sábado, 19 de septiembre de 2015

Cuentos Completos. Chéjov.



El padre del cuento. Un punto de partida para la literatura. Antón Pávlovich Chéjov y su universo. Por primera vez en español cuidados volúmenes reunirán toda la narrativa breve del maestro ruso universal. Una selecta traducción realizada por los mejores traductores y una rigurosa edición a cargo de Paul Viejo, que servirá para conocer de principio a fin y cronológicamente la obra del autor de La dama del perrito. Un primer volumen donde confluyen sus cuentos iniciales, humorísticos y paródicos, junto a obras maestras como El camaleón, Se fue o Flores tardías. El camino se abre aquí a una obra de referencia para la modernidad. El camino de Chéjov. Chéjov completo.

INTRODUCCIÓN    

I CONOCER A CHÉJOV

Conocemos a Chéjov. Conocemos a Chéjov y lo reconocemos, además. Sabemos —aunque no lo hayamos leído incluso— quién es y dónde situarlo, junto a quién, contra quién. Qué fácil y qué rápido lo situamos ahí arriba, justo al lado de Poe, justo al lado de Maupassant, justo en esa puerta medio abierta que lleva hasta el cuento moderno, como si tuviéramos ya claro qué es un cuento «moderno» y cuál se ha quedado viejo, anticuado, limitado.
Conocemos a Chéjov. Y lo reconocemos, porque sabemos lo grande que es —con lo pequeño que lo hacía todo—, y no es difícil encontrarse en medio de alguna polémica, del tipo Chéjov contra Tolstói, Chéjov contra Dostoievski, Chéjov contra Gorki, contra Gógol. Contra Turguéniev, Léskov, Gonchárov, Bulgákov. Contra toda la literatura rusa, si hace falta, porque sabemos que bastan las pocas páginas de un cuento como «La dama del perrito» para salvarlo. Que basta una ilusión como «Flores tardías» para salvarnos.
Conocemos a Chéjov, y sabemos que además de cumplir con la imagen que tiene que dar, la del escritor perfecto, la del nunca sobra nada, mira cómo insinúa, y también la del escritor de éxito, sabemos bastantes cosas de su vida —porque «basta el espacio de una lápida para dejar encuadernada en musgo la vida de un hombre», ya lo dijo Nabokov—, como que no fue sólo escritor, a quién se le ocurre, sino que fue también médico. Sabemos lo de que estudió medicina en Moscú, y que ejerció como médico, y como médico rural, y como médico retirado después, igual que sabemos lo de que nació en Taganrog en 1860, o lo de que compatibilizó la literatura y la medicina dentro de una metáfora de amantes y esposas que él mismo se inventó. Sabemos, igual, lo de sus mil seudónimos, lo de las revistas y los periódicos, lo de la tuberculosis y los cientos de relatos, lo de sus viajes a Sajalín, a Yalta, a todas las partes de Rusia; sabemos lo de sus problemas de dinero, y lo del fracaso inicial de sus obras de teatro, y lo del amor último con la actriz Knipper; sabemos incluso lo de su muerte en Badenweiler con sólo 44 años, un escritor joven, igual que sabemos lo de la copa de champán y lo del ich sterbe, y sabemos incluso —aunque depende del cuento que nos cuenten, la versión puede cambiar— lo del tren que transportaba ostras y otras cosas y el cuerpo de Chéjov hasta Moscú, para que descansara tranquilamente después de todo lo que había hecho, lo que había escrito para nosotros. Y si no lo sabemos, cada vez es más fácil. Y si no hemos acudido a esa lápida biográfica de las enciclopedias digitales, podemos —si queremos, no siempre es necesario— acudir al Chekhov: A life de Donald Rayfield, que lo tiene todo o casi todo sobre su vida, o acudir al Cechov de la italiana Ginzburg, que no contiene nada o casi nada, pero es simplemente delicioso, como un relato del propio Antón.
Conocemos a Chéjov, sobre todo, porque lo hemos leído. Porque hemos tenido —los lectores en español— la suerte enorme e inmensa de haberlo visto publicado desde hace ya casi un siglo, de tener varias versiones de sus mejores relatos, de todos los que son imprescindibles y alguno de los que menos, antologías grandes y antologías de bolsillo, monjes negros y pabellones del 6, damas, señoras, doncellas y señoritas con perro y con perrito y con cachorro, coristas, amores, grosellas. No nos podemos quejar, porque hemos leído —si hemos querido— lo más grande y mejor de Chéjov y por eso sabemos que él mismo es grande y el mejor, o de los mejores.
Conocemos a Chéjov, porque tenemos miles de detalles como los apuntados en estas líneas. Muchos más, y con eso nos basta, o nos debería bastar. Pero a veces creemos conocer de más, y reconocemos con exageración, aunque todavía queden huecos por completar, espacios por rellenar. Y en parte por eso, casi solo, tiene sentido editar los Cuentos completos de Chéjov, y en parte por eso, casi solo, tiene sentido esta edición y es su propósito. Ofrecer, reunida por completo en cuatro volúmenes, la obra de Chéjov después de ya haber leído sus mejores relatos, sus cuentos más valiosos, puede tener poco sentido salvo para esa función necesaria —tan necesaria como todo lo que tenga que ver con la literatura— que es conocer (ahora sí) a Chéjov desde el principio hasta el final, ordenado, dejando claro y evidente y a veces incluso con sonrojo cómo se inicia un escritor que acabará siendo un genio, qué poco redondos son algunos cuentos suyos que casi ni parecen cuentos, y qué arriesgados o modernos o vanguardistas son otros, cuántos tópicos se rompen (¿cómo que no sobra ninguna palabra?, ¿dónde, por qué no va a sobrar ninguna palabra si nos las pagan al peso?) si uno recorre, en la lectura, el mismo camino que Chéjov, y cuántas sorpresas también al paso, porque intuíamos que sus primeros cuentos eran de risa —para reír, perdón— y muy graciosos, y que los últimos eran muy tristes y muy largos y cuánta melancolía, cómo conoce este hombre el alma humana, y de repente nos encontramos en medio de lo gracioso una cosa triste, tristísima, y en medio de los cuentos menos buenos (o más ligeros) joyas, obras maestras que parecen de la última época y que nosotros no distinguíamos mezclados como estaban entre tantas antologías.
Conoceremos a Chéjov en cuatro volúmenes ordenados cronológicamente, que empiezan en este mismo con la «Carta a un vecino erudito» que fue el primero de los cuentos suyos, y terminan allí a lo lejos, en el cuarto, con «La novia» que fue el último, y cuando este acabe vendrán un buen número de inconclusos, inéditos y dudosos, atrapados en un apéndice. Cuatro volúmenes que reunirán no sólo todos los cuentos, sino también a todos los traductores, o casi todos, que se han ocupado de Chéjov, los que mejor conocen a Chéjov, de varias generaciones, de varios acentos, de español variado y ruso variado, como el de Chéjov. Cuatro volúmenes donde se irá apuntando la historia de estos cuentos, todos los datos, todas las fechas, casi todas las anécdotas, y pequeñas introducciones que nos vayan explicando cómo se publicaron los cuentos, qué pasó con sus libros, cuáles las revistas, dónde los éxitos, hasta qué punto los fracasos. Cuatro volúmenes para ordenar, por fin, a Chéjov. Cuatro volúmenes para leer, por fin, a Chéjov de arriba abajo y desde cerca. Cuatro volúmenes de Cuentos completos. Para conocer a Chéjov.
 

Manuscrito del cuento «Dos novelas»



 II 1880-1885

Este primer volumen de los Cuentos completos de Chéjov contiene lo que en la nomenclatura tradicional de la obra chejoviana se ha venido llamando relatos, cuentos, piezas humorísticas y parodias, todos correspondientes al periodo comprendido entre 1880 y parte de 1885. La mayoría de ellos aparecieron por primera vez en revistas y publicaciones periódicas, sujetos a las habituales correcciones tipográficas y la enmienda de erratas. Varios de los relatos (como «Una vida en preguntas y respuestas», «Flores tardías», «El fin de un idilio», «Definiciones filosóficas de la vida», «El espejo torcido», «Dos novelas» o «Carta a la redacción») se han recuperado, sin embargo, desde los originales autógrafos que se han conservado en los archivos de Moscú y Taganrog.
Un buen número de estas historias tempranas de Chéjov fueron corregidas por su autor en varias ocasiones para su publicación en dos colecciones de relatos: Travesura (1882), que permanecería inédito, y Cuentos de Melpómene[1] (1884). «El espejo curvo» aparecería por primera vez tan sólo en la edición de las Obras completas[2] que Adolf Marx publicó entre 1899 y 1903, y que Chéjov se encargó de preparar y seleccionar, mientras que otros relatos, como «Juicio sumarísimo» o «Imprudencia», tuvieron que ser recuperados a partir de las galeradas dispuestas para esa misma edición.
En los diferentes archivos donde se conserva la obra de Chéjov permanecen numerosos recortes de las revistas donde se fueron publicando, copias manuscritas y apuntes que el autor utilizó para seleccionar aquellos que se incluirían en sus obras completas (o que Chéjov descartaba añadiendo una anotación: «N. B.: No incluir en obras completas»), pero también para enmendar algunos de los recortes que estos relatos humorísticos iniciales habían sufrido por parte de la censura que permitía su publicación en las revistas, como en el caso de «Carta a un vecino erudito» o «El pecador de Toledo».
El primer volumen de cuentos de Antón Chéjov iba a llamarse Travesura, y estuvo preparando su publicación a mediados de 1882, para incluir los doce cuentos que se señalan en los apartados siguientes. Sin embargo, esta primera antología no llegó a ver la luz nunca. En la Casa Museo Chéjov de Moscú se conservan dos copias (sin portada, índice de títulos y algunas de las páginas finales) de 112 y 96 páginas respectivamente. En una de las copias figura la inscripción «Edición del autor, 188—», mientras que en la segunda una anotación manuscrita decía que las páginas supervivientes de este libro, perteneciente a A. Chéjov, y que todavía no habían visto la luz, pasaron a formar parte de su próximo libro, Cuentos de Melpómene. La nota estaba firmada por I. Chéjov en marzo de 1931, y además añadía: «Ilustraciones de su fallecido hermano Nikolái».
Mijaíl Chéjov en sus memorias, Alrededor de Chéjov[3], habla de este libro inédito: «Estaba ya impreso, encuadernado y sólo le faltaba la cubierta… No sé por qué no fue nunca publicado ni cuál fue su destino». Y aunque sí se conservan documentos relativos a la censura administrativa y la entrega del material, ni el propio Chéjov dejó más información escrita sobre esta primera colección de cuentos.
El verdadero «primer libro» de Chéjov fue por tanto Cuentos de Melpómene. Seis cuentos, de A. Chejonté, publicado en Moscú, por cuenta propia, en 1884. La aparición de su ópera prima provocó diversas reacciones en la prensa que transitaban desde las positivas «humor dickensiano» o «se leen con interés. El autor tiene un indudable sentido del humor», hasta algunas menos complacientes como la que apareció ya en 1885 en El observador donde se decía que, aunque interesantes, «estas historias están mal escritas».
En 1900, la editorial que publicaba la revista La libélula[4] decidió lanzar una antología titulada En un mundo de risas y bromas, donde reuniría algunas de las historias, poemas, piezas humorísticas y caricaturas que habían visto la luz en sus páginas. De Chéjov publicaron varios de los textos aparecidos en 1880, mientras colaboró con ella: «A la americana», «Papá», «Antes de la boda», «Por unas manzanas» y «¿Qué es lo que más se da en las novelas, relatos, etcétera?».
Todos los cuentos y piezas cómicas que Chéjov publicó entre 1880 y 1882 salieron bajo seudónimo o sin firma, como damos cuenta en las siguientes páginas. La primera que se reconoce como auténticamente chejoviana es una simple firma «… v’», en el primero de sus cuentos publicados, mientras que el más frecuente y que usó con más insistencia fue «Antosha Chejonté», o variaciones como «Antón Ch.», «Chejonté», «An. Ch.», «Antón W***», «Don Antonio Chejonté», etcétera, o completamente diferentes como «El hombre sin bazo», «Un poeta prosaico» o «G. Baldastov».
Ni siquiera Chéjov, mientras preparaba la edición completa para Marx, pudo localizar todos los textos que escribió a lo largo de veinte años de creación: «están repartidos por todo el mundo», dejó escrito. Un buen número de textos publicados en estas fechas, de forma anónima o con diversos seudónimos, se perdieron en los propios fondos de las revistas donde fueron publicados y, sólo algunos de ellos, recuperados en épocas recientes, a través de sistemáticos estudios y pruebas. También la atribución o las dudas respecto a la autoría han dado un buen número de textos «dudosos» que, a modo de apéndice, se suelen reunir en las ediciones chejovianas.
Desde finales de 1882 Chéjov comenzaría a colaborar en la revista Fragmentos[5], a cargo del editor Nikolái Leikin, y con esto se iniciaría uno de los periodos más prolíficos de su carrera. Entre principios de 1883 y principios de 1884 se pueden rastrear ciento treinta cuentos, de diferentes géneros, extensiones e intenciones, de los cuales, sin embargo, tan sólo veintiséis acabarían formando parte de las Obras completas, algo que puede llegar a decir mucho de la exigencia de Chéjov, o de sus gustos o necesidades en cada época. La estrecha colaboración entre Leikin y Chéjov, además de exitosa, les proporcionaba a ambos una gran satisfacción. Si Chéjov sentía que podía desarrollar más su faceta literaria que lo que había podido hacer en las revistas moscovitas en las que colaboraba previamente, Leikin por su parte admiraba el ritmo y el número de contribuciones de Chéjov, hasta que enseguida se convirtió en el principal colaborador de Fragmentos. Hasta tal punto fue estrecha su colaboración que hoy sabemos que algunos de los cuentos de Chéjov sufrieron una intensa intervención por parte del editor, muchas veces sin consultarlo previamente. En ocasiones el objetivo era evitar la censura o enmendar los textos de la forma en que ésta proponía (como en «Un esclavo jubilado»), pero también únicamente por problemas de espacio («De paseo en landó», «Un liberal»), y poder adaptarse a las cien o ciento cincuenta líneas que el diseño de la revista permitía. El propio editor, para no excederse en esas funciones, le recomendó a Chéjov tenerlo en cuenta, y así sabemos que gran parte de lo que hoy se reconoce como rasgo importantísimo de su estilo compositivo se debe a esta razón, que condicionaba por completo la escritura, y que historias tan valiosas como «La cerilla sueca» y «La muerte de un funcionario», u obras maestras de la brevedad lacónica y el subtexto como «Se fue» o «Un trágico» se beneficiaron de este tipo de «censura». Lo único que en ocasiones Chéjov reprochaba era que la revista no pudiera publicar todo aquello que él enviaba, y que muchos de los cuentos se retrasaran considerablemente o incluso no llegaran a ver la luz.
Por ello, desde ese momento se hacen frecuentes las colaboraciones con otras revistas. Breves fueron las colaboraciones con la Hojilla satírica rusa, editada por Abram Lipskerov, donde aparecerían «La venganza de las mujeres» y «El vanka», y con Noticias del día, donde aparecieron «Un examen» y «¡Oh, las mujeres, las mujeres!».
En 1883 aparecería, por fin, el primer relato de «Antón Chéjov», es decir, firmado con su propio nombre, «En el mar», hecho que se volvería a repetir en «La cerilla sueca». Los editores de Noticias del día y La hoja moscovita también colocaron deliberadamente la firma «A. Chéjov», sin consultarlo, al pie de los relatos «Un examen» y «Un hombre orgulloso». Pero la cuestión del nombre todavía sería un tema peliagudo.
Ni siquiera en la primera edición de su segundo libro de cuentos, Relatos abigarrados[6], de 1866, figuraba de tal forma, sino que todavía se mantuvo el habitual «A. Chejonté». Sólo en siguientes ediciones, guiado por los consejos del escritor Dmitri Grigórovich y el editor Alekséi Suvorin, aparecería su nombre entre paréntesis y seguido del seudónimo. Relatos abigarrados contenía setenta y siete relatos aparecidos entre 1883 y 1886, de los cuales cuarenta y siete se publicaron durante esta etapa de colaboraciones con Fragmentos, incluidos sin apenas rectificaciones (salvo una excepción importante en el relato «El gordo y el flaco»). Más significativas serían ya la revisiones a partir de la segunda edición, reducida a cuarenta y un cuentos, cuya estructura se mantuvo hasta la sexta edición (1895), para volver a modificarse en la décima (1897) y duodécima (1898). Relatos abigarrados sería la primera obra que por fin proporcionó a Chéjov visibilidad y numerosas menciones en prensa, reconociendo que los relatos incluidos (es decir, un gran número de los que se recogen en este libro) demostraban que el autor «era capaz de combinar la facilidad y elegancia de sus formas, con la gravedad de los contenidos», como se publicó anónimamente en la revista El despertador. Hasta finales de la década de 1890, cuando se iniciara la publicación de sus Obras completas, no se volvería a dar una situación tan positiva, en número y contenido, en la recepción de las obras de Chéjov y el renacimiento del interés por el autor.
En 1884 Chéjov era ya, desde luego, alguien a quien se leía con atención y cuyas colaboraciones eran reclamadas desde distintas editoriales, lo que provocó no pocos desencuentros con el editor de Fragmentos. Sus diferentes participaciones en otras publicaciones, como la retomada con El despertador o las que se iniciarán con Entretenimiento, El provecho ruso o Noticias del día, permitirán a Chéjov algo a lo que cada vez le dará más importancia: no limitarse a textos breves de carácter humorístico, sino poder experimentar con extensiones, puntos de vista y enfoques diversos. Habrá que considerar estos años, 1884 y principios de 1885, como una de las primeras bisagras hacia la obra mayor de Chéjov, como ya adelantan algunos de los cuentos. Dos de ellos, de entre los incluidos aquí, se publicaron en el siguiente libro de cuentos de Chéjov, Discursos inocentes (de A. Chejonté), publicado en 1887: «La noche antes del juicio» y «Una noche de espanto».
Este volumen se detiene justo ante un relato mayor, tanto en su extensión como en su calidad, «Un drama de caza», prácticamente una novela policiaca, con el que se abre la segunda parte de esta edición y que incluye muchos de los cuentos que acabarían formando parte, ya sí, de la colección que le daría el renombre definitivo y la fama merecida, En el crepúsculo[7].
Fuente: Editorial Paul Viejo.

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