Mostrando entradas con la etiqueta literatura española. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta literatura española. Mostrar todas las entradas

sábado, 6 de enero de 2024

Antología poética Francisco de Quevedo FRAGMENTO



 Antología poética

Francisco de Quevedo

-11-

El tiempo no ha sido benévolo y justo con don Francisco de Quevedo; para su fama

-ese rumor común del mundo- ha recogido sólo la chispeante y desfatigosa nota juvenil

de su obra, dejando en sombra y olvido lo más denso y humano de su pensamiento.

Quevedo, así, aparenta ser apenas el Quevedo de burlas, despiadado y quemante; el

Quevedo de la política y la aventura, el de la intriga por dentro; un Quevedo a flor de

ola, que ignora dónde le arrastra el mundo y sus contingencias, que pasará la muerte

como un trago inesperado y sencillo. Esta es la cara corriente que la moneda de la fama

nos da del pintor del Licenciado Cabra. El busto que fue esculpido en ella presenta

aquellas gafas de cristal grueso, que separan los ojos del contacto directo con las cosas,

y quizá las deforma y las enturbia. Pero, como toda moneda, tiene también el sello que

atestigua el valor, y que, hurtándonos la figura, nos da el otro sentido real de su

importancia. Toda moneda tiene su cruz. Este reverso, en Quevedo -velado por su fácil

fama y puesto casi en olvido-, es el de su humanidad, el de su cruz, el de la antiburla:

Unamuno diría el de su agonía. En los escritores satíricos se da, con ira o melancolía,

este conocimiento de la dualidad del mundo: luz y sombra, vida y muerte, imagen de su

propio ser. Es fácil advertir en la luz de sus risas, aquella -12- vaga tristeza que «fiso

ser rudo trovador» al socarrón Arcipreste de Hita; no deja tampoco de mostrarse en lo

sombrío, la

fatiga dulce y inquietud preciosa,

que les mueve cuando quieren resolver en sí mismos aquella dualidad originaria,

unificando las vivencias contrarias -vida y muerte- en una tensión angustiosa de su

alma, en un paroxismo: nace en ellos, con este intento, la conciencia de la imposibilidad

de expresar en el tiempo y en las palabras su deseo, y las voces usadas se mueven entre

límites conceptismo un juego retórico fácil -«pajaritos de plumas de tintero» dijo el

propio Quevedo-, atento sólo al brillo de la imagen: esta posición crítica, poco

humanista, peca justamente por cegarse ante la forma, ignorando la hondura inesperada

que alcanza respecto al ser, un poeta como Quevedo. Las formas sensibles y extremas

en que se mueve la lírica del Siglo de Oro español, apartando la mecánica difícil, pero

clarificada por estudios como los de Dámaso Alonso, de Góngora, son las que

representan fray Luis de León y Quevedo: la soledad apacible y deseada por la razón,

con que el autor de Los nombres de Cristo, esquiva el mundo en busca de la paz:

traspasaré la vida

en gozo, en paz, en luz no corrompida,

(y que podría tener como lema otro verso, del mismo poeta: «huye, que sólo aquel que

huye escapa»); frente a la entrega total de Quevedo, a la violenta vida,

descolorida paz, preciosa guerra.

-13-

Fray Luis huye, y por ello escapa del tiempo, buscando la eternidad, creando su

estilo bajo una luz no corrompida de sombras. Quevedo se agita, quiere aunar la luz y la

tiniebla, hacer una la vida y el morir, resolviendo aquella íntima antinomia,

amando la vida con saber que es muerte.

Para el autor de la explanación del Cantar de los Cantares, la perfección está en el

«ver sin movimiento», en la impasibilidad ardiente del conocer angélico; para el autor

de La cuna y la sepultura, en el hacer con la vida, en el tiempo, la estatua de su

inmortalidad, «cavar en mi vivir mi monumento», no ignorando que de sus actos se

levanta la propia eternidad:

solamente

lo fugitivo permanece y dura.

No se trata, pues, de diferencias críticas entre clasicismo y romanticismo, pues

ambos buscan el mismo tono humano de su perfección poética, ambos conforman lo

externo formal al contenido de ideas que lleva su poesía, sino de temperamento vital, en

el ansia totalitaria de existir. Quevedo vive con desesperadas raíces en la tierra: «la vida

es mi prisión, y no lo creo» dice, y soñando la libertad y el amor, se desengaña cuando

busca abrazar enardecido la figura ajena:

aire abrazo, agua aprieto,

quedando en aquella soledad que le revela a él -esclavo de las ansias y el suspiro-, que

apenas es ceniza que sobró a la llama, inerte seña de su vida, viva muerte. Humana es

toda la poesía de Quevedo, Y como tal, infatigable a la visión del mundo, amplia de

vuelo, aunque no siempre de sostenida intensidad.

-14-

En esta selección de las nueve musas del Parnaso Español, de Quevedo, se ha

pretendido resucitar -sin eliminar el otro- el aspecto desdeñado de su grandeza,

basándose en aquello que no puede morir porque es eterno, como el hombre: su

angustia, su humanidad, y aquella guerra entre la muerte y la vida, que es toda agonía:

Y así es verdad, Inarda, cuando escribo,

que yo soy y no soy, y muero y vivo.

Roque Esteban Scarpa

-15-

Sonetos

Con ejemplos muestra a Flora la brevedad de

la hermosura, para no malograrla

La mocedad del año, la ambiciosa

vergüenza del jardín, el encarnado

oloroso rubí, tiro abreviado,

también del año presunción hermosa:

la ostentación lozana de la rosa, 5

deidad del campo, estrella del cercado,

el almendro en su propria flor nevado,

que anticiparse a los calores osa:

reprensiones son, ¡oh Flora!, mudas

de la hermosura y la soberbia humana, 10

que a las leyes de flor está sujeta.

Tu edad se pasará mientras lo dudas,

de ayer te habrás de arrepentir mañana,

y tarde, y con dolor, serás discreta.

Compara el discurso de su amor con el de un

arroyo

Torcido, desigual, blando y sonoro,

te resbalas secreto entre las flores,

hurtando la corriente a los calores,

cano en la espuma, y rubio como el oro.

-16-

En cristales dispensas tu tesoro, 5

líquido plectro a rústicos amores,

y templando por cuerdas ruiseñores,

te ríes de crecer, con lo que lloro.

De vidro en las lisonjas divertido,

gozoso vas al monte, y despeñado 10

espumoso encaneces con gemido.

No de otro modo el corazón cuitado,

a la prisión, al llanto se ha venido,

alegre, inadvertido y confiado.

Amante que hace lección para aprender a amar

de maestros irracionales

Músico llanto en lágrimas sonoras

llora monte doblado en cueva fría,

y destilando líquida armonía,

hace las peñas cítaras canoras.

Ameno y escondido a todas horas, 5

en mucha sombra alberga poco día:

no admite su silencio compañía,

sólo a ti, solitario, cuando lloras.

Son tu nombre, color, y voz doliente,

señas más que de pájaro, de amante: 10

puede aprender dolor de ti un ausente.

Estudia en tu lamento y tu semblante

gemidos este monte y esta frente:

y tienes mi dolor por estudiante.

-17-

Amante desesperado del premio y obstinado en

amar

Qué perezosos pies, que entretenidos

pasos lleva la muerte por mis daños;

el camino me alargan los engaños

y en mí se escandalizan los perdidos.

Mis ojos no se dan por entendidos, 5

y por descaminar mis desengaños,

me disimulan la verdad los años

y les guardan el sueño a los sentidos.

Del vientre a la prisión vine en naciendo,

de la prisión iré al sepulcro amando, 10

y siempre en el sepulcro estaré ardiendo.

Cuantos plazos la muerte me va dando

prolijidades son, que va creciendo,

porque no acabe de morir penando.

Exhorta a los que amaren, que no sigan los

pasos por donde ha hecho su viaje

Cargado voy de mí, veo delante

muerte, que me amenaza la jornada:

ir porfiando por la senda errada

más de necio será que de constante.

Si por su mal me sigue necio amante 5

(que nunca es sola suerte desdichada),

¡ay!, vuelva en sí, y atrás, no dé pisada

donde la dio tan ciego caminante.

-18-

Ved cuán errado mi camino ha sido;

cuán solo y triste y cuán desordenado, 10

que nunca ansí le anduvo pie perdido:

pues por no desandar lo caminado,

viendo delante y cerca fin temido,

con pasos, que otros huyen, le he buscado.

A una dama que apago una bujía, y la volvió a

encender en el humo soplando

La lumbre, que murió de convencida

con la luz de tus ojos, y apagada,

por si en el humo se mostró enlutada,

exequias de tu llama ennegrecida.

Bien pudo blasonar su corta vida, 5

que la venció beldad tan alentada,

que con el firmamento en estacada

rubrica en cada rayo una herida.

Tú, que la diste muerte, ya piadosa

de tu rigor, con ademán travieso 10

la restituyes vida más hermosa.

Resucitola un soplo tuyo impreso

en humo, que en tu boca es milagrosa,

aura que nace con facción de beso.

Afectos varios de su corazón, fluctuando en las

ondas de los cabellos de Lisi

En crespa tempestad del oro undoso

nada golfos de luz ardiente y pura

mi corazón, sediento de hermosura,

si el cabello deslazas generoso.

-19-

Leandro en mar de fuego proceloso 5

su amor ostenta, su vivir apura;

Ícaro en senda de oro mal segura

arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de fénix encendidas

sus esperanzas, que difuntas lloro, 10

intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico, y pobre en el tesoro,

el castigo y la hambre imita a Midas,

Tántalo en fugitiva fuente de oro.

Conoce las fuerzas del tiempo, y el ser ejecutivo

cobrador de la muerte

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!

¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!

¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,

pues con callado pie todo lo igualas!

Feroz de tierra el débil muro escalas, 5

en quien lozana juventud se fía;

mas ya mi corazón del postrer día

atiende el vuelo, sin mirar las alas.

¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!

¡Que no puedo querer vivir mañana, 10

sin la pensión de procurar mi muerte!

¡Cualquier instante de la vida humana

es nueva ejecución, con que me advierte

cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

-20-

A Aminta, que teniendo un clavel en la boca,

por morderle se mordió los labios, y salió

sangre

Bastábale al clavel verse vencido

del labio en que se vio, cuando esforzado

con su propia vergüenza lo encarnado,

a tu rubí se vio más parecido.

Sin que en tu boca hermosa dividido 5

fuese de blancas perlas granizado,

pues tu enojo, con él equivocado,

el labio por clavel dejó mordido.

Si no cuidado de la sangre fuese,

para que a presumir de tiria grana, 10

de tu púrpura líquida aprendiese.

Sangre vertió tu boca soberana,

porque roja victoria amaneciese,

llanto al clavel, y risa a la mañana.

Amor que, sin detenerse en el afecto sensitivo,

pasa al intelectual

Mandome, ¡ay Fabio!, que la amase Flora

y que no la quisiese, y mi cuidado

obediente, y confuso, y mancillado,

sin desearla, su belleza adora.

Lo que el humano afecto siente, y llora, 5

goza el entendimiento amartelado

del espíritu eterno, encarcelado

en el claustro mortal que le atesora.

-21-

Amar es conocer virtud ardiente;

querer es voluntad interesada, 10

grosera, y descortés caducamente.

El cuerpo es tierra, y lo será, y fue nada;

de Dios procede a eternidad la mente,

eterno amante soy de eterna amada.

En vano busca la tranquilidad en el amor

A fugitivas sombras doy abrazos,

en los sueños se cansa el alma mía;

paso luchando a solas noche y día,

con un trasgo que traigo entre mis brazos.

Cuando le quiero más ceñir con lazos, 5

y viendo mi sudor se me desvía,

vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,

y temas con amor me hacen pedazos.

Voyme a vengar en una imagen vana,

que no se aparta de los ojos míos; 10

búrlame, y de burlarme corre ufana.

Empiézola a seguir, fáltanme bríos,

y como de alcanzarla tengo gana,

hago correr tras ella el llanto en ríos.

Definiendo el amor

Es hielo abrasador, es fuego helado,

es herida, que duele y no se siente,

es un soñado bien, un mal presente,

es un breve descanso muy cansado.

-22-

Es un descuido, que nos da cuidado, 5

un cobarde, con nombre de valiente,

un andar solitario entre la gente,

un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,

que dura hasta el postrero parasismo, 10

enfermedad que crece si es curada.

Este es el niño Amor, este es tu abismo:

mirad cuál amistad tendrá con nada,

el que en todo es contrario de sí mismo.

A la edad de las mujeres

De quince a veinte es niña; buena moza

de veinte a veinticinco, y por la cuenta

gentil mujer de veinticinco a treinta.

¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!

De treinta a treinta y cinco no alboroza; 5

mas puédese comer con sal pimienta;

pero de treinta y cinco hasta cuarenta

anda en vísperas ya de una coroza.

A los cuarenta y cinco es bachillera,

ganguea, pide y juega del vocablo; 10

y cumplidos los cincuenta, da en santera,

y a los cincuenta y cinco echa el retablo.

Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,

bruja y santera, se la lleva el diablo.

viernes, 5 de enero de 2024

Francisco de Quevedo La hora de todos y la Fortuna con seso TEXTO COMPLETO

 




Francisco de Quevedo

La hora de todos
y la Fortuna con seso


A don Álvaro de Monsalve,

canónigo de la Santa Iglesia de Toledo, primada de las Españas

Este libro tiene parentesco con vuesa merced, por tener su origen de una palabra que le oí. A Vuesa Merced debe el nacimiento, a mí el crecer. Su comunicación es estudio para el bien atento, pues con pocas letras que pronuncia, ocasiona discursos. Tal es la genealogía déste. Doyle lo que es suyo en la sustancia, y lo que es mío en la estatura y bulto. Su título es: La hora de Todos, y la Fortuna con seso. Todos me deberán una hora por lo menos, y la Fortuna sacarla de los orates, que lo más ha vivido entre locos.

El tratadillo, burla burlando, es de veras. Tiene cosas de las cosquillas, pues hace reír con enfado y desesperación. Extravagante reloj, que dando una hora sola, no hay cosa que no señale con la mano. Bien sé que le han de leer unos para otros, y nadie para sí. Hagan lo que mandaren, y reciban unos y otros mi buena voluntad. Si no agradare lo que digo, bien se le puede perdonar a un hombre ser necio una hora, cuando hay tantos que no lo dejan de ser una hora en toda su vida. Vuesa merced, señor don Álvaro, sabe empeñarse-por los amigos y desempeñarlos. Encárguese desta defensa, que no será la primera que le deberé.

Guarde Dios a Vuesa Merced, como deseo.
Hoy 12 de marzo de 1636.


Prólogo

Júpiter, hecho de hieles, se desgañifaba poniendo los gritos en la tierra; porque ponerlos en el cielo, donde asiste, no era encarecimiento a propósito. Mandó que luego a consejo viniesen todos los dioses trompicando. Marte, don Quijote de las deidades, entró con sus armas y capacete, y la insignia de viñadero enristrada, echando chuzos, y a su lado, el panarra de los dioses, Baco, con su cabellera de pámpanos, remostada la vista, y en la boca lagar y vendimias de retorno derramadas, la palabra bebida, el paso trastornado, y todo el celebro en poder de las uvas. Por otra parte asomó con pies descabalados Saturno, el dios marimanta, comeniños, engulléndose sus hijos a bocados. Con él llegó, hecho una sopa, Neptuno, el dios aguanoso, con su quijada de vieja por cetro (que eso es tres dientes en romance), lleno de cazcarrias y devanado en ovas, y oliendo a viernes y vigilias, haciendo lodos con sus vertientes en el cisco de Plutón, que venía en su seguimiento; dios dado a los diablos, con una cara afeitada con hollín y pez, bien zahumado con alcrebite y pólvora, vestido de cultos tan obscuros que no le amanecía todo el buchorno del Sol, que venía en su seguimiento, con su cara de azófar y sus barbas de oropel; planeta bermejo y andante, devanador de vidas, dios dado a la barbería, muy preciado de guitarrilla y pasacalles, ocupado en ensartar un día tras otro, y en engazar años y siglos, mancomunado con las cenas y los pesares para fabricar calaveras. Entró Venus haciendo rechinar los coluros con el ruedo del guardainfante, empalagando de faldas a las cinco zonas, a medio afeitar la jeta, y el moño, que la encorozaba de pelambre la cholla, no bien encasquetado por la prisa. Venía tras ella la Luna, con su cara en rebanadas, estrella en mala moneda, luz en cuartos, doncella de ronda, y ahorro de lanternas y candelillas. Entró con gran zurrido el dios Pan resollando, con dos grandes piaras de númenes, faunos, pelicabras y patibueyes. Hervía todo el cielo de manes y lémures, lares y penates, y otros diosecillos bahúnos. Todos se repantigaron en sillas y las diosas se rellanaron, y asestando las jetas a Júpiter con atención reverente, Marte se levantó, sonando a choque de cazos y sartenes, y con ademanes de la carda, dijo: «¡Pesia tu hígado, oh grande Coime que pisas el alto claro, abre esa boca y garla, que parece que sornas!» Júpiter, que se vio salpicar de jacarandinas los oídos, y estaba, siendo verano y asándose el mundo, con su rayo en la mano haciéndose chispas, cuando fuera mejor hacerse aire con un abanico, con voz muy corpulenta, dijo: «Vusted envaine y llámenos a Mercurio»

El cual, con su varita de jugador de manos y sus zancajos pajarillos y su sombrerillo hecho a horma de hongo, en un santiamén y en volandas se le puso delante. Júpiter le dijo: «Dios virote, dispárate al mundo! Tráeme aquí en un abrir y cerrar de ojos a la Fortuna asida de los arrapiezos.»

Luego el chisme del Olimpo, calzándose dos cernícalos por acicates, se despareció, que ni fue visto ni oído, con tal velocidad, que verle partir y volver fue una mesma acción de la vista. Volvió hecho mozo de ciego y lazarillo adestrando a la Fortuna que con un bordón en la una mano venía tentando, y de la otra tiraba de la cuerda que servía de freno a un perrillo. Traía por chapines una bola sobre que venía de puntillas, y hecha pepita de una rueda que la cercaba como centro, encordelada de hilos, trenzas y cintas, cordeles y sogas, que con sus vueltas se tejían y destejían. Detrás venía como fregona la Ocasión , gallega de coramvobis, muy gótica de faciones, cabeza de contramoño, cholla bañada de calva de espejuelo, y en la cumbre de la frente un solo mechón en que apenas había pelo para un bigote. Era éste más resbaladizo que anguilla, culebreaba deslizándose al resuello de las palabras.

Echábasele de ver en las manos que vivía de fregar y barrer y vaciar los arcaduces que la Fortuna llevaba. Todos los dioses mostraron mohína de ver a la Fortuna y algunos dieron señal de asco, cuando ella, con chillido desentonado, hablando a tiento, dijo:

-Por tener los ojos acostados y la vista a buenas noches, no atisbo quién sois los que asistís a este acto, empero, seáis quien fuéredes, con todos hablo, y primero contigo, oh Jove, que acompañas las toses de las nubes con gargajo trisulco. Dime, ¿qué se te antojó ahora de llamarme, habiendo tantos siglos que de mí no te acuerdas? Puede ser que se te haya olvidado a ti y a esotro vulgo de diosecillos lo que yo puedo, y que así he jugado contigo y con ellos como con los hombres.

Júpiter, muy prepotente, la respondió:

-Borracha, tus locuras, tus disparates y tus maldades son tales que persuades a la gente mortal que, pues no te vamos a la mano, que no hay dioses, y que el cielo está vacío, y que yo soy un dios de mala muerte. Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a los que habías de quitar las orejas, y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer.

La Fortuna, demudada y colérica, dijo:

-Yo soy cuerda, y sé lo que hago, y en todas mis acciones ando pie con bola. Tú, que me llamas inconsiderada y borracha, acuérdate que hablaste por boca de ganso en Leda, que te derramaste en lluvia de bolsa por Dánae, que bramaste y fuiste Inde toro pater por Europa, que has hecho otras cien mil picardías y locuras, y que todos esos y esas que están contigo han sido avechuchos, urracas y grajos, cosas que no se dirán de mí. Si hay beneméritos arrinconados y virtuosos sin premios, no toda la culpa es mía: a muchos se los ofrezco que los desprecian, y de su templanza fabricáis mi culpa. Otros, por no alargar la mano a tomar lo que les doy, lo dejan pasar; otros me lo arrebatan sin dárselo yo; más son los que me hacen fuerza que los que yo hago ricos; más son los que me hurtan lo que les niego que los que tienen lo que les doy. Muchos reciben de mí lo que no saben conservar: piérdenlo ellos y dicen que yo se lo quito. Muchos me acusan por mal dado en otros lo que estuviera peor en ellos. No hay dichoso sin invidia de muchos, no hay desdichado sin desprecio de todos. Esta criada me ha servido perpetuamente y no he dado paso sin ella: su nombre es la Ocasión; ¡oídla!, ¡aprended a juzgar de una fregona!

Y desatando la tarabilla la Ocasión, por no perderse a sí mesma, dijo:

-Yo soy una hembra que me ofrezco a todos: muchos me hallan, pocos me gozan. Soy Sansona femenina, que tengo la fuerza en el cabello; quien sabe asirse a mis crines, sabe defenderse de los corcovos de mi ama. Yo la dispongo, yo la reparto, y de lo que los hombres no saben recoger ni gozar, me acusan. Tiene repartidas la necedad por los hombres estas infernales cláusulas: «Quién dijera; no pensaba; no miré en ello; no sabía; bien está; qué importa; qué va ni viene; mañana se hará; tiempo hay; no faltará ocasión; descuidéme; yo me entiendo; no soy bobo; déjese deso; yo me lo pasaré; ríase de todo; no lo crea; salir tengo con la mía; no faltará; Dios lo ha de proveer; más días hay que longanizas; donde una puerta se cierra, otra se abre; bueno está eso; qué le va a él; paréceme a mí, no es posible; no me diga nada; ya estoy al cabo; ello dirá; ande el mundo; una muerte debo a Dios; bonito soy yo para eso; sí por cierto; diga quien dijere; preso por mil, preso por mil y quinientos; no es posible; todo se me alcanza; mi alma en mi palma; ver veamos; dizque»; y «pero» y «quizás». Y el tema de los porfiados «De dónde diere».

Estas necedades hacen a los hombres presumidos, perezosos y descuidados. Éstas son el hielo en que yo me deslizo, en éstas se trastorna la rueda de mi ama, y trompica la bola que la sirve de chapín.

Pues si los tontos me dejan pasar ¿qué culpa tengo yo de haber pasado? Si a la rueda de mi ama son tropezones y barrancos, ¿por qué se quejan de sus vaivenes? Si saben que es rueda y que sube y baja, y que por esta razón baja para subir y sube para bajar, ¿para qué se devanan en ella? El Sol se ha parado, la rueda de la Fortuna, nunca. Quien más seguro pensó haberla fijado el clavo no hizo otra cosa que alentar con nuevo peso el vuelo de su torbellino. Su movimiento digiere las felicidades y miserias como el del tiempo las vidas del mundo y el mundo mesmo poco a poco. Esto es verdad, Júpiter. Responda quien quisiere. La Fortuna, con nuevo aliento, bamboleándose con remedos de veleta y acciones de barrena, dijo:

-La Ocasión ha declarado la ocasión injusta de la acusación que se me pone; empero yo quiero de mi parte satisfacerte a ti, supremo atronador, y a todos esotros que te acompañan, sorbedores de ambrosía y néctar, no obstante que en vosotros he tenido, tengo y tendré imperio, como le tengo en la canalla más soez del mundo. Y yo espero ver vuestro endiosamiento muerto de hambre por falta de víctimas, y de frío, sin que alcancéis una morcilla por sacrificios, ocupados en sólo abultar poemas y poblar coplones, gastados en consonantes y en apodos amorosos, sirviendo de munición a los chistes y a las pullas.

-Malas nuevas tengas de cuanto deseas -dijo el Sol-, que con tan insolentes palabras blasfemas de nuestro poder. Si me fuera lícito, pues soy el Sol, te friyera en caniculares, y te asara en buchornos, y te desatinara a modorras.

-Vete a enjugar lozadales -dijo la Fortuna-, a madurar pepinos, y a proveer de tercianas a los médicos, y a adestrar las uñas de los que se espulgan a tus rayos; que ya te he visto yo guardar vacas y correr tras una mozuela, que, siendo Sol, te dejó a escuras. Acuérdate que eres padre de un quemado; cósete la boca y déjale hablar a quien le toca. Entonces Júpiter severo pronunció estas razones:

-Fortuna, en muchas cosas de las que tú y esa picarona que te sirve habéis dicho, tenéis razón; empero para satisfación de las gentes está decretado inviolablemente que en el mundo, en un día y en una propria hora, se hallen de repente todos los hombres con lo que cada uno merece. Esto ha de ser: señala hora y día.

La Fortuna respondió:

-Lo que se ha de hacer ¿de qué sirve dilatarlo? Hágase hoy. Sepamos qué hora es.

El Sol, jefe de relojeros, respondió:

-Hoy son veinte de junio, y la hora, las tres de la tarde, tres cuartos y diez minutos. Pues en dando las cuatro, veréis lo que pasa en la tierra.

Y diciendo y haciendo empezó a untar el eje de su rueda y encajar manijas y mudar clavos y enredar cuerdas, aflojar unas y estirar otras, cuando el Sol, dando un grito, dijo:

-Las cuatro son, ni más ni menos: que ahora acabo de dorar la cuarta sombra posmeridiana de las narices de los relojes de sol.

En diciendo estas palabras, la Fortuna, como quien toca sinfonía, empezó a desatar su rueda, que, arrebatada en huracanes y vueltas, mezcló en nunca vista confusión todas las cosas del mundo; y dando un grande aullido, dijo:

-Ande la rueda, y coz con ella.

I

En aquel proprio instante, yéndose a ojeo de calenturas paso entre paso un médico en su mula, le cogió la Hora, y se halló de verdugo, perneando sobre un enfermo, diciendo credo en lugar de Récipe, con aforismo escurridizo.

II

Por la mesma calle, poco detrás, venía un azotado, con la palabra del verdugo delante chillando, y con las mariposas del sepancuantos detrás, y el susodicho en un borrico, desnudo de medio arriba, como nadador de rebenque. Cogióle la Hora, y, derramando un rocín al alguacil que llevaba, y el borrico al azotado, el rocín se puso debajo del azotado y el borrico debajo del alguacil; y mudando lugares, empezó a recibir los pencazos el que acompañaba al que los recibía, y el que los recibía a acompañar al que le acompañaba. El escribano se apeó para remediarlo, y, sacando la pluma, le cogió la Hora, Y se la alargó en remo, y empezó a bogar cuando quería escribir.

III

Atravesaban por otra calle unos chirriones de basura, y llegando enfrente de una botica, los cogió la Hora, y empezó a rebosar la basura, y salirse de los chirriones, y entrarse en la botica, de donde saltaban los botes y redomas, zampándose en los chirriones con un ruido y admiración increíble; y como se encontraban al salir y al entrar los botes y la basura, se notó que la basura, muy melindrosa, decía a los botes: «Háganse allá.»

Los basureros ayudaban con escobas y palas, traspalando en los chirriones mujeres afeitadas, y gangosos, y teñidos, sin poder nadie remediarlo.

IV

Había hecho un bellaco una casa de grande ostentación con resabios de palacio y portada sobrescrita de grandes genealogías de piedra.

Su dueño era un ladrón que, por debajo de su oficio, había hurtado el caudal con que la edificó. Estaba dentro y tenía cédula a la puerta para alquilar tres cuartos. Cogióle la Hora. ¡Oh, inmenso Dios, quién podrá referir tal portento! Pues, piedra por piedra, ladrillo por ladrillo, se empezó a deshacer, y las tejas, unas saltaban a unos tejados, y otras a otros. Veíanse vigas, puertas y ventanas entrar por diferentes casas con espanto de sus dueños, que la restitución tuvieron a terremoto y a fin del mundo. Iban las rejas y las celosías buscando sus dueños de calle en calle. Las armas de la portada partieron como rayos a restituirse a la Montaña a una casa de solar, a quien este maldito había achacado su pícaro nacimiento. Quedó desnudo de paredes y en cueros de edificio, y sólo en una esquina quedó la cédula de alquiler que tenía puesta, tan mudada por la fuerza de la Hora, que donde decía: «Quien quisiere alquilar esta casa vacía, entre, que dentro vive su dueño», se leía:

«Quien quisiere alquilar este ladrón, que está vacío de su casa, entre sin llamar, pues la casa no lo estorba.»

V

Vivía enfrente déste un mohatrero que prestaba sobre prendas, y viendo afufarse la casa de su vecino, quiso prevenirse, diciendo: «¿Las casas se mudan de los dueños? ¡Mala invención!»

Y por presto que quiso ponerse en salvo, cogido de la Hora, un escritorio y una colgadura y un bufete de plata, que tenía cautivos de intereses argeles, con tanta violencia se desclavaron de las paredes y se desasieron, que al salirse por la ventana un tapiz, le cogió en el camino y, revolviéndosele al cuerpo, amortajado en figurones, le arrancó y llevó en el aire más de cien pasos, donde, desliado, cayó en un tejado, no sin crujido del costillaje; desde donde, con desesperación, vio pasar cuanto tenía, en busca de sus dueños, y detrás de todo una ejecutoria, sobre la cual, por dos meses, había prestado a su dueño doscientos reales, con ribete de cincuenta más. Esta, (¡oh estraña maravilla!), al pasar, le dijo: «Morato Arráez de prendas, si mi amo por mí no puede ser preso por deudas, ¿qué razón hay para que tú por deudas me tengas presa a mi?»

Y diciendo esto se zampó en un bodegón, donde el hidalgo estaba disimulando ganas de comer, con el estómago de rebozo, acechando unas tajadas que so el poder de otras muelas rechinaban.

VI

Un hablador plenario, que de lo que le sobra de palabras a dos leguas pueden moler otros diez habladores, estaba anegando en prosa su barrio, desatada la tarabilla en diluvios de conversación. Cogióle la Hora, y quedó tartamudo y tan zancajoso de pronunciación, que, a cada letra que pronunciaba, se ahorcaba en pujos de be a ba; y como el pobre padecía, paró la lluvia con la retención, y empezó a rebosar charla por los ojos y por los oídos.

VII

Estaban unos senadores votando un pleito. Uno dellos, de puro maldito, estaba pensando cómo podría condenar a entreambas partes. Otro, incapaz , que no entendía la justicia de ninguno de los dos litigantes, estaba determinando su voto por aquellos dos textos de los idiotas: «Dios se la depare buena» y «dé donde diere». Otro, caduco, que se había dormido en la relación, discípulo de la mujer de Pilatos en alegar sueño, estaba trazando a cuál de sus compañeros seguiría, sentenciando a trochemoche. Otro, que era doto y virtuoso juez, estaba como vendido al lado de otro que estaba como comprado, senador brujo untado. Este alegó leyes torcidas, que pudieran arder en un candil, y trujo a su voto al dormido y al tonto y al malvado. Y habiendo hecho sentencia, al pronunciarla les cogió la Hora, y en lugar de decir: «Fallamos que debemos condenar y condenamos», dijeron: «Fallamos que debemos condenarnos y nos condenamos.» «Ese sea su nombre», dijo una voz.

Y al instante se les volvieron las togas pellejos de culebras, y arremetiendo los unos con los otros, se trataban de monederos falsos de la verdad. Y de tal suerte se repelaron, que las barbas de los unos se veían en las manos de los otros, quedando las caras lampiñas y las uñas barbadas, en señal de que juzgaban con ellas y para ellas, por lo cual las competía la zalea jurisconsulta.

VIII

Un casamentero estaba emponzoñando el juicio de un buen hombre que, no sabiendo qué se hacer de su sosiego, hacienda y quietud, trataba de casarse. Proponíale una picarona y guisábasela con prosa eficaz, diciéndole: «Señor, la nobleza, no digo nada, porque, gloria a Dios, a Vuesa Merced le sobra para prestar; hacienda, Vuesa Merced no la ha menester; hermosura, en las mujeres proprias, antes se debe huir por peligro; entendimiento, Vuesa Merced la ha de gobernar, y no la quiere para letrado; condición, no la tiene; los años que tiene son pocos (y decía entre sí «por vivir»); lo demás es a pedir de boca.» El pobre hombre estaba furioso, diciendo: «Demonio ¿qué será lo demás? Si ni es noble ni rica ni hermosa ni discreta, lo que tiene sólo es lo que no tiene, que es condición.»

En esto los cogió la Hora, cuando el maldito casamentero, sastre de bodas, que hurta y miente y engaña y remienda y añade, se halló desposado con la fantasma que pretendía pegar al otro, y hundiéndose a voces sobre «¿quién sois vos?», «qué trujisteis vos?», «no merecéis descalzarme», se fueron comiendo a bocados.

IX

Estaba un poeta en un corrillo leyendo una canción cultísima, tan atestada de latines y tapida de jerigonzas, tan zabucada de cláusulas y cortada de paréntesis, que el auditorio pudiera comulgar de puro en ayunas que estaba. Cogióle la Hora en la cuarta estancia, y a la obscuridad de la obra (que era tanta que no se veía la mano), acudieron lechuzas y murciélagos, y los oyentes encendiendo lanternas y candelillas, oían de ronda a la Musa a quien llaman: la enemiga del día que el negro manto descoge.

Llegóse uno tanto con un cabo de vela al poeta (noche de invierno, de las que llaman boca de lobo), que se encendió el papel por en medio. Dábase el autor a los diablos de ver quemada su obra, cuando el que la pegó fuego le dijo: «Estos versos no pueden ser claros y tener luz si no los queman: más resplandecen luminaria que canción.»

X

Salía de su casa una buscona piramidal, habiendo hecho sudar la gota tan gorda a su portada, dando paso a un inmenso contorno de faldas, y tan abultada que pudiera ir por debajo rellena de ganapanes, como la tarasca. Arrempujaba con el ruedo las dos aceras de una plazuela. Cogióla la Hora, y volviéndose del revés las faldas del guardainfante y arboladas, la sorbieron en campana vuelta del revés, con faciones de tolva, y descubrióse que, para abultar de caderas, entre diferentes legajos de arrapiezos que traía, iba un repostero plegado y la barriga en figura de taberna, y al un lado un medio tapiz; y lo más notable fue que se vía un Holofernes degollado, porque la colgadura debía de ser de aquella historia. Hundíase la calle a silbos y gritos; ella aullaba, y como estaba sumida en dos estados de carcavuezo que formaban los espartos del ruedo que se había erizado, oíanse las voces como de lo profundo de una sima, donde yacía con punta de carantamaula.

Ahogárase en la caterva que concurrió si no sucediera que, viniendo por la calle rebosando Narcisos uno con pantorrillas postizas y tres dientes, y dos teñidos, y tres calvos con sus cabelleras, los cogió la Hora de pies a cabeza, y el de las pantorrillas empezó a desangrarse de lana, y sintiendo mal acostadas por falta de los colchones las canillas, y queriendo decir: «¿Quién me despierna?», se le desempedró la boca al primer bullicio de la lengua; los teñidos quedaron con requesones por barbas, y no se conocían unos a otros; a los calvos se les huyeron las cabelleras con los sombreros en grupa, y quedaron melones con bigotes, con una cortesía de memento homo.

XI

Era muy favorecido de un señor un criado suyo: este le engañaba hasta el sueño, y a éste un criado que tenía, y a este criado un mozo suyo, y a este mozo un amigo, y a este su amigo su amiga, y a ésta el diablo. Pues cógelos la Hora; y el diablo, que estaba al parecer tan lejos del señor, revístese en la puta, y la puta en su amigo, el amigo en el mozo, el mozo en el criado, el criado en el amo, el amo en el señor.

Y como el demonio llegó a él destilado por puta y rufián, y mozo de mozo de criado de señor, endemoniado por pasadizo y hecho un infierno, embistió con su siervo, éste con su criado, y el criado con su mozo, el mozo con su amigo, el amigo con su amiga, esta con todos; y chocando los arcaduces del diablo, unos con otros se hicieron pedazos, se deshizo la sarta de embustes, y Satanás, que enflautado en la cotorrera se paseaba sin ser sentido, rezumándose de mano en mano, los cobró a todos de contado.

XII

Estábase afeitando una mujer casada y rica. Cubría con hopalandas de solimán unas arrugas jaspeadas de pecas; jalbegaba, como puerta de alojería, lo rancio de la tez; estábase guisando las cejas con humo, como chorizos; acompañaba lo mortecino de los labios con munición de lanternas, a poder de cerillas; iluminábase con vergüenza postiza, con dedadas de salserilla de color. Asistíala, como asesor de cachivaches, una dueña, calavera confitada en untos. Estaba de rodillas sobre sus chapines, con un moñazo imperial en las dos manos, y a su lado una doncellita, platicanta de botes, con unas costillas de borrenes, para que su ama lanaplenase las concavidades que la resultaban de un par de jibas que la trompicaban el talle.

Estándose, pues, la tal señora dando pesadumbre y asco a su espejo, cogida de la Hora, se confundió en manotadas, dándose con el solimán en los cabellos, y con el humo en los dientes, y con la cerilla en las cejas, y con la color en la frente, y encajándose el moño en las quijadas, y atacándose las borrenes al revés, quedó cana y cisco, y Antón Pintado y Antón Colorado, y barbada de rizos, y hecha abrojo, con cuatro corcovas, vuelta visión y cochino de San Antón. La dueña, entendiendo que se había vuelto loca, echó a correr con los andularios de requiem en las manos; la muchacha se desmayó, como si viera al diablo; ella salió tras la dueña, hecha un infierno, chorreando pantasmas. Al ruido salió el marido, y viéndola, creyó que eran espíritus que se la habían revestido, y partió de carrera a llamar quien la conjurase.

XIII

Un gran señor fue a visitar la cárcel de su Corte, que le dijeron servía de heredad y bolsa a los que tenían a su cargo, que de los delitos hacían mercancía y de los delincuentes tienda, trocando los ladrones en oro y los homicidas en buena moneda. Mandó que sacasen a visita los encarcelados, y halló que los habían preso por los delitos que habían cometido y que los tenían presos por los que su codicia cometía con ellos. Supo que a los unos contaban lo que habían hurtado y podido hurtar, y a otros lo que tenían y podían tener, y que duraba la causa todo el tiempo que duraba el caudal, y que precisamente el día del postrero maravedí era el día del castigo, y que los prendían por el mal que habían hecho, y los justiciaban porque ya no tenían.

Saliéronse a visitar dos que habían de ahorcar al otro día; al uno, porque le había perdonado la parte, le tenían como libre; al otro por hurtos ahorcaban, habiendo tres años que estaba preso, en los cuales le habían comido los hurtos, y su hacienda, y la de su padre y su mujer, en quien tenía dos hijos. Cogió la Hora al gran señor en esta visita, y, demudado de color, dijo:

-«A este que libráis porque perdonó la parte, ahorcaréis mañana; porque, si esto se hace, es instituir mercado público de vidas y hacer que, por el dinero del concierto con que se compra el perdón, sea mercancía la vida del marido para la mujer, y la del padre para el hijo, y la del hijo para el padre; y en poniéndose los perdones de muerte en venta, las vidas de todos están en almoneda pública, y el dinero inhibe en la justicia el escarmiento, por ser muy fácil de persuadir a las partes que les serán más útil mil escudos, o quinientos, que un ahorcado. Dos partes hay en todas las culpas públicas: la ofendida y la justicia; y es tan conveniente que ésta castigue lo que le pertenece, como que aquélla perdone lo que le toca. Este ladrón, que después de tres años de prisión queréis ahorcar, echaréis a galeras; porque como tres años ha estuviera justamente ahorcado, hoy será injusticia muy cruel, pues será ahorcar, con el que pecó, a su padre, a sus hijos y a su mujer, que son inocentes, a quien habéis vosotros comido y hurtado con la dilación las haciendas. Acuérdome del cuento del que, enfadado de que los ratones te roían papelillos, y mendrugos de pan, y cortezas de queso, y los zapatos viejos, trujo gatos que le cazasen los ratones; y viendo que los gatos se comían los ratones, y juntamente un día le sacaban la carne de la olla, otro se la desensartaban del asador, que ya le cogían una paloma, ya una pierna de carnero, mató los gatos y dijo: 'Vuelvan los ratones'. Aplicad vosotros este chiste, pues como gatazos, en lugar de limpiar la república, cazáis y coméis los ladrones ratoncillos que cortan una bolsa, agarran un pañizuelo, quitan una capa y corren un sombrero, y juntamente os engullís el reino, robáis las haciendas y asoláis las familias. ¡Infames! ratones quiero, y no gatos.»

Diciendo esto, mandó soltar todos los presos, y prender todos los ministros de la cárcel. Armóse una herrería y confusión espantosa: trocaban unos con otros quejas y alaridos; los que tenían los grillos y las cadenas se las echaban a los que se las mandaron echar y se las echaron.

XIV

Iban diferentes mujeres por la calle; las unas a pie, y aunque algunas dellas se tomaban ya de los años, iban gorjeándose de andadura y desviviéndose de ponleví, y naguas; otras iban embolsadas en coches, desantañándose de navidades, con melindres y manoteado de cortinas; otras, tocadas de gorgoritas y vestidas de noli me tangere iban en figura de camarines en una alacena de cristal con resabios de hornos de vidrio, romanadas por dos moros, o cuando mejor, por dos pícaros; llevaban las tales trasparentes los ojos en muy estrecha vecindad con las nalgas del mozo delantero, y las narices molestadas del zumo de sus pies, que como no pasa por escarpines, se perfuma de Fregenal. Unas y otras iban reciennaciéndose, arrulladas de galas, y con niña postiza callando la vieja como la caca, pasando a la perspectiva o arismética de los ojos los ataúdes por las cunas.

Cogiólas la Hora y, topándolas Estoflerino y Magirio y Origano y Argolio con sus efemérides desenvainadas, embistieron con ellas a ponerlas a todas las fechas de sus vidas, con día, mes y año, Hora, minutos y segundos. Decían con voces descompuestas: «Demonios, reconoced vuestra fecha como vuestra sentencia; cuarenta y dos años tienes, dos meses y cinco días, dos horas, nueve minutos y veinte segundos.»

jueves, 4 de enero de 2024

Francisco de Quevedo Casa de locos de amor y otras prosas festivas FRAGMENTO.

 




Francisco de Quevedo

Casa de locos de amor
y otras prosas festivas


Casa de locos de amor 3

El chitón de las tarabillas. 10

Gracias y desgracias del ojo del culo. 22

Genealogía de los modorros. 28

Origen y definición de la necedad, con anotaciones a algunas necedades de las que se usan su autor, don Francisco de Quevedo. 34

Capitulaciones matrimoniales y Vida de Corte y oficios entretenidos en ella. 40

Carta de las calidades de un casamiento. 50

El siglo del cuerno. 53

Desposorios entre el Casar y la Juventud. 55

Carta a la Rectora del Colegio de las Vírgenes. 57

Carta a una monja. 58

Alabanzas de la moneda. 59

Lo más corriente en Madrid. 60

Memorial que dio Don Francisco de Quevedo y Villegas en una academia, pidiendo una plaza en ella. 63

Pragmática que este año de 1600 se ordenó. 65

Premáticas y reformación de este año de 1620 años. 68

Pragmática que han de guardar las hermanas comunes o Premáticas contra las cotorreras. 70

Premática que se ha de guardar para las dadivas a las mujeres de cualquier estado o tamaño que sean. 73

Premáticas del desengaño contra los poetas güeros. 75

Premática del Tiempo. 77

Premáticas destos reinos. 83

Pregmática de aranceles generales. 85

La Perinola. 91

 


A don Lorenzo Vánder Hámmen y Leon Vicario de Jubíles

Una mañana de las de enero, señor Lorenzo, que el frío y la pereza me embargaron el cuerpo en mi cama más de lo acostumbrado, consultando un pensamiento amoroso con la almohada (gran maestra de fábricas de viento), me hallé tan lejos de mi como cerca de un desengaño, que se me representó en la idea de la locura de amor. Parecióme oír aquel verso que Virgilio tomó de Teócrito:

Ah, Coridon, Coridon, qua te dementia caepit

Y sin ver por dónde fui llevado, me hallé en un prado más deleitoso y ameno que lo suelen mentir poetas de primera tonsura, que cursando los primeros años en las flores de los jardines, pasan luego a las Indias por tesoros, con que, según piensan, enriquecen sus pobres papeles. Allí vi dos claros arroyos, uno de amargas, otro de dulces aguas, juntarse con tan sonoro murmullo, que lisonjeaban los oídos de los por la ribera pasaban; y vi que con esta agua templaba amor el oro de sus flechas, según colegí de los oficiales, ministros suyos, que en esto se ocupaban. Por estas señas pensé que estaba en los celebrados jardines de Chipre, y ya quería buscar aquella memorable colmena de donde salió la abeja que se atrevió a picar al señor Cupido, y dio ocasión a Anacreonte a hacer aquella dulcísima oda. Y no pensaba mal, pues las mismas señas da el Poliziano en su Historia:

Sentesi un grato mormorie dell’ende
Che fen duo freachi e lucidi ruscelli
Versando dolce con amar’liquere
Ove arma de l’oro de’suoi streli Amore.

Mas a esta sazón vi en medio del prado un maravilloso edificio, con una gran portada de fábrica y de excelente artífice labrada. En los pedestales, en las basas, columnas, cornisas, capiteles, arquitrabes, frisos y demás partes de que se componía la fachada, estaban mil triunfos de amor imaginados de medio relieve, que juntamente con muy graciosos brutescos, hacían historia y ornato, y representaban misterio. Debajo del capitel, en una bizarra tarjeta, se veían con letras de oro tallados estos versos:

Casa de locos de amor.
Do al que mas sabe de amar
Se le da mejor logar.

La variedad de piedras y diversidad de colores de que se componía la hacían vistosa mucho; era bien capaz, y estaban sus puertas abiertas siempre a todos los que por ella querían entrar, que eran infinitos. Hacia oficio de portero una mujer de rara hermosura: su rostro era celestial y hechiza de los hombres; su talle airoso, y su cuerpo bien proporcionado, adornado de ricas y costosísimas telas y joyas. Tal al fin era toda, que convidaba a amor y decía su nombre que era Belleza. A ninguno negaba el paso, ni la pedía ninguno más licencia que mirarla. Yo, que no era ciego, aficionado de tan peregrino palacio, con esta licencia me entré también al primer patio, donde hallé infinidad de gente, y a todos tan trocados de lo que antes fueron (y a mi con ellos), que apenas unos a otros se conocían: los trajes mudados, los rostros melancólicos, penados, pensativos y amarillos (color de que amor viste sus criados). Díjolo Ovidio en su Arte amandi:

Palleat omnis amans, color ast hic aptus amanti

Y Horacio, Oda 10, lib.3:

Netinctus viola pallor amantium

Y el Camoes, en canto 9 de sus Lusiadas:

As violas da cordos amadores.

Allí no se guardaba fe a los amigos, lealtad a los señores ni respeto a los parientes. Las primas se hadan terceras, y estas primas; las criadas señoras, y los señores criados. Casadas vi amigas del más amigo de su marido, y aun maridos muy amigos del más amigo de sus mujeres. Esto estaba yo contemplando cuando por medio de todos atravesó un hombre de extraña forma, lleno de ojos y oídos, y al parecer astuto. Porque no me ganara por la mano, le quise preguntar primero yo quién era y qué hacia allí. A ambas cosas me respondió así: «Mi nombre es Zelos; y muy bien me conocéis vos, porque a no ser así, no estuviérades en este patio. Yo, aunque soy grande parte de acrecentar el número de los enfermos y furiosos que aquí hay, soy loquero, y sirvo de castigarlos, no de curarlos; que antes suelo acrecentarles el mal. Si queréis saber más de las cosas desta casa, no me lo preguntéis a mí, que por milagro digo verdad, porque dejo de ser quien soy en diciéndola. Soy gran invencionero, y contaros be mil mentiras. Aquel venerable anciano que allí se pasea muy aprisa es el administrador; él os informará (bien que a la larga) largamente de todo lo que quisiéredes.» Con esto me dejó, y sin más detenerme llegué al viejo, y conocí ser el Tiempo. Pedíle me mostrase los cuartos de aquel palacio, que quería, como forastero, ver algunos locos mis compañeros. Mas porque, según me dijo, andaba curando los enfermos, desde adonde estaba me los mostró, me dio licencia y me dejó ir solo.

Y apenas salí de aquel primer patio (donde los locos andaban barajados, y sin que se pudiese distinguir del manjar que era cada uno), cuando el primer cuarto que encontré era el de las doncellas; porque en lo más fuerte de la casa estaban las mujeres, como locos más furiosos, aprisionadas. Estaba en él una llorando de celos de una soltera, otra queriendo a un galán sin osárselo decir; otra escribiendo un papel con mil reveses, y con tantos tuertos como renglones; otra pidiendo una música a su amante, que es lo mismo que pedir dijese en la vecindad la pretendía; otra le estaba diciendo al suyo que era suya, pero que ni pretendiese más delta ni quisiese a otra: él decía que lo haría así, y ella lo creía. Unas querían casarse por amar, y otras a hombres casados (esas estaban apartadas con los incurables). Otras tenían requiebros, que llaman por las ventanas y quicios de puertas. Estas no eran locas, sino inocentes. Aquí no me atreví a detenerme mucho, porque corre un hombre riesgo entre esta gente; y el que más bien libra suele salir condenado a casamiento, que es tomar un arrepentimiento de por vida; y cuando esto no, a sufrir una misma mujer todo el año, sin redención deste cautiverio. Tampoco osé hablar con ninguna, porque temí que luego había de pensar estaba enamorado della; y así pasé al siguiente cuarto, que era el de las casadas.

A muchas destas tenían atadas sus maridos, y así no podían ejecutar las temas de sus locuras todas veces; si bien otras quebraban las prisiones, y eran más furiosas que las libres. Muchas andaban sueltas por el cuarto, no porque estaban libres, sino porque ellas lo eran. Unas quitaban a sus maridos para dar a otros que diesen, y estas no caían en la cuenta basta que se acababa el gasto; y otras fingían romerías (que en buen romance eran ramerías) por ganar la gracia de sus galanes. Una vi que sufría de su marido unas sospechas averiguadas, porque fuesen horros, y a ella no la fuese nadie a la mano (digo a nada a la mano); y otra que hacia sus mangas con dar labor fuera. Unos iban al baño y so manchaban, y otras al confesor, por encontrar al mártir. Algunas vengaban los pensamientos del marido con obras propias, que como dice un apasionado (Juvenal, sátira 13):

                                            Vindicta
Nemo magis gaudet, quam foemina.

Y el pagarse adelantado es para ellas la mayor venganza. Cuál estaba melancólica por la dilación de cierto efecto. A una muy amiga de su coche pregunté que por qué le quería tanto, que nunca salía dél, y me respondió que porque tenia cortinas que se corrían. Pudieran muy bien (dije yo) de que no se corre vuestro marido, y ella corriendo me dejó. Entre toda esta máquina no estaban las que tenían los maridos en Indias, o andaban en comisiones, porque todas vivían al fuero de solteras, y como conjuradas, no eran tenidas por miembros desta república.

El siguiente cuarto era el de las reverendas viudas, locas de ciencia y experiencia. Estas estaban todas muy graves, esto es, pesadísimas, y cada una daba en su tema, mas a lo disimulado, pero no tanto que encubriesen el frenesí; porque a una dellas vi que juntamente lloraba por el marido y reía con el amigo; otra muy tocada de sus tocas, y más de la vanidad, hacer grandes presentes, sin acordarse de los pasados. Muchas sin tocas ni monjil, discurrir por el cuarto tan compuestas, que disimularan fácilmente el ser simples con quien no las conociese; mas no faltó quien dijo eran viudas apóstatas, y que las tenia allí (a nuestro modo de hablar) la Inquisición. Otras, de bien diferente humor, estaban apostando a quién más larga traía la toca; y en algunas destas advertí que pudieran ahorrar de saya entera. Vi que todas las viudas pasantes eran las primeras que se enamoraban, por más puntos que tuviesen, y que las más mozas no esperaban a ser visitadas. Andaban por allí muchas devotas, y devotas de muchos con las cuentas en las manos, cuenta con los bienes ajenos. Estas eran herejes de amor, y las más estaban penitenciadas con perpetuos ayunos (que también tienen cuaresma los carnales). Otras traían tocas de gasa y nevadas con repulgos gordos, y su poco de moño o copete, como antiguamente se decía. Estas ya se ve cuán ocasionadas estaban. Otras se ponían color, como si tuviesen vergüenza; y algunas se querían casar mil veces; y al fin, cada loca estaba con su tema. Eran estas, entre todas, las más insufribles; porque como había pocas mozas, y todas habían sido señoras de su casa y lo eran, cada una quería mandar, y así tenía harto que hacer con ellas el enfermero. Cansado de tan insufribles sabandijas, pasé adelante y llegué al cuarto de las monjas, que no son lasque hacen menos locuras; y aunque de razón habían de ser fáciles de curar, había hartas muy peligrosas. Estaban todas detrás de fuertes rejas, que para esto no les vale la locura, aunque tal vez amor ha dado dispensación; y ellas, que no conocen otro superior en cuanto les dura este mal, le obedecen sin reparar en que las ha de hacer la pena cuerdas. La mayor parte destas estaba escribiendo billetes (que su ordinario es muy ordinario), y todas jugando en ellos del vocablo, desde la cruz hasta el Dios os guarde y sea de esos papeles por quien él es. Todas las locas deste cuarto estaban hablando de noche y de día sin cesar, y algunas pensando siempre que eran muy discretas. Unas andaban enamoradas de otras muy en forma, y las paseaban, festejaban y pedían celos. Estas eran tontas, y así andaban sueltas, por no las tener por locas de perjuicio; pero lo cierto es lo eran, aunque no se les conociese bien por entonces la enfermedad. Las que tenían más devociones eran las más pecadoras, y no eran pocas, porque ninguna se contentaba con dos. Todo esto nacía de la mucha ociosidad; donde la hay por fuerza ha de haber grande amor, como lo sintió el Petrarca en el Triunfo del amor:

Ei nacque d'otio, e di lascivia humana.

Y antes que él, Séneca en su Octavia:

Amor est; juventa gignitur; luzu, otio
Nutritur, ínter lacta fortunae bona.

Pero no se entiende mucho amor con muchos, como ordinariamente tienen estas locas, sin que tenga reparo esta treta. Había aquí quien aceptaba más libranzas que un banco genovés, o Fúcar, con solo el caudal de su sazonado dulce. Unas hacían terceras de las de les bordones, y otras tenían por bordón hacerse primas de todos, si bien toda esta música era de falsas. Otras hacían lo que ellas llaman trabajos (yo colación) para sus galanes; y me pareció que era bien pensado dar colación a galanes ayunos. Unas deseaban que el que era visitador no las visitase, y otras que las visitase el que no era visitador. Las menos locas se enamoraban del médico de casa. Estas andaban Iras la andadera, y la hacían andar (como dicen) más que de paso. Aquellas buscaban siempre locutorios prestados, que pagaban los pobres devotos, y algunas había tan rematadas, que les pedían a los suyos doseles y cera: cosa con que se suele quitar el amor mejor que con una ingratitud. Al fin tantas enfermas había en este cuarto, que casi me dio compasión; y aun el enfermero desesperaba de su salud, porque como todas estas eran amantes de anillo, que solo se mantenían de la esperanza (cosa que con el efebo muere al punto, el cual nunca las llegaba), era su mal incurable y insufrible.

Desde este cuarto pasé al de las solteras; y vi que todas andaban más sueltas que las demás. Eran pocas las furiosas, y esas fáciles de sanar, y me dijeron había cada día en este cuarto locas nuevas, y muchas convalecientes; y que en la casa de los tocos del interés había muchas más destas que en la de los de amor. Algunas vi allí que se hallaran muy mejor con el cuarto, si fuera real, otras que desnudaban al hombre más honrado (bandoleras de poblado) por vestir al más pícaro, como el tal hubiese ganado nombre de bravo y caudal para coleto de ante y daga mayor de marca; y aunque es obra de misericordia vestir al desnudo, es obra de crueldad desnudar al vestido. Había locas de extremado humor, perdidas por un poeta, y si este era cómico, rematadas, porque por lo menos las sacaba cada día al tablado en estatua, y las hacía los cabellos de oro, los dientes de perlas, y todo el cuerpo de piedras preciosas; y que tenían por gusto verse en un romance en hábitos de pastoras, y acompañar así a los muchachos que iban al mercado. Las perdidas por los que el mundo neciamente llama señores me cansaron grandemente, por ver no escarmentaban en tantas como infamaban cada día por preciarse mucho de publicar sus empleos, y cuan arrastradas andaban de ordinario, ya en poder de la justicia, ya desterradas, ya emparedadas en las galeras, ya perseguidas de las propias mujeres; y que cuando más bien medraban, paraban en un convento contra toda su voluntad. Unas daban en comer barro por adelgazar, y adelgazaban tanto que se quebraban. Andaban estas más amarillas que las otras; pero ninguna como un oro. Muchas se quitaban años, y se daban buenos días y aun mejores noches si solo pueden ser las tales. Una vi que iba a un astrólogo a que la levantase una figura, y él la levantaba más de dos testimonios; otra se levantaba a ella la figura, pero con crecer los chapines. Cuál por parecer bien daba en afeitarse: esta era notable locura, pues desengañaba con lo que pensaba engañar. Cuál se enrubiaba algunos días, y tal vez tanto que se la podía decir muy bien el epigrama de nuestro Baltasar de Alcázar:

Tus cabellos, estimados
Por oro contra razón,
Bien se sabe, Inés, que son
De plata sobredorados.

¡Qué dellas se ponían cabelleras o moños, como ellas las llaman! ¡Cuántas dientes, sebillos y mudas, aunque no tan mudas, que no decían a todos lo que eran! Y en efebo, algunas había tan vestidas de plumas ajenas (que se precian de pelar), que si las despojaran dellas, quedaran tan ridículas como la corneja de Horacio. Muchas tenían una madre vieja, aunque nunca lo hubieran sido, que mandaba hasta en la voluntad de la hija. La madre llamaba, y la hija escogía, y muy pocas destas guardaban la ley de amor, que o las corrompía el interés o el vicio. Díjolo galanamente un lucido poeta desta edad, y no poco conocido de todos:

Ella dice que es virgen, y no miente,
Que el deleite de amor aun no ha probado.
Y si remeda el gusto, no le siente;
Que el interés, de un alma apoderada,
Adormece del cuerpo las acciones
Y tiene al apetito encarcelado.

Por esta causa pues eran de todas las otras tenidas por herejes, y que se hacían locas por librarse. Salí de aquí, y hallé a los hombres muy cerca de las mujeres (pared en medio como dicen); y esta era su mayor locura, no querer apartarse de ellas, aunque con particular cuidado lo procuraba el administrador, por parecerle ser este el primer remedio que se les había de aplicar; mas ellos despreciaban médico y medicina, y querían más su enfermedad que su salud, que como siente cierto acuchillado (Propercio, lib. 1):

Solus amor morbi non amat artificem.

Y así obstinados en este error, acababan en semejante mal, y pensaban que hacían bien; y otros que (aunque es peor) veían lo que hacían, y lo hacían. Así lo confiesa de sí un lisiado desta dolencia, Petrarca, en una canción

Quel che, so reggio, è non inganna il vero
Mal conosciuto ansi mis sforza amare.

Y pegósele de otro que dijo de sí lo mismo: Ovidio, 7, Melamorph.:

Quid faciam video, ne me ignorantia veri
Decepit, sed amor.

No estaban los locos en cuartos diferentes, porque las acciones de cada uno decían a quien atentamente los mirase, su inclinación, su tema y su locura. ¡Cuántos vi muy galanes y sin camisa! ¡Cuántos con caballos para pasear y sin un cuarto para comer! ¡Cuántos que no tenían pan y los tentaba la carne! Uno iba a un discreto a que le notase los papeles, y otro le notaba que era un gran majadero. Otro quería enamorar por lindo, muy preciado de tufos y guedejas, manos blancas y pies chicos, siendo un Lucifer en la cara y con esfuerzo en el talle, sin saber que siempre quieren ellas ser las lindas de casa. Otro por lo valiente (gran personaje del trago y la tabaquera), no considerando que las más son medrosas. Unos vi que salían de noche a no más que a salir de noche; y otro que se enamoraban porque veían a otros enamorados. Este iba a todas las fiestas a enamorarse, haciéndolas días de trabajo, y aquel andaba de casa en casa, como pieza de ajedrez, sin poder nunca coger la dama. Unos decían masque sentían, y otros sentían y no decían palabra. A estos locos mudos tuve gran lástima, y les aconsejara yo que se enamoraran de unos adivinos; mas como los locos nunca oyen, no les dije nada. Los desvanecidos se enamoraban de personas tan altas, que nunca las alcanzaban. Destos hay muchos en palacio, galanes obligados a enamorar las mejores damas, sin más caudal que sus cuerpos gentiles, y cual o cual faltilla personal que se les ve a tiro de arcabuz. Los desconfiados (gente de juicio y seso, y por la mayor parte necesitados) se pagaban de mujeres tan bajas, que los dejaban alcanzados. Vi a los liberales, que hadan tocios los días larguezas, que no las daban ni aun gusto; que los lacerados, que hacían todos los días de guardar, sin dejar holgar ninguno.

Los casados andaban todos con esposas; pero pocos por eso menos furiosos. Unos destos, huyendo de sus mujeres, daban en las ajenas, y otros se nadan bravas porque los sufriesen; si bien algunas veces se hallaban engañados, y en lugar de leones fieros quedaban hechos mansos corderos; otros teman por amigas las amigas de sus mujeres, y algunos por comadres a las madres de sus hijos.

Los viudos, escarmentados de la tempestad pesada, buscaban puerto a la puerta de quien los quería acoger, y muchos se casaban por el tiempo de su voluntad.

Los solteros acudían a todas partes. Aquí se enamoraban, allí pedían celos, aquí se los daban, allí se los quitaban. Mil pelones vi con pluma y mil desdichados con venturones. Unos concertaban mil desconciertos, y otros iban a la casa de la gula y a la de la lujuria. Entre tantos, lo que me admiró fue que ninguno negaba que estaba loco y no por eso lo dejaba de estar.

Los más músicos gastaban sus cuerdas con muchas locas. Los más poetas hacían sus coplas a quien les hacia la copla. Los más gentilhombre» hacían sus diosas a quien eran odiosos, y los más discretos decían sus dichos a quien publicaba sus desdichas.

Andaban los aficionados por doncellas rondando calles de día, contemplando ventanas de noche; unos hablando criadas porque los admitiesen por criados, otros cohechando dueñas porque los hiciesen dueños; llenas las faltriqueras de papeles, y los sombreros con más cordones de cabellos, cintas y anillos de azabache que tiene un buhonero. Loco había destos que no había hablado a su señora palabra, ni la podía ver sino tal y tal fiesta del año, conviene a saber, noche de Navidad, de Jueves Santo, de San Juan y la Porciúncula. A unos los entretenía una criada seis años con papeles de su letra, sin que ellos entendiesen la letra, valiendo con ellos como sí fuera de cambio.

Los locos de casadas se preciaban de recatados, mas no por eso hacían menos locuras. Los más eran amigos de los maridos, y los menos se guardaban mucho dellos, o porque ellos no veían, o no querían ver; y así, raros eran los que morían deste mal. Estos, o daban meriendas en huertas, o prestaban coches o aposentos de comedia, que para el señor marido no faltaba una amiga que las llevase; y siempre ellos eran unos buenos hombres y lo creían todo.

De locos de viudas había dos géneros: o que eran queridos, o que no lo eran. Estos libremente pretendían cautivarse, y aquellos tenían amor sin temor, si no era, cuando mucho, de cualquier pariente o hermano. Pasaban su carrera a rienda suelta, y eran locos desenfrenados.

Los de monjas tenían mucho de necios o algún poco de virtuosos, pero a unos y a otros los llaman los demás, zánganos de amor. Unos estaban muy de veras enamorados, y otros iban siempre a misa a la iglesia del tal monasterio, que es lo que hay que desear en género de locura. Todos pasaban grandes desdichas ya agradando a las viejas de casa, y a las freilas sargentas o donadas que las servían, ya sufriendo una cruel tornera, ya en el torno la espuerta de las lechugas, de alcuzas del aceite y la cesta de los jarabes y purés. A uno vi señalados los hierros del locutorio, y otro aquí tan perdido, que se pudiera decir dél lo de Abenamar:

A los hierros de una reja
La turbada mano asida.

Todos los locos de solteras eran muy apasionados desta enfermedad, aunque algunos de otras que suelen doler más, y aun hacer astrólogos a sus dueñas. Los más destos eran mocitos, hijos de vecino, cascabeles, y luego se metían a pendencieros. Otros conquistaban con amor y dinero, y estos raras veces dejaban de vencer, porque peleaban con armas dobles, y para estas señoras las armas más fuertes y poderosas son las de Felipe, rey de España. Los extranjeros gastaban haciendas, por no temer quedarse en cueros; los naturales se reían dellos, y ellas de unos y otros.

Con este último género de locos rematé diferencias que pude ver por entonces; y cuando más descuidado caminaba para otro cuarto, me hallé, sin pensar, en el primer patio, donde vi nuevas maravillas. Vi que por horas se aumentaba el número de los locos. Vi al Tiempo ponerse en medio de algunos amantes, y que ellos se iban mejorando. Vi a los Zelos castigar a los más confiados. Vi a la Memoria renovando llaga viejas; al Entendimiento encerrado en un aposento oscuro, y a la Razón con una venda en los ojos. Divertíme algún tanto en esto; mas cansada la vista de tanta atención, volví a un lado, y vi un postigo muy pequeño que apenas se podía salir por él, y que la Ingratitud y Sinrazón daban por allí libertada algunos. Yo, por gozar de la ocasión, apresuré el paso, pretendiendo ser de los primeros, a tiempo que mi criado estaba a grandes llamándome, porque era ya muy entrado el día. Con esto volví en mí y me hallé en mí cama, pero con algún pesar de haberme quedado en la casa de los locos; si bien con gran conocimiento de que amor y sus vasallos es todo locura; y confieso a vuesa merced que ahora veo más despierto, doy crédito a lo que entonces Toda esta locura conocieron maravillosamente los antiguos, y muy bien Plauto cuando dijo:

Amor formae rationis oblivio est, infaniae proximus.
Sed amori accedunt etiam haec, quae dixi minus,
Insomnia, aerumne, error, terror, et fuga,
Ineptia, stultitiaque adeo, et temritas,
Ingitientie, excors inmodestia,
Petulantia, cupiditas et malevolentia;

Y Séneca:

Amor formae rationis obtivio est, et inseniae proximus;

y muchos más, que vuesa merced habrá leído y sabrá mejor; con que se puede confirmar por cierta la imaginación de mi fantasía.

De vuesamerced servidor y amigo.

El doctor Cebrián de Amocete.

 


A vuestra merced que tira la piedra y esconde la mano

Sentiría mucho que tan grave personaje se corriese de que le llamo merced: ya sé que a ratos es casi Excelencia, a ratos Señoría y a ratos vos; todo esto, batido a rata por cantidad, le viene de molde una merced muy reverenda, que también sabe vestirse deste título. Demonio es el señor Pedrisco de Rebozo, Granizo con Máscara, que no quiere ser conocido por quien es, sino por honda, que ya tira chinas, ya ripio, ya guijarros, y esconde la mano, y es conde y marqués, y duque, y tú, y vos y vuestra merced. Yo, que veo conjurar las nubes que apedrean los trigos y las viñas, viendo cuánto más importa guardar [de] la piedra la justicia, el gobierno, los ministros y el propio Rey nuestro señor como heredad donde se deposita todo el bien del mundo y toda la defensa de la Iglesia, he determinado conjurar a vuestra merced, señor Discurso Tempestad, tan inclinado a la pedrea que creo que ha tirado hasta las piedras que están en las vejigas.» Tiene vuestra merced tan empedrado cuanto se ordena, y tan apedreado, que me es forzoso darle a conocer y advertirle que, pues tiene el tejado de vidrio, obedezca la cola del refrán, que vuestra merced es el solo remedio que elijo y escojo para esto. ¡Qué fue de ver a vuestra merced, Excelencia, tú y Señoría, cuando se bajó la moneda, disparando chistes, malicias, concetos, sátiras, libelos, coplillas, haldadas de equívocos (si baja, no baja, y navaja, y otras cosas deste modo), motetes de las alcuzas y villancicos de entre jarro y boca de noche! ¡Qué morrillos no disparó como un trabuco, cuando vio tratar de descubrir minas! No sé si después que se formó la Junta sobre esto está más bien con el arbitrio, pero antes decía: «El intento más descubrirá necesidad que oro; tan gran monarquía no ha de mendigar el polvo de los ríos y examinar la menudencia de las arenas.» De segunda pedrada decía vuestra Excelencia que Tajo, Duero, Miño y Segre tienen oro en los poetas, como los cabellos de las mujeres, y que el que se halla es a propósito para hablillas, no para socorros; que no se había de admitir que diferentes vagamundos anduviesen sofaldando cerros. Escondía vuestra merced la mano en tirando este nuégado, sin advertir que no solamente se hizo en Roma esta diligencia, como se lee en Tácito, «sino que, fiados en la multitud del oro que esperaban, gastaron el que tenían», lo que no ha sucedido ahora. Pues, ¿quién duda no sólo que es lícito el bucarle en los ríos y las minas, sino la más atinada solicitud y la más cantiosa y decente a los monarcas? Oye tú a Casiodoro, lib. IX, epístola, a Bergantino; Atalarico rey: «Si el continuo trabajo busca tan diferentes frutos para comprar con la comutación acostumbrada la plata y el oro, ¿por qué no buscaremos aquellas cosas por las cuales buscamos todas las demás?» Señor Tira la Piedra, mire vuestra Señoría si este buen rey va desempedrando lo que vuestra merced apedrea. Pasa adelante: «Por lo cual, al oro rusticiano de nuestra juridición, en la provincia de los Brucios, mandamos que sea destinado Cartario, para que por Teodoro (así se llama [el] artífice destas cosas), fabricadas las oficinas solenemente, se escudriñen las entrañas de los montes.» Señor Esconde la Mano, aquí el rey desempedrador habla en propios términos y no se cansa: «Éntrese con el beneficio del arte en los retiramientos y senos de la tierra y sea buscada la naturaleza en sus tesoros, donde está rica; por lo cual, cualquiera cosa que para ejercer el magisterio de esta arte fuere menester, vuestra orden lo disponga, pues es cierto que buscar el oro por guerras no es lícito; por mar, no es seguro; por falsedades, no es honesto, y sólo es justicia buscarle en su naturaleza.» ¿Pues cómo, maldito, lo que es justo será reprehensible ni ridículo? ¿Ves tú que eres más veces echacantos que tirapiedras? Pues éste a quien se mandó ejecutar todo esto era Bergantino, varón y conde patricio, y no era Bergante; digo yo: si vuestra merced oyera decir: «Al Rey han dado por arbitrio que desempeñe al reino con el oro que hay en las minas y ríos de España, y le ofrecen grandes tesoros en esto», y él se ríe y ha dejado por locos a los que se lo proponen, ¿qué tirara vuestra merced? Piedras es poco, losas no es harto; arrojara tarazones de montes y mendrugos de cerros. ¡Cuál anduviera vuestra Excelencia cargado de los libros donde llaman a Tajo «de las arenas de oro»! ¡Alegara vuestra merced la estangurria dorada de Darro y el mal de orina precioso del Segre; luego salieran minas corrientes en Miño, y vuestra merced, hecho Midas de todos los arroyos, para acusar al gobierno los volviera en oro y en plata, y jurara de Brañigal lo que de Potosí, y si fuera necesario, del propio arroyo de san Ginés, que sólo corre minas vaciadas y no de las que se pueden vaciar! ¡Cuál alegara esa mano, que juega al escondite de chismes, lo que escribe Justino de Galicia, donde dice: «Hay tanta plata que eran deste metal los pesebres, los clavos, los asadores y todos los vasos viles»! ¡Qué gritos diera vuestra merced por tesoro que cuentan de los Pirineos cuando se encendieron con los rayos! ¡Cómo dijera vuestra merced: «Oh, cuán fácil fuera al Rey freír aquellos montes y sacarles el zumo al privado y ministros del gobierno»! ¡Qué cuenta de millones usurpados a esta monarquía le hicieras tú y Señoría por no haber ayudado a este arbitrio por que hoy les estás descalabrando! Pues dime, Tira la Piedra, Escariote de advertimientos, que los besas y los vendes: ¿qué ha de hacer nuestro Rey, qué los ministros, si ni les es lícito admitir ni desechar arbitrios? ¿Ves quién eres, que sólo condenas lo que se hace y siempre alabas lo que se deja de hacer? Eres las viruelas de los que pueden, mal que da a todos, y de que ninguno se escapa, y de que muchos no escapan. Pues advierte que en el gobierno de nuestro gran Rey no has de dejar señal ni hoyos, ni en la intención del valido y ministros, porque al Rey su religioso y prudente celo le libra de tus manos, y a los ministros y al valido se las ha atado la humildad y conciencia, que a ser otro, ya vuestra Señoría tuviera las suyas donde tirara uñas y no piedras. Pues si decimos de la baja de la moneda, aquí es donde no te das manos a tirar: un Briareo eres en cascajar. ¡Cuál andas por los corrillos chorreando libelos, y en las conversaciones rebosando sátiras, empreñando las esquinas de cedulones! Si hablas haciendo recular las cejas hasta la coronilla, sal-pimientas la murmuración; si callas, te avisionas de talle, te estremeces de ojos, te encaramas de hombros y, después de haber templado tu cuerpo para escorpión, empiezas a razonar veneno y a hablar peste, ruciando de malicias y salpicando de maldades a los oyentes. «Bajar la moneda -dice vuestra Señoría-: acabarse tiene el mundo, allá lo verán; es ruina de España y de toda la Christiandad»; y al cabo, echas el «Dios se duela de los pobres», que sólo llevaba de ventaja el Judas, el bote y el ingüente.

Tratóse de entretener más tiempo el oro y la plata en estos reinos, viendo cuán breve pasadizo han fabricado en los cuartillos los extranjeros para su extracción. Tratóse de la mortificación de los cuartos y tiraste piedras. Dime, Esconde la Mano: ¿qué tiraste contra quien, con subir los cuartos, puso el oro y la plata en cobre, pues hoy haces tales extremos contra quien, con bajar los cuartos, los ha puesto en cobro? La plática asustó los tenderos, porque la ganancia no saca la consideración del logro y de la usura; por daño temieron perder la mitad; y es daño porque no es remedio cabal hasta que se consuma todo antes que, no teniendo otra cosa, nos hallemos con moneda que no hay bolsa que no tenga asco della, y que se indigna aun de andar en talegos, y que los rincones de los aposentos se hallan con la basura más limpios y menos cargados y con menor ruido. Moneda que el que la paga se limpia y se desembaraza, y el que la cobra se ensucia y se confunde; más vale su incomodidad en trajinarla que su valor: Mil reales, caudal que cualquiera gasta en doce días de camino, son peso para una bestia sola, y poco antes que se subieran, se llevaban en oro, en nóminas, en traje de reliquias, o se escamaban con escudos los jubones, y quinientos añadían poco más peso a la lana; y hoy en esta moneda dan que hacer a una albarda, y hace más mataduras el dinero que los barriles; hacienda arrinconada, que no pasa de Castilla, de quien se guardan los otros reinos como de peste acuñada. Buen estado tiene la salud del comercio; buen juicio la gente que resiste con voces la expulsión deste contagio; buen vasallo es quien no agradece al Rey resolución tan favorable a todos, y al ministro haberse aventurado a ser purga deste mal humor, a ser escoba desta basura. No mereció más gloria el famoso rey don Ramiro de haber librado a España del feudo de Mauregato, ni el Rey don Alonso del exentarla del reconocimiento del imperio, que el Rey nuestro señor de haberla librado del tributo deste moro vellón y del imperio del ciento por ciento; ni se dedicó por la salud de Roma a tan manifiesto peligro el que a caballo se echó en el hoyo como en este caso el ministro, porque al otro, en agradecimiento, le levantaron estatuas, y al Conde Duque testimonios, coplas, libelos y pasquines; si el daño fue dilatar la baja, el Rey siempre la quiso (¡Oh, qué instrumento te pudiera enseñar desto, Tira la Piedra, que te deshiciera los ojos!). Y el Conde siempre y luego aconsejó se hiciese; opúsosele la envidia de los que no querían el bien común, o no ver a los ministros y ministro con el blasón de redemptores destos reinos. Así sucedió en el consejo de Antíoco a Aníbal, que por que no se le debiese al Africano la vitoria que se vía clara en su parecer, se le descaminaron, y quisieron antes la pérdida de su príncipe que el acierto en quien ellos aborrecían. Así lo refiere Justino, así lo aplico yo. Pues Tira la Piedra, considera que estábamos ya en estado que los propios extranjeros que nos han llenado de cuartos nos despreciaban y temían lo propio que nos habían vendido; y bien medido nuestro caudal, ya cabía poco más vellón, pues llenos dél, no quedaba lugar al remedio. Aquí aguijó la providencia inestimable del Rey nuestro señor y del valido, a quien tú, sayón de virtudes, despedazas; si el Rey no se determina, las lámparas en las iglesias ya desconfiaban de que las defendiese la inmunidad eclesiástica del furor de los ceros y de los mandamientos del guarismo. Parecen donaires y son dolores; si la codicia de los extranjeros se entrara una vez en la iglesia a sacar estos vasos retorcidos, amenazadas estaban cálices y cruces, que para el codicioso nada añade al hurto el sacrilegio. Pues Esconde la Mano, esto defendió el decreto del Rey a costa de darte a ti qué tirar y blasfemar en tiempo que la plata se había echado a los pies de las mujeres en virillas. Del doblón y del real de a ocho se hablaba como de los difuntos, y se decía: «El oro, que pudre; la plata, que Dios tenga»; ¿puedes negar que el que metió los moros en Castilla (fuera de la religión) hizo menos daño a los reinos que aquel maldito, Cava barbado de los cuartos, que doblándolos los metió en las bolsas? De aquella furia se quedaron fuera las montañas; desta maldad todo el reino se inundó, sin haber contra ella asilo ni aun silo. Allí Pelayo empezó a restaurar con los pocos que quedaron libres, y le ayudaron. Aquí el Rey ha hecho la restauración y curado el enfermo a su pesar, pues fue contradicho de todos cuantos padecían esta miseria; y es mayor gloria la suya y la del ministro cuanto tuvieron menos que los asistiesen, porque contra su parecer se juntaron los enemigos todos a meter vellón, y los propios, todos a contradecir que no se bajase, que era, fue, es y será el solo remedio, y los caudales daban voces contra la restauración de las bolsas, que, renegadas del buen metal, se habían metido a calderas, y si algún real se hallaba era mestizo de cascajo y real sencillo. ¿Qué muladar te da piedras para tirar contra la baja de los cuartos? Pues solamente la voz de que se había de efetuar ha hecho pagar más deudas que la hora de la muerte, restituir más haciendas que las paulinas. ¡Qué de trampas se han desañudado!¡Qué de empréstidos que andaban de rebozo entre el no quiero y no puedo se han reconocido! No niego que hizo gran ruido y causó grande alteración en todos los mohatreros el platicarse el remedio, conque estancaron las mercancías. Acordádonos ha del tiempo de don Alonso el Sabio, cuando al poner precios por enmendar la desorden, indujo total carestía, y forzó a aquel gran rey a revocar la ley; las tasas pegaron a la baja, y fue como pegar la peste. Todas las cosas que tocan a crecer o bajar o mudar la moneda se han de tratar con tal secreto que se sepan y se ejecuten juntamente, porque si se trasluce algo de lo que se trata, más daño haze el recelo de lo que se previene que las propias órdenes praticadas. Éste ha sido el daño, que el bajarla o quitarla era remedio, y déste tú tienes la culpa, que lo publicabas por apedrear, y los que envidiaron, el acierto de proponerlo; tú sabes quién te lo dijo a ti, y yo quiénes eran los que lo dijeron y revelaron.

Hablemos algo con nota regocijada donde el intento es de tanto dolor; despejemos lo molesto de las querellas. Parece cosa y cosa que nos cobremos con la pérdida y que nos perdamos con los premios. Mala señal es de vida, y de estómago, cuando se trueca cuanto se come; lo que todos damos por la plata, cuando queremos salir destos reinos, ¿quién nos lo paga? Digo, señor, que este bulto no es caudal, sino hinchazón de postema; y así, mientras no se baja, cada día tiene más peligro; y quien quita este bulto más sana que desminuye. Dar el vellocino por el vellón es desollarse, no vestirse. Con perdón de vuestra Excelencia, con tu licencia me atrevo a una comparación: los extranjeros han imitado al cazador, que viendo en las águilas mayor velocidad y fuerza, más presto vuelo, más larga vista, y que por esto les hacía menos la volatería, y entre las demás aves, sus halcones y neblíes cogieron águilas tiernas, enseñáronlas a cazar para sí y luego las soltaron para su mayor logro. Zurzo, y creo que poco se han de ver las puntadas. Vieron los cazadores de Francia, de Italia y Holanda que la plata y el oro nuestro eran águilas que no los dejaban cosa a vida, de cuyo precio y codicia no se escapaba ni su mercancía, ni su trabajo, ni su industria. Dieron traza de cogerlos al nacer, en el nido, tan desnudos que la primer pluma que vistiesen fuese la suya; recogiéronlos en sus alcándaras, enseñáronlos a cazar y ahora nos los sueltan para que nos arrebaten lo que nos queda. Vienen cien reales en plata o en oro volando y llévanse otros sesenta o ochenta en las uñas. Pues si la baja les quita la presa, ¿no es hacerles pagar las uñas de vacío y que pierdan sus garras al retorno? Ni se puede negar que aquél que de los enemigos que combaten una monarquía consume las tres partes, no la defiende por otras tres. Confieso que serán grandes los inconvenientes, y más de los que sabrá prevenir alguna prudencia. Mas las grandes cosas nunca se acabaron sin aventurarse, y si me aprietan, concederé lo que dicen los cohechadores, los estanques del caudal, que no le dejan correr: que podrá ser que con la baja se pierda todo; aun entonces fue bien y forzoso hacerla. En la enfermedad sin remedio es caridad que el medicamento acabe la vida, y desesperación dejarla que se acabe. Aquí ya es cierto el no tiene remedio, y allí el peligro respira en el podrá ser, y es consuelo a lo que se acaba que la ansia de su conservación no le deje. El que muere asistido de remedios entretiene las congojas con alguna esperanza, y es más cierta la corrupción en manos de la dolencia que de la medecina. Y por lo menos, Señoría y tú, más piadosamente y con menos recelos acabaremos con nuestras manos que por las ajenas. Mejor será que nos acabemos por conservarnos que conservarnos para que nos acaben. ¿Hubo ánimo para subir el vellón que fue, es y será la desolación de todo y ha de faltar para bajarle? Cosas tiene del pecado esta moneda que, siendo malo y sabiendo que nos condena y lleva a la perdición, le tenemos cariño. Para convertir estos malditos, que se lamentan y lo resisten, y a ti, a tú y a vuestra Señoría, que lo llora como si estos cuartos fueran los de sus cuerpos, quisiera sacarles el de España hecho cuartos con esta letra por epitafio: aquí fue oro, como aquí fue Troya. También dice vuestra merced (¡oh, qué mal escondiste la mano!) que la gran cantidad de arbitrios que corren impresos le marean: merced le hacen, pues le ayudarán a vomitar, que es su mejor comer de vuestra Excelencia. Dices muy ponderado, y con cara como si entendieras lo que culpas, que todos son sueños de hombres menesterosos o mal ocupados o no ocupados; sueños parecen por las señas de vuestra Señoría, de vuestra merced y de vuestra Excelencia, que este género de gente desvelada en remendar el mundo y enderezar las costumbres son el alborozo de los noveleros y el negocio de los vanos. Y por que vuestra merced conozca cuán izquierdo discurso tiene, quiero razonar algo, camino de la verdad.

Si ello se oye al oro y plata, tienen razón, y dan quejas tan justificadas como éstas: dice el real de plata, unidad de que se compone el de a cuatro y el de a ocho y el escudo y el doblón, que él valía cuatro reales de cobre en tiempo de don Fernando el Católico; que vino el glorioso Emperador Carlos V y las necesidades o las revueltas o la desorden (que no afirma cuál destas cosas fue) le quitaron un real y quedó valiendo tres; vino Felipe II y quitáronle otro, y valió dos, y quedó quejoso y agraviado en dos partes. En esto presenta por testigos a nuestros padres, y yo lo vi esto y lo testifico. Vino el señor Rey Felipe III y quitáronle otro real, y valió el real de plata un real de cuartos cuando se dobló la moneda, o cuando se dobló por la moneda, que allí murió. Llegóse a este despojo la mercancía de cuartillos que introdujeron los holandeses, y este desdichado real de plata, que valía uno solo habiendo valido cuatro, valió medio real, porque el uno que valía de cobre, en cuatro cuartillos, vino a ser tal la maldad que se metió la moneda tan desigual, que yo he pesado, y cada día se puede hacer la demostración, que hay cuartillo solo que pesa más que tres, y cuatro cuartos que pesan de otros veinte. Y aun con valer este pobre real medio real, pasaba; mas vino a tanta miseria que, con sólo decir que la moneda se ha de bajar, perdió el mérito de ese medio real y vale nada, porque la moneda de vellón con este miedo no es hacienda, sino susto de cada día. Dice el real (y dice bien): «Señor, si cuando me quitaban de mi valor un real de cobre me igualaran con el cobre, quitándome de plata lo que a aquel real le correspondía de mí valor extrínseco en Castilla, yo estuviera contento y sin queja, y España estuviera con caudal, y siempre el valor extrínseco que la plata y el oro tienen en estos reinos respondiera al valor intrínseco que a estos metales da la mayor parte del mundo, y se sirvieran del cobre con cuenta y razón»; y lo que más lloran es que, afirman los propios metales, que se vieron remediados ahora dos años, cuando valió el trueco de la plata a ochenta por ciento. Y dicen los reales y los escudos que entre los arbitrios el solo bueno fue la desorden, porque ella, que había ido arañando al real de plata, que valía cuatro reales de cobre en tiempo del Rey don Fernando, los tres y los cuatro, y le había roído hasta valer nada, con el precio del trueco le había vuelto a restituir los cuatro que valía. Podrá ser que otros lo desenvuelvan a mejor luz. Lo que yo sé es que los cuartos tienen miedo, y la plata y el oro quejas, y los extranjeros oro y plata, y nosotros ni oro, ni plata, ni cuartos.

Yo creo que si se le preguntase a la moneda de ley que dijese ella qué la parecía conveniente para su salud, que respondería: «Hagan para tenerme lo que los extranjeros hacen para llevarme, y tomen su ejemplo en mi aumento, y no su parecer en mi remedio.» Si se le pregunta a la sanguijuela qué se ha de hacer con la vena, dirá que chuparla, y si se pregunta a la vena, dirá que quitar la sanguijuela.

En todos los reinos que la moneda de vellón sirviere de otra cosa que de cabalar cuentas y creciere a presumir de caudal y a ser hacienda se perderá el crédito y se dificultará el comercio. Cuando en Castilla, en tiempo de nuestros abuelos, habiendo un millón o dos solos de vellón, sirvió de ajustar con los precios las monedas mayores, se rogaba con el oro y la plata por los ochavos. Los metales preciosos han de tener todo su valor, y se han de labrar en todas las monedas que pudieren irse diminuyendo, porque en las menores se detiene, y es difícil la extracción que tanta facilidad tiene en la pasta.

El cascajo hoy está, y se usa, sin faldas y sin arrabales. Dividíase en cuartillos y en cuartillos de ley, en cuartos, en ochavos, en maravedís, en blancas, en cornados: cosa de mucho interés para el gasto y la mercancía. Hoy la cuenta acaba en juego, y si no se echan a pares y nones, los maravedís y las blancas se pierden. No hay ochavo, no hay cuarto: todos son cuartillos: y en este abuso consiste un daño doméstico muy peligroso, porque teniendo por domésticos a los que no lo son, dejamos correr la diligencia de los que sorben desde lejos por cañones de ganso. Desconfiamos de los nuestros y fiamos de los que nos aborrecen; creemos bravatas de quien no las puede proseguir; damos calidad a los que son mercaderes de cualquier nación y quitamos la nobleza a los nuestros si tratan.

Vuestra merced lea esto con cuidado, que verá el daño y el remedio por un propio resquicio. Ya que he sido prolijo, he de responder a todo lo que yo sé que murmura vuestra Señoría ¡Oh, cuál te miro en un corrillo! ¡Oh, cómo te contemplo en una ociosa visita, con tus dientes apaleados de tu lengua, que andándose todos y no parando ella, parece mano que discurre sobre las teclas! Toma vuestra Señoría la parte de la comunidad y dice que por esas aldeas se caen los hombres de oprimidos y cargados, y a cada uno se ha de creer en la carga que lleva, que a mi vista no pesa lo que al miserable le quebranta, y siempre se acuerdan los hombros de lo que llevan, porque lo que ya llevaron o llevan otros no pesa. Alívielos vuestra merced refiriéndoles (pues debe de saber leer quien tal cual sabe escribir) las imposiciones que hubo en las otras monarquías: hasta el matrimonio pechaba, y -con razón- de los excrementos sucios se pagaba tributo; de modo que vuestra merced de cuanto habla pagara un gran censo en tiempo de Calígula y Vespasiano. Suetonio lo refiere así. A Nerón, del humo y de la sombra y del agua se pagaba tributo. Zonaras lo cuenta. De Plinio, Zonaras y Zedreno es el chisme del pecho que se pagaba por la sombra de los árboles. Michael Paleólogo instituyó el tributo por el aire que respiramos. La capitación no exceptaba estado, edad ni dignidad. De manera que se pagaba de las cabezas, de los artes, de los excrementos, del matrimonio, de la sombra, del humo y de la respiración; y se extendió a poner tributo en la inmunidad de los Consejos y les impusieron la que llamaron gleba senatoria, como se lee en Sinesio. Esto no lo puede haber leído vuestra merced, pero alguien se lo puede haber chismeado, y así, pudiera dejar de morder que a este tiempo se haga algún socorro a las necesidades del Príncipe, causadas en el tiempo que el Rey decía taita y el valido ignoraba dónde era Palacio, y después que reina Su Majestad, causadas por la voluntad de Dios en la pérdida de navíos y descamino de flotas, y otras cosas que por nuestros pecados su decreto nos trae o para castigo o para recuerdo. Y por no crecer en libro la que de advertencia veo que ha de llegar a tratado, dejo de traer a vuestra merced a la memoria todos los repartimientos tan excesivos de los reyes que han precedido a Su Majestad, cosa de que me excusará vuestra merced leyendo las historias.

Mas no puedo dejar de apuntar algo que sirva de que te des al diablo. El señor Rey don Juan, en la cédula que despachó a Salamanca y su tierra, en razón de los gastos que le había causado la guerra con el duque de Alencastre y Maestre de Avis de Portugal, manda cobrar un pecho tan riguroso «que el que tuuiere quantía de ochenta marauedís en mueble o en raíz, de la moneda corriente que pague vn quarto de dobla; y el que tuuiere la quantía de los cuatrocientos maravedís, que pague por cada ciento vn real de plata, demás de la dicha dobla que ha de pagar por los quatrocientos maravedís. Y todos los que tuuieren de doze mil marauedís arriba hasta quantía de veinte mil marauedís, que paguen ocho doblas. Que no paguen los hombres y mugeres que son notorios hijosdalgo, ni caualleros que son armados de Rey o de Infante heredero, y todas las otras personas paguen. Pero estos hijosdalgo e caualleros, que van escusados en la quantía de los veinte mil marauedís, que sean tenudos de pagar en la cabeça de los doze mil marauedís. Que todo hombre o muger que gane jornal o lo pueda ganar, aunque le non fallen ninguna quantía, que sea tenudo de pagar cada mes lo que montare vn día de jornal.»

Al fin fue repartimiento que buscó la hazienda, la medianía, la miseria, el sudor y la aflicción, y se extendió a mandar que pagasen todos los que eran en sus reinos, «assí ricos homes, caualleros, clérigos, fijosdalgo, e iudíos, e moros e todos los otros homes y mugeres de cualquiera ley.»

¿De qué provecho puede ser dinero que junta una cláusula tan fuerte que mancomunó ricos homes, clérigos, moros, caballeros y judíos? Y así tuvo el fin el gobierno destos tiempos, como largamente se lee en «Briviesca, veinte días de diziembre, año 1387, fecha escriuir por Alfonso Ruyz, por mandado del señor Rey y su Consejo. Pedro, Arçobispo de Seuilla.»

Léanse los tributos tan apretados en tiempo de don Enrique II, de don Pedro, de don Juan, de don Enrique III las carestías por la mala moneda. El Rey don Alonso, en el c. 5 [de] su historia, puso precios y los revocó, porque antes había poco y caro y después no se hallaba mantenimiento ni mercancía.

Don Enrique el II bajó la moneda, y dice así su pregón: «Que el real que fasta aquí valía tres marauedís, non uala sino uno. E el cruzado que hasta aquí valía vno, que non vala más de dos cornados, que son tres dineros e dos meajas.» Y advierta vuestra merced señor Tira la Piedra que esta baja se la pidieron repetidamente los vasallos. Aquí se ve cuáles eran aquéllos y cuál es vuestra Señoría.

Así que estas calamidades son inseparables a los dominios. Desto enferman los vasallos y los príncipes; es dolencia de los gobiernos, no de las edades. Padecióla Castilla en tiempo del Rey don Juan, que sintió tanto el verse necesitado a agravar sus vasallos que se determinó de vivir en duelos. No sólo los vasallos han de servir a los reyes con la hacienda, sino con el consejo, pues cuando se ven forzados a hazer nuevos y grandes repartimientos, es debido en toda lealtad advertirles de lo que se les debe y no se cobra, porque al consentir suspensión en estas resultas vale a los malos ministros tesoros de lo que puede ahorrar, y le desperdician por interés propio de lo que le hurtan en mercedes no merecidas y sonsacadas de los merecimientos súbitos de personas de su casa, y de sus oficios en rentas y estados, pues a estos codiciosos suele retirarse todo el caudal que el Rey echa menos, y no puede socorrer el reino los oficios, o inventados para pasadizo del patrimonio real o para polillas de su tesoro; así lo hizieron en Castilla las Cortes, y es el mejor servicio, más útil, más descansado y que con más justicia tiene efebo, y es hacienda que merece por su bondad lograrse bien en los sucesos, pues ni sale de las venas, antes vuelve a ellas, ni sabe a lágrimas de afligidos. Y nunca más a propósito llegó este servicio que hoy a Rey tan grande, tan celoso del remedio de sus reinos, a ministro cuyo blasón es el desinterés, cuya tarea las mejoras del gobierno; será hablarles en su lenguaje y a su corazón si hay algo desto que lo sepan, pues haciendo justicia se podrán restituir lo que les falta, y páguelo quien lo debe, y salga de quien lo oculta, y quítese a quien lo arrebata, y ayuden al Rey y al reino el leal, rendido con su tributo, y el ladrón, despojado con su castigo.

Tácito, en Galba, dice que, habiendo mirado arbitrios para desempeñar el imperio de los excesos de Nerón, el mejor fue buscar el patrimonio en las haciendas de los que le habían usurpado. Si parte desto se ha hecho ahora, Esconde la Mano, bien se ha hecho si con nombre de donativo y de concesión ha disimulado, por no deshonrar a las esponjas del Rey, y es singular modestia reducirse a pedir lo que podía cobrar por no deshonrar a los que, debiendo restituir, dicen que dan lo que vuelven.

Más dibilita a los reyes lo que los toman que lo que gastan, y así, se echa la culpa a la guerra de lo que peca la paz entremetida y desapoderada. Notable es la desorden del mundo: yo, en el tiempo que he vivido, he visto derribar muchos hombres por haber crecido en poco tiempo mucho, diciendo se hacía para restituir a la Majestad el caudal, y escarmentar a otros y autorizar la templanza; y he visto que a los reyes y a los reinos les ha costado diez veces más el premiar los que los descompusieron y castigaron que les costaba su desorden, si lo era. De donde colijo que son pocas las enmiendas en estas cosas, y que éste es achaque de que han adolecido todas las monarquías; y así, el pronóstico se asegura para la perdición si sucediere que cuesta más y empeña más y hurta más el castigo que el delito. Piense vuestra Excelencia en esta bachillería, que no perderá el tiempo.

Su Majestad (Dios le guarde) halló en esta monarquía con muchas canas el empeño, llorado con arrepentimiento de su bisabuelo, considerando la herencia tan necesitada que dejaba a Felipe II, que con El Escurial y otras niñerías la extremó más, de suerte que el grande, el bueno, el amado, el dichoso, el santo Felipo III, a fuerza de milagros nos divertió de la atención desta calamidad, que por las guerras en defensa de la Iglesia y expulsión de los moros, que fue una orden resuelta, no sé si provechosa en el modo, pues de su salida se nos aumentaron no sólo enemigos, sino en los enemigos el conocimiento de muchas artes, la malicia en tierra y mar, y de los bienes no quedó sino lo que les hurtaron, que hicieron tan corta diferencia como de ladrones a moros, conque siempre fue delito; y al fin, si los moros que entraron dejaron a España sin gente porque se la degollaron, éstos que echaron la dejaron sin gente porque salieron. La ruina fue la propia, sólo se llevan el cuchillo. Estas cosas y otras, que ordenó el celo justo y piadoso y torció la maldad de los medios, entregaron las cosas de España en tal estado al gran Felipe IV que el no remediarlas era perderlas, y el tratar del remedio es aventurarlas. No es la primera vez que se han visto los reinos en tal estado. Don Juan el Primero se vio tan apretado de la necesidad y tan condolido de sus vasallos, que ya le contribuían la vida, que le obligó a no acetar todo el servicio que le hacían.

Y así, Tira la Piedra, que andas escondiendo la mano y muy raposo de palabras, rodeando el hablar en que Su Majestad tiene pocos años, ¿quieres que tenga más que los que ha que nació? Pero bien entiendo tocas esta tecla para pedrear cuantas juventudes ha habido de reyes sus antecesores; porque para responderte es fuerça decir que maliciosamente ignoras que, comparada la mocedad del Rey nuestro señor con todos, es una vejez sin días, y aun acabar de nacer anciano. Acuérdate poco ha de los destierros del Maestro, de las deposiciones atropelladas de los ministros y obispos, del presidente de Castilla, santo y grande varón, arrojado hasta arrinconarle en su muerte entre dos paredes. ¿Con qué has sacado las manchas de tanta sangre como se derramó a deshora con tantos, que se almorzaron su vida o se la sorbieron, con los justiciados de memoria y a escuras, sin ejemplo y con escándalo? Tira la Piedra, ¿qué majestad ves llorada por indicios? ¿Qué artes acusadas por clérigos y predicadores en pública delación por trastornadoras de voluntades y engaitadoras de decretos? Nada desto ves ni oyes, ni lo puedes inventar ni comentar; ves un monarca con sumo poder, tan en paz con sus apetitos que las casas ajenas no saben dellos. Piadoso, no lo puedes negar, pues no te ahorca; justiciero y celoso, tampoco lo puedes contradecir, pues todos lo vemos. ¿Cuándo diez y siete y veinte y seis años gastaron deseos incontrastables sin ruido, poder soberano sin lamentos, voluntad superior sin furores, entendimiento grande y fervoroso sin presunción? Sólo se experimenta esto en don Felipe IV. Acuérdate en esta edad de los otros reinos de Europa. Desándales los antepasados a sus dueños: toparás hijos abreviados, hermanos desaparecidos, viudeces caseras, secretarios amaitinados, privados huidos y otros casos y sucesos que se han quedado por dueños del escándalo del mundo. Pues si cejas más atrás te atollarás en robos, en comunidades. Pues dime, Tira la Piedra, no mires al Rey nuestro señor ni le hagas paralelo de otros monarcas como él, sino de cualquiera hijo de vecino sujeto a cada corchete, a cualquiera alguacil, a todo escribano, a los alcaldes y a los oidores. Dime, ¿conoces alguno que desde diez y siete a veinte y seis años no tenga con ceño todas las leyes, con ofensas todos los mandamientos, con cuidado todas las justicias, con inquietud todas las calles? Mírate a ti, picarazo, en esta edad, si te has dado buena hartazga de ofensas a Dios, siendo conocido por hambrón de pecados. ¿Qué chiste no has dicho? ¿Qué pulla no has echado? ¿Qué testimonio no has levantado? ¿Qué horca no ha merecido tu cuello? ¿Qué cuchillo tu lengua? ¿Qué tranca tus costillas? Y esto, siendo lo que he dicho sujeto a todo y a todos. Y tiras piedras contra la obligación de fiel, contra una juventud que, sin superior en lo temporal, vive canas cuando cuenta niñeces. Esconde la Mano, si tiras piedras porque se perdió el Brasil por traición y por pecados, destírala porque se cobró con valor y dificultad y con ventaja. Si las tiras porque entró en Cádiz el inglés, destíralas porque salió con pérdida y sin reputación. Si las tiras porque se perdió Volduque y Vesel, destíralas porque se ganó Breda y se rompieron las pesquerías. ¿Por qué no des-piedras y destiras cuanto has tirado? Sólo considerando que nuestro Rey, en tan pequeña edad que en los juguetes pudiera servir de prólogo decente a las mocedades, haya arrancado de Alemania la raíz de la herejía en el Palatino y transferido aquella casa y aquel voto a príncipe católico, acabado con Albrestat y borrado tan numerosa familia de príncipes enemigos de Dios y establecido la corona del mundo en la frente de tan vitorioso emperador, y esto en tiempo que a Francia envió socorro contra sus rebeldes cuando Francia le daba a los de España contra esta Corona. Esconde la Mano, ¿a qué mocedad atiende Rey que por la unión de sus reinos deja su corte y visita a sus ministros? ¿Vístele en Andalucía, Aragón y Cataluña, dejando recién nacida una Princesa y recién parida una Reina, donde estuvo más de seis meses sin salir de un aposento y de una tarea congojosa en el más riguroso tiempo del año? Cuentas los atrevimientos que Dios ha dado a los enemigos de Su Majestad y callas los castigos que le ha dado para ellos; descubierto has el brazo y la mano, picarón, tanto que puedo decir por sus rayas tu mala ventura.

Dime, contador de desdichas, picaza, que sólo te sientas en la matadura, gusano, que sólo tratas con lo podrido: ¿Por qué no destiras y despiedras a tan gran Rey, y mucha parte de tus calumnias, sabiendo la compañía que ha formado para el comercio de la India Oriental, no prometida, no fantástica, sino efetuada ya en un viaje y aprestada para otro, cuya prática arraigada es la mayor pesadumbre que se ha podido dar a los enemigos? Chicharra, por que no te me escapes te he de perseguir por mar y tierra, que en la una eres sapo y en la otra tiburón, que emponzoñas y muerdes. Dime, ¿cómo no te comes tu propia lengua y te restañas los embustes y sanas de la enfermedad que padeces de mentira lluvia, con el milagro de aquel decreto de los hombres de negocios que, sin perjuicio suyo y con suma justificación del hecho, obró al parecer una masicoral de gastos, pues el año de 21, que heredó el Rey nuestro señor, comía la renta del año de 31? Dime, ¿por qué desde entonces te quedaron piedras que tirar ni mano que esconder viendo una invención de la desorden tan maldita como hacer comer a un Rey en profecía de diez en diez los años que estaban por venir? ¿Había lástima como verse los años comidos antes de ser ni de llegar? ¿Cómo había de estar el siglo y la edad sino rabiando, si se vía comer de antuvión y con hambre tan canina que con poco temor del guarismo mordía desde 21 hasta 31? Si no hereda Su Majestad y Dios le inspira este decreto, hoy, año de 30, está comido el año de 2000 y casi decentado el día del juicio, y los señores Reyes están introducidos en cáncer de los tiempos. Ves aquí, maldito, que hoy come Su Majestad el propio año en que vive y ha quitado el susto a los por venir, que del miedo de la comezón anticipada se rescaban antes de nacer.»

Pues pasando de decretos y compañías a socorros y a protección, dime cómo no te sirven de mordaza las banderas de Su Majestad, que el año de 25, estando la república de Génova entre las uñas de La Diguera y entre las garras del Alteza de Saboya, parte de la ribera arañada, la ciudad con los enemigos arrimados y la menaza a cuestas, les retiró el sitio, les cobró lo perdido y descansó la ciudad, que por hermosa y rica es buscada de muchos galanes, cobrando Felipo IV millones gastados desta defensa, en alabanza eterna de su patrocinio desinteresado, que solicita a que le busquen los afligidos desde las montañas de Armeña, como lo han hecho.

Pues pasando la consideración a África, en aquellos pellizcos tan grandes que ha dado en tierra de moros, ¿cómo no te acuerdas de la gloriosa defensa que se ha hecho a La Mamora, contradiciendo el número de los bárbaros y la diciplina militar de los holandeses? Con poca gente y huésped en corta orilla de la multitud dilatada en dominio de alarbes y moros, asegurando de Berbería nuestras costas, y dellos las costas que tiene en Berbería, con innumerable pérdida de los cosarios rebeldes, de quien tú, graduado en Mahoma, eres coronista, pues, asalariado de tu maldad, sólo tienes pluma para sus fortunas y piedra para las nuestras. No sé qué haga contigo para convertirte, viéndote tan duro que te puedes tirar a ti propio a pedazos. Quiero ver si te enternecerás a ti mismo. «¡Ea, maldito!» -que te predico como hombre cantonero, pues andas escribiendo los cantones-: veste aquí embutido en unas (cuando Dios te haga merced) cachondas (así se llamaban), y cuando más honestamente, gregorías (dejo el nombre que no se puede decir sin el perdón delante); mírate atestado en unas calzas atacadas, temblando con los muslos unas sonajas de gamuza o, cuando mejor, vestido de tajadas de paño o terciopelo; yo te doy que vas de medio abajo con dos enjugadores de obra que llamaban calzas; mírate por frontispicio y portada: un murciégalo atacado con agujetas; atiende y vuelve esos ojos buscones de achaques a tu gaznate, perdido como Hacienda Real a puros asientos; mírate con la turbamulta de un cuello con carlancas de lienzo, Holanda, Cambray o caza; mírate para abrirle, cercado de tantos fuegos, hierros y ministros que más parecía que te preparabas para atenazado que para galán, gastando más moldes que una emprenta quitando de la olla para el azul y del vestido para el abridor. Dime, desventurado, ¿cómo no te vuelves de todo corazón, de toda valona, de todo grigüesco, calzón y zaragüelle a Rey que dio carta de horro a las caderas, a Rey que desencarceló los pescuezos, a Rey que desavahó las nueces, a Rey que te abarató la gala, te facilitó el adorno, te desensabanó el tragar y te desencalzó el portante? Mira que si no fuera por él ya estuvieras vuelto cuello sal y braga momia; y si esto no te ablanda, alma precita, mira a lo que ahorras y conocerás lo que debes a tal cuidado, cuando con un retacillo de gasa y lienzo, que fue pañizuelo, hijo de una toalla y nieto de un camisón, sobre una golilla perdurable sacas esa cara acompañada y ese pescuezo con diadema. Dime, renegado de tu patria, fugitivo de tu propia sangre, ¿qué aguardas? ¿Qué gruñes, teniendo un Rey generoso, justo, clemente, magnánimo, humanísimo, barato, desembarazado, celoso, católico, padre de sus vasallos y defensor de sus confederados? Haz una y buena, picarazo, da contigo y con todos tus libelos infamatorios, sátiras, chistes, cedulones y blasfemias en las arrepentidas de corrillos y junta noturna y parola del yermo, que con esto salvarás tu intención y tu obligación, y ten siempre en la memoria (no por quien eres, que eres la quintainfamia, sino por quien debías ser) lo que debes a don Felipe el Grande nuestro señor que, además de ser tal, te dio el ministro más pacífico que se pudo hacer de masa, pues con él no ha tenido nadie dares ni tomares, tal que el hierro no se tomará si le llegan a él o le asoman a su aposento, y que en ocho años de valimiento no le alcanza la vida a la audiencia, como la sal al agua.

Ya entendía que con esto escampabas, y veo que por el resquicio del valido empiezas de nuevo a culpar al Rey y al gobierno. Pues dime, duende común, que tiras piedras, das gritos, haces ruido y nadie te ve, y todos te vemos, ¿qué quieres de un Rey que tiene tan buen tino que da su valía a un hombre que tiene quejosos a sus parientes y acomodados a los ajenos, y pobres sus criados y servido al Rey? ¿Éstos no son los cuatro costados en que ha de probar limpieza cualquier privanza? Dime, demonio, ¿no te le ha dado Dios y el Rey sin hijos, que es el arrabal más costoso de poblar en los privados y el tarazón más caro para los reinos de la valía? Familia de herederos es concavidad que nunca se llena y un engarce que continúa por un siglo larga sarta de privanzas. Pues maldito, reconoce tu sentencia como el Diablo. Dime, ¿cómo le agradeces al Rey esta elección, y al Conde el ser el privado escueto, solo y mocho de todo privado? Y después desto, ¿cómo no le reconoces el retiro y el no andar por las calles atento a la cosecha de reverencias, sumisiones y descaperuzos? ¿Tiene el Rey cómo pagar, ni tú cómo agradecer no haber privados de privado, como cuento de cuentos? ¿Fuera mejor que anduviera multiplicado en parientes copias y en criados traslados y que en cada plazuela hubiera un privadito, como ahora una fuente, y que toda la villa estuviera sembrada de humilladeros y que hirviera Palacio de privado, y privadillos, y haciaprivados, y juntoaprivado, y comoprivados, y entreprivados, y cachiprivados, como cachidiablos, que anduviéramos agotados de inclinaciones y de zalemas, la mitad del año a gatas y en cuclillas, a puras reverencias? Hoy estamos limpios desta plaga, y desta inundación de aprendices del poder y de validos contrahechos y falsos. ¿Pues qué ocasión puede dar a quejas privado estéril de otros privados, y que si no es en la Audiencia nadie le vee? Aquí tiras piedra, ya te atisbo; y dices: «¿Es invisible? ¿Qué recela? ¿Por qué no sale?» Para esta ocasión se dijo el aquí te tengo: si el privado no sale, dices: «No le veo»; si sale: «No le puedo ver»; si no acompaña al Rey, dices que lo hace de confiado; si le acompaña, que de temeroso o vano; si no le ves, le acusas; si le ves, te enfadas: que te lleve el Diablo, pues ni te entiendes ni te puedes entender. Yo no te le canonizo, sé que es hombre a quien el Rey (como lo había de dar a otro) ha dado el mayor puesto y el primer lugar de ministro; mi ojeriza tengo yo con el hombre que priva, mas no con lo privado, y sin embargo, no me tienes de tu parte. ¿Qué me dirás de sus audiencias, todas pasadas por el Rey, no las del Rey pasadas por la suya? No hay negociantes estantíos ni pretensores de estanque hediondo a cieno, todo es corriente. ¿Qué gruñes entre dientes? ¿Que le honra el Rey? ¿Que le reverencian todos? Justicia es en el príncipe, obligación en los súbditos. No lo digo yo, Casiodoro lo dice; oye, endemoniado: «Con estudio conviene que levantemos a aquéllos que la piedad real quiso engrandecer, porque a los que la clemencia de los príncipes entronizó, deben también los que son sus vasallos darles de su propia dignidad.» Esconde la Mano, el que mi Rey honra, yo, que soy súbdito suyo, no sólo debo holgarme de que le honre, sino quitarme de mi dignidad para crecerle a él. No fulminan estas palabras mal proceso a ti y a tus pedreros.

Ya te veo apelar a la pérdida de la flota, y las ponderaciones de «no se ha visto otra vez en tiempo de ningún rey.» Dime, paradillero de historias y sucesos: todas las demás flotas, sin exceptar alguna, ¿no han venido así? ¿Armó el Conde los bajeles que la tomaron? ¿Es su pariente quien le robó o quien la perdió? ¿O su parecer y su tema le dio el cargo? Es cierto que todo fue al revés. ¿Pues qué le acusas? ¿El acontecimiento? ¿No quieres dejar albedrío a la providencia de Dios? ¿Quieres que aquella mente eterna no disponga sus castigos y favores contra nuestra prevención y ruegos? Oye a San Agustín: «Quien alaba a Dios por los milagros de los beneficios, alábele por los asombros de las venganzas, porque halaga y amenaza; si no halagara no hubiera alguna exhortación; si no amenazara no hubiera alguna corrección.» Tú, peor intencionado con Dios que con los hombres, ¿le quieres privar destas dos partes? Dime, el perder Carlos V el intento de tomar a Argel, ¿fue cargo contra su gloria ni acusación de sus validos? Las Comunidades, ¿fueron culpa sino de la desorden y la ausencia? La pérdida de tanta nobleza y fuerza de España en la Armada de Inglaterra, ¿procesó a Felipe II ni a sus validos? La toma de Cádiz que hizo el inglés, ¿infamó otro ministro que al que la guardaba? La pérdida de la batalla de las Dunas y la venta de La Inclusa, ¿cargáronse al privado? Pues dime, ¿hacia dónde fiscaleas? ¿Que quieres a nuestro Rey prudente y valeroso? ¿Que a este esclavo de la República con nombre de valido, a este amarrado a su obligación, condenado a su asistencia, tan poco airado contigo que como tú cargues sobre su desdicha todos los sucesos desdichados te lo agradecerá? Que él esto conoce por suyo, y los aciertos y vitorias, de la mano de Dios y de la providencia del Rey nuestro señor, para quien solamente desea la gloria y en quien solamente la confiesa, haciendo infinitas veces cada día la fineza de toda fidelidad, que una vez sola (para enseñamiento de todos y grande estimación suya) hizo Joab; así se lee en el 2 de los Reyes: «Peleaba, pues, Joab contra Rabbath, de los hijos de Ammón, y batía la Ciudad Rafia; envió Joab mensajeros a David, diciendo: 'Yo peleé contra Rabbath, y se ha de tomar la Ciudad de las aguas; por esto tú ahora junta la mayor parte del pueblo y cerca la Ciudad y tómala, por que cuando la Ciudad fuere asolada no se dé la vitoria a mi nombre'.» Pues, Tira la Piedra, vuelve a ti la consideración, y hallarás que no atribuyendo al Conde la gloria de los buenos sucesos, que es lo que él quiere para solo el Rey, tú le canonizas según la buena ley de Joab, y cargándole de todas las desgracias, tú sólo le satisfaces el celo con que no se harta de servir al Rey y de padecer por su servicio. Así, mi señor Tira la Piedra y Esconde la Mano, razón sería que vuestra merced no se desvelase tanto en perseguir a todos con malicia enmascarada, que ya nos dijo Garcilaso que era vuestra merced cuando más duerme «a quien la hambre y el favor despierta.» Y así, toda su rabia de vuestra merced es porque no le dan lo que desea; desee lo que en justicia se debe dar, que eso sabe hacer el Rey, y no se lo quitará el privado para ningún pariente suyo. Pero cascos de oropel, ¿qué ocupación no harán ridícula? Juventud satírica y malintencionada, ¿qué se le amoldará sino tirar chistes empedrados, codicia ejecutada y veneno amorrado? ¿Qué se le entregará que no lo apreste y robe? Holgón bárbaro y presumido, ¿qué bueno pusiera un virreinato? Queja siempre flechada y méritos por sí solo conocidos, ¿quién los ha de consultar que tenga honra? ¿O quién premiar que tenga alma? Vuestra merced tire piedras y tire dichos y tire embozos y tire, pues otro día habrá, y haga la batería que pudiere, junte auditorio como de tal predicador, que el Rey es glorioso entre las naciones, el privado codiciado otro así de otros reyes, y yo el que me ando tras vuestra Señoría para hacer de sus piedras berroqueñas corona de diamantes al siglo y un epitafio a su sepultura de vuestra merced, señor Tira la Piedra, que tenga sólo mío el Yace, y del Tasso el

Gran Fabro di calunnie.

Guarde Dios a vuestra Señoría de sí mismo y a todos de vuestra merced para que vuestra Excelencia y todos estén guardados de lo peor.

En Güesca y enero 1 de 1630 años.

Licenciado Todo lo Sabe

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas