lunes, 29 de octubre de 2018

CARLOS FUENTES. PERSONAS. LUIS BUÑUEL.



Luis Buñuel

El “Buñueloni” consiste en mitad ginebra, un cuarto de cárpano y un cuarto de martini dulce.
Buñuel me lo ofrecía cada vez que le visitaba en su casa de la calle de Félix Cuevas, en la Ciudad de México, los viernes de cuatro a siete, cuando Buñuel estaba en mi país. La casa no se distinguía demasiado de las demás de la colonia Del Valle. Buñuel había coronado los muros exteriores de vidrio roto, “para impedir que entren los ladrones”.
No que hubiese mucho que robar en la casa de Buñuel. Rodeada de espacios que no llegaban a ser jardín, la casa misma (colonial-moderna, México-Califórnica) tenía en el vestíbulo de entrada el retrato de Buñuel por Salvador Dalí, hecho en 1930.
Es un buen retrato —comentaba Luis.
El bar era el lugar preferido.
Empiezo a beber a las once de la mañana —dice sin más, ofreciéndome el resistible “Buñueloni”.
Hay libreros en el bar. En primer término, gruesas guías telefónicas de diversas ciudades del mundo. Una tarde, esperando a Buñuel, me atrevo a mirar atrás de los libros de teléfono. No me asombra lo que encuentro. El egoísta de Meredith, Cumbres borrascosas de Brontë, Tess D’Uberviles y Jude el oscuro, ambas de Thomas Hardy. Lo confiesa Luis: son las novelas que le hubiese gustado filmar. Llevó a la pantalla, sí, Cumbres borrascosas con un error de reparto y de acentos: Irasema Dillian es Cathy con acento polaco, Jorge Mistral habla como andaluz en el Heathcliff buñuelesco y los actores mexicanos (Lilia Prado, Ernesto Alonso) no desdeñan el sonsonete de su parroquia. Buñuel no pudo realizar la película en Francia, como hubiese deseado, en los años treinta. La filmó en México en 1954 con un solo propósito: la música del Tristán de Wagner como comentario, superior lo oído a lo visto.
No volvió a usar temas musicales. En el cine de Buñuel sólo se escucha, además del diálogo, lo que dicen los animales, los bosques, las puertas, las pisadas y los tambores de Calanda.
Él me confiesa que le hubiese gustado realizar El monje de Lewis, y fracasó un proyecto fascinante: The Loved Ones (Los seres amados) de Evelyn Waugh, con Alec Guinness y Marilyn Monroe. Nos queda imaginar lo que hubiese sido el matrimonio de la sátira británica y el surrealismo español. Donde Waugh se ríe con amargura, Buñuel se hubiese distanciado con ironía. La muerte inglesa es el fin de la vida, la muerte en Buñuel es otra forma de vivir.
Hay primeras ediciones firmadas de los escritores surrealistas, sobre todo un volumen de fantasías germánicas de Max Ernst, que Luis me obsequia. Hay más proyectos archivados, sobre todo un guión para Bajo el volcán de Lowry, en el cual colaboré y que anunciaba un gran reparto: Jeanne Moreau, Richard Burton y Peter O’Toole. Y Una historia de las herejías del Abbé Migne que le sirvió para filmar La Vía Láctea (1970).
A veces íbamos juntos al cine. Admiraba la libertad creativa de la Roma de Fellini, y le conmovía moralmente Paths of Glory de Kubrick. Fuimos a ver —Cristo obliga— Rey de Reyes de Nicholas Ray con Jeffrey Hunter y fuimos corridos —ya nos íbamos— del cine cuando el Demonio tienta a Jesús con una visión de domos dorados y brillantes cúpulas en el desierto. Con voz muy alta, Buñuel exclamó:
¡Le ha ofrecido Disneylandia!
Buñuel: la religión y el cine. Nació al debutar el siglo XX en Calanda, pequeño pueblo de Aragón, donde la Semana Santa es celebrada a tambor batiente, única, angustiosa “música” que Buñuel admitirá a partir de Nazarín (1958). El padre de Luis había sido oficial del ejército español en la colonia de Cuba y cuando Alfredo Guevara, el entonces joven jefe del nuevo cine (el castrista) de Cuba invitó a Buñuel a filmar en La Habana El acoso de Alejo Carpentier, el director se negó:
No puedo. Mi padre fusiló a Martí.
Calanda y Aragón eran la raíz de Buñuel y España se hizo presente, con tambor, incienso, pobreza y soledad, en todas sus obras. Era un creador aragonés. Ni el surrealismo en París ni el exotismo en México pudieron jamás expulsar la mirada española de Luis, mirada de Cervantes, Rojas, Valle-Inclán y Galdós, origen este último de Nazarín y Tristana.
En la residencia de estudiantes de Madrid, el joven Buñuel hizo amistad con Federico García Lorca y Salvador Dalí. Con Lorca, perpetró grandes bromas madrileñas, la mayor de todas, disfrazarse ambos de monjas, tomar el tranvía y provocar sexualmente a los espantados (o asombrados) pasajeros. Posan juntos en aeroplanos de feria, se divierten porque Lorca, me dice Buñuel, valía más por su gracia andaluza, su imaginación en la vida diaria, que por su poesía. Aun así, Buñuel, mucho más tarde, quiso filmar La casa de Bernarda Alba con María Casares, pero los herederos de Lorca lo impidieron.
Con Salvador Dalí había otra forma de hermandad. Buñuel entró al cine francés como ayudante del director Jean Epstein en la adaptación de La caída de la casa de Usher de Poe. Epstein reñía a Buñuel:
¿Cómo se atreve un muchachito principiante como usted a opinar?
Pero al llegar Dalí a París, ambos ingresaron al movimiento surrealista encabezado —como un papado— por André Breton. La foto colectiva del grupo y el cuadro pintado por Marx Ernst son alucinantes, pasajeros y acaso conmovedores. Tendrían destino. René Crevel, joven poeta suicida. Robert Desnos moriría en el campo de concentración nazi de Theresienstadt. Benjamin Péret se exiliaría en México y André Breton en Nueva York. Chirico se volvería conservador y Éluard y Aragón, comunistas. Picasso sería Picasso y Cocteau un gran juglar sin más convicción que Cocteau. Max Ernst proseguiría como artista, gran pintor hasta el final. Dalí y Buñuel harían juntos la película insignia (más que La sangre de un poeta de Cocteau) del surrealismo: Un perro andaluz.
El inconsciente no es conocido: de serlo, sería el consciente. El surrealismo es un hecho personal pero universal. El azar (Breton dixit) es objetivo. El arte está al servicio del misterio, del sueño, de lo irracional. Y más: las contradicciones del ser humano sólo se resuelven en la libertad ejercida contra un sistema social inhumano que es el nuestro.
Buena parte de este ideario surrealista informa las imágenes de Un perro andaluz. Sin embargo, el significado nunca está lejos de la imagen. Al inicio del film, Buñuel, actor, ve una nube que cubre la luna. Acto seguido, corta por la mitad el ojo de la protagonista, Simone Mareuil, a la cual, de inmediato, veremos protagonizar escenas en un apartamento, en las calles y al cabo en una playa. Pero la escena inicial, original, imprevista, implacable, será constantemente parte de Buñuel. La paradoja del ojo rebanado nos remite al hecho de ver, ver una película y no necesariamente proyectada del film a la pantalla sino de los ojos del creador/espectador al muro de su casa. Para entrar al arte de Buñuel, hay que volver una y otra vez a esa imagen del ojo rebanado. El ojo verdadero no es el del cine o la pintura. Es el ojo tuyo y mío proyectando en la pared de la imaginación. La película final, el cine que inventamos tú y yo, liberados de comercio, audiencia o duración. Es lo contrario de la “Disneylandia” denunciada por Buñuel una tarde.
Un perro andaluz fue financiada con dinero enviado por la madre de Buñuel. La siguiente película Dalí-Buñuel, L’Âge D’Or, contó con el apoyo de la condesa de Noailles. Pero en medio se coló la separación de los amigos. Dalí se dejó seducir por su ambiciosa rusa Elena Diakonova (“Gala”), mujer hasta entonces de Paul Éluard. Por razones desconocidas, Buñuel intentó ahorcarla en la playa de Cadaqués. Adivinaba, acaso, que Gala desviaría (como sucedió) a Dalí de su destino artístico para convertirlo (como sucedió) en un gran payaso con genio, explotador explotado del mundo artístico y comercial. Avida Dollars, como lo llamaron en el acto los surrealistas.
Solo, Buñuel, dirigió una de las películas que dan fama y forma a la cinematografía: La edad de oro. Profético, Buñuel inicia el film con tomas de los anuncios comerciales que el protagonista (Gaston Modot) encuentra rumbo a la fiesta elegante (todos los hombres de frac, y corbatas blancas) dada por la familia del “objeto de su deseo” (tema constante de Buñuel) Lya Liss. Para llegar a ella, Modot insulta a los invitados de la fiesta, tira de las barbas a los ancianos, mientras Lya, en su soledad, se chupa el dedo y admite a una vaca en su recámara. Cuando al cabo la pareja se une, el amor no acaba de consumarse, todo es prolegómeno erótico, los escorpiones ocupan la pantalla y Cristo emerge de las páginas del Marqués de Sade, repartiendo bendiciones. Es el duque de Blangis, que sale dando traspiés de una orgía con seis muchachos y seis muchachas, a una de las cuales asesina.
Esta vez el escándalo fue mayúsculo. Miembros del grupo de extrema derecha Les camelots du roi invadieron la sala de cine, arrojaron tinteros a la pantalla y rasgaron a navajazos las obras de Tanguy, Miró, Dalí, en el vestíbulo. El comisario de policía parisino, Chiappe, prohibió la exhibición de La edad de oro, censura que duró hasta 1966, cuando el heroico Henri Langlois la reestrenó en la cineteca de Chaillot y, por primera vez, la vi.
De vuelta en España, Buñuel filmó Las Hurdes (1933), un documental sobre esta región pobre y aislada de España. Se ha dicho que Buñuel exageró la miseria de la región: libertad del artista, la obra permanece como un mito del cine. La propia República Española censuró la película, aunque Buñuel representó al asediado gobierno democrático en París. Al caer la República, Buñuel viajó a Hollywood, contratado por la Warner Bros. Jugó al tenis en la cancha de Chaplin, con el cómico y el cineasta ruso Sergei Einsenstein, pero el trabajo no llegaba: Buñuel debía aprender las reglas del cine norteamericano, pasivamente. Viendo películas de Lilly Damita. Aunque escribió una idea que más tarde se convirtió en The Beast with Five Fingers (Robert Florey, 1946) y que el propio Buñuel habría de utilizar en El ángel exterminador (1962): una mano sin cuerpo, con vida propia, hace de las suyas.
El paso de Buñuel por Hollywood fue rápido y estéril. Lo esperaba el museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y su departamento de cine, dirigido por Iris Barry. Se le encargó a Buñuel editar la espectacular película de Leni Riefensthal, El triunfo de la voluntad, realizada en 1934, sobre las gigantescas manifestaciones nazis en el estadio de Nuremberg. Ante todo, Buñuel pudo mostrarle la película a dos cineastas: el ya citado Chaplin y René Clair. Chaplin se tiraba al suelo de la risa cada vez que aparecía Hitler, señalándolo con un dedo y exclamando:
¡Me imita, me imita!
Clair, en cambio, juzgó que se trataba de una película muy peligrosa porque daba una idea “invencible” del nazismo y de Hitler. Se decidió que el presidente Roosevelt viera la película y diese el veredicto final. FDR coincidió con Clair. La obra de Riefensthal era cine excelente y propaganda peligrosa. La película fue archivada hasta después de la guerra.
En 1946 Salvador Dalí llegó a Nueva York y fue entrevistado por la prensa. El viejo amigo de Buñuel calificó a éste de anarquista, comunista, ateo, maníaco sexual y otras lindezas. El día que se publicó la entrevista, Buñuel se percató de las miradas esquivas y el embarazo general de sus colegas del MoMA; ese año en que la Guerra Fría entraba al refrigerador. Buñuel presentó su renuncia. Fue aceptada y acto seguido citó a Dalí en el bar del hotel Sherry-Netherland.
Al confrontar a su antiguo camarada, Buñuel le dijo:
Vine decidido a romperte la cara. Pero al verte, me venció el recuerdo de nuestra vieja amistad. Sólo te diré que eres un hijo de puta.
¡Pero Luis! —exclamó Dalí—. ¡Si yo sólo quería hacerme publicidad a mí mismo!
La venganza —pospuesta— de Buñuel la cumplió Max Ernst. En una cena en París a fines de los sesenta, el gran pintor me contó que en el helado mes de febrero de fines de los cuarenta vio a Dalí admirando una vitrina con obras de Dalí en Cartier de Nueva York. Ernst se acercó, le arrebató a Dalí el bastón, se lo estrelló en la cabeza y exclamó, mientras Dalí rodaba Quinta Avenida abajo:
¡Es por Buñuel!
El productor Oscar Dancigers (envidia: estuvo casado con Edwige Feuillère) trajo a Buñuel a México. Luis llegó con su mujer Jeanne y sus hijos, Juan Luis y Rafael. Dancigers lo puso a dirigir una película, Gran casino o En el viejo Tampico, en la que alternaban las rumbas de Meche Barba, las canciones de Jorge Negrete y los tangos de Libertad Lamarque, esta última verdadera realizadora de la película. Ordenaba las luces, las cámaras, todo a su favor. Sólo en la escena final se hace sentir Buñuel. Libertad y Jorge se besan junto a un pozo de petróleo. Buñuel evita el beso de las estrellas. Jorge, con su chicote, remueve un charco de petróleo.
Es mierda —me comenta Buñuel.
Luis pudo dirigir un par de comedias dramáticas sin vergüenza y sin relieve. En 1950, al cabo, Dancigers le dio al director la oportunidad. Los olvidados es una de las grandes películas de Buñuel y es gran cine tout court. Si su tema y tono son los del neo-realismo italiano, Buñuel introduce un mundo onírico, un malestar cruel en la pobreza, que lo redimen de cualquier sentimentalismo social. El Jaibo (Roberto Cobo) y Don Carmelo (Miguel Inclán, junto con Pedro Armendáriz el mejor actor mexicano) dan un tono de barbarie despiadada y falta de moral intensas a la película. Inclán, además, es un ciego atroz que carga una orquesta a cuestas, explota a los niños, pervierte a los inocentes y al cabo es humillado por El Jaibo y su pandilla. Digo que Inclán fue, junto con Pedro Armendáriz, el mejor actor del cine mexicano. Nada mejoró a su ciego Don Carmelo en Los olvidados, aunque la galería, mínima pero intensa, de Inclán (mudo protector de Ninón Sevilla en Aventurera, salvaje explotador de Del Río y Armendáriz en María Candelaria, aunque también honesto y sentimental policía en Salón México) es incomparable.
Era yo estudiante en la Escuela de Altos Estudios Internacionales en Ginebra cuando un cineclub local proyectó La edad de oro y Las Hurdes, atribuyéndolas a un cineasta surrealista maldito, muerto durante la guerra de España. Levanté la mano y corregí. Buñuel acababa de ganar la Palma de Oro al mejor director en el Festival de Cannes, con Los olvidados.
En otro libro, Pantallas de plata, hablaré con mayor extensión de la etapa mexicana de Buñuel. Alternan en estos años películas alimenticias junto con obras notables, la más notable de todas, Él (1953). El estudio de los celos, quienes los sienten y quienes los sufren. Arturo de Córdova interpreta (o es) el celoso, fetichista, católico y virgen protagonista, hasta que un Viernes Santo conoce al objeto de su pasión insana, la admirable actriz argentina Delia Garcés. La gama de la sospecha del marido se explaya de una escena a otra, desde que, la noche de bodas, Delia cierra los ojos y Arturo le pregunta: “¿En quién piensas?”, pasando por un intento de asesinarla en la torre de la Catedral o de reparar la castidad de la mujer armado de cuerdas, éter, navajas, hilo y agujas, restaurando la virginidad y disfrazando la homosexualidad latente. Que al cabo el celoso acabe en un monasterio y que su demencia la delate sólo la manera de caminar, culminan esta obra maestra que Jacques Lacan, en la Universidad de París, usaba para iniciar su curso de patología sexual.
Si Él destaca en la filmografía mexicana de Buñuel, esta etapa culmina con otra obra maestra, Nazarín (1958) donde Buñuel cuenta, con gran ambigüedad, la historia de un sacerdote que decide imitar a Cristo y recibe, como recompensa, una piña. Nazarín agradece, con emoción, este regalo: la hostia vegetal. No olvido Ensayo de un crimen (La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, 1955) o la voluntad del crimen cumplido por otras manos. Un Robinson Crusoe (1952) en el que Robinson no esclaviza a Viernes, sino que lo hace amigo necesario. Pero la más “Buñuelesca” de las películas mexicanas de Buñuel es El ángel exterminador (1962). Maravillosa fábula del encierro, fabulosa crítica de la voluntad. Un grupo de personas de la alta sociedad se reúne a cenar en casa de Edmundo Nóbile (Enrique Rambal) y descubre que no pueden o no saben o no quieren salir del encierro y regresar a sus hogares. A medida que se prolongan las horas, los días, el tiempo, la ropa se abandona y la cortesía también. Imperan la suciedad, el engaño, el impulso, la animalidad próxima… Bastaba reanudar la escena para escapar de ella, ir a la iglesia o dar gracias… y volver al encierro, aliviado apenas por el ingreso de unos corderos al templo.
De regreso en España, Buñuel filmó Viridiana (1961). Contraparte femenina de Nazarín, la novicia (Silvia Pinal) Viridiana desea cumplir y hacer cumplir la ley de Cristo en la casa de campo de su libidinoso tío (Fernando Rey). Suicidado éste, Viridiana acoge a los pobres y los pobres se aprovechan, se burlan de ella y le imponen un caos peor que (o similar a) el orden anterior. Viridiana se rinde y se une a su primo y la criada en una relación triangular en torno a la mesa del tute.
Es en la prodigiosa hermandad de la visión personal y la visión de la cámara donde Buñuel hace más explícita la imagen de su arte y de su mundo. Catherine Deneuve, en Belle de Jour, encuentra la realización de sus sueños eróticos en un burdel. Las cuatro paredes de la casa de prostitución se disuelven constantemente gracias a la mirada de la actriz, que jamás nos ve de frente, sino siempre de lado, fuera del marco de la pantalla. Mirada liberadora que observa un mundo más ancho, una mirada que traspasa no sólo las paredes del prostíbulo, sino las del cine, para remitirnos al espacio exterior, social, de los demás. Que no son los de menos, como lo ejemplifica la mirada irónica, soberana, de Jeanne Moreau en el Diario de una recamarera. En el mejor papel de una gran actriz, Moreau lo mira todo con una irónica distancia —el fetichismo del calzado de un anciano, las convenciones de la casa rica, la brutalidad de un criado— hasta unirlos en un haz social y político: lo que Jeanne Moreau está viendo es nada menos que el ascenso del fascismo en Europa.
La segunda etapa francesa de Buñuel comienza con Belle de Jour (1967). ¿Sueña Catherine Deneuve que cada tarde fornica en un prostíbulo con fetichistas, muchachos de calcetines rotos y coreanos dueños de cajitas misteriosas? ¿O vive todo esto en la realidad?
Robinson Crusoe observa su isla desde la cima de una montaña. Se da cuenta: éste es el reino de la soledad. Empieza a gritar, en espera del eco de la única voz que puede escuchar, la única compañía que es asegurada: su propia voz.
Sartre dijo: “el infierno son los demás”. Buñuel responde con honestidad: no hay paraíso sin la compañía de otros hombres y mujeres.
Buñuel es demasiado casto políticamente (no correcto: sólo limpio y modesto y moralmente fuerte). No podía sumarse a una ideología o simplificar un tema tan complicado como la solidaridad, la relación entre seres humanos. Vi con él la película de De Sica, Milagro en Milán (1951). Buñuel no quedó contento. Se oponía a la idea de los ricos como seres uniformemente egoístas, estúpidos y crueles y de los pobres como buenos sin excepción, casi santos en su inocencia.
Por eso, partiendo de (y recordando a) la mirada política de Diario de una recamarera podemos entender que Buñuel podía ser crítico implacable del dulce encanto de la burguesía. En su obra desfilan personajes pagados de sí, hipócritas, fríamente crueles o increíblemente estúpidos: desde rollizas matronas y barbados jefes de orquesta en La edad de oro al chovinismo masculino de Fernando Rey en Ese oscuro objeto del deseo. El hidalgo español seduce niñas, droga monjas antes de violarlas, se proclama liberal en las cafeterías pero bebe chocolate con los curas.
Sólo que en Buñuel los pobres no son mejores que los ricos (aunque los ricos, en la celebrada respuesta de Fitzgerald a Hemingway, “tienen más dinero que tú y yo”). La crueldad del Jaibo y del ciego en Los olvidados, del guardabosques en Diario de una recamarera, de la mercenaria madre de Conchita en Ese oscuro objeto del deseo, del siniestro grupo de mendigos en Viridiana, apunta a la repetida crítica de Buñuel, la pobreza rebaja tanto como la riqueza. La crueldad es menos obvia, más disfrazada en la burguesía. Pero la crueldad, el egoísmo y la violencia no son ajenos a la miseria. Son parte de la selva habitada por el homo homini lupus tanto en los barrios olvidados de México como en los elegantes salones parisinos.
Nazarín nos da la respuesta de Buñuel a semejante crueldad social. Nazarín ha tratado de imitar a Cristo y a cambio ha sido burlado, encarcelado y golpeado. Junto con una cuerda de presos, una mujer le ofrece una piña. Primero, Nazarín la rechaza: no merece el obsequio. Pero en seguida se detiene y acepta la inmanejable oferta, agradeciendo a la mujer: “Que Dios se lo pague”. Nazarín ha perdido la fe en Dios pero ha ganado la fe en los hombres.
Las palabras de Nazarín son la respuesta a la soledad de Robinson. El verdadero eco a la voz del náufrago solitario es la gratitud del sacerdote inmerso en la sociedad.
Lo muy interesante en Buñuel es que al lado de este mundo humano y espiritual coexiste siempre el mundo natural, el universo de los objetos. La novicia Viridiana, vestida con su largo camisón conventual, se hinca a rezar y abre su negro maletín. De él extrae un crucifijo, clavos, un martillo, de la misma manera que un mecánico podría sacar tornillos, perforadoras y objetos cortantes. Son los instrumentos de su profesión.
Buñuel les presta atención minuciosa a los objetos. Entomólogo apasionado, uno de sus libros de cabecera era la obra de Jean Henri Fabre acerca de las abejas, los saltamontes y los coleópteros. A veces, la cámara de Buñuel es como un microscopio. Se acerca a las cosas sin que la acción deje de fluir. Un lento y baboso caracol se desplaza por la mano del padre Nazarín mientras éste explica su filosofía panteísta a las dos mujeres que se han unido a la peregrinación sagrada (Marga López y Rita Macedo).
Escorpiones en La edad de oro, mariposas caseras en Un perro andaluz, perros trotando debajo de las carretas en Viridiana, corderos entrando a la iglesia en El ángel exterminador: objetos y bestias animados de una naturaleza enajenada que Buñuel exhibe no para indicarnos nuestra enajenación del mundo de los objetos, sino la presencia de las cosas que sostienen nuestros mundos mentales, eróticos y políticos.
El materialismo de Buñuel va de lo cotidiano a lo escandaloso. Pero aun los hechos más físicos —comer, amar, caminar— pueden convertirse en protagonistas. El grupo de bon vivants de El discreto encanto de la burguesía jamás pueden sentarse a comer. Defecar y comer son actos moralmente invertidos en El fantasma de la libertad. Fernando Rey no puede violar la faja de castidad medieval de Carole Bouquet en Ese oscuro objeto… y en Viridiana no puede mirar el virginal cuerpo de Silvia Pinal sin drogarla primero y luego escuchar el Mesías de Hændel.
Los objetos, vemos con alarma, no son pasivos o inanimados, se mueven porque son, a veces, sujetos humanos (como la mano de El ángel exterminador) en tanto percepción deformada de un orden social que los ha convertido en objetos. En Diario de una recamarera, entonces, el viejo duque que emplea a Celestine tiene una fijación fetichista con el calzado. Y el fetichismo, nos recuerda Freud, puede significar que el deseo es sustituido por el objeto, que el objeto se sublima, e incluso, puede ser parte del trabajo del sueño.
Celestine lo observa todo y no la engaña nada. El desfile de disfraces sexuales, decoraciones morales y distorsiones sociales pasa ante su mirada fría e irónica. Sólo al terminar la película, cuando todos los sucesos aislados se reúnen como una realidad política —el ascenso del fascismo— comprendemos que Buñuel ha apuntalado el horror político en el terror personal.
La casa de Buñuel en México es tan despojada como un monasterio. La recámara, en efecto, es monacal: un lecho duro, sin colchón. Buñuel sentía gran aprecio por su colección de pistolas de los siglos XVII y XVIII. Confiaba demasiado en sus armas. Un día quiso probar una de ellas disparando contra su hijo Juan Luis y el muchacho le dijo: “Papá, primero dispárale al libro de teléfonos”. Buñuel lo hizo y perforó el tomo telefónico. Cuando recibió el León de Oro del Festival de Venecia en 1967, nos dijo a Juan Goytisolo y a mí: “Ahora derretiré el premio para fabricar balas”.
En vez de balas, hay una foto irrepetible de Buñuel en Hollywood, tomada durante un almuerzo en casa de George Cukor. Allí están Ruben Mamoulian, Billy Wilder y Alfred Hitchcock, quien le reveló a Buñuel que su fascinación con la pierna perdida de Tristana lo llevó a filmar una pierna de mujer, colgando de un camión en fuga, en Frenzy (1972). Buñuel, por su parte, visitó a Fritz Lang, cuya película Las tres luces (1921) decidió la manera fílmica de Buñuel.
De nuevo, mira el retrato que le hizo Dalí y ahora añade con sequedad:
Lo conservo por razones sentimentales.
Buñuel tenía una debilidad hacia la anarquía. Por ello le deleitaban las películas de Buster Keaton: el cómico con cara de palo en medio de desastres incontrolables. Sobre él escribió Buñuel: “La expresión de Keaton es tan modesta como la de una botella. Sólo que en los círculos claros y rotundos de su mirada, su alma ascética hace piruetas”. Otros dos favoritos de Buñuel eran Laurel y Hardy, ángeles exterminadores de pastelerías, automóviles y mansiones suburbanas.
Sin embargo, Buñuel era un anarquista pensante y hasta práctico. En teoría, me decía, sería maravilloso volar el Louvre. “En la práctica, mataría a quien lo intentase.” Y añadió:
¿Por qué no sabemos hacer distinciones prácticas entre las ideas y la acción? ¿No se bastan a sí mismos los sueños? Nos volveríamos locos si le pidiéremos a cada sueño de la noche que se volviese realidad de día…
¡Asómbrame! Me contó Buñuel que visitó a André Breton moribundo en su cama de hospital. Breton tomó la mano de Buñuel y le dijo:
Mi amigo, ¿se ha dado cuenta de que nadie se escandaliza ya de nada?
Un hombre anciano, sentado en la penumbra de un cuarto de hotel, dice en voz quebrada y burlona, “Mi odio a la ciencia y la tecnología me devolverá la abominable fe en Dios…”.
Ése soy yo —Buñuel me codea con gracia cuando vemos juntos la película.
Luis vivió los últimos días de su vida hospitalizado y conversando con el sacerdote dominico Julián Pablo.
Buñuel fue más allá de la religión formada, pero también más allá de la religión formal, pero también más allá de la formalidad mundana, para tocar la grandeza, la servidumbre y la libertad del alma humana.”
Pero antes, un grupo de amigos se ha reunido para celebrar a Buñuel en su 77 aniversario. El sitio es un lugar favorito de Luis, el restorán Le train bleu de la Gare de Lyon en París. Están ahí Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Milan Kundera y Régis Debray.
Se establece una suerte de tensión amistosa entre el joven Debray y el viejo Buñuel. Como si Debray viese en Buñuel al hombre joven, temiendo que Buñuel viese en Debray al hombre viejo. Acaso por ello Debray se dirige a Buñuel con una violencia cordial.
Usted es el culpable, Buñuel, usted con sus obsesiones. Sin usted, nadie se acordaría de la Santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción o las herejías gnósticas. Sólo gracias a sus películas la religión es aún arte, aún cultura…”
Buñuel sonríe como el gato de Alicia, resistiéndose a desaparecer. Sabe que él y Debray se hacen la misma pregunta: ¿cómo llegar a los 77 años sin caer en la tentación que el mundo te ofrece como un obsequio envenenado: la falsa gloria de ser lo que la leyenda dice que eres? Padre de la Iglesia, Buñuel. O rebelde consagrado, Debray.

Y la segunda pregunta es ésta: ¿se pierde la juventud? ¿O se gana tras un largo y difícil aprendizaje?

domingo, 28 de octubre de 2018

BARBARISMOS ANDRÉS NEUMAN.



BARBARISMOS
ANDRÉS NEUMAN
Prólogo de José María Merino
Para Erika, mi idioma


NEUMANISMOS

Andrés Neuman, joven autor muy celebrado en los campos de la poesía, la novela, el cuento, el minicuento, el aforismo, y explorador nato de nuevos territorios que tengan que ver con la invención literaria, se aventura en este libro a rastrear, a su aire, una zona de la agreste y huraña selva de las definiciones, antes apenas explorada de tal modo entre nosotros, a la que él llama Barbarismos.
En el primer diccionario que conoció este idioma (Tesoro de la lengua castellana, Sebastián de Covarrubias, 1611) barbarismo se define como «el uso de alguna dicción, o escrita o pronunciada contra las reglas y leyes del bueno y casto lenguaje». Más adelante, el Diccionario de Autoridades, que publicó la flamante Real Academia Española entre los años 1726 y 1739, lo calificaba de «figura viciosa… Vale también, por analogía: desorden, brutalidad o barbaridad en el modo de obrar y proceder». Más cerca de nosotros, la Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana -el famoso diccionario Espasa-dice que barbarismo es cualquier «dicho o hecho inconsiderado, imprudente». Y, para no hacer este exordio interminable, concluiré citando el Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares, donde se lo define de este modo: «emplear vocablos impropios».
Calificar como barbarismos el conjunto de definiciones que el intrépido aventurero del logos Andrés Neuman recoge en este libro, acaso sea su barbarismo inaugural, sustantivo, medular. Pues no disiente demasiado del bueno y casto lenguaje, ni entra de lleno en la imprudencia, ni se muestra siempre brutal o impropio, aunque puede que caiga a menudo en esa figura, sin duda viciosa, que proviene de la excesiva adicción a la imaginación verbal.
Los verboadictos -en un diccionario de barbarismos, tal palabra se encuentra a buen cobijo-, para perplejidad de los puristas del canon, son demasiado amantes de esas auroras y ocasos que hacen fulgurar las iluminaciones literarias. A partir de esa disposición, nuestro autor entra en el español -que según su propia denominación barbárica es «idioma que le queda grande a España»- y, con agudeza a veces hiperestésica, aunque nunca dolorosa, utiliza muchos elementos del abundoso patrimonio de la retórica -del cual no voy a hablar para no ponerme retórico, y valga la redundancia-con el fin de mostrarnos cómo numerosas palabras pueden esconder sorprendentes atavíos bajo la apariencia que las envuelve con su capa cotidiana.
Por ceñirme a un terreno familiar, señalaré unos cuantos ejemplos: en el Diccionario de la RAE, abecedario se define como «serie de letras de un idioma»; en el de Neuman se define como «pensamiento muy poco a poco». Para la RAE, escritor es «persona que escribe»; para Neuman, «individuo que fracasa en el intento de ser exclusivamente lector». Para la RAE, derechos de autor son «cantidad que se cobra»; para Neuman, «propina con ínfulas de salario». La RAE define biblioteca como «conjunto de libros»; Neuman, como «muchedumbre que espera su turno de palabra». Y palabra, que para la RAE es «segmento del discurso unificado habitualmente por el acento, el significado y pausas potenciales inicial y final», para Neuman resulta «transformación de lo nombrado». Y así, a lo largo de varios centenares de vocablos.
Debo apuntar que, en bastantes ocasiones, el autor abandona la concisión que parece norma habitual de su trabajo, para presentar breves composiciones cargadas de posibilidades narrativas. Veamos algunos casos. Dios: «Ser tan empeñado en demostrar su existencia que apenas encuentra tiempo para cultivar su presencia». Diablo: «Personaje desconcertado ante la autosuficiencia humana para el mal». Gilipollas: «Célebre insulto que murió al ser admitido por la Real Academia de la Lengua». Guerrilla: «Rebeldía admirada por el intelectual urbano, siempre y cuando tenga lugar en la selva o la montaña». Solapa: «Parte del ejemplar que se estudia atentamente antes de emitir un juicio literario».
Planteado con ambición temática, este diccionario, que se autocalifica como barbárico, se propone abarcar un mundo amplio que incluye cualidades y actitudes, objetos variados, doctrinas, maneras de ser… Bienvenida sea, pues, a la planicie de los campos semánticos y los vergeles lexicográficos, esta magnífica aportación. Mas propongo al autor que, en sucesivas ediciones, modifique el título en el sentido que indico en el encabezamiento de este prólogo. Y quiero terminar confesando que me crearía graves problemas de conciencia aceptar que las definiciones de Andrés Neuman pudiesen terminar sustituyendo a las que están autorizadas por el Diccionario de la Real Academia Española, venerable institución a la que pertenezco. Las cosas como son.
José María Merino
18 de febrero de 2014
62.º aniversario de la muerte
de Enrique Jardiel Poncela,

Gran Maestre del Sarcasmo.

viernes, 26 de octubre de 2018

CARLOS FUENTES. AGUA QUEMADA. 4. El hijo de Andrés Aparicio a la memoria de Pablo Neruda


4. El hijo de Andrés Aparicio

a la memoria de Pablo Neruda

No tiene santuario alguno, ningún techo.
Carta de Milena
 

El lugar

No tuvo nombre y por eso no tuvo lugar. Otras colonias fueron nombradas. Esta no. Como por descuido. Como si un niño hubiera crecido sin ser bautizado. Peor tantito: sin ser nombrado siquiera. Fue una como complicidad de todos. ¿Para qué nombrar este barrio? Puede que alguien dijo, sin pensarlo mucho, que nadie viviría demasiado tiempo aquí. Fue un lugar pasajero, como las chozas de cartón y lámina corrugada. El viento se coló por las paredes de bagazo mal ensamblado; el sol se quedó a vivir para siempre sobre los techos de lámina. Esos eran los habitantes de veras de este lugar. La gente vino aquí por distracción, medio atarantada, sin saber por qué, porque peor es nada, porque este llano de matorrales enanos, hierbas cenizas y gobernadoras fue la frontera siguiente, después del barrio anterior que ese sí tuvo nombre. Aquí ni nombre ni desagüe y la luz eléctrica se la robaron de los postes, conectando los alambres de sus focos a la corriente pública. No le pusieron nombre porque se imaginaron que estaban allí de paso. Nadie se sentó sobre su propio terreno. Eran paracaidistas y sin decirlo se pusieron de acuerdo en que no opondrían resistencia al que viniera a sacarlos de allí. Se irían a la siguiente frontera de la ciudad. De todos modos el tiempo que pasaran aquí sin pagar renta sería tiempo ganado, un respiro. Muchos de ellos vinieron de colonias más acomodadas, con nombres, San Rafael, Balbuena, Canal del Norte, hasta Nezahualcóyotl que ya tenía dos millones de gentes viviendo mal que bien allí con una iglesia de cemento y uno que otro supermercado. Vinieron porque ni en esas ciudades perdidas pudieron juntar los cabos y se negaron a sacrificar la última apariencia decente, se negaron a ir a dar por los rumbos de los pepenadores de basura o los areneros de las Lomas. Bernabé tuvo una idea. Que este lugar no tuvo nombre porque era algo así como todo lo que fue la ciudad grande, aquí estaba lo peor de la ciudad y puede que lo mejor también, trató de decir y por eso no pudo tener un nombre especial.
No lo pudo decir porque las palabras siempre le costaron reteharto.
Su madre conservó un espejo antiguo y se miró en él muchas veces. Pregúntale Bernabé si miró el barrio, la ciudad perdida con sus costras de tierra sepultada en el invierno, sus remolinos de polvo en la primavera y en el verano sus lodazales de lluvia confundidos por fin con los arroyos de excremento que corrieron el año entero buscando la salida que nunca hallaron. ¿De dónde viene el agua, mamá? ¿A dónde va la mierda, papá? Bernabé aprendió a respirar más despacio para tragarse el aire negro, aplastado bajo las nubes frías, aprisionado entre el circo de montañas. Un aire vencido que apenas logró ponerse de pie, tambaleándose en el llano, buscando las bocas abiertas. No le dijo a nadie su idea porque las palabras nunca le salieron. Se le quedaron todititas adentro. Las palabras le costaron mucho, porque lo que su madre dijo nunca tuvo nada que ver con lo que pasó, porque los tíos rieron y aullaron a fuerzas como para sentirse bien por obligación una vez a la semana antes de regresar al banco y a la gasolinera pero sobre todo porque ya no recordó la voz de su padre. Llevaban once años viviendo aquí. Nadie los había molestado, nadie les había corrido. No tuvieron que oponerle resistencia a nadie. Hasta se murió el viejo ciego que le cantaba a los postes con su guitarra el corrido de la luz eléctrica, luz eléctrica refulgente y luminosa. ¿Por qué, Bernabé? El tío Rosendo dijo que era una burla. Habían venido de paso y se habían quedado once años. Y si se habían quedado once años, se iban a quedar para siempre.
Sólo tu papacito se peló a tiempo, Bernabé.

El padre

Lo recordaron por los tirantes. Nunca dejó de usarlos, como si de ellos dependiera su salvación. De ellos dijeron que se prendió a la vida y que ojalá hubiera sido como ellos, se hubiera estirado un poquito más. Vieron que la ropa se le hizo vieja pero los tirantes no; fueron siempre nuevos, brillosos, con hebillas doradas. Los tirantes fueron como su gentileza, proverbial dijeron los viejos que todavía usaban palabras como esa. No, le dijo el tío Richi, terco como las mulas y arrastrando su decepción, así fue tu padre. En la escuela Bernabé tuvo que pelearse con un grandulón sabroso que le preguntó por su papá y Bernabé dijo se murió y el grandulón se rió y dijo eso dicen todos, la mera verdad es que ningún padre se muere nunca, lo que pasa es que tu papá te abandonó o a la mejor nunca lo conociste, ni eso, se cogió a tu mamá y la abandonó cuando tú ni nacías. Terco pero buena gente, dijo el tío Rosendo, ¿te fijaste?, si no sonreía, se veía viejo, por eso sonreía sin razón toditito el tiempo ah qué guasón el marido de la Amparito ríe que te ríe sin razón cual ninguna, con esa amargura adentro de haber sido un joven pasante de agronomía que lo mandaron muy ciruelito a ocuparse de una cooperativa en un pueblo del estado de Guerrero, recién casado con tu mamacita Bernabé. Cuando llegó el lugar estaba quemado, muchos cooperativistas asesinados y las cosechas robadas por el cacique y los dueños de los camiones. Tu padre quiso reclamar, dizque iba a poner en marcha a la autoridad central y a la suprema corte, lo que no dijo, lo que no prometió, lo que no intentó. Era su primer trabajo y el mar se le hacía chiquito para un buche de agua. Pues ahí tienes que apenas se las olieron que iban a venir extraños a remediar las injusticias y los crímenes, todos se juntaron, las víctimas lo mismo que los verdugos, para negar la acusación de tu padre y hacerlo responsable a él. Entrometido, chilango lleno de ideas de justicia, empedrador de infiernos, qué no le dijeron. Ellos estaban aliados por viejas historias de rencillas, rivalidades y muertes pesadas. Las generaciones se encargarían de ir equilibrando las cosas. La justicia estaba en las familias, su honor y su orgullo, no en un ingenierito metiche. Cuando vino la autoridad federal, hasta los hermanos y las viudas de los muertos dijeron que el culpable era tu papá. Se rieron; que la justicia federal se las entienda con el agrónomo federal. Él nunca se recuperó de esta derrota, como quien dice. En la burocracia lo miraron con recelo por idealista y por incompetente y ya nunca avanzó. Al contrario, se quedó pasmado en un empleíto de escritorio, sin avances ni aumentos y con deudas sobre deudas, todo porque se le quebró algo allá adentro, se le apagó una lucecita en el corazón, así dijo él, sin dejar nunca de sonreír, estirándose los tirantes con los pulgares. Quién le manda. La justicia puede estar enemistada con el amor, dijo a veces, aquellas gentes se amaban hasta en el crimen y eso fue más fuerte que mi promesa de justicia. Era como ofrecerles una estatua de mármol de una bellísima diosa griega cuando ellos ya tenían su prieta feicita pero cariñosa y muy tibiecita entre las cobijas. ¿Para qué buscarle? Tu padre Andrés Aparicio se quedó pensando, sonriendo siempre, en las montañas del Sur, en un pueblo perdido sin carretera ni teléfono donde el tiempo lo medían las estrellas, las noticias sólo llegaban por la memoria y lo único seguro es que todos iban a ser enterrados juntos, en la misma parcela vigilada por ángeles color de rosa y cempazúchiles secos y lo sabían. Ese pueblo se juntó y lo derrotó, mira nomás, porque la pasión une más que la justicia y tú también, Bernabé, ¿quién te pegó, por qué traes la boca rota y el ojo morado? Pero Bernabé no les iba a contar a sus tíos lo que le dijo el grandulón sabroso de la escuela ni cómo se agarraron a cates porque Bernabé no supo explicarle al grandulón quién era su padre Andrés Aparicio, las palabras nomás no le salían y por primera vez supo oscuramente, sin permitir que nada de esto se volviera claro, que si no había palabras entonces había cates. Pero la verdad es que hubiera querido decirle al abusón ese jijo de su chingada madre que su padre se murió porque sólo le quedaba esa dignidad, porque un muerto posee poder ante los vivos, aunque sea un muerto desgraciado. A un muerto se le respeta, ¿o qué carajos no?

La madre

Ella mantuvo ese vocabulario decente con mucho esfuerzo, en él debe haberse formado su carácter a la vez sentimental y frío, soñador y duro, como para hacer creíble su lenguaje que ya nadie hablaba en este barrio perdido. Sólo algunos viejos, los que hablaron de la proverbial gentileza de su marido Andrés Aparicio le dieron por su lado y ella insistió en poner un mantel en la mesa y los cubiertos en su lugar, dijo que nadie empezara hasta que todos estuvieran servidos y que nadie se levantara de la mesa mientras ella la mujer la esposa la señora de la casa no hiciese lo propio. Todo lo pidió por favor o pidió a los demás que no olvidaran el por favor. Su casa fue siempre la casa de usted, la casa del invitado, cuando aun vinieron invitados y hasta hubo cumpleaños, Santos Reyes y hasta una posada con peregrinos, velitas y piñata. Pero eso era cuando todavía vivía su marido Andrés Aparicio y traía su sueldo del Departamento Agrario; ahora sin pensión siquiera no alcanzó, ahora sólo vinieron los viejos que con ella decían palabras como esmerado y puntual, dispense y permítame, finezas y por descuidos. Pero también los viejos se fueron acabando. Llegaron con vastas familias unidas, tres y a veces cuatro generaciones ensartadas como un collar de abalorios pero en menos de diez años ya sólo se veían jovencitos y niños y hubo que buscar como agujas en el proverbial pajar a los viejos que decían palabras bonitas. ¿Ella qué iba a hablar si sus viejos se le fueron muriendo todos?, pensó mirándose en el espejo de ondulante marco plateado que heredó de su madre cuando vivían todos juntos en las calles de República de Guatemala antes de que se descongelaran las rentas y el propietario don Federico Silva les aumentara sin piedad las suyas. Ella no pudo creer lo que el propietario mandó a decir, que eran exigencias de su mamá, que doña Felícitas era tiránica y avara, porque luego la vecina doña Lourdes le contó que la mamá del señor Silva se murió y sin embargo él no bajó las rentas, qué va. Cuando Bernabé tuvo edad de razón, trató de asociar las cortesías de su madre, el esmero de sus palabras en público con alguna forma de ternura pero no pudo. Sólo se ponía sentimental cuando hablaba de la pobreza o del padre; pero nunca se ponía más dura que cuando hablaba de lo mismo. Bernabé no supo qué significaban esos teatros de su mamá pero sí supo que a él no le tocaba lo que ella parecía decir, como si entre los actos y las palabras hubiera una barranca, tú eres un niño decente Bernabé no lo olvides nunca, evita rozarte con los peladitos de tu escuela, trátalos con distancia, recuerda que tú tienes un tesoro que no tiene precio, la buena cuna y las buenas costumbres. Sólo dos veces su mamá Amparo fue distinta. Una vez lo oyó a Bernabé por primera vez gritarle chinga tu madre a otro chiquillo en la calle y cuando el niño entró a la casucha ella se derrumbó sobre la mesita del tocador, juntó los puños sobre la frente y dejó caer el espejo al suelo diciendo Bernabé no pude darte lo que quería, tú merecías otra cosa, mira nomás dónde te tocó crecer y vivir, no es justo Bernabé. Pero el espejo no se rompió. Bernabé nunca le pidió razón. Entendió que cada vez que se sentó ante el tocador con el espejo en la mano y se miró de reojo a sí misma, acariciándose el mentón, dibujándose con un dedo silencioso la ceja, borrando con la palma de la mano el goteo del tiempo en los ojos, su mamá habló y esto le importó más que lo que ella dijo porque para Bernabé hablar fue siempre algo milagroso, se necesitó más coraje para hablar que para los trancazos porque los trancazos sólo ocuparon el lugar de las palabras. Cuando regresó del pleito en la escuela con el grandulón no supo si su mamá habló sola o si supo que por allí andaba él, detrás de una de las cortinas de manta que los tíos colocaron para separar los espacios de la pequeña casa que los domingos fueron sustituyendo poco a poco, cambiando cartón por adobe y adobe por ladrillo hasta darle cierto aire de decencia, como el que tuvieron cuando su padre de ellos fue el ayuda de campo del general Vicente Vergara, el famoso general Tompiates de las leyendas que los invitaba a desayunar menudo en el aniversario de la Revolución Mexicana, la fría madrugada del fin de noviembre. Ahora ya no; Amparito tuvo razón, los viejos se murieron y los jóvenes tuvieron caras tristes. Andrés Aparicio no, siempre sonrió para no verse viejo. Su proverbial gentileza. Sólo una vez dejó de sonreír. Un hombre aquí del barrio le dijo algo feo y tu papá lo mató a patadas, Bernabé. Nunca lo volvimos a ver. Mira hijito cómo te han puesto dijo por fin doña Amparo pobrecito hijo mío mira dónde te tocó pelear y dejó de mirarse en el espejo hasta ver a su hijo mi escuincle del alma mi chamaquito santo mira nomás por qué te pegan a ti santito mío y el espejo cayó al suelo de ladrillos nuevos y esta vez se rompió. Bernabé la miró sin asombrarse de la ternura que tan pocas veces le mostró. Ella lo observó como si entendiese que él entendió que no debía asombrarse de lo que siempre mereció o que la ternura de doña Amparo fue tan pasajera como el barrio perdido donde vivieron los últimos once años sin que nadie llegara con una orden de desalojo, al grado que los tíos se animaron a cambiar el cartón por adobe y el adobe por ladrillo. El muchacho se preguntó si su padre había muerto. Ella le dijo que nunca lo soñó. Le contestó con palabras exactas, dándole a entender a su hijo que su lado frío y preciso no fue vencido por la ternura. Mientras no soñara a su marido muerto, no lo daría por muerto, le dijo. Esa era toda la diferencia, se soltó, quiso ser lúcida y emotiva al mismo tiempo, ven y abrázame Bernabé te quiero mi monigotito adorado y óyeme bien. No mates nunca porque te paguen. No mates sin saberlo. Aprovecha la oportunidad de matar por tu razón, por tu pasión. Te harás limpio y fuerte. Nunca mates mi hijito sin ganarte un poco de vida para ti santo.

Los tíos

Fueron los hermanos de su mamá y ella los llamó los muchachos aunque los tres tenían entre treinta y ocho y cincuenta años. El tío Rosendo fue el mayor y trabajó en un banco contando los billetes viejos que se devolvieron al gobierno para que los quemara. Romano y Richi, el más joven, fueron empleados en una gasolinera pero se vieron más viejos que Rosendo porque él se la pasó de pie casi todo el día y aunque ellos se movieron para despachar clientes, engrasar y limpiar parabrisas, vivieron alrededor de una nevera llena de gaseosas y las barrigas se les hincharon. En las horas muertas de la gasolinera que quedaba por el rumbo de una nube de polvo en el barrio de Iztapalapa desde donde no se veía bien nada ni gente ni casas sino coches mugrosos y manos pagando Romano bebió pepsis y leyó los periódicos de deportes pero Richi tocó la flauta sacándole sones sabrosos y calientes y refrescándose de vez en cuando con su pepsi. Sólo los domingos bebieron cervezas antes y después de irse al campo yermo detrás de las casuchas de la colonia con sus pistolas a matar conejos y sapos. Se pasaron los domingos en eso y Bernabé los miró desde la parte de atrás de la casa, trepado en un montón de tejas rotas. Rieron con una como alegría babeante, limpiándose los bigotes con las mangas después del trago de cerveza, codeándose, aullando como coyotes cuando cayó muerto un conejo más grande que los demás. Los vio luego abrazarse, palmearse las espaldas y regresar arrastrando de las orejas a los conejos sangrientos y Richi con un sapo muerto en cada mano. Mientras Amparo abanicó la cocina de brasas y les sirvió los elotes espolvoreados con chile y el arroz enjitomatado ellos se disputaron porque Richi dijo que iba para los cuarenta y no quería morirse panzón y pendejo con perdón de Amparito en una gasolinera propiedad del licenciado Tin Vergara que les hizo el favor por órdenes del viejo general y que en un cabaré de San Juan de Letrán le iban a dar audición para entrar como flautista a la orquesta tropical. Rosendo cogió enojado el elote entre las manos y Bernabé vio la lepra de sus dedos enfermos de tanto contar billetes sucios. Dijo que tocar la flauta era de maricas con perdón de Amparito y Richi le contestó que si era tan macho por qué nunca se había casado y Romano le dio un coscorrón entre cariñoso y enojado a Richi, porque se le quería escapar de la gasolinera donde era su única compañía pero dijo que porque entre los tres sostenían esta casa, a su hermana Amparo y al niño Bernabé por eso nunca se casaron, no iban a alimentar más de cinco bocas con lo que ganaban tres hermanos y ahora sólo dos si Richi se largaba con una banda danzonera. Se pelearon y Richi dijo que en la orquesta iba a ganar más, Romano que se lo iba a botar en viejas para apantallar qué sé yo a los de la marimba, Rosendo que por pinche que fuera con la venia de Amparito la pensión de Andrés Aparicio en algo ayudaría si por fin lo dieran por muerto y Amparo lloró y dijo que era su culpa claro y pidió disculpas. Todos la consolaron menos Richi que se acercó a la puerta y se quedó callado mirando el atardecer pardo del llano sin hacerle caso a Rosendo que volvió a hablar como el mayor de la familia. No es tu culpa Amparito pero tu marido pudo avisarnos si se murió o no. Todos trabajamos en lo que podemos mira mis manos Amparito crees que me divierte eso pero sólo tu marido quiso ser algo más (por mi culpa dijo la mamá de Bernabé) porque un barrendero o un elevadorista gana más que un burócrata pero tu marido quiso obtener carrera para tener pensión (por mi culpa dijo la mamá de Bernabé) pero para tener pensión hay que estar muerto y tu marido nomás se hizo humo Amparito. Allá afuera hay una enorme oscuridad gris dijo Richi desde la puerta y Amparito que su marido luchó como un caballero para evitar que todos nosotros nos hundiéramos en lo más bajo. ¿Qué tiene de bajo el trabajo?, dijo Richi con irritación y Bernabé lo siguió al llano lento y dormido en el crepúsculo con los olores fuertes de mierda seca y tortilla humeante y la imaginación de las plantas gobernadoras verdes y chaparras. El tío Richi tarareó el bolero de Agustín Lara cabellera de plata, cabellera de nieve, ovillo de ternuras donde un rizo se atreve mientras los aviones volaron bajo acercándose al aeropuerto internacional y las únicas luces eran las de una pista distante. Ojalá me acepten en la orquesta le dijo Richi a Bernabé mirando la bruma amarilla, en septiembre van a Acapulco a tocar en las fiestas patrias y puedes venir conmigo Bernabé. No nos vayamos a morir sin conocer el mar Bernabé.

Bernabé

A los doce años dejó en secreto de ir a la escuela. Se acercó a la gasolinera donde trabajaban los tíos y ellos le dieron permiso de agarrar un trapo desgarrado y aventarse sobre los parabrisas de los coches sin pedir permiso, como parte del servicio: por pocos centavos que se ganen siempre es mejor que nada. En la escuela ni notaron su ausencia ni les importó. Las clases estaban repletas a veces con cien niños y niñas y uno menos era un alivio para todos aunque nadie se enterara. A Richi siempre no lo aceptaron en la sonora tropical y le dijo Bernabé de plano vente a ganar unos centavos y no pierdas más tiempo o vas a acabar como tu pinche jefecito. Dejó de tocar su flauta y le firmó los cuadernos para que Amparo creyera que seguía en la escuela y así se selló la complicidad entre los dos que fue la primera relación secreta en la vida de Bernabé porque en la escuela él estuvo demasiado dividido entre lo que vio y escuchó en su casa donde su mamá habló siempre de decencia y buena cuna y malos tiempos como si hubiera otros que no fueran malos y cuando él quiso decir algo de esto en la escuela se encontró con miradas ciegas y duras. Una maestra lo notó y le dijo que aquí nadie daba o quería compasión porque la compasión era un poco como el desprecio. Aquí nadie se quejaba y nadie era superior a los demás. Bernabé no entendió pero le dio muina la maestra que se daba aires de entenderlo mejor de lo que él se entendía solito. Richi sí lo entendió, anda Bernabé gánate tus fierros y mira lo que puedes tener si eres rico mira ese Jaguar que viene entrando a la gasolinera jijos si por aquí pasa pura carcacha, ah es nuestro patrón el licenciado Tin echando vidrio a su negocio y mira esta revista Bernabé no te gustaría una vieja así para ti solito así han de ser las viejas del licenciado Tin mira qué tetas más ricas Bernabé imagina que le levantas la faldita y te pierdes allí entre sus muslos calientes como leche tibia Bernabé me lleva mira este anuncio de Acapulco nos jodimos Bernabé mira los chamaquillos ricos en sus Alfarromeos Bernabé piensa cómo vivieron de niños, ahora de jóvenes, luego de viejos, con la mesa servida pero tú Bernabé tú y yo a fregarnos desde que nacimos, con la misma edad desde que nacimos, ¿a poco no? Le envidio al tío Richi la labia fácil porque a él las palabras le costaron mucho y como ya supo que cuando no hay palabras hay catorrazos se salió de la escuela para darse de catorrazos con la ciudad que por lo menos era muda como él, ¿no es cierto Bernabé que las palabras del grandulón abusador dolieron más que sus golpes? Si la ciudad pega al menos no habla. ¿Por qué no lees un libro Bernabé, le dijo esa maestra que le dio muina, te sientes inferior a tus compañeritos? No le pudo decir que sintió algo muy gacho cuando leyó porque los libros hablaron como su mamá. No entendió la razón y de tanto esperarla le dolió la ternura. En cambio la ciudad se dejó ver y querer y desear aunque al final de cuentas, corriendo por la Reforma, por Insurgentes, por Revolución y por Universidad a las horas del tránsito pesado, limpiando parabrisas, aventándose contra los coches, toreándolos, juntándose con los otros chamaquillos desempleados a jugar futbol con pelotas de papel periódico en llanos como el de su niñez, sudando humo de gasolina y meando riachuelos de lodo y robándose refrescos en esta esquina y chicharrones en aquella y colándose de oquis a los cines, se alejó de los tíos y de la madre, se hizo más independiente y mañoso y ganoso de todo lo que empezó a ver y empezó a hablarle, otra vez las cabronas palabras, no hubo manera de escaparse de ellas diciéndole cómprame, ténme, me necesitas en cada vitrina, en la mano de la mujer asomada por la ventanilla para darle veinte centavos sin una palabra para agradecer la limpiada veloz y profesional del parabrisas, en la mirada del niño bien que no lo miró al decirle no me toques mi parabrisas chamagoso, en los programas de televisión que pudo ver desde la calle, sin palabras, del otro lado del vidrio del aparador donde los vendieron, mudos, intoxicándole de deseos, haciéndose grande y pensando que no ganaba a los quince años más que a los doce, fregando parabrisas con un trapo desgarrado en Reforma, Insurgentes, Universidad o Revolución a la hora del tránsito tupido, que no se acercó a ninguna de las cosas que le ofrecieron las canciones o los anuncios, que su impotencia se hizo larga larga y nunca terminó como los deseos del tío Richi de tocar la flauta en una sonora tropical y pasar el mes de septiembre en Acapulco volando con esquís sobre la bahía en tecnicolor, colgado de un paracaídas anaranjado sobre los palacios de los cuentos de hadas Hilton Marriott Holiday Inn Acapulco Princess. Su mamá cuando se enteró, se resignó ya no le recriminó nada, pero también se conformó con hacerse vieja. Sus pocos amigos viejos y remilgosos, un boticario viudo, una carmelita descalza, una prima perdida del expresidente Ruiz Cortines vieron en su mirada la tranquilidad de una lección bien dada, de unas palabras bien dichas. No pudo dar más de sí. Se pasó horas mirando por los rumbos vacíos del horizonte.
Oigo el viento y el mundo cruje.
Muy bien dicho doña Amparito.

La encerrona

Le cogió odio al tío Richi porque salirse de la escuela y limpiar parabrisas en las grandes avenidas no lo hizo rico ni le dio todo lo que otros tenían sino que lo hizo más pinche que antes. Por eso los tíos Rosendo y Romano, cuando Bernabé cumplió dieciséis años, decidieron darle un regalo muy especial. ¿Dónde te figuras que nos la hemos pasado todos estos años, sin viejas?, le preguntaron, lamiéndose los bigotes. ¿Dónde crees que nos íbamos después de tirarles a los conejos y comer con tu mamá y contigo en la casa? Bernabé les dijo que de putas pero los tíos se rieron y dijeron que era de pendejos pagar por una vieja. Lo llevaron a una fábrica abandonada por el rumbo muerto y silencioso de Azcapotzalco con su terrible olor de gasolina podrida donde el velador les dejó entrar a cambio de un peso por cabeza y los tíos Rosendo y Romano lo empujaron por delante a un cuarto oscuro y cerraron la puerta detrás de ellos. Bernabé sólo pudo ver un relámpago de carnes morenas y luego tentar. Se quedó con la que le tocó, de pie los dos, ella apoyando la espalda contra la pared y él apoyado contra el cuerpo de ella, desesperado Bernabé, tratando de entender, sin atreverse a hablar porque esto que estaba pasando no necesitó palabras para ocurrir, seguro de que este placer desesperado se llamaba la vida y la tomó con las manos llenas, pasando de la lana dura y rasposa del suéter a la suavidad de los hombros y la crema de las tetas, del percal tieso de la falda a la arañita mojada entre las piernas, de las medias gruesas y agujeradas a las corvas de algodón azucarado. Lo distrajeron los mugidos de los tíos, sus faenas apresuradas y derrotadas pero se enteró que distrayéndose él todo duraba más y por fin logró hablar, asombrado de sí mismo, cuando le metió la pinga a la muchacha suave, derretida, cremosa que se colgó de él dos veces, con los brazos de su nuca, con las piernas de su cintura. ¿Cómo te llamas, yo soy Bernabé? Quiéreme le dijo, sé santo y bueno, monigotito le dijo igual que su mamá cuando fue tierna con él, ay papacito chulo qué chile me estás metiendo. Luego se quedaron sentados sobre el piso cuando los tíos empezaron a chiflar como lo hacían en la gasolinera, chiflidos de arriero, ya vámonos chamaco, órale, ya no te ensartes más, deja algo pal domingo entrante, que no te chupen los güevos estas mancornadoras ay sí mis devoradoras mis castradoras bay-bay ya estará maríafeliz. Le arrancó la medallita del cuello a la muchacha y ella gritó pero el sobrino y los tíos salieron demasiado rápido de la encerrona.

Martincita

La esperó desde muy temprano el domingo siguiente, apoyado contra la barda de la entrada de la fábrica. Todas fueron llegando muy mustias, exagerando la nota a veces con velos de misa o con canastas de mandado, otras no, más naturales, vestidas como criaditas de ahora con suetercitos de tortuga y pantalones de cuadritos. Ella llegó otra vez con la falda de percal y el suéter lanoso, fregándose los ojos contra la picazón del aire espeso y amarillo de la refinería de Azcapotzalco. Supo que era ella porque él se la pasó jugueteando con la medallita de la Virgen, columpiándola con un movimiento constante de su muñeca, haciéndola girar para que el sol le diera en los meros ojos a la Lupita y ella se deslumbrara también, tuviera que detenerse y mirar y mirarlo y darle a entender, con un gesto delator de la mano llevada al cuello, que ella era ella. Era fea. De a tiro feicita. Pero Bernabé no pudo echarse para atrás. La medalla no dejó de mecerse en su mano y ella se acercó a tomarla sin decir palabra. Daba grima, con un pelo chamuscado por fierros de permanente mal usados y los dientes de oro mal puestos, devolviéndole su brillo a Nuestra Señora de Guadalupe y una cara aplastada de otomí. Bernabé le dijo que mejor se fueran a pasear pero no le salió preguntarle, ¿verdad que tú no lo haces por dinero? Dijo que se llamaba Martina pero todos le decían Martincita. Bernabé la cogió del codo y se fueron por la calzada hasta el Cementerio Español que es el único lugar bonito del rumbo, con sus grandes coronas de flores y sus ángeles de mármol blanco. Qué chulos son los camposantos dijo la Martincita y Bernabé se imaginó a los dos cogiendo dentro de una de esas capillas donde fueron enterrados los ricos. Se sentaron sobre una losa en letras doradas y ella sacó un alcatraz de un florero, lo olió y se llenó la punta chata de la nariz de polen anaranjado, se rió y luego hizo coqueterías con la flor blanca, cosquillas en sus narices y en las de Bernabé que se soltó estornudando. Ella se rió con sus dientes de mediodía eterno y le dijo que como él no hablaba nada ella le iba a contar todo de una vez, todas iban a la fábrica por gusto, había de todo, las que llegaron del campo como Martina y las que llevaban tiempo en la capital, eso era lo de menos, lo importante es que a la fábrica todas vinieron por su gusto, era el único lugar donde podían sentirse un ratito libres de los patrones gateros o de sus hijos o de los galanes de barrio que se aprovechan y luego si te vi no me acuerdo y por eso hay tantísimo escuincle sin papá, aquí a oscuras, sin conocerse, sin problemas qué sabroso era un ratito de amor cada semana, ¿no? la verdad es que a todas ellas les parecía bonito coger en lo oscuro sin que nadie se viera las caras ni supiera qué pasó o con quién pero ella de todas maneras estaba segura de que a los hombres que venían aquí en realidad no era esto lo que les interesaba sino sentir que las podían con las más débiles. En su pueblo eso es lo que le pasaba a las mujeres de los curas que pasaban por sus sobrinas o criadas que cualquier hombre se las cogía diciéndoles si no vienes te acuso con el cura cabrona. Antes dicen que les pasaba lo mismo a las monjas cuando los hacendados se metían a los conventos a cogerse a las hermanitas porque allí quién iba a repelar pues nadie. Esa noche de sus dieciséis años Bernabé no durmió pensando en una sola cosa: qué bonito habló la Martincita, a ella no le faltan las palabras, qué bien cogió también, tenía todo menos belleza, lástima que fuera tan ojete. Dieron por encontrarse en el Cementerio Español y coger los domingos en el mausoleo gótico de una familia de industriales muy mentada y ella le dijo que él era muy raro, muy niño siempre como si en su casa tuviera algo que no le correspondía a su pobreza y a su lengua trabada, quién sabe, no lo entendía, ella desde el rancho supo que sólo los hijos de los ricos tienen derecho a ser niños y luego crecer y hacerse grandes, ellos la gente como Martincita y Bernabé ya tenían que nacer grandes, tú y yo a fregarnos desde que nacimos Bernabé pero tú eres distinto, parece que quieres ser distinto, no sé. Al principio hicieron lo que todas las parejas jóvenes y pobres. Vieron las cosas gratis como los paseos de charros en Chapultepec los domingos y los desfiles que se sucedieron durante los primeros meses de sus amores, primero el desfile patriótico del día de la independencia en septiembre cuando el tío Richi quiso estar con su flauta en Acapulco, después el desfile deportivo del día de la Revolución, en diciembre las iluminaciones de Navidad y las posadas antiguas en la antigua casa de Bernabé, la vecindad de Guatemala donde vivía su amigo enfermo Luisito. Apenas se saludaron porque era la primera vez que Bernabé llevó a la Martincita a conocer gente que él ya conocía y que conocía a doña Amparito su mamá y doña Lourdes la mamá de Luisito y Rosa María ni los saludó siquiera y el niño lisiado los miró con unos ojos sin porvenir. Luego Martina dijo que quería conocer otros amigos de Bernabé. Luisito le daba miedo porque era igualito a un viejo de su pueblo y al mismo tiempo nunca iba a ser viejo. Buscaron a los chamaquillos que jugaron fut con Bernabé y limpiaron parabrisas y vendieron chicles y klínex y a veces hasta cigarros de carita en Universidad, Insurgentes, Reforma y Revolución pero una cosa era correr por las avenidas anchas chanceando, albureando, disputando clientes y luego gastando la energía sobrante en un potrero con una pelota de papel y otra cosa salir con muchachas y hablar como gente, sentados en una lonchería frente a unas silenciosas tortas de cachete de puerco y unas chaparritas de piña. Bernabé los miró allí en la lonchería, le envidiaron a la Martina porque cogía de veras y no en sueños mojados ni en puras echadas pero no se la envidiaron porque era feicita. Para vengarse o distinguirse o no más para diferenciar sus suertes los muchachos les contaron que un político que todos los días pasaba por Constituyentes rumbo a las oficinas del Ejecutivo en Los Pinos les regaló con aspavientos boletos para el juego de fut a dos de ellos para impresionar a un guardia presidencial que miró la escena y los demás juntaron bastante dinero para ir el domingo y lo invitaron a él pero sin ella porque no alcanzaba la lana y Bernabé dijo que no, no iba a dejarla sola el domingo. Acompañaron a los muchachos hasta la entrada del Estadio Azteca y Martincita le dijo que podían ir al Cementerio Español pero Bernabé nomás meneó la cabeza, le compró un refresco a la Martina y comenzó a pasearse como ocelote enjaulado en frente del estadio, dando de patadas contra los postes de luz neón cada vez que oía la gritería allá dentro, el aullido de ¡gol! y Bernabé pateando postes y diciendo por fin me lleva la chingada puta vida esta por dónde me le cuelo a la vida, ¿por dónde?

Palabras

Martina le preguntó qué iban a hacer, ella era muy sincera y le dijo que podía engañarlo dejándose embarazar por él pero para qué si antes no se pusieron bien de acuerdo en lo que de veras iban a ser. Ella le soltó indirectas como cuando él le propuso que se fueran a Puebla al desfile del cinco de mayo de aventón y lograron que un camión materialista los llevara hasta la iglesita de San Francisco Acatepec brillante como un dedal de donde se fueron caminando a la ciudad de azulejos y caramelos, ensoñados todavía con la aventura juntos y el paisaje limpio de pinos y volcanes fríos que para Bernabé era novedad. Ella llegó de los llanos indios de Hidalgo y conoció el campo pobre dijo pero limpio también no como la mugre de la ciudad y mirando el desfile de los zuavos y los zacapoaxtlas, las tropas de Napoleón contra las del licenciado don Benito Juárez, le dijo que le gustaría verlo de uniforme, marchando, con su banda y todo. Iba a tocarle el turno de ser sorteado en la conscripción militar y allí era sabido dijo la Martina con un aire de estar muy al tanto les daban a los conscriptos la educación que les faltó y la carrera de soldado no era mala para los que no empezaban ni con un petate donde caerse muertos como él. Las palabras se le trabaron como pinole en la garganta a Bernabé, sólo allí sintió que él no era como la Martincita pero que ella no se daba cuenta y mirando los jamoncillos, las cajetas y las panochitas de una dulcería se comparó con ella en el reflejo de la vitrina y se vio más guapo, más esbelto, hasta más blanquito y con una como centellita verde en los ojos, no esas negruras impenetrables de capulín en la mirada sin blanco de su novia. No supo cómo decirle nada y por eso la llevó con su mamá. La Martincita lo tomó muy a pecho, se emocionó y casi lo entendió como una propuesta formal. Pero Bernabé sólo quiso que ella viera que ellos eran distintos. Quizás doña Amparito esperó largo tiempo un día así, una oportunidad así que le diera ánimos de juventud otra vez. Sacó sus mejores trapos, un traje sastre con hombrotes anchos, las nylon atesoradas y los zapatos puntiagudos de charol, colgó algunas fotos antiguas que sacó celosamente de una maleta de cartón, fotos amarillentas que comprobaron la existencia de antepasados, no salieron de la nada, ayer no más, faltaba más señorita vea a qué familia se pretende usted meter y una foto donde el presidente Calles estaba en el centro y a la izquierda el general Vergara y por allá atrás el caballerango del general, el papá de Amparito, Romano, Rosendo y Richi. Pero la apariencia de la Martincita dejó muda a doña Amparo. La mamá de Bernabé supo competir con otras mujeres como ella, inseguras de su lugar en el mundo, pero la Martincita no mostró ninguna inseguridad. Era una campesina y nunca pretendió ser otra cosa. Doña Amparo miró desoladamente la mesa dispuesta para el té, los pastelitos de moca que mandó traer con Richi de una panadería lejana. Ahora no supo cómo ofrecerle té a esta gatita, gatita primero y luego fea fea fea como pegarle a Cristo por Dios que era fea, pudo luchar hasta contra una criada bonita, pero ser gatuperia y espantapájaros, ¿qué palabras venían al caso cómo le iba a decir tome asiento señorita, dispense las estrecheces pero la decencia se lleva adentro y también en los modales, la siguiente vez podemos comparar nuestros álbumes de familia si le parece bien a usted, ahora gustaría un sorbo de té, limón o crema, un pastelito de moca señorita, Bernabé ama la pastelería francesa por encima de todo, es un chico de gustos refinados sabe usted? No le dio la mano. No se levantó. No le habló. Bernabé rogó en silencio habla mamá, tú sí sabes qué palabras hay que decir, en eso te pareces a la Martincita, las dos saben hablar, a mí de plano no me salen las palabras. Vámonos Bernabé dijo la Martina muy orgullosa después de cinco minutos de silencio terco. Quédate a tomar tu té conmigo, sé cuánto te gusta, dijo doña Amparo, buenas tardes muchacha. La Martina esperó un par de segundos, luego se arropó en su suetercito lanudo y se fue rápido de la casa. Se vieron otra vez, uno de sus domingos siempre juntos y muy acurrucados y llenos de las palabras bonitas y cachondas de la Martincita pero ahora con un filo duro, ofensivo.
Yo desde niña supe que no podía ser niña. Tú no Bernabé, ya ví que tú no.

Separaciones

Bernabé intentó una vez más, ahora por el lado de los tíos, cuántas erres río Martina mostrando sus dientecitos de oro, Rosendo Romano y Richi sentados con las pistolas entre las piernas después de pasarse la mañana de un domingo matando conejos y sapos y después cortando las plantas cenizas en el llano de gobernadoras verdes y chaparras. Richi dijo que las hojas de la ceniza eran buenas para los calambres de estómago y los sustos y codeó a su hermano Rosendo mirando a la Martincita sonriente de la mano de su sobrino Bernabé y Romano le dijo a Bernabé que le iba a hacer falta un té de hojas de ceniza para recuperarse del espanto. Los tres se rieron feo y esta vez la Martincita sí se tapó la cara con las manos y salió corriendo ligero con Bernabé detrás de ella, espérame Martina ¿qué tienes? Los tíos aullaron como coyotes, se lamieron los bigotes, se abrazaron entre sí y se palmearon las espaldas muertos de la risa, oye Bernabé dónde recogiste a la huerfanita, está de a tiro para los leones, un sobrino nuestro con semejante redrojo, ya ni la amuelas sobrino, deja que te busquemos algo mejor, de dónde la sacaste escuincle, no nos digas que de la encerrona de los domingos, ah cómo serás tarugo sobrino, con razón tu mamacita andaba tan afligida la pobre. Pero Bernabé no tuvo palabras para decirles que ella le habló bonito y además fue cariñosa, lo tuvo todo menos la belleza, quiso decirles y no pudo, me va a hacer falta, la vio correr por el llano, detenerse, mirar hacia atrás, esperarlo por última vez, decídete Bernabé, yo no te doy dolores de panza ni te espanto el sueño, yo te arrullo, yo te acaricio, yo te hago probar los dulces Bernabé decídete mi amorcito Bernabé. De a tiro ojete, sobrino; una cosa es tirarse a una criadita gratis los domingos para echar fuera la leche y otra es quién muestras y llevas por el mundo y para eso te va a hacer falta lana, Bernabé, ven aquí, no seas bruto, déjala irse, nadie se casa con la primera vieja que se acuesta y menos con semejante espanto de tu Martincita cara de cachetada mira nomás cómo serás güey Bernabé ya es hora de que te hagas hombrecito y ganes tu lanurria para sacar a pasear a las viejas, nosotros no tuvimos hijos, todo te lo dimos a ti, estamos contando contigo, Bernabé, ¿qué te hace falta?, ¿el carro, la lana, la ropa, cómo te vas a vestir, qué vas a decirles a las gordas, sobrino, cómo te les vas a acercar, desplante torero, Bernabé, son vaquillas toréalas así con salero, con garbo como dice el pasodoble, ven Bernabé, enséñate a usar la pistola, ya va siendo tiempo, júntate con tus viejos tíos, nosotros nos sacrificamos por ti y por tu mamacita, tú no tienes por qué, olvídala Bernabé, hazlo por nosotros, ahora te toca a ti salir adelante chavo, con la felina esa te ibas patrás muchacho, no nos digas que nos sacrificamos en balde, mira mis manos descascaradas de perro tiñoso, mira la panza inflada de tu tío Romano, igual tiene una llanta de grasa y gases en la cabeza, a qué le tira ya y mira los ojos muertos de tu tío Richi que nunca fue a Acapulco y los sueños que se le quedaron como lagañas en la pestañiza, a eso le tiras chamaco? Sepárate, para arriba Bernabé, ya estoy viejo y te lo digo, aunque no lo quieras todo nos va separando, como ahorita te separaste de tu novia igual te vas a separar de tu mamá y de nosotros, con dolor cual más o menos, a todo se acostumbra uno, luego las separaciones te van a parecer normales, así es la vida, es una separación tras otra, no lo que se junta lo que se separa eso es la vida, ya verás Bernabé. Pasó esa tarde solo sin la Martina por primera vez en diez meses, recorriendo la Zona Rosa, mirando los carros, los trajes, las entradas a los restoranes, los zapatos de los que entraban, las corbatas de los que salían, chicoteando la mirada de una cosa a otra, sin detenerla demasiado tiempo en nada ni en nadie, temeroso de una fuerza amarga una bilis en los cojones y en las tripas que le hiciera entrarle a patadas a los muchachos elegantes, a las señoritas meneosas que entraron y salieron de los bares y comederos de Hamburgo, Génova y Niza, como le entró a patadas a los postes afuera del estadio. Se agarró a patín por todo Insurgentes en domingo, repleto de los coches que regresaban de Cuernavaca dándose de topetones, los globeros, las torterías también repletas, imaginando que podía patear a la ciudad entera hasta quebrarla en pedacitos de luz neón y luego moler los pedacitos y tragárselos y ahi nos vidrios Bernabé. Fue cuando el tío Richi al que le tenía coraje desde antes de que se burlara de la Martincita le hizo señas alebrestadas sentado en una ostionería al aire libre cerca del puente de Insurgentes.
Ya se me hizo sobrino. Me aceptaron de flautista y me voy a Acapulco con la orquesta. Para que veas que cumplo te convido. La mera verdad creo que te lo debo todo a ti. Mi jefe quiere conocerte.

El Güero

No tuvo que ir con el tío Richi a Acapulco porque el Jefe le dio chamba luego luego. Bernabé no lo conoció en seguida, sólo oyó su voz gruesa y entonada como la de un locutor de radio detrás de las puertas de vidrio de la oficina. Que se encargaran de él los muchachos. Lo miraron de arriba abajo en los vestidores, otros le pintaron un violín con los dedos en las narices, otros lo mandaron al carajo con un gesto de la mano y siguieron vistiéndose, fajándose bien los calzoncillos y acomodándose los testículos. Un prieto alto con la cara larga y las pestañas duras le rebuznó y Bernabé estuvo a punto de írsele encima pero otro medio güerejo se le acercó y le dijo que cómo prefería vestirse, el Jefe ponía un guardarropa nuevo a disposición de los recién llegados y que no le hiciera caso al Burro, el pobre rebuznaba para nombrarse a sí mismo, no para ofender a nadie. Bernabé recordó las insinuaciones de la Martina en Puebla, éntrale al ejército Bernabé, te educan primero. Aprendes a obedecer, luego te ascienden y si te corren te compras un cañón y trabajas por tu cuenta bromeó. Le dijo al Güero que estaba bien el uniforme, él no sabía como vestirse, estaba bien el uniforme. El Güero le dijo que por lo visto iba a tener que ocuparse de él y le escogió una chamarra de cuero, unos vaqueros tiesos todavía de la fábrica y un par de camisas de cuadros. Le prometió que cuando tuviera novia le daría un traje de salir, ahora que se conformara y para los ejercicios del pentatlón camiseta blanca y cuidado con los güevos, bien acomodados dentro de la canasta porque a veces los trancazos son duros. Lo instalaron en uno como campamento militar pero que no se anunciaba por ningún lado, con muchos camiones grises esperando siempre afuera y a veces hombres vestidos de paisano que al entrar se amarraban un pañuelo blanco al brazo y al salir se lo quitaban. Durmieron en catres de campaña y entrenaron desde temprano en un gimnasio con olores de eucalipto que se colaban por los vidrios rotos. Primero hubo argollas y paralelas, barra fija y plintón, pesas y potros. Luego siguieron con varas, cuerdas nudosas, troncos sobre barrancos y tiro al blanco, sólo al final del entrenamiento cachiporras tubos de hule y manoplas de fierro. Se miró en el espejo de cuerpo entero del vestidor, encuerado, dibujado con una punta de fierro, con la cabellera rizada naturalmente, no con fierros calientes como la pobre Martincita lacia, con las facciones mestizas delgadas y huesudas, con perfil, no como la Martincita cara de manazo, buen perfil en la cara y buen perfil entre las piernas y en la barriga y un orgullo verde en los ojos que antes no estaba allí. El Burro pasó rebuznando y riendo al mismo tiempo, con una reata más larga que la suya y las dos cosas le dieron coraje a Bernabé. Otra vez el Güero lo detuvo y le recordó que el Burro no sabía reírse de otra manera, se anunciaba con su rebuzno como él, el Güero, se anunciaba con su transistor, con la música por delante siempre, donde se oye la música está mi Güero. Un día Bernabé sintió que la tierra cambió debajo de sus tenis. Ya no fue más la tierra blanda de las Lomas de Chapultepec, arenosa y regada de alhumajos. Ahora todos los entrenamientos fueron en un enorme frontón para enseñarse a correr duro, pegar duro, moverse duro sobre pavimento. Bernabé dio en fijarse en el Burro para sentir coraje, girar con agilidad y plantar un manotazo seco en la nuca del enemigo. Le metió un rodillazo al muchacho larguirucho de pestañas duras que fue el descontón y el Burro tardó diez minutos en recuperarse pero luego rebuznó y siguió entrenando como si nada. Bernabé sintió que se acercaba el momento. El Güero le dijo que no, entrenó muy bien, a toda madre, se mereció su vacación. Lo trepó a un Thunderbird rojo y le dijo diviértete metiendo los casetes, tú mismo escoge la música, si te aburres pon la tele mini está allí vámonos a Acapulco Bernabé, voy a darte una probadita de lo que es la vida, yo nací con la luna de plata y nací con alma de pirata, he nacido rumbero y jarocho, escoge lo que quieras. No es cierto, se dijo después, no escogí nada, escogieron por mí, la gringa estaba lista para mí en esa camota de colchas que daban cardillo, el mozo vestido de changuito cilindrero estaba listo para cargarme las maletas, otro igualito para traerme el desayuno al cuarto y llevarme la nevera, lo único que no me regalaron porque ya estaban allí fueron el sol y el mar. Se miró en los espejos del hotel pero no supo si lo miraban a él. Aparte de la Martincita, no supo si le gustaba a las mujeres. El Güero le dijo que para que él mismo pagara tenía que hacer mucha lana, para no sentir que las cosas le tocaban de propina; mira este Thunderbird colorado, Bernabé, será de segunda mano pero es mío, lo compré con mis tlacos, rió y le dijo que ya no se verían tan seguido, ahora le tocaba pasar a manos de Ureñita, nada menos que el doctor Ureñita, ése sí que era un pesado, con una cara agria de solterona y feo como un mico estreñido, no como el Güero que sí sabía gozar, hey negra sabor, chao, dijo escupiéndose sobre las dos manos antes de embarrarse la saliva en el copete color de centavo nuevo y arrancar en el Thunderbird.

Ureñita

¿Hasta qué grado llegaste, mi distinguido?
Cree que ni me acuerdo.
No seas burro. ¿Segundo, tercero?
Usted dirá señor Ureña.
Claro que te diré, Bernabé. Para eso estoy aquí. Las cabecitas huecas como la tuya llegan a carretadas aquí. Ni modo. Tal es la materia prima. A ver cómo la refinamos, cómo la hacemos exportable, pues.
Como usted diga señor Ureña.
Presentable, quiero decir. Dialéctica. Nuestros amigos creen que no tenemos historia ni ideas porque ven a burros como tú y se ríen de nosotros. Mejor así. Que lo crean. Así ocupamos toda la historia que ellos dejen vacía. ¿Me entiendes?
No maestro.
Ellos han llenado de mentiras la historia de la patria para debilitarla, para hacerla chiclosa y entonces este arranca un pedazo de chicle y aquel otro pedazo y al principio no se nota. Pero un día despiertas y no tienes la patria grande, libre y unida que soñaste, Bernabé.
¿Yo?
Sí, hasta tú, aunque no lo sepas. ¿Por qué crees que estás aquí conmigo?
El Güero dijo. Yo no sé nada.
Pues yo te voy a enterar, borrico. Estás aquí para ayudar al nacimiento de un mundo nuevo. Y un mundo nuevo sólo puede nacer de orígenes tumultuosos, odiosos, terribles. ¿Me entiendes? La violencia es la partera de la historia.
Si usted lo dice señor Ureñita.
No uses el diminutivo. Los diminutivos disminuyen. ¿Quién te enseñó a llamarme Ureñita?
Ninguno se lo juro.
Pobre tarado. Si quisiera te analizaría en dos patadas. Esto es lo que nos mandan. La culpa es de John Dewey y Moisés Sáenz. Dime Bernabé, ¿tienes miedo a hundirte en la pobreza?
Ahí estoy señor Ureña.
Te equivocas. Hay peor. Imagina a tu mamacita trapeando pisos o peor tantito, imagínatela de huila.
Usted igual profe.
No me ofendes burrito. Yo sé quién soy y lo que valgo. Los conozco a ustedes, lúmpens de mierda. ¿Crees que no los conozco? De estudiante yo fui a las fábricas, tratando de organizar a los obreros, despertar su conciencia radical. ¿Tú crees que me hicieron caso?
De repente maestro.
Me dieron la espalda. No escucharon mi mensaje. No quisieron ver la realidad. Ahí los tienes. La realidad los castigó, se vengó de ellos, de todos ustedes pobres diablos. No han querido ver la realidad, eso es, han querido castigar a la realidad con ilusiones y se han frustrado como clase revolucionaria. Aquí me tienes sin embargo tratando de formarte Bernabé. Te lo advierto; no cejo fácilmente. Bueno ya dije lo que tenía que decir. Ellos han propalado estos infundios sobre mí.
¿Ellos?
Nuestros enemigos. Pero yo quiero ser tu amigo. Cuéntamelo todo. ¿De dónde vienes?
Pues ahi de por ahi.
¿Tienes familia?
Asegún.
No te me cierres. Quiero ayudarte.
Segurolas profe.
¿Tienes noviecita?
Puede.
¿A qué aspiras, Bernabé? Tenme confianza. Yo te la tuve, ¿o que no?
Asegún.
Puede que el ambiente del campamento sea excesivamente frío. ¿Prefieres platicar en otra parte conmigo?
Me da igualdad.
Podemos ir juntos a un cine, ¿te gustaría?
Quién quita.
Date cuenta de una cosa. Yo puedo ayudarte a humillar a los que te humillaron.
Me cae de madre.
Tengo libros en mi casa. No, no sólo libros de teoría, también libros menos áridos, toda clase de libros para muchachos.
Suavena.
¿Entonces vienes monigotito?
Chóquela señor Ureñita.

El licenciado Mariano

Lo llevaron a verlo cuando le mordió la mano a Ureña y dicen que el Jefe se tumbó de la risa y quiso conocer a Bernabé. Lo recibió en una oficina de cuero y encino con libros parejitos de color y estatura y óleos de volcanes en llamas. Dijo que podía llamarlo licenciado, el licenciado Mariano Carreón, eso del “Jefe” como le decían en el campamento sonaba muy pretencioso, ¿no? Sí Jefe dijo Bernabé y el licenciado le pareció igualito al barrendero de la escuela, un barrendero con anteojos, una cabecita de aceituna muy peinada y anteojos de fondo de botella y un bigotillo de ratón. Le dijo que le gustó cómo le respondió al sangrón de Ureña, era un antiguo rojillo que ahora los servía a ellos porque los otros jefes del movimiento decían que una barnizadita teórica era importante.
Él no lo creía así y ahora iba a verlo. Llamó a Ureña y el teórico entró cabizbajo y con la mano vendada donde Bernabé le enterró los dientes. Le ordenó que bajara un libro de la estantería, el que quisiera, el que más le gustara y lo leyera en voz alta. Sí señor como usted mande señor dijo Ureña y leyó con la voz temblorosa no pude amar en cada ser un árbol con su pequeño otoño a cuestas, tú entiendes algo Bernabé, no dijo Bernabé, sigue leyendo Ureñita, usted manda señor, y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego, sin pan, sin piedra, sin silencio, solo, rodé muriendo de mi propia muerte, síguele Ureñita, no desfallezcas, quiero que el chamaco entienda qué chingaos es eso de la cultura, piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo, aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?, tiempo en el tiempo, Ureña tosió, pidió mil perdones, fuiste también el pedacito roto de hombre inconcluso, párale Ureñita, ¿entendiste algo chavo? Bernabé negó con la cabeza. El Jefe le ordenó a Ureña que pusiera el libro en un cenicerote de vidrio soplado de Tlaquepaque similar a los anteojos del licenciado, allí mero, y le prendiera fuego con un cerillo pero ya, a paso redoblado Ureñita dijo con una risa seca y seria el licenciado Carreón y mientras las páginas ardían a mí no me hizo falta leer nada de eso para llegar a donde estoy, quién quita y me hubiera sobrado, Ureñita, ¿por qué le iba a hacer falta a este escuincle? Dijo que tuvo razón en morderlo y si usted me pregunta para qué tengo esta biblioteca aquí le diré que es para recordar a cada rato que quedan muchos libros por quemar todavía. Mira chamaco le dijo a Bernabé mirándolo con todo el fulgor de que era capaz detrás de sus ocho capas de vidrio congelado, cualquier pendejo puede atravesar la cabeza más inteligente del mundo con un balazo, no te olvides de eso. Le dijo que se le pegara, le gustaba, le recordaba cómo había sido, le renovaba los ánimos y cómo le hubiera gustado, le dijo cuando lo convidó a acompañarlo en un Galaxy negro como una carroza fúnebre con todos los vidrios oscurecidos para ver hacia fuera sin ser visto hacia adentro, tener hace cuarenta años a alguien que se ocupara de él, de gente como él, al general Almazán le birlaron la elección, el sinarquismo hubiera cuidado a la gente como ellos, como ellos lo estaban haciendo ahora, no te preocupes, si nos hubieras tenido a nosotros tu vida y la de tus padres habría sido distinta. Mejor. Pero ya nos tienes, chavo Bernabé. Le dijo al chofer que regresara como a las cinco y a Bernabé que lo acompañara a comer, entraron a uno de los restoranes de la Zona Rosa que Bernabé sólo vio por fuera un domingo con rabia, todos los mayordomos y meseros se les inclinaron como acólitos en la misa, señor licenciado, su privado está listo, por aquí, a sus órdenes señor, lo que usted mande, abusado Jesús Florencio te dejo al señor licenciado en tus manos. Bernabé se dio cuenta de que al Jefe le gustaba contar su vida, cómo salió de a tiro del culo de la ciudad y con tenacidad, sin libros, con una idea de la grandeza de la patria eso sí, llegó a donde estaba. Comieron mariscos gratinados y bebieron cervezas hasta que los interrumpió el Güero con un mensaje y el Jefe lo oyó y le dijo que trajera a ese hijo de puta y a Bernabé sigue comiendo tranquilo. El Jefe siguió contando muy tranquilo sus anécdotas y cuando el Güero regresó con un señor transparente y bien trajeado el Jefe no dijo nada más que buenas tardes señor ministro aquí el Güerito le va a decir lo que usted necesita saber. El Jefe le entró con parsimonia a su langosta thermidor y el Güero agarro del nudo de la corbata al ministro y le soltó un rosario de improperios, que aprendiera a tratar con el señor licenciado Carreón, que no se saltara trancas para llegar al señor presidente, esos asuntos pasaban primero por el mero señor licenciado Carreón porque a él le debía la chamba el señor ministro, ¿okey? Y el Jefe no miró ni al Güero ni al ministro, nomás a Bernabé y en la mirada de ese momento Bernabé leyó lo que tenía que leer, lo que el Jefe quiso que leyera, tú también puedes ser así, tú puedes tratar así a los meros meros, impunemente Bernabé. El Jefe pidió que le retiraran los restos de la langosta y Jesús Florencio el mesero se inclinó con celeridad cuando vio al señor ministro pero miró la cara del señor licenciado Carreón y prefirió ya no saludar al señor ministro sino atarearse en retirar los platillos sucios. Como no podía cruzar la mirada con nadie más, Bernabé y Jesús Florencio cruzaron las suyas. A Bernabé le cayó bien el mesero. Sintió que con él pudo hablar porque compartieron un secreto. Aunque tuvo que lambisconear igual que todos se ganó su vida y su vida era sólo para él. Supo esto porque dieron en verse, Jesús Florencio le agarró simpatía a Bernabé y le advirtió cuídate, cuando quieras venir a trabajar aquí de mesero yo te ayudo, la política da muchas vueltas y el ministro no te va a perdonar que lo hayas visto humillado por el licenciado pero el licenciado tampoco te va a perdonar que lo hayas visto humillar a alguien el día que lo humillen a él.
De todos modos, te felicito. Creo que ya agarraste boleto chavo:
¿Tú crees, mano?
No me desampares, sonrió Jesús Florencio.

El Pedregal

Lo que allí sintió Bernabé es que éste sí era un lugar con nombre. El Jefe lo llevó a su casa en el Pedregal y le dijo siéntete a gusto, haz de cuenta que te adopto, muévete por donde gustes y vuélvete cuate de los muchachos de la cocina y la intendencia. Entró y salió por la casa que empezaba a nivel de tierra por los servicios pero luego en vez de subir iba bajando por unas rampas de cemento color escarlata por uno como cráter hacia las recámaras y finalmente hasta las estancias abiertas alrededor de una piscina cavada en el centro subterráneo de la casa pero iluminada desde abajo por las luces subacuáticas y desde arriba por el techo de emplomados azul celeste que servía de sombrero a la mansión. La esposa del licenciado Carreón era una gordita con bucles muy negros y medallas religiosas debajo de la papada, sobre los pechos y las muñecas que cuando lo vio le dijo que qué era si terrorista o guarura, si venía a raptarlos o a protegerlos todos eran igualitos, los nacos. A la señora su chiste le dio mucha risa. Se la oía venir de lejos, como una fanfarria, como el Güero y su transistor, como el Burro y su rebuzno. Bernabé la escuchó mucho los dos o tres primeros días que anduvo como bobo recorriendo la casa, esperando que el Jefe lo llamara y le diera chamba, tocando los chismes de porcelana, las vitrinas y los jarrones y topándose a cada rato con la señora sonriente como dicen que lo fue su papá Andrés Aparicio. Una tarde oyó la música, los boleros sentimentales tocando a la hora de la siesta y se sintió lánguido y guapetón como frente a los espejos del hotel de Acapulco, atraído hacia la música suave y triste pero cuando llegó al segundo piso se perdió y entró por uno de los baños a un vestidor con docenas de kimonos y sandalias de playa con tacón de hulespuma y la puerta entreabierta.
La cama tan grande como la del hotel de Acapulco estaba cubierta de pieles de tigre y en la cabecera vio una repisa de veladoras y estampas y debajo un aparato de cintas como el que traía el Güero en su Thunderbird de segunda mano y sobre las pieles la señora Carreón encuerada salvo las medallas religiosas, sobre todo una en forma de concha de mar con la imagen en oro de la Virgen de Guadalupe sobrepuesta que la señora se puso sobre el sexo mientras el Jefe Mariano se acercó a levantársela con la lengua y la señora rió con una voz coqueta y tipluda de quinceañera y dijo no amito mío no mi rey respeta a tu virgencita y él en cuatro patas encuerado con las pelotas moradas de frío a saber queriendo acercarse a la medalla en forma de concha ay mi gorda cachonda ay mi putita santa mi huilita perfumada mi diosa bucles de nácar deja a tu papacito bendecirte a tu virgencita mi amor y el bolero en la grabadora todo el tiempo yo sé que nunca besaré tu boca, tu boca de púrpura encendida, yo sé que nunca llegaré a la loca y apasionada fuente de tu vida. Los muchachos de la intendencia y la cocina le dijeron luego se ve que el Jefe te agarró buena voluntad chavo, no pierdas eso porque él te protege contra todo. Salte si puedes de la brigada, ese es trabajo peligroso, ya verás. En cambio aquí en la cocina y la intendencia vieras que a todo dar la pasamos. El Güero andaba por la intendencia contestando teléfonos y convidó a Bernabé a dar una vuelta en el jaguar de la señorita hija de los señores Carreón, ella estaba en una escuela para refinar modales con las monjas de Canadá y el coche tenía que correr de vez en cuando para no amolarse. Dijo que los muchachos de la intendencia tenían razón algo te vio el Jefe que te trae adoptado. Aprovéchate Bernabé. Tú le entras a la guaruriza y te armaste de por vida, dijo el Güero corriendo el Jaguar de la niña como quien ejercita un caballo para una carrera, palabra que te armaste. El punto es que te enteras de todos los chismes y luego ni modo que te jodan, los traes medio vampirizados y ni modo que te jodan, a menos que te asilencien para siempre. Pero si sabes jugar bien tus cartas, mira nomás, tienes todo, la lana, las viejas, los coches y hasta comes lo mismo que ellos. Pero el Jefe Mariano tuvo que estudiar, contestó Bernabé, primero se hizo licenciado y luego se armó. El Güero rió mucho de esto y dijo que el Jefe no había estudiado más que la primaria, lo de licenciado se lo pegaron porque así le dicen en México a toda la gente importante, aunque no haya visto un libro de leyes ni por las tapas, no sea güey Bernabé. Lo que debes saber es que todos los días nace un millonario que va a querer que un día tú le protejas la vida, los escuincles, la laniza, las piedras. ¿Y sabes por qué Bernabé? Porque cada día también nacen mil cabrones como tú dispuestos a darle en la madre al rico que nació el mismo día que tú. Uno contra mil, Bernabé. No me digas que no es fácil escoger. Si nos quedamos donde nacimos, nos va a llevar la chingada. Más vale pasarnos con los que nos van a chingar, como que dos y dos son Dios, ¿no? El Jefe lo llamó al bar junto a la piscina y le dijo a Bernabé que lo acompañara y mirara el retrato de su hija Mirabella en la foto a colores de la pared, ¿no era bonita?, seguro que sí y era porque fue hecha con amor, con sentimiento y con pasión porque sin eso nomás no hay vida, ¿verdad Bernabé? Le dijo que se miraba en él, sin nada, sin techo siquiera pero con todo por delante para conquistar. Le envidió eso, dijo con los anteojos ciegos de vapor, porque luego lo tienes todo y nomás te agarras odio a ti mismo, odio porque no aguantas el aburrimiento y el enervamiento de haber llegado hasta arriba, ¿ves?, por una parte sientes terror de volver a caer allá abajo de donde saliste pero por otra parte te hace falta la lucha para llegar a la cumbre. Le preguntó si no le gustaría un día casarse con una muchacha como Mirabella, ¿él no tenía novia? y Bernabé comparó a la muchacha de la foto retocada, rodeada de nubes color de rosa, con la Martincita tan deatiro dada a la desgracia pero no supo qué decirle al señor licenciado Mariano porque decirle que sí o decirle que no era ofenderlo igual y además el Jefe no lo oyó a Bernabé, se oyó a sí mismo creyendo oír a Bernabé.
El dolor que uno sufre, uno tiene derecho a hacérselo sufrir a los demás, chavo. Esa es la santa verdad, por esta te lo juro.

La brigada

Van a juntarse en el Puente de Alvarado para tratar de bajar por Rosales hacia el Caballito. Nosotros vamos a estar en los camiones grises en Héroes y Mina al norte, y en Ponciano Arriaga y Basilio Badillo al sur, de modo que por cualquier lado los copamos. Todos usen el brazal blanco y el nudo de algodón blanco sobre el pecho y tengan listos los pañuelos con vinagre para protegerse de los gases cuando venga la policía. Cuando la manifestación esté a cuadra y media del Caballito ustedes que van a estar en Héroes bajan por Rosales y la atacan por detrás. Griten Viva el Ché Guevara, muchas veces, griten fuerte que no quepa duda qué cosa defienden. Traten de fachistas a los de la manifestación. Repito: fa-chis-tas. Entiéndanlo bien, creen una confusión absoluta, lo que se llama el rosario de Amozoc y luego peguen duro, no se guarden nada, con las cachiporras y las manoplas y ya digan lo que quieran, suéltense muchachos, dénse gusto, los que vienen del sur van a gritar Viva Mao pero ustedes mándenlos a volar, ya ni hagan caso, tómenlo como una fiesta, dénle vuelo a la hilacha, ustedes son la mera brigada de los gavilanes y ahora van a probarse en el terreno, chavos, en la calle, en el asfalto, contra los postes y las cortinas de fierro, apedreen cuanto comercio puedan, eso crea mucha tirria contra los estudiantes, pero lo importante es que cuando se los encuentren se suelten el alma, chinguen sin piedad, pateen, descontón y a los güevos, tú y tú nomás ustedes dos con picahielos por lo que pase y si le sacan un ojo a un cabrón rojete de esos no le hace, va por el escarmiento y aquí los protegemos, eso lo saben llévenlo muy metido en la azotea cabrones aquí los protegemos de modo que a hacer lo que Dios manda y bien hecho, la calle es de ustedes, ¿tú dónde naciste? ¿y tú dónde? ¿Azcapotzalco, Balbuena, Xochimilco, Canal del Norte, Atlampa, la Colonia Tránsito, Mártires de Tacubaya, Panteones? Pues hoy se vengan mis gavilancitos, nomás piensen eso, hoy la calle donde tanto los jodieron es de ustedes para joder a quien sea, no va a haber castigo, es como la conquista de México, el que ganó ganó y ya estuvo, hoy se me salen a la calle gavilancitos y se me vengan de cuanto jijo de su pelona los haya hecho sentirse gacho, de cuanto desprecio hayan sentido en sus pinches vidas, de cuanto insulto no pudieron contestar, de las cenas que no cenaron y de las viejas que no se cogieron, salen y se me desquitan del casero que les subió la renta y del buscapleitos que los desalojó de la vecindad y del matasanos que no quiso operar a su mamacita sin los cinco mil bolillos por delante, van a zurrarle a los hijos de sus explotadores, ¿ven?, los estudiantes son niños popis que también van a ser caseros, cagatintas y mediquillos como sus papis y ustedes nomás van a desquitarse, a pagar dolor con dolor, mi brigada de gavilanes, ya saben, silencios en los camiones grises, luego agazapados como fieras, luego a la fiesta, a pegar recio, a venirse de gusto pegando recio, pensando en la hermanita violada, en la mamacita fregada de rodillas trapeando y lavando, en el papacito jodido con las manos chuecas de tanto escarbar mierda seca, hoy les toca desquitarse gavilancitos, hoy y nunca más, no vayan a fallarle, no se preocupen, la policía los va a reconocer por los moños y los brazales, va a hacer como que les pega, síganles la comedia, va a hacer como que los mete a la julia a uno que otro, es de a mentiras, para apantallar a la prensa pero lo importante es que mañana la prensa diga refriega entre estudiantes de izquierda, mitotes subversivos en el centro de la capital, la conspiración comunista levanta cabeza, ¡a cortársela pronto!, a salvar a la república de la anarquía y ustedes mis gavilanes nomás piensen que mientras otros sean reprimidos ustedes no lo serán qué va se los prometo yo, ahora duro oigan la carrera sobre el asfalto, la calle es suya, conquisten la calle, pasen fuerte, entren al humo, no le tengan miedo al humo, la ciudad está perdida en el humo. No tiene remedio.

Desconocimientos

Su mamá doña Amparo no quiso ir por la vergüenza, le dijeron los tíos Rosendo y Romano, no quiso reconocer que un hijo suyo fue entambado; Richi logró instalarse para siempre, dependiendo, con la sonora acapulqueña y mandaba cien pesos de vez en cuando para la jefecita de Bernabé: ella se moría de vergüenza y desconocimiento y Romano le dijo que después de todo su marido Andrés Aparicio había matado a un hombre a patadas. Sí contestó ella pero nunca fue a dar a la peni, esa es la diferencia, Bernabé es el primer entambado de la familia. Que tú sepas, vieja. Pero los tíos miraron a Bernabé de manera diferente, desconociéndolo también; ya no fue el chamaquito zoquete sentado sobre las tejas mientras ellos mataron liebres y sapos en el llano cenizo. Bernabé mató a un muchacho, se le fue encima con un picahielo en el mitote del Puente de Alvarado, se lo clavó hondo en el pecho y sintió cómo eran más fuertes las entrañas del muchacho herido que el fierro frío del arma de Bernabé pero a pesar de todo el picahielo le ganó a las vísceras, las vísceras nomás chuparon para adentro al picahielo como un amante se chupa al otro. El muchacho dejó de reír y rebuznar al mismo tiempo y se quedó mirando a los arcos de luz neón con las pestañas duras. El Güero vino a avisarle que no se preocupara, tenía que hacer un poco de show, él lo entendía, en unos días lo soltaban, mientras se resolvían las cosas y se demostraba que había justicia. Pero tampoco el Güero le reconoció y por primera vez tartamudeó y hasta se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué tuviste que escabecharte a uno, Bernabé y más a uno de los nuestros? Te hubieras fijado más. Además tú conocías al Burro, pobre Burro, era bien pendejo pero buena gente en el fondo. ¿Por qué Bernabé? En cambio Jesús Florencio el mesero ese sí vino nomás como cuate y le dijo que al salir debía irse a trabajar con ellos al restorán, él lo podía arreglar con el dueño y le iba a decir por qué. El licenciado Mariano Carreón se emborrachó en el restorán el día de la refriega en el centro, estaba muy excitado y se soltó contándoles a sus amigos que había un chavo que le recordaba muchas cosas, primero cómo fue el propio don Mariano de chamaco y luego un hombre que conoció veinte años atrás, en una cooperativa del estado de Guerrero, un ingenierito que no se dobló, que trajo dizque la justicia al estado y se lo llevó sin dizque alguno la chingada. El licenciado Mariano contó cómo organizó él la resistencia contra el ingeniero Aparicio jugando a la unión de todas las familias del pueblo, pobres y ricas, contra el fuereño entrometido. Es tan fácil explotar los localismos provincianos. Lo importante dijo Mariano Carreón es que se fortalezcan los cacicazgos porque donde no hay ley el cacique impone el orden y sin orden no hay propiedad ni riqueza para acabar pronto señores les dijo a sus amigos. Ese ingenierito tenía una como santa cólera, una convicción de cruzado que picó al señor licenciado Carreón. Durante los próximos diez años trató de corromperlo, ofrecerle esto y aquello, ascensos, casas, dinero, viajes y viejas, impunidad pues. Nada. El ingenierito Aparicio se le volvió una obsesión y como no pudo comprarlo trató de arruinarlo, crearle problemas, aplazarle ascensos, hasta sacarlo de una vecindad donde vivía por las calles de Guatemala y lanzarlo a las ciudades perdidas del cinturón de la miseria. Pero la obsesión del licenciado Mariano fue tal que compró todos los terrenos del rumbo donde se fueron a vivir Andrés Aparicio y los suyos y las demás familias de paracaidistas para que no los fuera a desalojar nadie y dijo no, que se queden allí, los viejos se van a morir, de honor nadie vive y la dignidad no se sirve con caldo de médula, está bueno tener un vivero de chamaquillos enojados para cuando crezcan yo los encarrile, mi nido de gavilanes. Contó que todos los días saboreó el hecho de que el ingenierito que no se dejó corromper viviera con su mujer y su hijo y sus cuñados los muy güevones en un terreno propiedad del licenciado Mariano y sólo por su venia. Pero la broma para saborearse de veras tuvo que ser conocida por el ingenierito. De manera que el licenciado mandó a uno de sus roperos armados a decírselo todo a tu padre Bernabé, has estado viviendo de la limosna de mi jefe, chamagoso méndigo, diez años de limosnero tú tan puro y mi padre que nunca dejó de sonreír para no verse viejo más que una vez esa vez agarró a patadas al guarura del licenciado Carreón y lo mató a patadas y luego desapareció para siempre porque sólo le quedaba la dignidad de pasar por muerto y no enterrado en el tambo como tú por unos días nomás Bernabé. Más vale que lo sepas dijo Jesús Florencio, ya ves que lo que te ofrecen no es tan seguro como dicen. Un día te encuentras un hombre de a de veras y te vale pura sombrilla la impunidad. Ha de ser bien gacho pasársela protegido todo el tiempo, con miedo, diciéndote si no me protege el Jefe valgo un puro carajo. Bernabé se quedó dormido en su catre, protegido hasta la coronilla por la cobijita de lana delgada, hablándole en sueños al Jefe coyón, no te atreviste a mirar a mi papá a la cara, tuviste que mandarle un matón y te mataron al matón, culero. Pero luego tuvo un sueño en el que él se iba rodando en silencio, muriéndose, rodando como un pedacito roto de hombre ¿qué? ¿de hombre qué? Soñó sin poder separar su sueño de un deseo vago pero impetuoso de que cuanto existió fue para la tierra, para todos unidos, el agua, el aire, los jardines, la piedra, el tiempo.
El hombre, ¿dónde estuvo?

El Jefe

Salió de la peni odiándolo por todo lo que le hizo a su padre, lo que le hizo a él. El Güero lo recogió a la salida del Palacio Negro y lo subió al Thunderbird rojo una vez nada más se entrega el alma con la dulce y total renunciación hey familias donde está su Güerito están la música y el sabor. Le dijo a Bernabé que el Jefe estaba esperándolo en el Pedregal en cuanto el chavo quisiera pasar a verlo. Estaba muy apenado de que Bernabé hubiera pasado diez días entambado en Lecumberri. Pero peor le había ido al Jefe. Bernabé no lo sabía, no leía periódicos ni nada. Pues había una tormenta en contra del Jefe dizque por andar de provocador y lo andan amenazando con mandarlo de gobernador a Yucatán que es como irse de bracero a la luna, pero él dice que se va a vengar de sus enemigos políticos y que le haces falta. Tú fuiste el más hombre de la brigada, dijo. Aunque te hayas llevado de corbata al pobre Burro, pero el Jefe dice que entiende tu pasión él es igual. Bernabé se soltó chillando como un niño, todo le pareció tan pinche y el Güero no supo qué hacer más que detener la música de la casette como por respeto y Bernabé le pidió que lo dejara en la Calzada de Azcapotzalco, por el rumbo del panteón español pero el Güero se preocupó y lo siguió a vuelta de rueda mientras Bernabé caminaba por las banquetas de polvo junto a los floristas que arreglaron las grandes coronas de gardenias y junto a los marmoleros que cincelaron las losas, los nombres, las fechas, el principio y el fin de cada hombre y mujer, ¿dónde estuvieron?, se fue repitiendo Bernabé, recordando el libro quemado por órdenes del licenciado Carreón. El Güero decidió tener paciencia y lo esperó cuando salió por la reja del cementerio una hora después, chanceó, ya van dos veces que sales hoy de tras la reja, chavo, cuidadito, Bernabé entró odiando todavía al Jefe a la casa del Pedregal pero sintió lástima apenas lo vio, con su cara de barrendero miope, agarrado a un vasote de whisky como a un salvavidas. Le dio pena recordarlo encuerado en cuatro patas y con los güevos helados tratando de vencer la coquetería cruel de su esposa. ¿No tenía derecho la Mirabella, después de todo, caray, a ir a una escuela de refinamientos en vez de vivir en un tendajón de lámina y cartón en la ciudad perdida? Entró a la casa del Pedregal, vio al Jefe amolado y sintió pena pero también seguridad, aquí no le iba a pasar nada malo, aquí nadie lo iba a abandonar, aquí el Jefe no lo iba a condenar a joderse fregando parabrisas porque el Jefe no iba a llevar justicia al estado de Guerrero no iba a morirse de hambre con tal de sentirse puro como una hostia, el Jefe no era un pendejo como su Jefe, su Jefe Mariano Carreón su Jefe Andrés Aparicio ay jefecito no me abandones. El licenciado le dijo al Güero que le sirviera su whiskicito al chavo que tan valiente había estado y que no se preocupara, la política no es más que una larga paciencia, en eso se parece a la religión y ya vendría la hora del desquite contra los que le andaban intrigando y tratando de mandarlo de exiliado a la península. Quiso que Bernabé, que estuvo con él a la hora de los cocolazos, también estuviera con él a la hora del desquite. La brigada iba a cambiar de nombre, se volvió demasiado notoria, un día iba a reaparecer blanquita, blanqueada por el sol de la venganza contra los criptocomunistas colados en el gobierno, pero nomás por seis años, bendito principio de la no-reelección, luego a la calle rojillos y como en un péndulo, ya lo verían, ellos regresarían porque ellos sabían esperar largo largo largo como los ídolos de piedra en el museo, ¿eh?, ya ni quien nos pare. Le dijo a Bernabé abrazándolo del cuello que no había destino ninguno que no pudiera ser superado por el desprecio y al Güero que no quería verlos ni a él ni al chavo Bernabé ni a ningún guarura jovenazo por la casa mientras estuviera allí la niña Mirabella que regresaba mañana del Canadá. Se fueron al campamento y el Güero le dio una pistola a Bernabé para que se defendiera y le dijo que no se preocupara, el Jefe tenía razón, no había manera de controlarlos una vez que empezaban a rodar, mira esa piedra como ya no se para, carajo dijo el Güero con una miradita muy lista y maliciosa que Bernabé no le vio antes, incluso de las manos del mero Jefe se podían escurrir si querían, ¿él no sabía ya todo lo que había que saber, cómo organizar las cosas, acercarse a una barriada, juntar a los chavos, empezar con resorteras si hacía falta, luego cadenas, luego picahielos como el que usaste para matar al Burro, Bernabé? Si era rete simple, se trataba de crear uno como terror invisible pero compartido, nosotros tenemos terror de vivir siempre protegidos, ellos tienen siempre terror de vivir sin protección. Escoge chavo. Pero Bernabé ya no lo escuchó ni le contestó. Estaba recordando su visita al cementerio esa mañana, los domingos con la Martincita cogiendo en la cripta de una familia decente, un viejo distraído orinando detrás de un ciprés, calvo, sonriente, como un bobo, sonriendo sin parar que luego se fue caminando con la bragueta abierta bajo ese sol picante como un gran chile amarillo del mediodía en Azcapotzalco. Bernabé sintió vergüenza. Que no regrese. Basta una memoria vaga un desconocimiento. Fue a ver a su mamá cuando tuvo un traje nuevo y un Mustang de segunda mano aunque para él solito y le dijo que el año entrante le tendría una casita asoleada y limpia en una colonia decente. Ella trató de decirle lo mismo que de niño, santito, tú eres decente, monigotito, no eres un pelado como los demás, trato de decirle lo mismo que antes dijo del padre, Nunca he soñado que estés muerto, pero para Bernabé la voz de su madre ya no era ni tierna ni exigente, nomás significaba lo contrario de lo que decía. En cambio le agradeció que le regalara los tirantes más bonitos de su papá, unos con listas rojas y hebillas doradas que fueron el orgullo de Andrés Aparicio.
 
«Creen que no tenemos historia ni ideas porque ven a burros como tú y se ríen de nosotros. Mejor así. Que lo crean. Así ocupamos toda la historia que ellos dejen vacía.»
Carlos Fuentes

Esta historia está hecha de cuatro relatos donde se narran momentos decisivos para los protagonistas, quienes descubren que la vida no es aquello que imaginaron o a lo que se resignaron, que puede cambiar de pronto, para bien o para mal, y que obedece a una sola regla y a un solo circuito: todos los días nace un millonario que va a querer que un día lo protejas contra alguien como tú, que todos los días te muerdes a ti mismo por la rabia de no haber sido millonario y quizás estés dispuesto a darle en la madre al rico que nació el mismo día que tú.

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