martes, 26 de enero de 2021

LA CASA ENCENDIDA Rosales, Luis.

 



LA CASA ENCENDIDA

Rosales, Luis

 

 

Sinopsis

Dentro de la etapa que se ha calificado como más «humanizada» del autor, Rosales alcanza una expresión definitiva en La casa encendida (1949), donde a menudo aplica, y con inusual fortuna, las técnicas de la poesía surrealista al servicio de sus propias experimentaciones. Esta transparente inclinación hacia la materia terrenal coincide con la actitud de sus coetáneos: «El primer momento mío y de todos los componentes de mi generación, está regido por lo que podemos llamar de una manera neta y clara una actitud discipular respecto a la generación del 27. Después, al buscar la conciencia de nuestro propio medio de expresión, comprendimos que, independientemente del mundo maravilloso de calidad a que habían llegado los del 27, existía el trasmundo estético del más allá, de lo ilimitado y, sobre todo, de lo humano. Ese retorno a lo humano que tanto ha preocupado a nuestra generación y que posiblemente, es nuestro rasgo coordinador y definidor...»

DESPUÉS de la guerra civil española, el poeta Luis Rosales (Granada, 1910 - Madrid, 1992) conformó, Junto a Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y José García Nieto, un movimiento de corte neoclasicista agrupado en torno a la revista Garcilaso. En realidad Rosales había sido el precursor de esta tendencia —y de otra de marcado acento religioso— desde la publicación, en 1915, de su determinante libro Clarín. Ambas vertientes —la neoclásica o garcilacista y la religiosa— marcarían durante años las coordenadas definitorias de la poesía de su generación, y Clarín, poemario donde se mezclan metros y estrofas tradicionales con el verso libre o la visión metafórica practicados por los autores del 27, rasgos ornamentales y destellos de vivido humanismo, la belleza pura y la realidad humana, se convertiría en símbolo y motor de esas corrientes. Vivanco le dedica Cantos de primavera. Miguel Hernández lo incluye en su cuaderno de poesías predilectas, Ridruejo acompaña su impulso con Primer libro de amor. V. Salas Viu atribuye a Rosales el resurgimiento de lo neoclásico en un artículo publicado por la revista El Sol en 1936, considerándolo «uno de los valores jóvenes que primero sintió de manera irresistible la necesidad de encerrar en moldes duros una poesía que se expandía ya demasiado, como gas libre, en el verso suelto...» Dámaso Alonso la define como una «poesía religiosa, íntima, desgarrada, sincerísima, que por estas condiciones y por su temprana fecha es probablemente la que inaugura esa línea que tan característica habría de ser en nuestra producción desde 1939 en adelante». Escribe luego la profesora Alicia Raffucci de Lockwood: «El neoclasicismo de Abril combina el retorno al soneto amoroso de la tradición petrarquista española, iniciado por Garcilaso, con una fuerte influencia esteticista bajo la cual se abre paso una tendencia humanizadora, un deseo de expresar sentimientos e impresiones amorosas personales».

No es casual que Rosales, según él mismo cuenta en una entrevista publicada en Ínsula, haya pertenecido, en su Granada natal, al racimo de poetas discípulos de Lorca: «Joaquín Amigo y otros jóvenes granadinos discípulos de Lorca, Luis Jiménez Pérez, Manuel López Banús, constituyeron el núcleo de mis amistades... grupo de poetas jóvenes que hicieron con Federico una famosa revista en los anales de la vanguardia estética granadina, El gallo. A ellos debo el primer encarnamiento recto, claro, eficaz, de mi vocación poética». Sin duda, la fuerza conceptual de sus orígenes definiría la trayectoria posterior del artista que, dentro de la etapa que se ha calificado como más «humanizada», alcanza una expresión definitiva en La casa encendida (1949), donde a menudo aplica, y con inusual fortuna, las técnicas de la poesía surrealista al servicio de sus propias experimentaciones. Esta transparente inclinación hacia la materia terrenal coincide con la actitud de sus coetáneos: «El primer momento mío y de todos los componentes de mi generación, está regido por lo que podemos llamar de una manera neta y clara una actitud discipular respecto a la generación del 27. Después, al buscar la conciencia de nuestro propio medio de expresión, comprendimos que, independientemente del mundo maravilloso de calidad a que habían llegado los del 27, existía el trasmundo estético del más allá, de lo ilimitado y, sobre todo, de lo humano. Ese retorno a lo humano que tanto ha preocupado a nuestra generación y que posiblemente, es nuestro rasgo coordinador y definidor...» Antes, en 1940, Rosales había publicado un volumen de poesía religiosa: Retablo sacro del nacimiento del Señor, recreando el sentimiento religioso puro y espontáneo de las antiguas formas tradicionales de los autos y villancicos de nacimiento.

En Rimas se recogen los textos escritos entre 1937 y 1951 y, aunque desaparece la unidad que caracteriza a las obras citadas antes, importa destacar —como advierte su exégeta Raffucci de Lockwood— la pérdida de la alegría y plenitud de Abril, que se evidenciaba especialmente en el tema amoroso: «Ahora predomina el sentimiento de inconformidad y sufrimiento ante la condición humana. Es un examen doloroso de la experiencia personal, la cual se compara en algunos poemas a la condición de náufrago». En Autobiografía, por ejemplo, equipara su vida a la del náufrago, lamentando su falta de acierto en dirigir su camino hacia lo esencial: Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir, / y las contase, las volviese a contar, para evitar errores, hasta la última, / hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le reza, y le cubre la frente / así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en aquello sólo que quería.

«Creo que la poesía consiste, en definitiva, en una nueva revelación de la vida, de nuestra vida», sostenía Rosales, y de esta profesión de fe («Tratar de revivir una experiencia vital en su nudo, en el primer nudo que le dio origen») es La casa encendida (1949) su modelo primogénito y revelador. La poesía del futuro Premio Cervantes 1982 culmina aquí, sostiene Raffucci de Lockwood, en un esfuerzo por abarcar la totalidad de su experiencia. Para ello se vale de procedimientos narrativos, de hechos que se suceden en secuencia temporal, y de procedimientos surrealistas en que mezcla espacios y tiempos para recoger sus fantasías y sentimientos. Su manera de entender lo humano corresponde a su personal manera de ver el mundo, de aprehender la realidad como un todo fluyente: «La metáfora central del libro es la de la casa, la cual representa el sitio desde donde escribe el poeta y a la vez la experiencia del poeta. Las habitaciones reales de la casa representan aspectos claves de su vida, que el poeta ilumina según los recuerda.»

«El libro tiene una estructura narrativa que comienza en un momento de depresión y que termina resuelto en una afirmación final positiva. El poeta revive cuatro momentos principales del pasado, los cuales representan cuatro tipos de relaciones afectivas: la amistad, el amor filial, el amor conyugal y el amor familiar. La poesía de la experiencia humana comienza en Rosales con los hechos cotidianos. El poeta se describe haciendo la rutina diaria de su vida y rodeado de las cosas familiares y corrientes, entre las cuales se siente solo y aislado de la vida: Porque todo es igual y tú lo sabes / has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta / con aquel mismo gesto con que se tira un día, / con que se quita la hoja atrasada al calendario / cuando todo es igual y tú lo sabes. / Has llegado a tu casa, / y, al entrar, / has sentido la extrañeza de tus pasos / que estaban sonando en el pasillo antes de que llegaras, / y encendiste la luz para volver a comprobar / que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año / y después, / te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que / un suicida / y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas / y te has sentido solo, / humanamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.»

Con La casa encendida aparecen en Rosales, delineando este vuelco temático, elementos expresivos que la diferencian claramente del resto de sus obras anteriores: el ejercicio del verso libre, sin regularidad silábica o métrica, genera en principio una fluidez coloquial, reforzada por reiteraciones deliberadas, y el uso de la metáfora no tiende a situar al poema en las alturas de una realidad superior sino que, por el contrario, apela a imágenes que remiten sistemáticamente a los objetos cotidianos, aunque se vale de una personal sencillez simbólica para trasmitir estados subjetivos: Los cuadros que aún no he tenido tiempo de colgar están sobre la mesa que me vistió mi hermana, / la madera que duele.../ Estoy sentado. La nieve de empezar a ser bastante sigue cayendo / sigue cayendo todo, sigue haciéndose igual, sigue haciéndose luego / sigue cayendo todo lo que era Europa, lo que era mío, lo que había logrado ser más importante que la vida, lo que nació de todos, y era igual que una grieta de luz entre mi carne, / sigue cayendo, sigue cayendo todo lo que era propio, lo que ya estaba liberado, lo que ya estaba desdolorido por la vida, / sigue cayendo... Raffucci de Lockwood destaca, además, dos rasgos fundamentales del libro: la importancia que otorga al revivir de los recuerdos y la idea de que dependemos de la voluntad divina para nuestras alegrías y tristezas, para ser joven, para haberlo sido / cuando Dios quiso.

Miembro de la Real Academia Española desde 1962, entre los libros escritos por Luis Rosales sobresalen títulos fundamentales de la poesía española contemporánea, como El contenido del corazón (1969), Segundo abril (1972), Canciones (1973), Como el corte hace sangre (1974), Diario de una resurrección (1979), La carta entera (1980), Un rostro en cada ola (1982), Oigo el silencio universal del miedo (1984). EnPoesía reunida recogió textos escritos entre 1981 y 1983. También es autor de dos importantes ensayos: Cervantes y la libertad (1960) y El sentimiento del desengaño en la poesía barroca (1996).

A IMITACIÓN DE PRÓLOGO

SON las once de la mañana. Me encuentro solo en la cascada del parque del Oeste. Hace un hermoso día de sol primaveral y un aire fresco y aleteante. Alguien podría cantar, y la carne y el alma se encuentran vegetalmente en primavera; están viviendo íntegramente lo que ven. Quizá ser hombre es lo más inmediato, es lo más fácil. Como diría Jorge Guillen, el mundo está bien hecho. (¿Quién pudiera decir lo mismo de la sociedad, de las costumbres y de la baratillería de la política?). Hay un humo de tren, ¿innecesario?, que se pierde a lo lejos; hay una viejecita de madera que duerme bajo el sol, y unas niñas que juegan como escribiéndose en el aire. Todo vive aquí naturalmente, o, quizá, todo descansa, por un instante sólo, de vivir; todo está restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría. Yo he salido para pensar unas palabras que debo entregar escritas hoy a las cinco de la tarde. No las quiero pensar. Quiero decir una cosa tan sólo: que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo siempre —delante de esta hierba, delante de estos niños—, sabiendo que la palabra con que lo digo es sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que lo que quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas; se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse dentro de sí mismo y sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van secando, poco a poco, aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que hemos amado un día y a los cuales debemos lo que somos. Pero vivir es ver volver. Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán, y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida. Y en este esfuerzo humano para recuperar el tiempo vivo, y conservar en nuestra alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del vivir, ese legado que es la unidad de nuestra vida personal, la poesía, y solamente la poesía, sigue diciendo su palabra, sigue teniendo su palabra. Y así sea.

Tarde tranquila,

casi con placidez de alma,

para ser joven, para haberlo sido

cuando Dios quiso; para

tener algunas alegría... lejos,

y poder dulcemente recordarlas.

Antonio Machado

María,

la casa encendida es para ti


 

ZAGUÁN: RECORDANDO UN TEMBLOR EN EL BOSQUE DE LOS MUERTOS

 

Si el corazón perdiera su cimiento

y vibraran la tierra y la madera

del bosque de la sangre, y se sintiera

en tu carne un pequeño movimiento



total, como un alud que avanza lento

borrando en cada paso una frontera,

y fuese una luz fija la ceguera,

y entre el mirar y el ver quedara el viento,



y formasen los muertos que más amas

un bosque ardiendo bajo el mar desnudo

—el bosque de la muerte en que deshoja



un sol, ya en otro cielo, su oro mudo—

y volase un enjambre entre las ramas

donde puso el temblor la primer hoja...


 

I CIEGO POR VOLUNTAD Y POR DESTINO

 

Porque todo es igual y tú lo sabes

has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta

con ese mismo gesto con que se tira un día,

con que se quita la hoja atrasada al calendario

cuando todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,

y, al entrar,

has sentido la extrañeza de tus pasos

que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,

y encendiste la luz para volver a comprobar

que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán dentro de un año,

y después,

te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,

y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,

y te has sentido solo,

humanamente solo,

definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa

y ahora, querrías saber para qué sirve estar sentado,

para qué sirve estar sentado igual que un náufrago

entre tus pobres cosas cotidianas.

Sí, ahora quisiera yo saber

para qué sirven el gabinete nómada y el hogar que jamás se ha encendido,

y el Belén de Granada

—el Belén que fue niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando—

y para qué puede servir esta palabra: ahora

esta palabra misma: «ahora»,

cuando empieza la nieve

cuando nace la nieve,

cuando crece la nieve en una vida que quizá está siendo la mía,

en una vida que no tiene memoria perdurable,

que no tiene mañana,

que no conoce apenas si era clavel, si es rosa,

si fue azucenamente hacia la tarde.



Sí, ahora

me gustaría saber para qué sirve este silencio que me rodea,

este silencio que es como un luto de hombres solos,

este silencio que yo tengo,

este silencio

que cuando Dios lo quiere se nos cansa en el cuerpo,

se nos lleva,

se nos duerme a morir,

porque todo es igual y tú lo sabes.

Sí he llegado a mi casa, he llegado, desde luego a mi casa,

y ahora es lo de siempre,

lo de nogal diario,

los cuadros que aún no he tenido tiempo de colgar y están sobre la mesa que vistió de volantes mi hermana,

la madera que duele,

y la pequeña luz deshabitando la habitación,

y la pequeña luz que es como un hueco en la penumbra,

y el vaso para nadie,

y el puñado de sueño,

y las estanterías,

y estar sentado para siempre.

Sí, he vuelto de la calle; estoy sentado;

la nieve de empezar a ser bastante

sigue cayendo,

sigue cayendo todo, sigue haciéndose igual,

sigue haciéndose luego,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo lo que era Europa, lo que era mío y había llegado a ser más importante que la vida,

lo que nació de todos y era como una grieta de luz entre mi carne,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo lo que era propio

lo que ya estaba liberado,

lo que ya estaba desdolorido por la vida,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo lo que era humano, cierto y frágil lo mismo que una niña de seis años que llorara durmiendo,

sigue cayendo,

sigue cayendo todo,

como una araña a la que tú vieras caer,

a la que vieras tú cayendo siempre,

a la que vieras tú mismo,

tú, tristemente mismo,

a la que vieras tú cayendo hasta arañarte en la pupila con sus patas velludas

y allí la vieras toda,

toda solteramente siendo araña,

y después la sintieras penetrarte en el ojo,

y después la sintieras caminar hacia adentro

hacia dentro de ti caminando y llenándote,

llenándote de araña,

y comprobaras que estabas siendo su camino porque cegabas de ella,

y todavía después la sintieras igual,

igual que rota

y todavía...

Fuente:

Rosales, Luis


Editorial Cátedra

Colección Letras hispánicas, Número 0

Fecha de edición noviembre 2010 · Edición nº 1


Idioma español


EAN 9788437627076

616 páginas

Libro encuadernado en tapa blanda

Dimensiones 11 mm x 18 mm


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