca, y «por contradictorio que esto parezca, un libro de amor: amor salpicado por el odio...». Comentarios que no hicieron otra cosa que anticipar la sólida y contundente recepción que luego tendría fuera de Chile. Esta biografía no es como ninguna otra, anota la española Rosa Montero: «He leído muchas, porque es un género que me encanta, pero me resulta difícil recordar otro texto tan desnudo como este.» 

Me gusta el término desnudo. Quizás esa sea el y lo sustantivo de este relato. Estamos habituados a que una narración, sobre todo si aspira a retratar una vida y una época, vaya vistiéndose a través de la suma de datos, miradas, perspectivas. Pilar Donoso sigue el camino contrario: extrae las capas exteriores y despeja maquillajes en busca de esa esquiva esencia que apenas es posible vislumbrar —o adivinar sería más apropiado decir— entre fisuras y sombras que han sido despojadas de sus más asfixiantes velos. 

Más sorprendente aún es que Pilar Donoso consigue esta hazaña con un relato que está estructurado de forma originalísima haciendo difícil su clasificación: no es una novela aunque sea lea como tal, no es una biografía aunque aborda la historia de sus padres, no es autobiografía aunque se muestra hasta quedar en carne viva. Es eso y más. Porque tal vez lo que haya conseguido su autora sin buscarlo sea algo parecido a armonizar los contrarios. Poner el foco en la contradicción como el principal motor de vida. 

Correr el tupido velo es una obra coral en la que la mirada de Pilar converge con las voces de sus padres a través de sus diarios y cartas. Como en la Comala de Juan Rulfo —un autor gravitante en la obra de José Donoso aunque no se haya destacado lo suficiente—, aquí los muertos hablan para dejar en evidencia sus relaciones más desgarradoras en clave road movie además, puesto que seguimos a esta peculiar familia en movimiento de un lugar a otro. Más de diez domicilios en menos de veinte años a lo que hay que sumar un desplazamiento existencial que los hace explorar y explorarse entre ellos a ratos de forma obsesiva. Y aunque hay tres voces protagónicas que nunca desentonan, este texto es antes que nada una historia personalísima, la de Pilar Donoso, historia que solo ella pudo haber escrito con esta lucidez, buena pluma y una dosis profunda de humanidad. 

La extraordinaria acogida que Correr el tupido velo tuvo desde el primer día en Chile, y luego en España y algunos países de Latinoamérica, no significó que las cosas se volvieran fáciles para la autora. Se solía hablar de su obra como polémica, cuando se la presentaba no era suficiente decir que era su hija —se subrayaba que era adoptada— y, como si esto fuera poco, se le preguntó una y otra vez qué sentía al leer los diarios de su padre, especialmente los pasajes más duros que reprodujo en el libro. 

Porque entre tantas adversidades, Pilar tuvo que lidiar con esa suspicacia chilena de -cómo-puede-haber-escrito-ella-un-libro aplaudido por la crítica o un oblicuo cómo-es posible-que-publique-cuestiones-personales... Trasgredió un código social que opera de forma tácita pero eficiente en este país: hay cosas de las que sencillamente no se habla. Nada de trapitos al sol ni menos ocuparse de temas como el alcoholismo, la adopción o la homosexualidad. En una sociedad proclive al eufemismo y al cinismo, con una manía de ser perpetuamente el guardián del otro al decir de Benjamín Subercaseaux, descorrer velos como lo hizo Pilarcita —nótese el diminutivo descalificador—, tiene un alto costo. Pilar Donoso no solo lo experimentó sino que tuvo que pagarlo. Se sintió sola, desprotegida. Tuvo que soportar desconfianzas, burlas, suspicacias, cuestión que se encargó de explicitar en la dedicatoria: «Escribir este libro tuvo grandes consecuencias para mí, pérdidas irreparables y, seguramente, habrá más. Es por ello que, como continuidad de mi historia, se lo dedico a mis hijos: Natalia, Clara y Felipe.» 

Pilar se casó en 1986 a los diecinueve años. Por diversos motivos, ese debió ser un año singular para José Donoso. Para empezar porque la perturbadora experiencia de regresar a Chile en plena dictadura, cinco años antes, había cuajado por fin en una novela cuyo título ya anticipa su perplejidad, La desesperanza, que publicó en medio del gris y doblemente oscuro invierno santiaguino. También ese año, unos meses después, Pinochet salió ileso de un atentado. Un plan perfecto que rebotó contra el azar y ciertos errores dejando al dictador sano y salvo y con un halo de intocabilidad. La impresión de que el general estaría para siempre en el poder dotó de mayor reverberación a su reciente novela y muy especialmente a su título. Pero ese 1986, tan cargado, en realidad para él será significativo sobre todo por el matrimonio de Pilar, su Pilarcita, que se casa con su primo hermano. Como escribe Pilar en este libro, Pepe había regresado en buena medida para «crear una conexión entre su historia familiar y yo, su hija española». Y resultó que ahora la tribu resolvía esa inquietud de modo literal, como si todo hubiera vuelto atrás, recurriendo a los usos o hábitos de sus ancestros talquinos. Para ella, que era hija única y que carecía de tíos y primos maternos porque su madre también era hija única, su casamiento transformó a sus parientes también en su familia política. La jaula afectiva parece haber quedado cerrada por dentro. 

Quizás por ello y tal como Pilar anticipó, hubo más consecuencias tras la publicación de Correr el tupido velo. Pero era valiente y de una autenticidad impresionante y no quiso desatender la necesidad de iniciar ese arduo viaje tras las señas de su identidad: «En cada página, sin darme cuenta, me encontré también conmigo; tuve que reestructurarme una y mil veces frente a lo allí escrito, ante el desconcierto, el dolor, el amor, el miedo, el odio... Pero de entre esas miles de páginas me rescaté a mí misma y quizás, finalmente, también supe quién soy...». 

Dos años después de su publicación, Pilar Donoso se quitó la vida. No tardaron en aparecer hipótesis sobre su suicidio. Opinadores que en vez de sobrecogerse frente a su abismal decisión, exponían teorías o desplegaban todo tipo de suposiciones, sin respetar que, como escribió otra suicida, la gran Sylvia Plath, «morir / es un arte, como todo lo demás», y que el suicidio se prepara en el silencio del corazón, en palabras de Camus. 

A diez años de su primera edición, la lectura de Correr el tupido velo conserva el conmovedor impacto que solo logran las obras que se internan en el corazón de las incertidumbres. Ahora que la autora no está y por tanto no hay cómo alimentar la sed de morbo, cuando las entrevistas no pueden indagar en las anécdotas y episodios biográficos que dieron origen a este libro, el texto se sostiene en sí mismo. Me corrijo, Correr el tupido velo no solo se sostiene. Estos diez años han contribuido a dejar claro que se trata de un relato que forma parte del exclusivo club de esos libros que necesitamos, como calificaba Kafka a los títulos imprescindibles porque, como dice de manera inmejorable, parten «como un hacha el mar helado que tenemos dentro». 

Si así nos deja su lectura, es inevitable preguntarse cómo debió haber dejado a Pilar su escritura. 

Tuve el privilegio de conocer la gestación de Correr el tupido velo que no fue breve ni sencilla, como se sabe. Yo trabajaba en un suplemento literario y en algún momento pensamos en hacer un reportaje sobre José Donoso a propósito de una efeméride. Debe haber sido el año 2004, probablemente la idea era revisitar su obra cuando Pepe hubiera cumplido 80 años. Llamé a su hija para solicitarle material. Ojalá inédito, le enfaticé. Me citó en su casa. Para llegar, parecía necesario salirse de esa agitación frenética de Santiago haciendo un recodo para encontrar un lugar escondido. La calle era pequeña y sin salida (¿un presagio acaso de la enorme responsabilidad que pesaba sobre sus hombros respecto del destino de los diarios de su padre y la posibilidad de usos sensacionalistas?). 

En el antejardín de la casa de Pilar, que no tenía ningún tipo de reja, había un pequeño arco de futbol que remarcaba el aire familiar del entorno. No debe ser casualidad que a esa edad en que muchos jóvenes van a la universidad o se largan a viajar, Pilar Donoso se casara y tuviera a su primera hija. En esa búsqueda de identidad que supone la adolescencia, ella puso todas las fichas en la familia, en construir la suya propia y en crear un espacio al cual llamar su casa. 

Al entrar en la suya se experimentaba un giro respecto del antejardín. Era un espacio elegante, con un destacado buen gusto y objetos refinados. Como un personaje arrancado de un cuento de su padre, ella se esmeró por dotar a sus casas de una estética personal. No era un lugar muy luminoso, o al menos así me pareció quizá porque estaba absorta en la decoración y ansiosa ante la expectativa de encontrar material desconocido de Donoso. Pilar, mostrando el perfeccionismo que la caracterizaba, había hecho la tarea. Siempre me ha impresionado el pasaje en el que refiriéndose a su infancia dice que arrastra un «rasgo de carácter bastante insoportable: el orden en contraposición al miedo, al caos que muchas veces reinaba en mi casa». Me esperaba entonces con un organizado plan de trabajo y con muchos papeles a su alrededor. Uno a uno los iba tomando y describiéndome sus características en una escena muy similar ahora que lo pienso a la descripción con la que comienza este libro: «Sentada en el bow-window de la casa de mi suegra, en Cachagua, descansan sobre mis rodillas seis de los sesenta y cuatro tomos de los diarios de mi padre. Tengo miedo. Los observo, calculo su peso, los hojeo a la rápida y reconozco la letra de hormiga.» 

Llevaba tiempo enredada en esa letra infernal e hizo mucho hincapié en la caligrafía de los cuadernos de su padre. En ese minuto me pareció una exageración aunque años después he tenido que pasar por el mismo calvario editando los diarios. Hasta ese momento yo conocía poco a Pilar. La había visto un par de veces de pasada en la casa de Pepe durante los meses que fui semanalmente a mostrarle los avances en la recopilación de sus artículos periodísticos que se publicaron en dos volúmenes: Artículos de incierta necesidad y El escribidor intruso. Después de la muerte de Donoso, nos fuimos encontrando en algunos cocteles organizados por editoriales para celebrar la venida de grandes autores como Vargas Llosa o Saramago. Coincidíamos en algún rincón donde ambas nos refugiábamos para mirar la consabida batalla por conquistar la atención del homenajeado y de paso el verdadero torneo de egos a su alrededor. Yo disfrutaba de sus comentarios. Su sagaz ironía la convertía en una observadora francamente temible. Pilar era divertida, lo que revelaba su vitalidad mientras que su sentido del humor inagotable dejaba ver su inteligencia. 

Después de un rato de revisión de cartas, y algunos cuentos inconclusos acompañados de tibios «podría servir» de mi parte, Pilar me contó que estaba trabajando en un escrito a partir de los diarios de su padre. Tuve que insistir para que me lo mostrara. La lectura de las primeras páginas del texto me deslumbró por completo. Fue como frotar una lámpara en un cuento de hadas. 

Unas semanas después, se publicaron fragmentos de su proyecto en el periódico y varios diarios extranjeros la llamaron para pedirle ese u otros trozos de su manuscrito. 

Fue así, como por azar —aunque quiero creer que había algún designio invisible— que me convertí en una sparring y a ratos en una consejera editorial. Espero que en ese largo y difícil proceso de escritura que este libro le exigió haya podido ser también una amiga. Cuando se publicó, y comenzaron las reseñas alabanciosas, muchas personas se me acercaban y a media voz me preguntaban si lo había escrito yo, dado que aparezco en una suerte de créditos que ella, con generosidad, agregó al final del volumen. Probablemente un último intento de ninguneo. Pilar escribió este libro con las entrañas y con una profunda valentía y honradez. No queda duda alguna después de leerlo. Porque Pilar Donoso, que carecía de pasado propio, buscó aquí hacerse una historia, su historia. La niña sin sombra que fue Pilar, por haber nacido sin un pasado suyo, y que luego la vida la expuso a un sol inclemente, nos ha dejado en Correr el tupido velo, sin embargo, una enorme solera donde guarecernos. 

La nueva portada del libro es una fotografía hermosísima situada en Calaceite, ese alejado pueblo aragonés, con portales construidos en piedra del siglo XVIII que le otorgan una prestancia dura e imponente, como se aprecia en la imagen. Pepe y la niña, como suele llamarla en sus cuadernos, parecen estar en un recodo, o acaso en una encrucijada donde el camino se divide como si estuvieran situados en un momento de elección vital. En efecto, al leer sus diarios íntimos pude conocer el enorme peso emocional que ese sitio tuvo para ellos así como la interjección de caminos que allí vivieron. A ello hay que agregar que Calaceite fue el lugar donde Pilar Donoso recuerda haber sido más feliz. «Eran tiempos difíciles, pero los recuerdo con encanto y fascinación. Si tuviera que decir adónde pertenezco realmente, sería a Calaceite, tierra donde las extensiones inhabitadas se sienten y el horizonte infinito se agradece; es el pueblo que acogió mi más dolorida infancia, pero a la vez hizo posible grandes lazos: Mauricio Wacquez, Elsa Arana, Yves y Vigna Zimmermann serán siempre parte de nuestras vidas». Más adelante añade: «Para mí, Calaceite es el único lugar que reconozco como propio después de una vida de trashumancia, siguiendo el peregrinaje de mi padre en busca de la tierra prometida, Chile.» El dejo irónico de Pilar no es menor, pues en los diarios es posible percibir que el desasosiego de los Donoso no se esfumó con el regreso. Lo esperaban nuevas inseguridades, miedos que su tribu contribuyó a acentuar años después cuando relató su historia desde la fantasía y las conjeturas. 

Pero volvamos a la foto. Lo que más me conmueve y perturba es que José Donoso mira hacia el horizonte. Queda la impresión de que está capturado por sus fantasmas que lo otean desde cualquier rincón, y él parece obsesionado en continuar la inútil tarea de atraparlos, de exorcizarlos, sin saber exactamente en qué dirección avanzar. 

Pilar, en cambio, nos mira. Sus ojos nos apresan. La escena parece anticipar que será ella la que al final contará la historia. Da la sensación de que está a punto de dar un paso hasta nosotros, que va a acercarse, a comunicarse. Levanta un poco el pie como su estuviera pensando venir, cuestión que hará muchos años después a través de este estremecedor relato. 

Quizá Pepe Donoso intuía ya que algún día se produciría ese mágico paso. De hecho, en uno de sus diarios, en enero de 1974, cuando su hija tiene solo un par de años más que la niña que en ese momento lleva de la mano, apunta: «Otra pena que sentí leyendo Portrait of a Marriage, es la de mi incapacidad de escribir directamente sobre mí, sobre mí mismo, sobre mi vida. Lo cobarde que soy. El terror que tengo. Pero juro que algún día lo haré, analizando la génesis de mis represiones, culpas y temores. ¿Cuándo? No lo sé ¿Y para quién? Tampoco lo sé. Claro que entonces Pilarcita tendrá que estar grande y se publicará si en esos años —el final de la centuria y del milenio— todavía interesa la literatura...».1 

Diez años después, ya instalado de regreso en Santiago, y luego de una discusión, escribe «...nada me va a consolar de mi pelea con Pilarcita. Y no sé cómo reaccionar con ella. Lo hago torpemente. ¿De dónde sacar sabiduría, y serenidad para ser como debo ser? Siento que debo ser de otra manera. ¿Verá alguna vez la niña estas notas... en el futuro, cuando yo ya no exista? Si llega a hacerlo algún día, le dejo este mensaje de amor, que quizás le llegue a compensar por las durezas recibidas. A nadie en el mundo he querido, y quiero, como la quiero a ella. Es como la roca única emocional a que me aferro, y frente a esta pasión, a este cariño, nada existe, todo lo demás es cero.»2 

Su hija no solo vio esas notas sino que fueron el punto de arranque para su propia escritura al punto que varias veces se pregunta cómo hubiera reaccionado su padre frente a esta narración. A mí no me cabe duda de que la habría celebrado, y mucho. Desde luego por lo que se cuenta, mal que mal lo atañe directamente y el hombre tenía su ego. También porque pese a la dureza que significó para Pilar su escritura, ella admite que «la falta de identidad, de esa identidad tribal, ancestral, de la que no tengo conocimiento, finalmente la encontré en estas páginas». Pero lo que lo hubiera cautivado verdaderamente es el relato mismo. Conocedor a fondo del arte de la biografía, tan vívida en la tradición anglosajona, habría apreciado su factura. No creo que sea necesario subrayar que no bastaban los mejores ingredientes como los que sin duda dispuso Pilar gracias a los suculentos archivos de sus padres. Hay que tener una mano magistral para hacer con ello una historia con la densidad y belleza que este volumen posee. Sin contar con el coraje que demanda llegar hasta la puerta tapiada y no detenerse hasta abrirla y hacerse cargo de lo que allí aflora. 

Pilar escribió el libro que su padre quería hacer pero que sus miedos y angustias le impidieron. Me atrevo a afirmar que gracias a Correr el tupido velo José Donoso ha pasado a ser un personaje literario inmortal. Del mismo modo que, gracias a Pepe, Pilar es una autora insoslayable. Es la nueva y definitiva filiación que los une para siempre y que sella la simbiosis con la que siempre vivieron. 

 

Life is a sheet of paper white 

whereon each one of us may write. 

His word or two, and then comes night.  

Greatly begin! though thou hast time. 

but for a line, be that sublime. 

not failure, but low aim is crime. 


JAMES RUSSELL LOWELL 

 


Palabras preliminares 


Han pasado diez años de la muerte de mi padre y su sombra aún deambula por todas partes: al caminar en las calles, al abrir un clóset, al subir la escalera, al mirar hacia el horizonte. 

Una vez este padre tan presente me dijo: 

—Uno logra ser uno mismo cuando los padres se mueren. 

Qué mentira. No ha sido así en mi caso; ahora he tenido que hacerme cargo de su vida mucho más que cuando vivía. 

No puedo liberarme de su cadena opresora. ¿Seré yo también un personaje de sus novelas? La ficción y la realidad vuelven a mezclarse, como cuando era una niña y pude creerle, por mucho tiempo, que los yogures colgaban de los árboles y que había unos con sabor a frutilla y otros a durazno; o que, al hablar de una persona cualquiera, yo podía llegar a creer que era una tía muy lejana que venía a visitarnos; o bien que un personaje de una de sus novelas era un amigo de su infancia. 

En mi casa era imposible diferenciar esa línea tenue entre la ficción y la realidad, y aún ahora me cuesta distinguirla. Al leer sus diarios no puedo sino confirmar que él, más allá de su arte como novelista, tenía una seria disfunción respecto de la realidad. 

Leo y releo y reconozco tantas cosas... me río, lloro, me enrabio, perdono, vuelvo a llorar; me decepciono, lo enaltezco y nuevamente lo perdono porque lo quise inmensamente. 

Ser padre es algo normalmente impuesto; él, en cambio, tomó esa opción, me adoptó y me dio generosamente aquello que, como padres, a veces nos negamos por no habernos liberado de nuestras propias historias. 

Ante todo, mi padre era escritor. Cuando los días en que la muerte ya no pertenecía al mundo de la fantasía —su presencia lo rondaba por la casa de Galvarino Gallardo— enfrentamos juntos el hecho de que llegaba el fin. Le pregunté qué quería que dijera su epitafio y me contestó: 

—Escritor. No quiero nada más. Eso he sido. 

Sostenía que muchos de los novelistas latinoamericanos contemporáneos, en su búsqueda de estatus, se transforman en figuras públicas, como tribunos, como políticos; él, en cambio, se consideraba simplemente un escritor. 

Voy a tratar de contar esa historia —que es la mía en relación a él, finalmente— sin pretender un análisis literario de su obra, ni menos uno psicológico de su compleja personalidad. Será, más bien, la visión de una hija-niña, hija-adolescente, hija-mujer que lo acompañó, lo admiró, lo amó y lo odió. De modo que no esperen objetividad alguna; son los recuerdos de ese fantasma que me persiguen y me perseguirán por siempre. 

Debo aclarar que mi padre me designó como su biógrafa, pero yo no era la única a quien confirió este título honorífico. También se lo pidió a Esther Edwards, a su sobrina Claudia Donoso, a su amigo el escritor Fernando Sáez, y quizás a muchos otros. En pos de esta tarea que emprendí seriamente, nos juntábamos tres días a la semana para grabar nuestras conversaciones. En realidad, más que diálogos fueron sesiones sobre lo que él quería contar y no necesariamente acerca de lo que yo preguntaba o quería saber. Estas reuniones metódicas nos dieron la oportunidad de intercambiar recuerdos, ideas estéticas, incluso ideológicas; nos escuchamos como nunca y como nunca nos encontramos. En esas conversaciones, además de sus diarios, cartas y ensayos, está sustentada esta biografía. 

Este relato es, de un modo muy personal, una manera de liberarme, de ahuyentar a su fantasma. Mi padre me contó una vez algo que probablemente la mayoría de los lectores debe conocer: Virginia Woolf se preguntaba por qué el recuerdo de su madre no había dejado de obsesionarla a sus cuarenta y cuatro años de vida. Entonces escribió Al faro y el fantasma de su madre dejó de perseguirla. Por supuesto, no es mi intención hacer una comparación de ese tono y proporciones, pero sí de mi propio proceso de liberación. 

En un artículo de mi padre encuentro una opinión muy personal sobre este tipo de textos. Biografías, cartas, semblanzas, recuerdos, crónicas, que si se publican son o académicas o ñoñas o mundanas. Somos una raza extrovertida y efusiva, pero temerosa, pudorosa, que no se entera de la verdad (como sí lo hacen los ingleses cuando deciden hacerlo). Así las figuras de nuestra cultura siguen siendo monumentales, nunca humanas, y los elementos contradictorios y a veces hasta vergonzosos con que se construyó la obra genial permanecen velados. 

No sé en qué categoría caerían mis escritos para él. Desde luego no en lo académico, pero quizás tampoco en lo ñoño o mundano. Espero que no. En mi personal búsqueda por rescatarlo en su intimidad, en su profundo y particular mundo sin límites, he recurrido a sus cartas, de las que guardó siempre copia, tanto de las que escribió como de las que recibió; también a sus ensayos y, especialmente, a sus diarios, en los cuales jamás guardó secreto alguno. Con esto debemos aprender la lección de que jamás hay que destruir papeles, que los archivos y las colecciones son sagrados, no sólo por cuanto iluminan el pasado, sino también porque proyectan el futuro. 

Mis recuerdos se inician muy temprano y quizás simplemente estén asociados a fotografías. Pero si bien éstos comienzan alrededor de los tres años, empezaré esta historia, mi propia historia, desde el matrimonio de mis padres. Incluso creo que será necesario explicar ciertas experiencias previas de mi padre que lo llevaron a dejar Chile por diecisiete años y que lo marcaron definitivamente para ser quien fue. 

La historia que quiero contar no es «la historia de José Donoso», sino la de una hija en la búsqueda interminable por saber quiénes fueron sus padres, sean biológicos o adoptivos. Es la búsqueda de la identificación, del entendimiento de quién es uno y del inevitable conflicto que esto implica. 

Fuente:

Libro físico

Autor

Pilar Donoso

Editorial

Alfaguara

Categoría

Biografía

Tema

Chileno

Colección

Hispánica

Año

Sin información

Idioma

Español

N° páginas

440

Encuadernación

Tapa blanda

Peso

Sin información

Isbn

9562397165

Isbn13

978956239716

martes, 26 de enero de 2021

LA CASA ENCENDIDA Rosales, Luis.

 



LA CASA ENCENDIDA

Rosales, Luis

 

 

Sinopsis

Dentro de la etapa que se ha calificado como más «humanizada» del autor, Rosales alcanza una expresión definitiva en La casa encendida (1949), donde a menudo aplica, y con inusual fortuna, las técnicas de la poesía surrealista al servicio de sus propias experimentaciones. Esta transparente inclinación hacia la materia terrenal coincide con la actitud de sus coetáneos: «El primer momento mío y de todos los componentes de mi generación, está regido por lo que podemos llamar de una manera neta y clara una actitud discipular respecto a la generación del 27. Después, al buscar la conciencia de nuestro propio medio de expresión, comprendimos que, independientemente del mundo maravilloso de calidad a que habían llegado los del 27, existía el trasmundo estético del más allá, de lo ilimitado y, sobre todo, de lo humano. Ese retorno a lo humano que tanto ha preocupado a nuestra generación y que posiblemente, es nuestro rasgo coordinador y definidor...»

DESPUÉS de la guerra civil española, el poeta Luis Rosales (Granada, 1910 - Madrid, 1992) conformó, Junto a Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y José García Nieto, un movimiento de corte neoclasicista agrupado en torno a la revista Garcilaso. En realidad Rosales había sido el precursor de esta tendencia —y de otra de marcado acento religioso— desde la publicación, en 1915, de su determinante libro Clarín. Ambas vertientes —la neoclásica o garcilacista y la religiosa— marcarían durante años las coordenadas definitorias de la poesía de su generación, y Clarín, poemario donde se mezclan metros y estrofas tradicionales con el verso libre o la visión metafórica practicados por los autores del 27, rasgos ornamentales y destellos de vivido humanismo, la belleza pura y la realidad humana, se convertiría en símbolo y motor de esas corrientes. Vivanco le dedica Cantos de primavera. Miguel Hernández lo incluye en su cuaderno de poesías predilectas, Ridruejo acompaña su impulso con Primer libro de amor. V. Salas Viu atribuye a Rosales el resurgimiento de lo neoclásico en un artículo publicado por la revista El Sol en 1936, considerándolo «uno de los valores jóvenes que primero sintió de manera irresistible la necesidad de encerrar en moldes duros una poesía que se expandía ya demasiado, como gas libre, en el verso suelto...» Dámaso Alonso la define como una «poesía religiosa, íntima, desgarrada, sincerísima, que por estas condiciones y por su temprana fecha es probablemente la que inaugura esa línea que tan característica habría de ser en nuestra producción desde 1939 en adelante». Escribe luego la profesora Alicia Raffucci de Lockwood: «El neoclasicismo de Abril combina el retorno al soneto amoroso de la tradición petrarquista española, iniciado por Garcilaso, con una fuerte influencia esteticista bajo la cual se abre paso una tendencia humanizadora, un deseo de expresar sentimientos e impresiones amorosas personales».

No es casual que Rosales, según él mismo cuenta en una entrevista publicada en Ínsula, haya pertenecido, en su Granada natal, al racimo de poetas discípulos de Lorca: «Joaquín Amigo y otros jóvenes granadinos discípulos de Lorca, Luis Jiménez Pérez, Manuel López Banús, constituyeron el núcleo de mis amistades... grupo de poetas jóvenes que hicieron con Federico una famosa revista en los anales de la vanguardia estética granadina, El gallo. A ellos debo el primer encarnamiento recto, claro, eficaz, de mi vocación poética». Sin duda, la fuerza conceptual de sus orígenes definiría la trayectoria posterior del artista que, dentro de la etapa que se ha calificado como más «humanizada», alcanza una expresión definitiva en La casa encendida (1949), donde a menudo aplica, y con inusual fortuna, las técnicas de la poesía surrealista al servicio de sus propias experimentaciones. Esta transparente inclinación hacia la materia terrenal coincide con la actitud de sus coetáneos: «El primer momento mío y de todos los componentes de mi generación, está regido por lo que podemos llamar de una manera neta y clara una actitud discipular respecto a la generación del 27. Después, al buscar la conciencia de nuestro propio medio de expresión, comprendimos que, independientemente del mundo maravilloso de calidad a que habían llegado los del 27, existía el trasmundo estético del más allá, de lo ilimitado y, sobre todo, de lo humano. Ese retorno a lo humano que tanto ha preocupado a nuestra generación y que posiblemente, es nuestro rasgo coordinador y definidor...» Antes, en 1940, Rosales había publicado un volumen de poesía religiosa: Retablo sacro del nacimiento del Señor, recreando el sentimiento religioso puro y espontáneo de las antiguas formas tradicionales de los autos y villancicos de nacimiento.

En Rimas se recogen los textos escritos entre 1937 y 1951 y, aunque desaparece la unidad que caracteriza a las obras citadas antes, importa destacar —como advierte su exégeta Raffucci de Lockwood— la pérdida de la alegría y plenitud de Abril, que se evidenciaba especialmente en el tema amoroso: «Ahora predomina el sentimiento de inconformidad y sufrimiento ante la condición humana. Es un examen doloroso de la experiencia personal, la cual se compara en algunos poemas a la condición de náufrago». En Autobiografía, por ejemplo, equipara su vida a la del náufrago, lamentando su falta de acierto en dirigir su camino hacia lo esencial: Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir, / y las contase, las volviese a contar, para evitar errores, hasta la última, / hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le reza, y le cubre la frente / así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en aquello sólo que quería.

«Creo que la poesía consiste, en definitiva, en una nueva revelación de la vida, de nuestra vida», sostenía Rosales, y de esta profesión de fe («Tratar de revivir una experiencia vital en su nudo, en el primer nudo que le dio origen») es La casa encendida (1949) su modelo primogénito y revelador. La poesía del futuro Premio Cervantes 1982 culmina aquí, sostiene Raffucci de Lockwood, en un esfuerzo por abarcar la totalidad de su experiencia. Para ello se vale de procedimientos narrativos, de hechos que se suceden en secuencia temporal, y de procedimientos surrealistas en que mezcla espacios y tiempos para recoger sus fantasías y sentimientos. Su manera de entender lo humano corresponde a su personal manera de ver el mundo, de aprehender la realidad como un todo fluyente: «La metáfora central del libro es la de la casa, la cual representa el sitio desde donde escribe el poeta y a la vez la experiencia del poeta. Las habitaciones reales de la casa representan aspectos claves de su vida, que el poeta ilumina según los recuerda.»

«El libro tiene una estructura narrativa que comienza en un momento de depresión y que termina resuelto en una afirmación final positiva. El poeta revive cuatro momentos principales del pasado, los cuales representan cuatro tipos de relaciones afectivas: la amistad, el amor filial, el amor conyugal y el amor familiar. La poesía de la experiencia humana comienza en Rosales con los hechos cotidianos. El poeta se describe haciendo la rutina diaria de su vida y rodeado de las cosas familiares y corrientes, entre las cuales se siente solo y aislado de la vida: Porque todo es igual y tú lo sabes / has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta / con aquel mismo gesto con que se tira un día, / con que se quita la hoja atrasada al calendario / cuando todo es igual y tú lo sabes. / Has llegado a tu casa, / y, al entrar, / has sentido la extrañeza de tus pasos / que estaban sonando en el pasillo antes de que llegaras, / y encendiste la luz para volver a comprobar / que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año / y después, / te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que / un suicida / y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas / y te has sentido solo, / humanamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.»

Con La casa encendida aparecen en Rosales, delineando este vuelco temático, elementos expresivos que la diferencian claramente del resto de sus obras anteriores: el ejercicio del verso libre, sin regularidad silábica o métrica, genera en principio una fluidez coloquial, reforzada por reiteraciones deliberadas, y el uso de la metáfora no tiende a situar al poema en las alturas de una realidad superior sino que, por el contrario, apela a imágenes que remiten sistemáticamente a los objetos cotidianos, aunque se vale de una personal sencillez simbólica para trasmitir estados subjetivos: Los cuadros que aún no he tenido tiempo de colgar están sobre la mesa que me vistió mi hermana, / la madera que duele.../ Estoy sentado. La nieve de empezar a ser bastante sigue cayendo / sigue cayendo todo, sigue haciéndose igual, sigue haciéndose luego / sigue cayendo todo lo que era Europa, lo que era mío, lo que había logrado ser más importante que la vida, lo que nació de todos, y era igual que una grieta de luz entre mi carne, / sigue cayendo, sigue cayendo todo lo que era propio, lo que ya estaba liberado, lo que ya estaba desdolorido por la vida, / sigue cayendo... Raffucci de Lockwood destaca, además, dos rasgos fundamentales del libro: la importancia que otorga al revivir de los recuerdos y la idea de que dependemos de la voluntad divina para nuestras alegrías y tristezas, para ser joven, para haberlo sido / cuando Dios quiso.

Miembro de la Real Academia Española desde 1962, entre los libros escritos por Luis Rosales sobresalen títulos fundamentales de la poesía española contemporánea, como El contenido del corazón (1969), Segundo abril (1972), Canciones (1973), Como el corte hace sangre (1974), Diario de una resurrección (1979), La carta entera (1980), Un rostro en cada ola (1982), Oigo el silencio universal del miedo (1984). EnPoesía reunida recogió textos escritos entre 1981 y 1983. También es autor de dos importantes ensayos: Cervantes y la libertad (1960) y El sentimiento del desengaño en la poesía barroca (1996).

A IMITACIÓN DE PRÓLOGO

SON las once de la mañana. Me encuentro solo en la cascada del parque del Oeste. Hace un hermoso día de sol primaveral y un aire fresco y aleteante. Alguien podría cantar, y la carne y el alma se encuentran vegetalmente en primavera; están viviendo íntegramente lo que ven. Quizá ser hombre es lo más inmediato, es lo más fácil. Como diría Jorge Guillen, el mundo está bien hecho. (¿Quién pudiera decir lo mismo de la sociedad, de las costumbres y de la baratillería de la política?). Hay un humo de tren, ¿innecesario?, que se pierde a lo lejos; hay una viejecita de madera que duerme bajo el sol, y unas niñas que juegan como escribiéndose en el aire. Todo vive aquí naturalmente, o, quizá, todo descansa, por un instante sólo, de vivir; todo está restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría. Yo he salido para pensar unas palabras que debo entregar escritas hoy a las cinco de la tarde. No las quiero pensar. Quiero decir una cosa tan sólo: que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo siempre —delante de esta hierba, delante de estos niños—, sabiendo que la palabra con que lo digo es sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que lo que quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas; se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse dentro de sí mismo y sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van secando, poco a poco, aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que hemos amado un día y a los cuales debemos lo que somos. Pero vivir es ver volver. Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán, y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida. Y en este esfuerzo humano para recuperar el tiempo vivo, y conservar en nuestra alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del vivir, ese legado que es la unidad de nuestra vida personal, la poesía, y solamente la poesía, sigue diciendo su palabra, sigue teniendo su palabra. Y así sea.

Tarde tranquila,

casi con placidez de alma,

para ser joven, para haberlo sido

cuando Dios quiso; para

tener algunas alegría... lejos,

y poder dulcemente recordarlas.

Antonio Machado

María,

la casa encendida es para ti


 

ZAGUÁN: RECORDANDO UN TEMBLOR EN EL BOSQUE DE LOS MUERTOS

 

Si el corazón perdiera su cimiento

y vibraran la tierra y la madera

del bosque de la sangre, y se sintiera

en tu carne un pequeño movimiento



total, como un alud que avanza lento

borrando en cada paso una frontera,

y fuese una luz fija la ceguera,

y entre el mirar y el ver quedara el viento,



y formasen los muertos que más amas

un bosque ardiendo bajo el mar desnudo

—el bosque de la muerte en que deshoja



un sol, ya en otro cielo, su oro mudo—

y volase un enjambre entre las ramas

donde puso el temblor la primer hoja...


 

I CIEGO POR VOLUNTAD Y POR DESTINO

 

Porque todo es igual y tú lo sabes

has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta

con ese mismo gesto con que se tira un día,

con que se quita la hoja atrasada al calendario

cuando todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,

y, al entrar,

has sentido la extrañeza de tus pasos

que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,

y encendiste la luz para volver a comprobar

que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán dentro de un año,

y después,

te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,

y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,

y te has sentido solo,

humanamente solo,

definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa

y ahora, querrías saber para qué sirve estar sentado,

para qué sirve estar sentado igual que un náufrago

entre tus pobres cosas cotidianas.

Sí, ahora quisiera yo saber

para qué sirven el gabinete nómada y el hogar que jamás se ha encendido,

y el Belén de Granada

—el Belén que fue niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando—

y para qué puede servir esta palabra: ahora

esta palabra misma: «ahora»,

cuando empieza la nieve

cuando nace la nieve,

cuando crece la nieve en una vida que quizá está siendo la mía,

en una vida que no tiene memoria perdurable,

que no tiene mañana,

que no conoce apenas si era clavel, si es rosa,

si fue azucenamente hacia la tarde.



Sí, ahora

me gustaría saber para qué sirve este silencio que me rodea,

este silencio que es como un luto de hombres solos,

este silencio que yo tengo,

este silencio

que cuando Dios lo quiere se nos cansa en el cuerpo,

se nos lleva,

se nos duerme a morir,

porque todo es igual y tú lo sabes.

Sí he llegado a mi casa, he llegado, desde luego a mi casa,

y ahora es lo de siempre,

lo de nogal diario,

los cuadros que aún no he tenido tiempo de colgar y están sobre la mesa que vistió de volantes mi hermana,

la madera que duele,

y la pequeña luz deshabitando la habitación,

y la pequeña luz que es como un hueco en la penumbra,

y el vaso para nadie,

y el puñado de sueño,

y las estanterías,

y estar sentado para siempre.

Sí, he vuelto de la calle; estoy sentado;

la nieve de empezar a ser bastante

sigue cayendo,

sigue cayendo todo, sigue haciéndose igual,

sigue haciéndose luego,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo lo que era Europa, lo que era mío y había llegado a ser más importante que la vida,

lo que nació de todos y era como una grieta de luz entre mi carne,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo lo que era propio

lo que ya estaba liberado,

lo que ya estaba desdolorido por la vida,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo lo que era humano, cierto y frágil lo mismo que una niña de seis años que llorara durmiendo,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo,

como una araña a la que tú vieras caer,

a la que vieras tú cayendo siempre,

a la que vieras tú mismo,

tú, tristemente mismo,

a la que vieras tú cayendo hasta arañarte en la pupila con sus patas velludas

y allí la vieras toda,

toda solteramente siendo araña,

y después la sintieras penetrarte en el ojo,

y después la sintieras caminar hacia adentro

hacia dentro de ti caminando y llenándote,

llenándote de araña,

y comprobaras que estabas siendo su camino porque cegabas de ella,

y todavía después la sintieras igual,

igual que rota

y todavía...

Fuente:

Rosales, Luis


Editorial Cátedra

Colección Letras hispánicas, Número 0

Fecha de edición noviembre 2010 · Edición nº 1


Idioma español


EAN 9788437627076

616 páginas

Libro encuadernado en tapa blanda

Dimensiones 11 mm x 18 mm


lunes, 25 de enero de 2021

1. INTUICIONES SOBRE EL PROCESO DE CREACIÓN DE LOS VERSOS LIBRES DE JOSÉ MARTÍ. (Fragmento)



1. INTUICIONES SOBRE EL PROCESO DE CREACIÓN

DE LOS VERSOS LIBRES DE JOSÉ MARTÍ

Como se sabe, uno de los primeros lectores privilegiados

de José Martí fue Miguel de Unamuno quien, con su agudeza

y notables conocimientos de la literatura hispanoamericana

de esos momentos, dijo que las composiciones que

forman los Versos libres son rebeldes, abiertas, imperfectas e

inconclusas1. Otro lector privilegiado, Rubén Darío, los definió

como versos de métrica libre escritos por un hombre con

ansias de libertad:

...libres porque son endecasílabos blancos, sin consonancia

ni asonancia; libres, porque son versos de libertad. (...) Versos

de sufrimientos y de anhelo patriótico, versos de fuego y

de vergüenza (...) un verso libre renovado, con savias nuevas,

con las novedades y audacias de vocabulario, de adjetivación,

de metáforas que resaltan en la rítmica y soberbia

prosa martiana2.

1 Miguel de Unamuno, «Cartas de poeta», Obras Completas, t. VIII,

Madrid, Aguado, 1958, pp. 575-576.

2 Rubén Darío, «Martí, poeta», Antología crítica de José Martí, México,

Cultura, 1960, pp. 267-295.

19

No muy alejadas de estas impresiones están las palabras

que el propio Martí pronunció sobre estos versos en el prólogo

de su libro: «Éstas que ofrezco, no son composiciones

acabadas: son, ¡ay de mí! notas de imágenes tomadas al vuelo

(...) Ya sé que están escritas en ritmo desusado, que por

esto, o por serlo de veras, va a parecer a muchos duro»3; a lo

añadiría: «Mis encrespados Versos Libres, mis endecasílabos

hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas,

o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la

hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arenas

y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado, que silba

y chispea, o como surtidores candentes»4. Estas opiniones

privilegiadas sobre los Versos libres y una lectura pormenorizada

de estos nos llevan a pensar que fueron escritos desde el

apasionamiento, como quizá todos los versos de Martí; pero

en este caso se trata de un libro, a diferencia de Ismaelillo y

Versos sencillos que son poemarios reposados y tranquilos,

contagiado por el arrebato y por la constante metamorfosis

verbal que surgen en cada una de las palabras que componen

este poemario. Sin embargo, esto no impide que, como

intentaremos demostrar, haya una búsqueda consciente de la

sencillez expresiva que se trasluce en el resultado definitivo

de algunas composiciones: la afectación o la complejidad

enunciativa que es visible en las versiones previas se resuelve

en la definitiva con una sobriedad expresiva en la que voluntariamente

el poeta se despoja de todo lenguaje inútil. De

3 José Martí, Poesía Completa (ed. Crítica de Cintio Vitier, Fina García

Marruz y Emilio de Armas), t. I, La Habana, Letras Cubanas, 1985,

p. 223.

4 Ibid., «Prólogo a los Versos sencillos», p. 233.

20

este modo, el poema se transforma en un espacio claro en el

que el autor ha intentado plasmar toda su lucha por conseguir

un lenguaje cargado de pureza y sin los follajes habituales

de la futura estética modernista.

No debemos olvidar, por otra parte, la fecha de 1882, año

en el que previsiblemente Martí compuso la mayor parte de

sus Versos libres y en la que el escritor cubano está plenamente

envuelto en una actividad incesante, tanto desde el

punto de vista político como literario; condiciones biográficas

que implican una inquietud, no exenta de intranquilidad,

que se refleja sin duda en el proceso de creación de los Versos

libres. Esta incansable actividad literaria que se centra en el

año de 1882 se materializa con la publicación -además, del

Ismaelillo-, de las crónicas europeas que envió a Caracas y

las que remitió al periódico La Nación; con los ensayos sobre

Emerson, Longfellow, Osear Wilde, Darwin, etc.; o con la

escritura de «El poema del Niágara»5.

En medio de esta actividad literaria, nacen los Versos

libres cargados de vivencias personales y poesía visionaria,

versos quejosos, llenos de sobriedad y de mesura, como lo

demuestran no sólo las versiones definitivas sino también los

versos tachados y las variantes de los poemas: del atropello

vivencial surgen en estos versos rupturas lingüísticas y experimentaciones

rítmicas ausentes en su obra poética anterior y

posterior.

Tal vez por los motivos expuestos, y por la existencia de

versiones previas y algunos retoques en las definitivas, los

5 Estos datos han sido citados por Pedro Manuel González en «Martí,

creador de la gran prosa modernista», Martí, Darío y el Modernismo,

Madrid, Credos, 1974, p. 169.

21

Versos libres es el libro más propicio para estudiar la forma

con la que José Martí elaboraba sus poemas. Ya dijo Ivan A.

Schulman que se trata de «un volumen cuyo contenido está

en estado de flujo todavía, y por lo tanto sin definición absoluta

»6, aunque el propio Martí expresó su voluntad para que

estos fuesen publicados: «Y de versos podría haber otro

volumen: Ismaelillo, Versos sencillos y lo más cuidado y significativo

de unos Versos libres que tiene Carmita (Carmen

Miyares de Mantilla)»; pero a la muerte de Martí, como afirma

Ángel Augier,

los Versos libres no constituían un libro terminado. Algunos

textos quedaron en proceso de elaboración, sujetos a la rigurosa

tarea de taracea y remolde a que el poeta acostumbra

someter su verso impetuoso y borboteante. En aquel volumen

de 1913, Quesada y Aróstegui se apresuró a advertir las

dificultades de estos textos: «A menudo es ininteligible la

letra; a veces, apagada la tinta del manuscrito; otras, con dos

o tres vocablos a escoger»7.

Las sucesivas ediciones sobre este libro han provocado

polémicas apasionadas que no siempre han estado regidas,

como afirma Schulman «por el estudio sereno y erudito»8.

Por este motivo, hemos tomado como referencia para el

estudio de los Versos libres la edición crítica de Poesía completa

(La Habana, Letras cubanas, 1985), en la que aparece

6 Ivan A. Schulman (edición), Versos libres de José Martí, Barcelona,

Labor, 1970, p. 38.

7 Acción y poesía en José Martí, La Habana, Letras Cubanas, 1982,

p. 333.

8 Ivan A. Schulman (prólogo y edición), Ismaelillo. Versos libres de

José Martí, Madrid, Cátedra, 1994 (sexta edición), p. 39.

22

un pormenorizado apéndice con las variantes y los versos

tachados, así como poemas inconclusos; lo que nos permite

examinar el proceso de creación de esta obra, que en algunos

casos es posible que sea extensible a otros libros poéticos de

Martí. También en algunos casos se han cotejado estas

variantes con la edición de Ivan A. Schulman publicada en la

editorial Cátedra.

La mayoría de poemas que componen este volumen han

sido sometidos a un trabajo incesante sobre el lenguaje y son

múltiples las variantes que se ofrecen en cada poema; sirva

de ejemplo la composición «Pomona» en la que Martí tacha,

después del v.8, «Y cauce humilde en que van revueltas» -y

tomando como referente «revueltas»-, los siguientes adjetivos:

«altas», «crespas», «henchidas», «generosas», y como

variante aparece el adjetivo «dolorosas». En el mismo poema,

en el v.15, señala mediante un círculo dos palabras seguidas:

«Hinche» y «sacude», lo mismo hará en muchas otras

composiciones. Estos ejemplos, a los que se podrían añadir

otros más nos demuestran que, en primer lugar, y como

apunta Schulman haciendo referencia a este mismo caso en

el poema «Hierro», «es evidente que Martí pensaba volver

sobre el verso y escoger una de las palabras»9, lo que indica

la incesante elaboración de los poemas; pero quizá lo más

importante, y ésta sería la segunda conclusión, es que Martí

se debate entre múltiples posibilidades a nivel léxico para

elegir aquella palabra más acorde con el texto; pero también

la que con mayor sencillez exprese su pensamiento, aunque

ello suponga el sacrificio de alguna metáfora o menguar la

9 Ibid.,p. 105.

23

brillantez de una imagen. Estas resoluciones no se materializan

sólo en palabras específicas, sino que se repiten constantemente

en niveles de lenguaje superiores como el textual.

En el poema «Hierro», en el v.42, Martí escribió en la versión

definitiva: «No de vulgar amor: estos amores»; en una

primera versión el poeta cubano había escrito: «No de amor

a odalisca: ese es un vino», y arriba de «ese es un vino» anotó

«besos moros»; en otra versión posterior, tras tachar algunas

palabras como «ama» y «musulmán», el verso queda de

la siguiente forma: «No de amores de dama: estos amores».

Siguiendo este proceso, es fácil llegar a la conclusión de que

Martí, obviando palabras de claras reminiscencias exóticas,

que bien nos podrían acercar al exotismo romántico y premodernista,

como «odalisca», «besos moros» o «musulmán

», lo resuelve de la forma más sencilla.

Esta marcada tendencia hacia la sencillez implica también

eliminar todo lo sobrante en el poema. Como el mismo Martí

dijo en uno de sus múltiples escritos teóricos sobre la poesía,

la finalidad del poeta debe ser desembarazarse «del

lenguaje inútil de la poesía: hacerla duradera, haciéndola sincera,

haciéndola vigorosa, haciéndola sobria; no dejando más

hojas que las necesarias...»10. Una vez más, Martí censura la

concepción de la lengua, y en concreto la poesía, como adorno

del pensamiento: el arte no debe ser sólo y puramente

esteticista, debe huir de la retórica que ahogue la libre expresión

artística.

Numerosos son los ejemplos en los que el autor escribe

versos llenos de imágenes impactantes, poéticamente hablan-

10 José Martí, Obras Completas, La Habana, Trópico, 1936-1953, t. 62,

p. 176, apud., Ivan A. Schulman, prólogo a su edición de Cátedra, p. 17.

24

do, y que no serán recuperadas en la definitiva; porque como

diría el poeta, no hay que dejar «más hojas que las necesarias

». En la composición «Isla Famosa», después del v.l,

«Aquí estoy, solo estoy, despedazado», tacha el siguiente verso:

«El pecho herido, el pecho generoso», motivo que no será

recuperado a lo largo de todo el poema; más significativos

son los versos que tacha después del v.4: «Los vapores del

mar la roca ciñen», versos repletos de brillantez, pero que

restan sencillez y concreción al poema: «Y en el cráneo, que

en el mar entero bulle,/ Mis angustiosos ojos se dilatan!», y

que nuevamente no son recuperados a lo largo del texto.

Es curioso, y ésta sería otra de las características del proceso

de creación de los Versos libres de Martí, que las versiones

previas y los borradores le sirven para ampliar todas las

posibilidades que puede dar de sí el tema concreto que está

tratando en el poema, y que en la versión definitiva consigue

reducir la composición entre todas las posibles combinaciones.

Los casos más evidentes y significativos son aquellas composiciones

que contienen un elaborado proceso de creación,

con varias versiones previas, como «Hierro», «Canto de otoño

», «Amor de ciudad grande»11, etc. En el poema «Hierro»,

11 A propósito de este poema, Roberto González Echevarría, en su

artículo «Martí y su «Amor de ciudad grande»: notas hacia la poética de

Versos libres» en Ivan A. Schulman (ed.), Nuevos asedios al Modernismo,

Madrid, Taurus, 1978, pp. 160-173, plantea la originalidad e importancia de

los Versos libres. Según Echeverría, Martí inaugura con este libro, y especialmente

con el poema citado, la poesía contemporánea de la ciudad, y además

convierte la palabra en un elemento intercambiable y polivalente. Según

el mismo crítico, «Los Versos libres debe tomarse como oxímoron; dialéctica

entre la armonía y la disgregación, que en su acoplamiento constituyen la

poesía. De esa base dialéctica surge el poema, en ella se constituye, sin acce-

25

en una primera versión titulada «Hora de vuelo», después del

v.31, escribe once versos que en el manuscrito de la versión

definitiva aparecen tachados y con pequeñas variantes respecto

a la primera versión; lo mismo ocurre a partir del v.62, donde

a la primera versión se añaden seis versos que también

aparecerán tachados en la versión definitiva12.

En otro poema, «Canto de otoño», nos encontramos con

un borrador escrito a mano en el que, como se nos dice en la

edición crítica citada, en la primera hoja de la versión variante

aparece un pequeño esbozo. En éste, como hemos podido

comprobar, se hace referencia a versos que serán desarrollados

en la primera versión y la última, y que se aproximan

más, en su forma y contenido, a la definitiva. Tanto la primera

versión como el texto final contienen el mismo número

aproximado de versos, pero en la versión definitiva han desaparecido

referencias personales que estaban presentes en la

anterior versión, aunque las palabras-clave se repitan en

ambos textos. Salvo esta excepción, por regla general, las versiones

definitivas suelen ser más breves que las anteriores, lo

que refleja la búsqueda de esencialismo y de máxima depuración.

Quizá, donde más se demuestre la elaboración de los

poemas y el juego con la palabra sea en vocablos concretos y,

der nunca ni a un polo ni a otro, sino manteniéndose equidistante de ambos.

De ahí las características formales del libro, desde su «incompletez» hasta

sus torpezas, pasando por el tono «prosaico» que a veces tiene. En ello consiste

la modernidad y la vigencia de Martí poeta, que trasciende las vicisitudes

del Modernismo hispánico, para instalarse en una problemática mucho

más vasta -la de lo moderno».

12 Los versos tachados en la versión definitiva aparecen incluidos en la

edición de Cátedra de Ivan A. Schulman.

26

sobre todo, en los adjetivos. En el poema «(Contra el verso

retórico y ornado)», en el margen inferior de la última hoja,

Martí escribió lo siguiente:

En literatura, como en el nacimiento humano, no es la concepción,

sino la expresión lo que cuenta. -La una es (dolorosa?);

la otra, penosa, cuando no es desgarradora./ Escribo,

-y luego podo (p.i.), pongo médula, quito hojarasca, mermo.

Lo que no se tiene en pie por sí, abajo. -Donde falta un

color genial, color. Donde un adjetivo saca un plano o realza

una figura, perfecciona las distancias un adjetivo.

Por este motivo, en algunos poemas, el cambio de adjetivación

es un hecho recurrente es el afán de conseguir el adjetivo

adecuado.

En el poema «Media noche», en el v.2, «La tierra: el

amplio mar en sus entrañas», el adjetivo «amplio» ha sido

sometido a constantes cambios: en la primera versión ha

tachado «el bravo mar», arriba ha escrito «hosco» y, en el

margen, «amplio»; asimismo, a lo largo de este poema, en

numerosas ocasiones, juega con la diversidad del significado

del adjetivo para realzar desde la sencillez la adjetivación.

Lo mismo ocurre con el uso de los verbos, que en casi

todos los poemas están sometidos a modificaciones conducentes

a una mayor especificación de lo expresado en el texto.

Sírvannos, en este caso, el poema «Mujeres», donde

Martí cambia en numerosas ocasiones los verbos de la primera

versión hasta la definitiva. En el v.22, «Echa, brillando

al Sol, la alegre espuma», cambia «echa» por «saca»; o en el

v.41: «Dejar que vuele una sonrisa, -es fijo», cambia «vagar»

por «que vuele», o «es fijo» por «es cierto», así como otros

verbos del poema. También en este caso, la lucha por la sen-

27

cillez y la concreción prevalecen sobre otros registros estilísticos.

Quizá menos importantes, porque afectan a menos poemas,

sean algunos rasgos particulares que aparecen en el

proceso de creación de las composiciones. En poemas como

«Mi poesía», «(Como nacen las palmas en la arena)» o

«Pórtico» aparecen en los primeros versos tachaduras y

múltiples variantes, lo que indica -al menos en este caso- la

dificultad con la que algunas veces el poeta se encuentra a la

hora de empezar a elaborar una composición; pero lo más

frecuente es que Martí cambie versos y palabras una vez

que el poema ya está en vías de resolución. También resulta

interesante que en algunos poemas como «Águila blanca»,

«En torno al mármol...» u «Homagno», el poeta cubano

cambie de la primera versión a la definitiva el orden de

alguno de los miembros de la oración para conseguir, nuevamente,

una mayor sencillez, o bien un mayor efecto rítmico

del verso. Sin embargo, no olvidemos que como los

Versos libres nacen de una efusión imprevisible, este acto

emocional trastoca, lógicamente, su sencillez. Como afirma

Carlos Javier Morales:

(Martí) no duda en distorsionar el ritmo y la sintaxis a través

de encabalgamientos abruptos y encrespados hipérbatos; y

tal desgarramiento formal, del ritmo y de la sintaxis, se

corresponde con el desgarramiento de la emoción que el

poeta no se esfuerza en contener13.

13 La poética de José Martí y su contexto, Madrid, Verbum, 1994,

p. 467.

28

Los cambios presentes desde las versiones previas hasta la

definitiva siempre se rigen por requisitos que el mismo autor

se impone:

El lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico.

La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente

que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso

mismo de la idea14.

Resulta curioso que los numerosos cambios a los que los

Versos libres están sometidos, sólo en contadas ocasiones hay

permutas en aquellas palabras que en su poesía se transforman

en símbolos, ni tampoco los colores están sujetos a

variaciones; lo que demuestra una evidente seguridad en el

empleo de estos términos tal como ya apuntó Ivan A. Schulman

en Símbolo y color en la obra de José Martí'5.

Quizá todas estas anotaciones y particularidades del

proceso de creación en José Martí nos lleven a un tipo de

planteamientos más generales dentro de la poesía hispanoamericana

de finales del siglo XIX y comienzos del XX; y es

la vinculación del poeta cubano con el Modernismo. Una

cuestión muy debatida y a la que quizá poco más se pueda

aportar; pero sí nos gustaría reflexionar sobre algunos interrogantes

que surgen precisamente del estudio del proceso de

creación de estos Versos libres.

Por lo dicho hasta estos momentos, es evidente la voluntad

de Martí por acercarse lo más directamente posible a la

sencillez, o sea, a la comunicación con el lector, sin intentar

14 Citado por Carlos Javier Morales, ibid.y p. 233.

15 Madrid, Gredos, 1970.

29

con ello una simplificación o una merma del valor poético de

sus versos:

La frase -dice Martí- tiene sus hijos, como el vestido, y cuál

viste la lana, y cuál de seda, y cuál se moja porque, siendo de

lana su vestido no gusta de que (sic) sea de seda el otro (...)

Que la sencillez sea condición recomendable, no quiere

decir que se excluya del traje un elegante adorno16.

Esta reflexión intensa sobre el lenguaje en pro de la sencillez

que pretende Martí en estos versos entraría en conflicto

con los versos artificiosos de un Modernismo de escuela,

pero no con la complejidad del verso modernista de Darío,

por ejemplo.

El Modernismo, como se sabe, estratifica modos retóricos

del lenguaje y Martí, con sus versos, es un anuncio de

trabajo sobre el lenguaje; pero no es un ejemplo de esa estratificación

posterior que implantarán algunos modernistas

adocenados. Quizá el poeta cubano haya sido un visionario

al trabajar intensamente el lenguaje y experimentar sobre las

capacidades plásticas y simbólicas de éste, pero Martí lo hará

de una forma singular: jugará con la palabra para lograr la

máxima expresión, pero el valor retórico de ésta no será decisivo

en el momento de finalizar el acto de creación, como

evidentemente lo fue para algunos modernistas.

Ahora bien, la presencia de un pre-Modernismo como el

de Martí nos lleva a la ratificación de las dos caras de este

movimiento fundacional latinoamericano: por una parte, el

culto preciosista, el amaneramiento y el refinamiento artifi-

16 José Martí, Obras Completas, pp. 31-33.

30

cioso; y por otra, aunque en menor medida, el lirismo personal

y la expresión artística americana en algunos de sus versos.

Sin duda, será esa otra cara menos evidente del

Modernismo la que se hace presente en los Versos libres.

Por supuesto que con estas breves observaciones no queremos

entrar en los múltiples campos en los que se diversifica

la corriente modernista, ni hacer extensivas estas

cuestiones a la relación entre la prosa de Martí y la modernista,

ni las analogías entre símbolos utilizados por Martí y

los modernistas, o la presencia de elementos mitológicos en

alguno de sus poemas, como frecuentemente lo harían los

modernistas; simplemente nos atenemos al hecho de que en

Martí hay, dentro de la complejidad que suponen los Versos

libres, una evidente voluntad de conseguir la sencillez, preceptiva

que no entró en los cánones del modernismo más a la

moda.

José Martí, como escritor de su tiempo, incorporó algunos

aspectos del simbolismo, como también lo hizo Darío y tantos

otros modernistas, pero estas coincidencias quizá sean

debidas, en muchos casos, al conocimiento de las corrientes

literarias que en ese momento estaban en boga en Europa: los

dos, Martí y Darío, son fruto de una época, pero cada cual

asumió el caudal literario europeo a su modo. No cabe duda

de que tanto Martí como Darío, como hombres cosmopolitas

que fueron, pusieron en marcha mecanismos nuevos y permanentes

de transformación de la palabra en el ámbito latinoamericano;

no olvidemos que Rubén Darío junto al «ínclitas

razas ubérrimas...» del poema «Salutación del optimista»

escribió la epístola «A la Señora de Lugones» y otras composiciones

en las que se incluyen términos propios de la conversación

y modos expresivos totalmente coloquiales como son

31

evidentes también en los poemas maníanos «Pollice verso»,

«A mi alma» o «Canto de otoño»17. Con la inclusión tímida

en el lenguaje poético de elementos conversacionales -tanto

Martí como Darío- estaban abriendo una nueva vía poética

que alcanzará su cénit en los años sesenta con poetas como

Mario Benedetti, Roberto Fernández Retamar, Jaime Sabines

o Roque Dalton, que en intentarán, mediante estas estructuras

coloquiales, que la poesía vuelva a congraciarse con los

lectores

Sin duda, Martí fue un visionario en muchos campos,

pero también lo fue en el ámbito de la literatura ofreciendo a

través de sus versos las múltiples posibilidades que ofrece el

lenguaje e intentando crear espacios poéticos repletos de

imágenes que también -y sin dejar de ser por ello menos

modernistas- se contagiaron de sencillez y siguieron siendo

igualmente bellas.

17 Carlos Javier Morales en op. cit., p. 274, destaca algunas frases

coloquiales en los poemas citados.

Fuente:
Carmen Alemany Bay
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