Escritor de profundo aliento senequista,
Quevedo es particularmente conocido por sus obras satíricas, que en su época le
granjearon la cuota de fama que el respeto de sus textos más serios no le
otorgó. Henchidos de un sarcasmo a veces desengañado, como correspondía a su
carácter, desfilan por sus textos todas las miserias y necedades de esa parte
del género humano que pudo conocer, impregnadas siempre de la agudeza,
mordacidad y extraordinaria riqueza lingüística del autor.
Lo
demuestra Quevedo: el humor, la sonrisa y hasta la carcajada residen a veces en
los matices. Por esta razón, Ignacio Arellano, catedrático de la Universidad de
Navarra, ha preparado una edición profusamente anotada, atenta a los detalles
que dan la clave para la comprensión de las sátiras. Asimismo, incluye un
estudio introductorio y unas actividades finales que complementan la lectura.
Francisco de Quevedo
Prosa
satírica
Penguin Clásicos
Francisco
de Quevedo, 2016
Editor:
Ignacio Arellano
Editor
digital: Titivillus
ePub
base r1.2
INTRODUCCIÓN
1. PERFILES DE LA ÉPOCA [*]
La
mayoría de los estudiosos que intentan apuntar un rasgo característico para el
siglo XVII español se inclinan por señalar el pesimismo, la sensación de
crisis, que suele asociarse a la pérdida de la hegemonía española. Se agudiza
la despoblación y la pobreza. Las riquezas que llegan de Indias no producen
bienestar: las disfunciones en el sistema económico impulsan el aumento de la
inflación, y no existen inversiones productivas, bloqueadas por barreras
sociales e ideológicas que consideran infame el trabajo manual hasta el punto
de que solo los plebeyos pueden ejercerlo. El general sentimiento de
desorientación en distintas vertientes de la visión del mundo barroca, influye
sin duda en la creación literaria.
Con
la subida al poder de Olivares, a la muerte de Felipe III y la coronación de
Felipe IV, la situación toma nuevos rumbos. En los Grandes anales de quince días recoge Quevedo algunos detalles de la
transición del poder, llena de conflictos y de esperanzas. El Conde Duque de
Olivares intenta poner en práctica un conjunto de medidas regeneracionistas,
que despiertan muchas expectativas.
Los
reinos de Portugal y Cataluña se sublevan en 1640, y la posición del privado se
tambalea. El año de 1643 asiste a la derrota de Rocroi y a la caída de
Olivares. La Paz de Westfalia de 1648 marca simbólicamente el final del poder
español.
Es
el Barroco un periodo de honda crisis social. La discriminación de las castas
venía de antiguo y sufría altibajos desde la Edad Media. En el XVII se produce
un recrudecimiento de los conflictos. La expulsión de los moriscos en 1609 es
una significativa manifestación. Para alcanzar determinados rangos y niveles
sociales o ingresar en el clero, en los colegios universitarios o en las
escalas del funcionariado palatino, es preciso demostrar que se es limpio de
sangre, cristiano viejo, sin mezcla de moros o judíos. Frente a los marginados
(moriscos, judíos, pero también negros —en el sur, Sevilla, sobre todo, abundan—,
pobres, etc.) se erige la clase de la nobleza como cima de la estructura
social.
A
la vez que se desprecia ideológicamente el dinero (sobre todo el dinero que
procede de los negocios, comercio, industria y actividades económicas no
agrícolas) se subraya el poder del mismo, enorme sin duda, como siempre, pero
sentido de manera extrema por la mentalidad barroca. Poderoso caballero es don
Dinero, y el conflicto entre nobleza y riqueza perceptible, aunque sin duda los
grandes títulos de la aristocracia concentran ambos.
La
sensación de crisis histórica conduce a una solución situada en el plano de la
contemplación ascética y el rechazo del mundo y sus tráfagos, con notable
frecuencia de los motivos del desengaño y la vanidad de la vida, la conciencia
de fugacidad y fragilidad, la impalpable separación entre la realidad y la
apariencia, el escepticismo fundado en lo vano de la existencia humana en este
mundo. Replegado sobre sí mismo, el hombre del Barroco busca la paz en su
despojamiento de las pasiones y de las ambiciones.
Una
nueva dicotomía conflictiva se establece entre la llamada de los sentidos y la
calidad ilusoria de lo que certifican. Es significativo que una cultura con
semejante conciencia de las dimensiones ilusorias de la experiencia, se aficione
en extremo a los experimentos de ilusionismo, y en suma, esté marcada por lo
que ha llamado Emilio Orozco el desbordamiento expresivo y la teatralización de
la vida. El artificio, la elaboración retórica, la sorpresa, todas las
modalidades de figuras estilísticas basadas en la antítesis, la metáfora
violenta, desempeñan funciones esenciales en los objetivos expresivos del
periodo.
La
estética barroca valora sobre todo el ingenio.
Cuanto más difícil, mayor será la agudeza de un texto y por ende el placer en
descifrarlo. Esta doctrina de la dificultad es esencial para modelar la actitud
receptiva lectora.
Para
descifrar un texto barroco (quevediano) necesitamos conocer las claves que lo
han cifrado, tanto en su técnica literaria como en su complejo mundo histórico
y cultural. Cualquier personaje, costumbre, objeto o vocablo puede tener para
el oyente o lector del XVII un sentido evidente, pero oscuro para el receptor
de hoy. Objetos como linternas, mangos de cuchillo, calzadores, o tinteros no
podían pasar desapercibidos en su capacidad de aludir al cornudo, pues se
hacían de cuerno. La palabra esperar
o las menciones de tocino o cerdo aludían al judío, etc. Otra clase de elementos muy vivos en el XVII y bastante
perdidos hoy son los materiales folclóricos, empezando por el refranero y
siguiendo por alusiones a fiestas, cuentecillos, etc.
Añádase
que el poeta del Barroco es generalmente un poeta culto que conoce bien la
literatura antigua y quiere lucir su ingenio y su erudición. Quevedo es un caso
extremo de esta densidad cultural. Es fundamental tener en cuenta la literatura
grecolatina para la literatura moral y satírica; toda la poesía petrarquista
italiana para los géneros amorosos; la Biblia y Padres de la Iglesia para la
literatura moral, religiosa y de reflexión política; la lírica tradicional y el
Romancero viejo como fuentes de textos parodiados o glosados y adaptados en el
teatro y en las corrientes de la poesía de tipo popular…
En
suma, la tarea de leer los textos del XVII es una tarea difícil, exigente, y
que requiere una voluntad de indagación a la que intentarán ayudar, muy
limitadamente, las notas al texto de la presente edición.
2. CRONOLOGÍA
AÑO
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AUTOR-OBRA
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HECHOS HISTÓRICOS
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HECHOS CULTURALES
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1580
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Nace Francisco de
Quevedo en Madrid, el 17 de septiembre.
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Portugal se
incorpora a España.
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Muere Jerónimo de
Zurita. Fernando de Herrera, Anotaciones a Garcilaso. Nace Ruiz de Alarcón.
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1586
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Muere su padre,
Pedro Gómez de Quevedo. Entra bajo la tutoría de Agustín de Villanueva, del
Consejo de Aragón.
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Alianza de Isabel de
Inglaterra con las Provincias Unidas.
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El Greco pinta El
entierro del Conde de Orgaz.
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1596
|
Después de haber
estudiado con los jesuitas en el Colegio Imperial de Madrid, ingresa en la
Universidad.
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1599
|
Debió de recibir su
título de bachiller el 4 de octubre, pero no lo recoge hasta el 1 de junio de
1600.
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Desembarco anglo
holandés en Gran Canaria.
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Mateo Alemán: Guzmán de
Alfarache. Nace Velázquez.
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1600
|
Después de demostrar
que había cursado Filosofía natural y Metafísica, recibió la licenciatura.
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Derrota de España en
las Dunas.
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Nace Calderón de la
Barca.
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1601
|
Se traslada a
Valladolid; estancia de la corte entre 1601 y 1605.
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|
Nace Gracián.
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1603
|
Figura con 18 poemas
en la célebre antología de Pedro de Espinosa, Flores de poetas ilustres, aprobada este año, aunque impresa en 1605.
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1605
|
Vuelve a Madrid con
la Corte. Comienza los Sueños, Vida del Buscón, y parte de las obras festivas.
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Batalla naval de
Dunquerque.
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Cervantes publica la
primera parte del Quijote.
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1609
|
Comienza el pleito
con la Torre de Juan Abad, terminado en 1631.
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Expulsión de los
moriscos. Combate naval de La Goleta. Tregua de los Doce Años entre España y
Holanda.
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Lope de Vega: Arte
nuevo de hacer comedias.
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1610
|
El padre Antolín
Montojo niega el permiso para imprimir el Sueño del Juicio final.
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Ravaillac asesina a
Enrique IV en Francia.
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1612
|
En la Torre de Juan
Abad le dedica a Osuna El mundo por de dentro.
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Lope de Vega: Los
pastores de Belén.
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1613
|
Le envía a su tía
Margarita de Espinosa el Heráclito cristiano. En octubre está en Palermo, con Osuna, virrey de Sicilia.
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1615
|
Elegido embajador
por el Parlamento siciliano.
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Cervantes: segunda
parte del Quijote.
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1616
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Recibe el hábito de
Santiago. El Duque de Osuna virrey de Nápoles; Quevedo se reúne con él en esa
ciudad.
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Los Países Bajos
juran fidelidad a Felipe III.
|
Cervantes muere.
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1617
|
Visita al Papa en
Roma, en misión encomendada por Osuna. Viaja a España en mayo.
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Paz de Pavía.
|
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1618
|
Conjuración de
Venecia. Defiende a Osuna ante el Consejo de Estado.
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Comienza la Guerra
de los Treinta Años.
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Vicente Espinel: Marcos de
Obregón.
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1621
|
Proceso contra
Osuna. Destierro de Quevedo a la Torre.
|
Muerte de Felipe
III. Sube al trono Felipe IV y a la privanza Olivares.
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|
1622
|
Quevedo se traslada
a Villanueva de los Infantes. Remite a «Dª Mirena Riqueza» el Sueño de la
Muerte.
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|
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1624
|
Muere Osuna en
prisión.
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Richelieu ministro
de Luis XIII.
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Tirso: Los cigarrales
de Toledo.
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1626
|
Se publican el Buscón y la Política de Dios.
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Tratado de Monzón
con Francia. Pérdida de la Valtelina.
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1629
|
Le dedica al Conde
Duque su edición de las obras de Fray Luis de León.
|
Nace el príncipe
Baltasar Carlos.
|
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1630
|
Escribe El chitón de
las tarabillas.
|
Se comienza la
construcción del Retiro.
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Lope: El laurel de
Apolo.
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1631
|
Escribe Marco Bruto, Aguja
de navegar cultos.
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|
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1634
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Se casa con doña
Esperanza de Mendoza. Publica la Introducción a la vida devota.
|
Batalla de
Nordlingen.
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Lope de Vega: Rimas de
Tomé Burguillos.
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1636
|
Se separa de su
mujer. Trabaja en la Virtud Militante y dedica a don Álvaro de Monsalve la Hora de todos.
|
|
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1639
|
Es detenido en casa
del Duque de Medinaceli y llevado prisionero al convento de San Marcos de
León.
|
Desastre español en
las Dunas.
|
Tirso: Historia de la
Orden de la Merced.
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1643
|
Caída del Conde
Duque. Quevedo es puesto en libertad.
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|
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1644
|
Dedica la Vida de San
Pablo a don Juan de Chumacero.
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Reconquista de
Lérida en la guerra de Cataluña.
|
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1645
|
Muere el 8 de
septiembre en Villanueva de los Infantes.
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Victorias francesas
en Cataluña.
|
Calderón compone
probablemente El gran teatro del mundo. Rojas Zorrilla:
Segunda
parte de sus comedias. Quiñones de Benavente: Jocoseria.
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3. VIDA Y OBRA DE FRANCISCO DE
QUEVEDO
El
17 de septiembre de 1580 nace en Madrid don Francisco de Quevedo, de familia
hidalga oriunda de la Montaña de Santander. Su padre, don Pedro Gómez de
Quevedo, era secretario de doña Ana de Austria, mujer de Felipe II; su madre,
doña María de Santibáñez, dama de la reina, también pertenece al ámbito de los
servidores de la corte: es, pues, gente de mediana condición social y
económica, hidalgos pero no de ilustre aristocracia, situados en un estrato de
precisa definición ideológica y social a que responden buena parte de los
rasgos que caracterizan al hombre y al escritor Quevedo.
Pablo
Tarsia, autor de su primera (y fantasiosa) biografía lo evoca:
«Fue
don Francisco de mediana estatura, pelo negro y algo encrespado, la frente
grande, sus ojos muy vivos; pero tan corto de vista que llevaba continuamente
anteojos; la nariz y demás miembros, proporcionados, y de medio cuerpo arriba
fue bien hecho, aunque cojo y lisiado de entrambos pies, que los tenía torcidos
hacia dentro; algo abultado, sin que le afease; muy blanco de cara, y en lo más
principal de su persona concurrieron todas las señales que los filósofos
celebran por indicios de buen temperamento y virtuosa inclinación…»
Se
formó en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, y luego en las
universidades de Alcalá y Valladolid: en esta ciudad, sede de la corte desde
1601, inicia su carrera poética y también su larga enemistad con Góngora. En
Valladolid, según todos los indicios, redacta el Buscón. De vuelta a Madrid con la corte, va escribiendo algunas de
sus obras de índole política y moral, a la vez que continúa con la vocación
satírica y burlesca. Diversas crisis de conciencia se han señalado en su
trayectoria vital, algunas reflejadas literariamente en obras como el Heráclito cristiano. Clave en su
evolución personal es la estancia en Italia (parte en octubre de 1613), donde
sirve de secretario y colaborador del duque de Osuna, virrey de Sicilia y
Nápoles. La política que pone en práctica le gana muchos enemigos a Osuna, que
logran al fin su derrota: entre otras composiciones, Quevedo le dedica el
espléndido soneto «Memoria inmortal de don Pedro Girón, duque de Osuna, muerto
en la prisión», donde integra una desolada requisitoria contra la ingratitud y
la mezquindad de la patria con sus héroes:
Faltar
pudo su patria al grande Osuna
pero
no a su defensa sus hazañas:
diéronle
muerte y cárcel las Españas
de
quien él hizo esclava la Fortuna.
Y
es que el tiempo de los héroes, como encarnación de una empresa nacional,
colectiva, ha terminado: ahora los héroes lo serán a pesar de su nación, y no
apoyados en ella, figuras individuales que no encuentran un ámbito de actuación
heroica colectiva como todavía era posible en el siglo anterior: el desengaño,
más o menos estoico, se impone. Quevedo se retira durante algún tiempo en el
pueblo manchego de La Torre de Juan Abad, por cuyo señorío mantiene larguísimo
pleito.
En
obras como Grandes anales de quince días
y Mundo caduco y desvaríos de la edad
narra y enjuicia los sucesos posteriores a la muerte de Felipe III, y apunta
reformas y proyectos regeneradores que la subida al poder de Olivares podría
promover. En su Epístola satírica y
censoria, dirigida al nuevo valido, expone literariamente el deseo de un
regreso a un utópico medioevo en el que los españoles, castos, severos,
valerosos y llenos de las virtudes antiguas puedan vivir una nueva y militar
edad dorada, lejos de las corrupciones y la molicie de su propia época.
Defiende
también las medidas económicas de Olivares en opúsculos como El chitón de las tarabillas (1630). Pero
las iniciales relaciones amistosas con el Conde Duque no perduran. Es una más
de las luchas de Quevedo, una de sus múltiples enemistades.
Por
el lado literario también acumula enemigos, que atacan sus obras, acusándolas
de impiadosas, obscenas y revolucionarias: los autores del Tribunal de la Justa Venganza claman contra él. Luis Pacheco de
Narváez, famoso maestro de esgrima del que se burla don Francisco a menudo,
dirige en 1630 un memorial a la Inquisición en que denuncia Los sueños, la Política de Dios, el Discurso
de todos los diablos y el mismo Buscón.
Quevedo multiplica libros serios, ascéticos y morales: La cuna y la sepultura, Introducción a la vida devota, La virtud
militante, Marco Bruto… pero su imagen de hombre disoluto y escandaloso no
desaparece en las polémicas que mantiene con unos y con otros por multitud de
causas. Un matrimonio fracasado, en 1634, con doña Esperanza de Mendoza, añade
nuevas melancolías. La virulencia de los ataques políticos a Olivares se
muestra ya con transparente clave en La
Hora de todos y la Fortuna con seso, donde saca a escena a un caricaturesco
Pragas Chincollos (anagrama de Gaspar
Conchillos, referencia evidente al privado).
La
caída de Osuna, las maquinaciones de las camarillas políticas, el laberinto de
las relaciones internacionales y de las ambiciones del poder en la corte de
Felipe IV, definen un marco tormentoso en el cual naufraga Quevedo, arrestado
definitivamente —tras una serie de destierros y marginaciones— por orden de
Olivares y por causas no aclaradas del todo, a fines de 1639.
El
poeta permanece prisionero en San Marcos de León hasta mediados de 1643. Solo
con el final de Olivares (cuyo gobierno se derrumba en 1643) Quevedo conoce una
breve libertad: enfermo y quebrantado cuando sale de su prisión, aguantará unos
meses, hasta el 8 de septiembre de 1645 en que muere en Villanueva de los
Infantes, en una celda del convento de Santo Domingo.
Hombre
de cultura extraordinaria y de enorme erudición, Quevedo se precia de conocedor
de lenguas, experto en teologías y filosofías, corresponsal de un humanista tan
famoso como el belga Justo Lipsio, traductor de textos clásicos y bíblicos
(Anacreonte, Focílides, Epicteto, Las
lágrimas de Jeremías…) Sus obras están llenas de referencias, alusiones y
citas de autores antiguos y modernos: Juvenal, Marcial, Séneca, Montaigne son
algunos de sus favoritos.
De
sus defectos físicos, y de otras inferencias psicológicas de discutible
probabilidad —supuestamente manifestadas en complejos varios frente a las
mujeres, enraizados también en ambiciones frustradas en la política y en la
vida cortesana—, diversos biógrafos posteriores, y algunos críticos, han
extraído la imagen de un Quevedo contradictorio y laberíntico, marcado por
radicales actitudes ideológicas (antisemitismo, conservadurismo ideológico
extremo) y por pulsiones psíquicas que entran en el terreno patológico
(misoginia exacerbada, timidez excesiva, miedo a la mujer, latente
homosexualidad dilaceradora de su psicología, obsesión escatológica…). Dámaso
Alonso subrayó también la angustia existencial —tan moderna— que trasluce su
literatura, una exasperación —el «desgarrón afectivo»— que es el centro en que
habría de situarse el lector que hoy quisiera comprender su obra.
La
distancia entre su faceta de poeta serio (con una poesía petrarquista, por
ejemplo, ultraidealizadora) y la de poeta satírico y burlesco ha resultado
también difícil de asimilar para muchos críticos. Para mí, dejando a un lado
dudosas hipótesis indemostrables, lo más característico de su personalidad, sin
duda compleja, sería, quizá, la exacerbación —personal y artística— que procede
de una poderosa inteligencia y una omnívora curiosidad intelectual,
atrabiliaria a veces, impaciente siempre, enfrentada a unas circunstancias a
menudo intolerables para una mente lúcida y para una ética igualmente rigurosa,
sin que fuera ajena a su actitud de continua violencia la ambición de la gloria
literaria y el ansia de reconocimiento de su capacidad de poeta y de hombre
público.
El
cultivo de diversas áreas (seria, burlesca…) literarias me parece bastante
normal en un poeta barroco, obsesionado por la mostración del ingenio y la
capacidad de manipulación lingüística, y una vez que esta variedad es
explicable, nada de extraño hay en la presencia de los diversos códigos
involucrados necesariamente en esas variedades literarias por las mismas
prácticas poéticas del tiempo: ninguna dislocación existe entre el poeta que
canta a Lisi y el poeta que se burla de las prostitutas tullidas por la
sífilis; o entre el autor de la Política
de Dios o la Virtud militante y
las Cartas del caballero de la Tenaza
o las Premáticas de las cotorreras.
Si
pretende cultivar todo el espectro literario del XVII habrá de usar tanto los
códigos de la idealización como el bajo estilo de la sátira y la burla. En su
admirable prosa satírica hallaremos una exhibición de ingenio que no elude
ninguna exageración ni violencia expresiva, ninguna caricatura ni ataque,
ninguna burla o chiste. De la mayor parte de estas obras se puede decir lo que
el propio Quevedo decía sobre su Hora de
todos, que tenía cosas de cosquillas, pues hacía reír con enfado y
desesperación.
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