jueves, 31 de agosto de 2023

GUILLERMO DE TORRE HISTORIAS DE LAS LITERATURAS DE VANGUARDIA TOMO II FRAGMENTO.




 5

«El superrealismo1 ha nacido de una costilla

de Dadá» —escribe muy gráficamente Ribemont-

Dessaignes (Déjá jadis!)—. Y Tristan Tzara (Le

surréalisme et Vaprés-guerre) 2 corrobora: «El superrealismo

nació de las cenizas de Dadá.» Por

consiguiente, más que comenzar ahora un capítulo

nuevo, será menester ultimar el precedente con

algunos escolios. Importa, en una palabra, trazar

el empalme entre dadaísmo y superrealismo a fin

de alcanzar una perspectiva completa, desde su

génesis, del movimiento bretoniano por antonomasia.

Porque decir superrealismo, ayer y hoy,

no equivale sustancialmente a otra cosa que a

1 Hace años (en una página de mi libro Guillaumc Apo

Uinaire. Su vida, su obra, las teorías del cubismo, 1946)

expliqué sintéticamente las razones que me movían a romancear

así la voz francesa surréalisme. La casi unanimidad

en contrario, la insistencia (por pereza o ignorancia;

inicialmente por contagio de los medios pictóricos,

nada particularmente sensibles a la pureza y propiedad

lingüísticas, al genio idiomático propio de cada país, ya

que los artistas se expresan, cada vez más, con un vocabulario

internacional) en decir y escribir surrealismo no

es razón valedera para hacerme cambiar. Suprarrealismo

—según algunos escribieron hace años: así Fernando Vela

en un lugar que debiera haber sentado jurisprudencia literaria

como la Revista de Occidente— o sobrerrealismo

habrían sido, alternando con superrealismo, las lecciones

correctas. (Suprarrealismo figura en la decimoctava edición

del Diccionario de la Academia Española.) Un maestro

de traductores —y no sólo en estas minucias—, Enrique

Díez-Canedo, reprueba abiertamente surrealismo

(“bastarda transcripción de un nombre, aceptada sin discernimiento")

en su antología La poesía francesa moderna.

Desde el romanticismo al superrealismo (1943). Jorge Luis

Borges corrobora: “La forma surrealismo es absurda; tanto

valdría decir surnatural por sobrenatural, surhombre

UN FIN Y UN RECOMIENZO

16 Superrealismo

decir André Bretón: ¡tan indisolubles e identificados

se hallan durante los últimos cuarenta años

un concepto y un nombre, una escuela y una obra!

Ya en el capítulo anterior quedaron apuntadas

algunas de las causas externas que determinaron

el acabamiento del dadaísmo. Pero las más poderosas

fueron de carácter íntimo. Y éstas podrían

reducirse a una sola: cansancio. Cansancio de

todo: de la burla y del nihilismo, de la fácil aceptación

y del ruidoso rechazo público. Tal estado

de ánimo se hacía más visible en las dos figuras

que llevaban la batuta detrás y delante del telón

ae Dadá: Francis Picabia y André Bretón. El primero

por odio a cualquier empresa constructora,

al simple afán de fijarse en un punto dado. Continuaba

así Picabia, en otro plano, la doctrina de

la «disponibilidad» de André Gide, escribiendo

—según antes recordé—: «Hay que ser nómada;

atravesar las ideas como se atraviesan los países

o las ciudades.» Por su parte, André Bretón, espíritu

fundamentalmente serio, que nunca se había

sentido a gusto en el campo dadaísta, decía ya

en un artículo de 1922, titulado «Aprés Dada» (y

por superhombre, survivir por sobrevivir." Está demostrado,

pues, que los prefijos super y sobre son los únicos

que corresponden en español a la forma en litigio. Tratando

de explicarse el prevalecimiento de surrealismo,

José María Valverde (en el capítulo correspondiente a

Movimientos espirituales, tomo I del Diccionario literario

González Porto-Bompiani, 1959) escribe que tal vez se deba

a "un cruce de ideas con una posible forma sub-realismo,

pues lo mismo valdría considerar la zona psíquica exteriorizada

por este movimiento como algo que está «por

debajo» o «por encima» de la zona de la psique donde se

presenta la «realidad» que nos interesa con tal nombre".

A mi vez yo alego —y concluyo— que tal confusión o

ambigüedad, no es posible cuando se examina de cerca

el sentido —“creencia en una realidad superior..."— dado

al término por Bretón en su Manifiesto y en todos los

demás escritos; ese "cruce de ideas" sólo puede producirse

por un torpe desliz analógico con las voces "subconsciencia"

y "subconsciente", muy afines, por otra parte,

a la raíz freudiana inspiradora del superrealismo, pero

que no abarca su totalidad de intenciones.

2 Como en otros capítulos, me limito a indicar los títulos

de obras citadas; en todos los casos las referencias

completas se reservan para la bibliografía final.

Diferencias y afinidades con Dada 17

recogido en Les pas perdus, 1924): «No aspiro

nunca a distraerme. La homologación de una serie

de actos dadaístas muy fútiles, a mi parecer, corre

el riesgo de comprometer una de las tentativas

de liberación a que permanezco más adherido.»

De ahí que surgiera en él una crisis —de raíz probablemente

personal, pero transmitida a otros—,

un deseo vagamente rimbaudiano de abandonarse

y de perderse. «Láchez tout» titulaba otro artículo

de las mismas fechas (también en Les pas

perdus). «Dejad todo. Abandonad Dadá. Abandonad

a vuestra mujer, a vuestra amante. Abandonad

vuestras esperanzas y vuestros temores. Abandonad

lo conocido por lo desconocido. Partid por

los caminos.» Existía además otra motivación personal:

una absoluta incompatibilidad de temperamentos

entre quien había sido verdadero promotor

del dadaísmo, Tzara (pues ciertas alegaciones

contrarias de Huelsenbeck, pretendiendo que

le había robado el nombre, como si esto fuera

todo, no prueban nada) y Bretón.

El primero encarnaba entonces una especie de

acracia literaria detenida en su primera fase y un

sentido virulento del humor. El segundo, más allá

de su libertarismo, tendía a la disciplina; por encima

de sus prédicas disociadoras aspiraba a organizar,

pero de otro modo y reservándose las

riendas.

DIFERENCIAS Y AFINIDADES CON DADA

Al margen de estas discrepancias personales,

quedan todavía por apuntar las diferencias de

concepto que habrían de separar categóricamente

el superrealismo del dadaísmo. Si éste había significado

exteriormente el sarcasmo burlón, y, en

lo íntimo, la negación absoluta, la renuncia a crear

(recuérdese que Bretón escribió: «No concibo que

un hombre deje huellas de su paso en la tierra»),

aquél, aunque aparentemente siguiera mostrando

II.—2

18 Superrealismo

el mismo menosprecio hacia la «literatura», se

orientaba de modo positivo, aprestándose a denunciar

un filón intacto por explotar: el de los

sueños, y proponiendo una nueva técnica: la escritura

automática.

Sin embargo, ¿acaso surgía como algo original

el superrealismo? Todo lo contrario, visto según

entonces se nos apareció, en la perspectiva escalonada

de los ismos. Recordábamos así que Tristan

Tzara en su segundo manifiesto se había anticipado

a defender la «espontaneidad dadaísta»,

agregando a seguido: «Yo he pensado siempre

que la escritura carecía en el fondo de gobierno,

aunque se tuviera como la ilusión de él, y aún

más, he propuesto en 1918 la 'espontaneidad dadaísta'

que debe aplicarse a los actos de la vida.»

De ahí por qué «aquella fantasía personal irreprimible

que sería más dadá que el movimiento actual

», y que —según ya hemos recordado— pronosticaba

Bretón a modo de una derivación de

las campañas de 1920, tardó en ser aceptada como

una continuación, y mucho menos como una

superación.

Además, exteriormente, ciertos rasgos persistían;

por ejemplo, la protesta continua, el ademán

insolente, si bien cambiando el objetivo. Antes era

la broma intrascendente, la mofa cruel del público

que «quería comprender» y sólo encontraba

una risotada en réplica. Antes era, en último caso,

el ataque literario, el enjuiciamiento de algún

«consagrado» —recuérdese el proceso de Barres—.

Ahora, la risa jovial se trocaba en mueca severa

y la protesta rebasaba el plano de lo literario,

llegando al metafísico y alcanzando implicaciones

políticas o sociales. Basta ir recorriendo la colección

de la revista La Révolution Surr¿aliste (19241929)

para advertirlo: un día es la glorificación

de un anarquista; otro el estallido de la fobia

anticlerical o antimilitarista; otro la adhesión a la

revolución rusa, pero en la representación pura

de un disidente, Trotsky. Si en cierto momento

lanzan una hoja contra Claudel, no atacan tanto

Diferencias y afinidades con Dadá 19

al literato como al embajador de Francia en China

y a la colonización francesa.

Y en lo interno del grupo superrealista surgen

análogas diferencias respecto a Dadá. Antes no

había disciplina de grupo. Cada cual era libre de

buscar sus afinidades. Ahora el hecho de que X

publique en tal revista o elogie a tal autor se denuncia

como un crimen y origina largas sesiones

—con abogados y fiscales— que se toman taquigráficamente

y se reproducen «in extenso» para

escarmiento del culpable. (Así las actas de cierta

sesión incluidas en el número especial sobre «el

superrealismo en 1929» de la revista belga Varietés).

La «libre espontaneidad dadaísta» desaparece.

Se crea una atmósfera de «pureza» y de intransigencia.

Entrar —o permanecer— en el movimiento

viene a ser —«mutatis mutandis»— como profesar

en una orden monástica o en el Partido que

para sus adeptos no es menester precisar, pues

su simple mayusculización excluye todos los demás...

El superrealismo —a partir de cierta fecha—

se transforma en un equipo regimentado,

de código fijo y leyes inexorables. A su frente

álzase la figura imperturbable del que fue llamado

«gran inquisidor», «Papa negro» del superrealismo,

André Bretón —características que no por

eso dejan de coexistir con la posesión de valores

morales, amén de los literarios, que en su lugar

quedarán destacados—, imponiendo normas, fulminando

anatemas. Y así a lo largo de más de

cuarenta años, desde 1924 —si bien la sacudida

de la segunda guerra europea y el cambio de preferencias

y orientaciones juveniles experimentadas

después cierran casi su influjo en 1939.

De ahí que por momentos, y pese a la significación

última, en tantos puntos admirable, del superrealismo,

este «movimiento continuo» —único

superviviente, al cabo, de todos los ismos—», con

sus dogmas, sus ritos y concilios, sus escisiones y

excomuniones, le hagan parecer un juego de colegiales

excesivamente prolongado. O al menos suscite,

aun en los más favorablemente prevenidos,

20 Superrealismo

un sentimiento ambiguo de atracción y rechazo,

el mismo que por nuestra parte hubimos de experimentar

en sus primeros quince años. Pero cortemos

aquí cualquier conato personalista y adoptemos

el tono perfectamente objetivo —alternado

con algunos intermedios críticos— que reclama

una exposición histórica, limitada a las principales

teorías y peripecias del superrealismo3.

Con todo, me permitiré advertir que al igual

que en el caso de otros ismos —sobre todo en el

de aquellos que me fue dable vivir de cerca—

mi propósito, aun manteniéndose en dicho plano

histórico-expositivo, no deja de ser, en algunas

partes, ambiciosamente original. Original en el

más sencillo y directo sentido de la palabra; esto

es, afán de presentar los hechos, doctrinas y figuras

como originariamente fueron, no según las

deformaciones que después les ha infligido tanta

crítica trivial, tanta calcomanía descolorida. Retrocediendo

así a los orígenes, más aún a los preorígenes

del superrealismo, indaguemos, reconstruyamos

fielmente un pasado tan remoto como

próximo en sus no extinguidas derivaciones. Y comencemos

por algunas interrogantes.

PREORIGENES. LA DISPUTA DB UN NOMBRE

¿Cómo nació el superrealismo? ¿Cuál fue su primera

faz? ¿Qué significaba aquel movimiento de

exterior ambiguo, con un tinte mitad romántico

—por sus apelaciones al sueño— y mitad paracientífico,

dada su utilización de Freud, más cier-

3 No necesita ser historia completa ya que ésta quedó

hecha por Maurice Nadeau (Histoire du surréalisme, libro

seguido luego de otro complementario, Documents surréalistes);

añádanse los Vingt ans de surréalisme, 19391959,

de Jean-Louis Bédouin. Esto por lo que concierne a

las obras estrictamente históricas; las de carácter crítico

son innumerables y su registro se reserva para la bibliografía

final.

Preorígenes. La disputa de un nombre 21

to afán sistemático? Veamos ahora la etapa que

va desde las últimas manifestaciones dadaístas

(1922) hasta la publicación (octubre de 1924) del

Manifeste; du surréalisme de André Bretón. En el

intervalo Littérature no había cesado de publicarse;

dejó de hacerlo en junio de 1924 para ser

reemplazada, en diciembre del mismo año, por

La Révolution Surréaliste, Pero a medida que pasaban

sus números, advertíase cierta desorientación

o cambio de tono, con la desaparición de algunas

firmas y la incorporación de otras nuevas.

Sin embargo, ninguno de los primeros dadaístas,

por ejemplo, Tzara, Soupault, Aragón, daba por

desaparecido el movimiento. (Puedo aportar este

testimonio personal. Cuando en agosto de 1924,

veraneando en Guéthary, una playa francesa de

los Bajos Pirineos franceses, encontré, en casa de

Drieu la Rochelle, a Aragón, éste me anunció nuevas

manifestaciones dadaístas para el otoño.) Pero

Bretón ya había resuelto cosa distinta y pocos

meses después daba a luz sorpresivamente su primer

Manifiesto, anticipándose asi a otras declaraciones

con el mismo nombre.

Porque el superrealismo estaba en el aire y generalmente

se olvida hoy —no se registra en ninguna

historia— que el mismo nombre fue recabado

simultáneamente por tres grupos literarios.

En aquella temporada 1923-1924 Ivan Goll (poeta

alsaciano, bilingüe, procedente más bien del expresionismo

germánico, inventor de un vago babelismo

o zenitismo: Zenit se llamaba la publicación

que con Ljubomir Micic publica en Zagreb,

Yugoslavia) da a luz un número de una revista

denominada Surréalisme. Por su parte, Paul Dermée

—que, según se recordará, había pertenecido

al cubismo literario con Reverdy, en Nord-Stid,

interviniendo luego activamente en las veladas dadaístas,

que fundó, más tarde, con Ozenfant L’Esprit

Nouveau— publica otra revista, Le Mouvemert

Accéléré. En ellas se mezclan las firmas de

algunos primitivos dadás, como Picabia, Ribemont-

Dessaignes y Céline Arnauld, con la de Pierre

22 Superrealismo

Albert-Birot. Pero las argumentaciones de unos y

otros para recabar el rótulo poseían muy escasa

fuerza. Ivan Goll se limitaba a señalar a Bretón

ciertos precedentes del superrealismo con el fin

de rebajar sus pretensiones de monopolio. Mas,

por su parte, Goll no pasaba de definir su superrealismo

con términos muy vagos y genéricos

—«transposición de la realidad a un plano artístico

»»—, alzándose contra la sumisión a Freud

mostrada por el autor de Les pas perdus y acusándole

de confundir el arte con la psiquiatría.

Otra reclamación del mismo rótulo fue hecha por

Pierre Morhange, junto con el grupo que redactaba

la revista Philosophies. Si las dos primeras

no merecieron ninguna réplica por parte del grupo

de Bretón, algo distinto sucedió con el último

caso. Una «oficina de investigaciones superrealistas

» que acababa de crearse y que, al solicitar

aportaciones de desconocidos, venía a ser algo así

como una central de los sueños perdidos, conminó

amenazadoramente a Morhange: «Queda usted

advertido, de una vez para siempre, que si se permite

usar la palabra surréalisme. espontáneamente

y sin avisarnos, seremos más de quince en castigarle

con crueldad.» Fulminación apocalíptica a

la que Morhange respondió con no menos solemne

energía: «Venid y seréis acogidos por una defensa

eficiente e implacable. Yo daría mi vida por mi

honor y la daría en defensa de una coma. Mis

amigos y yo —rya lo preveía— vamos a ser los últimos

defensores de la libertad humana.» Con este

lenguaje amedrentador y estas maneras entre bufas

y dramáticas dan comienzo las batallas del

superrealismo; más exactamente, del movimiento

bretoniano que pocos meses después vería el escenario

despejado de enemigos o competidores. Por

lo demás, la diferencia entre ellos y la aludida

oficina de investigaciones superrealistas quedaba

claramente definida en el siguiente aviso: «Que no

se engañe nadie: nuestra acción reviste un carácter

experimental y aventurado que no tiene nada

de común con el de las vulgares especulaciones

El primer manifiesto de Bretón 23

literarias y artísticas que otros han querido bautizar

con el mismo nombre.»

Este nombre nace de hecho con Apollinaire

quien califica «drame surréaliste» su drama bufo

Les mamelles de Tirésias (1917), cuya «tesis» más

visible —todavía no se ha advertido— contradice

los supuestos disolventes del superrealismo bretoniano,

ya que escrito durante la guerra de 19141918

no es, en sustancia, sino un alegato en favor

de la reproducción y responde a una preocupación

de entonces: el descenso de la natalidad en

Francia. Birot —director del teatrillo en que se

representó— ha contado así el origen del calificativo:

«En la primavera de 1917 preparábamos el

programa de Les mamelles de Tirésias, bajo cuyo

título se hallaba escrito simplemente: 'drama'.

Yo propuse entonces a Apollinaire que añadiese

algo. 'En efecto —me dijo—, añadamos supernatur

aliste!; pero yo protesté contra esa adjetivación

que no convenía por varias razones. Apollinaire,

convencido en el acto, dijo: 'pongamos entonces

s u r r é a lis te La palabra conveniente estaba hallada.

» Las razones que le llevaron a desechar la

voz supernaturalisme es que ya había sido empleada,

con sentido distinto, por Baudelaire y por

Nerval. Por su parte, Saint-Pol Roux, ya en nuestro

siglo, había hablado de un «idéoréalisme».

Bretón reconoce estos antecedentes y advierte

que, en homenaje a Apollinaire, Soupault —con

quien escribió el primer ensayo del género, las

prosas automáticas de Les champs magnétiques—

v él adoptaron surréalisme para el nuevo modo

de expresión.

EL PRIMER MANIFIESTO DE BRETON.

DEFINICIONES

Antirrealismo, antinaturalismo, negación y aun

execración absoluta de lo real como materia y base

del arte es lo que resalta, desde las primeras páginas

en el primer Manifiesto de Bretón. «Hay que

24 Superrealismo

hacer —exclama— el proceso de la actitud realista.

» Se rebela contra el «reinado de la lógica», contra

«el racionalismo absoluto que sólo permite captar

los hechos relacionados estrictamente con

nuestra experiencia». Elogia «los descubrimientos

de Freud, gracias a los cuales el explorador humano

podrá ir más lejos en sus búsquedas, autorizado

ya a no considerar únicamente las realidades

sumarias». Y afirma categóricamente: «La imaginación

está a punto de recobrar sus derechos.» El

camino para ello consistirá en no cerrar las vías

de expresión a los sueños con el muro de la realidad.

«Creo —aclara Bretón— en la resolución

futura de esos dos estados, en apariencia tan contradictorios,

como son el Sueño y la realidad; en

una especie de realidad absoluta, de superrealidad,

si así puede decirse.» Pero no es una fusión,

sino una supremacía completa del sueño lo que

desea, según revela esta anécdota que cuenta de

Saint-Pol Roux. Este poeta (a quien tributarían

años después un homenaje que alcanzó caracteres

borrascosos, murió víctima en 1940 de la invasión

nazi) en el momento de acostarse solía dejar un

cartel en la puerta de su habitación: «El poeta

trabaja.» En suma, Bretón alaba sin medida «lo

maravilloso, siempre maravilloso, sea cual fuere».

Mas ese maravilloso nada tiene de mítico, menos

aún de moderno; se queda en los confines algo

descoloridos de un romanticismo negro, tan avernal

como convencional, propio de las novelas inglesas

de terror muy 1820 como El monje de

Lewis. Lo prueba el hecho —no subrayado por

ningún comentarista— de ese castillo imaginario

que Bretón sueña habitado por sus amigos o afines

de entonces. He aquí iniciales antinomias de

un movimiento cual el superrealismo que en su

primer aspecto se manifiesta como anacrónico:

neorromántico, y por ello absolutamente inclinado

al sentimiento, enemigo de la razón; rebelde, en

rebelión contra el mundo exterior más que contra

una sociedad determinada. Anacronismo, destiempo

en que no se ha reparado: a distancia de años

El primer manifiesto de Bretón 25

es difícil reconstruirlo, pero retrotrayéndolo a la

década del 20 y al estado de espíritu entonces dominante

resulta claramente visible. En efecto, era

aquél un período de ardorosa, invencible modernidad.

A él hubiera correspondido esta exhortación

de Rimbaud (Une saison en enfer): «II faut

étre absolument moderne». Fundado quizá sobre

cierta base de ingenuidad, dominaba entonces una

jubilosa vitalidad afirmativa, que en lo artístico

se traducía mediante la incorporación de nuevos

elementos, frescos estímulos temáticos. Contrariamente,

ni la menor apariencia de modernidad en

los motivos conductores que aportaba el superrealismo;

antes bien, la negación y descrédito más

absoluto de todos sus símbolos y «slogans»: racionalismo,

funcionalismo, maqumismo.

Mas —cortando estos primeros reparos— vengamos

a la definición del superrealismo, muy reproducida,

pero que no podemos dejar de incluir

aquí, por André Bretón:

«Automatismo psíquico, mediante el cual se

pretende expresar, sea verbalmente, por escrito

o de otra manera, el funcionamiento real

del pensamiento. Dictado del pensamiento con

ausencia de toda vigilancia ejercida por la razón,

fuera de toda preocupación estética o

moral.»

Por cierto, esta última cláusula no tardó en ser

felizmente contradicha, pues —anticipemos— lo

que treinta, cuarenta años después emerge del

superrealismo son ciertas actitudes éticas ante algunas

crisis de conciencia (por ejemplo cuando

se produjo la escisión de los afiliados al comunismo),

junto con la talla moral imperturbablemente

mantenida por Bretón, siempre exento de

concesiones y compromisos.

En cuanto a su definición filosófica, léase a continuación:

«El superrealismo reposa sobre la creencia

en la realidad superior de ciertas formas de

26 Superrealismo

asociación desdeñadas hasta ahora, en la omnipotencia

del sueño, en el juego desinteresado

del pensamiento. Tiende a desacreditar

definitivamente todos los demás mecanismos

psíquicos, reemplazándolos en la resolución

de los principales problemas de la vida.»

Finalmente, una relación de aquellos que habían

«dado fe de superrealismo absoluto»: Aragón, Barón,

Boiffard, Bretón, Carrive, Crevel, Delteil,

Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Morisse,

Naville, Noli, Péret, Picón, Soupault, Vitrac.

Seis años después, cuando Bretón publica el segundo

Manifiesto no le quedan más que tres nombres

fieles: Aragón, Eluard y Péret, aunque otros

nuevos se hayan incorporado. Mayor vigencia conserva

cierta relación de precursores superrealistas.

Encabezándola con «Dante y, en sus mejores días,

Shakespeare»; seguía luego una larga lista: Swift,

Sade, Chateaubriand, B. Constant, V. Hugo, Desbordes-

Valmore, A. Bertrand, Rabbe, Poe, Baudelaire,

Rimbaud, Mallarmé, Jarry, Nouveau, Fargue,

Vaché, Reverdy, Saint-John Perse, Roussel.

Carácter definitorio asume también cierto párrafo

—casi nunca recordado— de Louis Aragón,

perteneciente no al manifiesto Une vague de reves,

sino a Le paysan de Paris:

«Anuncio al mundo que acaba de nacer un

vicio nuevo, un vértigo más, el superrealismo,

hijo del frenesí y de la sombra. Entrad; aquí

comenzaron los reinos de lo instantáneo. [...]

El vicio llamado superrealismo es el empleo

irregular y pasional del estupefaciente imagen,

o más bien, de la provocación sin albedrío

de la imagen por sí misma y por todo

lo que aporta al dominio de la representación,

ya que cualquier imagen, a cada embate, invita

a revisar todo el universo. Destrucciones

espléndidas: el principio de utilidad se hará

extraño a todos los que practiquen este vicio

superior.»

El primer manifiesto de Bretón 27

En la práctica, tales teorías se traducen inicialmente

mediante la «escritura automática» —ia decir

verdad, siempre un poco forzada desde el momento

en que el autor adquiere inevitablemente

conciencia de ella—. Pero esta conciencia del hecho

de escribir «dejándose llevar», para lo cual

se sitúan en un estado más cercano del sueño

que de la vigilia, les permite dar rienda suelta

a su fondo no consciente. Descubren —vienen a

explicarnos— que el azar es el gran vehículo de

lo maravilloso y que las imágenes insólitas brotan

en aquel estado especial que precede a la llegada

del sueño. Bretón cuenta cómo un día, en tal momento,

estaba rumiando una frase insistente, nítidamente

articulada, que «golpeaba la ventana».

Era algo así como «hay un hombre cortado en

dos por la ventana», en lo que no podía haber

equívoco, pues surgía acompañada por la débil

representación visual de un hombre en marcha

y seccionado en su mitad por una ventana perpendicular

al eje de su cuerpo. Como quiera que

en aquel tiempo vivía preocupado de Freud (pocos

años antes, durante la guerra, en su condición

de estudiante de medicina, Bretón había hecho

ensayos psicoanalíticos con algunos soldados afectados

de traumas psíquicos) trató —dice— de obtener

de sí mismo lo que se les pide a los enfermos:.

«un monólogo de elocución rapidísima, sin

intervención de ningún juicio». En esta disposición

de espíritu resolvió un buen día, con Philippe

Soupault, pero cada uno por su cuenta, aplicarse

«a emborronar papel con un plausible desprecio

de lo que resultara literariamente». Y así

nació un librito, Les champs magnétiques, en 1919.

La íeceta que Bretón da, no sin humor, para escribir

de modo superrealista es la siguiente:

«Haced que os traigan recado de escribir,

después de haberos establecido en un lugar

propicio a la concentración de espíritu. Haced

abstracción de vuestro genio, de vuestros talentos

y de los ajenos. Decios que la litera28

Superrealismo

tura es uno de los más tristes caminos que

llevan a todo. Escribid rápidamente, sin tema

preconcebido, bastante de prisa para no olvidar

y no sentir la tentación de releeros. La

frase vendrá por sí sola, pues es verdad que,

en cada segundo, hay una frase extraña a

nuestro pensamiento consciente que sólo pide

exteriorizarse.»

PRIMERAS OBJECIONES.

SUPERREALISMO Y PSICOANALISIS

¿Qué tiene de nuevo el procedimiento así descrito?

¿Acaso el denostado «trance» de inspiración

romántico no supone en el escritor sumergirse

en una especie de nebulosa, en un estado a medias

lúcido? La única diferencia es que con el

superrealismo el escritor se abandona por entero

a las fuerzas oscuras de lo inconsciente, hace por

provocarlas; escarba en su interior, con el propósito

de aflorar el oro y la escoria —con preferencia

lo segundo—, hasta los últimos posos más turbios,

que de otra forma no se atrevería a sacar a luz.

Los superrealistas traspasan a la literatura, convierten

en sistema el método que Freud había

descubierto desde comienzos de siglo, pero que

sólo en la década del 20 logró plena expansión,

para curar las neurosis mediante la confesión catártica.

No con fines terapéuticos, sino con el de

hallar un filón de poesía insólita, los superrealistas

aplícanse durante algún tiempo a provocar

«sueños despiertos» en algunos del mismo grupo,

señaladamente Robert Desnos y René Crevel. Este

es el período (1923-1925) que en la historia de los

anales superrealistas se conoce como «época de

los sueños», a la cual sucederá la «época razonante

». Dados los riesgos que se cernían sobre

estos experimentos y sus equívocas proximidades

con el espiritismo, Bretón hubo de suspenderlos,

sin perjuicio de recaer años más tarde en otro

foso semejante: el ocultismo.

Pero el riesgo máximo de confusiones viene de

Superrealismo y psicoanálisis 29

otro lugar. Si el psicoanálisis ha sido reconocido

como un método para la interpretación de los sueños,

¿supone ello aceptar que tal procedimiento

pueda homologarse con el de la creación artística

o, más ambiciosamente todavía, constituir su más

directo camino de acceso? Cierto es que el estado

poético, la tan alabada por algunos como denostada

por otros inspiración (así Paul Valéry, quien

confesaba preferir cualquier producto ordinario

consciente a la más leve centella de genialidad

lograda en la inconsciencia), supone habitualmente

cierto abandono de la lucidez. Mas ¿por qué

aceptar que cualquier transporte o alienación haya

de dar origen a una obra estéticamente valedera?

¿Por qué el sueño ha de ser la vía más segura

de acceso a la creación literaria, aun reduciendo

ésta a la poesía, y aún más, estrechándola al único

ramo de la lírica, lo que ya es una merma muy

sustancial de la pluralidad expresiva que ofrece

el arte? Tal es el error en que se precipitan los

superrealistas mediante la explotación unilateral

del psicoanálisis y el empleo de la escritura automática.

Cierto es que Bretón y los suyos, curándose

en salud, declararon desde el primer momento

que la «calidad» no les interesaba al despreciar

la literatura, inclusive la que no se califica —o

descalifica, más bien— entre comillas. Pero el resultado

pronto estuvo a la vista: no habían pasado

muchos años cuando el mismo autor debió confesar

que «la historia de la escritura automática

sólo era una serie de fracasos e infortunios».

Más recientemente (en un artículo de 1953, «Del

superrealismo y sus obras vivas», incluido en la

última edición de los Manifestes du surréalisme,

1963), buscando una tangente, pero falseando algo

los propósitos iniciales, escribe que mediante el

fallido procedimiento intentaban «reencontrar el

secreto del lenguaje». Se trataba —dice— de «sustraer

el lenguaje al uso cada vez más estrictamente

utilitario, único medio para emanciparlo

y devolverle todo su poder». Empeño al que —no

lo olvidemos— en los últimos lustros se aplica30

Superrealismo

ron otros con más provecho que los superrealistas,

desde Joyce y los corifeos del «lenguaje de

la noche» hasta Henri Michaux y E. E. Cummings.

Por cierto —anotemos al pasar—, las innovaciones

verbales del superrealismo han sido nulas, y

si hay un ejemplo de prosa académica —en el

buen sentido de la palabra—, regida por la mesura

y peraltada por cierto énfasis es la del propio

autor de Nadja.

Los practicantes de esa escuela, deslumbrados

ante los primeros fulgores freudianos, optaron por

el camino más corto —una simple mimesis de la

elocución catártica propia de los psicoanalizados—,

estimando que tal procedimiento ofrecería

interés por el hecho de transmitirlo al papel.

Antes de seguir aclararé: ninguna de estas objeciones

implica negar que antes y después de

Freud el sueño sea un fermento de la obra literaria,

pero de ahí a considerarlo como método

y valor único media, una distancia insalvable. Ya

los románticos alemanes —según ha documentado

Albert Béguin (L’áme romantique et le reve)—

otorgaron al sueño un valor poético capital. Novalis

llega a sostener que la poesía es la única verdad

y que se reconoce en su alejamiento de la realidad:

«la poesía es lo real absoluto». Jean Paul,

en tres tratados teóricos, desenvuelve las relaciones

entre sueño y poesía; considera el sueño como

una poesía involuntaria. Para Nerval el sueño es

una segunda vida. Pero ¿acaso no parten de un

espejismo? Roger Caillois (L’incertitude qui vient

des revés) quiere demostrar que, contra la opinión

común, el sueño no es vago ni confuso; antes

bien, duro y categórico. Opinión muy subjetiva

que admite otras adversas; acierta más tal vez

cuando, mediante ejemplos, niega todo valor premonitorio

al sueño. Pero en este punto la experiencia

personal es incanjeable, y cualquier sueño,

por su esencial ambigüedad, admite contrarias interpretaciones:

todas ellas son «dirigidas» al pretender

descifrarlas.

Pero lo que importa, en el plano del arte, es

Superrealismo y psicoanálisis 31

medir y valorar la calidad puramente estética del

producto que los sueños pueden engendrar. Reaccionando

tempranamente contra la confusión ya

apuntada (la abusiva ecuación: sueño igual a poesía,

igual a obra de arte) es oportuno recordar

que, ya en un artículo de 1936, Fernando Vela

hacía estas puntualizaciones: «Si de acuerdo con

los principios superrealistas dejamos que el inconsciente

actúe de continuo, no sólo en determinados

instantes, y transcribimos sin desfiguración

sus impresiones, recogeremos una magnífica

cosecha de imágenes insólitas y maravillas extraordinarias;

la excepción se hará regla. Si los razonamientos

tuviesen en arte igual efectividad que

en la ciencia, es evidente que el literato suprarrealista,

poseedor del magnífico secreto, gozaría

de todas las ventajas prácticas de una patente.

El Manifeste du surréalisme valdría como el prospecto

de un abono o fertilizante espiritual y Poisson

s o lu b le que le sigue, como la muestra de la

rozagante mazorca cosechada.» Pero en realidad

—en la realidad de los resultados literarios— dista

mucho de ser así. La teoría del superrealismo ha

ido siempre mucho más lejos que el logro de los

textos superrealistas propiamente dichos. Hay una

prueba irrefutable: la primera edición del Manifesté

du surréalisme en 1924 se completa con un

texto más extenso: una serie de ejemplos de escritura

automática bajo el título de Poisson soluble.

Pues bien, ¿cuántos han leído esas páginas?

¿Ha dado alguien su sincero paréete sobre esa

especie de poemas en prosa, sin brillo fu relieve,

con ligeras discordancias de sentido en la frase;

en suma, una mezcla de reminiscencias románticas,

deliquios sentimentales, sobre una trama voluntariamente

inconexa, pero no lo suficiente para

sorprender o interesar? Los aciertos de Bretón en

cuanto prosista hay que buscarlos años después,

en sus libros seminovelescos, semibiográlicos, confrontaciones

de episodios soñados con otros vividos

por el propio autor y que se llaman Nadja,

L'amour fou y Les vases communicants.

Como en otros casos semejantes, el curso de la

evolución del superrealismo puede seguirse mejor,

con más proximidad que en los libros, en las revistas

y manifiestos. La Révolution Surréaliste4

—cuyas portadas, por lo general, le daban un aire

de revista paracientífica— se presenta como órgano

de la oficina de investigaciones superrealistas.

En la cubierta del primer número resalta esta

afirmación con grandes letras: «Hay que llegar a

una nueva afirmación de los derechos del hombre

» que, según se deduce de páginas posteriores

y del manifiesto de Bretón, son más bien los «derechos

de la imaginación». En la parte central de

la misma página aparece la fotografía de una anarquista,

en aquellos años famosa, orlada por las

cabezas de los superrealistas, más la de Freud.

El artículo editorial está firmado por J. A. Boiffard,

Paul Eluard y Roger Vitrac, y contiene frases

como éstas: «Puesto que el proceso de la inteligencia

ya está hecho y la inteligencia deja de ser

tenida en cuenta, únicamente el sueño concede al

hombre todos sus derechos a la libertad...»; «ya

los autómatas se multiplican y sueñan; en los cafés

piden rápidamente recado de escribir; las mesas

de mármol son los grafismos de su expresión...

». «La Revolución, la Revolución. El realismo

es escamondar los árboles; el superrealismo

es escamondar la vida.» Muy aficionados a las

consultas y cotejos —según había demostrado ya

en Littérature al preguntar: «¿Por qué escribe

usted?»—, inician varias encuestas. La primera

4 Su número 1 apareció en diciembre de 1924; el 12 y

último, en diciembre de 1929. Fue continuada, un año después,

por Le surréalisme ati service de la Révolution, cuyos

seis números van de julio de 1930 a mayo de 1933. En

cuanto a Minotaure, aun no siendo específicamente superrealista,

está presidida por tal espíritu, sobre todo en la

parte artística y g r á fic a ; sus doce números se extienden

desde junio de 19Í3 a octubre de 1938. Los números especiales

de revistas, tanto como los libros teórico-críticos,

se registran —según lo anunciado— en la bibliografía final.

HISTORIA Y ANECDOTA

Historia y anécdota 33

delatando el relente, la atmósfera ancestral del

romanticisco 1820, donde de modo subconsciente

se mueven, a despecho de otros signos adversos,

interroga: «¿Es una solución el suicidio?» En su

lugar quedarán señalados los «ejemplos prácticos

». Otras encuestas son: «Rebuscas sobre la sexualidad

». «¿Qué clase de esperanzas pone usted

en el amor?»; años más tarde, en Minotaure (1933):

«¿Puede usted decirnos cuál ha sido el encuentro

capital de su vida?» En cuanto a la literatura

—¡perdón!— propiamente dicha que aportaron,

en ese primer número mencionado, aparecen sueños

de Chirico y Bretón, «textos superrealistas»

de Desnos, Péret, Malkine, Morisse, crónicas de

Aragón, Soupault, Delteil, etc.; nombres que menciono

solamente para dar noción de la diversidad

de autores que pasaron en un momento dado por

esa escuela.

No tarda mucho en producirse una rasgadura.

Surge cuando uno de los que figuraban como directores

de la revista, Pierre Naville, afirma, en el

número 3, la imposibilidad de que se produzca una

expresión plástica del automatismo del pensamiento;

esto es, una pintura y una escultura superrealistas.

Se equivocaba plenamente, pues en realidad

la mejor cosecha que lleva recogida el superrealismo

se da en el campo de la plástica, según

detallaremos más adelante; baste sólo ahora mencionar,

aparte los cuadros de Chirico, bastante anteriores

en fecha, los verdaderamente extraños,

turbadores, pegotes y montajes de Max Ernst; la

incorporación de Dalí es posterior. Bretón expulsa

al disidente, asume la dirección de la revista y

comienza a publicar las disquisiciones sobre Le

surréalisme et la peinture, aparecidas poco más

tarde en libro, 1928. No entraremos ahora en su

análisis; retengamos únicamente esta frase: «La

obra plástica, para responder a la necesidad de

revisión absoluta de los valores reales en que hoy

todos los espíritus concuerdan, se referirá a un

modelo puramente; interior o no existirá.» Luego

si quisiéramos resumir provisionalmente todos

II.—3

34 Superrealismo

sus alegatos, veríamos que también en este punto

tienden a desacreditar no ya sólo el mundo exterior,

sino más ampliamente la representación artística

de la realidad; a tal punto que el superrealismo

bien pudiera haberse llamado más exacta

y ampliamente antirrealismo.

Otra escisión de mayores alcances surge cuando

quieren pasar al plano empírico su revolucionarismo

ideal, a partir de un manifiesto de 1925

titulado La revolución ante todo y siempre, que

junto con sus dilatadas prolongaciones merecerá

capítulo aparte. De hecho, por lo demás, las proclamas

estrictamente literarias se enrarecen hasta

casi desaparecer y todas tienden más bien hacia

objetivos revolucionarios.

Una excepción es el manifiesto que una docena

de superrealistas endereza contra André Bretón,

bajo el título de Un cadavre; el mismo rótulo

que varios de los mismos habían utilizado seis

años antes para despedir burlona e iracundamente

a Anatole France. Pues bien, a raíz del Second

manifeste du surréalisme, donde Bretón atacaba

implacablemente, acusándoles de «desviaciones» y

concesiones, a varios de sus primeros camaradas

como Soupault, Ribemont-Dessaignes, Desnos, Vitrac

y el pintor Masson, entre otros, éstos replican

en una hoja tan agresiva como ingeniosa y

caricaturesca. Y sin embargo, el culto que poco

antes habían rendido esos escritores o que le rindieron

otros después, seducidos por cierta imantación

espiritual, cierto aire superior que desprendía

la figura de Bretón, no puede olvidarse; ejemplos

de tal influjo se encuentran en algunas páginas

de los recuerdos de un testigo llegado de otro

horizonte y por ello imparcial: Mathew Josephson.

Las filípicas de Bretón no se limitaban a los nombres

citados, unidos a Artaud, Delteil, Gérard, Limbour;

se extendían .también a los antecesores: a

Rimbaud —uno de los totems del superrealismo,

junto con Lautréamont, Sade y pocos más—, reprochándole

que «no haya hecho completamente

imposibles ciertas interpretaciones deshonrosas de

Historia y anécdota 35

su pensamiento, género Claudel»; asimismo dirigía

recriminaciones postumas a Baudelaire y a Poe.

Aparte estos «saldos de cuentas» actuales y retrospectivos,

la única novedad que este segundo manifiesto

introduce consiste en ciertas imprevistas

alusiones a la alquimia, a la magia, a la astrología,

justificadas en parte por el declarado amor de

Bretón a lo «maravilloso», pero que casan de forma

demasiado incongruente con las citas respecticas

de Marx, Engels, Feuerbach. ¡Extraño, imposible

maridaje de la magia con el materialismo

dialéctico!

Compensando las fugas se producen algunas incorporaciones

importantes: tales las de Salvador

Dalí y Luis Buñuel con sus filmes Le chien andalón

y L’áge d’or, estrenados en París, en 1929 y

1931, respectivamente. Ambas películas están montadas

sobre secuencias tan incongruentes como

provocativas. Cristalizan en ellas la «belleza convulsiva

» y la intención agresiva, postulados esenciales

de las más genuinas invenciones superrealistas,

y se combinan con el empleo de símbolos

freudianos. Todas sus escenas e imágenes no tienden

sustancialmente sino a inquietar, sacudir y

aun irritar al espectador: así, en El perro andaluz,

la navaja de afeitar que corta el ojo de una muchacha;

la mano y la axila de otra mujer llena de

hormigas; un asno muerto tendido sobre el teclado

de un piano de cola; y en La edad de oro los

esqueletos de obispos mitrados sobre las rocas

de una playa... (Ahí se hallan los gérmenes —sadismo,

violencia, crueldad— de los filmes más

cabales que años después produciría Buñuel: Los

olvidados, Viridiana...). La edad de oro alcanzó

plenamente su ideal provocador. El cinematógrafo

parisino donde se exhibía —Studio 28— sufrió un

ataque a mano armada de los «camelots du roi»,

quienes arrojaron tinta sobre la pantalla y destruyeron

el vestíbulo. El filme fue luego prohibido

por la policía. Entretanto Dalí aporta su método

de «criticismo paranoico», expuesto en el

libro La femme visible, que ilustra un retrato de36

Superrealismo

moníaco de Gala. Al mismo tiempo, en pugna con

el racionalismo y el funcionalismo de la arquitectura

y la decoración contemporánea, Dalí inicia la

ola de rehabilitación de un estilo cursi y abolido

como el «art nouveau» —o más exactamente Ju•

gendstil, dada su procedencia germánica— de fines

del siglo xix y comienzos del siglo actual. Surgen

asimismo los objetos de funcionamiento simbólico,

«basados —Dalí dixit— en los fantasmas y

representaciones susceptibles de ser provocados

por la realización de actos inconscientes». Por su

parte, Bretón y Eluard se aplican a escribir ensayos

de simulación de los diversos estados de delirio

propios de los locos, a modo de ejemplos

quizá no tanto de pura poesía como de la imaginación

sin trabas: de ahí el título Uimmaculée

conception (1930) que publican en colaboración.

Aragón en La peinture au défi lanza un reto a la

pintura con pinceles y exalta como medio supremo

el «collage». Sus mejores ejemplos: los álbumes

La femme 100 tétes y Une semaine de bonté,

donde Max Ernst consigue los efectos más turbadores

mediante la superposición sobre la misma

lámina de recortes tomados de ilustraciones correspondientes

a folletines antiguos y libros médicos,

botánicos, etc. Se evidencia así cómo la incongruencia

de las imágenes gráficas es mil veces

superior a la realizada mediante palabras.

A principios de la década del 30 el superrealismo

logra repercusión en otros países. Se constituyen

grupos y se celebran exposiciones en Londres,

Praga, Belgrado, Tokio, Copenhague... En

España su único eco conjunto se da en Tenerife

mediante la Gaceta de Arte que allí publica Eduardo

Westerdhal; los reflejos hispanoamericanos

—que más adelante apuntaremos— son más débiles

y tardíos. Ya al final del período entre dos

guerras, el superrealismo parece alcanzar su clímax.

Aludimos a una exposición internacional del

grupo donde figuran representados catorce países.

Es una muestra decisiva no sólo efi cuanto revela

la irradiación alcanzada, sino por el catálogo que

Historia y anécdota 37

le acompaña y que es uno de los más curiosos

textos del movimiento: un Dictionnaire abrégé du

surréalisme; finalmente por la fecha, 1938, epílogo

de un precario mundo de paz, ya que la segunda

guerra había de ser fatal para dicha escuela.

Ramón Gómez de la Serna, en un capítulo de

sus Ismos, transcribió alguna de las definiciones

que componen el citado Diccionario abreviado del

superrealismo. Pero en rigor, pocas son las que

dan en el blanco •• de la aguda o de la perfecta

incongruencia. Por ejemplo: «Arte. Concha blanca

en una cubeta de agua.» «Belleza. La belleza será

convulsiva o nada. A. Bretón.» «Muleta. Soporte de

madera que deriva de la filosofía cartesiana. Generalmente

sirve de sostén a la ternura de las

estructuras blandas. S. Dalí.» «Cadáver exquisito.

Juego de papel plegado que consiste en componer

un dibujo, una frase por varias personas, sin que

ninguna de ellas pueda tener en cuenta las colaboraciones

precedentes. El ejemplo, hecho clásico,

que ha dado su nombre al juego, es la primera

frase obtenida mediante tal procedimiento: 'El

cadáver —exquisito— beberá —un vino— nuevo1.»

«Erotismo. Ceremonia fastuosa en un subterráneo.

» «Hegel. Todavía hoy es menester interrogar

a Hegel sobre lo bien o lo mal fundado de la

estética süperrealista.» «Superrealismo. Mediante

la aplicación de la sentencia hegeliana: Todo lo

que es real es racional, y todo lo que es racional

es real' puede esperarse que lo racional abrace

en todos los puntos la marcha de lo real; y, efectivamente,

la razón de hoy nada se propone tanto

como la asimilación continua de lo irracional, asimilación

mediante cuyo proceso lo racional está

llamado a reorganizarse sin cesar, para reafirmarse

y acrecerse. En este sentido debemos admitir

que el superrealismo va acompañado necesariamente

de un superracionalismo (la palabra pertenece

a Gastón Bachelard) que le dobla y le mide.

A. Bretón.» «Razón. Nube comida por la luna».

38 Superrealismo

«Seno. El seno es el pecho elevado al estado de

misterio, el pecho moralizado. Novalis.»

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