Carmen Martín Gaite
Después de todo
Poesía
a rachas
Carmen Martín Gaite, 1993
Prólogo: Jesús Munárriz
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
PRÓLOGO
EN 1976, apenas iniciada la marcha de las publicaciones, pusimos a
disposición de los lectores un pequeño volumen de poesías de Carmen Martín
Gaite con el título de A
rachas, que llevaba el número 7 de la serie «libros Hiperión». La
cubierta, sin dibujos, iba impresa sobre fondos de color blanco y malva —«aquel
poquito de malva / que por naciente venía»— y el libro contenía 36 textos,
agrupados en dos apartados: «Poemas de primera juventud» y «Poemas
posteriores», más las «Diez coplas de amor y desgarro». Iban precedidos de la
breve nota que a continuación se reproduce, firmada y fechada por mí el 18 de
marzo de aquel año:
NOTA EDITORIAL
Quiere Carmen Martín
Gaite que explique aquí cómo y por qué se edita este libro. Supongo que con
ello pretende, de alguna manera, salir al paso de esos partidarios del
encasillamiento, que tanto abundan, a los que ella ha desconcertado ya un par
de veces con sus incursiones por los campos de la historia (magníficas
incursiones su
Macanaz y sus Usos amorosos del XVIII, o con su asomarse a las tablas como intérprete ocasional de canciones
populares gallegas. Gentes que al ver esta recopilación de poemas es muy
posible que refunfuñen: «Pero esta mujer, ¿a qué se dedica? ¿No le basta con
sus novelas?».
A Carmen Martín Gaite, evidentemente, no le basta con sus novelas, ni
con sus narraciones, ni con sus ensayos, ni con sus traducciones, ni con haber
empezado su carrera literaria ganando el premio «Nadal», ni con sus trabajos
históricos, ni con su investigación sobre «el arte de contar», en la que
trabaja desde hace tantos años y que ya va tomando últimamente forma de libro.
Ni con tantas otras preocupaciones y dedicaciones —en especial el cultivo de la
amistad, de las amistades— que la hacen permanecer atenta a cuanto le rodea,
con esa curiosidad universal que es el primer escalón para llegar a la
sabiduría.
Y además de todas esas cosas y sabe Dios cuántas más, Carmen Martín
Gaite es también poeta. O Dejémoslo en que escribe poemas, «a rachas», es
verdad, como ya indica el título. Pero desde hace mucho tiempo; desde sus años
de Salamanca. Bastante antes de la prosa, fue la poesía el primer género que Y
por revistas salmantinas de aquellos años debe haber quedado perdida más de una
muestra.
Pero también es verdad que, exceptuando aquellos juveniles escarceos,
Carmen Martín Gaite no pensó nunca en publicar sus poemas. El culpable, si
culpa hay, debo ser yo. Ella escribía, de vez en cuando, unos versos, motivada
generalmente por algo o alguien, y si no iban a parar directamente al cajón o a
la papelera, se los enviaba a sus destinatarios, cuando los había, sin
molestarse siquiera en hacer copias. O bien se los pasaba a su cuñado Chicho para
que los cantara, si le parecían oportunos y les encontraba alguna música
apropiada.
Así conocí yo, hace años, el primer poema de Carmina, ése que empieza:
«Ni aguantar ni escapar, ni el luto ni la fiesta…», y que podría ir encabezado
y refrendado por una cita de Ronsard, partidario de iguales maneras: «Ni trop
haut, ni trop bas, c’est le souuverain styte». Con música de Chicho, este poema
se cantaba —lo cantábamos— hace unos pocos años. A lo mejor cualquier día,
alguien se decide a recogerlo en un disco. Valdría la pena.
Más recientemente, en un número de La Ilustración Poética Española e
Iberoamericana, publicamos otros tres poemas suyos.
Coincidió esto con los primeros trabajos preparatorios de la colección
«Hiperión», y se me ocurrió que podríamos editar en ella los poemas de Carmen
Martín Gaite, junto a los de otros poetas también más o menos «vergonzantes» de
serlo, como Juan García Hortelano y Juan Benet, que esperamos aparezcan en
breve.
Cuando le pedí sus poemas, se extrañó muchísimo y me confesó que no
tenía, ni de lejos, poemas suficientes para hacer un libro. No creía que
llegaran a una docena en total los que podía recolectar hurgando por aquí y por
allá entre sus papeles. Quedé en darle una semana de tiempo para esta rebusca.
Ocho días después la telefoneé. Seguía opinando lo mismo, pero se había
acordado de la existencia de una libreta donde debían estar algunos de los
poemas de Salamanca. Si aparecía, probablemente podríamos organizar un libro.
Días después la libreta apareció. Carmen copió a máquina y me dio a leer
algunos de aquellos poemas. A mí me gustaron. Esto la animó a seguir copiando y
seleccionando algunos más, que son los veinte que forman la primera parte de
este libro con el título «Poemas de primera juventud».
Luego estaban los que aquí se llaman «Poemas posteriores».
Corresponden, más o menos, a distintas épocas y momentos de digamos, los quince
últimos años. Son dieciséis más, sin contar las «Diez coplas de amor y
desgarro» con que se cierra el libro Alguno fue escrito precisamente en esos
días en que la autora preparaba esta colección. Otros tuvo que reconstruirlos
de memoria, pues los había enviado, en su día, a este o al otro, conservaba
copia. Se han ido juntando así, «a rachas», igual que a rachas fueron escritos,
estos cuarenta y seis poemas que componen el libro, divididos en dos épocas
claramente diferenciadas.
En los «poemas de primera juventud» podemos reconocer el mismo mundo
juvenil y provinciano de su primera novela, Entre visillos; la misma
melancolía, esa tristeza del paso de la adolescencia a la juventud, el anhelo
por salir al mundo, por conocerlo y abarcarlo. La expresión, el ritmo de los
versos, la música, son de los años cincuenta, los años en que publicaban sus
primeros versos Valente, Caballero Bonald, Claudio Rodríguez o Ángel González.
En los «Poemas posteriores», Carmen Martín Gaite abandona generalmente
el verso libre para someterse a la estrofa y a la rima, a menudo con un deje de
canción. La expresión es más personal y la lengua posee la fuerza y el regusto
por el lenguaje hablado, por la expresión popular y acuñada —aunque engarzada
en un contexto más rico que el habitual—, que es una de las características de
su prosa, tanto de la escrita como de ese hablar de cada día, en cuyo arte —el
de la conversación— ella es maestra consumada. Los temas, a su vez, penetran
más profundamente en el vivir, con esa profundidad que van dando los años y la
experiencia.
Pero el lector debe ser quien juzgue y aprecie todo esto. Yo quería
únicamente contar aquí, por deseo de su autora, la génesis de este libro. Libro
que se escribió a rachas, a rachas se organizó, como casi todo en esta vida, y
así se llama:
A rachas.
TRES AÑOS DESPUÉS
Aquel librito fue
bien acogido por los lectores, ya que en sólo tres años se agotaron los ejemplares
impresos y decidimos reeditarlo. Pasó así a formar parte, con el número 21, de
la nueva serie «poesía Hiperión», creada en el intervalo. El fondo malva se
extendió a toda la cubierta y hubo que ilustrarlo con un dibujo, de acuerdo con
las características de la colección.
A mí me gusta consultar estos detalles con los autores, pero Carmina en
aquel momento se nos había ido a Nueva York y delegó la elección en su hija
Marta. Fue ella quien seleccionó la divertida bañista casera que figuró en la
segunda y tercera edición de A rachas y que con cariño, y en recuerdo de quien tan
pronto nos dejó, se recoge ahora en esta nota preliminar, también ella
racheada:
Si la edición de 1979 sólo había
traído al libro cambios formales, la de 1986 se anunció, ya en la cubierta,
como «tercera edición, aumentada», y así era. Intercalé entonces en el prólogo
un penúltimo párrafo, que decía:
El libro se publicó por primera vez en 1976. En 1979 se reeditó sin
introducir en él ningún cambio. Agotada también esta segunda edición, hablé con
Carmen para preparar la tercera y, como era de esperar, la poesía había vuelto
a visitarla. A rachas, naturalmente. De la última racha son los tres poemas que
cierran el libro, entre los que destaca «Todo es un cuento roto en Nueva York»,
publicado previamente en los Pliegos de poesía Hiperión. De la primera época son los seis poemas finales que se añaden aquí a
los de «primera juventud», encontrados por su autora en una de sus pesquisas
por libretas antiguas. La poesía de Carmen Martín Gaite va así tomando un
cuerpo y una categoría cada vez más indiscutibles.
DALE QUE DALE
Y así llegamos a
1992, cuando hace ya bastante que de A rachas no queda ni un ejemplar en las librerías y, al
proponerle una nueva edición, Carmen decide que vuelva a ser «corregida y
aumentada», porque en este tiempo ha ido escribiendo, desde luego, nuevos
poemas, y hasta decide cambiarle el título, porque han pasado mientras tantas
cosas… Después de
todo se llama ahora su libro. El que recoge su «poesía a rachas».
Pero a la vez Carmiña, en este tiempo, no ha parado. A su Usos amorosos de la
posguerra (1986), que tanto gustó, han seguido exitazos merecidos
como Caperucita en
Mannhattan o Nubosidad variable, que han vuelto a ampliar el número de
lectores, admiradores y seguidores —y seguidoras, claro— incondicionales de la
obra de Carmen Martín Gaite. Porque Carmina ha conseguido ser el autor más
leído de su generación, y ello sin concesiones ni desvíos, manteniéndose
siempre fiel a sus planteamientos, literarios y éticos. Y todo ello, además
—raro mérito, sin subírsele a la cabeza, esa cabeza en la que tanto cabe.
Porque, ¿en qué cabeza sino en la suya cabe que una mujer que ha
recibido, entre otros, el premio Nacional de Literatura, el Príncipe de
Asturias y el de las Letras de Castilla y León se vaya los martes por la noche
al Manuela, el cafetín del barrio de Maravillas que regenta Juan Manglana con
inquebrantable vocación de a contrapelo, a recitar versos con Paco Cumpián,
Chicho Sánchez Ferlosio y otras gentes de las que salen poco en los papeles y
aún menos en la tele?
Pues allí se la puede ver y oír cada dos por tres, predicando con el
ejemplo, haciendo más por la poesía que un batallón de funcionarios culturales.
Gracias, Carmina, en nombre de todos los poetas.
Habrá que ir acabando, digo yo, que de las presentaciones, lo que más
se agradece es la brevedad. Pero no me gustaría terminar sin aludir a otras
actividades de Carmina, tal vez menos conocidas. Como podrían ser sus
traducciones, sus recuperaciones de autores olvidados, o sus guiones para
televisión.
Los poemas de William Carlos Williams y los viejos cuentos españoles
—pero escritos en inglés— de Felipe Alfau son dos notables ejemplos de lo
primero: los prólogos al propio Alfau y al primer libro de Elena Fortún,
magníficos ambos, lo serían de lo segundo; y Santa Teresa y Celia, como
personajes televisivos, de lo tercero. Son nombres, creo, que a pocos dejarán
indiferentes. Carmen recrea para nosotros con igual devoción y gracia a la
santa del XVII que a la niña de la segunda república, se mete en los personajes, los
vive desde dentro y así consigue que luego, cuando veamos a la monja de Ávila o
a la chavala madrileña meterse en nuestras vidas a través de la pequeña
pantalla, nos las creamos y disfrutemos con sus aventuras como la propia
Carmina ha disfrutado reescribiéndolas.
Pues además de todo eso, Después de todo nos ofrece también la poesía a rachas de
Carmen Martín Gaite, en versión corregida y notablemente aumentada. Yo, como
editor, estoy convencido de que los lectores la acogerán con tan buena
disposición como en ocasiones anteriores: porque merecerlo, se lo merece. Que
así sea.
J.M. marzo, 1993
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