lunes, 28 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.


Lunes 28 de noviembre de 1966.  Clase Nº 18

Vida de Robert Browning.                                                                                       La oscuridad de su obra. Sus poemas.


Hablaremos hoy del más oscuro de los poetas de Inglaterra: Ro-bert Browning. Este apellido pertenece al grupo de apellidos que, aunque están al parecer en idioma inglés, son de origen sa-jón. Robert Browning fue hijo de un inglés, pero su abuela era escocesa y su abuelo —uno de ellos— fue alemán de origen ju-dío. Era lo que hoy llamaríamos un inglés típico, por la mezcla de sangres. En cuanto a su familia y sociedad, estaban en buena posición, pertenecían a la alta burguesía. Es decir, Browning na-ció en un barrio aristocrático, pero en el que había conventillos.
Browning nace en 1812, el mismo año que nace Dickens, pe-ro el paralelo termina ahí. Sus vidas y ellos mismos son muy dis-tintos. Robert Browning se educó, más que en ningún otro lu-gar, en la biblioteca de su padre. Tuvo de resultas de esto una vasta cultura, ya que todo le interesaba y todo leía, y especial-mente la cultura judía. Sabía idiomas, por ejemplo el griego. El practicar y traducir fue su refugio espiritual durante muchos años, sobre todo en los últimos de su vida.
Su vida de hombre rico que se supo desde un principio des-tinado a la poesía fue, sin embargo, una vida dramática. Y tanto es así que esa vida fue llevada posteriormente a la escena y a la pantalla del cinematógrafo. Es decir que es una vida que despier-ta interés por su trama. La que luego fue su esposa,  Elizabeth Barrett, había sufrido de joven una áspera caída que le lesionó la columna vertebral. Elizabeth vivió desde entonces en su casa, rodeada de un ambiente de médicos, de gente que cuchicheaba, que hablaba en voz baja. Estaba dominada por su padre, y el pa-dre creía que el deber de su hija era resignarse a su condición de inválida. Así que le estaba absolutamente prohibido recibir visi-tas, para evitar que éstas la alterasen. Elizabeth tenía sin embar-go vocación poética. Publicó al fin un libro, Poesías traducidas del portugués, que llamó poderosamente la atención de Robert Browning.  El libro de Miss Barrett era sin duda el libro de una mujer apasionada. Así que Browning le escribe, y entablaron ambos una relación epistolar. Las cartas son oscuras, están escri-tas en un dialecto común a los dos, propio, construido con alu-siones a poetas griegos. Hasta que al fin Browning le propuso ir a visitarla. Ella reaccionó alarmadísima. Le respondió que era imposible, que los médicos le habían prohibido la agitación que le produciría la visita de un desconocido. Se enamoraron y él le propuso matrimonio. Ella dio entonces el paso decisivo de su vi-da: accedió a dar una vuelta en coche a espaldas de su padre. Ha-cía años que ella no salía de casa. Estaba asombrada. Bajó del co-che, caminó unos pasos y comprobó que el aire frío de la tarde no le hacía daño. Tocó un árbol, silenciosamente. Y le contestó a Browning que escaparía con él y que se casarían en secreto.
A los pocos días de casados huyeron a Italia. El padre no perdonó nunca a Elizabeth, ni siquiera en el momento en que la enfermedad de ella se agravó. Tiró —como él siempre hacía— sus cartas y no perdonó lo que él consideraba una traición. Ro-bert y Elizabeth se establecieron en Italia. Era la época de la li-beración. La casa de los Browning estaba permanentemente vi-gilada. Browning sentía un vivo amor por Italia, como muchos de sus contemporáneos. Le interesaba la lucha de un país contra otro por su libertad. Le interesaba, entonces, la lucha de Italia contra Austria. Consiguió al fin que su mujer se restableciera sa-tisfactoriamente, hasta el punto de escalar montañas a su lado. No tuvieron hijos.  Fueron, sin embargo, muy felices. Hasta que al fin ella muere, y entonces Browning escribió su obra capital: The Ring and the Book, El anillo y el libro. Vuelve entonces por último a Londres y se dedica a la literatura. Es ya un autor fa-moso, y es tenido por oscuro —como fueron tenidos Góngora y otros—. Se llegó al punto de que en Londres se fundó una Browning Society dedicada a interpretar sus poemas. Hoy, de ca-da poema hay dos o varias explicaciones. En la enciclopedia se pueden buscar los títulos de los poemas de Browning, y se en-cuentran una o varias explicaciones que se han dado. En las reu-niones de esa sociedad, los miembros leían artículos, a veces po-lémicos, en los que cada uno daba su interpretación de algún poema. Browning solía asistir a esas reuniones. Iba, aceptaba el té, oía las interpretaciones, agradecía y decía que le habían dado mucho que pensar. Pero nunca se comprometía con ninguno.
Es notable que Browning fuera tan amigo de Tennyson, que se jactaba de que su obra entera era de una claridad virgiliana. Y sin embargo los dos fueron muy amigos y ninguno aceptaba que se hablara mal del otro. Robert Browning siguió publicando li-bros, entre ellos una traducción de Eurípides. Muere en 1889, envuelto en una especie de gloria un poco extraña. Después de la muerte de su mujer hubo otro amor, pero que nunca fue proba-do fehacientemente. Elizabeth era una mujer que no sólo era poetisa, sino que le interesaba la política italiana. Browning co-noció el latín, el alemán, el griego, el inglés antiguo. La oscuri-dad de Browning no es una oscuridad verbal. No hay un verso en sus poemas que no sea comprensible. Pero la interpretación total de sus poemas es difícil, y hay algunos en que se ha decla-rado la imposibilidad de comprensión. Es una oscuridad psico-lógica. Oscar Wilde dijo del novelista George Meredith,  por su obra, que era un Browning en prosa. Browning usó, según él, el verso como un medio para escribir prosa. 
Browning tenía una facilidad casi fatal para el verso. Abun-dó en rimas que Valle Inclán  siguió luego en su Pipa de Kif poe-mas exclusivamente escritos con rimas de ese tipo. Si Browning hubiera elegido la prosa y no el verso, sería uno de los grandes cuentistas de la lengua inglesa. Pero en esa época se le daba pre-dominante importancia a la poesía, y los versos de Browning se distinguen especialmente por sus virtudes musicales. A Brow-ning le interesaron también los estudios de la casuística, rama fi-losófica que se ocupa de la ética. Le interesaron los caracteres complejos y contradictorios. Entonces inventó una forma de poemas lírico-dramáticos en primera persona, en los que quien habla no es el autor sino un personaje. Esto tiene un lejano pre-cedente en el "Lamento de Deor".
Ahora, veamos los poemas. Veamos uno de los menos cono-cidos, pero más característicos, "Fears and Scruples",  "Temores y escrúpulos". Es un poema de dos páginas, que no es oscuro, pero como todos los poemas de Browning tiene la virtud de no parecerse a ningún otro poema de los suyos. El protagonista, el "yo" del poema, en un hombre desconocido del que ni siquiera se nos dice el nombre o la época en que vivió. Este hombre cuen-ta, o cree contar, con un amigo famoso al que ha visto en muy pocas ocasiones. Lo ha mirado y sonreído. El amigo es autor de hazañas ilustres, el amigo es famoso en todo el mundo, y él man-tiene correspondencia con el amigo desconocido. El pobre hom-bre admite que las hazañas han sido atribuidas a otro y no a su amigo ilustre. Ha llevado las cartas que recibe a que las examina-ran peritos calígrafos y le han dicho que son apócrifas. Pero él acaba por decir que cree en esas cartas, en la autenticidad de ellas y de las hazañas, y que toda su vida ha sido enriquecida por esa amistad. Los otros niegan, tratan de quitarle esa fe. Y al final aparece la pregunta: "¿Y si ese amigo fuera Dios?" Y de esta ma-nera el poema resulta una parábola del hombre que reza y no sa-be si su plegaria cae en el vacío o es recogida por alguien, por un remoto oyente. "What is that friend who is God?", ¿Qué es ese amigo que es Dios?
Veamos ahora otro poema. Este es "Mi última duquesa", en el que se refiere a Ferrara . El que habla es el duque de Ferrara, en la época del Renacimiento. Habla con un señor que viene de parte de otro aristócrata para arreglar el casamiento del duque, que es viudo, con la hija de aquel aristócrata. El duque recibe al huésped en una sala del palacio, donde le muestra una cortina y le dice: "Esta cortina no suele descorrerse". Aquí se muestra el carácter celoso del duque, porque lo que la cortina mantiene oculto es un óleo de la última mujer. El huésped, al fin, admira la espléndida tela. El duque habla entonces de la sonrisa de su mujer. Dice que sonreía a todos, que sonreía con facilidad, qui-zá con demasiada facilidad. Era muy bella, "la pintura no puede reproducir exactamente sus mejillas". Era muy bella y su cora-zón se alegraba fácilmente. Se amaban; la quería y ella lo había querido. Pero al verla tan feliz sospechaba que en sus ausencias ella seguía feliz y sonriente. Entonces dio órdenes y "todas sus sonrisas cesaron". Comprendemos entonces que el duque ha he-cho envenenar a su mujer. Luego bajan por la escalera para ir a comer, y el duque le muestra a su huésped una estatua. Antes se ha hablado de la dote, pero este asunto no trae preocupación, porque sabe de la generosidad del aristócrata, y sabe también que su futura esposa sabrá ser duquesa de Ferrara, honor que ella acepta —no sabemos si como un cumplido o sin darse cuen-ta de lo que representa—. El fin general del poema es mostrar el carácter del duque, tal como se nos presenta.
"Cómo esto lo impresionó a un contemporáneo"  es el títu-lo de un curioso poema que ocurre en Valladolid. El protagonis-ta puede ser, acaso, Cervantes, o algún otro famoso escritor es-pañol. El "yo" del poema es el de un señor burgués que dice que conoció en su vida solamente a un poeta, que puede describirlo aproximadamente, aunque no está del todo seguro de que sea un poeta. Y lo describe diciendo que era un hombre vestido con dignidad modesta que llegó a ser conocido por todos. El traje lo llevaba gastado en los codos y en los bordes del pantalón. La ca-pa en un tiempo había sido lujosa. Recorría la ciudad seguido por su perro, y al caminar proyectaba sobre las calles llenas de sol una sombra negra y alta. No miraba a nadie, pero todos lo miraban a él. Y sin embargo, aunque a nadie miraba, parecía que se fijaba en todo. Por la ciudad corrió la voz de que ese hombre era realmente el que gobernaba la ciudad, que no era el alcalde. Y en esto nos recuerda las actitudes de Víctor Hugo que, deste-rrado, se llamaba a sí mismo a pesar de eso "el testigo de Dios" y "el sonámbulo del océano". Es de notar que también Shakes-peare habla de "los espías de Dios". 
Se decía [de este hombre] que todas las noches mandaba in-formes al rey —aquí debemos pensar en la palabra "rey" como igual a "Dios"—, y que en su casa vivía suntuosamente, y era servido por esclavas desnudas, y que en las paredes había gran-des telas de Tiziano. Pero el burgués lo siguió una vez y compro-bó que eso era falso: el hombre se sentaba en la puerta, con las piernas cruzadas sobre el perro. La casa era nueva, recién habi-tada, y en la mesa comía con el ama de llaves. Jugaba luego con la baraja y, antes de las doce, se iba a dormir. Lo imagina luego al morir, y luego imagina huestes de ángeles que lo rodean y lo llevan a Dios por su servicio u oficio de observar a los hombres. El burgués concluye diciendo que "nunca fui capaz de escribir un verso, vamos a divertirnos". 
Otro poema es "Karshish",  narrado por un médico árabe. Es un poema extenso, escrito por el médico a su maestro. La época es la del gobernador anterior al Islam. Dice que el maes-tro lo sabe todo, que él recoge las migajas que caen de aquella sa-biduría.
La primera parte del poema es puramente profesional; de-muestra el interés de Browning por la medicina. Lo esencial del poema es un caso de catalepsia. Antes el relator ha hablado de sus experiencias extrañas: fue asaltado por bandoleros, herido; debió usar una piedra pómez, hierbas medicinales, piel de ser-piente. Como decía, lo esencial del poema es un caso de catalep-sia inducida para provocar una curación.
Es llevado a una aldea. Allí un hombre que estuvo enfermo fue curado por un médico que le produjo un estado semejante a la muerte. Hasta el corazón dejó de latir, y entonces el médico fue a verlo y el enfermo le dijo que había estado muerto y que había resucitado. El médico trató de conversar con él, pero el otro no oía nada, no le importaba nada, o bien le importaba to-do. Entonces quiso conocer al médico, y le dijeron que aquel que había curado al hombre había muerto en un motín, y otros le dijeron que murió ejecutado. Vuelve entonces a saludar al maestro y el poema concluye. El enfermo resucitado es Lázaro, el médico muerto es Cristo. Y todo así, indicado de paso por el poeta.
Poema análogo a éste es aquel en que aparece un "tirano de Siracusa".  Un artista universal recibe una carta del tirano. A es-te artista le ha tocado vivir una época tardía. Dice que sus poe-mas son perfectos como los de Homero, sólo que ha llegado des-pués de Homero. Ha escrito sobre filosofía. El filósofo ignora-ba cómo el hombre es devuelto a la ignorancia. Y el tirano quie-re saber si es que hay alguna esperanza de inmortalidad para el hombre. El filósofo, que ha leído los diálogos platónicos, que habla de Sócrates, dice que hay una secta que afirma eso, que afirma que Dios ha encarnado en un hombre. Y el filósofo dice que la secta está equivocada. El filósofo y el tirano han estado cerca de la verdad cristiana, pero ninguno de los dos la ve, no se dan cuenta. En Anatole France podemos encontrar un argumen-to semejante.

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