jueves, 19 de enero de 2023

Haroldo Conti. FRAGMENTO NOVELA.

 


 

Haroldo Conti nació en 1925 en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Fue maestro, seminarista, profesor de latín, empleado de banco, piloto civil, nadador, navegante y guionista de cine. Estudió y se graduó en Filosofía. En 1956 publicó la pieza teatral Examinado. En 1962 ganó el Premio Fabril con su primera novela, Sudeste. Se convirtió en una de las figuras de la llamada "generación de Contorno".

Publicó además: Alrededor de la jaula, (Premio Universidad de Veracruz, México, llevada al cine por Sergio Renán como Crecer de golpe); En vida (Premio Barral, España, cuyo jurado estuvo integrado por García Márquez y Vargas Llosa), y los libros de cuentos Todos los veranos (Premio Municipal), Con otra gente y La balada del álamo Carolina. En 1975 publicó Mascaró (premio casa de las Américas).

El 4 de mayo de 1976, tras el golpe militar, fue secuestrado. Su nombre figura entre los "desaparecidos".

 

 SUDESTE. FRAGMENTO.

 

Entre el Pajarito y el río abierto, curvándose bruscamente hacia el norte, primero más y más angosto, casi hasta la mitad, luego abriéndose y contorneándose suavemente hasta la desembocadura, serpea, oculto en las primeras islas, el arroyo Anguilas. Después de la última curva, el río abierto aparece de pronto, rizado por el viento. A pesar de su inmensidad, allí las aguas son muy poco profundas. Desde la desembocadura del San Antonio hasta la desembocadura del Lujan es todo un banco. El Anguilas vuelca en la mitad de ese banco, entre una llanura de juncos. Según se mire, el paraje resulta desolado y en un día gris, de mucho viento, sobrecoge a cualquiera.

Muy a la izquierda asoma oscura y silenciosa, como un navío, la isla Santa Mónica. Muy a la derecha, perdiéndose en una lejanía azulada, la costa. En un día claro se alcanza a ver, hala el sur, los planos blancos y grises, como bastidores, de los edificios más altos de Buenos Aires, bajo la constante opresión de una nube gris.

 

Durante la bajante emerge parte del banco, y, al término de ella, la tierra firme parece haberse extendido, simulando nuevos arroyos las aguadas que atraviesan la llanura de junco. Algunos pescadores se aventuran sobre esta nueva tierra, húmeda y desolada, pero si no colocan encima de ella los enjaretados de los botes, se hunden casi hasta las rodillas.

 

Las últimas cartas señalan la desembocadura del Anguilas con la silueta de un pez, para indicar que allí abunda la pesca, pero esto es bien relativo. Por lo demás, no hay nada más tonto que tomar en cuenta estas referencias. Si durante la semana, por las noches, algunos pescadores atraviesan allí sus redes, se debe más bien al hecho de que se trata de un paraje muy poco frecuentado durante ese tiempo. Esta maldita costumbre los ha hecho sentirse dueños del lugar y el desprevenido que se monta sobre la relinga corre peligro de que le hundan el bote a tiros. Cierta vez, el Polo tuvo que abrirse camino disparando sobre ambas márgenes, y hacia los juncos, con aquella vieja escopeta inglesa fabricada por Purdey en 1903, con cañones de acero recortados, y que utilizaba para ocasiones por el estilo. Arrastró las redes sobre el mismo banco, aprovechando una crecida, y una vez en el río abierto las izó a bordo. Algo después las vendió en San Fernando. Pero esto es historia vieja. El Polo hace tiempo que desapareció. Los tipos están todavía allí y durante la semana, por las noches, atraviesan la red.

Trabajó con el viejo casi hasta la primavera. Hacía nueve años que el viejo vivía en el Anguilas y siete que procuraba vivir del junco. En el 48 bajó desde el Romero, donde, hasta entonces, desde el 34, se dedicaba a la manzana. En el 47 zozobró la Elbita, una chata frutera de seis toneladas, y se ahogó el único hijo que había quedado con ellos. De manera que en el 48, ya demasiado viejo, bajó al Anguilas con el bote de la Elbita. Hizo dos viajes. Uno con las cosas y otro con la vieja y Urbano, el perro, y dos o tres gallinitas. Ocuparon una de las tres chozas vacías, la más próxima a la desembocadura, en el punto donde empalma con el Anguilas ese arroyito ciego que muere un poco más allá, y que los que no conocen el paraje toman generalmente por la continuación del Anguilas. El mismo se había confundido, cuando bajó en el 48.

La choza era de dos piezas o, mejor, una sola pieza dividida por un tabique de barro. Con los años, el viejo le agregó dos piezas más y una letrina, ubicada al fondo. El tiempo uniformó el conjunto haciendo de él una sola masa abultada y oscura, con dos o tres boquetes más oscuros todavía. La base era muy alta y bastante mal trabada, con algunos travesaños podridos. Poco a poco fue cediendo de un lado, el más débil, de manera que la choza se recostó blandamente en ese sentido.

La angostura del arroyo en ese punto le impedía colocar un muelle. De todas maneras, resultaba dudoso que el viejo lo hubiese colocado. En su lugar, afirmó a la costa una escalera de sauce y amarró el bote de la Elbita a uno de los travesaños.

Todo el mundo sabe que el junco, cuanto más se corta, más crece. Cuando cortan muchos y estos muchos cortan demasiado, la plaza se abarrota y nadie da gran cosa por un galpón repleto de juncos. No existe nada más maldito ni miserable. Y, por desgracia, en estas islas parece vivir gente que no sabe hacer otra cosa.

El anteaño había sucedido algo por el estilo, de manera que al año siguiente, el pasado, nadie cortó junco, al menos nadie intentó venderlo.

Tampoco cortó el viejo y casi se muere de hambre. Pero resistió con dignidad alimentándose la mayor parte de esos días con bagres o, en el invierno, con el pejerrey, al que él llamaba latterino o lattarina, y que, después de todo, es un bocado de reyes.

De manera que al año siguiente, este último del viejo, el junco repuntó un poco.

No bien comenzó el corte, apareció el Boga y estuvieron trabajando juntos hasta ahora, al borde de la primavera.

En el año muerto, es decir, el anterior, el viejo había terminado de construir un refugio de sauce y paja que había comenzado tres años antes, cuando murió el Urbano. Era muy bajo y sin paredes, ubicado en una elevación del terreno, junto a un ceibo solitario. El viejo cavó el piso hasta una profundidad de medio metro y armó una especie de fogón en una de las esquinas. Se metían allí al mediodía o cuando se desataba el mal tiempo. Comían un pedazo de tocino con galleta y tomaban mate. Algunas veces el Boga asaba los bagres que se habían enganchado en la línea, aunque prefería volver con ellos a la casa. Después dormían un rato. El viejo dormía sentado, apoyando la cabeza en las rodillas y los brazos rodeando las piernas.


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 FUENTE:

Diseño de cubierta: Mario Blanco / María Inés Linares Diseño de interior: Orestes Pantelides

© Emecé Editores S.A., 1995

© De esta edición, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., 2002 Independencia 1668, 1100 Buenos Aires

Edición especial para La Nación

ISBN 950-49-0876-4

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723 Impreso en la Argentina

Esta edición se terminó de imprimir en:

New Press Grupo Impresor S.A.,

Paraguay 264, Avellaneda,  provincia de Buenos Aires en el mes de diciembre de 2002


 

  

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