miércoles, 13 de marzo de 2019

FRANCISCO DE QUEVEDO, PROSA SATÍRICA. INTRODUCCIÓN.

     
       
Escritor de profundo aliento senequista, Quevedo es particularmente conocido por sus obras satíricas, que en su época le granjearon la cuota de fama que el respeto de sus textos más serios no le otorgó. Henchidos de un sarcasmo a veces desengañado, como correspondía a su carácter, desfilan por sus textos todas las miserias y necedades de esa parte del género humano que pudo conocer, impregnadas siempre de la agudeza, mordacidad y extraordinaria riqueza lingüística del autor.
Lo demuestra Quevedo: el humor, la sonrisa y hasta la carcajada residen a veces en los matices. Por esta razón, Ignacio Arellano, catedrático de la Universidad de Navarra, ha preparado una edición profusamente anotada, atenta a los detalles que dan la clave para la comprensión de las sátiras. Asimismo, incluye un estudio introductorio y unas actividades finales que complementan la lectura.




Francisco de Quevedo

Prosa satírica

Penguin Clásicos







Francisco de Quevedo, 2016
Editor: Ignacio Arellano
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2






 INTRODUCCIÓN

 

 1. PERFILES DE LA ÉPOCA [*]

 

La mayoría de los estudiosos que intentan apuntar un rasgo característico para el siglo XVII español se inclinan por señalar el pesimismo, la sensación de crisis, que suele asociarse a la pérdida de la hegemonía española. Se agudiza la despoblación y la pobreza. Las riquezas que llegan de Indias no producen bienestar: las disfunciones en el sistema económico impulsan el aumento de la inflación, y no existen inversiones productivas, bloqueadas por barreras sociales e ideológicas que consideran infame el trabajo manual hasta el punto de que solo los plebeyos pueden ejercerlo. El general sentimiento de desorientación en distintas vertientes de la visión del mundo barroca, influye sin duda en la creación literaria.
Con la subida al poder de Olivares, a la muerte de Felipe III y la coronación de Felipe IV, la situación toma nuevos rumbos. En los Grandes anales de quince días recoge Quevedo algunos detalles de la transición del poder, llena de conflictos y de esperanzas. El Conde Duque de Olivares intenta poner en práctica un conjunto de medidas regeneracionistas, que despiertan muchas expectativas.
Los reinos de Portugal y Cataluña se sublevan en 1640, y la posición del privado se tambalea. El año de 1643 asiste a la derrota de Rocroi y a la caída de Olivares. La Paz de Westfalia de 1648 marca simbólicamente el final del poder español.
Es el Barroco un periodo de honda crisis social. La discriminación de las castas venía de antiguo y sufría altibajos desde la Edad Media. En el XVII se produce un recrudecimiento de los conflictos. La expulsión de los moriscos en 1609 es una significativa manifestación. Para alcanzar determinados rangos y niveles sociales o ingresar en el clero, en los colegios universitarios o en las escalas del funcionariado palatino, es preciso demostrar que se es limpio de sangre, cristiano viejo, sin mezcla de moros o judíos. Frente a los marginados (moriscos, judíos, pero también negros —en el sur, Sevilla, sobre todo, abundan—, pobres, etc.) se erige la clase de la nobleza como cima de la estructura social.
A la vez que se desprecia ideológicamente el dinero (sobre todo el dinero que procede de los negocios, comercio, industria y actividades económicas no agrícolas) se subraya el poder del mismo, enorme sin duda, como siempre, pero sentido de manera extrema por la mentalidad barroca. Poderoso caballero es don Dinero, y el conflicto entre nobleza y riqueza perceptible, aunque sin duda los grandes títulos de la aristocracia concentran ambos.
La sensación de crisis histórica conduce a una solución situada en el plano de la contemplación ascética y el rechazo del mundo y sus tráfagos, con notable frecuencia de los motivos del desengaño y la vanidad de la vida, la conciencia de fugacidad y fragilidad, la impalpable separación entre la realidad y la apariencia, el escepticismo fundado en lo vano de la existencia humana en este mundo. Replegado sobre sí mismo, el hombre del Barroco busca la paz en su despojamiento de las pasiones y de las ambiciones.
Una nueva dicotomía conflictiva se establece entre la llamada de los sentidos y la calidad ilusoria de lo que certifican. Es significativo que una cultura con semejante conciencia de las dimensiones ilusorias de la experiencia, se aficione en extremo a los experimentos de ilusionismo, y en suma, esté marcada por lo que ha llamado Emilio Orozco el desbordamiento expresivo y la teatralización de la vida. El artificio, la elaboración retórica, la sorpresa, todas las modalidades de figuras estilísticas basadas en la antítesis, la metáfora violenta, desempeñan funciones esenciales en los objetivos expresivos del periodo.
La estética barroca valora sobre todo el ingenio. Cuanto más difícil, mayor será la agudeza de un texto y por ende el placer en descifrarlo. Esta doctrina de la dificultad es esencial para modelar la actitud receptiva lectora.
Para descifrar un texto barroco (quevediano) necesitamos conocer las claves que lo han cifrado, tanto en su técnica literaria como en su complejo mundo histórico y cultural. Cualquier personaje, costumbre, objeto o vocablo puede tener para el oyente o lector del XVII un sentido evidente, pero oscuro para el receptor de hoy. Objetos como linternas, mangos de cuchillo, calzadores, o tinteros no podían pasar desapercibidos en su capacidad de aludir al cornudo, pues se hacían de cuerno. La palabra esperar o las menciones de tocino o cerdo aludían al judío, etc. Otra clase de elementos muy vivos en el XVII y bastante perdidos hoy son los materiales folclóricos, empezando por el refranero y siguiendo por alusiones a fiestas, cuentecillos, etc.
Añádase que el poeta del Barroco es generalmente un poeta culto que conoce bien la literatura antigua y quiere lucir su ingenio y su erudición. Quevedo es un caso extremo de esta densidad cultural. Es fundamental tener en cuenta la literatura grecolatina para la literatura moral y satírica; toda la poesía petrarquista italiana para los géneros amorosos; la Biblia y Padres de la Iglesia para la literatura moral, religiosa y de reflexión política; la lírica tradicional y el Romancero viejo como fuentes de textos parodiados o glosados y adaptados en el teatro y en las corrientes de la poesía de tipo popular…
En suma, la tarea de leer los textos del XVII es una tarea difícil, exigente, y que requiere una voluntad de indagación a la que intentarán ayudar, muy limitadamente, las notas al texto de la presente edición.

 

 2. CRONOLOGÍA


AÑO
AUTOR-OBRA
HECHOS HISTÓRICOS
HECHOS CULTURALES
1580
Nace Francisco de Quevedo en Madrid, el 17 de septiembre.
Portugal se incorpora a España.
Muere Jerónimo de Zurita. Fernando de Herrera, Anotaciones a Garcilaso. Nace Ruiz de Alarcón.
1586
Muere su padre, Pedro Gómez de Quevedo. Entra bajo la tutoría de Agustín de Villanueva, del Consejo de Aragón.
Alianza de Isabel de Inglaterra con las Provincias Unidas.
El Greco pinta El entierro del Conde de Orgaz.
1596
Después de haber estudiado con los jesuitas en el Colegio Imperial de Madrid, ingresa en la Universidad.


1599
Debió de recibir su título de bachiller el 4 de octubre, pero no lo recoge hasta el 1 de junio de 1600.
Desembarco anglo holandés en Gran Canaria.
Mateo Alemán: Guzmán de Alfarache. Nace Velázquez.
1600
Después de demostrar que había cursado Filosofía natural y Metafísica, recibió la licenciatura.
Derrota de España en las Dunas.
Nace Calderón de la Barca.
1601
Se traslada a Valladolid; estancia de la corte entre 1601 y 1605.

Nace Gracián.
1603
Figura con 18 poemas en la célebre antología de Pedro de Espinosa, Flores de poetas ilustres, aprobada este año, aunque impresa en 1605.


1605
Vuelve a Madrid con la Corte. Comienza los Sueños, Vida del Buscón, y parte de las obras festivas.
Batalla naval de Dunquerque.
Cervantes publica la primera parte del Quijote.
1609
Comienza el pleito con la Torre de Juan Abad, terminado en 1631.
Expulsión de los moriscos. Combate naval de La Goleta. Tregua de los Doce Años entre España y Holanda.
Lope de Vega: Arte nuevo de hacer comedias.
1610
El padre Antolín Montojo niega el permiso para imprimir el Sueño del Juicio final.
Ravaillac asesina a Enrique IV en Francia.

1612
En la Torre de Juan Abad le dedica a Osuna El mundo por de dentro.

Lope de Vega: Los pastores de Belén.
1613
Le envía a su tía Margarita de Espinosa el Heráclito cristiano. En octubre está en Palermo, con Osuna, virrey de Sicilia.


1615
Elegido embajador por el Parlamento siciliano.

Cervantes: segunda parte del Quijote.
1616
Recibe el hábito de Santiago. El Duque de Osuna virrey de Nápoles; Quevedo se reúne con él en esa ciudad.
Los Países Bajos juran fidelidad a Felipe III.
Cervantes muere.
1617
Visita al Papa en Roma, en misión encomendada por Osuna. Viaja a España en mayo.
Paz de Pavía.

1618
Conjuración de Venecia. Defiende a Osuna ante el Consejo de Estado.
Comienza la Guerra de los Treinta Años.
Vicente Espinel: Marcos de Obregón.
1621
Proceso contra Osuna. Destierro de Quevedo a la Torre.
Muerte de Felipe III. Sube al trono Felipe IV y a la privanza Olivares.

1622
Quevedo se traslada a Villanueva de los Infantes. Remite a «Dª Mirena Riqueza» el Sueño de la Muerte.


1624
Muere Osuna en prisión.
Richelieu ministro de Luis XIII.
Tirso: Los cigarrales de Toledo.
1626
Se publican el Buscón y la Política de Dios.
Tratado de Monzón con Francia. Pérdida de la Valtelina.

1629
Le dedica al Conde Duque su edición de las obras de Fray Luis de León.
Nace el príncipe Baltasar Carlos.

1630
Escribe El chitón de las tarabillas.
Se comienza la construcción del Retiro.
Lope: El laurel de Apolo.
1631
Escribe Marco Bruto, Aguja de navegar cultos.


1634
Se casa con doña Esperanza de Mendoza. Publica la Introducción a la vida devota.
Batalla de Nordlingen.
Lope de Vega: Rimas de Tomé Burguillos.
1636
Se separa de su mujer. Trabaja en la Virtud Militante y dedica a don Álvaro de Monsalve la Hora de todos.


1639
Es detenido en casa del Duque de Medinaceli y llevado prisionero al convento de San Marcos de León.
Desastre español en las Dunas.
Tirso: Historia de la Orden de la Merced.
1643
Caída del Conde Duque. Quevedo es puesto en libertad.


1644
Dedica la Vida de San Pablo a don Juan de Chumacero.
Reconquista de Lérida en la guerra de Cataluña.

1645
Muere el 8 de septiembre en Villanueva de los Infantes.
Victorias francesas en Cataluña.
Calderón compone probablemente El gran teatro del mundo. Rojas Zorrilla: Segunda parte de sus comedias. Quiñones de Benavente: Jocoseria.

 

 

 

3. VIDA Y OBRA DE FRANCISCO DE QUEVEDO

 

El 17 de septiembre de 1580 nace en Madrid don Francisco de Quevedo, de familia hidalga oriunda de la Montaña de Santander. Su padre, don Pedro Gómez de Quevedo, era secretario de doña Ana de Austria, mujer de Felipe II; su madre, doña María de Santibáñez, dama de la reina, también pertenece al ámbito de los servidores de la corte: es, pues, gente de mediana condición social y económica, hidalgos pero no de ilustre aristocracia, situados en un estrato de precisa definición ideológica y social a que responden buena parte de los rasgos que caracterizan al hombre y al escritor Quevedo.
Pablo Tarsia, autor de su primera (y fantasiosa) biografía lo evoca:
«Fue don Francisco de mediana estatura, pelo negro y algo encrespado, la frente grande, sus ojos muy vivos; pero tan corto de vista que llevaba continuamente anteojos; la nariz y demás miembros, proporcionados, y de medio cuerpo arriba fue bien hecho, aunque cojo y lisiado de entrambos pies, que los tenía torcidos hacia dentro; algo abultado, sin que le afease; muy blanco de cara, y en lo más principal de su persona concurrieron todas las señales que los filósofos celebran por indicios de buen temperamento y virtuosa inclinación…»
Se formó en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, y luego en las universidades de Alcalá y Valladolid: en esta ciudad, sede de la corte desde 1601, inicia su carrera poética y también su larga enemistad con Góngora. En Valladolid, según todos los indicios, redacta el Buscón. De vuelta a Madrid con la corte, va escribiendo algunas de sus obras de índole política y moral, a la vez que continúa con la vocación satírica y burlesca. Diversas crisis de conciencia se han señalado en su trayectoria vital, algunas reflejadas literariamente en obras como el Heráclito cristiano. Clave en su evolución personal es la estancia en Italia (parte en octubre de 1613), donde sirve de secretario y colaborador del duque de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles. La política que pone en práctica le gana muchos enemigos a Osuna, que logran al fin su derrota: entre otras composiciones, Quevedo le dedica el espléndido soneto «Memoria inmortal de don Pedro Girón, duque de Osuna, muerto en la prisión», donde integra una desolada requisitoria contra la ingratitud y la mezquindad de la patria con sus héroes:
Faltar pudo su patria al grande Osuna
pero no a su defensa sus hazañas:
diéronle muerte y cárcel las Españas
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Y es que el tiempo de los héroes, como encarnación de una empresa nacional, colectiva, ha terminado: ahora los héroes lo serán a pesar de su nación, y no apoyados en ella, figuras individuales que no encuentran un ámbito de actuación heroica colectiva como todavía era posible en el siglo anterior: el desengaño, más o menos estoico, se impone. Quevedo se retira durante algún tiempo en el pueblo manchego de La Torre de Juan Abad, por cuyo señorío mantiene larguísimo pleito.
En obras como Grandes anales de quince días y Mundo caduco y desvaríos de la edad narra y enjuicia los sucesos posteriores a la muerte de Felipe III, y apunta reformas y proyectos regeneradores que la subida al poder de Olivares podría promover. En su Epístola satírica y censoria, dirigida al nuevo valido, expone literariamente el deseo de un regreso a un utópico medioevo en el que los españoles, castos, severos, valerosos y llenos de las virtudes antiguas puedan vivir una nueva y militar edad dorada, lejos de las corrupciones y la molicie de su propia época.
Defiende también las medidas económicas de Olivares en opúsculos como El chitón de las tarabillas (1630). Pero las iniciales relaciones amistosas con el Conde Duque no perduran. Es una más de las luchas de Quevedo, una de sus múltiples enemistades.
Por el lado literario también acumula enemigos, que atacan sus obras, acusándolas de impiadosas, obscenas y revolucionarias: los autores del Tribunal de la Justa Venganza claman contra él. Luis Pacheco de Narváez, famoso maestro de esgrima del que se burla don Francisco a menudo, dirige en 1630 un memorial a la Inquisición en que denuncia Los sueños, la Política de Dios, el Discurso de todos los diablos y el mismo Buscón. Quevedo multiplica libros serios, ascéticos y morales: La cuna y la sepultura, Introducción a la vida devota, La virtud militante, Marco Bruto… pero su imagen de hombre disoluto y escandaloso no desaparece en las polémicas que mantiene con unos y con otros por multitud de causas. Un matrimonio fracasado, en 1634, con doña Esperanza de Mendoza, añade nuevas melancolías. La virulencia de los ataques políticos a Olivares se muestra ya con transparente clave en La Hora de todos y la Fortuna con seso, donde saca a escena a un caricaturesco Pragas Chincollos (anagrama de Gaspar Conchillos, referencia evidente al privado).
La caída de Osuna, las maquinaciones de las camarillas políticas, el laberinto de las relaciones internacionales y de las ambiciones del poder en la corte de Felipe IV, definen un marco tormentoso en el cual naufraga Quevedo, arrestado definitivamente —tras una serie de destierros y marginaciones— por orden de Olivares y por causas no aclaradas del todo, a fines de 1639.
El poeta permanece prisionero en San Marcos de León hasta mediados de 1643. Solo con el final de Olivares (cuyo gobierno se derrumba en 1643) Quevedo conoce una breve libertad: enfermo y quebrantado cuando sale de su prisión, aguantará unos meses, hasta el 8 de septiembre de 1645 en que muere en Villanueva de los Infantes, en una celda del convento de Santo Domingo.
Hombre de cultura extraordinaria y de enorme erudición, Quevedo se precia de conocedor de lenguas, experto en teologías y filosofías, corresponsal de un humanista tan famoso como el belga Justo Lipsio, traductor de textos clásicos y bíblicos (Anacreonte, Focílides, Epicteto, Las lágrimas de Jeremías…) Sus obras están llenas de referencias, alusiones y citas de autores antiguos y modernos: Juvenal, Marcial, Séneca, Montaigne son algunos de sus favoritos.
De sus defectos físicos, y de otras inferencias psicológicas de discutible probabilidad —supuestamente manifestadas en complejos varios frente a las mujeres, enraizados también en ambiciones frustradas en la política y en la vida cortesana—, diversos biógrafos posteriores, y algunos críticos, han extraído la imagen de un Quevedo contradictorio y laberíntico, marcado por radicales actitudes ideológicas (antisemitismo, conservadurismo ideológico extremo) y por pulsiones psíquicas que entran en el terreno patológico (misoginia exacerbada, timidez excesiva, miedo a la mujer, latente homosexualidad dilaceradora de su psicología, obsesión escatológica…). Dámaso Alonso subrayó también la angustia existencial —tan moderna— que trasluce su literatura, una exasperación —el «desgarrón afectivo»— que es el centro en que habría de situarse el lector que hoy quisiera comprender su obra.
La distancia entre su faceta de poeta serio (con una poesía petrarquista, por ejemplo, ultraidealizadora) y la de poeta satírico y burlesco ha resultado también difícil de asimilar para muchos críticos. Para mí, dejando a un lado dudosas hipótesis indemostrables, lo más característico de su personalidad, sin duda compleja, sería, quizá, la exacerbación —personal y artística— que procede de una poderosa inteligencia y una omnívora curiosidad intelectual, atrabiliaria a veces, impaciente siempre, enfrentada a unas circunstancias a menudo intolerables para una mente lúcida y para una ética igualmente rigurosa, sin que fuera ajena a su actitud de continua violencia la ambición de la gloria literaria y el ansia de reconocimiento de su capacidad de poeta y de hombre público.
El cultivo de diversas áreas (seria, burlesca…) literarias me parece bastante normal en un poeta barroco, obsesionado por la mostración del ingenio y la capacidad de manipulación lingüística, y una vez que esta variedad es explicable, nada de extraño hay en la presencia de los diversos códigos involucrados necesariamente en esas variedades literarias por las mismas prácticas poéticas del tiempo: ninguna dislocación existe entre el poeta que canta a Lisi y el poeta que se burla de las prostitutas tullidas por la sífilis; o entre el autor de la Política de Dios o la Virtud militante y las Cartas del caballero de la Tenaza o las Premáticas de las cotorreras.

Si pretende cultivar todo el espectro literario del XVII habrá de usar tanto los códigos de la idealización como el bajo estilo de la sátira y la burla. En su admirable prosa satírica hallaremos una exhibición de ingenio que no elude ninguna exageración ni violencia expresiva, ninguna caricatura ni ataque, ninguna burla o chiste. De la mayor parte de estas obras se puede decir lo que el propio Quevedo decía sobre su Hora de todos, que tenía cosas de cosquillas, pues hacía reír con enfado y desesperación.

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