Rosales,
Luis
Sinopsis
Dentro de la etapa
que se ha calificado como más «humanizada» del autor, Rosales alcanza una
expresión definitiva en La casa encendida (1949), donde a menudo aplica, y con
inusual fortuna, las técnicas de la poesía surrealista al servicio de sus
propias experimentaciones. Esta transparente inclinación hacia la materia
terrenal coincide con la actitud de sus coetáneos: «El primer momento mío y de
todos los componentes de mi generación, está regido por lo que podemos llamar
de una manera neta y clara una actitud discipular respecto a la generación del
27. Después, al buscar la conciencia de nuestro propio medio de expresión,
comprendimos que, independientemente del mundo maravilloso de calidad a que
habían llegado los del 27, existía el trasmundo estético del más allá, de lo
ilimitado y, sobre todo, de lo humano. Ese retorno a lo humano que tanto ha
preocupado a nuestra generación y que posiblemente, es nuestro rasgo
coordinador y definidor...»
DESPUÉS de la guerra
civil española, el poeta Luis Rosales (Granada, 1910 - Madrid, 1992) conformó,
Junto a Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y José García
Nieto, un movimiento de corte neoclasicista agrupado en torno a la revista
Garcilaso. En realidad Rosales había sido el precursor de esta tendencia —y de
otra de marcado acento religioso— desde la publicación, en 1915, de su
determinante libro Clarín. Ambas vertientes —la neoclásica o garcilacista y la
religiosa— marcarían durante años las coordenadas definitorias de la poesía de
su generación, y Clarín, poemario donde se mezclan metros y estrofas
tradicionales con el verso libre o la visión metafórica practicados por los
autores del 27, rasgos ornamentales y destellos de vivido humanismo, la belleza
pura y la realidad humana, se convertiría en símbolo y motor de esas
corrientes. Vivanco le dedica Cantos de primavera. Miguel Hernández lo incluye
en su cuaderno de poesías predilectas, Ridruejo acompaña su impulso con Primer
libro de amor. V. Salas Viu atribuye a Rosales el resurgimiento de lo
neoclásico en un artículo publicado por la revista El Sol en 1936,
considerándolo «uno de los valores jóvenes que primero sintió de manera
irresistible la necesidad de encerrar en moldes duros una poesía que se
expandía ya demasiado, como gas libre, en el verso suelto...» Dámaso Alonso la
define como una «poesía religiosa, íntima, desgarrada, sincerísima, que por
estas condiciones y por su temprana fecha es probablemente la que inaugura esa
línea que tan característica habría de ser en nuestra producción desde 1939 en
adelante». Escribe luego la profesora Alicia Raffucci de Lockwood: «El
neoclasicismo de Abril combina el retorno al soneto amoroso de la tradición
petrarquista española, iniciado por Garcilaso, con una fuerte influencia
esteticista bajo la cual se abre paso una tendencia humanizadora, un deseo de
expresar sentimientos e impresiones amorosas personales».
No es casual que
Rosales, según él mismo cuenta en una entrevista publicada en Ínsula, haya
pertenecido, en su Granada natal, al racimo de poetas discípulos de Lorca:
«Joaquín Amigo y otros jóvenes granadinos discípulos de Lorca, Luis Jiménez
Pérez, Manuel López Banús, constituyeron el núcleo de mis amistades... grupo de
poetas jóvenes que hicieron con Federico una famosa revista en los anales de la
vanguardia estética granadina, El gallo. A ellos debo el primer encarnamiento
recto, claro, eficaz, de mi vocación poética». Sin duda, la fuerza conceptual
de sus orígenes definiría la trayectoria posterior del artista que, dentro de
la etapa que se ha calificado como más «humanizada», alcanza una expresión
definitiva en La casa encendida (1949), donde a menudo aplica, y con inusual
fortuna, las técnicas de la poesía surrealista al servicio de sus propias
experimentaciones. Esta transparente inclinación hacia la materia terrenal
coincide con la actitud de sus coetáneos: «El primer momento mío y de todos los
componentes de mi generación, está regido por lo que podemos llamar de una
manera neta y clara una actitud discipular respecto a la generación del 27.
Después, al buscar la conciencia de nuestro propio medio de expresión,
comprendimos que, independientemente del mundo maravilloso de calidad a que
habían llegado los del 27, existía el trasmundo estético del más allá, de lo
ilimitado y, sobre todo, de lo humano. Ese retorno a lo humano que tanto ha
preocupado a nuestra generación y que posiblemente, es nuestro rasgo
coordinador y definidor...» Antes, en 1940, Rosales había publicado un volumen
de poesía religiosa: Retablo sacro del nacimiento del Señor, recreando el
sentimiento religioso puro y espontáneo de las antiguas formas tradicionales de
los autos y villancicos de nacimiento.
En Rimas se recogen
los textos escritos entre 1937 y 1951 y, aunque desaparece la unidad que
caracteriza a las obras citadas antes, importa destacar —como advierte su
exégeta Raffucci de Lockwood— la pérdida de la alegría y plenitud de Abril, que
se evidenciaba especialmente en el tema amoroso: «Ahora predomina el sentimiento
de inconformidad y sufrimiento ante la condición humana. Es un examen doloroso
de la experiencia personal, la cual se compara en algunos poemas a la condición
de náufrago». En Autobiografía, por ejemplo, equipara su vida a la del
náufrago, lamentando su falta de acierto en dirigir su camino hacia lo
esencial: Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para
morir, / y las contase, las volviese a contar, para evitar errores, hasta la
última, / hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le reza, y le cubre
la frente / así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el
baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en aquello sólo que
quería.
«Creo que la poesía
consiste, en definitiva, en una nueva revelación de la vida, de nuestra vida»,
sostenía Rosales, y de esta profesión de fe («Tratar de revivir una experiencia
vital en su nudo, en el primer nudo que le dio origen») es La casa encendida
(1949) su modelo primogénito y revelador. La poesía del futuro Premio Cervantes
1982 culmina aquí, sostiene Raffucci de Lockwood, en un esfuerzo por abarcar la
totalidad de su experiencia. Para ello se vale de procedimientos narrativos, de
hechos que se suceden en secuencia temporal, y de procedimientos surrealistas
en que mezcla espacios y tiempos para recoger sus fantasías y sentimientos. Su
manera de entender lo humano corresponde a su personal manera de ver el mundo,
de aprehender la realidad como un todo fluyente: «La metáfora central del libro
es la de la casa, la cual representa el sitio desde donde escribe el poeta y a
la vez la experiencia del poeta. Las habitaciones reales de la casa representan
aspectos claves de su vida, que el poeta ilumina según los recuerda.»
«El libro tiene una
estructura narrativa que comienza en un momento de depresión y que termina
resuelto en una afirmación final positiva. El poeta revive cuatro momentos
principales del pasado, los cuales representan cuatro tipos de relaciones
afectivas: la amistad, el amor filial, el amor conyugal y el amor familiar. La
poesía de la experiencia humana comienza en Rosales con los hechos cotidianos.
El poeta se describe haciendo la rutina diaria de su vida y rodeado de las
cosas familiares y corrientes, entre las cuales se siente solo y aislado de la
vida: Porque todo es igual y tú lo sabes / has llegado a tu casa, y has cerrado
la puerta / con aquel mismo gesto con que se tira un día, / con que se quita la
hoja atrasada al calendario / cuando todo es igual y tú lo sabes. / Has llegado
a tu casa, / y, al entrar, / has sentido la extrañeza de tus pasos / que
estaban sonando en el pasillo antes de que llegaras, / y encendiste la luz para
volver a comprobar / que todas las cosas están exactamente colocadas, como
estarán dentro de un año / y después, / te has bañado, respetuosa y
tristemente, lo mismo que / un suicida / y has mirado tus libros como miran los
árboles sus hojas / y te has sentido solo, / humanamente solo porque todo es
igual y tú lo sabes.»
Con La casa
encendida aparecen en Rosales, delineando este vuelco temático, elementos
expresivos que la diferencian claramente del resto de sus obras anteriores: el
ejercicio del verso libre, sin regularidad silábica o métrica, genera en
principio una fluidez coloquial, reforzada por reiteraciones deliberadas, y el
uso de la metáfora no tiende a situar al poema en las alturas de una realidad
superior sino que, por el contrario, apela a imágenes que remiten
sistemáticamente a los objetos cotidianos, aunque se vale de una personal
sencillez simbólica para trasmitir estados subjetivos: Los cuadros que aún no
he tenido tiempo de colgar están sobre la mesa que me vistió mi hermana, / la
madera que duele.../ Estoy sentado. La nieve de empezar a ser bastante sigue
cayendo / sigue cayendo todo, sigue haciéndose igual, sigue haciéndose luego /
sigue cayendo todo lo que era Europa, lo que era mío, lo que había logrado ser
más importante que la vida, lo que nació de todos, y era igual que una grieta
de luz entre mi carne, / sigue cayendo, sigue cayendo todo lo que era propio, lo
que ya estaba liberado, lo que ya estaba desdolorido por la vida, / sigue
cayendo... Raffucci de Lockwood destaca, además, dos rasgos fundamentales del
libro: la importancia que otorga al revivir de los recuerdos y la idea de que
dependemos de la voluntad divina para nuestras alegrías y tristezas, para ser
joven, para haberlo sido / cuando Dios quiso.
Miembro de la Real
Academia Española desde 1962, entre los libros escritos por Luis Rosales
sobresalen títulos fundamentales de la poesía española contemporánea, como El
contenido del corazón (1969), Segundo abril (1972), Canciones (1973), Como el
corte hace sangre (1974), Diario de una resurrección (1979), La carta entera
(1980), Un rostro en cada ola (1982), Oigo el silencio universal del miedo
(1984). EnPoesía reunida recogió textos escritos entre 1981 y 1983. También es
autor de dos importantes ensayos: Cervantes y la libertad (1960) y El
sentimiento del desengaño en la poesía barroca (1996).
SON las once de la
mañana. Me encuentro solo en la cascada del parque del Oeste. Hace un hermoso
día de sol primaveral y un aire fresco y aleteante. Alguien podría cantar, y la
carne y el alma se encuentran vegetalmente en primavera; están viviendo
íntegramente lo que ven. Quizá ser hombre es lo más inmediato, es lo más fácil.
Como diría Jorge Guillen, el mundo está bien hecho. (¿Quién pudiera decir lo
mismo de la sociedad, de las costumbres y de la baratillería de la política?).
Hay un humo de tren, ¿innecesario?, que se pierde a lo lejos; hay una viejecita
de madera que duerme bajo el sol, y unas niñas que juegan como escribiéndose en
el aire. Todo vive aquí naturalmente, o, quizá, todo descansa, por un instante
sólo, de vivir; todo está restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría.
Yo he salido para pensar unas palabras que debo entregar escritas hoy a las
cinco de la tarde. No las quiero pensar. Quiero decir una cosa tan sólo: que
creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo siempre —delante de esta
hierba, delante de estos niños—, sabiendo que la palabra con que lo digo es
sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que lo que
quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será
también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son
caedizas, fugitivas; se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse
dentro de sí mismo y sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van
secando, poco a poco, aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que
hemos amado un día y a los cuales debemos lo que somos. Pero vivir es ver
volver. Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos
como serán, y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia; es
justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro
de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida. Y
en este esfuerzo humano para recuperar el tiempo vivo, y conservar en nuestra
alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya
convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del vivir,
ese legado que es la unidad de nuestra vida personal, la poesía, y solamente la
poesía, sigue diciendo su palabra, sigue teniendo su palabra. Y así sea.
Tarde tranquila,
casi con placidez de
alma,
para ser joven, para
haberlo sido
cuando Dios quiso;
para
tener algunas
alegría... lejos,
y poder dulcemente
recordarlas.
Antonio Machado
María,
la casa encendida es
para ti
ZAGUÁN: RECORDANDO UN TEMBLOR
EN EL BOSQUE DE LOS MUERTOS
Si el corazón
perdiera su cimiento
y vibraran la tierra
y la madera
del bosque de la
sangre, y se sintiera
en tu carne un
pequeño movimiento
total, como un alud
que avanza lento
borrando en cada
paso una frontera,
y fuese una luz fija
la ceguera,
y entre el mirar y
el ver quedara el viento,
y formasen los
muertos que más amas
un bosque ardiendo
bajo el mar desnudo
—el bosque de la
muerte en que deshoja
un sol, ya en otro
cielo, su oro mudo—
y volase un enjambre
entre las ramas
donde puso el
temblor la primer hoja...
I CIEGO POR VOLUNTAD Y POR
DESTINO
Porque todo es igual
y tú lo sabes
has llegado a tu
casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto
con que se tira un día,
con que se quita la
hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual
y tú lo sabes.
Has llegado a tu
casa,
y, al entrar,
has sentido la
extrañeza de tus pasos
que estaban ya
sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz
para volver a comprobar
que todas las cosas
están exactamente colocadas como estarán dentro de un año,
y después,
te has bañado,
respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus
libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido
solo,
humanamente solo,
definitivamente solo
porque todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu
casa
y ahora, querrías
saber para qué sirve estar sentado,
para qué sirve estar
sentado igual que un náufrago
entre tus pobres
cosas cotidianas.
Sí, ahora quisiera
yo saber
para qué sirven el
gabinete nómada y el hogar que jamás se ha encendido,
y el Belén de
Granada
—el Belén que fue
niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando—
y para qué puede
servir esta palabra: ahora
esta palabra misma:
«ahora»,
cuando empieza la
nieve
cuando nace la
nieve,
cuando crece la
nieve en una vida que quizá está siendo la mía,
en una vida que no
tiene memoria perdurable,
que no tiene mañana,
que no conoce apenas
si era clavel, si es rosa,
si fue azucenamente
hacia la tarde.
Sí, ahora
me gustaría saber
para qué sirve este silencio que me rodea,
este silencio que es
como un luto de hombres solos,
este silencio que yo
tengo,
este silencio
que cuando Dios lo
quiere se nos cansa en el cuerpo,
se nos lleva,
se nos duerme a
morir,
porque todo es igual
y tú lo sabes.
Sí he llegado a mi
casa, he llegado, desde luego a mi casa,
y ahora es lo de
siempre,
lo de nogal diario,
los cuadros que aún
no he tenido tiempo de colgar y están sobre la mesa que vistió de volantes mi
hermana,
la madera que duele,
y la pequeña luz
deshabitando la habitación,
y la pequeña luz que
es como un hueco en la penumbra,
y el vaso para
nadie,
y el puñado de
sueño,
y las estanterías,
y estar sentado para
siempre.
Sí, he vuelto de la
calle; estoy sentado;
la nieve de empezar
a ser bastante
sigue cayendo,
sigue cayendo todo,
sigue haciéndose igual,
sigue haciéndose
luego,
sigue cayendo,
sigue cayendo todo
lo que era Europa, lo que era mío y había llegado a ser más importante que la
vida,
lo que nació de
todos y era como una grieta de luz entre mi carne,
sigue cayendo,
sigue cayendo todo
lo que era propio
lo que ya estaba
liberado,
lo que ya estaba
desdolorido por la vida,
sigue cayendo,
sigue cayendo todo
lo que era humano, cierto y frágil lo mismo que una niña de seis años que
llorara durmiendo,
sigue cayendo,
sigue cayendo todo,
como una araña a la
que tú vieras caer,
a la que vieras tú
cayendo siempre,
a la que vieras tú
mismo,
tú, tristemente
mismo,
a la que vieras tú
cayendo hasta arañarte en la pupila con sus patas velludas
y allí la vieras
toda,
toda solteramente
siendo araña,
y después la
sintieras penetrarte en el ojo,
y después la
sintieras caminar hacia adentro
hacia dentro de ti
caminando y llenándote,
llenándote de araña,
y comprobaras que
estabas siendo su camino porque cegabas de ella,
y todavía después la
sintieras igual,
igual que rota
y todavía...
Fuente:
Rosales, Luis
Editorial Cátedra
Colección Letras hispánicas, Número 0
Fecha de edición noviembre 2010 · Edición nº 1
Idioma español
EAN 9788437627076
616 páginas
Libro encuadernado en tapa blanda
Dimensiones 11 mm x 18 mm
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