sábado, 5 de junio de 2021

INFIERNO. CANTO XIV. LA DIVINA COMEDIA. DANTE ALIGHIERI. ANOTACIONES.


 

[L1]Nos encontramos ahora, y en los dos siguientes cantos, en el segundo re­cinto del círculo séptimo, donde se castiga a los violentos contra Dios en un arenal ardiente sobre el que cae una incesante lluvia de fuego: blasfemos, que yacen boca arriba; homosexuales, caminando sin tregua; y usureros, sentados.

 [L2]Lo cuenta Lucano en Farsalia X, 382 y ss.

 [L3]Dante unifica aquí dos hechos que cuenta la apócrifa Epístola de Alejandro a Aristóteles: una nieve copiosísima, que los soldados debían pisar para fundirla; y una lluvia de fuego.

 [L4]Se trata de Capaneo, uno de los siete reyes que lucharon contra Tebas en ayuda de Eteocles. Blasfemando contra Júpiter y el resto de los dioses nos lo presenta Estacio en Tebaida, X, 738 y ss.; 897 y ss.

 [L5]52‑57 Los Gigantes habían intentado expugnar la morada de los dioses, dándose una gran batalla entre unos y otros hasta ser precipitados, por los rayos que Vulcano fabricaba para Júpiter, al valle de Flegra, en Tesalia. Volve­remos a ello en Infierno, XXXI.

 [L6]Se trata nuevamente del Flagetonte.

 [L7]Fuente termal cercana a Viterbo, donde según la costumbre se bañaban las prostitutas.

 [L8]Las puertas del Infiemo.

 [L9]Alude a Satumo, bajo cuyo reinado tuvo lugar la paradisiaca Edad de Oro.

 [L10]Rea o Cibeles, mujer de Saturno, escondió de éste a su hijo Júpiter, para que no lo devorase como había hecho con el resto de sus hermanos, en la isla de Creta. Allí ordenó que cuando el niño llorase, los habitantes prorrumpieran en gritos, para que Saturno no se diera cuenta de la presencia de quien posterior­mente habría de derrotarle.

 [L11]Es muy posible el recuerdo de la visión de Nabucodonosor en Daniel, III. En este pasaje, como en aquél, la estatua del Viejo debe representar la historia de la humanidad: la estatua vuelve la espalda a Damiata, en el Oriente, de donde vino la civilización; y mira a Roma, que es la meta espiritual del hom­bre. El pie de barro es el poder espiritual y el otro el temporal. El oro señala una época de inocencia primigenia; la plata y el cobre no señalan ninguna época concreta, sino dos sucesivas etapas de corrupción. Existen, como el lector po­drá suponerse, muchas otras interpretaciones.

 [L12]Las culpas del hombre tras la pérdida de la pureza originaria dan forma a los ríos infemales, de los que ya conocemos tres: Aqueronte, Estigia y Flege­tonte.

 [L13]Es, como veremos, el río del noveno círculo.

 [L14]Dante no ha caído en la cuenta de que el Flegetonte fuera el río de san­gre que ha contemplado en los cantos precedentes: el Leteo nos lo encontrare­mos en la cima del Purgatorio (Purgatorio, XXVIII).

CANTO XIV

 

Y como el gran amor del lugar patrio

me conmovió, reuní la rota fronda,

y se la devolví a quien ya callaba.                                         3

 

Al límite llegamos que divide

el segundo recinto del tercero,

y vi de la justicia horrible modo.                                          6[L1] 

 

Por bien manifestar las nuevas cosas,

he de decir que a un páramo llegamos,

que de su seno cualquier planta ahuyenta.                            9

 

La dolorosa selva es su guirnalda,

como para ésta lo es el triste foso;

justo al borde los pasos detuvimos.                                      12

 

Era el sitio una arena espesa y seca,

hecha de igual manera que esa otra

que oprimiera Catón con su pisada.                                      15[L2] 

 

¡Oh venganza divina, cuánto debes

ser temida de todo aquel que lea

cuanto a mis ojos fuera manifiesto!                                      18

 

De almas desnudas vi muchos rebaños,

todas llorando llenas de miseria,

y en diversas posturas colocadas:                                         21

 

unas gentes yacían boca arriba;

encogidas algunas se sentaban,

y otras andaban incesantemente.                                          24

 

Eran las más las que iban dando vueltas,

menos las que yacían en tormento,

pero más se quejaban de sus males.                                      27

 

Por todo el arenal, muy lentamente,

llueven copos de fuego dilatados,

como nieve en los Alpes si no hay viento.                            30

 

Como Alejandro en la caliente zona                                     31[L3] 

de la India vio llamas que caían

hasta la tierra sobre sus ejércitos;                                          33

 

por lo cual ordenó pisar el suelo

a sus soldados, puesto que ese fuego

se apagaba mejor si estaba aislado,                                       36

 

así bajaba aquel ardor eterno;

y encendía la arena, tal la yesca

bajo eslabón, y el tormento doblaba.                                    39

 

Nunca reposo hallaba el movimiento

de las míseras manos, repeliendo

aquí o allá de sí las nuevas llamas.                                        42

 

Yo comencé: «Maestro, tú que vences

todas las cosas, salvo a los demonios

que al entrar por la puerta nos salieron,                                45

 

¿Quién es el grande que no se preocupa                               46[L4] 

del fuego y yace despectivo y fiero,

cual si la lluvia no le madurase?»                                          48

 

Y él mismo, que se había dado cuenta

que preguntaba por él a mi guía,

gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.                                51

 

Aunque Jove cansara a su artesano                                       52[L5] 

de quien, fiero, tomó el fulgor agudo

con que me golpeó el último día,                                          54

 

o a los demás cansase uno tras otro,

de Mongibelo en esa negra fragua,

clamando: “Buen Vulcano, ayuda, ayuda”                          57

 

tal como él hizo en la lucha de Flegra,

y me asaeteara con sus fuerzas,

no podría vengarse alegremente.»                                        60

 

Mi guía entonces contestó con fuerza

tanta, que nunca le hube así escuchado:

 «Oh Capaneo, mientras no se calme                                    63

 

tu soberbia, serás más afligido:

ningún martirio, aparte de tu rabia,

a tu furor dolor será adecuado.»                                           66

 

Después se volvió a mí con mejor tono,

«Éste fue de los siete que asediaron

a Tebas; tuvo a Dios, y me parece                                        69

 

que aún le tenga, desdén, y no le implora;

mas como yo le dije, sus despechos

son en su pecho galardón bastante.                                      72

 

Sígueme ahora y cuida que tus pies

no pisen esta arena tan ardiente,

mas camina pegado siempre al bosque.»                              75

 

En silencio llegamos donde corre

fuera ya de la selva un arroyuelo,                                         77[L6] 

cuyo rojo color aún me horripila:                                          78

 

como del Bulicán sale el arroyo                                            79[L7] 

que reparten después las pecadoras, t

al corrta a través de aquella arena.                                        81

 

El fondo de éste y ambas dos paredes

eran de piedra, igual que las orillas;

y por ello pensé que ése era el paso.                                     84

 

«Entre todo lo que yo te he enseñado,

desde que atravesamos esa puerta

cuyos umbrales a nadie se niegan,                                        87[L8] 

 

ninguna cosa has visto más notable

como el presente río que las llamas

apaga antes que lleguen a tocarle.»                                       90

 

Esto dijo mi guía, por lo cual

yo le rogué que acrecentase el pasto,

del que acrecido me había el deseo.                                     93

 

«Hay en medio del mar un devastado

país ‑me dijo‑ que se llama Creta;

bajo su rey fue el mundo virtuoso.                                       96[L9] 

 

Hubo allí una montaña que alegraban

aguas y frondas, se llamaba Ida:

cual cosa vieja se halla ahora desierta.                                  99

 

La excelsa Rea la escogió por cuna                                      100[L10] 

para su hijo y, por mejor guardarlo,

cuando lloraba, mandaba dar gritos.                                     102

 

Se alza un gran viejo dentro de aquel monte,                       103[L11] 

que hacia Damiata vuelve las espaldas

y al igual que a un espejo a Roma mira.                                105

 

Está hecha su cabeza de oro fino,

y plata pura son brazos y pecho,

se hace luego de cobre hasta las ingles;                                108

 

y del hierro mejor de aquí hasta abajo,

salvo el pie diestro que es barro cocido:

y más en éste que en el otro apoya.                                      111

 

Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas

por una raja que gotea lágrimas,                                           113[L12] 

que horadan, al juntarse, aquella gruta;                                114

 

su curso en este valle se derrama:

forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;

corre después por esta estrecha espita                                              117

 

al fondo donde más no se desciende:

forma Cocito; y cuál sea ese pantano                                               119[L13] 

ya lo verás; y no te lo describo.»                                          120

 

Yo contesté: «Si el presente riachuelo

tiene así en nuestro mundo su principio,

¿como puede encontrarse en este margen?»                         123

 

Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,

y aunque hayas caminado un largo trecho

hacia la izquierda descendiendo al fondo,                           126

 

aún la vuelta completa no hemos dado;

por lo que si aparecen cosas nuevas,

no debes contemplarlas con asombro.»                                129

 

Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan

Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,                               131[L14] 

y el otro dices que lo hace esta lluvia.»                                132

 

«Me agradan ciertamente tus preguntas

‑dijo‑, mas el bullir del agua roja

debía resolverte la primera.                                                   135

 

Fuera de aquí podrás ver el Leteo,

allí donde a lavarse van las almas,

cuando la culpa purgada se borra.»                                      138

 

Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse

del bosque; ven caminando detrás:

dan paso las orillas, pues no queman,                                   141

y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»


 [L1]Nos encontramos ahora, y en los dos siguientes cantos, en el segundo re­cinto del círculo séptimo, donde se castiga a los violentos contra Dios en un arenal ardiente sobre el que cae una incesante lluvia de fuego: blasfemos, que yacen boca arriba; homosexuales, caminando sin tregua; y usureros, sentados.

 [L2]Lo cuenta Lucano en Farsalia X, 382 y ss.

 [L3]Dante unifica aquí dos hechos que cuenta la apócrifa Epístola de Alejandro a Aristóteles: una nieve copiosísima, que los soldados debían pisar para fundirla; y una lluvia de fuego.

 [L4]Se trata de Capaneo, uno de los siete reyes que lucharon contra Tebas en ayuda de Eteocles. Blasfemando contra Júpiter y el resto de los dioses nos lo presenta Estacio en Tebaida, X, 738 y ss.; 897 y ss.

 [L5]52‑57 Los Gigantes habían intentado expugnar la morada de los dioses, dándose una gran batalla entre unos y otros hasta ser precipitados, por los rayos que Vulcano fabricaba para Júpiter, al valle de Flegra, en Tesalia. Volve­remos a ello en Infierno, XXXI.

 [L6]Se trata nuevamente del Flagetonte.

 [L7]Fuente termal cercana a Viterbo, donde según la costumbre se bañaban las prostitutas.

 [L8]Las puertas del Infiemo.

 [L9]Alude a Satumo, bajo cuyo reinado tuvo lugar la paradisiaca Edad de Oro.

 [L10]Rea o Cibeles, mujer de Saturno, escondió de éste a su hijo Júpiter, para que no lo devorase como había hecho con el resto de sus hermanos, en la isla de Creta. Allí ordenó que cuando el niño llorase, los habitantes prorrumpieran en gritos, para que Saturno no se diera cuenta de la presencia de quien posterior­mente habría de derrotarle.

 [L11]Es muy posible el recuerdo de la visión de Nabucodonosor en Daniel, III. En este pasaje, como en aquél, la estatua del Viejo debe representar la historia de la humanidad: la estatua vuelve la espalda a Damiata, en el Oriente, de donde vino la civilización; y mira a Roma, que es la meta espiritual del hom­bre. El pie de barro es el poder espiritual y el otro el temporal. El oro señala una época de inocencia primigenia; la plata y el cobre no señalan ninguna época concreta, sino dos sucesivas etapas de corrupción. Existen, como el lector po­drá suponerse, muchas otras interpretaciones.

 [L12]Las culpas del hombre tras la pérdida de la pureza originaria dan forma a los ríos infemales, de los que ya conocemos tres: Aqueronte, Estigia y Flege­tonte.

 [L13]Es, como veremos, el río del noveno círculo.

 [L14]Dante no ha caído en la cuenta de que el Flegetonte fuera el río de san­gre que ha contemplado en los cantos precedentes: el Leteo nos lo encontrare­mos en la cima del Purgatorio (Purgatorio, XXVIII).

jueves, 3 de junio de 2021

CANTO XIII. INFIERNO. LA DIVINA COMEDIA. ANOTACIONES AL CANTO.



[L1]
Confines de la Maremma toscana.

 [L2]Las arpías, hijas de Taumante y Electra, tenían cuerpo de pájaro y rostro de mujer. Virgilio en Eneida, III, las colocaba en la isla de Estrófade, de donde echaron a los troyanos de Eneas, ensuciando la mesa en que comían.

 [L3]Este juego de palabras parece inspirado en el estilo cancilleresco, o diplo­mático, en el que fue muy experto el personaje que conoceremos a continua­ción y debe tener, por ello, un carácter paródico.

 [L4]Escondida detrás de los árboles, naturalmente, y no que fuesen los árbo­les mismos.

 [L5]Para este episodio, Dante se inspira de nuevo en Virgilio, Eneida, III. De igual manera lo recogerá T. Tasso en su Gerusalemme Liberata.

 [L6]Pier della Vigna, nacido en ll80, poeta y protonotario de Federico II. Fue el más íntimo de sus mensajeros reordenando toda la legislación del estado en 1231. En 1248 perdió la gracia del emperador y fue encarcelado acusado de traición dándose la muerte en 1269, rompiéndose la cabeza contra el muro.

 [L7]La envidia de los cortesanos fue, según el diplomático, la causante de su desgracia junco al emperador.

 [L8]Aparecen ahora otros dos condenados, no como suicidas, sino como di­lapidadores de sus bienes (ver Infierno, XII). Se trata de Ercolano Maconi de Sie­na miembro de la cofradía de dilapidadores de la que Dante hablará en Infierno, XXIX que murió en la batalla de Toppo contra los aretinos en 1287; y de Gia­como de Sant Andrea, riquísimo noble de Padua que gastó su fortuna de una manera escandalosa, llegándose a contar que arrojaba monedas a los peces.

 [L9]El suicida cuya alma se ha transformado en este arbusto es un florenti­no de difícil localización; acaso un tal Rocco dei Mozzi.

 [L10]Florencia, según cuenta Dante en varias ocasiones, había estado puesta en la antigüedad bajo el patronato de Marte, a quien estaba dedicado el templo que luego sería transformado en el Baptisterio de San Juan, que pasaría a ser el nuevo patrono de la ciudad. En venganza de ello, Marte no deja de enviar casti­gos a la ciudad, y aún más enviaría de no ser porque en el Ponte Vecchio aún quedaban vestigios de una estatua suya rescatada del fondo del río. Dicha esta­tua al parecer, estaba dedicada en realidad al rey ostrogodo Teodorico (Paraíso, XVI, 26).

 [L11]Según la leyenda, Atila habría destruido Florencia para reconstruir Fie­sole y vengar así al romano Catilina. Pero al parecer se confundía a Atila con el ostrogodo Totila, que asedió la ciudad en 542. 


CANTO XIII

 

Neso no había aún vuelto al otro lado,

cuando entramos nosotros por un bosque

al que ningún sendero señalaba.                                           3

 

No era verde su fronda, sino oscura;

ni sus ramas derechas, mas torcidas;

sin frutas, mas con púas venenosas.                                      6

 

Tan tupidos, tan ásperos matojos

no conocen las fieras que aborrecen

entre Corneto y Cécina los campos.                                     9[L1] 

 

Hacen allí su nido las arpías,                                                 10[L2] 

que de Estrófane echaron al Troyano

con triste anuncio de futuras cuitas.                                     12

 

Alas muy grandes, cuello y rostro humanos

y garras tienen, y el vientre con plumas;

en árboles tan raros se lamentan.                                          15

 

Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte,

sabrás que este recinto es el segundo

‑me comenzó a decir‑ y estarás hasta                                               18

 

que puedas ver el horrible arenal;

mas mira atentamente; así verás

cosas que si te digo no creerías.»                                          21

 

Yo escuchaba por todas partes ayes,

y no vela a nadie que los diese,                                            23[L3] 

por lo que me detuve muy asustado.                                    24

 

Yo creí que él creyó que yo creía

que tanta voz salía del follaje,

de gente que a nosotros se ocultaba.                                    27[L4] 

 

Y por ello me dijo: «Si tronchases

cualquier manojo de una de estas plantas,

tus pensamientos también romperias.»                                 30

 

Entonces extendí un poco la mano,

y corté una ramita a un gran endrino;

y su tronco gritó: «¿Por qué me hieres?                                33

 

Y haciéndose después de sangre oscuro

volvió a decir: «Por qué así me desgarras?

¿es que no tienes compasión alguna?                                               36

 

Hombres fuimos, y ahora matorrales;

más piadosa debiera ser tu mano,

aunque fuéramos almas de serpientes.»                                39

 

Como. una astilla verde que encendida

por un lado, gotea por el otro,

y chirría el vapor que sale de ella,                                         42

 

así del roto esqueje salen juntas

sangre y palabras: y dejé la rama

caer y me quedé como quien teme.                                       45

 

«Si él hubiese creído de antemano

‑le respondió mi sabio‑, ánima herida,

aquello que en mis rimas ha leído,                                        48[L5] 

 

no hubiera puesto sobre ti la mano:

mas me ha llevado la increible cosa

a inducirle a hacer algo que me pesa:                                               51

 

mas dile quién has sido, y de este modo

algún aumento renueve tu fama

alli en el mundo, al que volver él puede.»                            54

 

Y el tronco: «Son tan dulces tus lisonjas

que no puedo callar; y no os moleste

si en hablaros un poco me entretengo:                                  57

 

Yo soy aquel que tuvo las dos llaves                                                58[L6] 

que el corazón de Federico abrían

y cerraban, de forma tan suave,                                            60

 

que a casi todos les negó el secreto;

tanta fidelidad puse en servirle

que mis noches y días perdí en ello.                                     63

 

La meretriz que jamás del palacio                                         64[L7] 

del César quita la mirada impúdica,

muerte común y vicio de las cortes,                                      66

 

encendió a todos en mi contra; y tanto

encendieron a Augusto esos incendios

que el gozo y el honor trocóse en lutos;                                69

 

mi ánimo, al sentirse despreciado,

creyendo con morir huir del desprecio,

culpable me hizo contra mí inocente.                                               72

 

Por las raras raíces de este leño,

os juro que jamás rompí la fe

a mi señor, que fue de honor tan digno.                               75

 

Y si uno de los dos regresa al mundo,

rehabilite el recuerdo que se duele

aún de ese golpe que asesta la envidia.»                               78

 

Paró un poco, y después: «Ya que se calla,

no pierdas tiempo ‑dijome el poeta-

­habla y pregúntale si más deseas.»                                       81

 

Yo respondí: «Pregúntale tú entonces

lo que tú pienses que pueda gustarme;

pues, con tanta aflicción, yo no podría.»                              84

 

Y así volvió a empezar: «Para que te haga

de buena gana aquello que pediste,

encarcelado espíritu, aún te plazca                                       87

 

decirnos cómo el alma se encadena

en estos troncos; dinos, si es que puedes,

si alguna se despega de estos miembros.»                            90

 

Sopló entonces el tronco fuememente

trocándose aquel viento en estas voces:

«Brevemente yo quiero responderos;                                               93

 

cuando un alma feroz ha abandonado

el cuerpo que ella misma ha desunido

Minos la manda a la séptima fosa.                                        96

 

Cae a la selva en parte no elegida;

mas donde la fortuna la dispara,

como un grano de espelta allí germina;                                 99

 

surge en retoño y en planta silvestre:

y al converse sus hojas las Arpías,

dolor le causan y al dolor ventana.                                       102

 

Como las otras, por nuestros despojos,

vendremos, sin que vistan a ninguna;

pues no es justo tener lo que se tira.                                     105

 

A rastras los traeremos, y en la triste

selva serán los cuerpos suspendidos,

del endrino en que sufre cada sombra.»                               108

 

Aún pendientes estábamos del tronco

creyendo que quisiera más contarnos,

cuando de un ruido fuimos sorprendidos,                            111

 

Igual que aquel que venir desde el puesto

escucha al jabalí y a la jauría

y oye a las bestias y un ruido de frondas;                             114

 

Y miro a dos que vienen por la izquierda,                            115[L8] 

desnudos y arañados, que en la huida,

de la selva rompían toda mata.                                             117

 

Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!»

Y el otro, que más lento parecía,

gritaba: «Lano, no fueron tan raudas                                               120

 

en la batalla de Toppo tus piernas.»

Y cuando ya el aliento le faltaba,

de él mismo y de un arbusto formó un nudo.                                   123

 

La selva estaba llena detrás de ellos

de negros canes, corriendo y ladrando

cual lebreles soltados de traílla.                                            126

 

El diente echaron al que estaba oculto

y lo despedazaron trozo a trozo;

luego llevaron los miembros dolientes.                                 129

 

Cogióme entonces de la mano el guía,

y me llevó al arbusto que lloraba,                                         131[L9] 

por los sangrantes rotos, vanamente.                                    132

 

Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea,

¿qué te ha valido de mí hacer refugio?

¿qué culpa tengo de tu mala vida?»                                     135

 

Cuando el maestro se paró a su lado,

dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas puntas

con sangre exhalas tu habla dolorosa?»                                138

 

Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas

sois a mirar el vergonzoso estrago,

que mis frondas así me ha desunido,                                    141

 

recogedlas al pie del triste arbusto.

Yo fui de la ciudad que en el Bautista                                 143[L10] 

cambió el primer patrón: el cual, por esto                             144

 

con sus artes por siempre la hará triste;

y de no ser porque en el puente de Arno

aún permanece de él algún vestigio,                                     147

 

esas gentes que la reedificaron

sobre las ruinas que Atila dejó,                                             149[L11] 

habrían trabajado vanamente.                                               150

Yo de mi casa hice mi cadalso.»


 [L1]Confines de la Maremma toscana.

 [L2]Las arpías, hijas de Taumante y Electra, tenían cuerpo de pájaro y rostro de mujer. Virgilio en Eneida, III, las colocaba en la isla de Estrófade, de donde echaron a los troyanos de Eneas, ensuciando la mesa en que comían.

 [L3]Este juego de palabras parece inspirado en el estilo cancilleresco, o diplo­mático, en el que fue muy experto el personaje que conoceremos a continua­ción y debe tener, por ello, un carácter paródico.

 [L4]Escondida detrás de los árboles, naturalmente, y no que fuesen los árbo­les mismos.

 [L5]Para este episodio, Dante se inspira de nuevo en Virgilio, Eneida, III. De igual manera lo recogerá T. Tasso en su Gerusalemme Liberata.

 [L6]Pier della Vigna, nacido en ll80, poeta y protonotario de Federico II. Fue el más íntimo de sus mensajeros reordenando toda la legislación del estado en 1231. En 1248 perdió la gracia del emperador y fue encarcelado acusado de traición dándose la muerte en 1269, rompiéndose la cabeza contra el muro.

 [L7]La envidia de los cortesanos fue, según el diplomático, la causante de su desgracia junco al emperador.

 [L8]Aparecen ahora otros dos condenados, no como suicidas, sino como di­lapidadores de sus bienes (ver Infierno, XII). Se trata de Ercolano Maconi de Sie­na miembro de la cofradía de dilapidadores de la que Dante hablará en Infierno, XXIX que murió en la batalla de Toppo contra los aretinos en 1287; y de Gia­como de Sant Andrea, riquísimo noble de Padua que gastó su fortuna de una manera escandalosa, llegándose a contar que arrojaba monedas a los peces.

 [L9]El suicida cuya alma se ha transformado en este arbusto es un florenti­no de difícil localización; acaso un tal Rocco dei Mozzi.

 [L10]Florencia, según cuenta Dante en varias ocasiones, había estado puesta en la antigüedad bajo el patronato de Marte, a quien estaba dedicado el templo que luego sería transformado en el Baptisterio de San Juan, que pasaría a ser el nuevo patrono de la ciudad. En venganza de ello, Marte no deja de enviar casti­gos a la ciudad, y aún más enviaría de no ser porque en el Ponte Vecchio aún quedaban vestigios de una estatua suya rescatada del fondo del río. Dicha esta­tua al parecer, estaba dedicada en realidad al rey ostrogodo Teodorico (Paraíso, XVI, 26).

 [L11]Según la leyenda, Atila habría destruido Florencia para reconstruir Fie­sole y vengar así al romano Catilina. Pero al parecer se confundía a Atila con el ostrogodo Totila, que asedió la ciudad en 542.

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