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viernes, 3 de febrero de 2023

Esteban Echeverría El matadero y otros escritos FRAGMENTO.

 

         



«La vida no es más que una larga serie de pesares y un corto sueño de ilusiones y esperanzas», escribió Esteban Echeverría en alguna hoja de sus apuntes y diarios. Y es ése es el ritmo y el sazón de su vida, entregada a una empresa efervescente, la de escribir y conocer. Arrojado al destierro («la emigración es la muerte», dice en otro lado), Echeverría terminará sus días en medio de afanes y desesperanzas. No obstante, la fortaleza de su espíritu le permitirá ejercer una escritura que contribuirá a forjar toda una época en un país hasta entonces casi inhóspito. Para él es factible pensar y creer sinceramente: «La poesía es lo más sublime que hay en la esfera de la inteligencia humana» y, al mismo tiempo, luchar por ello a fin de entregar algo de poesía a los lectores de su país como un sencillo presente. A tal sentimiento responde «La cautiva», un largo «poema de la tierra», donde el autor rememora la lucha feraz de una comunidad por establecerse en un territorio intrincado y difícil. Así también, «El matadero», considerado por algunos como el primer cuento de la literatura argentina, y por último, los textos que completan este volumen: «Fondo y forma en las obras de imaginación», «Sobre el arte de la poesía», «Apología del matambre» y unos «Pensamientos», los cuales permiten comprender más cabalmente la obra y la vida de uno de los fundadores de la literatura argentina.

 

Esteban Echeverría

El matadero y otros escritos

Título original: El matadero y otros escritos

Esteban Echeverría, 2014

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2


La cautiva

ADVERTENCIA[1]

El principal designio del autor de «La cautiva» ha sido pintar algunos rasgos de la fisonomía poética del desierto, y para no reducir su obra a una mera descripción ha colocado, en las vastas soledades de la pampa, dos seres ideales o dos almas unidas por el doble vínculo del amor y el infortunio. El suceso que poetiza, si no cierto, al menos entra en lo posible; y como no es del poeta contar menuda y circunstanciadamente a guisa de cronista o novelador, ha escogido sólo, para formar su cuadro, aquellos lances que pudieran suministrar más colores al pincel de la poesía; o más bien, ha esparcido en torno de las dos figuras que lo componen, algunos de los más peculiares ornatos de la naturaleza que las rodea. El desierto es nuestro, es nuestro más pingüe patrimonio, y debemos poner conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para nuestro engrandecimiento y bienestar, sino también poesía para nuestro deleite moral y fomento de nuestra literatura nacional.

Nada le compete anticipar sobre el fondo de su obra, pero hará notar que por una parte predomina en «La cautiva» la energía de la pasión manifestándose por actos, y por otra el interno afán de su propia actividad, que poco a poco consume y al cabo aniquila de un golpe, como un rayo, su débil existencia.

La marcha y término de todas las pasiones intensas, se realicen o no, es idéntica. Si satisfechas, la eficacia de la fruición las gasta, como el rozo los muelles de una máquina: si burladas se evaporan en votos impotentes o matan, porque el estado verdaderamente apasionado es estado febril y anormal, en el cual no puede nuestra frágil naturaleza permanecer mucho tiempo y que debe necesariamente hacer crisis.

De intento usa a menudo de locuciones vulgares y nombra las cosas por su nombre, porque piensa que la poesía consiste principalmente en las ideas, y porque no siempre, como aquéllas, no logran los circunloquios poner de bulto el objeto ante los ojos; si esto choca a algunos acostumbrados a la altisonancia de voces y al pomposo follaje de la poesía para sólo los sentidos, suya será la culpa, puesto que buscan, no lo que cabe en las miras del autor, sino lo que más con su gusto se aviene. Por desgracia esa poesía facticia, hecha toda de hojarasca brillante, que se fatiga por huir el cuerpo al sentido recto, y anda siempre como a caza de rodeos y voces campanudas para decir nimiedades, tiene muchos partidarios; y ella sin duda ha dado margen a que vulgarmente se crea que la poesía exagera y miente; la poesía ni miente ni exagera. Sólo los oradores gerundios y los poetas sin alma toman el oropel y el rimbombo de las palabras por elocuencia y poesía. El poeta, es cierto, no copia sino a veces la realidad tal cual aparece comúnmente en nuestra vista, porque ella se muestra llena de imperfecciones y máculas, y aquesto sería obrar contra el principio fundamental del arte que es representar lo bello: empero él toma lo natural, lo real, como el alfarero la arcilla, como el escultor el mármol, como el pintor los colores; y con los instrumentos de su arte lo embellece y artiza conforme a la traza de su ingenio, a imagen y semejanza de las arquetípicas concepciones de su inteligencia. La naturaleza y el hombre le ofrecen colores primitivos que él mezcla y combina en su paleta; figuras bosquejadas, que él coloca en relieve, retoca y caracteriza; arranques instintivos, altas y generosas ideas, que él convierte en simulacros excelsos de inteligencia y libertad, estampando en ellos la más brillante y elevada forma que pueda concebir el humano pensamiento. Ella es como la materia que transforman sus manos y anima su inspiración; el verdadero poeta idealiza. Idealizar es sustituir a la tosca e imperfecta realidad de la naturaleza el vivo trasunto de la acabada y sublime realidad que nuestro espíritu alcanza.

La belleza física y moral, así concebida, tanto en las ideas y afectos del hombre como en sus actos, tanto en Dios como en sus magníficas obras: he aquí la inagotable fuente de la poesía, el principio y meta del arte y la alta esfera en que se mueven sus maravillosas creaciones.

Hay otra poesía que no se encumbra tanto como la que primero mencionamos; que más humilde y pedestre viste sencillez prosaica, copia lo vulgar porque no ve lo poético, y cifra todo su gusto en llevar por únicas galas el verso y la rima. Una y otra separan y embelesan en la contemplación de la corteza; no buscan el fondo de la poesía porque lo desconocen y jamás, por lo mismo, ni sugieren una idea ni mueven ni arrebatan. Ambas, careciendo de meollo o sustancia, son insípidas como fruto sin sazón. El público dirá si estas Rimas tienen parentesco inmediato con alguna de ellas.

La forma, es decir, la elección del metro, la exposición y estructura de «La cautiva», son exclusivamente del autor, quien no reconociendo forma alguna normal en cuyo molde deban necesariamente vaciarse las concepciones artísticas, ha debido escoger la que mejor cuadrase a la realización de su pensamiento.

Si el que imita a otro no es poeta, menos será el que, antes de darlo a luz, mutila su concepto para poderlo embutir en un patrón dado, pues esta operación mecánica prueba carencia de facultad generatriz. La forma artística está como asida al pensamiento, nace con él, lo encarna y le da propia y característica expresión. Por no haber alcanzado este principio los preceptistas han clasificado la poesía, es decir, lo más íntimo que produce la inteligencia, como el mineralogista los cristales, por su figura y apariencia externa, y han inventado porción de nombre que nada significan, como letrillas, églogas, idilios, etcétera, y aplicándolo a cada uno de los géneros especiales en que la subdividieron. Para ellos y su secta la poesía se reduce a imitaciones y modelos y toda la labor del poeta debe ceñirse a componer algo que, amoldándose a algún ejemplar conocido, sea digno de entrar en sus arbitrarias clasificaciones, so pena de cercarle, si contraviene, todas las puertas y resquicios de su Parnaso. Así fue como, preocupados con su doctrina, la mayor parte de los poetas españoles se empeñaron únicamente en llenar tomas de idilios, églogas, sonetos, canciones y anacreónticas, y malgastaron su ingenio en lindas trivialidades que empalagan y no dejan rastro alguno en el corazón o el entendimiento.

En cuanto al metro octosílabo en que va escrito este tomo, sólo dirá: que un día se apasionó de él, a pesar del descrédito a que lo habían reducido los copleros, por parecerle uno de los más hermosos y flexibles de nuestro idioma; y quiso hacerle recobrar el lustre de que gozaban en los más floridos tiempos de la poesía castellana, aplicándolo a la expresión de ideas elevadas y de profundos afectos. Habrá conseguido su objeto si el lector al recorrer sus Rimas no echa de ver que está leyendo octosílabos.

El metro, o mejor, el ritmo, es la música por medio de la cual la poesía cautiva los sentimientos y obra con más eficacia en el alma. Ora vago y pausado, remeda el reposo o las cavilaciones de la melancolía; ya sonoro y veloz, la tormenta de los afectos: con una disonancia hiere, con una armonía hechiza, y hace, como dice F. Schlegel, fluctuar el ánimo entre el recuerdo y la esperanza, pareando o alternando sus rimas. El diestro tañedor modula con él en todos los tonos del sentimiento, y se eleva al sublime concierto del entusiasmo y de la pasión.

No hay, pues, sin ritmo poesía completa. Instrumento del arte, debe en manos del poeta armonizar con la inspiración y ajustar sus compases al vario movimiento de los afectos. De aquí nace la necesidad de cambiar a veces de metro, para retener o acelerar la voz, y dar, por decirlo así, al canto las entonaciones conforme al efecto que se intenta producir.

El «Himno al dolor» y los «Versos al corazón» son de la época de Los consuelos, o melodías de la misma lira. Aun cuando parezcan desahogos del sentir individual, las ideas que contienen pertenecen a la humanidad, puesto que el corazón del hombre fue formado de la misma sustancia y por el mismo soplo.

—Female hearts are such a genial soil

For kinder feelings, whatsoe’er their nation,

They naturally pour the «wine and oil»,

Samaritans in every situation;

[En todo clima el corazón de la mujer es tierra

fértil en afectos generosos —ellas en cualquier

circunstancia de la vida saben, como la Samaritana,

prodigar el «óleo y el vino».]

Byron

LA CAUTIVA[1]

PRIMERA PARTE

EL DESIERTO

Ils vonl. L’espace est grand

Hugo

Era la tarde, y la hora

en que el sol la cresta dora

de los Andes. —El desierto

inconmensurable, abierto,

y misterioso a sus pies

se extiende —triste el semblante,

solitario y taciturno

como el mar, cuando un instante

al crepúsculo nocturno

pone rienda a su altivez.

Gira en vano, reconcentra

su inmensidad, y no encuentra

la vista, en su vivo anhelo,

do fijar su fugaz vuelo,

como el pájaro en el mar.

Doquier campos y heredades

del ave y bruto guaridas,

doquier cielo y soledades

de Dios sólo conocidas,

que Él sólo puede sondar.

A veces la tribu errante

sobre el potro rozagante,

cuyas crines altaneras

flotan al viento ligeras,

lo cruza cual torbellino,

y pasa; o su toldería[2]

sobre la grama frondosa

asienta, esperando el día

duerme, tranquila reposa,

sigue veloz su camino.

¡Cuántas, cuántas maravillas,

sublimes y a par sencillas,

sembró la fecunda mano

de Dios allí! —¡Cuánto arcano

que no es dado al mundo ver!

La humilde yerba, el insecto,

la aura aromática y pura;

el silencio, el triste aspecto

de la grandiosa llanura,

el pálido anochecer.

Las armonías del viento

dicen más al pensamiento,

que todo cuanto a porfía

la vana filosofía

pretende altiva enseñar.

¡Qué pincel podrá pintarlas

sin deslucir su belleza!

¡Qué lengua humana alabarlas!

Sólo el genio su grandeza

puede sentir y admirar.

Ya el sol su nítida frente

reclinaba en occidente,

derramando por la esfera

de su rubia cabellera

el desmayado fulgor.

Sereno y diáfano el cielo,

sobre la gala verdosa

de la llanura, azul velo

esparcía, misteriosa

sombra dando a su color.

El aura moviendo apenas

sus alas de aroma llenas,

entre la yerba bullía

del campo que parecía

como un piélago ondear.

Y la tierra contemplando

del astro rey la partida

callaba, manifestando,

como en una despedida,

en su semblante pesar.

Sólo a ratos, altanero,

relinchaba un bruto fiero

aquí o allá, en la campaña;

bramaba un toro de saña;

rugía un tigre feroz,

o las nubes contemplando,

como extático y gozoso,

el yajá,[3] de cuando en cuando,

turbaba el mudo reposo

con su fatídica voz.

Se puso el sol; parecía

que el vasto horizonte ardía:

la silenciosa llanura

fue quedando más oscura,

más pardo el cielo, y en él,

con luz trémula brillaba

una que otra estrella, y luego

a los ojos se ocultaba,

como vacilante fuego

en soberbio chapitel.

El crepúsculo entretanto,

con su claroscuro manto,

veló la tierra; una faja

negra como una mortaja

el occidente cubrió:

mientras la noche bajando

lenta venía; la calma

que contempla suspirando

inquieta a veces el alma,

con el silencio reinó.

Entonces, como el rüido

que suele hacer el tronido

cuando retumba lejano,

se oyó en el tranquilo llano

sordo y confuso clamor;

se perdió… y luego violento,

como baladro espantoso

de turba inmensa, en el viento

se dilató sonoroso,

dando a los brutos pavor.

Bajo la planta sonante

del ágil potro arrogante

el duro suelo temblaba,

y envuelto en polvo cruzaba

como animado tropel,

velozmente cabalgando;

víanse lanzas agudas,

cabezas, crines ondeando,

y como formas desnudas

de aspecto extraño y cruel.

¿Quién es? ¿Qué insensata turba

con su alarido perturba

las calladas soledades

de Dios, do las tempestades

sólo se oyen resonar?

¿Qué humana planta orgullosa

se atreve a hollar el desierto

cuando todo en él reposa?

¿Quién viene seguro puerto

en sus yermos a buscar?

¡Oíd! —Ya se acerca el bando

de salvajes, atronando

todo el campo convecino;

¡mirad! —Como torbellino

hiende el espacio veloz.

El fiero ímpetu no enfrena

del bruto que arroja espuma;

vaga al viento su melena,

y con ligereza suma

pasa en ademán atroz.

¿Dónde va? ¿De dónde viene?

¿De qué su gozo proviene?

¿Por qué grita, corre, vuela,

clavando al bruto la espuela,

sin mirar alrededor?

¡Ved!, que las puntas ufanas

de sus lanzas, por despojos,

llevan cabezas humanas,

cuyos inflamados ojos

respiran aún furor.

Así el bárbaro hace ultraje

al indomable coraje

que abatió su alevosía;

y su rencor todavía

mira, con torpe placer,

las cabezas que cortaron

sus inhumanos cuchillos,

exclamando: «Ya pagaron

del cristiano los caudillos

el feudo a nuestro poder.

»Ya los ranchos[4] do vivieron

presa de las llamas fueron,

y muerde el polvo abatida

su pujanza tan erguida.

¿Dónde sus bravos están?

Vengan hoy del vituperio,

sus mujeres, sus infantes,

que gimen en cautiverio,

a libertar, y como antes,

nuestras lanzas probarán».

Tal decía, y bajo el callo

del indómito caballo,

crujiendo el suelo temblaba;

hueco y sordo retumbaba

su grito en la soledad.

Mientras la noche, cubierto

el rostro en manto nubloso,

echó en el vasto desierto

su silencio pavoroso,

su sombría majestad.

martes, 20 de octubre de 2020

TLÓN, UQBAR, ORBIS TERTIUS. Ficciones (1944).

 


TLÓN, UQBAR, ORBIS TERTIUS

I

Debo a la conjunción de un espejo y de una encliclopedia el

descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un

corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la

enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedia

(New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa,

de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo

hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa

noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de

una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara

los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que

permitieran a unos pocos lectores —a muy pocos lectores— la

adivinación de una realidad atroz o banal.' Desde el fondo remoto

del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta

noche ese descubrimiento es inevita'ble) que los espejos tienen

algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los

heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula

son abominables, porque multiplican el número de los hombres.

Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó

que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artículo

sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada)

poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen

XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del

XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra

sobre Uqbar! Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice.

Agotó ejn vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar,

Ookbar, Oukbahr. . . Antes de irse, me dijo que era una región

del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad.

Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca

anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy

para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas

de Justus Perthes fortaleció mi duda.

Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo

que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen xxvi

cíe la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí

la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a

las repetidas por él, aunque —tal vez— literariamente inferiores.

Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El

432 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

texto de la Enciclopedia decía: Para uno de esos gnósticos, el

visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma.

Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood

are hatetul) porque lo multiplican y lo divulgan. Le

dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. A los

pocos días lo trajo. Lo cual me sorprendió, porque los escrupulosos

índices cartográficos de la Erdkunde de Ritter ignoraban con plenitud

el nombre de Uqbar.

El volumen que trajo Bioy era efectivamente el xxvi de la

Anglo-American Cyclopaedia. En la falsa carátula y en el lomo,

la indicación alfabética (Tor-Ups) era la de nuestro ejemplar, pero

en vez de 917 páginas constaba de 921. Esas cuatro páginas

adicionales comprendían al artículo sobre Uqbar; no previsto

(como habrá advertido el lector) por la indicación alfabética.

Comprobamos después que no hay otra diferencia entre los volúmenes.

Los dos (según creo haber indicado) son reimpresiones

de la décima Encyclopaedia Britannica. Bioy había adquirido su

ejemplar en uno de tantos remates.

Leímos con algún cuidado el artículo. El pasaje recordado por

Bioy era tal vez el único sorprendente. El resto parecía muy verosímil,

muy ajustado al tono general de la obra y (como es natural)

un poco aburrido. Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa

escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres

que figuraban en la parte geográfica, sólo reconocimos tres

—Jorasán, Armenia, Erzerum—, interpolados en el texto de un

modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor

Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora. La

nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos

puntos de referencias eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma

región. Leímos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldún

y el delta del Axa definen la frontera del sur y que en las islas

de ese delta procrean los caballos salvajes. Eso, al principio de la

página 918. En la sección histórica (página 920) supimos que a

raíz de. las persecuciones religiosas del siglo trece, los ortodoxos

buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos

y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. La sección

idioma y literatura era breve. Un solo rasgo memorable: anotaba

que la literatura de Uqbar era de carácter fantástico y que

sus epopeyas y sus leyendas no se referían jamás a la realidad)

sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de T l ó n . . . La

bibliografía enumeraba cuatro volúmenes que no hemos encontrado

hasta ahora, aunque el tercero —Silas Haslam: History of

the Land Called Uqbar, 1874— figura en los catálogos de librería

de Bernard Quaritch J. El primero, Lesbare und lesenswerthe Be-

1 Haslam ha publicado también A General History of Labyrinths.

FICCIONES 433

rnerkungen über das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641

y es obra de Johannes Valentinus Andrea. El hecho es significativo;

un par de años después, di con ese nombre en las inesperadas

páginas de De Quincey (Writings, decimotercero volumen) y supe

que era el de un teólogo alemán que a principios del siglo xvn

describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz —que otros

luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él.

Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos

atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de

viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El

índice general de ia enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese

nombre. Al di" siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había

referido el asunto) advirtió en una librería de Corrientes y Talcahuano

los negros y dorados lomos de la Anglo-American Cyclopaedia...

Entró e interrogó el volumen xxvi. Naturalmente, no

dio con el menor indicio de Uqbar.

II

Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero

de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué,

entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos.

En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses; muerto,

no es siquiera el fantasma que ya era entonces. Era alto y desganado

y su cansada barba rectangular había sido roja. Entiendo

que era viudo, sin hijos. Cada tantos años iba a Inglaterra: a

visitar (juzgo por unas fotografías que nos mostró) un reloj de

sol y unos robles. Mi padre había estrechado con él (el verbo

es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir

la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Solían

ejercer un intercambio de libros y de periódicos; solían batirse al

ajedrez, taciturnamente... Lo recuerdo en el corredor del hotel,

con un libro de matemáticas en la mano, mirando a veces los

colores irrecuperables del cielo. Una tarde, hablamos del sistema

duodecimal de numeración (en el que doce se escribe 10). Ashe

dijo que precisamente estaba trasladando no sé qué tablas duodecimales

a sexagesimales (en las que sesenta se escribe 10). Agregó

que ese trabajo le había sido encargado por un noruego: en Rio

Grande do Sul. Ocho años que lo conocíamos y no había mencionado

nunca su estadía en esa región... Hablamos de vida pastoril,

de capangas, de la etimología brasilera de la palabra gaucho

(que algunos viejos orientales todavía pronuncian gaucho) y nada

más se dijo —Dios me perdone— de funciones duodecimales. En

setiembre de 1937 (no estábamos nosotros en el hotel) Herbert

^

434 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

Ashe murió de la rotura de un aneurisma. Días antes, había recibido

del Brasil un paquete sellado y certificado. Era un libro

en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde —meses después—

lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y

ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones

sino de Uqbar y Tlón y Orbis Tertius. En una noche del

Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par

las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cántaros;

si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que en esa tarde

sentí. El libro estaba redactado en inglés y lo integraban 1001

páginas. En el amarillo lomo de cuero leí estas curiosas palabras

que la falsa carátula repetía: A First Encyclopaedia of Tlón. Vol.

XI. Hlaer to Jangr. No> había indicación de fecha ni de lugar. En

la primera página y en una hoja de papel de seda que cubría

una de las láminas en colores había estampado un óvalo azul con

esta inscripción: Orbis Tertius. Hacía dos años que yo había descubierto

en un tomo de cierta enciclopedia pirática una somera

descripción de un falso país; ahora me deparaba el azar algo más

precioso y más arduo. Ahora tenía en las manos un vasto fragmento

metódico de la historia total de un planeta desconocido,

con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías

y el rumor de sus lenguas, con sus' emperadores y sus mares, con

sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego,

con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado,

coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico.

En el "onceno tomo" de que hablo hay alusiones a tomos ulteriores

y precedentes. Néstor Ibarra, en un artículo ya clásico de

la N. R. F., ha negado que existen esos aláteres; Ezequiel Martínez

Estrada y Drieu La Rochelle han refutado, quizá victoriosamente,

esa duda. El hecho es que hasta ahora las pesquisas más diligentes

han sido estériles. En vano hemos desordenado las bibliotecas de

las dos Américas y de Europa. Alfonso Reyes, harto de esas fatigas

subalternas de índole policial, propone que entre todos acometamos

la obra de reconstruir los muchos y macizos tomos que faltan:

ex ungue leonem. Calcula, entre veras y burlas, que una generación

de tlónistas puede bastar. Ese arriesgado cómputo nos retrae

al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlón? El plural

es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor —de un

infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia— ha

sido descartada unánimemente. Se conjetura que este brave new

world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos,

de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas,

de moralistas, de pintores, de geómetras. .. dirigidos por un oscuro

hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas

diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaFICCIONES

435

ees de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático.

Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor *es infinitesimal.

Al principio se creyó que Tlón era un mero caos, una

irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un

cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera

en modo provisional. Básteme recordar que las contradicciones

aparentes del Onceno Tomo son la piedra fundamental de

la prueba de que existen los otros: tan lúcido y tan justo es el

orden que se ha observado en él. Las revistas populares han divulgado,

con perdonable exceso, la zoología y la topografía de

Tlón; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torres de sangre

no merecen, tal vez, la continua atención de todos los hombres.

Yo me atrevo a ped'r unos minutos para su concepto del universo.

Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no

admiten la menor réplica y no causan la menor convicción. Ese

dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo

falso en Tlón. Las naciones de ese planeta son —congénitamente-^-

idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje —la religión,

las letras, la metafísica— presuponen el idealismo. El mundo

para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una

serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal,

no espacial. No hay sustantivos en la conjetural Ursprache de

Tlón, de la que proceden los idiomas "actuales" y los dialectos:

hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos

de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que

corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en

español lunecer o lunar. Surgió la luna sobre el río se dice hlor

u fang axaxaxas mío o sea en su orden: hacia arriba (upward)

detrás duradero-fluir luneció. (Xul Solar traduce con brevedad:

upa tras perfluyue lunó. Upward, behind the onstreaming it

mooned.)

Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En

los del hemisferio boreal (de cuya Ursprache hay muy pocos datos

en el Onceno Tomo) la célula primordial no es el verbo, sino

el adjetivo monosilábico. El sustantivo se forma por acumulación

de adjetivos. No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo

o anaranjado-tenue-del cielo o cualquier otra agregación.

En el caso elegido la masa de adjetivos corresponde a un objeto

real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de este hemisferio

(como en el mundo subsistente de Meinong) abundan

los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según

las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad.

Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter

visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de

un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho

436 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados,

la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el

sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con

otros; el proceso, jmediante ciertas abreviaturas, es prácticamente

infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme

palabra. Esta palabra integra un objeto poético creado por el

autor. El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos

hace, paradójicamente, que sea interminable su número. Los idiomas

del hemisferio boreal de Tlón poseen todos los nombres de

las lenguas indoeuropeas— y otros muchos más.

No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlón comprende

una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas

a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben

el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven

en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza

atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión

y del pensamiento; nadie comprendería en Tlón la yuxtaposición

del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo

—que es un sinónimo perfecto del cosmos—. Dicho sea con otras

palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La

percepción de una humareda en el horizonte y después del campo

incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo

la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.

Este monismo o idealismo total invalida la, ciencia. Explicar (o

juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlón, es

un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar

el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero

hecho de nombrarlo —id est, de clasificarlo— importa un falseo.

De ello cabría deducir que no hay ciencias en Tlón— ni siquiera

razonamientos. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable

número. Con las filosofías acontece lo que acontece con

los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía

sea de antemano un juego dialéctico, una Philosophie des

Ais Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas

increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional.

Los metafísicos de Tlón no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud:

buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una

rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra

cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a

uno cualquiera de ellos. Hasta la frase "todos los aspectos" es

rechazable, porque supone la imposible adición del instante presente

y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural "los pretéritos",

porque supone otra operación imposible... Una de las

escuelas de Tlón llega a negar el tiempo: razona que el presente

es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza

FICCIONES 437

presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo

presente 1. Otra escuela declara que ha 'transcurrido ya todo el

tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular,

y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable.

Otra, que la historia del universo —y en ellas nuestras vidas

y el más tenue detalle de nuestras vidas— es la escritura que

produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra,

que el universo es comparable a esas criptografías en las que no

valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada

trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos

despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.

Entre las doctrinas de Tlón, ninguna ha merecido tanto escándalo

como el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado,

con menos claridad que fervor, como quien adelanta una paradoja.

Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un

heresiarca del undécimo siglo 2 ideó él sofisma de las nueve monedas

de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlón

al de las aporías eleáticas. De ese "razonamiento especioso" hay

muchas versiones, que varían el número de monedas y el número

de hallazgos; he aquí la más común:

El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas

de cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas,

algo herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z

descubre tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X

encuentra dos monedas en el corredor de su casa. El heresiarca

quería deducir de esa historia la realidad —id est la continuidad—

de las nueve monedas recuperadas. Es absurdo (afirmaba) imaginar

que cuatro de las monedas no han existido entre el martes

y el jueves, tres entre el martes y la tarde del viernes, dos entre el

martes y la madrugada del viernes. Es lógico pensar que han existido

—siquiera de algún modo secreto, de comprensión vedada a

los hombres—• en todos los momentos de esos tres plazos.

El lenguaje de Tlón se resistía a formular esa paradoja; los más

no la entendieron. Los defensores del sentido común se limitaron,

al principio, a negar la veracidad de la anécdota. Repitieron que

era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos

voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento

severo: los verbos encontrar y perder, que comportan

una, petición de principio, porque presuponen la identidad de

las nueve primeras monedas y de las últimas. Recordaron que todo

1 RUSSELL (The Analysis of Mind, 1921, página 159) supone que el planeta

ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que "recuerda"

un pasado ilusorio.

L' Siglo, de acuerdo con el siste na duodecimal, significa un período de ciento

cuarenta V cuatro años.

438 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene

un valor metafórico. Denunciaron la pérfida circunstancia algo

herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que

se trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre

el jueves y el ínartes. Explicaron que una cosa es igualdad

y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum,

o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas

noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo —interrogaron—

pretender que ese dolor, es el mismo? x Dijeron que al

heresiarca no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir

la divina categoría de ser a unas simples monedas y que a

veces negaba la pluralidad y otras no. Argumentaron: si la igualdad

comporta la identidad, habría que admitir asimismo que las

nueve monedas son una sola.

Increíblemente, esas refutaciones no resultaron definitivas. A

los cien años de enunciado el problema, un pensador no menos

brillante que el heresiarca pero de tradición ortodoxa, formuló

una hipótesis muy audaz. Esa conjetura feliz afirma que hay un

solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno de los seres

del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la divinidad.

X es Y y es Z. Z descubre tres monedas porque recuerda que

se le perdieron a X; X encuentra dos en el corredor porque recuerda

que han sido recuperadas las otras... El onceno tomo deja

entender que tres razones capitales determinaron la victoria total

de ese panteísmo idealista. La primera, el repudio del solipsismo;

la segunda, la posibilidad de conservar la base psicológica de las

ciencias; la tercera, la posibilidad de conservar el culto de los

dioses. Schopenhauer (el apasionado y lúcido Schopenhauer) formula

una doctrina muy parecida en el primer volumen de Parerga

und Paralipomena.

La geometría de Tlón comprende dos disciplinas algo distintas:

la visual y la táctil. La última corresponde a la nuestra y la

subordinan a la primera. La base de la geometría visual es la superficie,

no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara

que el hombre que se desplaza modifica las formas que lo

circundan. La base de su aritmética es la noción de números indefinidos.

Acentúan la importancia de los conceptos de mayor

y menor, que nuestros matemáticos simbolizan por > y por <.

Afirman que la operación de contar modifica las cantidades y las

convierte de indefinidas en definidas. El hecho de que varios in-

1 En el día de hoy, una de las iglesias de Tlón sostiene platónicamente que

tal dolor, que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal

sonido, son la única realidad. Todos los hombres, en el vertiginoso instante

del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea

de Shakespeare, son William Shakespeare.

FICCIONES 439

dividuos que cuentan una misma cantidad logran un resultado

igual, es para los psicólogos un ejemplo de asociación de ideas o

de buen ejercicio de la memoria. Ya sabemos que en Tlon el

sujeto del conocimiento es uno y eterno.

En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de

un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe

el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son

obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica

suele inventar autores: elige dos obras disímiles —el Tao Te

King y las 1001 Noches, digamos—, las atribuye a un mismo escritor

y luego determina con probidad la psicología de ese interesante

homme de lettres ...

También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un

solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los

de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la

antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro

que no encierra su contralibro es considerado incompleto.

Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad.

No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlon,

la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz;

la primera lo encuentra y • no dice nada; la segunda encuentra

un segundo lápiz no menos real, pero ínás ajustado a su expectativa.

Esos objetos secundarios se llaman hronir y son, aunque de

forma desairada,- un poco más largos. Hasta hace poco los hronir

fueron hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece mentira

que su metódica producción cuente apenas cien años, pero así lo

declara el Onceno Tomo. Los primeros intentos fueron estériles.

El modus operandi, sin embargo, merece recordación. El director

de una de las cárceles del estado comunicó a los presos que en

el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la

libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los

meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas

de lo que iban a hallar. Ese primer intento probó que la esperanza

y la avidez pueden inhibir; una semana de trabajo con la

pala y el pico no logró exhumar otro hron que una rueda herrumbrada,

de fecha posterior al experimento. Éste se mantuvo secreto y

se repitió después en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso;

en el cuarto (cuyo director murió casualmente durante las

primeras excavaciones) los discípulos exhumaron •—o produjeron—

una máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas

de barro y el verdinoso y mutilado torso de un rey con uña inscripción

en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se

descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza

experimental de la busca. .. Las investigaciones en masa producen

objetos contradictorios; ahora se prefiere los trabajos individuales

440 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

y casi improvisados. La metódica elaboración de hronir (dice el

Onceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos.

Ha permitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora

no es menos plástico y menos dócil que el porvenir. Hecho curioso:

los hronir de segundo y de tercer grado —los hronir derivados

de otro hron, los hronir derivados del hrón de un hron—

exageran las aberraciones del inicial; los de quinto son casi uniformes;

los de noveno se confunden con los de segundo; en los

de undécimo hay una pureza de líneas que los originales no tienen.

El proceso es periódico: el hrón de duodécimo grado ya empieza

a decaer. Más extraño y más puro que todo hron es a veces

el ur; la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la

esperanza. La gran máscara de oro que he mencionado es un ilustre

ejemplo.

Las cosas se duplican en Tlón; propenden asimismo a borrarse

y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el

ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo

y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros,

un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.

Salto Oriental, 1940.

Posdata de 1947. Reproduzco el artículo anterior tal como apareció

en la Antología de la literatura fantástica, 1940, sin otra

escisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón

que ahora resulta frivolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa

fecha. . . Me limitaré a recordarlas.

En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita de Gunnar

Erfjord en un libro de Hinton que había sido de Herbert Ashe.

El sobre tenía el sello postal de Óuro Preto; la carta elucidaba

enteramente el misterio de Tlón. Su texto corrobora las hipótesis

de Martínez Estrada. A principios del siglo xvii, en una noche

de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una

sociedad secreta y benévola (que entre sus afiliados tuvo a Dalgarno

y después a George Berkeley) surgió para inventar un país. En

el vago programa inicial figuraban los "estudios herméticos", la

filantropía y la cabala. De esa primera época data el curioso

libro de Andrea. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis

prematuras comprendieron que una generación no bastaba

para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros

que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de

la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato

de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. Hacia

1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con

el ascético millonario Ezra Buckley. Éste lo deja hablar con algún

F I C C I O Í N ES 441

desdén —y se ríe de la modestia del proyecto. Le dice que en

América- es absurdo inventar un país y le propone la invención

de un planeta. A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo:

1 la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban

entonces los veinte tomos de la Encyclopaedia Britannica; Buckley

sugiere una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará

sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas

por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus

dólares, bajo una condición: "La obra no pactará con el impostor

Jesucristo." Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al

Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir

un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828;

en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos,

el volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlón. La

edición es secreta: los cuarenta volúmenes que comprende (la

obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de

otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en alguna

de las lenguas de Tlón. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama

provisoriamente Orbis Tertius y uno de sus modestos demiurgos

fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjord

o como afiliado. Su recepción de un ejemplar del Onceno Tomo

parece favorecer lo segundo. Pero ¿y los otros? Liada 1942 arreciaron

los hechos. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros

y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio.

Ocurrió en un departamento de la calle Laprida, frente a un claro

y alto balcón que miraba el ocaso. La princesa de Faucigny Lucinge

había recibido de Poitiers su vajilla de plata. Del vasto

fondo de un cajón rubricado de sellos internacionales iban saliendo

finas cosas inmóviles: platería de Utrecht y de París con

dura fauna heráldica, un samovar. Entre ellas —con un perceptible

y tenue temblor de pájaro dormido— latía misteriosamente

una brújula. La princesa no la reconoció. La aguja azul anhelaba

el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la

esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlón. Tal fue la

primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real. Un

azar queme inquieta hizo que yo también fuera testigo de la segunda.

Ocurrió unos meses después, en la pulpería de un brasilero,

en la Cuchilla Negra. Amorim y yo regresábamos de Sant'Anna.

Una creciente del río Tacuarembó nos obligó a probar (y a sobrellevar)

esa rudimentaria hospitalidad. El pulpero nos acomodó

unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles

y cueros. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba

la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos

1 Buckley era librepensador, fatalista y defensor de la esclavitud.

442 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

. inextricables con rachas de milongas —más bien con rachas de

una sola milonga. Como es de suponer, atribuimos a la fogosa

caña del patrón ese griterío insistente... A la madrugada, el hombre

estaba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos había

engañado: era un muchacho joven. En el delirio se le habían

caído del tirador unas cuantas monedas y un cono de metal reluciente,

del diámetro de un dado. En vano un chico trató de recoger

ese cono. Un hombre apenas acertó a levantarlo. Yo lo

tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuerdo que su

peso era intolerable y que después de retirado el cono, la opresión

perduró. También recuerdo el círculo preciso que me grabó en la

carne. Esa evidencia de un objeto muy chico y a la vez pesadísimo

dejaba una impresión desagradable de asco y de miedo. Un paisaño

propuso que lo tiraran al río correntoso. Amorim lo adquirió

mediante unos pesos. Nadie sabía nada del muerto, salvo "que

venía de la frontera". Esos conos pequeños y muy pesados (hechos

de un metal que no es de este mundo) son imagen de la divinidad,

en ciertas religiones de Tlón.

Aquí doy término a la parte personal de mi narración. Lo demás

está en la memoria (cuando no en la esperanza "o en el temor)

de todos mis lectores. Básteme recordar o mencionar lps hechos

subsiguientes, con una mera brevedad de palabras que el cóncavo

recuerdo general enriquecerá o ampliará. Hacia 1944 un investigador

del diario The American (de Nashville, Tennessee) exhumó

en una biblioteca de Memphis los cuarenta volúmenes de la

Primera Enciclopedia de Tlón. Hasta el día de hoy se discute si

ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directores

del todavía nebuloso Orbis Tertius. Es verosímil lo segundo. Algunos

rasgos increíbles del Onceno Tomo (verbigracia, la multiplicación

de los hfonir) han sido eliminados o atenuados en el

ejemplar de Memphis; es razonable imaginar que esas tachaduras

obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible

con el mundo real. La diseminación de objetos de

Tlón en diversos países complementaría ese plan... 1 El hecho

es que la prensa internacional voceó infinitamente el "hallazgo".

Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones

autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los

Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamente,

la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es

que anhelaba ceder. Hace diez, años bastaba cualquier simetría

con apariencia de orden —el materialismo dialéctico, el antisemitismo,

el nazismo— para embelesar a los hombres. ¿Cómo no

someterse a Tlón, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta

1 Queda, naturalmente, el problema de la materia de algunos objete

FICCIONES 443

ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada.

Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas —traduzco: a

leyes inhumanas— que no acabamos nunca de percibir. Tlón

será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un

laberinto destinado a que lo descifren los hombres.

El contacto y el hábito de Tlón han desintegrado este mundo.

Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar

que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado

en las escuelas el (conjetural), "idioma primitivo" de Tlón; ya

la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores)

ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las

memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada

sabemos con certidumbre — ni siquiera que es falso. Han sido

reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo

que la biología y las matemáticas aguardan también su

avalar... Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz

del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran,

de aquí cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda

Enciclopedia de Tlón.

Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el

mero español. El mundo será Tlón. Yo no hago caso, yo sigo

revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa

traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del

Urn Burial de Browne.

Fuente:

JORGE LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0217-3

39.009



HISTORIA DE LA ETERNIDAD 419 ARTE DE INJURIAR. JORGE LUIS BORGES.

 


HISTORIA DE LA ETERNIDAD 419

ARTE DE INJURIAR

Un estudio preciso y fervoroso de' los otros géneros literarios,

me dejó creer que la vituperación y la burla valdrían necesariamente

algo más. El agresor (me dije) sabe que el agredido será

él, y que "cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada

en su contra", según la honesta prevención de los vigilantes de

Scotland Yard. Ese temor lo obligará a especiales desvelos, de los

que suele prescindir en otras ocasiones más cómodas. Se querrá

invulnerable, y en determinadas páginas lo será. El cotejo de

las buenas indignaciones de Paul Groussac y de sus panegíricos

turbios —para no citar los casos análogos de Swift, de Johnson

y Voltairé— inspiró o ayudó esa imaginación. Ella se disipó

cuando dejé la complacida lectura de esos escarnios por la investigación

de su método.

Advertí en seguida una cosa: la justicia fundamental y el

delicado error dé mi conjetura. El burlador procede con desvelo,

efectivamente, pero con un desvelo de tahúr que admite las

ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas

bicéfalas. Tres reyes mandan en el poker y no significan nada

en el truco. El polemista no es menos convencional. Por lo

demás, ya las recetas callejeras de oprobio ofrecen una ilustrativa

maquette de lo que puede ser la polémica. El hombre de Corrientes

y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres

de todos, o quiere que se muden en seguida a una localidad muy

general que tiene varios nombres, o remeda un tosco sonido

—y una insensata convención ha resuelto que el afrentado por

esas aventuras no es él, sino el atento y silencioso auditorio. Ni

siquiera un lenguaje se necesita. Morderse el pulgar o tomar

el lado de la pared (Sampson: / will take the wall of any man

or maid of Montague's. Abram: Do yon hite your thumh at us,

sir?) fueron, hacia 1592, la moneda legal del provocador, en la

Verona fraudulenta de Shakespeare y en las cervecerías y lupanares

y reñideros de oso en Londres. En las escuelas del Estado,

el pito catalán y la exhibición de la lengua rinden ese servicio.

Otra denigración muy general es el término perro. En la noche

146 del Libro de las mil noches y una, pueden aprender los

discretos que el hijo del león fue encerrado en un cofre sin salida

por el hijo de Adán, que lo reprendió de este modo: El destino

te ha derribado y no te pondrá de pie la cautela, oh perro del

desierto.

Un alfabeto convencional del oprobio define también a los

polemistas. El título señor, de omisión imprudente o irregular

en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo

420 JORGE* LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos

cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para

siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera

aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un. vano caballero

argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar

día por medio y puede fallecer de una interrupción en las' vías

respiratorias. Queda la central e incurable futilidad de todo

ser humano. Pero los sonetos quedan también, con música que

espera. (Un italiano, para despejarse de Goethe, emitió un breve

artículo donde no se cansaba de apodarlo il signore Wolfgang.

Esto era casi una adulación, pues equivalía a desconocer que

no faltan argumentos auténticos contra Goethe).

Cometer un soneto, emitir artículos. El lenguaje es un repertorio

de esos convenientes desaires, que hacen el gasto principal

en las controversias. Decir que un literato ha expelido un libro

o lo ha cocinado o gruñido, es una tentación harto fácil; quedan

mejor los verbos burocráticos o tenderos: despachar, dar curso,

expender. Esas palabras áridas se combinan con otras efusivas, y

la vergüenza del contrario es eterna. A una interrogación sobre un

martiliero que era, sin embargo, declamador, alguien inevitablemente

comunicó que estaba rematando con energía la Divina

Comedia. El epigrama no es abrumadoramente ingenioso, pero

su mecanismo es típico. Se trata (como en todos los epigramas)

de una mera falacia de confusión. El verbo rematar (redoblado

por el adverbio con energía) deja entender que el acriminado

señor es un irreparable y sórdido martiliero, y que su diligencia

dantesca es un disparate. El auditor acepta el argumento sin

vacilar, porque no se lo proponen como argumento. Bien formulado,

tendría que negarle su fe. Primero, declamar y subastar

son actividades afines. Segundo, la antigua vocación de declamador

pudo aconsejar las tareas del martiliero, por el buen

ejercicio de hablar en público.

Una de las tradiciones satíricas (no despreciada ni por Macedonio

Fernández ni por Quevedo ni por George Bernard Shaw)

es la inversión incondicional de los términos. Según esa receta

famosa, el médico es inevitablemente acusado de profesar la

contaminación y la muerte; el escribano, de robar; el verdugo,

de fomentar la longevidad; los libros de invención, de adormecer

o petrificar al lector; los judíos errantes, de parálisis; el sastre,

de nudismo; el tigre y el caníbal, de no perdonar el ruibarbo.

Una variedad de esa tradición es el dicho inocente. Por ejemplo:

El festejado catre de campaña debajo del cual el general ganó la

batalla. O: Un encanto el último film del ingenioso director

Rene Clair. Cuando nos despertaron...

Otro método servicial es el cambio brusco. Verbigracia: Un

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 421

joven sacerdote de la Belleza, una mente adoctrinada de luz

helénica, un exquisito; un verdadero hombre de gusto (a ratón).

Asimismo esta copla de Andalucía, que en un segundo pasa de la

información al asalto:

Veinticinco palillos

Tiene una silla,

¿Quieres que te la rompa

En las costillas'?

Repito lo formal de ese juego, su contrabando pertinaz de

argumentos necesariamente confusos. Vindicar realmente una

causa y prodigar las exageraciones burlescas, las falsas caridades,

las concesiones traicioneras y el paciente desdén, no son actividades,

incompatibles, pero sí tan diversas que nadie las ha conjugado

hasta ahora. Busco ejemplos ilustres. Empeñado en la

demolición de Ricardo Rojas, ¿qué hace Groussac? Esto que

copio y que todos los literatos de Buenos Aires han paladeado.

Es asi cómo, verbigracia, después de oídos con resignación, dos

o tres fragmentos en prosa gerundiana de cierto mamotreto públicamente

aplaudido por los que apenas lo han abierto, me considero

autorizado para no seguir adelante, ateniéndome, por

ahora, a los sumarios o índices de aquella copiosa historia de lo

que orgánicamente nunca existió. Me refiero especialmente a

la primera y más indigesta parte de la mole (ocupa tres tomos

de los cuatro): balbuceos de indígenas o mestizos. . . Groussac, en

ese buen malhumor, cumple con el más ansioso ritual del juego

satírico. Simula que lo apenan los errores del adversario (después

de oídos con resignación); deja entrever el espectáculo de una

cólera brusca (primero la palabra mamotreto, después la mole);

so vale de términos laudatorios para agredir (esa historia copiosa)

en fin, juega como quien es. No comete pecados en la sintaxis,

que es eficaz, pero sí en el argumento que indica. Reprobar un

libro por el tamaño, insinuar que quién va a animársele a ese

ladrillo y acabar profesando indiferencia por las zonceras de unos

chinos y unos mulatos, parece una respuesta de compadrito, no

de Groussac.

Copio otra celebrada severidad del mismo escritor: Sentiríamos

que la circunstancia' de haberse puesto en venta el alegato del

doctor Pinero, fuera un obstáculo serio para su difusión, y que

este sazonado fruto de un año y medio de vagar diplomática se

limitara a causar "impresión" en la casa de Coni. Tal no sucederá,

Dios mediante, y al menos en cuanto penda de nosotros, no

se cumplirá tari melancólico destino. Otra vez el aparato de la

piedad; otra vez la diablura de la sintaxis. Otra vez, también,

422 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

la banalidad portentosa de la censura: reírse de los pocos interesados

que puede congregar un escrito y de su pausada elaboración.

Una vindicación elegante de esas miserias puede invocar la

tenebrosa raíz de la sátira. Ésta (según la más reciente seguridad)

se derivó de las maldiciones mágicas de la ira, no de razonamientos.

Es la reliquia de un inverosímil estado, en que las

lesiones hechas al nombre caen sobre el poseedor. Al ángel Satanail,

rebelde primogénito del Dios que adoraron los bogomiles,

le cercenaron la partícula il, que. aseguraba su corona, su esplendor

y su previsión. Su morada actual es el fuego, y su huésped

la ira del Poderoso. Inversamente narran los cabalistas, que la

simiente del remoto Abram era estéril hasta que interpolaron

en su nombre la letra he, que lo hizo capaz de engendrar.

Swif t, hombre de amargura esencial, se propuso en la crónica

de los viajes del capitán Lemuel Gülliver la difamación del género

humano. Los primeros —el viaje a la diminuta república

de Lilíput y a la desmesurada de Brobdingnag— son lo que

Leslie Stephen admite: un sueño antropométrico, que en nada

roza las complejidades de nuestro ser, su fuego y su álgebra. El

tercero, el más divertido, se burla de la ciencia experimental mediante

el consabido procedimiento de la inversión: los gabinetes

destartalados de Swift quieren propagar ovejas sin lana, usar

el hielo para la fabricación de la pólvora, ablandar mármol

para almohadas, batir enjaminas sutiles el fuego y aprovechar

la parte nutritiva que encierra la materia fecal. (Ese libro

incluye también una fuerte página sobre los inconvenientes de

la decrepitud.) El cuarto viaje, el último, quiere demostrar que

las bestias valen más que los hombres. Exhibe una virtuosa república

de caballos conversadores, monógamos, vale decir, humanos,

con un proletariado de hombres cuadrúpedos, que habitan en

montón, escarban la tierra, se prenden de la ubre de las vacas

para robar la leche, descargan su excremento sobre los otros,

devoran carne corrompida y apestan. La fábula es contraproducente,

como se ve. Lo demás es literatura, sintaxis. En la conclusión

dice: No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un

ratero, de un coronel, de, un tonto, de un lord, de un tahúr, de

un político, de un rufián. Ciertas palabras, en esa buena enumeración,

están contaminadas por las vecinas.

Dos ejemplos finales. Uno es la célebre parodia de insulto

que nos refieren improvisó el doctor Johnson. Su esposa, caballero,

con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros

de contrabando. Otro es la injuria más espléndida s e

conozco: injuria tanto más singular si consideramos que es

el único roce de su autor con la literatura. Los dioses no consin

HISTORIA

DE LA ETERNIDAD 423

tieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en

él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia. Deshonrar

el patíbulo. Fatigar la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres,

la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier

trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario

)' posiblemente inmortal. Basta la mención más fugaz del nombre

de Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo

con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere —hasta

los pormenores y los síntomas de esa infamia.

Procuro resumir lo anterior. La sátira no es menos convencional

que un diálogo entre, novios o que un soneto distinguido

con la flor natural por José María Monner Sans. Su método

es la intromisión de sofismas, su única ley la simultánea invención

de buenas travesuras. Me olvidaba: tiene además la obligación

de ser memorable.

Aquí de cierta réplica varonil que refiere De Quincey (Writings,

onceno tomo, página 226). A un caballero, en una discusión

teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El

agredido no se inmutó y dijo al ofensor: Esto, señor, es una

digresión, espero su argumento. (El protagonista de esa réplica,

un doctor Henderson, falleció en Oxford hacia 1787, sin dejarnos

otra memoria que esas justas palabras: suficiente y hermosa inmortalidad.)

Una tradición oral que recogí en Ginebra durante los últimos

años de la primera guerra mundial, refiere que Miguel Servet

dijo a los jueces que lo habían condenado a la hoguera: Arderé,

pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo

en la eternidad.

Adrogué, 1933.

Ficha técnica:

E LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0217-3

39.009



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