24 de mayo
Ayer
me vino a la mente y a la pluma El asno
de oro, no por casualidad, porque he descubierto ciertas relaciones entre Don Quijote y esa novela de la
Antigüedad tardía, de las que mi ignorancia desconoce si también les han
llamado la atención a otros. En efecto, llaman la atención determinados pasajes
y episodios por su novedad, por la singularidad de sus motivos, que sugieren un
origen lejano; y es característico que aparezcan en la segunda parte de la
obra, la más digna espiritualmente.
Ahí
tenemos para empezar en el libro noveno el relato de las bodas de Camacho «con
otros gustosos sucesos». ¿Gustosos? Lo que sucede en estas bodas es horrible,
pero el «gustoso» nos anticipa en el título que en esos horrores se trata de
broma, chanza, engaño, de un mimo que ríe a escondidas, una burla del lector y
de los que participan de la historia, que por fin se resuelve en sorprendida
hilaridad. Se describe con el «más gustoso» derroche la rústica fiesta de
esponsales de la hermosísima Quiteria con el rico Camacho, que es el rival
afortunado del forzosamente rechazado y muy honesto joven Basilio que ama a
Quiteria, su vecina, desde siempre y al que ella ama a su vez, de modo que, en
el fondo, se pertenecen el uno al otro ante Dios y los hombres, y la unión
entre la bella y el rico Camacho sólo se produce bajo la férrea y ambiciosa
presión del padre de la novia. Los festejos ya han llegado hasta el momento del
casamiento cuando con roncos gritos aparece el infortunado Basilio en escena,
«vestido, al parecer, de un sayo negro jironado de carmesí a llamas» y con voz
temblorosa inicia un discurso en el que declara que él, cuya persona es el
obstáculo moral para la felicidad plena y sin traba de aquellos dos, se quitará
él mismo de en medio: «¡Viva, viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria
largos y felices siglos, y muera, muera el pobre Basilio, cuya pobreza cortó
las alas a su dicha y le puso en la sepultura!». Y con estas palabras extrae de
su bastón, que ha clavado en la tierra, como de una vaina un estoque y se
arroja sobre él, de tal manera que la mitad de la cuchilla aparece manchada de
sangre por su espalda y él mismo queda tendido en el suelo bañado en su sangre.
No
se puede imaginar una interrupción más espantosa de una fiesta tan alegre y
espléndida. Todos se arremolinan a su alrededor. Don Quijote mismo deja a
Rocinante para socorrer al desventurado, el cura se afana y no consiente que se
extraiga el estoque de la herida antes de que Basilio haya confesado; porque el
sacárselo y el expirar sería una misma cosa. El desdichado aún vuelve un poco
en sí y con voz desmayada expresa el deseo de que Quiteria le dé su mano de
esposa en su último trance, porque así su muerte culpable estaría justificada.
¿Cómo se lo imagina? ¿Pretende que el rico Camacho renuncie a favor de la
muerte? El cura exhorta al moribundo para que piense en su alma y confiese;
pero Basilio con los ojos en blanco y visiblemente en las últimas asegura que
nunca jamás confesará si Quiteria no le da su mano, lo que por fin, ya que se
trata del alma de un cristiano, sucede efectivamente con la conformidad del
buen Camacho. Apenas recibida la bendición Basilio se levanta de un salto, se
saca el estoque del cuerpo que le había servido de vaina y replica desenvuelto
a los que ya gritan: «¡Milagro! ¡Milagro!». —«No “milagro, milagro”, sino
“¡industria, industria!”». —Resumiendo, resulta que el estoque no traspasó las
costillas de Basilio sino un tubo de hierro lleno de sangre y que todo era una
travesura tramada por los amantes que luego, gracias a la generosidad de
Camacho, gracias también a las buenas y sabias palabras de Don Quijote, conduce
a que Basilio se queda con su Quiteria y la fiesta se reanuda en honor de esta
pareja.
¿Está
permitida una cosa parecida? La escena del suicidio está pintada con toda
seriedad y con acentos trágicos; indudablemente provoca alarma y conmoción, no
sólo en todos los que la presencian sino también en el lector —para que al
final todo se disuelva en ridículo humo y demuestre ser una cómica patraña.
Levemente molesto uno se pregunta si estas prácticas mistificadoras le están
permitidas al arte —al arte como nosotros lo entendemos. Pero yo sé, gracias a
Erwin Rohde y al excelente libro que ha escrito el mitólogo e historiador de
las religiones Karl Kerényi de Budapest, que los fabuladores de la Antigüedad
tardía amaban sobremanera este tipo de escenas. El novelista alejandrino
Aquileo Tatios cuenta en su Historia de
Leukippa y Cleitofón cómo la heroína es degollada por ladrones de los
pantanos egipcios de una manera horrible, descrita con todos los detalles más
bárbaros, y además ante los ojos de su amado, separado de ella por una ancha
zanja, amado que a renglón seguido intenta desesperado matarse sobre la tumba
de la heroína. Pero entonces acuden presurosos los compañeros, a los que él
creía también muertos, sacan a la víctima fresca y lozana de la tumba y
explican a Cleitofón que apresados, a su vez, por los Bucolos se habían dejado
encargar por ellos el sacrificio y habían llevado aparentemente a cabo la
escalofriante tarea ron la ayuda de un puñal de teatro con cuchilla plegable y
una vejiga llena de sangre que habían atado a la muchacha. —¿Me equivoco o la
vejiga llena de sangre y toda esa burda impostura ha repercutido en Don Quijote?
El
segundo caso es un recuerdo de Apuleyo mismo. Me refiero a la curiosísima
aventura del rebuzno del burro que se relata en los capítulos 8 y 10 del libro
IX; de cómo los dos regidores de un pueblo, a uno de los cuales se le había
escapado un burro salen juntos al monte donde suponen que se halla el animal y,
como no lo encuentran, intentan atraerlo imitando su rebuzno, arte en el que
ambos son maestros hasta un punto asombroso. El uno plantado aquí, el otro
allá, rebuznan alternándose, y siempre que el uno se ha hecho oír acude el otro
corriendo, convencido de que ha aparecido el burro porque sólo él mismo podría
haber rebuznado con tanta naturalidad, y ambos se cubren mutuamente de
cumplidos por su precioso don. Que el burro no quiera acudir se debe a que yace
entre los arbustos devorado por los lobos. Allí lo encuentran los regidores, y
tristes y roncos regresan a casa. La historia de su competición de rebuznos se
propaga por toda la región, con la consecuencia de que las gentes de ese pueblo
se convierten en objeto de chanza de los pueblos vecinos y han de soportar que
se burlen de ellos con rebuznos por todas partes, de lo que se producen
enconadas disputas, incluso verdaderas batallas entre pueblo y pueblo; y en los
preparativos de una de ellas se cruzan Don Quijote y Sancho. Porque como suele
suceder, los habitantes del pueblo del rebuzno han convertido la burla en una
cuestión de honor y un paladio; salen a pelear con un estandarte sobre cuyo
raso blanco está pintado un burro rebuznando, y bajo este emblema marchan
armados de lanzas, ballestas, partesanas y alabardas contra los antiburro para
presentarles batalla, momento en que Don Quijote se interpone en su camino. Les
da un noble discurso en el que les exhorta en nombre de la razón a desistir de
su empeño y a no permitir derramamiento de sangre por tales nimiedades. Ellos,
por su parte, parecen escucharle de buena gana. Pero entonces Sancho, para
contribuir lo suyo, mete baza y lo estropea todo diciéndoles que es una necedad
enfadarse cuando se oye rebuznar a alguien, y añadiendo que él en su juventud
sabía rebuznar con tanta gracia y naturalidad que todos los burros del pueblo le
contestaban; y para demostrar que es una ciencia, que como la natación nunca se
olvida cuando se ha aprendido, se tapa la nariz y rebuzna hasta que retumban
los valles cercanos —para su mayor daño. Pues los del pueblo que no pueden
soportar oír rebuznar le zurran deplorablemente, y también Don Quijote por su
lado ha de ver, muy en contra de su costumbre, cómo poner pies en polvorosa
ante sus ballestas y partesanas. Busca la lejanía a donde le sigue descalabrado
Sancho al que han puesto «sobre su jumento» aún medio aturdido. Los del
escuadrón, por cierto, regresan contentos y orgullosos a su pueblo tras esperar
en vano toda la noche al enemigo que no sale a luchar, y, añade el docto autor,
«si ellos supieran la costumbre antigua de los griegos, levantaran en aquel
lugar y sitio un trofeo».
¡Extraña
historia! Tiene algo de evocador y alusivo, sobre lo que no creo equivocarme.
El burro tiene en el mundo imaginativo religioso grecooriental un papel
especial. Es el animal de Tifón-Set, el hermano malo de Osiris, el «rojo», y el
odio mítico hacia él llega hasta tan adelantado el medievo que los comentarios
de la Biblia rabínicos llaman al hermano rojo de Jacob «un asno salvaje». La
idea de la paliza estaba unida estrecha y sagradamente con este ser fálico. La
frase «zurrar al burro» tiene connotación ritual. Manadas enteras de asnos eran
conducidas en ceremonia alrededor de las murallas de las ciudades bajo una
lluvia de palos. También existía la costumbre religiosa de despeñar al animal
tifónico desde una roca —precisamente la manera de morir a la que apenas escapa
Lucio, convertido en burro en la novela de Apuleyo: los bandidos le amenazan
con «katakremnizeshtai». Por cierto, que recibe una paliza por rebuznar, igual
que Sancho, y mientras es un asno recibe constantemente palos: si contamos los
casos, son catorce. Añadiré que según Plutarco la voz del burro era tan
aborrecida por los habitantes de ciertos lugares que rechazaban incluso las
trompetas que parecían sonar igual que ella. ¿Los pueblos en Don Quijote no son acaso una
reminiscencia de estos susceptibles asentamientos? Da una extraña sensación ver
asomar en este autor español del Renacimiento un patrimonio tan ancestralmente
mítico disfrazado con candidez. ¿Lo conocía por trato directo con la literatura
novelesca de la Antigüedad? ¿Llegaron a él estos temas a través de Italia y
Boccaccio? Los sabios dirán.
Aclaración
a lo largo del día y cielo azul. El mar es de color violeta —¿no lo describe
así Homero? Hacia mediodía vimos fantásticos bancos de niebla flotar sobre el
agua en el fulgor del sol, unos tras otros, fondos de blancura lechosa, como
creados para pies angelicales, una fantasmagoría delicada y diáfana.
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