jueves, 2 de junio de 2022

EL CANON DEL CUENTO. HAROLD BLOOM. FRAGMENTO.

 



NOTA A LA EDICIÓN

El libro que tiene el lector en sus manos corresponde

a un volumen independiente de la Bloom’s Literary Criticism,

una monumental colección de crítica literaria en

seis volúmenes, editada por la Chelsea House Publishers

y dirigida y presentada por el prestigioso crítico y escritor

Harold Bloom. Esta colección, casi enciclopédica, recoge

el fruto de veinte años de trabajo, y se convierte así en la

primera obra de referencia de la interpretación literaria

contemporánea. Este volumen es uno de los libros de crítica

literaria dedicada al cuento más importantes hasta

ahora publicados, de tal forma que podemos afirmar que

con esta obra el autor ha marcado un verdadero «Canon

del cuento». Bloom no se limita a facilitamos una lista,

una colección de sus cuentistas favoritos, sino que aporta

jugosas reflexiones sobre la narrativa breve, su dinámica

interna propia y única, y su naturaleza ambigua como

género independiente de la épica, de la novela o de la

poesía. Bloom señala, en este sentido, la dificultad que

siempre ha tenido el cuento para alzarse como un género

definible. Los treinta y nueve cuentistas escogidos por

Bloom, tan distintos, responden no obstante a un patrón

común que los hermana; aunque sus cuentos son muy

distintos, todos se basan en una de estas dos tradiciones:

la de Chéjov, por un lado, o la de Poe, Kafka y Borges,

por otro. La ambigüedad del género cuento quizá

nunca se resuelva, pero siempre habrá diálogos internos

entre unos cuentistas y otros, de tal manera que, sostiene

Bloom, «los cuentos se relacionen los unos con los otros

como milagros».

Las traducciones de los fragmentos de los relatos donde

no se indica la edición española disponible son responsabilidad

del traductor. Agradecemos a la librería Tres

rosas amarillas, a la editorial Val demar y a P. F. Amigot,

así como al personal de la Biblioteca Pública Central de

Madrid, su inestimable colaboración en la realización

de esta obra.

Feo. J a v ie r Jim énez

Editor

PREFACIO

Comencé editando antologías de crítica literaria para la

editorial Chelsea House a comienzos de 1984 y el primer

volumen, Edgar Alian Poe: Modem Critical Views, se publicó

en enero de 1985, así que ahora se cumple el vigésimo

aniversario1 de una aventura un tanto quijotesca. Si me

preguntan cuántos libros individuales han formado parte

de este proyecto ya no sería capaz de dar una repuesta

precisa, pues en un período de tiempo tan largo muchos

volúmenes quedan descatalogados, e incluso series enteras

se han interrumpido. Un cálculo aproximado daría más de

un millar de antologías individuales; puede que sea una

cantidad poco sensata para haber sido reunida y presentada

por un solo crítico.

Algunos de estos libros han aparecido en lugares inesperados:

en habitaciones de hotel en Bolonia y Valencia, Coimbra

y Oslo; en puestos de libros de viejo en Fráncfort y Niza; sobre

estanterías de escritores allá donde he ido. Mandé un lote

como respuesta a una petición de una biblioteca universitaria

de Macedonia, y he donado algunos de ellos, también tras

petición, a unos cuantos presidiarios que cumplen cadena per1.

El original de Skort story writers and short stories se publicó en 2005.

petua en cárceles de Estados Unidos. Mil libros a lo largo de

dos décadas pueden llegar a muchas orillas y a muchas vidas;

y a mis setenta y cuatro años estoy un tanto desconcertado por

lo extraño de la empresa, especialmente ahora que ha saltado

de un siglo a otro.

No se puede decir que yo haya refrendado todo ensayo

crítico que se ha reeditado como ponen de manifiesto las

notas de mi editor. Sin embargo, los libros han de reflejar

razonablemente los modos de crítica actuales y las modas

educativas, no todos ellos santos de mi devoción. Pero es que

yo soy un dinosaurio, alegremente bautizado por mí mismo

con el nombre de «Bloom Brontosaurus Bardolator». Yo acepto

únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de

imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría.

Lo que se ha dado ahora en llamar «relevancia» terminará

en el cubo de la basura en menos de una generación, ya que

nuestra sociedad -de forma un tanto tardía- va enmendando

prejuicios e injusticias. Las modas en literatura y en crítica

caducan como piezas típicas de una época determinada. Pero

el mobiliario viejo y bien hecho sobrevive como antigüedad

valiosa, destino que no es el de las exhortaciones imaginativas

e ideológicas mal fabricadas.

El tiempo, que nos va deteriorando hasta que nos destruye,

es aún más despiadado a la hora de arrumbar novelas,

poemas, obras de teatro y cuentos inconsistentes, por

mucha virtud que muestren. Dense un paseo por alguna

biblioteca y fíjense en las obras maestras de hace treinta

años: puede que unos pocos libros olvidados tengan valor,

pero la iniquidad del olvido ha sido el resultado en la mayoría

de los best sellers de la venganza implacable del tiempo.

El otro día un amigo y antiguo alumno me contaba que

el primero de los poetas laureados de América del siglo

XX había sido Joseph Auslander2, que mi todavía buena

2. Joseph Auslander (1897-1965), poeta y novelista norteamericano.

memoria no logra ubicar. Últimamente la señora Felicia

Hemans3 está siendo objeto de estudio y explicada por un

buen número de estudiosas feministas del Romanticismo.

De los poemas de aquella valiente sabia que escribía para

dar de comer a su prole únicamente recuerdo el primer

verso de «Casabianca», y sólo porque Mark Twain añadió

otro de su propia cosecha para hacer un pareado:

The boy stood on the buming deck Eating peanuts by the peck4.

De todas formas, yo no pretendo afirmar la inutilidad

social de la literatura pese a que admiro la grandiosa declaración

de Oscar Wilde: «Todo arte es perfectamente inútil».

Shakespeare podría servir aquí como ejemplo del gran efecto

benéfico que comporta la más alta literatura: si es apreciada

con propiedad puede sanar parte de la violencia que se genera

en cualquier tipo de sociedad. A mi juicio Walt Whitman

es el escritor clave que ha surgido hasta ahora en las Américas

-la del Norte, la Central, la del Sur y la del Caribe- tanto

en inglés, español, portugués, francés, yidis u otras lenguas.

Y Walt Whitman es un sanador, un poeta-profeta que descubrió

su pragmática vocación sirviendo como enfermero

voluntario y sin sueldo en los hospitales de Washington D.

C. durante la Guerra de Secesión. Leer y entender adecuadamente

a Whitman puede ser una educación en la autoconfianza

y en la ciara de la propia conciencia.

La función de la crítica literaria, tal y como yo la concibo

a mi edad cada vez más provecta, consiste principalmente

en reconocimiento y apreciación -en el sentido de Walter

Pater5— que mezcla análisis y valoración. Cuando Pater

3. Felicia Dorotea Browne, de casada Hemans (1793-1835), poetisa inglesa.

4. «El chico estaba en el ardiente muelle / comiendo cacahuetes sin perder

fuelle» (N. del T.).

5. Walter Horatio Pater (1839-1894), escritor e historiador del arte inglés.

hablaba de «el arte por amor al arte» incluía implícitamente

en su declaración lo que D. H. Lawrence quería decir con «el

arte por amor a la vida». Lawrence, el más provocador de los

vitalistas poswhitmanianos, padece hoy en día un eclipse

total en la enseñanza superior de las naciones angloparlantes.

Las feministas lo han proscrito con sus acusaciones de

misoginia, y afirman de él que lo que anhelaba era que las

mujeres renunciaran al placer del sexo. Basándose en esta

suposición los estudiantes pierden la experiencia de leer a

uno de los principales autores del siglo XX, novelista excepcional,

cuentista, poeta, crítico y profeta a un tiempo.

Un proyecto tan vasto como este de Chelsea House Literary

Criticism refleja sin duda los defectos y las virtudes

de su editor. La exhaustividad ha sido uno de los objetivos

perseguidos y he intentado (en la mayoría de las ocasiones)

dejar a un lado mis propias opiniones literarias. Me

apena que el mercado mantenga un volumen tan grande

de libros descatalogados, si bien me consuela el ejemplo

de mi ídolo, el doctor Samuel Johnson, en su Vidas de los

poetas. Los libreros (que eran al mismo tiempo editores

y vendedores) elegían a los poetas, y Johnson fue capaz

de decir exactamente lo que pensaba de cada uno. ¿Quién

recuerda a aquellos ilustres Yalden6, Sprat7, Roscommon8

y Stepney9? Sería desagradable para mí nombrar a sus

equivalentes contemporáneos, pero su nombre es legión.

En esta búsqueda he aprendido sobre todo el concepto

de exhaustividad, que me ha enseñado a escribir para un

público amplio. La crítica literaria es al mismo tiempo un modo

individual y colectivo. Tiene sus titanes como Johnson,

Coleridge, Lessing, Goethe, Hazlitt, Sainte-Beuve, Pater,

Curtius, Valéry, Frye, Empson, Kennneth Burke. Pero la

6. Thomas Yalden (1670-1736).

7. Thomas Sprat (1635-1713).

8. Wentworth Dillon, Conde de Roscommon (1630-1685).

9. George Stepney (1663-1707).

mayoría de los que reproduzco no pueden tener tanta eminencia;

hay que conformarse con lo que hay. A lo largo de

toda una vida leyendo y enseñando se aprende tanto de

tantos que uno no llega a tener muy claro cuáles son sus

deudas intelectuales. Nunca llegaré a conocer a cientos de

aquellos a quienes he reeditado, pero me han ayudado a

ilustrarme en la medida en que he sido capaz de aprender

de alguien que ha sido un huésped de otras mentes.

Harold Bloom

INTRODUCCIÓN

A pesar de que se incluyen aquí comentarios sobre treinta

y nueve maestros del cuento, he de lamentar ausencias

como la de Alice Munro, Saki, Edna O’Brien, A. E.

Coppard, Frank O’Connor, Katherine Mansfield y enormes

figuras anteriores como E. T. A. Hoffmann, Kleist, Tolstoi,

Léskov y Hardy, entre muchos otros.

Frank O’Connor escribió un estudio muy provocador sobre

el cuento, La voz solitaria, que todavía me suscita un útil

desacuerdo. Siempre me sorprende que O’Connor fuera tan

espléndido con Shakespeare a pesar de que La voz solitaria

en ningún momento llegue a ser tan distinguido como

Shakespeare’s Progress, uno de los admirables estudios literarios

sobre el más grande de todos los escritores. Quizás

O’Connor estuviera demasiado cerca del arte del cuento, al

que él veía como la voz solitaria de «grupos de población

sumergida». O’Connor se vio obligado a creer que el cuento se

mantenía por su propia naturaleza alejado de la colectividad:

romántico, individualista e intransigente.

Puedo reconocer a D. H. Lawrence y a James Joyce, a

Hemingway y a Katherine Anne Porter en esa afirmación,

pero no a Hans Christian Andersen, a Turgueniev, a Mark

Twain, a Tolstoi, a Kipling, a Isaac Bábel. La poesía lírica

desde el Renacimiento hasta W. B. Yeats, pasando por

los románticos, emana de la soledad de las alturas, pero los

cuentos tampoco han de reflejar necesariamente ninguna

dialéctica social concreta.

El cuento no tiene a ningún Homero o Shakespeare,

ningún Dickens o Proust: ni siquiera de Turgueniev o

de Chéjov, de Joyce o de Lawrence, Borges o Kafka, de

Flannery O’Connor o Edna O’Brien se puede decir que

dominen la forma. Cuando oigo mencionar el género de la

épica en quien primero pienso es en Homero o en Milton;

y casi todo el mundo a la mención de una obra dramática

en verso responde con Hamlet. ¿Será acaso una mera particularidad

personal el que los cuentos evoquen de forma

inmediata en mí un sentido de multiplicidad mientras

que los poemas líricos me sugieran a Shelley y a Keats?

¿Hay algo más anónimo respecto al cuento que la forma?

Frank O’Connor rechazaría mi pregunta: el individualismo

y la intransigencia a duras penas son compatibles con

el anonimato. Sospecho que existen elementos genéricos

que unen a los cuentos de manera más íntima que los

rasgos comunes de poemas, obras de teatro y novelas.

Y, sin embargo, si me paro a pensar en algunos de mis

cuentistas favoritos del siglo XX, digamos Henry James y D.

H. Lawrence, apenas tengo conciencia de que estén escribiendo

en el mismo género: el extraordinario vitalismo de Lawrence

es expresionista; los matices de James son impresionistas.

Frank O’Connor, fiel a su obsesión crítica, hace balance

de Lawrence diciendo que «huyó de la población sumergida

entre la cual Kabía crecido», pero yo creo que se trata de una

valoración limitada del impulso de Lawrence por escapar a

nuestra condición natural de caídos: «nuestra crucifixión en

el sexo», como él escribió. James permanece en su mundo de

origen al tiempo que mezcla sexualidad y fantasmagoría en

una solución fascinante. Y entonces, ¿qué poseían en común

Lawrence y James como escritores de cuentos?

El Lawrence cuentista derivaba de Thomas Hardy,

mientras que James mezcló a Turgueniev y a Hawthome.

Sin embargo, ni Lawrence ni James era escritores fantásticos

a la manera de Hans Christian Andersen, Poe, Gógol,

Lewis Carroll, Kafka y Borges. Si la tradición principal del

cuento es chejoviana, alterna con el modo kafkiano-borgesiano,

de pesadillas fantasmagóricas. Lawrence y James

cuentan con cualidades reconocibles que son chejovianas,

y ninguno de ellos fue precursor de Borges.

Frank O’Connor concibió el cuento como un arte chejoviano

atestado de «una nueva población sumergida de

médicos, profesores, y a veces sacerdotes». Sin embargo,

cuando leo a Chéjov tengo la impresión de que todo el

mundo está sumergido por la soledad y la falta de comprensión.

Cuando censura a Kipling por tener demasiada

conciencia de grupo, O’Connor no me parece en absoluto

coherente. ¿Acaso para que un cuento perdure ha de versar

sobre la soledad del hombre?

Mark Twain, Thomas Mann, Hemingway, Faulkner y

Scott Fitzgerald sabían todos mucho de soledad, pero difícilmente

me parece que eso sea lo central en ninguno de ellos a

la hora de contar historias. Lawrence nos pidió que confiáramos

en el relato, no en el artista, y las grandes historias muy

raras veces manifiestan un único aspecto del ser humano.

Me pregunto cuál será mi favorita entre todas las historias

comentadas en este volumen. ¿Será «Así se hacía en Odesa»,

de Bábel, o «Tía Dolor de Muelas» de Hans Christian Andersen?

Benia Krik*, de Bábel, y la diablesa Tía Dolor de Muelas

no son otra cosa que voces sumergidas. Acaso los cuentos se

relacionen los unos con los otros sólo como milagros.

Harold Bloom

1. P er scnaj: delcuento «Asi se hacía en Odesa».

miércoles, 1 de junio de 2022

SHAKESPEARE LA INVENCIÓN DE LO HUMANO HAROLD BLOOM. FRAGMENTO.

 


 
 

SHAKESPEARE

 

 

            LA INVENCIÓN DE LO HUMANO

 

             

            HAROLD BLOOM

 PARA JEANNE


           AQUELLO PARA LO QUE ENCONTRAMOS PALABRAS ES ALGO YA MUERTO EN NUESTROS CORAZONES. HAY SIEMPRE UNA ESPECIE DE DESPRECIO EN EL ACTO DE HABLAR.[1]

 

             

            Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos

 

           

             

            LA VOLUNTAD Y EL SINO NUESTROS CORREN TAN ENCONTRADOS QUE TODA ESTRATAGEMA NUESTRA ES DERRIBADA, SON NUESTRAS LAS IDEAS NUESTRAS, PERO AJENOS SUS FINES.[2]

 

             

            El Actor Rey en Hamlet

 

 


 AGRADECIMIENTOS

 

 

            Puesto que no puede haber un Shakespeare definitivo, he utilizado una diversidad de textos, a veces repuntuándolos en silencio para mí mismo. En general, recomiendo la edición de Arden, pero muchas veces he seguido la edición de Riverside u otras. He evitado el New Oxford Shakespeare, que busca de manera perversa, la mayoría de las veces, imprimir el peor texto posible, poéticamente hablando.

            Parte del material de este libro fue leído, en esbozos muy anteriores, dentro de las conferencias Mary Flexner en Bryn Mawr College, en octubre de 1990, y de las Conferencias Tanner en la Universidad de Princeton, en noviembre de 1995.

            John Hollander leyó y mejoró mis manuscritos, así como también mi devota editora, Celina Spiegel; tengo también deudas considerables con mis agentes literarios, Glen Hartley y Lynn Chu; con el editor de mi original, Toni Rachiele; y con mis ayudantes de investigación: Mirjana Kalezic, Jennifer Lewin, Ginger Gaines, Eric Boles, Elizabeth Small y Octavio DiLeo. Como siempre, estoy agradecido a las bibliotecas y los bibliotecarios de la Universidad de Yale.

             

            H.B.

 

            Timothy Dwight College

 

            Universidad de Yale

 

            Abril de 1998

 

 


 CRONOLOGÍA

 

 

            La disposición de las obras de Shakespeare en el orden de su composición sigue siendo una empresa discutible. Esta cronología, necesariamente provisional, sigue en parte lo que se considera generalmente como autoridad erudita. Allí donde soy escéptico sobre la autoridad, he dado breves anotaciones para dar cuenta de mis suposiciones.

            Shakespeare fue bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratfordon-Avon y murió allí el 23 de abril de 1616. No sabemos cuándo entró por primera vez en el mundo teatral londinense, pero sospecho que fue ya desde 1587. Probablemente en 1610, Shakespeare regresó a vivir en Stratford, hasta su muerte. Después de 1613, cuando compuso Dos nobles de la misma sangre (con John Fletcher), Shakespeare abandonó evidentemente su carrera de dramaturgo.

            Mi discrepancia más importante con la mayor parte de la tradición erudita shakespeareana es que sigo la Introduction to Shakespeare (1964) de Peter Alexander al asignar el primer Hamlet (escrito en algún momento entre 1589 y 1593) al propio Shakespeare, y no a Thomas Kyd. Disiento también de la reciente aceptación de Eduardo III (1592-1595) dentro del canon shakespeareano, pues no encuentro en esta obra nada representativo del dramaturgo que había escrito Ricardo III.[3]

             

 Enrique VI, Primera parte [Henry VI, Part one] 1589-1590 Enrique VI, Segunda parte [Henry VI, Part two] 1590-1591 Enrique VI, Tercera parte [Henry VI, Part three] 1590-1591 Ricardo III [Richard III] 1592-1593 Los dos hidalgos de Verona [The Two Gentlemen of Verona] 1592-1593    La mayoría de los estudiosos fechan esta obra en 1594, pero es mucho menos avanzada que La comedia de los errores, y a mí me parece la primera comedia sobresaliente de Shakespeare.

             

 Hamlet (primera versión) 1589-1593            Ésta fue añadida al repertorio de los que serían después los Hombres del lord Chambelán cuando Shakespeare se unió a ellos en 1594. Al mismo tiempo, éstos empezaron a representar Tito Andrónico y La doma de la fiera. Nunca representaron nada de Kyd.

             

 Venus y Adonis [Venus and Adonis] 1592-1593 La comedia de los errores [The Comedy of Errors] 1593 Sonetos [Sonnets] 1593-1609 Los primeros sonetos pueden haberse compuesto en 1589, lo cual significaría que cubren veinte años de la vida de Shakespeare, terminando un año antes de su semirretiro a Stratford.

             

 La violación de Lucrecia [The Rape of Lucrece] 1593-1594 Tito Andrónico [Titus Andronicus] 1593-1594 La doma de la fiera [The Taming of the Shrew] 1593-1594 Penas de amor perdidas [Love’s Labour’s Lost] 1594-1595   Hay un salto tan grande de las primeras comedias de Shakespeare a la gran fiesta del lenguaje que es Penas de amor perdidas, que dudo de esta fecha tan temprana, a menos que la revisión de 1597 para una representación en la corte fuese bastante más de lo que entendemos generalmente por «revisión». No hay ninguna versión impresa antes de 1598.

             

 El rey Juan [King John] 1594-1596             Otro gran rompecabezas de datación; gran parte de la versificación es tan arcaica que hace pensar en el Shakespeare de 1589 o por ahí. Y sin embargo Faulconbridge el Bastardo es el primer personaje de Shakespeare que habla con una voz enteramente propia.

             

 Ricardo II [Richard II] 1595 Romeo y Julieta [Romeo and Juliet] 1595-1596 Sueño de una noche de verano [A Midsummer Night’s Dream] 1595-1596 El mercader de Venecia [The Merchant of Venice] 1596-1597 Enrique IV, Primera parte [Henry IV, Part One] 1596-1597 Las alegres comadres de Windsor [The Merry Wives of Windsor] 1597 Enrique IV, Segunda parte [Henry IV, Part Two] 1598 Mucho ruido y pocas nueces [Much Ado About Nothing] 1598-1599 Enrique V [Henry V] 1599 Julio César [Julius Caesar] 1599 Como gustéis [As You Like It] 1599 Hamlet  1600-1601 El Fénix y la tórtola [The Phoenix and the Turtle] 1601 Noche de Reyes [Twelfth Night] 1601-1602 Troilo y Crésida [Troilus and Cressida] 1601-1602 Bien está lo que bien acaba [All’s Well That Ends Well ] 1602-1603 Medida por medida [Measure for Measure] 1604 Otelo [Othello] 1604 El rey Lear [King Lear] 1605 Macbeth  1606 Antonio y Cleopatra [Antony and Cleopatra] 1606 Coriolano [Coriolanus] 1607-1608 Timón de Atenas [Timon of Athens] 1607-1608 Pericles  1607-1608 Cimbelino [Cymbeline] 1609-1610 El cuento de invierno [The Winter’s Tale] 1610-1611 La tempestad [The Tempest] 1611 Elegía fúnebre [A Funeral Elegy] 1612 Enrique VIII [Henry VIII] 1612-1613 Dos nobles de la misma sangre [The Two Noble Kinsmen] 1613


 ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR

 

 

            La principal dificultad de traducción de este libro son las abundantes citas de obras de Shakespeare. Pero en este caso era imposible aceptar el desafío que supone intentar acercarse al nivel literario o poético del genio inglés: la naturaleza de este estudio imponía una versión inflexiblemente literal (o lo que solemos llamar así), en la que pudieran seguirse en detalle los comentarios del crítico. El traductor sólo puede pedir comprensión por la grisura de su versión. Es sabido además que sigue habiendo en Shakespeare muchos puntos oscuros o de interpretación discutible, y más para quien lo traduce a otra lengua, y gran parte de esas oscuridades no las resuelve tampoco este libro. Para esas dificultades el traductor ha seleccionado en lo posible las interpretaciones de estudiosos o traductores anteriores, y en algunos pocos casos se ha aventurado a tomar decisiones personales. Finalmente, en algunos raros pasajes (de Shakespeare o de otros autores), el autor pensó poder permitirse una versión más literaria o poética.

 


 AL LECTOR

 

 

            Antes de Shakespeare, el personaje literario cambia poco; se representa a las mujeres y a los hombres envejeciendo y muriendo, pero no cambiando porque su relación consigo mismos, más que con los dioses o con Dios, haya cambiado. En Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales y varios cientos de personajes menores claramente distinguibles.

            Cuanto más lee y pondera uno las obras de Shakespeare, más comprende uno que la actitud adecuada ante ellas es la del pasmo. Cómo pudo existir no lo sé, y después de dos décadas de dar clases casi exclusivamente sobre él, el enigma me parece insoluble. Este libro, aunque espera ser útil para otras personas, es una declaración personal, la expresión de una larga pasión (aunque sin duda no única) y la culminación de toda una vida de trabajo leyendo y escribiendo y enseñando en torno a lo que sigo llamando tercamente literatura imaginativa. La «bardolatría», la adoración de Shakespeare, debería ser una religión secular más aún de lo que ya es. Las obras de teatro siguen siendo el límite exterior del logro humano: estéticamente, cognitivamente, en cierto modo moralmente, incluso espiritualmente. Se ciernen más allá del límite del alcance humano, no podemos ponernos a su altura. Shakespeare seguirá explicándonos, que es el principal argumento de este libro. Este argumento lo he repetido exhaustivamente, porque a muchos les parecerá extraño.

            Ofrezco una interpretación bastante abarcadora de las obras de teatro de Shakespeare, dirigida a los lectores y aficionados al teatro comunes. Aunque hay críticos shakespeareanos vivos que admiro (y en los que abrevo, con sus nombres), me siento desalentado ante gran parte de lo que hoy se presenta como lecturas de Shakespeare, académicas o periodísticas. Esencialmente, trato de proseguir una tradición interpretativa que incluye a Samuel Johnson, William Hazlitt, A. C. Bradley y Harold Goddard, una tradición que hoy está en gran parte fuera de moda. Los personajes de Shakespeare son papeles para actores, y son también mucho más que eso: su influencia en la vida ha sido casi tan enorme como su efecto en la literatura postshakespeareana. Ningún autor del mundo compite con Shakespeare en la creación aparente de la personalidad, y digo «aparente» aquí con cierta renuencia. Catalogar los mayores dones de Shakespeare es casi un absurdo: ¿dónde empezar, dónde terminar? Escribió la mejor prosa y la mejor poesía en inglés, o tal vez en cualquier lengua occidental. Esto es inseparable de su fuerza cognitiva; pensó de manera más abarcadora y original que ningún otro escritor. Es asombroso que un tercer logro supere a éstos, y sin embargo comparto la tradición johnsoniana al alegar, casi cuatro siglos después de Shakespeare, que fue más allá de todo precedente (incluso de Chaucer) e inventó lo humano tal como seguimos conociéndolo. Una manera más conservadora de afirmar esto me parecería una lectura débil y equivocada de Shakespeare: podría argumentar que la originalidad de Shakespeare estuvo en la representación de la cognición, la personalidad, el carácter. Pero hay un elemento que rebosa de las comedias, un exceso más allá de la representación, que está más cerca de esa metáfora que llamamos «creación». Los personajes dominantes de Shakespeare -Falstaff, Hamlet, Rosalinda, Yago, Lear, Macbeth, Cleopatra entre ellos- son extraordinarios ejemplos no sólo de cómo el sentido comienza más que se repite, sino también de cómo vienen al ser nuevos modos de conciencia.

            Podemos resistirnos a reconocer hasta qué punto era literaria nuestra cultura, particularmente ahora que tantos de nuestros proveedores institucionales de literatura coinciden en proclamar alegremente su muerte. Un número sustancial de norteamericanos que creen adorar a Dios adoran en realidad a tres principales personajes literarios: el Yahweh del Escritor J (el más antiguo autor del Génesis, Éxodo, Números), el Jesús del Evangelio de Marcos, y el Alá del Corán. No sugiero que los sustituyamos por la adoración de Hamlet, pero Hamlet es el único rival secular de sus más grandes precursores en personalidad. Su efecto total sobre la cultura mundial es incalculable. Después de Jesús, Hamlet es la figura más citada en la conciencia occidental; nadie le reza, pero tampoco nadie lo rehúye mucho tiempo. (No se le puede reducir a un papel para un actor; tendríamos que empezar por hablar, de todos modos, de «papeles para actores», puesto que hay más Hamlets que actores para interpretarlos.) Más que familiar y sin embargo siempre desconocido, el enigma de Hamlet es emblemático del enigma mayor del propio Shakespeare: una visión que lo es todo y no es nada, una persona que fue (según Borges) todos y ninguno, un arte tan infinito que nos contiene, y seguirá conteniendo a los que probablemente vendrán después de nosotros.

            Con la mayor parte de las obras de teatro, he tratado de ser tan directo como lo permitían las rarezas de mi propia conciencia; dentro de los límites de una franca preferencia por los personajes antes que por la acción, y de una insistencia en lo que llamo «ir al primer plano» mejor que el «ir al trasfondo» de los historicistas viejos y nuevos. La sección final, «Ir al primer plano», pretende ser leída en relación con cualquiera de las obras de teatro indiferentemente, y podría haberse impreso en cualquier parte de este libro. No puedo afirmar que soy directo en lo que respecta a las dos partes de Enrique IV, donde me he centrado obsesivamente en Falstaff, el dios mortal de mis imaginaciones. Al escribir sobre Hamlet, he experimentado con el uso de un procedimiento cíclico, tratando de los misterios de la obra y de sus protagonistas mediante un constante regreso a mi hipótesis (siguiendo al difunto Peter Alexander) de que el propio Shakespeare joven, y no Thomas Kyd, escribió la primitiva versión de Hamlet que existió más de una década antes del Hamlet que conocemos. En El rey Lear, he rastreado la fortuna de las cuatro figuras más perturbadoras -el Bufón, Edmundo, Edgar y el propio Lear-[4] a fin de rastrear la tragedia de esta que es la más trágica de las tragedias.

            Hamlet, mentor de Freud, anda por ahí provocando que todos aquellos con quienes se encuentra se revelen a sí mismos, mientras que el príncipe (como Freud) esquiva a sus biógrafos. Lo que Hamlet ejerce sobre los personajes de su entorno es un epítome del efecto de las obras de Shakespeare sobre sus críticos. He luchado hasta el límite de mis capacidades por hablar de Shakespeare y no de mí, pero estoy seguro de que las obras han inundado mi conciencia, y de que las obras me leen a mí mejor de lo que yo las leo. Una vez escribí que Falstaff no aceptaría que nosotros le fastidiáramos, si se dignara representarnos. Eso se aplica también a los iguales de Falstaff, ya sean benignos como Rosalinda y Edgar, pavorosamente malignos como Yago y Edmundo, o claramente más allá de nosotros, como Hamlet, Macbeth y Cleopatra. Unos impulsos que no podemos dominar nos viven nuestra vida, y unas obras que no podemos resistir nos la leen. Tenemos que ejercitarnos y leer a Shakespeare tan tenazmente como podamos, sabiendo a la vez que sus obras nos leerán más enérgicamente aún. Nos leen definitivamente.

 

Fuente:

            ANAGRAMA

 

            Colección Argumentos

 

           

 

 


             

 

             

             

            Título de la edición original:
Shakespeare: The Invention of the Human

 

             

            Edición en formato digital: diciembre de 2019

 

             

            © imagen de cubierta, «Sibila délfica», Miguel Ángel, Capilla Sixtina

 

             

            © de la traducción, Tomás Segovia, 2002

 

             

            © Harold Bloom, 1998

 

             

            © EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 2002
Pedró de la Creu, 58
08034 Barcelona

 

             

            ISBN: 978-84-339-4068-1

 

            Conversión a formato digital: Newcomlab, S.L.

 

            anagrama@anagrama-ed.es

 

            www.anagrama-ed.es


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