Mostrando entradas con la etiqueta PREMIO CERVANTES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta PREMIO CERVANTES. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de abril de 2012

Premio Cervantes 2002 JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO Novelista, poeta, ensayista español (Langa, Ávila, 1930)



Premio Cervantes 2002
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
Novelista, poeta, ensayista español
(Langa, Ávila, 1930)


Su vida ha transcurrido prácticamente en
Alcazarén. Estudia Derecho, Filosofía y Letras y Periodismo en las Universidades de
Valladolid, Salamanca y Madrid.
Inicia su labor periodística en El Norte de Castilla bajo la dirección de Miguel Delibes.
Fue corresponsal en el Concilio Vaticano II.
En 1992 fue nombrado director de El Norte de Castilla hasta su jubilación, en 1995.
Durante estos años y los precedentes desarrolla tareas como editorialista y como
comentarista de política internacional. Desde ese periódico y desde ABC, ha venido
relatando la actualidad del país a través de infinidad de artículos cuya calidad y
justeza literaria lo han convertido en uno de los más prestigiosos columnistas españoles.
El filósofo español Reyes Mate ha dicho, refiriéndose a su capacidad narrativa:
“Escritores que dominen el lenguaje o que sepan contar historias hay muchos; menos,
sin embargo, son los que consiguen llevar la escritura hasta el silencio, de suerte que la
palabra guarde al silencio. Jiménez Lozano es uno de ellos”.
En 1971 publica su primera novela Historia de un otoño, que cuenta la rebelión de las
monjas del monasterio de Port-Royal por defender su conciencia, en la primera mitad
del siglo XVII, en Francia. En esa década le siguen El sambenito, La salamandra, que
tiene como fondo la guerra civil española, y El santo de mayo.
En 1985 publica el primer volumen de sus diarios, que recoge sus anotaciones, Los tres
cuadernos rojos, al que sucederán Segundo abecedario (1992), La luz de una
candela (1996) y Los cuadernos de letra pequeña (2003).
Sus novelas tratan, con pureza y profundidad, temas religiosos, sociales y políticos,
descubren la naturaleza o muestran su amor por Castilla, a la que a menudo dedica su
obra.
Ha publicado más de cuarenta títulos. Sus novelas: El mudejarillo (1992); Relación
Topográfica (1993); La boda de Ángela (1993), mirada de «castellano viejo», como lo
define Miguel Delibes; Teorema de Pitágoras (1995); Las sandalias de plata (1996); Los
compañeros (1997); Ronda de noche (1998); Las señoras (1999); Maestro Huidobro
(1999); Un hombre en la raya (2000); Los lobeznos (2000); El viaje de Jonás (2002); Carta
de Tesa (2004); Historia de un otoño (1971); Duelo en la casa grande (1982); Parábolas
y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yéhuda, 1325-1402 (1985); Sara de Ur (1989).
Entre sus relatos cortos, hallamos: El santo de mayo (1976), El grano de maíz rojo (1988),
Los grandes relatos (1992),·El cogedor de ancianos (1993), Un dedo en los labios (1996),
Antología de cuentos (2004) y El ajuar de mamá (2006).
Y se ha acercado al ensayo gracias a su formación humana e intelectual, que le ha
servido para defender la libertad y el pluralismo y para adentrarse, en media docena
de ensayos, en el estudio de los más diversos aspectos históricos, literarios y culturales.
De entre ellos hay que hacer mención de su Guía espiritual de Castilla (1984), Ávila
(1988), El Narrador y sus historias (2003) y Contra el olvido (2003).
“Lo primero que llama la atención –dice Reyes Mate- es la búsqueda del misterio, de lo
oculto en la narración, aspecto éste que tan bien domina en sus relatos cortos. Sus
historias no acaban redondas. Los finales, por el contrario, asaltan al lector, creando
unas veces desasosiego, otras una sonrisa compasiva o bien un recuerdo solidario”. Ahí
está su colección de cuentos El grano del maíz rojo, por la que recibió, en 1989, el
Premio de la Crítica. En ese mismo año, fue Premio de Castilla y León de las Letras.
Después de haber escrito novela, cuento y ensayo, publica en 1992 su primer libro de
poemas titulado Tantas devastaciones (1992) al que le siguen Un fulgor tan breve
(1995), El tiempo de Eurídice (1996), Los pájaros (2000), Elegías menores (2002), Elogios y
celebraciones: antología desordenada (2005), Enorme luna (2005).
En 1988, recibe el Premio Castilla y León de las Letras por el conjunto de su obra. En
1992 se le concede el Premio Nacional de las Letras.
Según cuenta María Aurora Viloria: “Las Edades del Hombre, la gran aventura de la
Iglesia en Castilla y León y el proyecto cultural más importante de los últimos quince
años, nacieron una tarde de verano alrededor de la mesa camilla de un despachito
de Alcazarén. La idearon José Jiménez Lozano y quien fue hasta su muerte el
comisario general, el sacerdote José Velicia”. La exposición se inauguró en 1988.
Además de ser el autor de los guiones de las cuatro exposiciones de la primera etapa
(Valladolid, Burgos, León y Salamanca), Jiménez Lozano es el autor de la letra de una
cantata para Las Edades del Hombre que tiene música compuesta por Pedro
Aizpurúa.
Como periodista, le fue concedido, por unanimidad, el Premio Luca de Tena de
Periodismo en 1994 por El eterno retablo de las maravillas y el V Premio Nacional de
Periodismo Miguel Delibes, el 18 de diciembre de 2000, por el artículo “Sobre el español
y sus asuntos”.
Colaborador desde 1998 de la sección diaria Rinconete del Centro Virtual Cervantes,
ha escrito sobre la mística española –es uno de los más importantes estudiosos del
tema- y sobre la tierra castellana y su lenguaje, de la que es profundo conocedor y ha
hecho minuciosas observaciones sobre la contradictoria condición humana, siempre
desde la perspectiva de la libertad y el humanismo, desde el pluralismo y la crítica.
En 1999 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Es patrono de la
Residencia de Estudiantes y de la Fundación Duques de Soria, y miembro del
Patronato del Instituto Cervantes.
Cuando se le concedió el Premio Cervantes, el jurado se refirió a José Jiménez Lozano
como “un hombre de letras que vive en, por y para las letras, ajeno a cualquier otro
compromiso, pero intensamente comprometido con lo humano”.
En ese momento, el filósofo Reyes Mate escribió: “José Jiménez Lozano no es un
escritor convencional, por eso el Premio Cervantes de este año es diferente. ¿Termina
en silencio toda escritura?, se pregunta él, y responde: La vida de uno mismo, que
algunas metodologías siguen creyendo que tiene tanta importancia, aparece como
no-nada. Es en la asunción de la realidad, en la vida interior de donde nace todo. No
la cotidianeidad de uno mismo que, como digo, no es nada. Lo que sorprende en su
obra es la idea que tiene de la escritura, idea amasada en años de reflexión gracias a
una inmensa curiosidad intelectual. Que un escritor así, como es Pepe Jiménez Lozano,
logre el reconocimiento general es uno de esos signos que, según Emmanuel Kant,
muestran el progreso moral de la humanidad”.

SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:

BIOGRAFIA: 
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO nació en Langa (Ávila) en 1930. En 1988 recibió el Premio Castilla y León de las Letras por el conjunto de su obra, y por el mismo concepto obtuvo en 1992 el Premio Nacional de las Letras Españolas. Entre sus ensayos cabe destacar Guía espiritual de Castilla (1984), Los ojos del icono (1988) y Retratos y naturalezas muertas (200 l). Su obra narrativa comprende títulos como Historia de un otoño (1971), El santo de mayo (1976), Duelo en la casa grande (1982), El grano de maíz rojo (1988, que obtuvo el Premio de la Crítica), Los
grandes relatos (1991), El mudejarillo (1992), La boda de Ángela
(1993), Teorema de Pitágoras (1995), Las sandalias de plata (1996), Un dedo en los labios (1996), Los compañeros (1997), Ronda de noche (1.998), Las señoras (1999), Maestro Huidobro (2000), Un hombre en la raya (2000) y Los lobeznos (2001). Es, además, autor de diarios como Los tres cuadernos rojos (1986), Segundo abecedario (1992) y La luz de una candela (1996), y de los volúmenes de poesía Tantas devastaciones (1992), Un fulgor tan breve (1995), El tiempo de Eurídice (1996) y Elegías menores (2002).
Ha sido galardonado con el Premio Miguel de Cervantes 2002.
.
t/0/62470.jpgRESEÑA:


Teorema de Pitágoras es una novela que aborda algunos de los problemas más ásperos y graves de nuestro mundo: desde la violencia urbana a la realidad nuclear, el tráfico de cuerpos y órganos humanos, la memoria o el rastro del espíritu de Auschwitz, el racismo o la terrible, oscura enfermedad del siglo, pero también es la narración del pequeño y aparentemente irrisorio, mas absolutamente necesario, dique de contención de todo este alud, construido cada día por la tenacidad y la alegría de unos cuantos seres humanos. El relato muestra escenarios singulares y lejanos en plena selva africana, pero también otros que se pueden hallar en cualquier suburbio de nuestras grandes ciudades y sus pequeños consultorios de barrio, «pobres gentes» y «demonios» dostoievskianos, en fin, junto al estruendo de pandillas callejeras o en medio del silencio de laboratorios y tertulias de grandes negocios. Teorema de Pitágoras representa un giro mayor y absolutamente nuevo en la ejemplar trayectoria novelística de José Jiménez Lozano.


***

CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2002
Discurso de JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO


Ocupo en estos momentos de la recepción del Premio Cervantes esta
prestigiosísima cátedra del Aula Magna de esta Universidad de Alcalá, de un
tan alto grosor y peso en la historia intelectual y cultural de España, porque en
ella me ha instalado por unos momentos la gratuidad de dicho honor y
distinción, para agradecerlos, y mostrarme comprometido a hacerles honor en la
medida de mis fuerzas. Y las necesitaré porque, en este caso concreto del
Premio Cervantes, hay ciertamente, para quien lo recibe, un plus de deuda y
exigencia más allá de la literatura. Lo que queda explicitado, con sólo aludir a
la entidad y significación del nombre de dicho galardón, y de las manos de
quienes se recibe.
Por su obra entera, en efecto, y de modo muy especial por el uso que de
la lengua hace, se ha convertido Cervantes en símbolo o hasta encarnación de
España, y la Corona lo es por la naturaleza y significado mismos de la
institución y su historia, que han estado ligadas, como va de suyo, a esta
empresa de la lengua. Y ello, tanto por conciencia de lo que la lengua implica
en la comunidad de la que la Corona es cabeza, como por la atención personal
de los monarcas, manifestada ampliamente en patrocinios, mecenazgos,
protecciones, ayudas y espoleos; y de una manera muy singular, y como
recogiendo toda esa herencia, se muestra en la preocupada atención de los
actuales Reyes de España. Y no únicamente en el ámbito de ésta, sino en el otro
magno ámbito de las naciones que hablan español, y componen una como
provincia entera de la cultura humana, por encima y por debajo de la diversidad
política u otras diferenciaciones de cualquier tipo. El español nos rige.
La realidad es ciertamente de estas dimensiones, y, consciente de ello,
quizás me conviniera callarme con la mera enunciación de mi agradecimiento y
mi disponibilidad personal, como ya he hecho, que poca cosa es, aunque la
única hacedera para mí. Lo que pasa es que ser escritor – o escribidor como me
gusta decir para quitar empaque a un oficio que al fin y al cabo es tan modesto
– supone andar metido en todas esas responsabilidades de la lengua para
nombrar al mundo, como desde lo que llamamos literatura se nombra, y John
Keats nos explica tan hermosamente cuando nos dice que hay que hacerlo,
teniendo los pies en el jardín de casa, y tocando con un dedo en las esferas del
cielo. Con estas pretensiones y necesarias auto-exigencias vive un escribidor,
aunque nunca las logre, y, porque sabe esto, a algún árbol tiene entonces que
arrimarse, que dé sombra a esta empresa. Y, en esta gran provincia universal del
español que antes decía, tenemos al señor Miguel de Cervantes, que es nombre
y olmo altos, y cuenta y pesa en los pensares y sentires universales y hondos.
En las viejas y algo destartaladas escuelas rurales, y en las otra aulas
de luego estudios medios y superiores, a veces de no mucho mayor acomodo,
sucedía, sin embargo, algo tan extraordinario como en el cuento de la
Cenicienta, cuando ésta se queda en casa a realizar las azanas más serviles de
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2002
Discurso de JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
ella, mientras su madrastra y sus hermanas asisten a una brillante fiesta en un
palacio. Esto es, sucedía que aparecía una carroza de cristal en la que iba un
príncipe, nos invitaba a subir a la carroza, y partíamos. No sabíamos adónde, y
ni siquiera si regresaríamos.
Tal y tan fantástico, en efecto, es, en el acto de leer, el encuentro primero
y radical con un escritor y una escritura, que se nos hacen admirar, cuando
tenemos intacta todavía nuestra capacidad de maravillarnos, incluso si entonces
no le entendemos a derechas, ni podríamos entenderlo. Nos bastaba saber que
aquellos hombres eran grandes para rendirles nuestro respeto y entregarles
nuestra fiducia. Y había que hacerlo, y lo hacíamos sobre todo con uno de ellos,
un señor Miguel de Cervantes que era titulado Príncipe de los Ingenios, pero
del que sabíamos su verdad, tal y como Mayans y Siscar la enunciaba al escribir
que, viviendo fue un valiente soldado aunque muy desvalido, y escritor muy
célebre pero sin favor alguno. Y aún peor, porque, a fin de cuentas, era, y es,
escribidor, que ponía y pone a sus lectores en esa misma situación que él mismo
describió cuando decía que lo único importante era caer en la cuenta de que se
tiene un ánima, y esto es en lo último en que queremos caer en la cuenta cada
uno de nosotros, porque si la locura de la sinceridad se apropiara del mundo
¿qué quedaría del mundo?, y, cuando me tome la locura de la sinceridad, ¿qué
quedará de mí?, nos preguntamos todos, consciente o inconscientemente, con
Marcel Jouhandeau.
¡Dios sabe lo que diría el señor Miguel de Cervantes de las cosas y
aventuras de ahora! Él es uno de los antiguos rostros pálidos europeos de los
que, según la modernidad, no puede importarnos nada, y del que para nada
necesitamos desde la altura de estos tiempos; de manera que no es que esté
escondido por amedrentado con estas altanerías, sigue por donde siempre sus
pasos y costumbres fueron; y no es que no sea reconocible, sino que no
tendríamos nada que conversar con él, si nos lo encontráramos como en otro
tiempo. Pongamos por caso en una posada o mesón, charlando o jugando a las
cartas, yendo a pie, o jinete en asno o mula de eclesiástico, en algún alto de un
viaje, o, desde luego, escribiendo en un aposento de su casa, con la mano
entumida apoyada en su mejilla y en la otra la pluma, y con la mirada pasmada
buscando palabra exacta, carnal y verdadera, para lo que trata de escribir.
Mi hermano trata de sus cosas en su cámara, decía su hermana Andrea,
cuando por el señor Miguel de Cervantes se preguntaba, en su casa de Valladolid.
Porque mi hermano, por ser hombre que escribe e trata negocios, e que, por su
buena habilidad, tiene muchos amigos.
Y sus cosas eran que tenía visitas de banqueros de Portugal y Caballeros de
Santiago, o andaba en sus figuraciones de escritura, y negocio de las palabras,
como diría ahora mismo el Maestro Luis de León, que por estas aulas alcalaínas
pasó aprendiendo. Y trataba este negocio de las palabras el señor Miguel de
Cervantes, cuando tenía tiempo, o el tiempo le sobraba porque ya no tenía empleo
como no fuera el de tratar con impresores, o quizás de ver como se arreglarían las
viejas cuentas de los tiempos de sus recaudaciones andaluzas, o de forjar y armar
algún negocio, en la medida en que un banquero ha de hacer negocios con quien no
tiene dineros, aunque sí melancolías de Italia y hasta quizás de Portugal sólo
entrevisto. Porque también las tenía de las ínsulas y navegaciones de los mares del
Norte, y nunca había estado en ellos, pero guardaba amores y laceraciones allí
ocurridas en esas mismas tierras y mares de su ánima, que ya serían, en adelante,
verdaderos para todos nosotros.
No era seguro siquiera que el señor Miguel de Cervantes tuviese una estancia
para sí mismo, siendo tan estrecha la vivienda y viviendo el allí con cinco mujeres,
sus deudos, y vecinos de vidas pobres y dobladas. Quizás nunca tuvo esa estancia
para sí mismo que Virginia Wolf y Teresa de Avila querían para ser, y ser ellas
mismas, salvo cuando en Sevilla su amigo Tomás Gutiérrez, un antiguo cómico, se
la cedía en aquella su posada principesca. Toda la vida debió de estar buscando tal
estancia. Es decir, lugar para estar y escribir, que fuese de condición apartadiza y
con silencio, desde el que no se oyeran voces ni ruidos descompasados, y en el que
todo no fuera un entrar y salir, y un decir continuo de voy a por esto, me he dejado
lo otro, preguntan a la puerta por vuesamerced, ha llegado una carta y hay que
pagar su porte. La casa de Tócame Roque era aquella casa de Valladolid, aunque
quizás la recordase luego cuando la tranquilidad de su otra casa de Madrid estaba
hecha no del silencio como de Cartuja, sino de silencios de olvidos, y de pesares
que pesan, y no dejan hablar ni escribir, con ellos sobre el ánima. Pero de ésta, del
ánima, hizo casa bien segura, y desde ella respondía. y responde siempre, porque
historia a historia, se hila y se recuerda.
Así que, recordando por mi parte, el simplicísimo y tremendo prólogo al
Persiles en el que Cervantes cuenta que en el camino de Esquivias a Madrid. fue
reconocido por un estudiante que comenzó a gritar, entusiasmado: Éste es el manco
sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente el regocijo de las Musas, lo
que es resumir, por cierto, las cosas que habitualmente seguimos diciendo de este
hombre y su escritura, y recordando, asímismo, que él, el señor Miguel de
Cervantes, contesta que no es eso, que ése es un error donde han caído muchos
aficionados ignorantes; yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las Musas,
ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho, yo no quisiera tampoco decir aquí
palabra que el propio señor Miguel pudiera llamar y llamara baratija, que es decir,
retórica, amplificación, fabricación de ens fictum o realidad fingida, faux brillant;
porque son las palabras las que dan el sentido y no al revés, que decía monsieur
Pascal. Y tal es la gloria y el misterio de la literatura, que es el alzar vida con
palabras hasta de un cuerpo muerto, y asentar en la verdad las historias que se
cuentan.
En la escritura, nadie es grande por su estilo, sino por su gramática; no lo es
por su crítica política, social o de costumbres, sino por tocar la gloria y la llaga de la
naturaleza trunca del destino humano, que parece revelarse sólo a aquellos que,
como el señor Miguel de Cervantes, prestan mucha atención y tienen mucha
misericordia con los hombres, y desarman con su ironía el nudo gordiano de las
paradojas del vivir, sus insolubles enigmas, aceptándolos como se están y son, y
contándolos en una lengua que, en feliz formulación de Marcel Bataillon, si se la
compara con los guisos condimentados, y hasta salpimentados de su tiempo
aunque no sólo del suyo, tiene la sabrosa insipidez de la leche o del pan. Más que
ningún otro escritor [...] él permanece fiel al ideal de transparente sencillez que
Juan de Valdés había formulado en el Diálogo de la lengua: escribir como se
habla. Estética igualmente, de mis señoras y señores de Port-Royal des Champs,
por cierto; y la misma del querido Maestro Luis de León, según le contestó a un
denunciador suyo algo redicho, diciéndole que así tan simplemente hablaba y
escribía, porque no sé otro romançe que el que me enseñaron mis amas, que es el
que ordinariamente hablamos.
Este señor Miguel de Cervantes se alimenta de la memoria y de la escucha,
que son la materia del contar; personas y lugares que han herido su alma, para que
la de quienes le lean también quede lacerada por las palabras, y dé un vuelco;
porque del ánima y sus pasiones trata siempre un narrador de historias, y no de otra
cosa; esto es, de la singularidad de cada vida, y su destino. Para remover otras
vidas.
El pensamiento renacentista del que Cervantes es hijo impregna su escritura
de todos los grandes temas y preguntas del tiempo, y no ciertamente como
importados del pensar especulativo y discursivo ajenos y europeos, como ha sido la
tendencia a ver las cosas a veces, quizás embaucados por la trampa del Prólogo a la
Primera Parte del Quijote, sino porque él mismo, Cervantes, es un humanista, y
lleva en su propio espíritu todo ese problematismo y sus vivencias, pero expresa
todo eso, obviamente, como lo hace un escritor, que es modo bien distinto del
especulativo en que se expresará Erasmo, pongamos por caso. Pero el Cervantes
contador de historias es un humanista más, entre los que reclaman para la literatura
el estatuto de conocimiento, y maneja él mismo los mismos topoi y categorías, o
imaginarios, del tiempo; tales como la moria, los fantasmas, y el stultus, o scurra, a
su modo de escritor, como digo; y también están en sus pensares los otros asuntos
de la gloria de las letras, la pertinencia de las lenguas vulgares para nombrar el
mundo y como lenguaje de disciplina, pero, desde luego de manera eminente, en el
diario vivir humano para verdad y eficacia del nombrar; y están, en fin, la dignidad,
la fineza del sentir y de la palabra de los más sencillos, y de los seres de desgracia.
Y de tal manera esto último que Cervantes puede, y debe, ser incluido, sumo honor
realmente, en ese pequeño número de genios verdaderos que Simone Weil señala
como los únicos dignos y capaces de mostrar la desgracia y la condición de los
aplastados por ella, y que no debemos confundir con los poseedores de talento, que
es muy otra cosa; algo brillante y ruidoso siempre desde luego, pero, como Ernest
Renan pensaba, al fin y al cabo, sólo la forma más baja de la inteligencia. Estamos
hablando de quienes no producen las genialidades y esplendores del talento, sino
que se asoman a pozos y a abismos, o desposan sencillamente los susurros y la
misericordia. De manera que no podemos ofender el lenguaje de Cervantes,
declarándole por nuestra cuenta dechado y falsilla de la buena prosa, porque baratija
sería; se trata del lenguaje, - armonía y dulzura, para utilizar otra fórmula
frayluisiana -, que hace que vivamos y desperemos, que nos lacera, o por el que nos
llena de alegría aquello que leemos y una escritura dice; esto es, realmente una
lengua carnal y verdadera, y no una alquimia o juego de palabras, pura técnica del
ars dicendi, un aspecto en el que Cervantes se apartaría del pensar, del sentir y del
uso de su tiempo, que pertenece a un nivel de realidad, al fin y al cabo, formal e
instrumental, incluso si es soberbiamente retórico. Y aquí me remito a una especie
de palabras fundantes al respecto del profesor Lázaro Carreter, cuando escribe que
don Quijote es un héroe novelesco enteramente insólito, inimaginable en época
anterior: un enfermo por la mala calidad del idioma consumido; y la mala calidad
es la de toda lengua que no nombra, por coruscante que sea y nos deslumbre. Y lo
es la de la lengua instrumental y ahí-a-la-mano, banalizada y sin sonoridad a ser
humano y a grosor de siglos, o la lengua encanallada por los dos grandes
totalitarismos y la comercialidad de nuestro tiempo, que ciertamente nos llevan a la
locura y al crimen - porque en la base de ambos está, desde luego, la gramática - y
nos impiden el conocimiento y el autocomprendernos en el mundo, que es para lo
que se escribe. Herr Martin Heidegger describía a la palabra como la casa del ser;
pero nosotros, aunque mucho más modestamente, podemos alzar nuestra
experiencia de este negocio cervantino de las palabras que nombran, comprobando,
en verdad, que sólo ellas nos instalan en el conocimiento y abrigaño en los adentros,
y nos permiten no permanecer en la pura instrumentación y desamparo.
En la casa levantada con palabras por el señor Miguel de Cervantes, y
ahora mismo, podemos nosotros escuchar esas voces que hablan de nosotros, y
de los hombres de cada tiempo, como ocurre siempre con los personajes y las
voces de las grandes creaciones literarias, incluso si un tiempo como el nuestro
no quiere saber nada de historia, ni de historias de hombre, y el oficio de
novelista es una tarea profundamente misteriosa que molesta al mundo
moderno, como comprobaba, hace ya cuatro décadas, la novelista
norteamericana, Flannery O´Connor. Pero aquí, Cervantes nos repite, ahora, no
con ninguna clase de autoridad postiza que jamás tuvo, sino con su antigua
palabra susurrada y poderosa, que él nunca quiso irse con la corriente del uso.
Porque los usos pasan, y van a dar a la mar, derechos a se acabar y consumir,
pero los hombres necesitan siempre una gran misericordia y viático de ironía,
para vivir apacible y serenamente, y como hombres, incluso en medio de
desazones y tormentas. Y de armar historias, para nuestro conocimiento y
consuelo precisamente, se ocupaba el señor Miguel de Cervantes, en la cámara
de su casa, en su mechinal de posada, o en su baño de Argel, o incluso cuando
ya la muerte le dio cita y plazo, que no otra cosa es ese castillo de cristal del
Persiles, tallado como un diamante oscuro, porque es como un resumen, - la
fragancia del vaso, que Azorín diría admirablemente - de todos los sueños y
enigmas de los hombres; una callada armonía de voces y decires, historias de
mil vidas que, al decirse, implican otras vidas, y otros tiempos, y todos los
anhelos del vivir desviviéndose, en ínsulas extrañas, las de los adentros, en las
que aquellas historias se sajan y revelan; o quedan en el misterio enquistadas. Y
todo ello contado con tan suave cuidado y dolorido sentir, tanta misericordia, en
una lengua antigua y tan sin tiempo, como Bach componía con sus
anacronismos sus caprichos de alabanza o piedad; como candelas para luz del
alma, que eran a las que volvía sus ojos don Quijote, a la hora de morir,
queriendo entonces hacerse caballero de una Caballería perdurable.
Hay en ese sueño, que es el Persiles, un tal atendimiento a la precisión y
armonía de la lengua, en efecto, que ciertamente ahí se aúnan el espíritu de
fineza y el de geometría, de los que hablaba Pascal, y componen un discurso
como el de Spinoza; y de tal modo se torna obsesiva la cuestión de la
honestidad del pensar y el escribir contando historias verdaderas, que todo eso
sitúa también al señor Miguel de Cervantes, entre ellos e inter pares, en los
otros altos momentos del pensar y el sentir barrocos. Baruch de Spinoza tenía
en su biblioteca las Novelas Ejemplares de Cervantes, y conocía a un hombre
de letras que, por alguna laceración en su existencia, también se creía de cristal
como el licenciado Vidriera cervantino; y guiños son éstos que hace la vida
como las novelas que son vida, aunque no se ajusten a cánones como las del
señor Miguel de Cervantes, sino que estén regidas más bien por el spinoziano
sentir de que no se debe reír ni llorar ante la aventura de la vida humana y su
oscuro discurrir y destino, sino sólo tratar de comprender, y que es mejor un
sueño o esperanza gozosos que la certidumbre de una desgracia. Lo que ni
ahora ni nunca, desde luego, va, ni irá jamás, con la corriente del uso.
Cervantes sabe, y lo muestra - y esto sólo lo saben y lo muestran los
grandes que con su gramática nombran el mundo y las historias de los hombres
como lo hizo Adán con los animales - que todo es nada, sólo niebla y humo, y
que también el escribir lo es. Qohélet ya lo había avisado más de dos mil años
antes, pero también que no se dejarían de escribir libros, porque, al fin, el
mundo y el rostro de los hombres y los libros humo son, pero también gloria y
alegría, y hay que desposar y vivir éstos, antes de bajar a lo oscuro, amparados
a la luz del alma. Y esto es caer en la cuenta de que se tiene una, como el señor
Miguel decía, según apunté más arriba, y de que ésta está siempre inquieta por
la verdad y la hermosura. La escritura alimenta ese anhelo, y lo satisface con
sus transfiguraciones y presencias reales.
Las grandes horas de España, como las de cualquier civilización y
empresa del espíritu, siempre de la corriente del uso se separan y desgajan. De
la tensión y entrecruce de pensares, sentires y vivires, de la España de las tres
leyes – única en Europa -, y de la de la interior aventura de los conversos - que
es un hecho mayor en la cultura europea, porque ahí nace la conciencia no del
yo cartesiano sino del yo existencial y vívidero -, se origina el más alto
esplendor de nuestra hermosura literaria, en toda la enorme provincia misma de
la Hispanidad de la que antes hablaba, y en las comunidades donde se da aún la
pervivencia del judeo-español, que nuestra ánima lleva y preserva.
Deseo, para España y su cultura, que, abiertas y entrecruzadas con los
sentires y saberes del mundo entero, porque el solipsismo cultural es un puro
sinsentido, se sigan estando en su ser mismo, y que allí donde estén ellas, esté el
centro, como, en la gloriosa discusión sobre quién presidiría la mesa, dijo don
Quijote a Sancho en casa de los duques; y no a tontas ni a locas precisamente,
sino sabiendo. No a baratija, sino a ánima, como yo quisiera haber pergeñado
un apunte o silueta, aquí, ante ustedes y en la presencia de los Reyes de España,
acerca del señor Miguel de Cervantes, de nuestra lengua, y de quienes en el
ancho mundo la hablan, o la entienden, y la aman.
Majestades, acepten este mi deseo como un voto antiguo, al que nobleza
obligaba, ya que he quedado enrolado en este negocio y vinculación cervantinos
por la distinción misma que se me ha concedido. La civilidad y la cristiandad,
dice Pascal que impiden hablar de uno mismo, y hasta pronunciar el primer
pronombre personal; pero espero no faltar a esta gramática, que llevo en mi
propio corazón, si sólo apunto a ese mi yo un solo instante para decir, sencilla
y nuevamente: GRACIAS.
.
José JIMÉNEZ LOZANO.

domingo, 8 de abril de 2012

ÁLVARO MUTIS: PREMIO CERVANTES. JUSTO RECONOCIMIENTO.


Premio Cervantes 2001
ÁLVARO MUTIS
Narrador y poeta colombiano
(Bogotá, 1923-2013).

Hijo del diplomático colombiano Santiago Mutis
Dávila y de Carolina Jaramillo. A los dos años lo
llevan a Bélgica con su padre, ministro consejero de
la Legación en Bruselas, ciudad donde vive hasta los
nueve años y donde nace su hermano. Tras la repentina muerte de su padre, regresa a
la hacienda Coello, en Colombia.
“Por periodos que, primero, fueron los de vacaciones y, luego, se extendieron más y
más, viví en una finca de café y caña de azúcar que había fundado mi abuelo
materno. Se llama "Coello" y se encuentra en las estribaciones de la Cordillera Central.
Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra
caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores
y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o
explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en
Colombia”.
Los recuerdos de Bélgica, tan íntimamente ligados a su padre, y los de Coello, tan
cercanos a su madre, se transforman dentro de su mundo poético en dos paraísos
perdidos y el contraste entre Europa y América, en uno de los principales temas de su
obra.
En 1941 contrae matrimonio con Mireya Durán Solano, con quien tendrá tres hijos:
María Cristina, Santiago y Jorge Manuel.
En 1942, empieza a trabajar en la emisora Nuevo Mundo con temas literarios y en la
emisora nacional como locutor de noticias. En México es famosa la voz de Mutis en el
doblaje del programa de televisión “Los intocables”.
Por esos años compone su primer poema, del que sólo ha quedado un verso: "Un dios
olvidado mira crecer la hierba". Empieza su carrera literaria bajo una fuerte influencia
de los escritores surrealistas. A finales de la década de 1940, Mutis asiste a las sesiones
de los cafés El Molino, Asturias o El Automático, donde conoce a Luis Cardoza y
Aragón, Fernando Botero, Ernesto Volkening y Alejandro Obregón. En 1950 inicia su
amistad con Gabriel García Márquez.
En 1953 apareció en la colección "Poetas de España y América" de Losada, que
dirigían Rafael Alberti y Guillermo de Torre en Buenos Aires, su libro de poemas Los
elementos del desastre.
En 1954 se casa con María Luz Montané. De esta unión nacerá su hija María Teresa.
Debido al manejo caprichoso de unos dineros de la multinacional Esso, en la que era
jefe de relaciones públicas, Álvaro Mutis se ve obligado a dejar Colombia y, con la
ayuda de su hermano Leopoldo y unos amigos, llega a México en 1956, donde reside
hasta hoy, con dos cartas de recomendación: una dirigida a Luis Buñuel y otra a Luis
de Llano, gracias a las cuales consigue trabajo.
En el medio intelectual mexicano conoce a Octavio Paz -quien había escrito algunos
comentarios elogiosos de su poesía y le abre las puertas de los suplementos y revistas
literarias-, a Juan José Arreola, Carlos Fuentes y Elena Poniatowska, entre otros.
A los tres años de su llegada a México, Mutis es detenido por la Interpol e internado en
la cárcel preventiva de Lecumberri, más conocida como "El palacio negro", durante
15 meses. Allí devora la biblioteca del penal y monta una obra teatral llamada El
Cochambres, basada en la vida de uno de los internos. También escribe el Diario de
Lecumberri, que la Universidad Veracruzana publicará en 1960 en su colección
Ficción.
En 1964, Ediciones Era publica, también en México, Los trabajos perdidos, libro de
poemas escritos todos en ese país. En 1966 contrae matrimonio con Carmen Miracle
Feliú. En 1973 aparecen, simultáneamente, Summa de Maqroll el Gaviero, que recoge
toda su poesía hasta esa fecha, y La Mansión de Araucaíma, en donde se reúnen
todos su relatos.
El primer reconocimiento importante a la obra de Álvaro Mutis fue en 1974, con el
Premio Nacional de Letras de Colombia.
En México, colabora con los principales periódicos y revistas del país. En 1977 inicia su
columna semanal "Bitácora del reaccionario" en el periódico Uno más uno, que
después continuará en El Sol de México y Novedades. Colabora en las revistas Plural y
Vuelta, fundadas y dirigidas por Octavio Paz. Conduce "Encuentros", un programa de
la televisora Televisa dedicado a entrevistas con escritores.
Las editoriales mexicanas han editado gran parte de su obra. En 1981, el Fondo de
Cultura Económica de México edita el libro de poemas Caravansary. En 1984 la misma
editora publica en esa colección el libro, también de poesía, Los emisarios. En 1983, se
le otorga el Premio Nacional de Poesía de Colombia. En 1989, México le otorga el
Premio Xavier Villaurrutia y lo condecora con el Águila Azteca. Y en 1994 ingresa en el
Sistema Nacional de Creadores, becas para escritores creadas por el Consejo
Nacional de Cultura de México, uno de sus más altos reconocimientos.
Después de publicar algunos libros como Crónica Regia y Alabanza del Reino (1985) y
Un homenaje y siete nocturnos, en los que explora lo que según confesión propia le
interesa más: “los fantasmas que, desde mis ávidas y desordenadas lecturas de
adolescente en Coello, me visitan con asiduidad inflexible. Fantasmas nacidos en
buena parte en rincones de la historia de Occidente y en la dorada decadencia de
Bizancio, envueltos, siempre, por el tibio vaho de los cafetales”. Decide entonces
intentar en el relato algunas prosas dedicadas a Maqroll el Gaviero: Empresa y
tribulaciones de Maqroll el Gaviero, que incluye las novelas La nieve del almirante,
Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Stramp Teamer, Amirbar,
Abdul Bashur¸ El soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra.
El Fondo de Cultura Económica de México ha editado sus cuentos y ensayos bajo el
título La muerte del estratega (1988) y, con el título de Summa de Maqroll el Gaviero
(1990), su poesía escrita hasta esa fecha.
En 1997 es galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el Premio
Reina Sofía de poesía. Y en 2001 se le concede el Premio Cervantes.
“Nunca he participado en política, no he votado jamás y el último hecho que en
verdad me preocupa en el campo de la política y que me concierne y atañe en
forma plena y sincera, es la caída de Constantinopla en manos de los turcos el 29 de
mayo de 1453. Sin dejar de reconocer que no me repongo todavía del viaje a
Canossa del emperador sálico Enrique IV, en enero del año 1077, para rendir pleitesía
al soberbio pontífice Gregorio VII, viaje de tan funestas consecuencias para el
Occidente Cristiano. Por ende soy gibelino, monárquico y legitimista”.

SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:



En la ciudad Colombiana de Bogotá, nació Álvaro Mutis el 25 de agosto de 1923. Hijo del diplomático colombiano Santiago Mutis Dávila y de Carolina Jaramillo. Su padre graduado en derecho internacional, fue secretario de la Presidencia de la República y siguió la carrera diplomática, en 1925 viajó a Bélgica con su familia, como ministro consejero de la Legación en Bruselas. Álvaro tenía solo 2 años y allí vivió hasta los nueve, cuando su padre murió repentinamente, a los 33 años.

Esto determina que su madre decida abandonar Europa, junto a sus dos hijos Álvaro y Leopoldo que había nacido en 1928 para permanecer en Colombia y dedicarse al manejo de la hacienda Coello, que acababa de heredar. Los recuerdos de Bélgica, tan íntimamente ligados a su padre, y los de Coello, mas cercanos a su madre. Estos contrastes entre Europa y América, en uno de los principales temas de su obra.

En la vida de Álvaro su madre Carolina Jaramillo, tiene una gran influencia, fue una mujer de gran independencia, a quien poco le importaron las convenciones sociales, su hijo Álvaro y los personajes creados por él heredaron esta actitud ante la vida.

Álvaro Mutis no terminó sus estudios colegiales, iniciados en Bruselas en el colegio jesuita de San Michel, ya desde entonces devoraba libros de historia, de viajeros de siglos pasados y de literatura. En 1940 asiste al colegio de Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá en ultimo intento por terminar el bachillerato. Su profesor de Literatura Española fue el notable poeta colombiano Eduardo Carranza y a dos cuadras del Colegio estaban los billares del Café Europa y los del Café París. Las clases de Carranza fueron para él una inolvidable y fervorosa iniciación a la poesía, pero como él mismo lo dice, el billar y la poesía, enseñada por Eduardo Carranza en el Rosario, le impidieron terminar el colegio.

A los dieciocho años Mutis contrajo matrimonio con Mireya Durán, con quien tuvo tres hijos, y empezó a trabajar en los oficios más disímiles. Desde entonces se dio cuenta que no iba a vivir de la literatura, pero, al mismo tiempo, fue consciente de su vocación por las letras.

Su primer trabajo fue como director de la Radio Nacional de Colombia, donde fue locutor de noticias, y actor de radionovelas. Siendo locutor de dicha emisora, compuso su primer poema, del que sólo queda este verso: «Un dios olvidado mira crecer la hierba», ahí empezó su carrera literaria, en la que había una fuerte influencia de los escritores surrealistas. Sus primeros escritos, que significaron su ingreso a la vida literaria del país.

En 1948 publica doscientos ejemplares de un cuaderno de poesía `La balanza`, en compañía de Carlos Patiño Roselli, con ilustraciones de Hernando Tejada. Por esos años dirige la publicidad de la Compañía Colombiana de Seguros y trabaja como jefe de relaciones públicas de la empresa de aviación LANSA e inicia su amistad con Gabriel García Márquez.

En 1954 se casa con María Luz Montané. De esta unión nacerá su hija María Teresa.

Debido al manejo caprichoso de unos dineros de la multinacional Esso, en la que era jefe de relaciones públicas, Álvaro Mutis se ve obligado a dejar Colombia y, con la ayuda de su hermano Leopoldo y unos amigos viaja a México en 1956, donde reside hasta nuestros días. Allí Octavio Paz, quien había escrito algunos elogiosos comentarios sobre su poesía, le abre las puertas de suplementos y revistas literarias. A México también llegó con dos con dos cartas de recomendación: una dirigida a Luis Buñuel y otra a Luis de Llano, gracias a las cuales consigue trabajo como ejecutivo en una empresa de publicidad y luego como promotor y vendedor de publicidad para televisión. A los tres años de su llegada a México, se hicieron efectivas las demandas en su contra y Mutis fue detenido en la cárcel de Lecumberri, durante 15 meses. Su experiencia en la cárcel cambió del todo su visión del dolor y el sufrimiento humanos, le hizo comprender que hasta en las peores condiciones hay posibilidad de gozar la vida y entró en contacto con personas que antes, en el medio frívolo en el que se moví, pasaban desapercibidas, además, se dio cuenta que la bondad y la crueldad se manifiestan en igual medida dentro y fuera de la cárcel.

En Lecumberri, Mutis dio forma a los relatos `Saraya`, `El último rostro`, `Antes de que cante el gallo` y `La muerte del estratega` (recopilados en Cuatro relatos, 1978), a algunos de los poemas de Los trabajos perdidos (1965) y al Diario de Lecumberri (1960), también montó, en colaboración con los presos de su crujía, una obra teatral llamada El Cochambres, basada en la vida de uno de los internados.

A los pocos años de salir de la cárcel, se convirtió en gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox, y luego de la Columbia Pictures, y continuó durante 23 años con su rutina interminable de viajes, hasta que en el año 1988 cumplió con el tiempo requerido para el retiro y pudo dedicarse a leer y a escribir. Desde entonces, publica un libro cada año.

Su obra ha sido muy reconocida y una muestra de ello han sido los muchos premios que le ha recibido: en 1974 el Premio Nacional de Letras de Colombia, en México ganó en 1985 el premio de la crítica de Los Abriles, por su libro Los emisarios (1984), en 1988 La Universidad del Valle le concedió el grado de doctor Honoris causa en Letras, y lo mismo hizo la Universidad de Antioquia en 1993, en 1988 recibió el premio Xavier Villaurrutia y fue condecorado con el Aguila Azteca por su libro Ilona llega con la lluvia (1987), en 1989 ganó en Francia el premio Médicis Étranger con La Nieve del Almirante (1986), considerado el mejor libro traducido al francés ese año, y recibió la Orden de las Artes y las Letras en el grado de Caballero de parte del gobierno de ese país, en 1990 le otorgaron en Italia el premio Nonino y el premio literario lila, y en 1993, como parte de la semana de homenaje al escritor con motivo de sus 70 años de vida, el gobierno colombiano le concedió la Cruz de Boyacá. Ha sido galardonado también con el Premio Cervantes en el 2001.

Mutis se ha convertido en uno de los escritores latinoamericanos que ha recorrido el mundo durante 50 años. Mutis, quien escribe un libro promedio por año, ha sido traducido a los idiomas francés, alemán, italiano, portugués, inglés, holandés, sueco, al alemán, al rumano, al inglés, al italiano, al francés y hasta al turco



CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2001
Discurso de ALVARO MUTIS

Majestades
Este premio que me otorga España ha venido a despertar en dos
sentidos las más antiguas y entrañables vetas de mi conciencia. Debo
explicar, en primer término, que mi relación con lo que he escrito ha
estado siempre señalada por el rigor de una autocrítica implacable y la
angustia de no haber alcanzado la plenitud y claridad de lo que he
querido decir. Abrir un libro mío, ya sea de poesía o de narrativa, es
una prueba que trato de evitar las más de las veces. Como jamás he
vivido de mi vocación literaria y me he ganado el pan en oficios muy
distantes de las letras, he tenido siempre la sensación de que mi obra
caminaba desamparada por sendas ajenas a mi diaria rutina. Hoy,
España, al concederme este Premio, otorga a mi obra un lugar y un
porvenir que, a tiempo de llenarme de felicidad, me la entrega
identificada con mi propio destino. Que sea España quien lo haya
hecho, es algo que viene a confirmar la relación esencial que he tenido
toda la vida con la patria de mis antepasados gaditanos, siempre
presentes en la diaria rutina de la vida. España, los españoles, las
letras y las artes, la historia de esta nación, conforman las
circunstancias de mi existencia, la materia siempre esencial de mis
sueños y el apoyo que me rescata en los días de angustia y
desconcierto. Creo que debo pedir aquí indulgencia por esta incursión
en las confesiones personales, que corren el riesgo de caer en la cándida
impertinencia. Pero debo reconocer que es para mí muy importante
ponerme en orden frente a tan generosa y obligante distinción como ha
sido este Premio Cervantes y quiero hacerlo ante tan egregios como
calificados testigos.
También hay otro aspecto sobre el cual quiero dar fe por tratarse
de algo que me ha marcado desde mi más temprana juventud. Se trata
de mi veneración indeclinable y cada día más cálida por la persona y la
obra de Don Miguel de Cervantes. Creo que es difícil encontrar en la
historia de las letras de Occidente, un destino más adverso, más
sembrado de injusticias, olvidos y amargos altibajos, que el que tuvo
que padecer el entrañable autor de una obra literaria incomparable y
luminosa. Recuerdo muy bien cuando leí en mi adolescencia una nota
biográfica de Cervantes en una edición escolar de El Quijote, tan
expurgada y trunca que muy pobre idea podía tenerse de lo que sería el
original. En cambio, ese parco resumen de su vida me dejó una
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2001
Discurso de ALVARO MUTIS
impresión inolvidable. Al paso de los años la obra cervantina ha llegado
a ser para mí un ejercicio y una compañía siempre lista a despertarme
sorpresas y lecciones inagotables. Son varias las vidas de Cervantes que
he leído, siempre con el mismo acongojado sentimiento de
compasión y asombro. Cuando vuelvo a recorrer las páginas de El
Quijote, de las Novelas ejemplares –por las que confieso tener una
predilección muy particular-, de los Entremeses –que disfruto con gozo
siempre intacto- y del Persiles y Segismunda –que sigue inquietándome
como el primer día-, me intriga, y así será hasta el fin de mis días, que
este hombre que he llegado a querer con afecto que me atrevo a llamar
familiar, haya logrado una obra en donde el genio está presente en cada
línea para mostrar, con lúcida evidencia, nuestro precario paso sobre la
tierra.
Imposible no traer aquí este soneto de Borges, retrato absoluto de
Don Miguel:
Un soldado de Urbina
Sospechándose indigno de otra hazaña
como aquella en el mar, este soldado,
A sórdidos oficios resignado,
Erraba oscuro por su dura España.
Para borrar o mitigar la saña
De lo real, buscaba lo soñado
Y le dieron un mágico pasado
Los ciclos de Rolando y de Bretaña.
Contemplaría, hundido el sol, el ancho
Campo en que dura un resplandor de cobre;
Se creía acabado, solo y pobre.
Sin saber de qué música era dueño;
Atravesando el fondo de algún sueño,
Por él ya andaban Don Quijote y Sancho.
Hoy, España, de mano de Su Majestad el Rey Nuestro Señor y por
intermedio de Don Miguel de Cervantes Saavedra, reconoce mi obra y
me honra con un galardón que no puede ser más precioso para mí y
viene a poner orden y armonía en el discurrir tan a menudo ajeno e
indescifrable de mi vida. Pienso en que mis ancestros gaditanos estarán
ahora, donde quiera que Dios los tenga, atónitos y regocijados como yo
lo estoy.
Muchas gracias.

jueves, 29 de marzo de 2012

Premio Cervantes 2000 FRANCISCO UMBRAL Narrador, ensayista y columnista español (Madrid, 1935 - 2007)


Premio Cervantes 2000
FRANCISCO UMBRAL

Narrador, ensayista y columnista español
(Madrid, 1935 - 2007)

Natural de Madrid, ciudad que está
presente en gran parte de su obra, aunque pasó su difícil infancia en la provincia de
Valladolid. El despego y distanciamiento de su madre respecto a él habría de marcar
su dolorida sensibilidad. Fue muy tardíamente escolarizado; era, sin embargo, un lector
compulsivo y autodidacta de todo tipo de literatura. Empieza a trabajar a los catorce
años como botones.
Emprendió su carrera periodística, en 1958, en El Norte de Castilla promocionado por
Miguel Delibes, quien se dio cuenta de su talento para la escritura. Más tarde, se
traslada a León para trabajar en la emisora La Voz de León y en el diario Proa y
colaborar en El Diario de León. Años después desarrolló su faceta periodística en los
diarios Ya, El País, Diario 16 y El Mundo, diario en el que mantuvo de 1989 hasta su
muerte la columna titulada “Los placeres y los días”. Por estas crónicas diarias de la
vida española fue galardonado con el Premio de Periodismo Mariano de Cavia y, ya
en los años 80, con el Premio González Ruano de Periodismo, por su artículo El trienio,
publicado durante su etapa en El País.
En 1959 se casó con María España Suárez Garrido, posteriormente fotógrafa de El País,
y ambos tuvieron un hijo, «Pincho», que falleció con tan sólo seis años de leucemia,
hecho del que nació su libro más lírico, dolido y personal: Mortal y rosa (1975). Eso
inculcó en el autor un característico talante altivo y desesperado, absolutamente
entregado a la escritura, que le ha suscitado no pocas polémicas y enemistades.
En 1961 marchó a Madrid como corresponsal, donde frecuentaría la tertulia del Café
Gijón, en la que recibió la amistad y protección del escritor Camilo José Cela, gracias
al cual publicaría sus primeros libros. Describe esos años en La noche que llegué al
café Gijón. Se convertiría en pocos años en un cronista y columnista de prestigio,
actividad que alternaría con la publicación de novelas, biografías, crónicas y
autobiografías testimoniales. En 1981, hizo una breve incursión en el verso con Crímenes
y baladas.
Su experiencia periodística está reflejada en sus memorias Días felices en Argüelles
(2005). Entre los diversos volúmenes en que ha publicado parte de sus artículos pueden
destacarse, en especial, Diario de un snob (1973), Spleen de Madrid (1973), España
cañí (1975), Iba yo a comprar el pan (1976), Los políticos (1976), Crónicas
postfranquistas (1976), Las Jais (1977), Spleen de Madrid-2 (1982), España como invento
(1984), La belleza convulsa (1985), Memorias de un hijo del siglo (1986), Mis placeres y
mis días (1994).
Como articulista practicó una especie de costumbrismo antiburgués que no
renunciaba al yo más intensamente romántico e intentaba dar a lo cotidiano, en
palabras de Novalis, la dignidad de lo desconocido, mezclando calle y cultura e
impregnándose a veces de una desolada ternura. Como cronista político, Umbral hizo
gala, además, de una gran acidez y mordacidad y una increíble intuición para captar
los entresijos de los asuntos.
Como narrador es uno de los más prolíficos de entre los escritores españoles. “Uno de
los primeros prosistas de la lengua española del siglo XX”, según Fernando Lázaro
Carreter. Y “el escritor más renovador y original de la prosa hispánica actual”, en
opinión de Miguel Delibes.
Su producción narrativa es tan extensa que se puede considerar que ha publicado de
dos a tres libros al año. Con Tamouré, obtuvo el Premio Nacional de Cuentos Gabriel
Miró en 1964. Su novela Balada de Gamberros, lo llevó a ser finalista del Premio
Guipúzcoa. Fue finalista de varios premios con sus cuentos Días sin escuela, Marilén
otoño-invierno y Si hubiéramos sabido que el amor era eso.
En 1975 obtiene el Premio Carlos Arniches de la Sociedad General de Autores y, ese
mismo año, el Premio Nadal de novela por Las Ninfas. En 1985 fue finalista del Premio
Planeta con su novela Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo, obra a la que
siguió Tatuaje, narración corta por la que obtuvo el Premio Antonio Machado en 1990.
Su novela Leyenda del César visionario obtuvo el Premio de la Crítica en 1992.
El 10 de mayo de 1996 recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por ser “uno
de los primeros prosistas de la lengua española del siglo XX”. En ese año se editaron
Capital del dolor y Los cuaderno de Luis Vives. De 1997 son sus obras La derechona y
La forja de un ladrón, novela con la que ganó el Premio Fernando Lara. En la lista de
premios cosechada por Umbral durante 1997 figuran, además de la Medalla de Oro
del Círculo de Bellas Artes de Madrid, el Premio Nacional de las Letras que, por el
conjunto de su obra, le concede el Ministerio de Cultura.
El 12 de diciembre de 2000 recibe el Premio Cervantes, el mayor reconocimiento de la
literatura en lengua española. El Director de la Real Academia Española de la Lengua,
Víctor García de la Concha, miembro y portavoz del jurado, se refirió a Umbral
diciendo que es “un creador de lenguaje absolutamente original, difícil de imitar, que
ha cultivado todos los géneros”.
Publicó cerca de cien libros entre narración, ensayo, cuento corto, biografías, diarios
íntimos, recopilaciones de sus artículos periodísticos... Sus biografías (ensayos) sobre
García Lorca, Gómez de la Serna y Valle Inclán, entre otras, lo sitúan en la vanguardia
del ensayo literario español.



CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2000
Discurso de FRANCISCO UMBRAL



Un hidalgo y un fantoche llenos de sol y de viento
Señor. Señora. Dignísimas autoridades. Señores académicos. Queridos Amigos.
YO, como don Quijote, “me invento pasiones para ejercitarme". Esta gentil declaración
de Voltaire encierra, me parece a mí, la más fina y sutil interpretación de Cervantes.
Porque Don Quijote no está loco y Cervantes mucho menos, eso lo sabemos desde el
principio del libro. Don Quijote es hidalgo cincuentón y soltero que, llegado a ese ápice
de la vida, decide pegar el salto cualitativo y cambiar la realidad de los libros por la
irrealidad de la vida, mucho más palpitante y vibrátil de lo meramente escrito. Don
Quijote principia, o casi, por hacer realidad una metáfora, los molinos que se parecen a
los gigantes, y arremete contra una realidad literaria que le desbarata, como tantas otras
le van a desbaratar a lo largo de su nuevo camino. Pero aprendamos esto: que Don
Quijote nunca se enfrenta sino contra metáforas del vivir, desface alegorías y yangüeses,
o reposa en unos duques, de modo que la locura empieza con la realidad y no antes.
Voltaire vio bien que el hombre en madurez o pega ese salto que digo o le coge ya la
postura a la vida, que es la muerte, y no dará más de sí. Don Quijote acierta con ese
momento en que se cambia de vida, de cabalgadura, de compañía -Sancho Panza- de
curas y bachilleres, de dueñas y sobrinas, del mismo sol en las mismas bardas. Los
libros que leía le estaban hurtando a la poesía de la acción con la poesía poética y mala
de la dicción. Así que incluso se inventa, entre las pasiones militares y andantes, una
nueva pasión amorosa, una moza lejana que viera en mercado, dejando que el propio
amor la ascienda a princesa.
Es la primera lección que Cervantes nos da en su libro. La vida tiene una segunda parte
que se correspondería con la tercera juventud de Aristóteles. Es él, Cervantes, quien
rompe con la mediocridad de su vida, pálidamente enaltecida de glorias bélicas, para
emprender un libro donde está su rabia por el mundo, su energía al fin liberada al
servicio de sí mismo, no ya la energía domeñada y servil del alcabalero y otras suertes.
Cervantes es irónico por anacrónico. Ha empezado tarde su aventura y lo sabe.
El Quijote no es el libro que vive sino la vida que no ha vivido, y no nos pone a su
personaje como ejemplo de nada ni hidalguía de nadie, sino como caso singular de
hombre que se decidió a pegar el salto y ese salto quien lo pega es él mismo en figura de
Quijote, e incluso se lo hace pegar a un pobre borriquero hecho de perezas y
conformidades, siendo así que Sancho nunca pierde el sentido, ese inútil y pobre sentido
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2000
Discurso de FRANCISCO UMBRAL
común del pueblo, pero tampoco pierde la ironía y la distancia para burlarse de su amo
con todos los respetos. Don Quijote entra en su nueva edad como un escándalo y
Sancho pasa todas las aduanas como un saco de centeno. Tenemos, entonces, el salto
desdoblado en tres. Cervantes que roba la fama con un libro, Don Quijote que toma por
asalto la libertad del vivir más allá de la edad y la voluntad. Sancho, que primero a
regüeldo y luego a pleno pulmón, vive vida de caballero andante sin haber leído tales
libros. Es la primera rebelión española del intelectual aburguesado, la primera
revolución burguesa del hidalgo antecedente y el primer motín del castellano pueblo, un
motín de uno solo, Sancho, que vale todos los que vendrán. Aún hoy, y hoy más que
nunca, el hombre que no hace esa revolución interior, que no pega ese salto vecinal, será
comido por el poder, amortajado por lo establecido y muerto de asco.
España dio el salto quijotesco, porque Don Quijote es la metáfora de España, sí, pero no
en el sentido festival y dominical en que lo dicen quienes suelen. España se inventa
pasiones para sobrevivirse a sí misma, para ser algo más que una majada bien regida y
una provincia del latín que llamaremos castellano. La pasión de América, la pasión del
Imperio, la pasión de Europa, la pasión del mundo mueven Españas y nos ponen a la
cabeza del siglo, de los siglos. Hay una luz monárquica y difusa alumbrando las
batallas, y hay una luz popular y ambiciosa embriagando a las gentes. España todavía no
tiene agujetas de Imperio sino que quiere llegar a Carlos V, quiere escorializarse en
Felipe II, quiere parir su gran Barroco, del que viene preñada, porque la pasión de
España, antes que mística o ambiciosa es una pasión creadora, un movimiento de plebes
y reyes hacia la expresión tectónica y violenta de eso que Stendhal definiría como el
último pueblo con carácter propio que le queda a Europa.
España no es un compromiso burgués, como Sartre nos dice del hombre mismo y como
lo son Francia y otros estados. España es un compromiso guerrero por afirmarse, por
difundirse, por existir, por cumplir sus pasiones imposibles y, en suma, por ejercitarse.
Los españoles aman la vida por la vida, no por la mística ni el decoro, y varias
generaciones y tres siglos viven enamorados de Aldonza Lorenzo, la ríspida y dulce
Dulcinea, que a cada uno espera a la vuelta, como el pequeño Ulises que es.
Hay tres razones para ser héroe, como diría Salvador Dalí. En Cervantes, estas razones
son el inventarse pasiones, la capacidad de ejercitarse contra el tiempo y el haber roto
con el compromiso burgués de la novela y de la vida. El hombre que se inventa pasiones
es tan héroe o más como el que las vive. El hombre que se ejercita a diario, no sabemos
si para la vida o para la muerte, es el que quiere agotarlo todo aquí y, como decía Juan
Ramón Jiménez, que la muerte cuando llegue, sólo encuentre un pellejo vacío, porque
nuestra sementera humana la hemos esparcido fecundamente. Por aclarar un poco las
cosas, diremos que Don Quijote, efectivamente, es un personaje de novela, pero donde
veo yo al hombre metafórico es en Cervantes, que nos da el nivel medio del hombre
español, siempre de santo laico, de héroe doblado o de comunero entre el pueblo.
Queremos a Cervantes no tanto por ilustre como por hombre medio que roza
irónicamente el fracaso para triunfar de la España oficial con su España real, habitada
de mozas y domadores, de explotadores y manteadores, de duques aleves y amores
imposibles.
La novela de caballerías era un compromiso burgués con los burgueses de entonces, que
se llamaban hidalgos. Compromiso económico, literario, cultural, mercado de fantasías,
toma y daca de sueños anacrónicos. Siempre ha habido en estos países europeos una
cultura de pícaros que ha tenido como rehén al buen burgués perezoso. Esta continuidad
en lo mediocre la rompe el barroco, la rompe Cervantes, la rompe el 98, la rompe el 27,
la rompe siempre una juventud venidera, y el heroísmo irónico de Cervantes está en
hacer él solo la revolución de los jóvenes cuando ya es un viejo. Admitamos
prudentemente que España es un país de clases medias, también en lo intelectual, y con
ellas pacta el escritor o el artista por conveniencia, supervivencia y acomodo. Este pacto
es lo que explica la tardanza de nuestro país en algunos momentos de la historia, pero ya
vemos que esa tardanza se resuelve de pronto con un libro, con una espada, con un
caballero andante. Cervantes, sí, viene a romper el compromiso burgués de la novela de
caballerías, abriendo brecha para una nueva literatura, que es la de Quevedo, Torres
Villarroel, etc. El público de Lope era la plebe de los corrales de comedias. El público
del novelista eran los hidalgos o feudales en decadencia que tenían letras y leían malos
libros. Después de Cervantes, no siendo él barroco sino renacentista, el barroquismo no
es ya sólo una figura sino también una corriente, y en ella están Góngora, los citados
Quevedo y Torres, el teatro de Calderón y la imaginería religiosa que levanta una
Contrarreforma tardía históricamente, pero madura y otoñal en Berruguete y en toda la
lujuria católica de un ritualismo que se ha quedado vacío y por eso puede dedicarse
gratuitamente a la forma por la forma, cosa que ya no podemos sino llamar modernidad.
He ahí la herencia de Cervantes, el hombre que puso España patas arriba, vio arder la
cultura vieja y murió con el sol en las bardas como su personaje. Cervantes es la
modernidad por todo lo que se ha dicho y por sus dos máquinas de guerra: un hidalgo y
un fantoche llenos de sol y viento. Con sólo esa artillería pone en pie las Españas, deja
la revolución por donde pasa, un rastro de justicia, de ley, de reinado, que serviría de
regocijo a los lectores, pero ese regocijo es curativo y predispone, como vemos, a
mayores mudanzas. El hombre que se inventa pasiones para ejercitarse, encuentra luego
en la vida que esas pasiones son reales, que Dulcinea existe, siquiera como Aldonza, y
que la renovación personal y total hay que hacerla en serio. Cervantes empezó
ejercitándose contra sí mismo y acaba por ejercitarse contra los demás, trastornando
todas las vidas por donde pasa e incluso escribiendo una segunda parte de su libro
porque follones y malandrines se lo piratean y porque la España oficial u oficinesca le
resta el prestigio ganado e ignora la validez de su reforma. El autor se inventa un
segundo libro sobre el que ya escribiera, como se inventa una segunda vida erguida y
atroz, por sobre su vida de soldado, alcabalero, palaciego frustrado y pobre hidalgo
manchego. Antes que los grandes de su siglo rompe con el compromiso burgués de la
literatura y saca una novela que Unamuno llamó Biblia de España. Cervantes es
vanguardia, como vanguardia es rebeldía y como rebelde deja herencia. Nadie en
nuestra entraña progresista ha renegado de él, aunque muchos lo hayan utilizado como
tintero de oro de sus escribanías inquisitoriales.
Sólo tenemos el presente, los hombres templados, y presente purísimo, activísimo, es la
vida de Cervantes, Don Quijote y Sancho Panza, con sus caballos y rucios. Sólo a eso
hemos venido aquí. A conquistar el presente para todos.
Francisco Umbral

lunes, 12 de marzo de 2012

Premio Cervantes 1999 JORGE EDWARDS Escritor y ensayista chileno (Santiago de Chile, 1931)


Premio Cervantes 1999
JORGE EDWARDS
Escritor y ensayista chileno
(Santiago de Chile, 1931)


Cursa sus estudios secundarios con los
jesuitas y los superiores, de Filosofía y Letras y Derecho, en la Universidad de Chile. En
1958 comienza su carrera diplomática y el gobierno chileno lo envía a la Universidad
de Princeton a hacer estudios de postgrado sobre Política Internacional. En 1962 es
nombrado secretario de la Embajada de Chile en París.
Coincide allí con Vargas Llosa, con García Márquez, con Julio Cortázar, por lo que su
nombre está asociado al Boom latinoamericano, aunque él confiesa que ha visto el
boom desde los márgenes. Regresa de nuevo a Chile, en 1967, con otra mirada: le
interesa la ciudad desde el punto de vista arquitectónico. Durante este periodo
publicó sus libro de cuentos El Patio, Gente de la Ciudad y Las Máscaras, además de
la novela El Peso de la noche, sobre la decadencia de una familia de clase media.
Temas y variaciones es una antología de sus cuentos dispuesta y prologada por
Enrique Lihn en 1969.
En 1971, el gobierno de Salvador Allende lo envió como embajador a Cuba,
convertido así en el primer diplomático de los países latinoamericanos que llegaba a
la isla. Estuvo apenas tres meses, debido a sus discrepancias con el gobierno cubano y
sus críticas a las facetas dictatoriales de ese gobierno hicieron que fuera considerado
persona non grata y exigida su salida de la isla. Esta experiencia dará lugar a su
controvertido libro Persona non grata (1973), por el que ganó notoriedad al crear una
gran polémica entre los escritores hispanoamericanos.
A su regreso de Cuba, Edwards fue enviado de nuevo como secretario de la
embajada a París, donde estaría a las órdenes de Pablo Neruda. Sobreviene entonces
el golpe de Estado del dictador Augusto Pinochet y Edwards se ve forzado a
abandonar la carrera diplomática, exiliándose en Barcelona, donde trabaja en la
editorial Seix Barral y se dedica a la literatura y el periodismo.
Edwards, restablecida ya la democracia, regresa a Chile en 1978. Contribuyó a formar
con la Sociedad de Escritores de Chile, el Comité de Defensa de la Libertad de
Expresión y, en 1982, ingresó como miembro de la Academia Chilena de la Lengua. El
presidente Eduardo Frei lo nombró embajador de Chile ante la UNESCO (1994-1996).
“La crónica –ha dicho Edwards- es mi atadura periodística, pero me divierte y he
tratado de que sea un género literario. Hay vasos comunicantes entre la crónica, la
novela, el cuento”. Jorge Edwards es colaborador asiduo de diversos diarios, ya sea en
su Chile natal, en el resto de Latinoamérica (La Nación de Buenos Aires) o en Europa
(Le Monde, El País o Il Corriere della Sera). Actualmente escribe una columna de
opinión los días viernes en el diario La Segunda. Gran parte de su obra periodística se
ha publicado en El whisky de los poetas (1997) y Diálogos en un tejado (2003).
La obra de Jorge Edwards consiste fundamentalmente en novelas y relatos cortos. Su
temática supuso un distanciamiento de la habitual en la literatura chilena ya que, en
lugar de abordar la vida rural, se centró en los ambientes urbanos y la clase media-alta
de su país. Como novelista, además de las ya mencionadas, ha publicado Los
convidados de piedra (1978), ambientada en el golpe de estado de 1973; El museo de
cera (1981), una alegoría política; La mujer imaginaria (1985), sobre la liberación de
una artista de clase alta en la mediana edad; El anfitrión (1988), una recreación
moderna del mito de Fausto; El origen del mundo (1996), una reflexión sobre los celos,
ambientada en París; El sueño de la historia (2000); El inútil de la familia (2004) y La casa
de Dostoyevski (2008), por la que acaba de ganar la segunda edición del Premio
Iberoamericano Planeta-Casa de América de Narrativa.
Sin embargo, también ha escrito ensayos y biografías: Desde la cola del dragón (1973),
por el que obtuvo el Premio de Ensayo Mundo en 1977; Adiós poeta (1990), una
biografía muy personal de Pablo Neruda que ha tenido mucho éxito precisamente por
no referirse al hombre político, sino al Neruda de la intimidad, y Machado de Assis
(2002).
En 1994, recibió en Chile el premio Nacional de Literatura. En 1999 obtuvo el principal
galardón literario en lengua española, el Premio Cervantes.

SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:

Jorge Edwards (Santiago, Chile, 29 de julio de 1931 - ). Escritor, crítico literario, periodista y diplomático chileno.
Nacido en el seno de una familia acomodada y educado por los jesuitas, Jorge Edwards es, junto con José Donoso, el más destacado representante de la narrativa chilena. Graduado en Derecho por la Universidad de Chile en 1958, comenzó la carrera diplomática y fue enviado por el gobierno chileno en 1959 a la Universidad de Princeton (Estados Unidos) para estudiar ciencias políticas. En 1962 fue nombrado secretario de la Embajada de Chile en París, regresando al país en 1967 donde ostentó el cargo de Jefe del Departamento de Europa Oriental en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Durante este período publicó sus libro de cuentos `El Patio`, `Gente de la Ciudad` y `Las Máscaras` y la novela `El Peso de la Noche`. Durante su primera misión diplomática en París trabó amistad con Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, entre otros. su nombre está asociado, por lo tanto, con el llamado boom latinoamericano.


Su consagración vendría sin embargo más tarde.


En 1971, el gobierno de Salvador Allende le envió como embajador a la Cuba de Fidel Castro, puesto en el que estuvo apenas tres meses, debido a sus discrepancias con el régimen revolucionario castrista y sus críticas a las facetas dictatoriales del régimen cubano. Fruto de sus experiencias en Cuba (Edwards fue declarado persona non grata y exigida su salida de la isla) sería su obra Persona non grata (1973), por la ganó notoriedad, y en la que realiza una crítica sobria y a la vez corrosiva contra el estalinismo y el régimen socialista cubano. La obra, que conseguiría el raro mérito de estar prohibida simultáneamente por las dictaduras chilena y cubana, le granjeó la enemistad de las fuerzas políticas de izquierda y creó una gran polémica entre los escritores latinoamericanos.


A su regreso de Cuba, Edwards fue enviado de nuevo como secretario de la embajada a París, donde estaría a las órdenes de Pablo Neruda. Tras el golpe de estado de Augusto Pinochet, Edwards se vio forzado a abandonar la carrera diplomática, exiliándose en Barcelona (España), donde trabajaría en la editorial Seix Barral y dedicándose a la literatura y el periodismo. Edwards no regresaría a Chile hasta 1978, donde fue uno de los fundadores y posteriormente presidente del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión. Restablecida la democracia en Chile, el presidente Eduardo Frei lo nombró embajador de Chile ante la UNESCO (1994 - 1996). En 1999 obtuvo el principal galardón literario en lengua española, el premio Cervantes.


La obra de Jorge Edwards consiste fundamentalmente en novelas y relatos cortos. La temática de Edwards supuso un distanciamiento de la habitual en la literatura chilena, ya que en lugar de abordar la vida rural, se centró en los ambientes urbanos y la clase media-alta de su país.


De este autor chileno: los lectores pueden bajar en digital el siguiente libro:
RESEÑA:
Edwards retorna a la crónica con la publicación de El whisky de los poetas (1994), libro que incluye textos sobre literatura, política y otros temas variados, escritos entre 1968 y 19



- 1 -CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1999
Discurso de JORGE EDWARDS.

La aventura del idioma.
Majestades, distinguidas autoridades, señoras y señores:
Si alguien me hubiera anunciado, cuando empecé a escribir versos y fragmentos de
prosa en cuadernos escolares, que algún día recibiría un Premio con el nombre de
Miguel de Cervantes, y que lo recibiría de las manos del Rey de España en persona, no
sólo me habría costado mucho creerlo. Abría tenido que decirme, además, que la vida
puede ser una aventura inesperada y enteramente extraordinaria. La concesión de este
premio es un honor insigne y que me conmueve en forma profunda. También, y así lo
comprendí desde el primer instante, es un reconocimiento que se hace a través mío de la
literatura chilena en su tradición y en su rica diversidad. Es el homenaje a una rama de
la literatura del idioma que comienza con don Alonso de Ercilla, uno de los primero
españoles chilenizados, conquistador conquistado, que sigue con maestros coloniales
como Alonso de Ovalle y Manuel de Lacunza, que continúa con Vicente Pérez Rosales
y Alberto Blest Gana, figuras señeras de nuestros siglo XIX, que llega hasta Pablo
Neruda , José Santos González Vera y Nicanor Parra, hasta José Donoso y Jorge Ellier,
entre muchos otros, y que todavía no termina. Agradezco, pues, con emoción, en
nombre propio y en nombre de todos. La literatura es un espacio mental, una corriente,
un río invisible que corre por el interior de todos nosotros, y la de chile es una nota
particular dentro del gran conjunto hispánico: una estrella lejana, periférica, y a la vez
curiosamente cercana, entrañablemente familiar, dentro de la maravillosa constelación
de nuestra lengua.
Debo decir que nunca estuve destinado por las circunstancias, por mi formación, por el
ambiente en el que me tocó crecer, a convertirme en un autor de artefactos verbales en
verso o en prosa. En el Colegio de San Ignacio de mi niñez, el viejo edificio de la calle
del barrio bajo de Santiago que llevaba el nombre, precisamente, del jesuita Alonso de
Ovalle, el autor de la Histórica Relación del Reino de Chile, predominaba todavía lo
peor del gusto estético de fines del siglo XIX. Teníamos que aprender de memoria y
recitar en un estrado, entre cortinajes y dorados de estuco, poemas de Quintana y de
Gabriel y Galán, o traducciones laboriosamente rimadas del francés Sully-Prudhomme,
quien hoy sólo es conocido en París como nombre de una calle y de una plazoleta, a
pesar de que obtuvo en su tiempo uno de los Premios Nobel de Literatura. La verdad es
que aquellos suplicios infantiles me hicieron desdeñar e incluso aborrecer la poesía.
Había, sin embargo, signos, indicios dispersos, y que apuntaba en otras direcciones, aun
cuando todavía no sabía interpretarlos. En mis años de preparatorias publiqué en la
revista del Colegio dos textos que había pergeñado no sé en qué momentos perdidos:
uno trataba de las ventajas de la navegación por mar; el otro era una biografía mínima
de Cristóbal Colón, nada menos, pero no atribuí el asunto a un gusto inexplicable y
repentino por la escritura, sino a un deseo adolescente de ser capitán de barco y de
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1999
Discurso de JORGE EDWARDS.
- 2 -
correr mundos. En aquellos mismos tiempos, una vieja tía abuela, lectora infatigable,
conspiradora familiar, me llevaba a un lado y me mostraba las portadas de las novelas
de otro sobrino suyo, Joaquín Edwards Bello. "¿No sabes que tienes un pariente
escritor?", me preguntaba. Yo lo sabía en forma confusa, y sólo tenía la imagen de un
personaje más bien estrafalario, que había viajado hasta muy lejos, que había perdido su
herencia en ruletas del sur de Europa, y que después, para colmo, había regresado a
instalarse en un sector mal visto de Santiago.
Tres o cuatro años después, en una casa de lo que ya se llamaba el barrio alto, el dueño,
un arquitecto avanzado para el Chile de esos tiempos, se acercó al grupo de
adolescentes del que yo formaba parte y nos presentó a un poeta de voz nasal, de tez
aceitunada, vestido con un traje de gabardina de color verde botella. Era una casa
diferente de todas las que había visto antes, con un cuadro del entonces joven Roberto
Matta encima de un piano de cola negro, con dos dibujos de Pablo Picasso en una
esquina. "A la edad de ustedes", nos dijo el poeta, cuyo nombre, Pablo Neruda, sonaba
tan extraño como su voz, "yo estudiaba matemáticas en un banco del Cementerio
General, debajo de grandes magnolias, y le tenía un miedo pánico a los exámenes…"
Ya conocía el primero de sus Veinte Poemas de Amor, otro de mis textos de iniciación,
y devoré cada una de sus palabras como un maná. Pasaron años, sin embargo, antes de
que supiera del miedo a las matemáticas de uno de sus maestros, uno de los grandes
sudamericanos de lengua francesa, el Conde de Lautréamont: "¡Oh, matemáticas
severas!"
Ahora bien, por aquellos días había aparecido en mis programas de estudios un texto
curioso, una "obrecilla que se me cayó de las manos", como explicaba su autor citando a
Fray Luis, el Manual de Técnica Literaria de don Eduardo Solar Correa. Don Eduardo
era un fantasma de aquellos años: un caballero de patillas y de polainas, que hacía
revolotear su bastón por los terraplenes de la antigua Alameda de las Delicias y que era
blanco de toda clase de chirigotas y de bromas escolares. Pues bien, a pesar de su aura
estrafalaria, don Eduardo tenía, cosa que nosotros ni siquiera podíamos sospechar, un
gusto literario impecable. Empecé a seguir sus ejemplos de figuras literarias, de
cláusulas rítmicas, de formas métricas, y me vi sumergido sin saberlo en la gran
corriente, en la gran aventura de la lengua, en el río invisible. Don Eduardo definía la
figura de la paradoja y citaba: que muero porque no muero. La concesión: Pero también
que me confieses quiero / que es tanta la beldad de su mentira… La gradación, y daba
como ejemplo: Acude, corre, vuela / traspasa la alta sierra, ocupe el llano… Hipérbole:
Érase un hombre a una nariz pegado… Perífrasis: La blanca hija de la blanca espuma…
Aliteración: El ruido con que rueda la ronca tempestad…
Me descubrí empeñado en buscar por bibliotecas, librerías, desvanes, otros poemas de
Góngora, de don Francisco de Quevedo, de Garcilaso, de Argensola y Fray Luis de
León. Y desemboqué pronto en la prosa de la generación del 98. Azorín y Unamuno,
sensibilidades opuestas, en cierto modo complementarias, me acompañaron de
diferentes maneras, y aquí puedo dar un pequeño ejemplo de parodia, en mi viaje al
corazón de Cervantes. Los ejemplos de don Eduardo Solar Correa, en buenas cuentas,
habían sido como las breves notas musicales que anuncian un destino, como el primer
compás de una Quinta Sinfonía literaria. Y la literatura, tan remota en un principio, tan
ajena, fue la tarea a la que nadie, precisamente, me había destinado, y que asumí a pesar
de todo y contra casi todos.
- 3 -
Llegué al Quijote, como digo, de la mano de sus grandes exégetas del 98, y encontré en
ese libro algo que después no he encontrado en ningún otro autor: ni en el Dante, ni en
Rabelais, ni en Molière, ni en el mismo Goethe. Algo que Cervantes sólo comparte,
quizás, con Shakespeare, aunque de otra manera, de un modo más fantasioso, más
aéreo, más bromista: un elemento de compasión profunda, de humanidad, de ironía, una
distancia que consuela y que redime, transmitidos con una gracia única. Los narradores
se multiplican, le hacen guiños al lector, le toman el pelo y a la vez lo cogen
amistosamente de la mano y lo llevan en su trayecto narrativo. Los personajes se salen
de las páginas, se transforman, se contagian unos con otros, en un proceso en que la
locura es cordura, en que el disparate es lúcido. "Loco, y no tonto", dice por ahí, en su
Vida de Don Quijote y Sancho, Unamuno, y yo me detengo en ese final de párrafo,
pensativo.
Para mí, el gran realismo mágico de la literatura en lengua española, el de una fantasía
superior, es el de la segunda parte del Quijote, el de la Cueva de Montesinos, el de
Clavileño, el del Caballero de los Espejos. El maravilloso desfile de la imaginación
medieval en el interior de la cueva de Montesions anuncia el desfile del mundo moderno
en el Aleph de Jorge Luis Borges. En ambos textos, el personaje, llevado por un guía
libresco y más o menos absurdo, sufre un golpe, una caída de alguna especie, medio
deliberada y medio involuntaria, entra en un estado de sueño profundo, no se sabe por
cuánto rato, y despierta para contemplar el espectáculo del universo. Cervantes es
nuestro contemporáneo, como Borges, como Neruda cuando viaja al corazón de don
Francisco de Quevedo, y esto significa que el centro del idioma está aquí, en esta sala,
en esta vieja e ilustre universidad, y también en todos nuestros vastos territorios, desde
la Araucanía de don Alonso de Ercilla y de Neruda hasta el Comala de Juan Rulfo, y
desde la meseta polvorienta de don Antonio Machado hasta el Genil de los viejos poetas
andaluces. Es un privilegio, un don extraordinario, y una deuda, un compromiso de por
vida.
Llego a la conclusión de que eran locos, estrafalarios, inútiles, pero que de tontos no
tenían nada, aquellos precursores y anunciadores de una vocación: el profesor de las
polainas con sus ejemplos a menudo deslumbrantes, pura energía verbal concentrada, y
la vieja tía lectora y conspiradora, muy pequeña de estatura, enormemente simpática, y
que parecía, precisamente, ejemplo de hipérbole, una mujer a una nariz pegada; el
extremado y apasionado Joaquín Edwards Bello, con su genio atrabiliario, y, desde
luego, el poeta del traje de gabardina, que parecía cargar en la voz y en los ojos con el
misterio de toda la poesía del mundo. No supe muy bien en un comienzo de qué se
trataba, en qué consistía con exactitud aquel llamado a leer y a escribir, y cuando
comencé a saber ya era tarde. Fue fascinante y, muchas veces, endiabladamente duro e
intrincado. Tuve que salir de un orden bien protegido e instalarme en suburbios más
bien inciertos. Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal, de noche, de
madrugada, en espacios de tiempo robado, al margen de documentos oficiales, fue la de
escribir ficciones, o la de introducir en la multiplicidad de los sucesos, en el enigma del
pasado, en los recovecos de la memoria, una coherencia, una estructura narrativa que
siempre, en definitiva, era imaginación, arte de la palabra. Las circunstancias me
obligaron a escribir, algunas veces, en contra de la corriente, de la moda, del
pensamiento al uso, y traté de hacerlo con naturalidad, sin pretensiones, sintiendo que la
escritura, antes que nada, es una forma de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo
mismo, y que uno tiene el derecho y quizás hasta la obligación de transmitir la
experiencia a los demás. Todo el recorrido, en su desarrollo a veces accidentado, no ha
- 4 -
sido actividad demasiado diferente, en realidad, que la del acompañante de don Quijote
a la Cueva de Montesinos, el primo del Bachiller de las bodas de Camacho, hombre
cuya profesión, según quiso contar, era la de humanista, y que había escrito una
enumeración de setecientas y tantas libreas, aparte de unos Metamorfoseos y de un
Suplemento. Después de todo, él tuvo la suerte de acompañar al Caballero de la Triste
Figura hasta el borde mismo del abismo y de escuchar después, de primera mano, su
deslumbrante relato. Nosotros también, a nuestra manera, hemos podido estar cerca de
don Quijote, o de los Quijotes nuestros, locos y no tontos, y hemos escuchado sus
extraordinarias historias. ¡Qué privilegio, y qué regalo!
En conclusión, sólo tengo motivos para agradecer. Nunca me arrepentí de haber seguido
la línea excéntrica, el llamado cuyas consecuencias no supe calcular en un comienzo y
que implicaba internarse por un camino más accidentado, más escabroso y dificultoso
de lo que parecía a simple vista. En una de sus últimas vueltas, sin embargo, me ha
conducido hasta aquí, hasta esta sala llena de memorias ilustres, y les repito que estoy
conmovido y que mi agradecimiento es hondo y duradero. Seguiré en la ruta durante
todo el tiempo que pueda quedarme, puesto que se trata, como ya lo he dicho, de un
destino, y lo haré con plena conciencia de que el Premio Miguel de Cervantes, esta gran
institución de la España democrática y moderna, me dará fuerzas para el resto del viaje.
Muchas gracias, pues, a todos ustedes.

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas