viernes, 20 de febrero de 2015

Los manifiestos de Vicente Huidobro: poesía y reflexión, un acercamiento. por Ismael Gavilán.


Los manifiestos de Vicente Huidobro: poesía y reflexión, un acercamiento.

por Ismael Gavilán


El cambio de siglo del XIX al XX no fue un calmado oasis en el mundo del arte y la sensibilidad. Fue un momento de rechazo y experimentación que remeció las relaciones que manteníamos con el lenguaje y la idea de representación para establecer lazos con la realidad.

En un esfuerzo de síntesis mayor, acontecimientos tan disímiles como la pintura cubista, la poesía de autores tan diversos como Huidobro, Apollinaire y el joven Pound, como también el fascinante universo sonoro que empezaba a abrir nuestra percepción en las audaces y sugestivas armonías de Schönberg y Debussy, serían variantes de un mismo impulso exploratorio y de búsqueda fundamental (1).

Por ello, si no estuviera limitado al ámbito del lenguaje y la poesía, lo que Octavio Paz postula en Los hijos del limo acerca de una tradición de rupturas en el seno de la Modernidad, sería con creces una metáfora feliz de aquel desenvolvimiento. En ese libro, el autor mexicano, con una intuición rigurosa, establece como ejes de ese periodo histórico, los conceptos de ironía y analogía que podrían caracterizar el empeño dialogante y conflictivo de todo el arte moderno. Pero sin lugar a dudas que cualquier manifestación artística se enraíza en la historia: ése es su destino y su pesar, lucha heroica por atravesar el conjuro del tiempo y trascender en una inmanencia que se sepa consciente de su propia materialidad (2).

Así, el gran referente de esa transformación experimental fue la Primera Guerra Mundial. Hoy, a casi cien años de su estallido, cuesta imaginarnos el trastorno profundo y radical que un hecho como ese provocó. No solamente como culminación de un largo periodo de paz relativa en que se forjó la imagen humana y liberal de nuestra cultura, periodo que hoy observamos con curiosidad y nostalgia, sino también el producto necesario de la degradación paulatina de los valores que habían construido a esa misma cultura y cuyas consecuencias perduran hasta el presente. Pero una sociedad, sus usos y modos de ver las cosas, su atmósfera moral y su sensibilidad imaginativa y estética, no se destruye de un momento a otro. La Primera Guerra Mundial tan sólo aceleró procesos que tarde o temprano acaecerían por sí mismos y es palpable que las transformaciones políticas fueron un maquillaje tras el que se podría haber adivinado el rostro de una nueva humanidad. Una humanidad más sufriente, pero también más escéptica, una humanidad olvidadiza de tradiciones, pero también en una búsqueda desenfrenada de horizontes. En definitiva, una humanidad más distante y crítica con su propio lenguaje.

En ese sentido, 1916 podría ser un año símbolo: es el año donde queda claro que la guerra no es un juego romántico y las trincheras se convierten en una industria especializada para matar hombres sin distinción de credos, ni dando importancia al eventual heroísmo desplegado en el campo de batalla. Es el año en que el ser humano se percata que la guerra es un proceso técnico donde se industrializa la muerte.

Y es también el año en que la conciencia del lenguaje toca límites inusitados para poder alejarse de la barbarie. Es el año en que Hugo Ball y Tristan Tzara inventan en Zurich el movimiento Dadá y el año en que Walter Benjamin escribe ese lúcido y deslumbrante ensayo titulado Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos (3).

¿Qué de común poseen? Pues el ansia de buscar ya en la Poesía, ya en la Reflexión un lenguaje primordial que sea capaz de sacudirse de encima las esquirlas de la historia y que muestre su vocación de origen: el momento prerracional de los poemas fonéticos de los dadaístas; la búsqueda de esa palabra adánica y creadora en Benjamin.

Y justamente en aquel escenario es donde a nuestro parecer la figura de Vicente Huidobro adquiere un realce adecuado, ya que sus obsesiones, anhelos y logros (como también sus fracasos) van de la mano de una autoconciencia crítica en torno al lenguaje que en Hispanoamérica no es muy común hallar. Por ello 1916 es un año símbolo de Huidobro: sale de Chile y llega a Francia, escribe y publica El espejo de agua y se inmiscuye en la primera línea de batalla de la época: la vanguardia artística del París de Picasso, Reverdy, Cendrars y Apollinaire. Ya la crítica con una pericia mayor a la nuestra ha sancionado la trayectoria vital y poética del creador de Ecuatorial. Y su acción como agente de enlace entre la quintaesencia del vanguardismo europeo y el mundo hispánico y latinoamericano está más que demostrada.

¿Pero qué hace entonces que nos volquemos a Huidobro nuevamente? Acaso buscamos en él no un dato histórico que nos sitúe con una conciencia de relativa limpieza en el discurso de la Modernidad, sino tal vez la imagen de relevante lucidez poética y lingüística que proyecta más allá de su apasionada biografía o de sus logros estilísticos de estímulo indudable y siempre fecundo.

Un poeta no es moderno porque hable, parafrasee o ponga en el tapete lo nuevo (sea lo que sea esta palabra hoy por hoy). Y para cualquier recalcitrante de originalismos, basta pensar en Vallejo y en su feroz crítica a la diletante superficialidad de tantos poetas de ayer y hoy (4).

Ciertamente una de las cosas que nos atraen de Huidobro es esa magnífica soltura para apreciar que poesía y pensamiento se corresponden y que no es preciso que se enloden en un diálogo que tenga como base el universo conceptual depurado por la filosofía. Si quisiéramos leer a Huidobro como una especie híbrida de poeta-filósofo, erraríamos con seguridad: su humor es demasiado generoso para enclaustrarnos en las paredes de cualquier abstracción. Por otro lado, ver la vinculación de poesía y pensamiento, significa tal vez, matizar el encuentro de luz y opacidad que ambos poseen en ese país que llamamos lenguaje y que con toda seguridad en el poeta de Altazor se brinda con una perspicacia que no es abundante en nuestra poesía.

Ahora bien, aquí se pretende algo modesto: cómo fijar ese diálogo entre poesía y pensamiento desde la lectura de algunos “manifiestos” de Huidobro y, a partir de ahí, percatarnos de algo que cae por su propio peso: que lo nuevo en este poeta no es sólo, ni exclusivamente el afán formal de revolucionar los modos aprehendidos de una tradición de ruptura, ni tampoco es la investigación privativa de los límites de la palabra poética en el poema. Eso lo podemos apreciar a las mil maravillas como algo verdadero y a toda luz fehaciente. Lo que quizás debamos observar con más detenimiento, como lectores de mínima lucidez, es que esos logros se entrelazan, se adhieren, se aniquilan, expanden y restringen desde su prosa teórica, es decir, desde los primeros textos de 1914 como Non Serviam, hasta los tardíos Manifestes de 1925 o los textos de la década del 30. Así, el desarrollo del pensamiento poético de Huidobro no es unívoco: se despliega y repliega tentativamente en sus poemas y en su prosa programática.

En la tradición de la poesía moderna, no es difícil encontrar un asidero que resuma los propósitos a seguir, ya de una individualidad, ya de un movimiento o grupo. Sólo por nombrar ejemplos conocidos, podríamos enumerar entre otros, varios textos que desde la más diversa perspectiva proponen un proyecto a desplegar: el Fragmento 116 del Ateneum en que los románticos alemanes de Jena (Novalis, Schlegel y otros) toman posición frente al clasicismo de Weimar y se articulan como grupo; la famosa Carta del Vidente de J. A. Rimbaud que deja una estela significativa acerca de lo que debe ser el poeta y la poesía; entre sus muchos ensayos y prosas, el magnífico texto El pintor de la vida moderna de Charles Baudelaire que explora como ninguno el enrarecido ambiente de toda una época y que se plasma en una palabra de resonancia universal y cuyo efecto llega hasta hoy: Modernidad.

Entrado el siglo XX, la vanguardia artística hace del manifiesto un verdadero género: el manifiesto futurista de 1909, el manifiesto Dadá de 1916, el primer manifiesto surrealista de 1924. Ellos son con seguridad los textos más famosos y representativos de una época, evidenciando una sensibilidad a todas luces combativa y que se encarna con un afán innovador. El “manifiesto” es, esencialmente, un documento que declara principios para un nuevo arte. De ahí su lenguaje fundacional y agresivo, sin concesiones para los gustos aclimatados del presente. Por otro lado, es un tipo de texto que desea por lo general abjurar del pasado y anhela siempre la promesa de la transformación ya de la individualidad, ya de la sociedad como conjunto. El “manifiesto” se caracteriza también no sólo por su afán polémico y de contraste, sino por el gesto dilucidatorio acerca de cómo debe ser el arte y/o la poesía y el camino para llegar a sus fronteras (5).

Pues bien, ya desde 1912, año en que un joven Huidobro dirigía la revista Musa Joven, se advierte en él una preocupación reflexiva en torno a los poetas contemporáneos que mostraría entre líneas un incipiente pensamiento, por ejemplo, el ensayo titulado “Rubén Darío”. Luego, en 1914, al interior del libro Pasando y pasando, Huidobro reúne una serie de textos que hay que tomar en cuenta para su incesante evolución: “El arte del sugerimiento” que muestra una temprana y aguda lectura de los poetas simbolistas franceses; “Yo”, esbozo biográfico que delata sus simpatías y recelos frente a la sociedad de la época, pero que también sirve de tribunal para dar cuenta de su gusto estético. Otro texto bastante interesante es el titulado “El Futurismo” en donde el joven Huidobro aparece como un conocedor al día de las corrientes artísticas de la primera vanguardia. Sin embargo, este último escrito no es una mera recapitulación de los contenidos del movimiento fundado por Marinetti en Italia en 1909. No, es un texto agresivo y por momentos hasta sarcástico donde es posible ver a Huidobro, polemizando y criticando lo que según él eran meras veleidades de un grupo que no conoce a fondo el instante poético contemporáneo.

Evidentemente, todos estos textos no son “manifiestos” en el sentido estricto del término, pero los mencionamos para que podamos apreciar la versatilidad de juicios y opiniones que poseía un poeta entre los diecinueve y veintiún años.

A nuestro parecer, el primer texto que podríamos calificar de “manifiesto”, es la famosa conferencia de 1914, titulada Non Serviam. De ahí en adelante, si escrutamos en la bibliografía huidobriana, hallaremos textos de primer orden que bordean fronterizos el ensayo y el “manifiesto”. Amén de ellos no es posible dejar fuera el poema “Arte Poética”, datado por lo general en 1916 como parte de la primera edición de El espejo de agua. De aquel modo, la lista se engrosaría con los siguientes títulos: “La Poesía” y “La Creación Pura”, ambos de 1921, estando ya Huidobro en París. Posteriormente en 1925 el poeta publica Manifestes que contiene entre otros: “Manifiesto de manifiestos”, “El Creacionismo” y “Manifiesto tal vez”. Más tardío, de 1932, es el texto “Total”.

Todos ellos, salvo otros textos relativamente secundarios, pueden ser considerados el corpus principal de la reflexión teórico-programática de Huidobro.

Tal vez existen dos maneras de aproximarse a ellos. Una sería el verlos como documentos históricos que entran en un diálogo problemático y productivo con otros textos análogos ya europeos, ya hispanoamericanos. Dentro de esta perspectiva podrían ser apreciados como una toma de posición y de aclaración del poeta frente a sus contemporáneos (p.ej Pierre Reverdy o la polémica con el surrealismo) y frente a sí mismo, pues sabemos que el primer cuarto del siglo XX exigía nervios templados en la guerrilla artístico/literaria ante la que no cualquiera sobreviviría. Esta manera de acercarse a los “manifiestos” de Huidobro rinde tributo a una lectura situada y de la que hoy podemos sacar conclusiones de gran provecho para una eventual historia de la cultura estética o de la sensibilidad hispanoamericana en ese puntual instante histórico.

Quizás el otro modo de aproximarse a estos textos sea paradójica, pero no menos productiva que la anterior y que, a nuestro juicio, resulta más atrayente: el evitar leerlos como “manifiestos”, es decir, de una manera que los vea no sólo o exclusivamente como documentos, sino más bien como una reflexión en torno a una obra y por ende acerca de la poesía como fenómeno singular.

De aquel modo, leer los “manifiestos” de Huidobro como iluminaciones en prosa acerca de su ejercicio poético y del ejercicio poético en general, permite a nuestro parecer, ubicar al poeta en la estela que va desde Edgar Allan Poe, pasando por Baudelaire, hasta T.S. Eliot y Paul Valéry; es decir en la estela de los poetas críticos, en otras palabras, los que hacen de la reflexión y la producción poética una sola cosa, pues han llevado a un grado de lucidez la autoconciencia que, como poetas, tienen del lenguaje y de su implicancia feliz o problemática con el mundo (6).

Por tanto, interesan en estos textos, aquellos instantes donde aparecen maravillosamente esas singulares y profundas ingerencias acerca del lenguaje y la poesía, aquellos instantes donde es posible ver cómo el pensamiento se vislumbra como fecundo correlato del accionar poético. Este es el motivo por el que no deseamos indagar sobre los eventuales logros o fracasos del Creacionismo como movimiento vanguardista propuesto por el poeta de Altazor. Sin desear siquiera una aproximación detallada a los textos que nos atraen, aparecen una serie de sugerentes problemas: el de la poesía como expresión y exploración, el de la autonomía artística y por ende el de la autonomía del poema que lleva a una profunda consecuencia: la búsqueda o creación de un mundo por deficiencia de éste y la carga utópica que ello significa; el conflicto de la producción artística como analogía técnica de la producción de la Naturaleza y por tanto, el problema de la representación y de la mímesis. Esta lista un poco apresurada de indagaciones que habitan la reflexión huidobriana no constituye necesariamente un sistema de pensamiento poético. Creemos que en Huidobro existe una voluntad antisistémica propia de toda vanguardia, pero que en él adquiere un matiz diferenciador por cuanto es una voluntad que desea situarse en el “principio” de los “principios”: una voluntad adánica de primer orden. No es posible a pesar de esto, encontrar una clave interpretativa general que sirva de hilo conductor a la variedad de este pensamiento. Nos limitamos a mostrarlo y así, con algo de fortuna, articularlo.

Non serviam es, como dijimos, un pequeño texto que el joven Huidobro lee en el Ateneo de Santiago en 1914. Ahí manifestaba lo siguiente:

(…) Hasta ahora no hemos hecho otra cosa que imitar al mundo en sus aspectos, no hemos creado nada. ¿Qué ha salido de nosotros que no estuviera antes parado ante nosotros, rodeando nuestros ojos, desafiando nuestros pies o nuestras manos? (…) Hemos cantado a la Naturaleza (cosa que a ella bien poco le importa). Nunca hemos creado realidades propias, como ella lo hace o lo hizo en tiempos pasados, cuando era joven y llena de impulsos creadores (…) Non serviam. No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo (…) (7)

Se muestra en este texto una violenta ruptura con la naturaleza que, retrospectivamente, puede apreciarse como el primer intento serio del joven poeta por desmarcarse de una estética imitativa, planteando un conflicto entre la Poesía y la Naturaleza, desmarcamiento que no se condice con la poesía escrita por el autor en el mismo período. Sin embargo, es a partir del Prefacio al poema Adán en que van quedando clarificados con mayor precisión sus afanes, esto por dos motivos primordiales en su desenvolvimiento teórico: las pretensiones de fundar una poética arraigada en vagos principios cientificistas y en la admiración de Huidobro por las propuestas del pensador norteamericano Ralph Waldo Emerson:

(…) En este poema he tratado de verter todo el panteísmo de mi alma, ciñéndome a las verdades científicas, sin por esto hacer claudicar jamás los derechos de la Poesía. Muchas veces he pensado escribir una Estética del Futuro, del tiempo no muy lejano en que el Arte esté hermanado, unificado con la Ciencia. (8)

(…) En tiempos de una gran confusión espiritual, cuando sentía arder mi cerebro haciendo la transmutación de todos sus valores; en medio de una enorme angustia filosófica, de un gran dolor metafísico, Emerson, me dio horas inolvidables de reposo y serenidad. (…) ¡Ah! Si ese hombre admirable hubiera sido más científico (…) (9)

Es posible apreciar en las citas de este Prefacio, una densa malla de confluencias y consecuencias para el posterior desenvolvimiento de este pensamiento poético. En primer término pareciera ser que Huidobro ha claudicado ante la atractiva seducción del cientificismo ya que no es posible concebir el proceso poético sino en concordancia con el desarrollo de la ciencia, tal como Adán intenta demostrar. De ahí mismo surge otra idea: el desplazamiento de un eventual Dios creador, por la figura de un poeta poseedor de una omnisciente capacidad de crear algo nuevo y que adquiere, todavía, una simbología teológica. Por otro lado, la apelación a Emerson pone en escena un anhelo de justificación de las nuevas directrices que Huidobro está llevando a cabo, no sólo por la importancia otorgada a la imagen del poeta como todopoderoso en su autonomía creadora, sino también como adecuada justificación antimetafísica del concepto de creación. La poesía, será entonces un discurso que deberá entrar en contacto con la ciencia para, de esa simbiosis, dar cuenta de su propio valor como instancia creadora. Ahora bien, los logros de la escritura poética huidobriana en Adán, no pasan de ser bastante convencionales y aunque en el Prefacio propugne el verso libre, este poema no logra una densidad expresiva que se condiga con la proposición teórica que desea ser su soporte (10). Pareciera ser que el ambiente poético chileno poco se interesó por estas disquisiciones. El mismo año de 1916, después de efectuar una breve escala en Buenos Aires, Huidobro llega a fines del año antedicho a París, en plena Primera Guerra Mundial.

Este acontecimiento es capital como señalábamos ya que el poeta se vincula de inmediato con lo más granado de la escena de avanzada poética francesa (Reverdy, Apollinaire, Tzara, Dermée, Max Jacob) participando en la revista Sic y posteriormente fundando con Reverdy la revista Nord-Sud. Luego traba amistad con los pintores Pablo Picasso y sobretodo Juan Gris, con el escultor Jacques Lipchitz y una serie variada de artistas y animadores de la vanguardia europea (Picabia, Miró, Eluard, Cendrars, etc) Asimismo, lleva a cabo una segunda edición de El espejo de agua, breve conjunto de poemas datado comúnmente en Buenos Aires en 1916 (11). De este último conjunto el poema “Arte Poética” ha adquirido celebridad. Para nosotros es posible verlo como una feliz concordancia entre una instancia visual de admonición creadora y otra lingüística de apropiada autoconciencia del lenguaje que se ven coronadas con el verso final de explícita resolución. Acá no intentaremos llevar a cabo una lectura detallada del poema, tan sólo se brindarán algunas características generales que den cuenta de él (12).

En la primera estrofa el verso que dice “cuanto miren los ojos creado sea” instaura la visualidad de la creación, analogando al hablante con Dios que contempla. Respecto a esto, no hay que olvidar que justamente el carácter contemplativo de la divinidad hacia lo creado es parte esencial de la dialéctica entre creador y creación. Por ello la primera mirada funda el mundo: el espacio donde se desenvuelve el tiempo y la totalidad de la creación. Por otro lado hay dos versos que son capitales para entender los planteamientos creacionistas y que en su severa y austera enunciación son decidores:

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra
El adjetivo cuando no da vida mata

Estos versos hablan de lo capital: de la invención de un mundo nuevo por la palabra. Si el mundo ha sido creado por un acto de habla, el de Dios en el Génesis, entonces, los seres humanos, herederos de ese gesto olvidado en la raíz del tiempo, no son dignos de custodiarlo. De ahí que el poeta que inventa un mundo nuevo, no sólo lo hace por mero esteticismo o narcisismo patológico; sino porque en él se articula una fe sobreviviente del naufragio indistinto del lenguaje corroído, de la palabrería sin sentido que dispone a su merced del escenario de la Modernidad al haberse olvidado todo pacto entre lenguaje y divinidad. Al competir con la Naturaleza en el terreno de la creación, esa competencia es posible que quede representada con la tercera estrofa:

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza

La distancia entre la corporalidad a mal traer en la Modernidad ante el avance técnico, hace que sea sólo un recuerdo que no menoscaba la racionalidad de la autoconciencia: si existe una fuerza de verdad, ésa no es física, sino mental al amparo de esa misma autoconciencia. Por ello es posible apreciar el final del poema como una conclusión lógica de rotunda claridad: “el Poeta es un pequeño Dios”. Así, el objeto creado (el poema) se convierte en un paralelo del mundo y el poeta gracias a su don visual-lingüístico puede ver y decir esa realidad inédita que se configura como forma: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas!/ Hacedla florecer en el poema”.

Al arribar a Francia en 1916 y en el transcurso del año siguiente, Huidobro, como se ha indicado, entabla amistad con un grupo relevante de artistas visuales que le permiten dilucidar con adecuación sus teorías y reflexiones estéticas. La influencia de los pintores cubistas es decisiva en Huidobro pues le permite articular con mayor precisión no tan sólo su teoría del Creacionismo sino sus especulaciones poéticas en general que no pueden ser entendidas sin este movimiento pictórico de vanguardia al ver representadas en él muchas de sus propias reflexiones estéticas y que conforma un rotundo contraste con la impresión que le merecía el Futurismo y la mayoría de los postulados del Surrealismo. Efecto práctico de este diálogo con el cubismo en la paulatina consolidación de sus propios preceptos teóricos, queda establecido en varios poemas de la época: en francés Horizon Carré (1917), Hallali y Tour Eiffel (1918); en castellano Poemas árticos y Ecuatorial (1918). Posteriormente, Huidobro plantea en una serie de textos teóricos de la década del 20 y de principios de los años 30 las líneas primordiales de su reflexión. Tales textos son los ensayos-manifiestos La Poesía, La creación pura, El creacionismo y Manifiesto de manifiestos entre otros.

De ellos surge, en primer lugar, la idea de poesía como creación, cosa que nos remite a una serie de manifestaciones que quedan explicitadas en los textos antedichos y que otorgan a su vez una concepción de lenguaje:

Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la única que nos interesa. Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas del mundo sin sacarlas fuera de su calidad de inventario; el otro rompe esa norma convencional y en él las palabras pierden su representación estricta para adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura luminosa que debe elevar al lector del plano habitual y envolverlo en una atmósfera encantada (…) La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba (…) El valor del lenguaje de la poesía está en razón directa de su alejamiento del lenguaje que se habla (…) La Poesía es el lenguaje de la Creación. Por eso sólo los que llevan el recuerdo de aquel tiempo, sólo los que no han olvidado los vagidos del parto universal ni los acentos del mundo en su formación, son poetas (…) toda poesía válida tiende al último límite de la imaginación. Y no sólo de la imaginación, sino del espíritu mismo, porque la poesía no es otra cosa que el último horizonte, que es, a su vez, la arista en donde los extremos se tocan, en donde no hay contradicción ni duda (…) (13)

En la densidad de este texto quedan señaladas varias ideas capitales del pensamiento poético huidobriano, entre ellas, la voluntad de un alejamiento del valor usual e instrumental del lenguaje, queriendo sacar a las palabras de su significación habitual para obtener la palabra que designe lo único, lo peculiar. Este gesto sólo es válido en cuanto se acepte que la Poesía es un proceso de creación, una instancia que reúne una significación mágica y una potencia de conjuro y maravilla, dándole énfasis y rol de categoría a la imaginación como límite de un eventual significado. Asimismo, toda preocupación en torno al lenguaje poético desemboca necesariamente en una apreciación e interpretación de la idea de imagen y metáfora, sobretodo en las tendencias vanguardistas que, como el ultraísmo, por ejemplo, hacen de esta apreciación e interpretación lo fundamental de su estética. En el caso de Huidobro esto revela un interés primordial, pues no es posible dejar a un lado el concepto de imagen que articula ya que implica una consideración en torno al lenguaje y sus filiaciones lingüístico-visuales y por otro, una consecuencia que asume la noción de poema como objeto creado.

En Manifiesto de manifiestos puede hallarse una pista para entender esto:

(…) Yo agregaba entonces, y lo repito ahora, que el poeta es aquel que sorprende la relación oculta que existe entre las cosas más lejanas, los ocultos hilos que las unen. Hay que pulsar aquellos hilos como las cuerdas de un arpa, y producir una resonancia que ponga en movimiento las dos realidades lejanas.

La imagen es el broche que las une, el broche de luz. Y su poder reside en la alegría de la revelación, todo descubrimiento produce en el hombre un estado de entusiasmo. Al hombre le gusta que se le muestren ciertos aspectos de las cosas, ciertos sentidos ocultos de los fenómenos, o ciertas formas que, de ser más o menos habituales, pasan a ser imprevistas, a adquirir doble importancia.

Pues bien, yo digo que la imagen constituye una revelación. Y mientras más sorprendente sea esta revelación, más trascendental será su efecto.

Para el poeta creacionista será una serie de revelaciones dadas mediante imágenes puras, sin excluir las demás revelaciones de conceptos ni el elemento misterio, la que creará aquella atmósfera de maravilla que llamamos poema (14).

Las ideas huidobrianas acerca de la imagen dan cuenta de la aproximación de elementos dispares y distantes, de esa forma el resultado es la valorización de la imaginación como constitutivo del lenguaje poético. En Huidobro, la “imagen creada”, nace de la fuerza generada por la mayor lejanía de los elementos reunidos y su traducción emotiva puede cifrarse en la “sorpresa” que la “revelación” de la imagen nos produce. Ahora, esta “sorpresa” nace de lo “inhabitual” que hay en su estructura misma en tanto “creación pura”. Es significativo apreciar que la cualidad más atractiva de la imagen sea la de su revelación ya que su trascendencia se avala cuanto más sorprendente es. Esto último retrotrae las reflexiones de Huidobro a un terreno ya fértil en matizaciones propias de la vanguardia y que hacen de la sorpresa uno de sus modos habituales (15). Sin embargo, Huidobro exigirá el control de los mecanismos que organicen el proceso imaginativo en pos de una lucidez que dé cuenta de sus consecuencias (el poema como objeto creado) y que ciertamente le obligará a tomar distancia del surrealismo con un afán de diferenciación. Asimismo es posible rastrear en La creación pura una suerte de combinatoria de los elementos de la realidad, combinatoria que significa transformación y por tanto creación en la medida en que presenta un hecho nuevo que, como fenómeno estético, es independiente y soberano:

El artista obtiene sus motivos y sus elementos del mundo objetivo, los transforma y combina, y los devuelve al mundo objetivo bajo la forma de nuevos hechos. Este fenómeno estético es tan libre e independiente como cualquier otro fenómeno del mundo exterior, tal como una planta, un pájaro, un astro o un fruto, y tiene, como éstos, su razón de ser en sí mismo y los mismos derechos e independencia.

Desde aquí se puede establecer un puente que conecte estas ideas acerca de la poesía como creación, hacia la idea del poema como objeto creado y que recibe de parte de Huidobro un extenso tratamiento. Hay que comprender esta instancia en dos momentos, uno que hace explícita el propósito de la creación del objeto estético y otro donde se expresa la recreación del universo a través del arte. Respecto al primer momento es posible leer, por ejemplo, en el texto titulado El creacionismo las siguientes expresiones:

(…) Os diré qué entiendo por poema creado. Es un poema en el que cada parte constitutiva, y todo el conjunto, muestra un hecho nuevo, independiente del mundo externo, desligado de cualquiera otra realidad que no sea la propia, pues toma su puesto en el mundo como un fenómeno singular, aparte y distinto de los demás fenómenos (…) El poema creacionista se compone de imágenes creadas, de situaciones creadas, de conceptos creados; no escatima ningún elemento de la poesía tradicional, salvo que en él dichos elementos son íntegramente inventados, sin preocuparse en absoluto de la realidad ni de la veracidad anteriores al acto de realización (…) En el fondo, era exactamente mi concepción de antes de mi llegada a París: la de aquel acto de creación pura que hallaréis, como una verdadera obsesión, en cualquier parte de mi obra a partir de 1912. Y aún sigue siendo mi concepción de la poesía. El poema creado en todas sus partes como un objeto nuevo (16).

Es posible apreciar aquí que la actividad creadora implica el alejamiento de cualquier elemento de la realidad (anecdótico y descriptivo) en pos de una organización del poema como objeto estético autosuficiente, en estrecho acuerdo con las leyes de su estructura y teniendo como sustento una concepción intelectual de su procedimiento. A partir de estas premisas correspondería la recreación del universo a través del arte, instancia que se encuentra caracterizada por las siguientes afirmaciones de Huidobro en La poesía:

(…) El poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir. Yo tengo derecho a querer ver una flor que anda o un rebaño de ovejas atravesando el arco iris, y el que quiera negarme este derecho o limitar el campo de mis visiones debe ser considerado un simple inepto (17).

Lo que puede advertirse es que existe una voluntad que desea trascender y progresar hacia la creación de un mundo nuevo. Huidobro, como contraste, hereda del cubismo el afán exultante del poder creador del poeta con su énfasis en el objeto creado, pero a su vez, desea trascender los límites de la creación estética para proponer una creación cósmica. Esta última afirmación conduce directamente a la consideración del sujeto productor, es decir, la imagen de poeta como creador. Es posible rastrear esta idea desde el inicio de sus especulaciones estéticas como se comentaba anteriormente. Ahora bien, esta noción adquiere una fuerza definitiva en los textos de los años 20 que estamos viendo. Y entre los diversos textos que entregan una visión adecuada de esto, es posible dar cuenta de lo que se manifiesta en La poesía:

(…) El poeta os tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la punta de la pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de la vida y de la muerte, más allá del espacio y el tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más allá del espíritu y la materia.

Allí ha plantado el árbol de sus ojos y desde allí contempla el mundo, desde allí os habla y os descubre los secretos del mundo.
Hay en su garganta un incendio inextinguible.
Hay además ese balanceo de mar entre dos estrellas.
Y hay ese Fiat Lux que lleva clavado en su lengua (18).

Se puede apreciar claramente la fusión de la idea de poeta como redentor, mago y creador en una simbiosis de alto vuelo que es una intensificación de lo manifestado en el Prefacio al poema Adán de 1916 y que, a su vez, es la certeza genuina de poseer en cuanto sujeto, la autonomía creativa que Huidobro ha asimilado de Emerson. Sin embargo, este tono que vincula a esta efigie de poeta con la tradición simbolista-modernista se ve matizado no sólo con la experiencia de contacto con el cubismo pictórico y literario, sino además, diferenciada conscientemente al enfrentarse Huidobro con los postulados del surrealismo. En aquel sentido, Manifestes de 1925, no sólo viene a ser una reacción ante Bretón y sus amigos que en 1924 han hecho público el Primer Manifiesto Surrealista donde pueden hallarse las teorías de escritura automática, imagen y azar, sustentadas en la apropiación de las teorías psicoanalíticas en torno al inconsciente; sino que, sobretodo en Manifiesto de manifiestos, es posible hallar una peculiar caracterización de la idea de poeta que complementa la ya asumida noción de creador y que hace de la superconciencia su aporte más emblemático y característico:

(…) La superconciencia se logra cuando nuestras facultades intelectuales adquieren una intensidad vibratoria superior, una longitud de onda, una calidad de onda, infinitamente más poderosa que de ordinario. En el poeta, este estado puede producirse, puede desencadenarse mediante algún hecho insignificante e invisible (…) En el estado de superconciencia la razón y la imaginación traspasan la atmósfera habitual, se hallan como electrificadas, nuestro aparato cerebral está a alta presión. La posibilidad de ponerse en ese estado sólo pertenece a los poetas (…) (19)

Estas declaraciones son una antesala para dar cuenta del delirio poético que es en el fondo la esencia de la superconciencia y que establece un “estado poético” del poeta y que ciertamente es un camino hacia la conciencia absoluta del acto creador. Por ello el “delirio poético” será comparado por Huidobro al ensueño, tan caro a los surrealistas:

(…) El ensueño poético nace generalmente de un estado de debilidad cerebral; en cambio la superconciencia, el delirio poético, nace de una corteza cerebral rica y bien alimentada. En el delirio –que es mucho más hermoso que el ensueño- sigue estando controlada la razón (éste es un hecho comprobado por la ciencia), control que no existe en el sueño natural (…) El delirio es una especie de convergencia intensiva de todo nuestro mecanismo intelectual hacia un deseo sobrehumano, hacia un impulso conquistador de infinito (20)

Esta exigencia de conciencia para el poeta en un estado de excepción, permite no sólo marcar la diferencia con el surrealismo, sino que también propicia una imagen de poeta creador que no se ampara bajo ningún misticismo romántico de irracionalidad, más bien, apela a una concepción extremadamente autoconsciente y de control por parte del sujeto productor que, a su vez, desea llamar la atención acerca de sus procedimientos como avalados por un cientificismo naturalista que permite apreciar la voluntad huidobriana de desmarcarse de cualquier quimera de irracionalidad afectiva o escarceo sentimental.

Después de todo esto, quedaría la prueba final, la decisiva: la lectura de su poesía y sobretodo, de Altazor. Ahí, en ese poema, radica a nuestro entender, la consumación de las teorías y reflexiones del poeta. Altazor, sea como se lea, ya como trascendencia del lenguaje o de su fracaso estrepitoso, es la piedra de toque de este pensamiento poético.

Pero hablar de ello no es pertinente ahora. Bástenos saber que los “manifiestos” de Huidobro se entrelazan con lo más perfecto de su poesía y que entre ambos existe un diálogo iluminador que puede guiarnos para conocer un poco más una de las aventuras poéticas más asombrosas de nuestro lenguaje, aventura de la que estas palabras desean ser una mera invitación.



Notas
(1) Subirats, Eduardo (1986) “Las vanguardias y la cultura moderna” en La Flor y el Cristal: ensayos sobre arte y arquitectura modernos, Ed Anthropos, Barcelona, 1986, pp 17-28; De Micheli, Mario: Historia de las vanguardias artísticas del siglo XX, Ed Alianza, Madrid, 1995.
(2) Vid Paz, Octavio: Los Hijos del Limo, Ed Seix-Barral, Barcelona, 1998.
(3) Acerca de la crisis de lenguaje que asola al arte y poesía modernos dentro del contexto de la Primera Guerra Mundial y de los intentos de salir del impase expresivo que conlleva la destruida pretensión de racionalidad de los discursos vale la pena consultar de Franco Rella El silencio y las palabras: el pensamiento en tiempo de crisis, Ed Paidós, Barcelona, 1992.
(4) (…) Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad (…) La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas, se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia, por su compilación y barroquismo. La poesía nueva base de sensibilidad nueva es, al contrario, simple y humana y a primera vista se la tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no moderna. César Vallejo: “Poesía nueva” en Escritos en prosa, Ed Losada, Buenos Aires, 1994, pp 49-50.
(5) Vid, Subirats, op cit; Paz, op cit.
(6) La reflexión por parte del poeta respecto a su quehacer, al indagar sus posibilidades y fronteras de conocimiento, como asimismo la meditación en torno a su labor escritural, es posible rastrearlas desde el Romanticismo Alemán y Baudelaire en adelante. Al respecto consultar, Paz, Octavio, op cit.
(7) Huidobro, Vicente: “Non serviam” en Obra selecta, Ed Ayacucho, Caracas, 1989, pp 291-292
(8) Huidobro, Vicente: Prefacio al poema Adán en Obra poética, Ed Archivos, Madrid, 2003, p 323
(9) Ibid, p 325.
(10) Huidobro, Vicente: Prefacio al poema Adán en Obra Poética, ed cit, pp 323-324
(11) La larga querella acerca de la data de la primera edición de El espejo de agua no es crucial para los intereses del presente trabajo. Sólo como referencia contrastante es posible consultar el ensayo “Huidobro, Reverdy y la edición príncipe de El espejo de agua” de Richard L. Admussen y René de Costa en Vicente Huidobro y el creacionismo, Ed Taurus, colección El Escritor y la Crítica, Madrid, 1975, pp 249-264 y la Introducción a El espejo de agua de Cédomil Goic en Obra Poética de Vicente Huidobro, ed cit, pp 380-389
(12) Arte Poética de Vicente Huidobro en Obra Selecta, ed cit, p 3 y en Obra Poética, ed cit, p 391
(13) Huidobro, Vicente: “La Poesía” en Obra selecta, ed cit, pp 293-294
(14) Huidobro, V: “Manifiesto de manifiestos” en Obra selecta, ed cit, p 322
(15) Es indudable la filiación entre Apollinaire, Reverdy y los surrealistas (Bretón y Eluard, por ejemplo) acerca del tratamiento de la imagen: la apelación a lo maravilloso, lo sorpresivo ( y por ende lo nuevo) y que los surrealistas matizan con lo arbitrario: “La imagen más fuerte es aquella que contiene el más alto grado de arbitrariedad, aquella que más tiempo tardamos en traducir a lenguaje práctico (…)” Vid Poesía y poética de Vicente Huidobro de M. Camurati, Ed Fndo García Cambeiro, Bs Aires, 1980, pp142-143.
(16) Huidobro, V: “El creacionismo” en Obra selecta, ed cit, pp 307-308 y p 315
(17) Huidobro, V: “La poesía” en Obra selecta, ed cit, p 294
(18) Huidobro, V: “La poesía” en Obra selecta, ed cit, p 295
(19) Huidobro, V: “Manifiesto de manifiestos” en Obra selecta, ed cit, p 320
(20) Huidobro, V: op cit, p 320
Bibliografía
-Camurati, Mireya: Poesía y poética de Vicente Huidobro, Ed Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1980.
-De Micheli, Mario: Historia de las vanguardias artísticas del siglo XX, Ed Alianza, Madrid, 1995.
- Huidobro, Vicente: Obra selecta, Ed Ayacucho, Caracas, 1989.
————————: Obra poética, Ed Archivos, Madrid, 2003.
- Paz, Octavio: Los Hijos del Limo, Ed Seix-Barral, Barcelona, 1998.
- Rella, Franco: El silencio y las palabras: el pensamiento en tiempo de crisis, Ed Paidós, Barcelona, 1992.
- Subirats, Eduardo: La Flor y el Cristal: ensayos sobre arte y arquitectura modernos, Ed Anthropos, Barcelona, 1986.
-Vallejo, César: Escritos en prosa, Ed Losada, Buenos Aires, 1994.
http://critica.cl/literatura/los-manifiestos-de-vicente-huidobro-poesia-y-reflexion-un-acercamiento

jueves, 19 de febrero de 2015

Manias-escritores.



Manias-escritores

1. F. Scott Fitzgerald trasnochaba la mayoría de las veces para escribir, cuando no recorría los cafés de Paris. Su verdadera escritura tenía lugar en breves raptos de actividad concentrada, hasta el punto de llegar a escribir 8.000 palabras del tirón. También utilizaba la ginebra como estímulo creativo.

2. Arthur Miller confesó no tener rutina para escribir. Después de escribir en su estudio cada mañana, se dedicaba a romperlo todo. Lo que sobrevivía a la destrucción era el material que él usaba para sus obras.

3. Haruki Murakami se despierta a las cuatro de la mañana y trabaja de cinco a seis horas seguidas cuando está escribiendo un libro. Durante el resto del día se dedica a leer, nadar, correr y escuchar música. El único problema es que para ello debe renunciar a la vida social. Todo un ejemplo de disciplina.

4. Henry James tuvo que dejar su pluma en los últimos años debido a un dolor de muñeca. A partir de entonces, un secretario escribía sus textos dictados diariamente.

5. James Joyce solía levantarse entrada la mañana y escribía por la tarde, ya que según él era cuando la mente está en su mejor momento. Pasaba las noches en cafés o restaurantes y con frecuencia amanecía cantando viejas canciones irlandesas en el bar. Calculó haber pasado casi 20.000 horas escribiendo Ulises.

6. Martin Amis cumple con horario de oficina para escribir, incluso escribe en una oficina, aunque solo dedica una parte de ese tiempo a escribir.

7. Truman Capote escribía cuatro horas al día y hacía dos versiones manuscritas a lápiz antes de mecanografiar una copia definitiva, pues era muy supersticioso. Otras supersticiones eran: escribir en la cama, no dejar más de tres colillas en el mismo cenicero (llenando sus bolsillos con las colillas de más) y sumaba números en su cabeza de forma compulsiva.

8. Philip Roth confesaba en 1987 escribir no es un trabajo duro, es una pesadilla. En 1972 se mudó a una casa del s. XVIII en una parcela rural en Connecticut. Usaba como estudio una antigua cabaña de huéspedes.

9. Alice Munro, premio Nobel de Literatura, en los años 50 era madre y ama de casa, y aprovechaba los ratos libres para escribir en su habitación.

10. Jonathan Franzen se encerraba en su estudio de Harlem con las luces apagadas y las persianas bajadas, sentado frente al ordenador, con orejeras y tapones para los oídos y los ojos vendados, mientras trabajaba en Las correcciones en 2001. Tardó cuatro años en terminar la novela.

http://www.iberlibro.com/blog/index.php/2014/08/28/las-manias-de-los-grandes-escritores/

martes, 17 de febrero de 2015

El discurso confesional en El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso Mónica Barrientos Magíster en Literatura Universidad de Chile.


El discurso confesional
en El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso
Mónica Barrientos
Magíster en Literatura
Universidad de Chile

Resumen: Este artículo pretende mostrar de qué manera se configura el discurso del narrador-personaje de la obra El obsceno pájaro de la noche de José Donoso. En él se puede observar que la voz narrativa es un testigo que asume un discurso confesional el cual va armando y rearmando todos los acontecimientos que se van desarrollando a su alrededor. La confesión es un procedimiento de doble mirada en el cual se busca contar, pero también se desea escuchar. Será en este espacio intermedio en que la narración de la obra se desenvuelve y configurando la identidad del Mudito, el personaje principal.
Palabras clave: José Donoso, "El obsceno pájaro de la noche", narrativa chilena, testimonio, confesión,.



[La confesión] Doble rizo, doble filtro discursivo, dentro del cual deben filtrarse todos los comportamientos, todas las conductas, todas las relaciones con el otro, y también todos los pensamientos, todos los placeres, todas las pasiones.
Michel Foucault. “Los Anormales”



Sin duda alguna, la obra de José Donoso ha dejado huellas marcadas a fuego sobre la delicada piel de la narrativa chilena. Desde su primera novela “Coronación” publicada en 1956, las reacciones de los lectores y la crítica literaria no podrían quedar inermes frente a este mundo oscuro, marginal y deformado que de pronto saltaba hacia nuestros ojos para mostrarnos, en la forma más cruda y degradada posible, que la realidad no es una sola, ni tan bella, ni tan ordenada como se pretendía.

El Coloquio Internacional de Escritores y Académicos, realizado entre los días 5 al 7 de octubre de 1994, llamado “Donoso, 70 años” [1], congregó a una serie de escritores y críticos literarios en torno a la figura del autor. De todas las ponencias e intervenciones presentadas que avalan la importancia de su obra, ya sea en el ámbito nacional o internacional, es necesario destacar la de José Saramago [2] quien afirma que la obra de Donoso es trascendente y vertiginosa. Trascendente, porque su mirada del mundo es producida por “la conciencia obsesiva de su propia existencia”; vertiginosa, porque en los personajes donosianos, el vértigo se produce por “la descarnada observación de sí mismo”.

Por otro lado, Leonidas Morales afirma que “José Donoso rompe con lo que habían sido las constantes de la novela chilena contemporánea e inaugura un nuevo horizonte novelesco en nuestro país”. [3]

La publicación de la obra “El obsceno pájaro de la noche” en 1970 [4] provoca un cambio en la narrativa chilena de esos años, convirtiéndola en uno de los textos más interesantes dentro del panorama nacional y latinoamericano. La novela demoró ocho años en crearse y casi acaba con la salud física y mental del escritor. Según lo publicado en un reportaje especial del diario La Tercera [5], el título inicial de la novela sería “El último Azcoitía”, idea que surge basándose en un aristocrático niño deforme que el escritor vio pasar en un auto de lujo. Posteriormente, en 1959 vuelve a la idea de elaborar un relato donde

"Una madre tiene un hijo deforme y lo encierra, con todas las comodidades del lujo, en las casas de un fundo chileno. La mujer es devota y establece una pequeña fundación para niños con graves problemas físicos, y de esta manera todos los seres que rodean a su hijo son deformes como él, a lo sumo, enanos. Sólo uno no lo es: contrata a un chofer alemán, estúpido y bello como un dios. El cuento es de cómo el niño horrible, en el fondo deshecho y deformado por la madre, induce al chofer alemán a que se crea el ser más anormal y deforme del mundo y, desesperado, se suicide". [6]

Después de diez años, esa imagen obsesiva de la deformidad del niño aristocrático, que impactó al escritor, va tomando cuerpo hasta conformar la novela que actualmente conocemos.

Por el propio relato de Donoso, salta a la vista que la obra, en su estructuración misma, posee el síntoma de la complejidad: su origen, la idea inicial, su conformación fue un proceso inestable y de contradicciones que se reflejan con la su estructura y trama.

Es por esta razón, que uno de los puntos que me ha producido mayor interés, es la conformación del discurso novelesco en el cual se desarrolla la trama. Así, el discurso testimonial, bajo la forma de una confesión, que desarrolla el Mudito y que es el punto de apertura y cierre de la novela. Por este motivo intentaremos “correr tupidos velos” para adentrarnos en la letra y el discurso que elabora el narrador-personaje (el Mudito) e intentar descubrir o sacar a flote aquello que la voz no quiere decir o la mirada prefiere evitar.

Antes de ingresar a la obra, es necesario abordar dos conceptos fundamentales para su análisis, que son el testimonio y la confesión. El testimonio, como todo texto y como todo mensaje, está formado por una serie de signos internos (como son las secuencias significativas de signos lingüísticos que componen el texto que leemos) y externos o complementarios (que son de naturaleza icónica, ideológica, socio-política y fática). Estas características, propia de todos los géneros literarios, lo es más aun para el testimonio que ha tenido un mayo desarrollo bajo las condiciones ideológicas del siglo XX. Según el Diccionario de la Real Academia Española [7], el vocablo “testimonio” tendría las siguientes acepciones: 1. Atestación o aseveración de una cosa. 3. Prueba, justificación o comprobación de la certeza o verdad de una cosa. De esta forma, podemos señalar que el testimonio tendría como primera característica el mostrar una aseveración, es decir, transmite una verdad o, al menos, una certeza. Por esta razón, se le relaciona directamente con la historia de un país o un pueblo. Por otro lado, el desarrollo histórico de la novela también ha incursionado en la introducción de esta forma discursiva que, desde la novela picaresca, procura revelar una verdad mediante la autobiografía de un personaje marginal que intenta explicar acerca de “el caso” de su vida, hasta los relatos decimonónicos con sus cartas o autobiografías, ha mostrado que el objeto del discurso pasa a ocupar la posición de sujeto del discurso, el cual se apropia de los medios de producción discursivos y emite signos que son propios y característicos de este forma narrativa.

Es importante mencionar que el valor del testimonio no se encuentra en la naturaleza verdadera de los hechos allí contados, sino en la representatividad de éstos, ya que la realidad es demasiado compleja para que se refleje certeramente en un texto. Aunque lo que sí podríamos esperar es que texto semiótico manifieste una realidad una vez determinados sus signos fundamentales. Este punto es muy importante para el análisis de nuestra novela, ya que nos encontramos con una fábula: la historia de Humberto Peñaloza relatada por él; pero no podemos determinar rasgos “verídicos” o “históricamente comprobables” en ella. Lo que podemos observar son ciertos signos o huellas que nos mostrarán ciertas características históricas y culturales como son que es un relato occidental y no oriental, que es una época más o menos determinada (siglo XX) y no otra. Esas generalidades se entienden ya en la primera lectura, pero también podemos entender otros datos que no son tan explícitos, como son los personajes, sus deseos, obsesiones, relaciones con los otros, etc. Este último rasgo es importante para iniciar el siguiente punto que tiene relación con el sujeto del discurso.

Para Leonidas Morales [8], el discurso testimonial tuvo un creciente desarrollo en América latina durante las décadas del 70 y del 80 con un carácter y político“referencial”, es decir, no ficcionales, ya que la mayoría correspondía a relatos marginales urbanos, a la represión durante las dictaduras militares, a las luchas revolucionarias o étnicas, etc. Por lo tanto, la preocupación estuvo centrada en el testimonio mismo, en la historia y el carácter político que ésta tenía. Según Morales, esta crítica no consideró un aspecto importante, que es la figura del testigo y el lugar que ocupa dentro de la configuración del mundo narrativo.

Es por esta razón que centraremos nuestro análisis en este otro que mira, el testigo, y veremos de qué manera se va configurando en la novela.

El obsceno pájaro de la noche tiene como narrador al Mudito o Humberto Peñaloza, quien nos cuenta su visión acerca de los hechos que marcaron su vida junto a Jerónimo Azcoitía. Para dar su testimonio, escoge la forma de la confesión, que aparece en forma más explícita en el capítulo nueve de la novela cuando afirma “¿Pero qué quieren que confiese, si no robé nada?” (p.149); posteriormente agrega “no tengo que confesarles nada, sólo a usted le diré la verdad, Madre Benita…” (p.150). En los capítulos anteriores, el lector tenía más o menos claro que alguien hablaba, pero es en este capítulo donde podemos inferir claramente que se trata de un discurso confesional; pero además se puede agregar que tiene como característica la alucinación, esto quiere decir, que la voz narrativa, el Mudito, se encuentra contando algo, pero está enfermo, tiene fiebre y esto provoca que este discurso confesional alucinado se presente deformado y tergiversado.

Antes de continuar, es necesario detenernos en el problema de la confesión. Para Michel Foucualt [9] es un “ritual de discurso en el cual el sujeto que habla coincide con el sujeto del enunciado”. Es un dispositivo de producción de verdad para configurar una identidad por medio del reconocimiento de las propias acciones o pensamientos. Una de las características más importantes que le atribuye al discurso confesional es el sacar del fondo de uno mismo una verdad que la forma misma de la confesión hace espejear como lo inaccesible [10]. Para nuestros fines de análisis, este es el primer atributo que podemos observar en la confesión del Mudito, ya que poco a poco nos vamos adentrando en el mundo más oscuro, más escondido de cada uno de los personajes. El Mudito nos relata, desde su propia mirada, aquello que es oficial para la sociedad, como la vida pública y política de los Azcoitía, pero también aquello que está vedado, oculto, incluso para ellos mismo: los deseos homosexuales, los secretos de la Casa de Ejercicios, el inconsciente de los personajes, etc., es decir, el Mudito realiza una confesión en forma exhaustiva.

Otra característica de la confesión (y por ende, del testimonio), es la presencia de Otro, aunque sea virtual. La figura del Otro es un punto crucial, ya que de éste va a depender el carácter narrativo de la confesión. Para Paul Ricoeur [11], la intriga, es decir, la fábula, la historia imaginada, no es una estructura estática, sino que es un proceso integrador el cual sólo se realiza en el lector o el espectador, es decir, en el receptor de la historia relatada, el Otro. Ricoeur se refiere con “proceso integrador” al trabajo de composición, de construcción que confiere a la obra relatada una identidad “dinámica”. [12]

De este modo, a través del testimonio del Mudito en forma de confesión es que podemos ingresar al plano de las identidades que aparecen en la novela. Es necesario recordar algunos aspectos básicos para iniciar el análisis de las identidades:

- el Mudito realiza un testimonio en forma de confesión alucinada.

- El interlocutor directo es la Madre Benita, quien sólo aparece en la novela en algunas ocasiones y mediatizada por el discurso del Mudito.

- El Mudito es una conciencia alucinada que no habla, es mudo, por lo tanto es una manera figurada de hablar.

- El Mudito es un punto indispensable de configuración de los sujetos. Por medio de él se configura el mundo narrativo y a los personajes.

¿Qué características posee el discurso del Mudito? En primer lugar, el carácter subalterno en que se ubica el narrador-personaje. La posición que asume el Mudito al hablar, inmediatamente lo incluye dentro de la esfera inferior de las clases sociales. El mundo de la novela aparece condicionado por una verdad que tiene su asiento en la conciencia del personaje-narrador. El Mudito representa la narración misma desde la cual todo emerge y todo se refracta. Nada existe fuera de las imágenes interiores modeladas por esta voluntad creadora. La novela es la concreción de una gran idea obsesiva que se sumerge en lo sórdido, allí donde grazna el obsceno pájaro de la noche y donde se encuentran las raíces que alimentan la mugre, lo inútil, lo caduco. Es un esfuerzo titánico por sacar a la superficie lo que transforma la realidad establecida en una pesadilla de secretos y repugnantes signos. El Mudito es un empleado de Don Jerónimo que, en el momento de la confesión, se encuentra recluido en la Casa de Ejercicios donde también posee un estatus inferior. Esta doble marginalidad, el ser siempre de rango inferior en relación al otro y su exclusión de la sociedad, lo llevan a reconocerse a sí mismo adoptando las formas del mundo marginal. El se presenta como el Mudito, aquel servidor de la Casa de Ejercicios que tiene como función clausurar puertas y ventanas; es Humberto Peñaloza, aquel hijo de nadie que tiene como función ser secretario de Don Jerónimo; es la séptima vieja, la última anciana abandonada en la Casa; es la guagua de la Iris, el futuro salvador de la Casa; es un imbunche, aquel ser mitológico, guardián de la cueva de los brujos que tiene todos los orificios de su cuerpos cosidos. Todas estas representaciones pertenecen a figuras marginales que tienen como características la falta de poder y reconocimiento. El Mudito se sitúa, entonces, en el centro del universo narrativo, universo disgregado, segmentado, desarticulado, reflejo fiel de la disgregación, segmentación y desarticulación de su propia conciencia. Aunque el Mudito se reconozca como un inferior, es necesario destacar que su condición de silenciado contiene una paradoja, ya que él “habla” por aquellos que no tienen voz, por los suyos. El Mudito es una metonimia de los subalternos donde podemos inferir las relaciones que se configuran entre aquellos que detentan el poder, representados en la figura de Don Jerónimo y aquellos que no lo tienen, representados en la figura del Mudito.

Por todo lo anterior, dentro de la confesión reconocemos tres motivaciones que se van enlazando para conformar el mundo subjetivo del Mudito: su infancia, la historia de la niña bruja y el mito del imbunche.

En relación a la infancia de Humberto Peñaloza se desarrolla a través de un recuerdo organizado, racional y sin ambigüedad, donde el resentimiento del padre por ser un “don nadie” es el motivo central. También observamos de qué manera esta frustración es trasladada hacia el hijo al recordarle constantemente que “somos Peñaloza, un apellido feo, vulgar, apellido que los sainetes usan como chiste chabacano, símbolo de la ordinariez irremediable que reviste al personaje ridículo, sellándolo para siempre dentro de la prisión del apellido plebeyo que fue la herencia de mi padre” (p. 98). En el juego de los diferentes significantes, el narrador de la novela flota y se desplaza por un espacio de significaciones que lo transforman de un simple miembro de un grupo subordinado a ser “la voz” de aquello que se oculta detrás de los tupidos velos y que se debe mostrar. El Mudito reconoce que algo ha perdido y debe intentar recuperar, por eso dice “pero yo no soy ladrón, madre Benita, se lo juro, uno no roba su propio nombre porque uno tiene derecho a disponer de él para lo que quiera …” (p.152). El Mudito reconoce que frente a su situación inferior, él también tiene derecho, aunque sea a su nombre, que se le ha negado e intenta recuperar en los libros de la biblioteca de Don Jerónimo y que son de su autoría.

Este carácter subalterno provoca que el personaje inicie un proceso de búsqueda de una identidad perdida. El Diccionario de la Real Academia Española consigna “identidad” como “cualidad de lo idéntico” y más adelante agrega: “Igualdad que se verifica siempre, sea cualquiera el valor de las variables que su expresión contiene”. Lo idéntico se nombra a sí mismo por una serie de equivalencias en nombre de la unidad, sea diferente, diverso o indistinto, es decir, como un conjunto monolítico, estructurado y sustancial. El ingreso a la Modernidad y el análisis del descentramiento del sujeto ya no se puede encontrar en las enciclopedias o diccionarios. Es una definición que está en proceso, por hacerse, es por lo tanto, algo provisorio, histórico e hipotético. Frente a estas nuevas miradas, la pregunta “¿qué es el sujeto?” ya no tiene cabida, incluso la utilización del verbo “ser” provoca un estatismo y una sustantivación que la crítica moderna se niega a aceptar.

Es necesario resaltar que este vacío de identidad es producto de una cadena de vaciamientos que el Mudito va heredando de generación en generación. Crece reconociendo una falta de identidad, que no es “un caballero”, pero su padre le sugiere la idea que podría llegar a acercarse a la posibilidad de serlo por medio del estudio. Humberto inicia estudios de Derecho y su padre se preocupa personalmente de ello; pero también se dedica a escribir. La escritura se convierte en la forma de adquirir aquello que la ha sido vedado, ya que “al decir que yo era escritor no mentía, era escritor al sentir que su figura es más digna de la imaginación que de la realidad” (p. 280). Por esto, Humberto quiere recuperar esa obra, creación suya, en la cual aparece su nombre, porque uno no se puede robar su propio nombre, como le dijo a la Madre Benita. Pero esa obra no le pertenece aunque tenga su nombre, fue pagada por otro para estar en la biblioteca de Don Jerónimo. Humberto ha escrito sobre la familia Azcoitía por medio de un proceso largo y dificultoso mientras vivía en la Rinconada. De esta manera, la identidad narrativa se convierte en una posibilidad de configurar una identidad personal por medio de la escritura, como en el caso de Humberto Peñaloza y de la confesión en el caso del Mudito. Para Ricoeur, la identidad narrativa es una aprehensión de la vida en forma de relato que viene a salvar la problemática fundamental de la dimensión temporal de la existencia humana [13] para intentar proporcionar unidad al conjunto de la vida humana , para que así, en el mismo acto que me comprendo a mí mismo a través de la narración, me construyo. En el caso del Mudito, esta construcción de sí mismo no tenía como finalidad lograr una unicidad (que habría sido lo ideal para Ricoeur), sino que se reconoce como una subjetividad errante, fragmentaria y dispersa.

Este fracaso de unicidad, se observa claramente en otra problemática fundamental: la concepción del tiempo. Hemos estado observando que en la novela el personaje central se encuentra enmarcado dentro de un cuadro de violencia por la relación de exclusión y que vivencia con su otro, que es Don Jerónimo. Esta relación es el símbolo de una tradición occidental en que la racionalidad de un discurso instituido, la búsqueda de un fundamento único, de una identidad homogénea son solidarios con lo que Jacques Derrida llamó metafísica de la presencia [14]. Sin la intención de analizar las características que el filósofo francés entrega de este concepto, quisiéramos recalcar la idea de tiempo, en la cual la primacía del ahora-presente en el concepto “vulgar” de tiempo ha sido uno de los pilares fundamentales para la conformación del pensamiento tradicional. Este tiempo se caracteriza por el privilegio del instante presente del que dependen el pasado y el futuro según una sucesión espacial homogénea, continua y lineal. Es en este punto donde se produce el mayor choque interno del Mudito, ya que la voz narrativa no se puede generar por medio de la narración lineal de los acontecimientos, sino que por medio de fragmentos temporales, o en términos de Genette, en el espacio intemporal del relato como texto [15]. Es por esta razón que una de los atributos más claros que observamos en la novela es lo que Genette llamaba la metalepsis, es decir, acto que consiste en “introducir en una situación, por medio de un discurso, el conocimiento de otra situación” [16]. En la novela, nos encontramos constantemente con situaciones que se están narrando, pero que de pronto, se introduce una situación nueva, extraña de la cual el lector no tiene ningún conocimiento porque aún no se había relatado, como por ejemplo, cuando el Mudito relata en su confesión que ha escrito un libro. Otra forma es la continuación en el tiempo de algunas figuras, como son la perra amarilla y la bruja. Estos personajes pertenecen a la leyenda maulina que es narrada al principio de la novela, pero estas figuras se escaparan de ese contexto para mezclarse con la fábula y se confunden con la Peta Ponce e Inés, donde asumen una relación simétrica. La figura de Inés, la esposa de Don Jerónimo, también asume esta cualidad, ya que se convierte en la niña bruja que es enviada al convento por su padre y con la beata en busca de canonización. Esta simetría es un cualidad importante, ya que provoca que ciertas figuras se mantengan en el tiempo y se confundan con otras historias, creando planos y tiempos paralelos, incluso hay un momento en que el narrador admite que “Casi nada de lo que rodea la vida y milagros de la niña-beata pasa a de ser conjetura, o recuerdo de un rumor” (p.355). Desde aquí, el narrador mezcla completamente los personajes y las historias para intentar dar una respuesta más o menos histórica la problemática, para finalmente plantear nuevas interrogantes y rehacer nuevamente la historia.

De esta forma, podemos observar que la confesión del Mudito no intenta crear un mundo organizado y estructurado, sino que desde su perspectiva marginal, produce una desestructuración del mundo y de las identidades que habitan en él. Este quiebre es lo que Derrida ha llamado solicitación, esto quiere decir “conmover con una conmoción que tiene que ver con el todo. Hacer temblar en su totalidad” [17]. Esta conmoción se dirige directamente a la “tachadura del origen”, es decir, a la imposibilidad de la presencia absoluta, por lo que se articula una lógica diferente a la tradicional donde el pensamiento actúa en lo inconsciente y se rechaza e origen y la finalidad teleológica. El Mudito carece de una identidad, quizás intenta una búsqueda de ella, pero el fracaso es visto de antemano, ya que se ha producido la caída del logos, del padre. Se niega la unicidad en la figura misma del personaje que se fractura por el movimiento constante entre el espacio marginal de la servidumbre para huir de aquello que intenta mantenerlo dentro de los márgenes de lo nombrable. Por lo tanto, la identidad “identificable” se transforma en una subjetividad errante que se manifiesta directamente en el discurso que produce de sí mismo el personaje.

Una de las consecuencias de esta solicitación se materializa en la caída del Nombre Propio. El Diccionario de la Real Academia Española define al nombre propio como “El que se aplica a seres animados o inanimados para designarlos y diferenciarlos de otros de su misma clase, y que, por no evocar necesariamente propiedades de dichos seres, puede imponerse a más de uno (Antonio, Toledo), incluso a seres de distinta clase (Marte)”. La aplicación de un nombre a una persona u objeto tiene como finalidad crear una presencia para identificarse, como un poseerse absoluto con valor de propiedad. Por esta razón el personaje principal pierde su nombre, Humberto Peñaloza, para transformarse en otras figuras, así lo afirma un amigo del protagonista cuando dice “que sacas con escribir, Humberto, si no tienes un peso para publicar y para que un editor te publique necesitas influencia, un nombre y tú no tienes nombre” (p. 282). Esta misma afirmación la dice Humberto a su padre cuando él le recrimina por no agradecer a Do Jerónimo la publicación: “¡Desde cuándo tiene nombre usted!” (p. 284).

Cuando alguien se pregunta “¿quién ha hecho esto?”, la respuesta será nombrando a alguien, esto es, designando un nombre propio, por lo tanto, responder a la cuestión ¿quién? es sólo una posibilidad narrativa, ya que la historia narrada dice el quien de una acción. Por esta razón, el personaje afirma en el episodio en que se formó la herida que “La crónica no registra mi grito porque mi voz no se oye. Mis palabras no entraron en la historia” (p. 204). Para el Mudito, la pérdida del nombre propio es como la herida de su brazo que obtuvo cuando intentó suplantar a Don Jerónimo, quien se apropia de esa herida y, posteriormente se su creación literaria que tenía su nombre, y por consiguiente de su identidad. Al permitir el robo de la herida, también permitió el robo de su identidad, por lo que esa herida es el símbolo de la pérdida de la identidad que el Mudito manifiesta en su cuerpo.

Esta pérdida del nombre propio se resuelve con el exceso. Humberto Peñaloza no posee un nombre, lo ha perdido o quizás nunca lo tuvo como su padre, por esto, utilizará una serie de nombres, apodos, designaciones, para intentar llenar aquel vacío. La propia voz del narrador se desdoblará en tantas identidades como sean las compulsiones síquicas que lo presionen. El Mudito será también la séptima vieja, Boy, Jerónimo, la cabeza de cartón piedra, el imbunche. Este exceso de identidades es lo que le da a la voz narrativa un carácter monstruoso. Desde una perspectiva simbólica [18] el monstruo es un “estado inmediato al caótico”, también se le asocia con la “exaltación afectiva de los deseos, la exaltación imaginativa en su paroxismo, las intenciones impuras”. Esas definiciones explican de alguna manera la forma de confesión que el Mudito adopta, ya que al relacionarse con la deformidad de Boy y sentir de alguna manera que ese niño es también producto de su relación con la Peta Ponce, esto podría significar que Boy es la consecuencia de todo aquello oculto e impuro que él contiene en su interior. Este sentimiento de deformidad y caos se refleja en la forma misma del discurso confesional, es decir, fragmentado, alucinado y perverso. Humberto Peñaloza poco a poco se va transformando, ya sea en su relación con Don Jerónimo, ya sea en el proceso mismo de subjetivación que se realiza en la confesión, hasta convertirse en un monstruo, en ese ser mitológico “Todo cosido. Obstruido todo los orificios del cuerpo, los brazos y las manos aprisionadas por la camisa de no saber usarlas…” (p.64) que se augura desde el inicio de la narración. Por lo tanto, la figura del monstruo viene a materializar la concepción de identidad que el Mudito siente de sí mismo, ya que es indefinible, innombrable y sólo se puede acceder a ella a través de la exaltación de la imaginación y los deseos.

Otro acercamiento a la figura del monstruo la podemos encontrar en Foucault que, desde una perspectiva jurídica, le entrega ciertas características como la deformidad, la lisiadura y la mezcla [19]. Esta última cualidad es la más importante para enfocar la figura del Mudito, ya que la mezcla se da en diferentes niveles, como son la de especies (hombre y animal), de dos individuos (cabezas, piernas, etc.), de los sexos (hombre y mujer) y de forma (que no posee ciertas partes). Cualquiera que sea el nivel de mezcla, siempre el resultado será el monstruo. Por esta razón, el carácter monstruoso es la mejor forma de analizar la novela, ya que la mixtura es el elemento que traspasa todos los ámbitos: se mezclan los personajes, se mezclan las historias, se mezclan los cuerpos, se mezclan los diferentes discursos, se mezclan los narradores. La condición anormal de la novela en su estructura misma, se relaciona simétricamente con la configuración misma de los personajes por medio de la mirada y la voz deforme del Mudito. De esta forma, podemos argumentar que la novela y su voz narrativa intentan infringir un orden impuesto, ya sea a la tradición literaria que se había mantenido hasta ese instante, al discurso racional, lineal y lógico que poseía el narrador decimonónico, al sujeto entendido como una sustancia invariable y definible, en suma “transgresión, por consiguiente, de los límites naturales, transgresión de las clasificaciones, transgresión del marco, transgresión de la ley como marco: en la monstruosidad”. [20]


Para concluir, debemos agregar que el discurso de la novela posee las características del artificio y la parodia en el sentido dado por Severo Sarduy [21] a aquellas obras latinoamericanas que se han escapado del eje central de los movimientos por medio de una metonimización irrefrenable. El artificio es entonces, la forma de construcción de la novela a través de un proceso de enmascaramiento, de envolvimiento progresivo, de irrisión. Estas formas se observan principalmente en la proliferación como cadena metonímica en que debemos inferir los significados, sobre todo en lo que se refiere a ciertas figuras claves de la obra como son el Mudito (donde la proliferación es llevada al extremo), las viejas de la Casa de Ejercicios, las cuales, al inicio de la novela, se presentan en una situación que, en sí misma, muestra este carácter proliferante como es la búsqueda y apertura de paquetes dentro de paquetes (otra metonimia). La máscara es, también otra forma de proliferación, ya que es la manera en que los personajes se presentan. No podemos saber quiénes son, pero sí qué máscaras usan, ya que con una se puede estar “anulando con la nueva investidura toda existencia previa, todas, el Mudito, el secretario de Don Jerónimo, el perro de la Iris, Humberto Peñaloza…” (p.89). La condensación, como otra forma de artificio, también aparece en reiteradas ocasiones, sobre todo en la superposición o montaje de historias que se mezclan para dar origen a otra diferente, como es el caso de la historia maulina, la perra amarilla, la niña-beata, Inés, etc. Por otro lado, la parodia que, para Sarduy tiene como fundamento el carnaval, se define como un “espectáculo simbólico y sincrético en que reina lo “anormal”, en que se multiplican las confusiones y profanaciones, la excentricidad y la ambivalencia, cuya acción central es una coronación paródica, es decir, una apoteosis que esconde una irrisión” [22]. La confusión y el afrontamiento junto con la interacción de diferentes estratos (históricos, sociales, subjetivos, etc.) que se manifiesta en la abundancia del lenguaje provocan esta burla, esta sonrisa que nos provoca el discurso al parodiar al narrador, pero sobre todo al discurso confesional, que se presenta deformado, porque su finalidad no es provocar el perdón de los pecados, sino mostrar su carácter monstruoso.

La deformidad, por lo tanto, se constata en la figura del espejo, en la imagen que se resiste al reflejo de la totalidad, como lo afirma la voz narrativa al decir “cuando por fin alzo la vista te veo encuadrado en ese espejo borroso, deforme mi rostro angustiado en esa agua turbia en que se ahoga mi máscara…”(p.165). ¿Qué refleja el espejo? La inarmonía que traspasa el cuerpo de los personajes y el cuerpo de la novela. También refleja la ruptura de la homogeneidad, ya que el reflejo que se observa es sólo una máscara, no hay rostro porque este no existe, sólo su mala copia. El deseo pervertido, obsesivo de algo que no se puede alcanzar como son la sexualidad plena, al otro como objeto de placer, a una identidad plena, porque éstos no existen, son sólo una ilusión. Por lo tanto, el espejo es la pantalla de la carencia que al observarse detenidamente recusa toda instauración, metaforiza el orden discutido, al dios juzgado o la ley transgredida. Es por su reflejo que el narrador puede decir que es allí “donde su luz desentraña los últimos miedos y ambigüedades enfundados: soy este paquete” (p.537)



BIBLIOGRAFÍA

CIRLOT, Juan-Eduardo (1969). Diccionario de Símbolos. Barcelona. Ed. Labor.

DERRIDA, Jacques. (1989). La Escritura y la Diferencia. Barcelona. Ed. Anthropos.

DONOSO, José (1985). El obsceno pájaro de la noche. Santiago de Chile. Ed. Seix Barral.

FOUCAULT, Michel. (1991) Historia de la sexualidad. V.1 “La voluntad de saber”. México. Ed. Siglo XXI

--(2001) Los Anormales. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

GENETTE, Gerard. (1972). “La Voz”, en Gerard GENETTE. “Figures III”. Paris. Editions Du Seuil.

MORALES, Leonidas. (2004) Novela Chilena Contemporánea. José Donoso. Diamela Eltit. Santiago de Chile. Ed. Cuarto Propio.

RICOEUR, Paul (1996). Sí mismo como otro. Madrid, Ed. Siglo XXI

SARDUY, Severo. (1987) Ensayo Generales sobre el Barroco. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

--(1988) “El Barroco y el Neobarroco” en César FERNÁNDEZ. América Latina en su Literatura. México. Ed. Siglo XXI



Notas:

[1] Ministerio de Educación. Departamento de Programas Culturales. “Donoso, 70 años”. Santiago de Chile, octubre de 1997.

[2] José Saramago. “José Donoso y el inventario del mundo”. Op. cit. pp 24-31

[3] Leonidas Morales. “Introducción a la obra de José Donoso”. Op. cit. pp 38-45.

[4] José Donoso. “El obsceno pájaro de la noche”. Ed. Seix Barral. 8° edición. Santiago de Chile, 1985. En adelante, las citas serán de esta edición.

[5] Los datos referidos al proceso de creación de la novela, fueron obtenidos de un reportaje especial del diario La Tercera acerca de la los archivos del escritor encontrados en la Universidad de Iowa, Estados Unidos, en el cual se dan a conocer fragmentos, cartas y un diario personal. Disponible en Internet: http://www.docs.tercera.cl/especiales/2003/donoso-libros/

[6] Ibíd.

[7] Real Academia Española. “Diccionario de la Lengua Española”. Ed. Espasa Calpe. Vigésima primera edición, edición electrónica, 1992.

[8] Leonidas Morales. Novela Chilena Contemporánea. José Donoso. Diamela Eltit. Ed. Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2004

[9] Michel Foucault. Historia de la sexualidad v 1. “La voluntad de saber” . Ed. Siglo XXI, México, 1991, p. 73

[10] Cfr. Op. cit. p. 75

[11] Paul Ricoeur. Sí mismo como otro. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1996.

[12] Cfr. Op. cit. cap. V-VI.

[13] Cfr. Paul Ricoeur. Sí mismo como otro. Cap. “El sí y la identidad narrativa”. Op. cit. pag.138-172.

[14] Jacques Derrida. La Escritura y la Diferencia. Ed. Anthropos, Barcelona, 1989.

[15] Gérard Genette. La voz. En « Figures III ». Paris, Editions Du Seuil, 1972. Trad. Ramón Suarez. Fot. Universidad de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. Departamento de Literatura, Santiago, 1988.

[16] Ibíd.

[17] Jacques Derrida. La Escritura y la Diferencia. Op. cit. p. 13-14.

[18] Juan-Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos. Ed. Labor. Barcelona, 1969.

[19] Michel Foucault. Los Anormales. Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001, p. 68.

[20] Ibíd.

[21] Severo Sarduy. Ensayo Generales sobre el Barroco. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1987.

[22] Severo Sarduy. “El Barroco y el neobarroco” en César Fernández Moreno. América Latina en su Literatura. Ed. Siglo XXI, México, 1988.



© Mónica Barrientos 2007

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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domingo, 15 de febrero de 2015

Inquisición al surrealismo en sobre los ángeles, de Rafael Alberti. Tenekedjan, Pablo.


Inquisición al surrealismo en sobre los ángeles, de Rafael Alberti.

Tenekedjan, Pablo.

La crítica como ajusticiamiento (introducción)

Algo que parece común a las críticas nacionales, y me refiero a aquellos que no entienden las literaturas nacionales, pero creen que el prestigio literario se funda en traer agua para su molino –aunque los molinos sean gigantes soñados y el agua esté un poco podrida o sepa a jugo barato- , ha sido embolsar detalles para ajustarlos a una homogeneidad inexistente, y poder hablar de “lo especial”  propio.

Tales cosas son irrisorias. Así ha pasado con la influencia de Huidobro en nuestra crítica, o con Borges en algunas variaciones argentinistas; así, sin duda, se habló de un libro necesariamente surrealista en cada uno de los poetas del 27. Lamento, entonces, que Lorca escribiera Poeta en Nueva York, luego de haber sido amigo de Dalí, o que Cernuda tuviera la desdicha de haber simpatizado con el espíritu surrealista, ya que le sirvió para entrar en la larga lista de aquellos aunados por las palabras de Bretón.

Cuando hace algún tiempo me propuse indagar en la poesía española de la Generación del 27 ( o Grupo Poético del 25, o Generación de la amistad, o como guste el lector), lo hice desde la intuición de que mucho de lo escrito, de las pautas para el acercamiento crítico, correspondían a un juicio fácil y antojadizo, o sesgado adrede, o queriendo comprobar gustos personales, o, sin más, con una falta de pertinencia que uno puede adjudicar a muchos aspectos –entre ellos, a la incomprensión- (1).

Alberti es otro de esos casos, y es una pena que la originalidad en Sobre los ángeles, se halle reducida sólo porque tuvo la desgracia (entiéndase, la desgracia de haberlo contado) de soñar y tener fiebre, de escribir en tal estado.

Entre sus obras poéticas, es la mencionada, a mi juicio, una de las más importantes. Pensar acerca de los aspectos que la hicieron relevante es ponerla en contraste con aquella parte de la crítica que en nombre de un mal hispanoamericano, de la paranoia crítica, la ha reducido mucho más de lo que, de hecho, hace toda crítica.

La poesía de este libro ha sido considerada en numerosas oportunidades de cierto hermetismo y, por lo general, relacionada, como he dejado entrever, con la influencia del surrealismo en España (no poco de la falta de discernimiento y  sensibilidad crítica han engordado las filas de obras atribuidas a movimientos cuyos métodos admiten algún tipo de inconsciencia). Sobre el tema se ha discutido luengamente y me propongo, someramente, adueñarme de aquellas consideraciones lúcidas y recalar destructivamente en otras no tan felices,  en pos de un sentido de ajusticiamiento que clama desde los versos. Si el lector  encuentra lo concluyente como satisfactorio, le sugiero abandonar la lectura, puesto que la disquisición planea poner de manifiesto lo erróneo, a partir de la descripción, pero no hacer gala de verdades, ya que trato la crítica en conciencia de sus límites interpretativos, abriendo brechas en el universo de los discursos, pero no cerrando tales mundos al lector.

Cuatro son las relaciones que puedo resumir como abordadas en este sentido: momento de producción, pertenencia de la poesía albertiana a la tradición, elementos autobiográficos (implicancia del recuerdo), y principales rasgos que se le atribuyen a la poesía surrealista. El orden lo dará la obra y no el agrupamiento que propondré por meras razones pragmáticas. Como las conclusiones estarán contenidas en el mismo cuerpo del análisis, creo oportuno decir que esta formalidad (la conclusión) se ausenta.

El ángel surrealista

Las opiniones sobre el surrealismo en Sobre los ángeles, son variadas y, algunas veces, contradictorias. Es notable el hecho de que tales por lo general se remiten a la posible influencia que Alberti habría recibido en la Residencia de estudiantes, junto a Dalí y Bruñel, o bien, por intermedio de Juan Larrea, a quien Luis Cernuda atribuye la mayor bandera del movimiento en España.

Cernuda también apunta que, “aunque francés de origen, el superrealismo llegó a convertirse en movimiento internacional, y eso, más que a influencia literaria se debió quizá a que correspondía a una rebeldía de la juventud, a un estado de ánimo general”(2).

Creo que el camino para tratar el ángel surrealista se abre a partir de la afirmación mencionada, por dos relaciones: en primer lugar, las palabras de André Bretón: “el estado del espíritu, o mejor dicho, el comportamiento surrealista es eterno”(3), nos refieren una correspondencia del surrealismo, al igual que Cernuda, con un estado de espíritu, o de ánimo, mucho más abarcante que el mero conocimiento de la técnica literaria empleada      ( aunque ambos entiendan la palabra espíritu en sentido diferente, juzgo el uso en el francés como decidor de varias consecuencias aberrantes por generalizadoras: de ella, críticos de abstracción dudable, supusieron la surrealidad de muchas obras, ante la incapacidad o ante la impericia de poder reconocer la diferencia entre lo dicho sobre el comportamiento humano –una aparente verdad inquietante- en relación a tal ámbito, de lo afirmado con posterioridad en relación a la aceptación ontológica de dicha verdad por parte de un grupo de hombres que influenciados por tal premisa quisieron activar un método de creación y de ahondamiento en la naturaleza humana por medio del arte.). En segundo lugar, la clara afinidad de tal estado con el que dio origen a las imágenes angélicas, según el mismo Alberti  nos dice: “y se me revelaron entonces los ángeles, no como los cristianos, corpóreos, de los bellos cuadros o estampas, sino como irresistibles fuerzas del espíritu, moldeables a los estados más turbios y secretos de mi naturaleza”(4).

Conocida es la crisis emocional que atravesaba el poeta durante el 27 y 28, años en los que escribió este libro; crisis, que C.B. Morris resume en “amor imposible...celos...triste sombra del amigo suicida, la envidia y el odio, caminatas infinitas, bolsillos vacíos, familia, miedos infantiles”(5).

El orden parece pertinente para un acercamiento a su vida y a la figura del ángel; pero “la presencia del poeta se objetiviza en configuraciones de orden suprapersonal”(6), así como la presencia de los ángeles, que no son en su mayoría “arquetipos y definiciones de lo humano, sino todo lo contrario: criaturas elementales y anteriores a toda precisión intelectual”(7). Estas palabras recuerdan lo que T.S.Eliot llamó “correlativo objetivo” y que A.P. Debicki adjudica como técnica surrealista albertiana, quien crea “poemas que encarnan objetivamente significados objetivos afectivos ... encontrando equivalentes  al significado o a la presencia de que se trata”(8).

La crisis emocional se encarna en los poemas, y los ángeles, irresistibles fuerzas del espíritu, son imágenes de problemas particulares (cómo adjudicarlos, entonces, a un espíritu epocal), actitudes y elementos dentro del mundo y del mismo poeta.

Algo en lo que no deparó Debicki y sí Vivanco es en que estos ángeles de la imaginación se vinculan a lo humano en forma circunstancial; en este sentido, la palabra es creadora de mundo irreales: “se trata de volverse de espaldas a toda realidad y arrancar ya de lo que está más allá del aquí y del ahora”. La palabra se hace instrumento para otra realidad que explica, por ejemplo, la independencia de cada ángel y su multiplicidad significativa. Los ángeles buenos, como tipo, ilustran lo antedicho.

Concebir un seguimiento a modo de ver la obra como ordenada preterintencionalmente, sería no tanto caer en una paradoja metódica, pues, es justamente uno de los rasgos que operan a favor de permitir la definición de algunos poemas como surrealistas, sino alejar la fidelidad posible a una evolución que me parece honesta como observable en la lectura primera de sus versos. Por otra parte, si tenemos en cuenta que la palabra surrealismo significa una intensificación del sentimiento de realidad, vemos que es la misma realidad percibida en forma diferente la que crea un mundo propio, más distorsionado que nuevo.

Sobre la penetración del mundo real en la poesía de Alberti trata Paul Ilie, quien divide en dos etapas dicha penetración. Sobre los ángeles pertenece a la primera, cuando el mundo real “trasforma su poesía inicial de un elaborado edificio barroco en un lugar más habitable para su yo subjetivo”(9). Se produce una distancia mayor entre la subjetividad y su retórica, que no es otra cosa que la tensión entre la emoción real y los artificios metafóricos. Esta es la disparidad que a mi juicio vamos a encontrar en la imagen del ángel: el simbolismo emocional de la palabra y la imagen real (significado simbólico y natural, respectivamente) no tienen relación. Atribuir semejante artificio a la exclusividad del surrealismo se me antoja absurdo, buena parte del Romanticismo alemán gozó de él sin por ello denominarlo necesariamente romántico.

Al destruirse la percepción normal en un mundo creado, Alberti produce un desacuerdo sensorial que es reflejo de sí, y que se da por la “reversibilidad de las sensaciones”(10)-sinestesias- que la crítica ha gustado en llamar mecanismo de percepción surrealista, pero que históricamente su proliferación responde a procesos tensionales de diferentes tipos.

La confusión de la percepción se transforma en una forma de muerte para el mundo normal, abriendo tal vez las puertas a la surrealidad.

Debicki divide los ángeles en positivos y negativos (que representan el conflicto del tema central), Salinas explica la ausencia de ángeles verdaderamente buenos y malos, porque el infierno o el paraíso están situados en el poeta mismo, en el subconsciente. Sin embargo, “hay ángeles muy cercanos a los ángeles malos tradicionales: los bélicos, el rabioso, el ceniciento, el de la ira, el ángel de la luz, los vengativos, los crueles”(11).

Los ángeles participan en el bagaje albertiano en otras obras, pero su presencia es mínima y no generan como en ésta un mundo diferente al teológico. Una postura opuesta es la de Salinas de Marichal, quien ha defendido la vinculación de nuestros ángeles a la tradición poético-religiosa, permitiéndose, además, circunscribir toda la obra del poeta a la tradición.(12). El juicio, de ser correcto, implicaría otro instrumento que agregar a la tesis de la no surrealidad de la obra (al basarse en la tradición, al ser imagen convencional, claro está).

Sobre el punto vale referir que  según lo allí leído, existe, desde muy tempranas épocas, el concepto de ángel caído. El espacio en ellos no es el habitual, pero su función de aquellos que se mueven entre el cielo y la tierra es la de comunicar el amor (o el odio) de(a) Dios. El espacio puede dividirse en planos en donde hay categorías diversas de ángeles: el testamento de Leví, por ejemplo, da siete clases de ángeles, entre los que se encuentran unos que castigan y otros destructores. En el libro de Alberti, dicho orden es inexistente, pero la crítica utiliza la palabra “destruye”, para vincular a la jerarquía celestial el hecho de que “para deshacerlo tuvo que imaginarlo”; o para referir que, como ya habrá reaccionado mi lector, la tradición consta de una gran variedad de ángeles y de funciones(13).

Otra vinculación está en la utilización de adjetivos, ampliándolos, que se aplican a los ángeles en los textos sagrados, relacionados con su función. Esto nos podría importar en la medida de que encontremos alguna correspondencia funcional o de imagen con las tradicionales; de otra forma, los ángeles seguirán siendo originales y explicables desde otro punto de vista. No me parece adecuada la ampliación que sugiere Marichal a la mayoría de los ángeles por una adjetivación que no comprueba sino sólo semeja a las de La Biblia.

Se ha dicho que el surrealismo trata de “modificar las estructuras sensibles del mundo dado”(14); para ello, utiliza entre otras técnicas el método de desplazamiento; es decir, la pura traslación del objeto a un ambiente inhabitual. Desde este punto de vista el espacio ocupado por los ángeles, más allá de las coincidencias que encuentre Salinas de Marichal, es completamente atípico. Esto bien puede relacionarse a otra técnica de modificación de la percepción por medio de la irracionalización de la cosa, que consiste en dos operaciones básicas: el olvido voluntario (la supresión de las imágenes mnémicas asociadas), que podemos encontrarlo, de verlo así, en las imágenes que amplían y desrealizan ángeles, que no tienen la forma tradicional, que no son ángeles más que por la palabra misma que los nomina; y la enestructuralización, la concentración del objeto en sí, cortando la idea de su función: característica que se da plenamente en la mayoría de los ángeles. ¿Coincidencias o adopción?

Hay que tener en cuenta que Alberti jamás se dijo surrealista y nunca dio cuenta de haber seguido sus técnicas, a excepción del pasaje que habré de citar, correspondiente a La Arboleda Perdida, y que se ha orgullosamente asociado, ipso facto, a la manera surrealista.

Para mí esta es la gran arbitrariedad que se comete en la interpretación de la obra. Quisiera repetir algo que aparecerá como evidente, para que se tenga en cuenta en qué sentido se puede hablar de surrealismo en Sobre los ángeles: Alberti no fue y no practicó el surrealismo, pero las circunstancias y su producción artística llevan el karma de hacer coincidir los resultados, aunque su estética poética no contenga un ápice de las técnicas del movimiento.

André Bretón y sus seguidores sobrevaloran los sueños por constituir otra realidad, fuera de la diurna habitual; realidad que posee una sintaxis de imágenes enteramente distinta, la cual, es fuente indudable de emocionalidad. De los sueños no se trata de extraer conocimientos, sino que sirven para ampliar la extensión de la vida exterior, para enseñar la relatividad de la lógica al uso, y para relacionarlo con su esfera objetiva. “Entrañan una sistemática basada en la simbolización, el desplazamiento, la concentración y la sobredeterminación”. Estas leyes existen también en lo subliminal y en esto me importan, pues, como señala Vivanco, “no es en el sueño, sino en la máxima vigilia que algunos ángeles –de los números, “los dos ángeles”, “el ángel bueno”- son productos del recuerdo; para mí, agrego, sin intención trasfiguradora, por lo dicho en La Arboleda Perdida: “a tientas sin encender la luz, a cualquier hora de la noche, con un automatismo no buscado, un empuje espontáneo, tembloroso, febril, que hacía que los versos se taparan los unos a los otros, siéndome a veces imposible descifrarlos en el día”.

Alberti obra casi maquinal e inconscientemente, “en la penumbra que precede al sueño” como dijera J.L.Borges.

La expresión automática, como más espontánea, tiene muchas probabilidades de arrojar cargas emocionales que no se revelarían de otro modo. El plano preconciente, asimilado al ánimo, y por tanto, pertinente a las figuras estudiadas, se refleja en las imágenes con gran precisión. Los llamados restos diurnos emergen en el automatismo verbal, del cual nos concierne como elemento diferenciador, la interferencia entre el idioma visual y verbal (imágenes figurativas, frases, respectivamente). Pero si hacemos caso a la palabras, realmente, Alberti nos señala la impertinencia de referir tal verbalización a una técnica surrealista, es más, el muestreo de la litotes “no buscado” me parece más decidor que cualquier aventuranza crítica: no hay adopción adrede de tal método; la urgencia restaña sobre las preconcepciones estéticas que quieran forzar ( a ello debe el contraste con su obra inmediatamente anterior).

Tanto las técnicas psíquicas como artísticas del surrealismo giran en torno a la cuestión del mundo, de los elementos de su organización. Dos son los comportamientos del surrealista en este sentido: aversión al orden en que habitualmente aparecen las cosas y veneración de los objetos. Cirlot analogiza el objeto como “símbolo del ser individual”, y la organización de las ideas como “la transferencia a un plano distinto de la constricción circunstancial que pesa sobre el hombre”(15). De esta forma se pueden ver las imágenes de los ángeles como lo hace George W. Connell, quien separa en temas el libro, relacionándolo con la vida del poeta.

Se afirma, por otra parte, que el odio a la realidad dada y el anhelo de lo maravilloso son actitudes propias del surrealista y muy propias de Alberti por aquellos años; tales actitudes se traducen en signos contradictorios que desgarran aspectos de lo real (contenido manifiesto del mundo-universo) e injertan alusiones al contenido latente, impulsado por el deseo. El placer y el dolor, el bien y el mal, como elementos especialmente aptos para ser contrapuestos. Este perspectiva parece ser la tomada por Luis Vivanco al dividir los ángeles en positivos y negativos.

Queda de manifiesto, sin embargo,  que los objetos no son, directamente, los ángeles, sino el ser individual y su estado ( concepto que, aclarado en la introducción, hace de este trabajo una redundante perífrasis y una mal justificada paráfrasis crítica); este estado es el que subvierte el orden en que habitualmente aparecen las cosas (según Cirlot) por un odio a la realidad dada (Vivanco): la imagen del ángel es un reflejo, un eco de esto en tanto es desrealizada.

Si bien el momento de producción, referido por Alberti en La Arboleda Perdida, nos hace pensar en una escritura automática, en imágenes en el límite de la vigilia y el sueño, es evidente que muchos de los poemas no fueron creados en tales circunstancias; aunque no es motivo para dudar de la palabra del poeta, sino para exponer las diferencias de origen ( por momento de producción) y las similitudes temáticas, que son reflejo de un ánimo seguramente real.

De la misma forma, la imagen tradicional del ángel irrumpe en algunos poemas; precisamente en aquellos que muestran una clara conciencia de creación. A pesar de ello, la mayoría de las imágenes angélicas pueden suponerse creadas no a partir, sino como resultado de un estado ligado en ciertos casos al surrealismo. Las dudas, producto de la mezcla de rasgos surrealistas y otros que no lo son, pueden verse agravadas al correr de los poemas, en tanto el poeta se va “adentrando” a la crisis personal. Coincido aquí con Morris al decir que “no hay salida”; agregaría que la única posible se da en el plano estilístico, en un surrealismo, si se permite la expresión depurado ( no inducido, sino vivido espontáneamente). Lo anterior es puesto en evidencia correctamente por Bousoño(16): hay un paso del surrealismo primario a uno secundario.

Los elementos autobiográficos, al igual que las imágenes tradicionales angélicas, juegan su papel de importancia. El rastreo de tales elementos no significan  la no surrealidad de la imagen; antes bien, nos refieren restos diurnos, recuerdos que no tienen por qué pertenecer a un grado de conciencia sobre el originado.

Boris Pasternak aseguraba que la objetividad sólo puede ser conocida por el creador al leer su poema y desconocerlo; quizá sea el mismo desconocimiento del que habla Alberti en su libro autobiográfico. Tal cosa, como la influencia de Larrea o Bruñel, seguirán como puntos oscuros que importan mínimamente a la lectura.



(1) Señalo el caso de José Maristany, quien al escribir el prólogo a Críticas, ensayos, evocaciones de Luis Cernuda, lo hace con un supuesto fuerte: la idea de que fue O.Paz su crítico más lúcido. Haciéndose cargo de ello, logra amortiguar la serie de obscenidades que una dureza académica y algunos revanchistas ideológicos formaron sobre la poesía del sevillano.

(2) Cernuda, Luis. Estudios sobre poesía española contemporánea, Ediciones Gua­darrama, Madrid, 1957, p.192. He de aclarar que el circunscribir el movimiento a un estado de ánimo poco aclara y más bien relativiza toda pertenencia, si entendemos que su aceptación implica algo más que el compartir aquello, es decir, adoptar una estética y una técnica; hecho que jamás ocurrió en Cernuda y creo que, apenas, en Alberti.

(3)  Nadeau, Marcel. Histoire du surrealisme, Ed. Prax, París, 1954, p.115.

(4) Alberti, Rafael. La arboleda perdida, Losada, Buenos Aires, p.269.

(5) Morris, C. B.   “Las imágenes claves de Sobre los ángeles”, en Rafael Alberti, Ed. Taurus, Madrid, 1975, p.98.

(6) Vivanco, Luis F. “Rafael Alberti en su palabra acelerada y vestida de luces”, en Op. Cit. Ibid. Nota 4, p. 119

(7) Op. Cit. Nota 5

(8) Debicki, A. P. “El correlativo objetivo en la poesía de Rafael Alberti”, en Rafael Alberti, Ed. Taurus, Madrid, 1975, p. 129. Lo relativo, por otro lado, es que Eliot lo afirma en virtud del imaginismo.

(9) Ilie, Paul. “Retórica Surrealista”, en Los surrealistas españoles, Taurus Ediciones, Madrid, 1972 (versión española de J.Curuchet), p. 87.

(10) Ibid. Nota 8.

(11) Salinas de Marichal, Solita. El mundo poético de Rafael Alberti, Ed. Gredos, Madrid, 1975, p.241.

(12) Cfr. Op.cit. Nota 10

(13) Cfr. Alberti, Rafael. Sobre los ángeles, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p.17. La separación en ángeles buenos y malos también se da en un drama religioso medieval, El esclavo del demonio, de Mira de Mescua; la diferencia está en que Alberti no los puede definir: “ángeles malos o buenos”. Esta dualidad se presenta en los ángeles cristianos, donde el vengador es a la vez bueno o malo, cosa que adopta en algunos poemas.

(14) Cirlot, Juan Eduardo. Introducción al surrealismo, en “Revista de Occidente”, Madrid, 1953.

(15) Op. Cit. Ibid. Nota 13

(16) Bousoño, Carlos. Superrealismo poético y simbolización, Ed. Gredos, Madrid, 1979, p.365.

Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile ISSN 0717-2869.

viernes, 13 de febrero de 2015

La poesía de Luis Rosales José María García de Tuñón Aza.


La poesía de Luis Rosales
José María García de Tuñón Aza
Luis Rosales (Granada 1910 - Madrid 1992)
Luis Rosales en 1972

Quizá haya sido el poeta granadino la figura más interesante de la generación de 1936{1} y uno de los mejores poetas que dio España en el pasado siglo. Nace Rosales en Granada el 31 de mayo de 1910. Estudió en los escolapios y cuando termina el bachiller se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras y en la de Derecho. Fue en la Universidad donde entabla amistad con el poeta García Lorca de quien más tarde publicaría un ensayo sobre el Romancero gitano en la revista Cruz y raya que dirigía José Bergamín, aunque su vocación poética surgió en torno a los componentes de la revista El Gallo donde colaboraba el propio García Lorca. Pero Luis Rosales ya se había sentido poeta relativamente pronto pues el conocimiento de Federico García Lorca y de algún otro amigo no le sirvió para despertar en él el sentimiento poético. «Me sirvió -dice Rosales- para hacer las cosas mucho mejor que las que había hecho anteriormente.»{2} En 1930 se traslada a Madrid, ciudad que acogía en ese momento tres generaciones de escritores, donde continúa sus estudios que había abandonado en su Granada natal.

Aunque ya había publicado algunos poemas, su primer libro de versos no se presenta hasta 1935. Se titulaba Abril, y es, en su totalidad, un libro de poesía amorosa inspirado, al parecer, en una antigua relación que mantuvo con una compañera de estudios. Empezó escribiendo amorosa para terminar escribiendo «poesía enamorada», nos dice Julián Marías. Esa primera obra hizo su impacto entre los que querían incorporarse a la vida literaria madrileña porque señala una fecha importante para la poesía española: «Cuando aparece Abril, la batalla vanguardista de renovación de la palabra poética a través de las imágenes, ya ha sido ganada. Y Luis Rosales ha sido de los primeros en darse cuenta de ello. Si en algún momento la imagen ha tenido más importancia que la palabra, ahora va a suceder todo lo contrario y la palabra va a ser más importante que la imagen.»{3} El periódico El Sol saludaba al poeta como capitán de una coqueluche dispuesta a «contener en moldes duros una poesía que se expandía ya demasiado, como gas libre, en el verso suelto»{4}, gracias a su obra Abril un libro dividido en tres partes: Vigilia del agua, Primavera del hombre y Poemas en soledad:

Abril, porque siento creo,
por calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos
que son sino devaneo?;
mirando la nieve veo
memoria de tu hermosura,
y cuando vi en su blancura
tu inmediata eternidad
¿fuiste sino claridad
temblor, paciencia y dulzura?{5}

Poco antes de aparecer Abril, Rosales conoce en Madrid a Ricardo Gullón y éste le recordaría viviendo en una pensión del barrio de Salamanca con Leopoldo y Juan Panero. «No puedo imaginarlos ni recordarlos separados; siempre juntos, con Luis Felipe Vivanco también. Este era el grupo que trataba de renovar la poesía española de aquellos momentos. Después de la vanguardia se imponía, a juicio de Luis ?que era la cabeza rectora de este grupo?, una transformación de la poesía española hacia la espiritualidad. Yo llamé movimiento de salvación del espíritu lo que Luis intentó realizar en Abril»{6}, porque cuando apareció la obra, España estaba en vísperas de una gran convulsión espiritual que alcanzaría prácticamente a todos. «Es importante recordar -continúa diciendo Gullón- que la guerra supuso para Luis Rosales un choque tremendo porque él amparó a Federico García Lorca en su casa. Fue por ese motivo perseguido, se le quitó la camisa azul que le habían dado poco antes y después tuvo que soportar la infinidad de calumnias y miserias que se vertieron con motivo de la muerte de Federico García Lorca.»{7}

Un García Lorca de quien Rosales cuenta cómo el autor de Mariana Pineda «estaba decidido a que realizáramos entre los dos una composición a los muertos, a los muertos en los dos bandos. Él quería que fuese una cantata, o una especie de romance para poderlo cantar. Algo que no fuese una elegía. Y él se reservó la parte musical, para que yo compusiera la letra. La música no la tenía escrita, pero sí pensada, y a mí me le interpretó varias veces en el piano de mi tía. Yo no había escrito la letra. Posteriormente, a la muerte de Federico, yo hice mi poema como una elegía a los muertos, que no era el que yo pensaba, pero que no pudo llegar, que nació influido por aquellas conversaciones tan repetidas que tuvimos. Mas al morir mi amigo, la poesía tomó el rumbo de la elegía.»{8} Elegía que tituló La voz de los muertos y que termina con estos versos:

Y así en la tierra dura que el trigo amarillece
Vuestro silencio ha sido la primera Verdad.
¡Silencio enajenado que la muerte hermosea!
¡Silencio que ha de ser tierra para el arado!
¡Gloria espaciosa y triste donde descansa España
Su viril hermosura tan antigua y tan nueva!
¡Tierra entera de sangre que es la voz de tus muertos
¡Y nos da nacimiento, costumbre y agonía!
¡Tierra que sólo brinda paciencia y superficie!
¡Tierra para morir, deshabitada y loca
Por cumplir tu hermosura,
Oh España, Madre España!{9}

Aunque Luis Rosales declaró en 1976 a la periodista Estela Cirelli que «a mí la política no me interesa»{10}, lo cierto es que se afilió a Falange siguiendo la estela de sus hermanos Antonio y José que ya lo eran poco después de que este partido fuera fundado por José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, esta afiliación de nada le sirvió cuando los «fantasmones encaramados en el Poder», que había escrito el propio José Antonio, a punto estuvieron de fusilarle por haber tenido escondido en su casa al autor de Bodas de sangre. «Lo cierto es que Luis Rosales estuvo en peligro de ser él también muerto a consecuencia del asunto Lorca. Fue expulsado de Falange por el capitán Rojas, ya jerarca del partido, y se abrió una investigación sobre su conducta. Nos ha contado el propio Rosales.»{11} Al final todo se redujo a «una multa importante» que tuvo que pagar su padre.

Todas estas vicisitudes hicieron que Pedro Laín Entralgo considerara a Rosales como «un refugiado interior». Y así lo cuenta cuando colaboraba en el periódico Arriba España, en aquel entonces la publicación más intelectual entre las de su género, y en donde «nos juntó el dolor de nuestro pueblo; no su saña, aunque entonces la había, sino su dolor»{12}: «Vino a Pamplona desde Granada, principalmente para poner distancia geográfica entre él y un terrible suceso ?el asesinato de Federico García Lorca? del cual había salido éticamente limpio y cordialmente dolorido. El acto de su comparecencia fue deslumbrador: una lectura de sus últimos poemas, inéditos todavía, en el despacho del director de Arriba España. La palabra de sus versos ?intensa, honda, alquitarada? nos envolvió a todos sus oyentes y nos instaló por igual en el alciónico ciclo de la poesía y en el suelo patético de la vida española. Esos versos abrieron la vía de nuestra amistad, firme y creciente desde entonces.»{13}

Arriba España nace en agosto de 1936 dirigida por el clérigo Fermín Yzurdiaga y el poeta Ángel María Pascual. Era esta publicación, por aquel entonces, la más intelectual entre las de su género y el primer periódico nacionalsindicalista cuya aparición era una vez a la semana. En un primer momento se pretendió que llevase solamente el nombre de Arriba que además su cabecera haría grata a los falangistas; pero no cristalizó esta primera idea pensando que de ella querría disponer el propio José Antonio una vez liberado porque todavía se seguía pensando en su liberación. Fue Yzudiaga quien finalmente optó porque el nuevo periódico se titulará ¡Arriba España! con dos admiraciones en un principio, pero «fueron retiradas de la cabecera el 11 de octubre del 36.»{14} Tuvo un buen plantel de colaboradores y gozó de una cierta autonomía informativa pudiendo defender sin grandes problemas sus puntos de vista; aunque años más tarde serviría para que la labor del clérigo fuera duramente criticada: «El activo cura navarro transformó la retórica usual de Falange: empleó hasta el cansancio la palabra discurso como epígrafe de sus escritos; hizo escribir en rituales mayúsculas las palabras clave (Revolución, Imperio, Mando, César); se obsesionó con las inscripciones latinas…»{15}

La incorporación de Luis Rosales a este periódico pamplonés fue debida a Dionisio Ridruejo que consideró al poeta como la revelación poética más importante de aquellos años. Para él supuso la entrada de un gran vate que «empezaba a ser lo que luego iría siendo en plenitud y sin barajar sus cartas: crítico, erudito, pensador y conversador original y encendido, unos de los más sugestivos que se hayan dado en una tierra donde el hablar derramado ha consumido tantas -y algunas del todo- fuentes de ingenio.»{16} También Rafael García Serrano, que coincidió en la redacción del periódico con Luis Rosales, lo recordaría años después «siempre con el mono caqui claro, casi colonial, de las Banderas andaluzas, no recuerdo si trincheras negras o correaje a la inglesa, y con la pistola al cinto. Fue él quien me comunicó, a orillas del Gayarre, que ediciones Jerarquía iba a publicar mi Eugenio.»{17}

Según el escritor Andrés Trapiello, los poemas de guerra de Luis Rosales se publicaron en Jerarquía y es cierto, pero olvida el libro Los versos del combatiente a quien el jesuita Gabriel María Verd dedica un artículo en la revista Letras de Deusto. El libro, de difícil localización, según dice un poco exageradamente Verd, aparece sin nombre de autor en la portada, aunque sí en la cubierta: «Sargento de morteros José R. Camacho.»{18} Dice el jesuita que la primera noticia del libro le llegó por una mención que precisamente hace Rosales, a la muerte de Pemán, en el diario Abc. Posteriormente, en 1987, tuvo una entrevista con el poeta quien le señaló que el libro había sido preparado en Burgos por encargo de Dionisio Ridruejo. Colaboraron en él: Luis Felipe Vivanco, Manuel Machado, José María Pemán, Leopoldo Panero, Luis Rosales, y, muy posiblemente, Dionisio Ridruejo y Agustín de Foxá. La duda de la participación se produce porque ninguno de los versos venían firmados y al tratar de identificarlos, Rosales no pudo reconocer ninguno, pero estaba seguro de su colaboración. Después de tanto tiempo el poeta solamente señaló como suyos nueve poemas y cinco probables. Entre los propios hay uno poco conocido, aunque lo recogen sus Obras Completas, dedicado a José Antonio Primo de Rivera, que tituló, José Antonio:

Para cumplir con la muerte
silenciosos.
¡Acuérdate de nosotros!

Para hacer que la victoria
sea de todos.
¡Acuérdate de nosotros!

Para llevar a los débiles
sobre el hombro.
¡Acuérdate de nosotros!

Para no ser de los unos
y de los otros
¡Acuérdate de nosotros!

Para que amemos a España
sobre todo
¡Acuérdate de nosotros!

¡Y para ser en la Patria
la exactitud y el decoro,
para buscar el milagro
con los ojos!

¡Para salvar la esperanza!
José Antonio:
¡Acuérdate de nosotros!{19}

Pero volvamos a Jerarquía la «revista negra de la Falange» de cubiertas negras con letras doradas y sus páginas encuadradas con viñetas y alegorías. Intelectualmente influyó en la misma Eugenio d’Ors, contó con la inspiración de Ángel María Pascual y colaboraron en ella los más destacados intelectuales falangistas. Editó durante los años de guerra numerosos libros, como por ejemplo, Eugenio de García Serrano, y hasta la antología Poesía heroica del imperio de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco. La poesía ocupó buena parte de las páginas de la revista: Ridruejo, Foxá, Basterra, d’Ors, Vivanco, Rosales, etc., vieron sus poemas publicados en ella que sólo publicó cuatro números: invierno de 1936, octubre de 1937, marzo de 1938 y un último fechado en 1938. Otra obra editada por Jerarquía fue la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, donde participarían veintiséis poetas y, entre ellos, Luis Rosales cuyo soneto dedicó «a José Antonio, que descubrió, expresó y defendió la verdad de España. Murió por ella»: Tú amaste el ser de España misionera / frente al peligro y por la luz unida, / el ser de la evidencia enaltecida / del mar latino en la ribera entera…

Vendría más tarde la revista Vértice que comenzó en abril de 1937 y finalizó, tras 81 números, en 1946. Colaboraron todos los escritores y poetas mencionados. También vieron la luz interesantes trabajos: desde novelas canónicas de Concha Espina a las «moralités» de Zunzunegui, las fantasías de Cunqueiro y los relatos de Edgar Neville. Luis Rosales publicó, a título de ejemplo: Ofrecimiento (Guardia en el parapeto) cuyos primeros y finales versos dicen así:

Esta noche, cierta y clara,
se puede morir; vendría
la muerte calladamente
hasta la sangre sumisa,
calladamente durmiendo
su pujante valentía…
………..
y en esta esperanza que tengo
Señor, te la ofrecería.{20}

Acabada la guerra, el reto más importante que se plantearon los intelectuales falangistas fue Escorial «revista de cultura y letras», dirigida en sus primeros números por Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo como subdirector. Aparece en noviembre de 1940 y este número comienza con un Manifiesto editorial: «Interesaba de mucho tiempo atrás a la Falange la creación de una revista que fuese residencia y mirador de la intelectualidad española […]. Escorial no es una revista de propaganda sino honrada y sinceramente una revista profesional de cultura y letras. No pensamos solicitar de nadie que venga a hacer aquí apologías líricas del régimen o justificaciones del mismo…»{21}. Rosales colaboró en este primer número con un artículo titulado Poesía y verdad donde agradece el «libro, titulado sencilla y esperanzadamente Primer Libro de Amor» de Dionisio Ridruejo, publicado en 1939.

En el mes de diciembre siguiente, ya acabada la guerra, aparece el segundo número y Rosales publicó Retablo Sacro del nacimiento del Señor, que se trata de un conjunto de 15 poemas, más una pieza introductoria compuesta por décimas: Dicen que el niño ha nacido, / y el corazón en la brisa / tiene una fiesta imprecisa / de campanario sin nido…{22} .Este Retablo tuvo una segunda edición en el año 1964 y pasó a tener 31 poemas. Después la edición que publicó Seix Barral de la Poesía reunida,se incrementó con ocho poemas más, por ejemplo: Romance que termina cuando se hace la luz, y que comienza con estos versos: Augusto ha dado un edicto; / para cumplir lo mandado; / hacia Belén de Judea / va la Virgen caminando…{23}. Serían otras muchas las colaboraciones de Rosales en esta «revista de cultura y letras». Vemos también su texto en prosa El contenido del corazón publicado en el noveno número, anticipo del libro del mismo título, y que a modo de confesión se sincera: «¿Escuchas? Son unas palabras sinceras, graves y doloridas; unas palabras que van buscando su verdad. El hombre que las dice, el hombre que se encuentra en el Retiro porque no puede regresar a parte alguna, el hombre que ahora se sueña y luego irá donde nadie le espera, soy yo mismo. Soy yo mismo, que me estoy recordando para conocerme el dolor, soy yo mismo, que tengo treinta años y aún no he dado el dibujo de mi hombredad, soy yo mismo, que no sé si afirmo algo, si digo algo, cuando repito, con la esperanza puesta en Dios, que soy yo mismo»{24}. Con este trabajo, encontró su expresión personal y la voz poética que después llevó a otros trabajos.

En el semanario El Español, fundado por el jonsista Juan Aparicio en 1942 y que duró hasta 1956, la participación de Luis Rosales es más bien muy escasa y apenas sus estudiosos hacen referencia alguna a esas colaboraciones del poeta. En el número siete del semanario publica un artículo que tituló El último heroísmo y alguna casa más del siglo XVII: «Es muy difícil resistir el mal cuando se encuentra dentro de nosotros, constituyendo nuestro ser; y el senequismo, verdaderamente, es la médula misma de la conciencia nacional, es el núcleo permanente y estoico sobre el que se tiene su asentamiento nuestra conducta. Es, por tanto, difícil y doloroso censurarle; pero si bien es cierto que él ha brindado a nuestro carácter su inequívoca dignidad, no es menos cierto que al mismo tiempo le restó ímpetu y le debilitó. Su voz es tan hermosa, tan altiva y está además tan afincada a nuestro ser, que apenas advertimos o moralizamos, incidimos en él; y lo más digno de advertir es que se ha pretendido, y aún se pretende, darle vestidura cristiana; no la tiene en verdad…»{25}. No volvería a colaborar en la revista hasta el año siguiente con otro artículo, sería el segundo y último, que tituló El sentimiento del desengaño, donde escribe la poesía Carta a las damas de la Corte para los galanes que iban a la Armada que comenzaba con estos versos: Los galanes de la Corte / que fuisteis a la jornada / las huérfanas de Madrid / os envían esta carta…{26}

En 1949 publica La Casa encendida. «Hacía mucho tiempo -dice Luis Felipe Vivanco- que Luis Rosales quería escribirse su poema integral, o lo más completo, desde el punto de vista de las realidades y experiencias humanas incorporadas a él […]. Un poema sin otro tema o materia que el de la existencia concreta de un hombre referida a sus dualidades elementales de memoria y olvido, vida y muerte, soledad y compañía. Y este poema, lo consigue en La Casa encendida»{27} porque el poeta cree en la poesía: «Vivir es volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas: se van. Y esto es morirse», dice Rosales:

Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que
llegaras
y encendiste la luz, para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas
como estarán dentro de un año…{28}

En 1951 publica Rimas en «Cultura Hispánica», libro por el que obtiene el Premio Nacional de Poesía. Ambas obras: La Casa encendida y Rimas, están consideradas como la plenitud poética del poeta. Desde los años 1953 a 1965 dirige la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Entre tanto, había publicado, año 1960, Cervantes y la libertad, excelente libro ensayísticocon prólogo de Ramón Menéndez Pidal, y fue premiado al año siguiente con el «Mariano de Cavia» por un artículo sobre el pintor Zabaleta. En 1962 fallece Ramón Pérez de Ayala, y Rosales pasa a ocupar su vacante al ser elegido por unanimidad académico numerario de la Real Academia Española.

Sigue trabajando y publica en el año 1966 El sentimiento del desengaño en la poesía barroca. Después, El contenido del corazón y Pasión y muerte del Conde de Villamediana lo publicaría en el año 1969. El siguiente año obtuvo el Premio de la Crítica con El contenido del corazón. A esta obra le seguirían en años posteriores Segundo Abril, Teoría de la libertad, Lírica Española, Canciones, Las puertas comunicantes etc. hasta que en 1982 gana el Premio Cátedra de Poesía Fray Luis de León-Ciudad de Salamanca, publica Un rostro en cada ola, y obtiene el Premio Miguel de Cervantes propuesto por la Real Academia Española de la Lengua y en dura competencia. La entrega del premio tuvo lugar en la Universidad de Alcalá de Henares y en su discurso de recepción dijo, entre otras cosas: «He dedicado gran parte de mi vida al estudio de la obra de Cervantes y pienso que hablar de él, en este día, no es solamente una obligación, sino una forma de agradecimiento. La lectura de Cervantes me ha dado muchas alegrías. Sin embargo, ¡cuidado! Una cosa es leer y otra es caer, pues la lectura del Quijote se nos adentra tanto que a veces es igual que una caída. Una caída de difícil y lenta recuperación, pues te puedes pasar la vida entera sin levantarte de ella…»

Poesía reunida (1979-1982), Oigo el silencio universal del miedo, El desnudo del arte y otros ensayos, Esa angustia llamada Andalucía, y, por último, Antología poética con prólogo de Laín Entralgo, serían sus últimas publicaciones. Porque la muerte que «no vendrá vencedora ni vencida», como él había escrito, le sorprendió el 24 de octubre de 1992. Después, su obra sería siempre recordada en España y fuera de ella por los buenos y fieles lectores de nuestra poesía.

Notas

{1} Martínez Cachero, José María, en su libro La revista de poesía. Garcilaso (1943-1946) y sus alrededores, dice: «La revista Ínsula tuvo a bien dedicar el número doble 224-225 (julio-agosto 1965) a este asunto generacional. Reconociendo lo que nuestra guerra civil supuso en la vida y obra de esta generación, casi todos los colaboradores y casi todas las personas convocadas en la encuesta de las páginas 6 y 7 vienen a afirmar su existencia, si bien Luis Rosales, uno de sus integrantes, estima que sería preferible llamarla de 1935, que es un año más importante literariamente hablando que 1936». Devenir Ensayo. Madrid, 2005, pág. 86.Por otro lado, en unas declaraciones que hizo en el diario de Oviedo La Nueva España, el 27 de mayo de 1979, dice: «Las generaciones son conceptos y los conceptos son muletas, que en la medida que sirven para andar, sirven para algo, pero, en definitiva, no apresan la realidad. A la generación a la que yo pertenezco se le han dado distintos nombres, la generación del 35 o la generación del 36, como a la generación del 97 a la que también se le han dado distintos nombres. Yo pertenezco a la que se llama la generación posterior a la del 27, generación 35 o generación 36.»

{2} Diario La Nueva España, Oviedo, 27 de mayo de 1979, pág. 38.

{3} Vivanco, Luis Felipe, Introducción a la poesía española contemporánea, Ediciones Guadarrama. Madrid, 1974, pág. 114.

{4} Citado por Alberto Porlan, en Luis Rosales. Antología poética, Alianza Editorial. Madrid, 1984, pág. 11.

{5} Rosales, Luis, Obras Completas.Poesía, Editorial Trotta. Madrid, 1996, pág. 124

{6} Gullón, Ricardo, Nobleza de ideas, en el diario Abc de Madrid, 31 de mayo de 1990, pág. 60.

{7} Ibíd.

{8} Molina Fajardo, Eduardo, Los últimos días de García Lorca, Plaza & Janés. Barcelona, 1983, pág. 177.

{9} Jerarquía nº 2, octubreMCMXXXVII.Este poema fue recogido posteriormente, con algunas modificaciones de texto, por LUIS ROSALES: Obras Completas. Poesía, Editorial Trotta. Madrid, 1996, págs. 209-210.

{10} Diario La Nueva España, Oviedo, 4 de julio de 1976, pág. 31.

{11} Gibson, Ian, Granada en 1936 y el asesinato de García Lorca. Editorial Crítica. Madrid, 1986, pág. 229.

{12} Laín Entralgo, Pedro, ¿Quién eras tú? Diario Abc, 25 de octubre de 1992, pág. 78.

{13} Laín Entralgo, Pedro, Descargo de conciencia (1930-1936), Alianza Editorial. Madrid, 1989, pág. 221.

{14} García Serrano, Rafael, La gran esperanza, Editorial Planeta. Barcelona, 1983, pág. 175.

{15} Mainer, José-Carlos, Falange y Literatura, Editorial Labor. Barcelona, 1971, pág. 39

{16} Ridruejo, Dionisio, Casi unas memorias, Editorial Planeta. Barcelona, 1976, pág. 138.

{17} García Serrano, Rafael, op. cit., pág. 247.

{18} Se trataba de José Rosales, hermano del poeta, que también componía versos y que era un personaje muy popular en Granada.

{19} Rosales, Luis, Los versos del combatiente, Citado por Gabriel María Verd, S. J. en Letras de Deusto, nº 39 sep-dic., pág. 26. También en Obras Completas, Op. cit., pág. 730.

{20} Revista Vértice, nº 13, agosto, 1938.

{21} Revista Escorial. Tomo I. Madrid, noviembre, 1940, págs. 7 y 9 .

{22} Ibíd.., diciembre, 1940, pág. 247

{23} Rosales, Luis, Poesía reunida, Editorial Seix Barral. Madrid, 1981, pág. 105.

{24} Rosales, Luis, El contenido del corazón, en la revista Escorial, nº 9, julio, Madrid, 1941, pág. 67.

{25} Semanario El Español, nº 7, 12 de diciembre de 1942, pág. 11.

{26} Ibíd.., nº 45, 4 de septiembre de 1943, págs. 1 y 12.

{27} Vivanco, Luis Felipe, Introducción a la poesía española contemporánea. 2, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1974, pág. 138

{28} Rosales, Luis, La casa encendida. Editorial Revista de Occidente, Madrid, 1967, págs. 25 y 26.
http://www.nodulo.org/ec/2013/n141p09.htm

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