jueves, 8 de enero de 2015

AUGUSTO CESPEDES PATZI


AUGUSTO CESPEDES PATZI



CÉSPEDES PATZI, Augusto (Cochabamba, 1903 – La Paz, 1997).- Escritor, historiador, político, diplomático y periodista.
Abogado titulado en la Universidad de San Andrés (1924). Asistió a la Guerra del Chaco primero como corresponsal de ‘El Universal’ de La Paz (1933) y luego como suboficial de ejército (1934). Activista del partido MNR. Fundador del periódico ‘La Calle’ (1936) junto a Carlos Montenegro entre otros. Diputado nacional (1944 y 1958). Embajador en Paraguay (1945), Italia, Francia (1961) y la UNESCO (1978). Director de ‘La Nación’ (1953). Premio Nacional de Cultura (1957).
A decir de Alfonso Gumucio Dagron: "Su lenguaje es claro, vigoroso, hermoso, sabroso, de una riqueza abundante y generosa, a la vez lúcida y salvaje. Lenguaje abierto, nada timorato, combativo y hasta feroz, pero siempre cargado de humor, de genio y de ingenio".
Autor de tres novelas, la primera de ellas es Metal del Diablo (1946), que fue impresa en Buenos Aires, Argentina, en 1946, con 336 páginas.
Metal del Diablo ha sido comentada por Juan Siles Guevara con los siguientes conceptos: “Inspirado en la vida de Simón I. Patiño, rey del estaño, el personaje central resulta un antihéroe trasladando el peso del protagonista a un héroe colectivo: a la masa minera boliviana, que hace la riqueza del magnate, con sus dolores, sudores, sacrificios y muertes. Los paisajes de la puna y de los valles son diestramente perfilados, así como las pequeñas ciudades bolivianas y a las lejanas urbes donde vivió el potentado mestizo. Un estilo rico en contrastes, caústico, a veces de un humor negro, despliega un feérico escenario para que esta novela cuyo naturalismo está en los bordes del realismo mágico”.
Su segunda novela Trópico enamorado, impreso en 1968 en La Paz, tiene el siguiente argumento, según resumen de Carlos Castañón Barrientos: “relata varios amores y amoríos de un militar boliviano, ex combatiende de la campaña del Chaco, perseguido y desterrado por sus actividades subversivas de revolucionario nacionalista y dedicado al contrabando, al que se entrega como forzado medio de subsistencia. Los sucesos narrados ocurren o son rememorados por el protagonista, sucesivamente, en La Paz, Cochabamba, un lugar de la selva beniana, Santa Cruz de la Sierra, Brasil e Italia”.
El crítico Félix Luna del diario ‘Clarín’ de Buenos Aires –citado por Céspedes-, escribió sobre Trópico enamorado: “Céspedes construye con una rara maestría, con una sobriedad estilística que le permite desdeñar la retórica tropical que hoy vuelve a estar de moda, para ceñirse  a una prosa descarnada, a un sombrío humor /…/ Un libro que hay que leer si se quiere comprender a un país de América Latina que resume, en su permanente drama, todos los dramas del hemisferio”.
Su tercera novela, Las dos queridas del tirano (1984), tiene por tema la vida y obra del Presidente boliviano Mariano Melgarejo. Una primera valoración a esta obra nos la da Tomás Guillermo Elio, quien anotó: “Las dos queridas del tirano, es en mi concepto, un título que desmerece la elevada jerarquía del último libro del escritor nacional Augusto Céspedes. De la lectura que hice de él desprendo que lo que quiso destacar el autor son las dos obsesiones del tirano: su vesania destructora y, lo que aparece más tarde en su existencia, la idolatría que llegó a sentir por su amante. Considero sin embargo que ambas manifestaciones de su ego, no se oponen como Eros y Thanaco, se complementan, son parte de un mismo género de expresiones de su psiquis: la libido del tirano. Cuando asesinaba, cuando robaba, cuando engañaba, lo que remordía su conciencia, encontraba consuelo en el regazo de la mujer que amó. La innata debilidad mental del tirano, que le inducía al mal, se confortaba en la posesión de una mujer físicamente superior a él”.
Por su lado el también estudioso de la literatura nacional René López Murillo, comentó: “El título ‘Las dos queridas del tirano’ puede llevar a engaño, pues no constituye la parte sustancial ni lo más importante del contenido de la obra. Es una escala de valores, la archiconocida  Juanacha estaba después de la rubia que no engaña y de la tonta de la diosa de la guerra. / El desenlace es el justo castigo. En él último episodio de su gobierno estuvo el pueblo citadino y el campestre. No hay novela de mayor suspenso. La realidad es superior a lo que puede imaginar el hombre. Después, la fama, el mito y la leyenda”.
Augusto Céspedes, entrevistado por el ya citado Alfonso Gumucio, habló sobre el proceso creativo de su literatura, afirmando: “no tengo escritorio ni biblioteca y lo que leo lo archivo en mi cabeza. En cuanto a la ‘constante’ de mi literatura veo que esa constante soy yo mismo, identificable tanto en la novela como en la historia que he escrito sinceramente, ‘sin literatura’: la historia como blancoide antiimperialista y la novela como un boliviano de estilo personal, viviente, con la sensibilidad de su época. Eso me da cierta originalidad, sin creer, por eso, que haya llegado a ser un gran exponente de las letras bolivianas. Pero a falta de otros… Mi aporte a la cultura consistiría en haber tratado de fumigar la cueva anticultura de los mitos, prejuicios, embelecos y normas acumulados por la mentalidad republicana, sin haberlo logrado, por supuesto”.

LIBROS
Novela: Metal del diablo (1946); Trópico enamorado (1968); Las dos queridas del tirano (1984).
Cuento: Sangre de mestizos (1936).
Ensayo histórico: El dictador suicida (1956); El Presidente colgado (1966); Salamanca o el metafísico del fracaso (1973); Crónicas heroicas de una guerra estúpida (1975).

Ref.- Finot, Historia Literatura, 1964, 370-371; Prudencio, Apariencias, 1967, 95-100; Castañón, Escritos, 1970, 235; Siles, Cien obras, 1975, 135-138; Arancibia, Figuras, 65-70; R. López Murillo, “Las dos queridas…”, PL, 11.03.1984, 3; T.G. Elio, “Las dos queridas…”, PL, 29.04.1984, 1; M. Baptista, Evocación de A.C., 2000, 225-28; Gumucio, Provocaciones, 1977, 67-81; R. Vargas, "Notas...", Hipótesis, 22, 1985, 203-10; L.H. Antezana, Diccionario Histórico: I, 495; B. Wiethüchter, Historia Crítica: I, 143; A. Soriano B., “Entre las letras y la política”, Rev. Cultural FCBCB, 25, 2003, 35-43

miércoles, 7 de enero de 2015

Jorge Franco. Premio Alfaguara de novela 2014.


Medellín (Colombia), 1962
Hizo estudios de dirección y realización de cine en The London International Film School, en el Reino Unido. Fue miembro del Taller Literario de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, que dirigió Manuel Mejía Vallejo, y del Taller de Escritores de la Universidad Central, y realizó estudios de Literatura en la Universidad Javeriana. Con su libro de cuentos Maldito amor ganó el Concurso Nacional de Narrativa `Pedro Gómez Valderrama`, y con la novela Mala noche obtuvo el primer premio en el XIV Concurso Nacional de Novela `Ciudad de Pereira` y fue finalista del Premio Nacional de Novela de Colcultura. Rosario Tijeras es su última novela, ampliamente editada en Hispanoamérica y traducida a varios idiomas. Destaca también Paraíso Travel (2002)..


Premio Alfaguara de Novela 2014. «Todas las tardes voy hasta el lindero por si sale de nuevo y la espero hasta las seis a ver si ella sube al bosque. Pero ni siquiera la he vuelto a ver asomada a la ventana. A veces me silban de algún lado y me emociono porque creo que es una seña de ella, pero el silbido se pierde entre los árboles y cambia de un lugar a otro.» Isolda vive encerrada en un castillo extraño y fascinante al mismo tiempo, tan ajeno a la ciudad de Medellín en la que se sitúa como singulares son sus habitantes y la vida que llevan. La atmósfera de irrealidad que se respira resulta opresiva para la adolescente, que encuentra en el bosque que lo rodea la única tregua posible a su soledad. Pero las amenazas invisibles del mundo de afuera se cuelan silenciosamente entre las ramas de los árboles cercanos al castillo. Con un perfecto manejo de la tensión, Jorge Franco construye en esta novela un cuento de hadas con tintes tenebrosos que acaba convirtiéndose en la historia desquiciada de un secuestro. Dentro y fuera de la fortaleza, el amor, ese monstruo indomable, se muestra como una obsesión que aliena y embrutece, que pretende someter, que despierta deseos de venganza y del que solo parece posible escapar aceptando la muerte como destino.

martes, 6 de enero de 2015

Luis Gonzaga Urbina


Luis Gonzaga Urbina
(México, 1868 - Madrid, 1934) Escritor mexicano. Por la hondura y calidad de su producción poética, así como por la riqueza y variedad de su extensa obra periodística, está considerado como uno de los escritores más representativos de las Letras mejicanas del primer tercio del siglo XX.

Su temprana vocación humanística, perfilada durante su proceso de formación académica en la Escuela Nacional Preparatoria, enseguida le permitió colaborar en diferentes medios de comunicación (como el rotativo El Siglo XIX, del que fue uno de sus más jóvenes redactores) que le dieron a conocer como escritor y periodista.

Así, pronto empezó a relacionarse con algunas de las personalidades culturales y artísticas más relevantes de su época, como el periodista, narrador y poeta modernista Manuel Gutiérrez Nájera -de quien Urbina fue considerado sucesor, por el virtuosismo de ambos en el género de la crónica-, o el político y escritor Justo Sierra, auténtico guía y mentor de Luis Gonzaga Urbina durante los comienzos de su trayectoria literaria y periodística.

Precisamente fue Justo Sierra quien, desde su cargo de ministro de Instrucción Pública, se convirtió en el principal protector del joven escritor de Ciudad de México y le introdujo en su propio gabinete, con el título de secretario personal suyo. A partir de entonces, la trayectoria profesional de Luis Gonzaga Urbina estuvo vinculada a la administración pública de su nación y, al mismo tiempo, a los principales medios de comunicación del panorama informativo mejicano.

En su condición de profesor, ejerció la docencia en la cátedra de literatura de la Escuela Nacional Preparatoria, de donde pasó a asumir la dirección de la Biblioteca Nacional de México (1913). Colaboraba, entretanto, con algunos rotativos y revistas tan relevantes como El Mundo Ilustrado, El Imparcial y Revista Azul, donde se hizo célebre por sus brillantes crónicas de la realidad cotidiana de su país y por sus implacables críticas teatrales.

Pero su relevancia en la vida pública mexicana se vio bruscamente interrumpida a raíz de los acontecimientos revolucionarios que sacudieron todo el país en 1915. Contrario a estos cambios, Urbina tomó el camino de un exilio que le condujo primero a Cuba (en cuya capital se instaló para ejercer la docencia y continuar practicando el periodismo) y, posteriormente, a España (1916), donde vivió durante un año en Madrid como corresponsal de El Heraldo de La Habana.

El resto de su vida transcurrió en la capital española, con la excepción de algunos desplazamientos relevantes motivados por su incansable actividad docente, literaria y periodística. Así, en 1917 pasó unos meses en Argentina para dictar un ciclo de conferencias sobre literatura mexicana en la Universidad de Buenos Aires; de vuelta a España, fue nombrado desde México Primer Secretario de la Embajada azteca en Madrid, cargo que desempeñó durante dos años (1918-20). En el transcurso de dicho período realizó otro importante viaje por Italia, al término del cual regresó a su país natal para volver a abandonarlo con presteza, tras la muerte, en la Sierra de Puebla, del presidente Venustiano Carranza, a manos del general Rodolfo Herrero.

Vuelto a Madrid, Luis Gonzaga Urbina se encargó de poner en orden el vasto legado que había dejado tras su muerte (acaecida en 1916) el historiador mejicano Francisco del Paso y Troncoso. En estas y otras actividades similares estuvo ocupado durante el resto de su vida, concluida en la capital de España en 1934. Tras su fallecimiento, el gobierno mexicano reclamó sus restos mortales y los trasladó a Ciudad de México, donde fueron depositados en la Rotonda de Hombres Ilustres.

Su obra

En general, la producción poética de Luis Gonzaga Urbina puede caracterizarse por su esmerado estilo, su calidad estética y su constante empeño de unidad y coherencia. La andadura lírica del escritor de Ciudad de México se inició con un volumen titulado Versos (1890), al que siguió otro poemario, Ingenuas (1902), en el que aparecieron las primeras muestras de unas composiciones que, a partir de entonces, serían reiterativas en toda su obra lírica: las "vespertinas".

Posteriormente, dio a la imprenta otros títulos que confirmaron su valía dentro del género poético, como Puestas de sol (1910), Lámparas en agonía (1914), El glosario de la vida vulgar (1916), Los últimos pájaros (1924), Corazón juglar y Cancionero de la noche serena. En medio de esa unidad temática y formal que caracteriza todo su quehacer lírico, Luis Gonzaga Urbina logró una obra de gran armonía y plenitud, en la que sobresalen con vigor algunos momentos descriptivos de acusada sensibilidad (así, en las composiciones tituladas "El poema del Lago" y "El poema del Mariel").



En su faceta de prosista, destacó por sus crónicas periodísticas, sus críticas teatrales y sus obras ensayísticas (centradas, generalmente, en el análisis de la literatura mexicana). Respecto a sus crónicas, conviene recordar los títulos de algunas interesantes recopilaciones que dejó impresas en forma de libro, como Cuentos vividos y crónicas soñadas (1915), Bajo el sol y frente al mar (1916), Estampas de viaje (1919), Psiquis enferma (1922), Hombres y libros (1923) y Luces de España (1924). Frente a estas cuidadas recopilaciones, sus críticas teatrales quedaron dispersas en los medios de comunicación en que vieron la luz (fundamentalmente, El Siglo XIX y El Universal)

En lo que atañe a la labor ensayística que Luis Gonzaga Urbina llevó a cabo como investigador literario, resulta obligado citar dos obras monumentales que, en su día, constituyeron la base sobre la que se cimentó la posterior crítica literaria azteca. La primera de ellas, titulada Antología del Centenario (1910), es una obra que, publicada en dos volúmenes, fue escrita por Urbina en colaboración con Nicolás Rangel y con el filólogo, político y escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña, bajo la dirección del susodicho Justo Sierra. La segunda, titulada La vida literaria de México y la Literatura Mexicana durante la Independencia (1917), constituye la recopilación de las conferencias que Urbina dictó en Buenos Aires, un amplio repaso sobre las Letras mexicanas, que abarca desde sus orígenes en el siglo XVI hasta la obra del poeta postmodernista Enrique González Martínez.

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/u/urbina.htm

viernes, 2 de enero de 2015

JOSÉ JUAN TABLADA


JOSÉ JUAN TABLADA
(1871-1945)

Nació en la ciudad de México. Aquí cursó sus
estudios y estuvo algunos meses en el Colegio
Militar. A los 19 años empezó a colaborar en
El Universal. A lo largo de medio siglo escribió
más de diez mil artículos, usando más de una
docena de seudónimos. vivió intensamente la
bohemia característica de los últimos años
del siglo XIX y primeros del XX. En la
Revista Moderna mostró sus cualidades de
traductor. En 1900 hizo un viaje al Japón,
cuyo arte le inspiró algunos de sus mejores
poemas. Pasó varios meses en París (1911-1912).
Intervino en la política. En 1914 emigró a
Nueva York. Don Venustiano Carranza le confió
algunos puestos diplomáticos. Perteneció a la
Academia de la Lengua. Falleció en Nueva York,
siendo vicecónsul de México. Poeta y prosista
distinguido, crítico brillante, llega, por su
devoción a la literatura francesa, a afiliarse
a la corriente modernista.

http://www.los-poetas.com/a/biotabla.htm

Alfaro Cooper, José María


Alfaro Cooper, José María
1861 - 1939

Poeta, publicó sus primeras poesías en la Lira costarricense antes de 1890; durante más de veinte años no volvió a publicar hasta que lo hizo en la revista Ariel. Su obra La epopeya de la cruz" (1921-1924) consta de más de siete mil versos, es un poema épico religioso que incluye "La divina infancia", "La vida pública de Nues­tro Señor Jesucristo" y "Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo". Según Abelardo Bonilla su obra tiene un perfecto sentido del ritmo, unido a la sencillez que era parte de su espíritu. Do­minaba por igual los versos largos y los cortos, e hizo gala de una extraordinaria riqueza de me­tros y estrofas. Estudió en el Colegio San Luis Gonzaga de Cartago y en la Universidad de Santo Tomás; estudió comercio en Pa­rís; trabajó en la Im­prenta Nacional, fue Director de la Oficina de Depósito y Canje y fue traduc­tor oficial del Ministerio de Relaciones Exterio­res.


Obra
1913 Poesía 1926 Cantos de amor y poemas del hogar
1915 Viejos moldes 1926 Ritmos y plegarias
1921-1924 La epopeya de la cruz 1936 Orto y ocaso
1923 Al margen de la tragedia

http://www.sinabi.go.cr/DiccionarioBiograficoDetail/biografia/159

lunes, 29 de diciembre de 2014

“EL ALMOHADÓN DE PLUMAS” Y EL PERJURIO DE LA NIEVE, O LA EROTIZACIÓN DE LA AGONÍA.Marisa Martínez Pérsico (Universidad de Salamanca)



“EL ALMOHADÓN DE PLUMAS” Y EL PERJURIO DE LA NIEVE, O LA EROTIZACIÓN DE LA AGONÍA


Marisa Martínez Pérsico
(Universidad de Salamanca)



Resumen

A partir de los estudios psicoanalíticos de Sigmund Freud, este artículo analiza el componente sádico y perverso del amor objetal que subyace en las relaciones amorosas entabladas en la nouvelle El perjurio de la nieve, de Adolfo Bioy Casares –donde el encuentro sexual resulta mortífero de acuerdo con una solución fantástica– así como en el cuento “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga, clasificable dentro de la categoría de relato de vampirismo.


Abstract

Accordling to the psychoanalytic studies of Sigmund Freud, this article analyzes the perverse and sadic component of love that appears on Adolfo Bioy Casares’ nouvelle El perjurio de la nieve –where the sexual intercourse causes the death– and on Horacio Quiroga’s short-story of vampirism “El almohadón de plumas”.


Palabras clave

Vampirismo - relato fantástico - pulsión de Eros - pulsión de Tánatos


Keywords

Vampirism – Fantasy – Eros drive – Thanatos drive






Oh, love! Oh life! – not life, but love in death
Romeo y Julieta, Shakespeare




En “El almohadón de plumas” (Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917). de Horacio Quiroga y El perjurio de la nieve (1945) de Adolfo Bioy Casares, la inminencia de la muerte constituye un atributo femenino que ejerce poderosamente su atracción sobre los protagonistas. La agonía resulta erótica en tanto prefigura el estado de serenidad y satisfacción definitiva —la muerte— vinculada con la consumación del acto sexual. Sigmund Freud analizó esta dialéctica entre amor y muerte, placer y destrucción, en su texto Más allá del principio de placer (1920), definiéndola como la lucha entre Eros (pulsión de vida) y Tánatos (pulsión de muerte). La muerte física es entendida como el equivalente de la descarga erótica.
En el artículo citado, Freud desarrolla una teoría acerca de ambas pulsiones: mientras Eros actúa en pro de la supervivencia del individuo y la reproducción de la especie, Tánatos estaría familiarizado con el principio de placer, en donde todo acto psíquico placentero tiende a disminuir una tensión molesta. La muerte, entonces, involucraría el cese máximo de tensiones. Existiría cierta tendencia del individuo a autodestruirse, lo que él denomina masoquismo. “El curso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio del placer (...) dicho curso tiene su origen en una tensión no placentera y emprende luego una dirección tal, que su último resultado coincide con una minoración de dicha tensión y, por tanto, con un ahorro de displacer a una producción de placer (...) una de las tendencias del aparato psíquico es la de conservar lo más baja posible la cantidad de excitación en él existente” (Freud, 1995: 59). Freud deduce que esta aspiración a aminorar, mantener constante o hacer cesar la tensión de las excitaciones internas es uno de los más importantes motivos para creer en la existencia de instintos de muerte. La saturación de las tensiones eróticas que desencadenan en el acto sexual permite establecer una analogía entre la posesión erótica y la completa satisfacción sexual con la muerte. Tánatos aspira a la resolución total de las tensiones, es decir, a retrotraer el ser vivo al estado inorgánico; esta energía destructiva dirigida hacia fuera se exterioriza como agresión y destrucción. Por otro lado, el psicólogo vienés también sostiene que el amor objetal nos muestra una segunda polarización: la del amor (ternura) y la del odio (agresión). En el instinto sexual, por lo tanto, existe un componente sádico. El apoderamiento erótico, según su teoría, coincidiría con la destrucción del objeto de amor.
La hipótesis de que la muerte física puede ser entendida como el equivalente de la descarga erótica, en el texto de Quiroga, aspira a rescatar y recortar, de entre todas las formas en que la imaginación literaria ha representado las estrechas relaciones entre amor y muerte, la dimensión del cuerpo. El cuerpo aparece como un signo que metaforiza el deseo de muerte de los amantes, deseo que se materializará en la supuración y la sangre (bajo la forma de la pérdida de la virginidad o el “vaciamiento” provocado por el vampiro), el desperfecto físico, el deterioro de los signos vitales.
La descripción de Alicia coincide con el arquetipo de las siluetas eróticas y lúgubres de las jovencitas decadentistas esparcidas en los versos de Los crepúsculos del jardín (1905), de Leopoldo Lugones. Estas jóvenes son retratadas como vírgenes enfermizas, ojerosas, pálidas, esbeltas, mórbidas (“Cisnes negros”, “Tentación”, “El buque”) cuyo aspecto enfermizo es altamente festejado y erotizado por el yo lírico. La agonía experimentada por la joven virgen durante el acto sexual (homologada con la muerte) provocan la satisfacción del yo poético, por ejemplo, en el siguiente poema (“Venus victa”):

Pidiéndome la muerte, tus collares
Desprendiste con trágica alegría
Y en su pompa fluvial la pedrería
Se ensangrentó de púrpuras solares

Sobre tus bizantinos alamares
Gusté infinitamente tu agonía
A la hora en que el  crepúsculo surgía
Como un vago jardín tras de los mares.

Cincelada por mi estro, fuiste bloque
Sepulcral, en tu lecho de difunta;
Y cuando por tu seno entró el estoque

Con argucia feroz su hilo de hielo
Brotó un clavel bajo su fina punta
En tu negro jubón de terciopelo. (Lugones, 1980, 25)


En el clásico quiroguiano, Alicia es una joven recién casada, “rubia, angelical y tímida”, que ha regresado de su luna de miel decepcionada por el severo carácter de su marido. El semblante impasible de su esposo y su frialdad característica han helado “sus niñerías de novia” y transformado su hogar en un “rígido cielo de amor”, en una “casa hostil”. El narrador expresa que Jordán “la amaba profundamente, sin darlo a conocer”. En la medida en que avanza el relato, la apariencia de Alicia se va distorsionando, mostrando las evidencias de una enfermedad inexplicable: adelgaza, empalidece, tiene desmayos, el médico le diagnostica anemia, ya no se puede levantar de la cama, tiene alucinaciones. Esta evolución vertiginosa coincide con la transformación de Jordán en un marido amante, comprensivo, preocupado: “Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la cabeza”. A partir de la recaída de su mujer, Jordán vive en la sala, con la luz encendida, velando por ella. “En el silencio agónico de la casa, sólo se escuchaba el retumbo de los eternos pasos de Jordán” (Quiroga, 1995: 63). La inminencia de la muerte impacta poderosamente en el carácter del hombre.
En el desenlace del relato nos enteramos de que un monstruo escondido en un almohadón de plumas estaba succionando las sienes de Alicia a la manera de un vampiro. El vampiro, mamífero fantástico cuya leyenda forma parte del dominio del imaginario popular, se había alimentado con su sangre cada noche, hasta causarle la muerte. En el cuento, el acto de succionar la sangre de la mujer adquiere un tinte erótico (similar a la pérdida de la virginidad) puesto que implica el traspaso de fluidos corporales de un cuerpo al otro, en este caso, del cuerpo de la jovencita angelical al del “animal monstruoso, bola viviente y viscosa”, acto no exento de cierta connotación perversa, de cierto aire zoofílico. El animal, “noche tras noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a  las sienes de aquella, chupándole la sangre”, hasta vaciarla en el transcurso de cinco días. Este es el componente sádico (y en este caso, también perverso) del amor objetal (entendiéndolo como la relación entablada con un “otro” a partir de una pulsión que aspira a la satisfacción del placer, según la definición freudiana) que hace coincidir la posesión erótica con la muerte.  El animal velludo, satisfecho después de haber vaciado a la mujer, “estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca” (dos veces en el cuento se habla de la “boca” del parásito, como en una personificación del monstruo).
Este vínculo entre vampirismo, atracción sexual, muerte y placer sádico resulta parodiado en el cuento “El vampiro”, de Manuel Mujica Láinez (Crónicas reales, 1967). Este cuento narra los acontecimientos que se desencadenan a partir de que un Barón llamado Zappo es invitado a participar, gracias a su parecido físico con los vampiros, de un film inglés basado en un relato gótico escrito por Miss Godiva. El barón es efectivamente un vampiro, cuyas succiones provocan la anemia de los que intervienen en la filmación, particularmente de la protagonista de la película, Violet Daisy. Ella, al igual que Alicia, es descripta como una jovencita inocente y angelical: “Decir Violet Daisy equivale a decir: belleza, gracia, ternura, melena ondulada, mohines adolescentes, lazos en el pelo rubio, y sobre todo unos ojos que no pertenecían al género humano y que rivalizaban, por su tamaño, luminosidad e inocencia, con los de las dignas especies zoológicas que pastan en la praderas feraces” (Mujica Láinez, 1981: 112). Mientras va avanzando el film, Violet Daisy palidecía y se debilitaba, mientras Zappo engordaba. Cuando las marcas de la succión empiezan a hacerse muy notorias, el vampiro elige otros integrantes del staff actoral. Zappo, sin embargo, menosprecia la sangre de Miss Godiva, profundamente enamorada del vampiro (ella sabe que se trata efectivamente de un vampiro), lo cual la incita a tomar venganza (finalmente lo asesina): “Miss Godiva no tardó en reparar en esa preferencia [por Daisy] y los celos la trastornaron (...) Todas las mañanas, al despertarse, corría al espejo, en pos del doble testimonio punteado de la excursión nocturna, e invariablemente encontraba en su garganta las consabidas arrugas que asimilaban su pescuezo al de los flojos pavos. ¿Por qué? ¿Por qué ella no y sí –no digamos ya Violet- Lupo Belosi?. La autora de “The biting ghost” se sintió humillada en su amor y en su orgullo” (Mujica Láinez, 1981: 115).
En el texto de Bioy Casares, Juan Luis Villafañe y Carlos Oribe, los dos protagonistas masculinos, “figuras simétricas que se complementan” según el albacea literario del primero, Alfonso Berger Cárdenas, se corresponden con los dos tipos de amantes que caracteriza Stendhal en “Del amor”. Villafañe sería el representante del “amor a lo Don Juan” y Oribe del “amor a lo Werther”. Cárdenas expresa, en su prólogo, que Villafañe tenía hacia el amor y las mujeres “un tranquilo desdén, no exento de cortesía; creía, sin embargo, que poseer a todas las mujeres era algo así como un deber nacional, su deber nacional” (Bioy Casares, 1995: 8). En el epílogo, cuando Cárdenas interpreta el relato de Villafañe, se desarrolla la explicación de cómo fue Villafañe quien había poseído a Lucía, cómo Villafañe aprovechó la “docilidad virginal con que la muchacha se entregó” durante su ingreso clandestino a La Adela[1]. Este acto se constituye en el desencadenante de la muerte de la muchacha, quien había sido advertida sobre una enfermedad incurable cuyo diagnóstico había generado la voluntad de su padre, Luis Vermehren, de detener el paso tiempo instaurando las reglas para repetir una rutina absoluta y por lo tanto, detener el avance de la enfermedad. Cuando Villafañe quiebra este orden perfecto, Lucía muere. En este caso, posesión erótica significa, literalmente, destrucción del objeto de amor —una de las características del relato fantástico, según Todorov, es la literalidad con que se narrativiza la metáfora—, se acelera el tiempo y se desencadena la muerte. Cárdenas arriesga: “tal vez Lucía Vermehren haya recibido a Villafañe como al ángel de la muerte que la salvaría, por fin, de esa laboriosa inmortalidad impuesta por su padre”, entendemos esta conjetura de Cárdenas a partir de la docilidad con que Lucía aceptó la ruptura del orden impuesto por el padre, la infracción de la ley, la certeza de la propia muerte. La muerte física, deseada, significa el punto de satisfacción máxima del deseo, tanto de Villafañe (el Don Juan), como de Lucía.
“El carácter de Don Juan requiere mayor número de aquellas virtudes útiles y estimadas en el mundo: la admirable intrepidez, el ingenio fértil en recursos (...) la sangre fría (...) El amor a lo Werther abre el alma a todas las impresiones dulces y románticas, a la hermosura de los bosques (...) Lo que me hace creer más dichosos a los Werther es ver que Don Juan reduce el amor a no ser más que un negocio ordinario. En vez de tener, como Werther, realidades que se modelan según sus deseos, Don Juan tiene deseos imperfectamente satisfechos por la fría realidad (...) está tan poseído del amor de sí mismo que llega hasta el punto de perder la idea del mal que ocasiona”. El amor a lo Werther, el amor-pasión, hace que un amante vea a la mujer amada “en la línea del horizonte de todos los paisajes que encuentra (...) Don Juan necesita que los objetos exteriores, sin más valor para él que el de su utilidad, se le hagan interesantes merced a alguna nueva intriga” (Stendhal, 1994: 275). Carlos Oribe es retratado como un sujeto dotado de un “temperamento romántico”, un individuo “intensamente literario [que] quiso que su vida fuera una obra literaria”. Villafañe lo culpa de improvisar una personalidad y de enfrentar los episodios de su vida “como si fueran los episodios de un libro”. Tanto Cárdenas como Villafañe acentúan esa inclinación de Oribe a plagiar sus lecturas, a dejarse influenciar en su escritura por sus autores predilectos. Villafañe lo acusa de plagio de autores románticos y nos informa sobre las lecturas predilectas de Oribe: Keats, Shelley, Coleridge, que nos dan una pista sobre el carácter del personaje. Villafañe, en su relato, cuenta que una vez escuchó al poeta recitar la trágica historia de Tristán, quien, como sabemos, en la historia medieval murió junto con su amada Isolda, acusado de un amor adúltero luego de tomar un filtro de amor. Así como en algunas tragedias de Shakespeare (otra lectura e influencia de Oribe, según Villafañe) como Romeo y Julieta, Tristán e Isolda despliega la idea de la imposibilidad del encuentro amoroso entre los cuerpos; sólo el amor liberado de la materia, la muerte, podrá constituir una esperanza de unión de los amantes, por esta razón es que la muerte resulta una solución atractiva.
La propensión de Oribe al plagio y a la experimentación de la vida como una obra literaria, explica por qué Oribe plagia el protagonismo de los hechos a Villafañe, por qué le cuenta a su amigo Cárdenas que el culpable de la muerte de Lucía es él, apropiándose de las acciones del otro, (esta apropiación es evidente en el poema que escribe a Lucía: “descubrí una leyenda y un bosque en un desierto / y en el bosque a Lucía. Hoy Lucía se ha muerto / Memoria, y escribe su alabanza, aunque Oribe caduque en la desesperanza”, lo cual carece de sentido estricto si Oribe no conocía a Lucía viva, tal como sostiene Cárdenas). Oribe desea vivir la vida como el héroe trágico de una novela romántica, “a lo Werther”. Por efectos de desplazamiento, Oribe vive literariamente aquello vivido por otro al cobrar el estatuto de discurso que intenta hacerse pasar por “la verdad” (de acuerdo con la versión de Luis Vermehren, de Villafañe y del propio Oribe).
La posesión erótica permite a Lucía huir de la rutina impuesta por su padre a través de la muerte; Villafañe utiliza a Lucía como objeto de amor —y odio, porque la destruye— que sirve para ratificar su condición de “amante nacional”; a Oribe le permite vivir/escribir una vida poética sellada por una muerte romántica. En estas narraciones la agonía resulta erótica (y atractiva) en tanto prefigura una liberación.




Bibliografía


BIOY CASARES, Adolfo: El perjurio de la nieve, Buenos Aires, Colihue, 1995.

DÁMASO MARTÍNEZ, Carlos: “Bioy Casares: una poética de la invención”, en Espacios Nº8/9, diciembre de 1990.

FREUD, Sigmund: Obras completas, Barcelona, Amorrortu, 1995.

LUGONES, Leopoldo: Los crepúsculos del Jardín, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1980.

MUJICA LÁINEZ, Manuel: El poeta perdido y otros relatos, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1981.

QUIROGA, Horacio: Cuentos de locura, de amor y de muerte, Buenos Aires, Losada, 1995.

REST, Jaime: “Las invenciones de Bioy Casares”, en Los libros Nº2, Buenos Aires, agosto de 1969.

STENDHAL: Del amor, Madrid, Edaf, 1994.


[1] Sin embargo, la proliferación de narradores incita a sospecha sobre la veracidad de esta interpretación (entendido como un efecto voluntario de desconcertar al lector). Como sostiene Jaime Rest en su artículo “Las invenciones de Bioy Casares”: “mediante la introducción de diversos narradores que se superponen en la redacción o comentario de un mismo texto, el autor logra un efecto de sugestiva ambigüedad que nos hace sospechar inexactitudes deliberadas o quizá accidentales de los testigos imaginarios e inclusive la existencia de diferentes lecturas que podrían intercambiarse hasta lograr una pluralidad de dimensiones en la trama ficticia” (Rest, 1969: 43).

sábado, 27 de diciembre de 2014

Acuña, José Basileo 1897 - 1992.



Acuña, José Basileo
1897 - 1992


Escritor, fundó una Iglesia Católica Liberal de la que se coronó como primer Obispo. Se le consideró un excelente traductor de Shakespeare.  Estudió en Francia y luchó en la Primera Guerra Mundial como miembro de la Legión Extranjera. En Oriente incursionó en temas teosóficos en psicología, historia, filosofía y estética.    Fue merecedor del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en cuento (1964) y en teatro (1970), miembro de la Real Academia Española de la Lengua en Costa Rica (1969), Premio Nacional de Cultura Magón (1983). Además obtuvo distinciones y  condecoraciones.


 Obra
1947 Quetzalcoalt, lírica 1964 Tres cantares, lírica
1947-1962 Intiada. Poema sagrado del sol.  Trilogía lírico-dramática 1971 El soneto interminable: sonetos de amor y senectud, lírica
1953 Proyecciones: ofrendas a Dionisio y Apolo, lírica 1971 Entre dos mundos, lírica
1958 Cantigas de recreación, lírica 1972 Máscaras y candilejas, teatro
1962 Estampas de la India,lírica 1979 Simplemente poemas
1962 Rapsodia de América, lírica 1987 Rimas plebeyas, lírica
http://www.sinabi.go.cr/DiccionarioBiograficoDetail/biografia/157

lunes, 22 de diciembre de 2014

Ángel de Campo


Ángel de Campo

(Ciudad de México, 1868-1908) Escritor mexicano. Estudiante de medicina, abandonó sus estudios en aras de su vocación literaria y acabó siendo empleado de Hacienda. Costumbrista singular, su realismo es impulsado por una intensa ternura que en muchos casos lleva al narrador a verdaderos excesos sentimentales; sin embargo, su sentimiento es siempre generoso, sin las profundidades ni la morbosidad ocasional del naturalismo.
Derramó por periódicos y revistas numerosos artículos humorísticos firmados con el seudónimo Tick-Tack y produjo tres volúmenes de cuentos con el seudónimo Micrós, a los que tituló Ocios y apuntes (1890), Cosas vistas (1894) y Cartones (1897). Publicó en El Nacional como folletín su novela corta La rumba.
Entre los novelistas mexicanos de su época, es posiblemente el autor más limitado en cuanto a construcción y creación se refiere, pero es también el más ponderado y generoso, y quizás el costumbrista más estimable; su finura y su sentido artístico, pese a lo descuidado del lenguaje, le permiten lograr efectos literarios de indudable belleza. Nadie le superó en la expresión del detalle con exactitud, brillantez y colorido.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Alcides Arguedas


Alcides Arguedas
(La Paz, 1879 - Chulumani, 1946) Poeta, novelista y ensayista boliviano que destacó en la literatura de su país por ser el precursor de la narrativa combatiente y polémica. En sus inicios formó parte del grupo de poetas modernistas con una obra no muy significativa, pero pronto irrumpió con éxito en la escena literaria a través de su prosa, convirtiéndose en una figura fundamental para la comprensión del indigenismo boliviano.


Alcides Arguedas

Historiador y diplomático, fue considerado uno de las más destacados pensadores sociales bolivianos que analizó de forma exhaustiva, a través de sus investigaciones y trabajos literarios, las características nacionales de su país. El reconocimiento previo a su obra más emblemática, Raza de bronce (1919), lo obtuvo con la publicación de títulos como Pisagua (1903), Wata-Wara (1904), Vida criolla (1905) y el ensayo Pueblo enfermo (1909), donde ya se preveían los caminos de su obra posterior y que le valió un reconocimiento internacional que tuvo eco a través de Miguel de Unamuno desde España.

De hecho, Pueblo enfermo se publicó en Barcelona con un prólogo del escritor Ramiro de Maeztu que destacaba la relación existente entre la obra de Alcides Argüedas y la de su propio grupo generacional. Pueblo enfermo significó el primer análisis descarnado de su país con el objetivo de buscar las posibles soluciones a los innumerables males existentes. En primer lugar, en la obra el autor expuso las características del medio físico y sus posibilidades o dificultades geográficas, problemas a los que añadió la "educación defectuosa e incompleta".

Después la obra deriva en un inventario de desdichas donde se apunta el llamado "problema étnico", en un acercamiento al carácter y a la psicología nacional, donde no parecen tener cabida la estabilidad y la armonía social necesarias para hablar de progreso, en un escenario dominado por el caudillismo, la inmoralidad y la violencia. Al final del libro, Arguedas expuso una suerte de remedios basados en la educación, la creación de una conciencia solidaria, una "seleccionada inmigración" y determinadas medidas económicas, entre otras posibilidades que le llevaron, para terminar, a la exposición del programa regeneracionista del español Joaquín Costa.



La obra Raza de bronce fue considerada la novela fundacional de la corriente indigenista de la literatura hispanoamericana y consagró a su autor entre las figuras imprescindibles dentro del conjunto de las letras bolivianas. Sin duda fue su obra maestra, y en ella relató de un modo extraordinariamente brillante el levantamiento de la comunidad indígena de Kohakuyo, al tiempo que desarrollaba los elementos que caracterizaron la citada corriente, como la explotación y opresión de los indios por parte de los latifundistas blancos, la corrupción de las clases dirigentes y la lucha y el odio entre razas y clases.

Todo ello supuso la toma de conciencia de una población e inauguró una nueva y distinta literatura, en la que el narrador, merced a su fuerza imaginativa, enriqueció considerablemente la dureza de la realidad que retrataba con un estilo modernista y ornamentado que se sirvió de la propia exageración de lo descrito para aumentar todavía más el peso de su mensaje.

En la primera parte de la obra, "El Valle", mediante la presentación de la heroína Wata-Wara y de su amado Agiali, introduce al lector en el paisaje del lugar, a través de una descripción donde lentamente lo bucólico deja paso a las dificultades geográficas del medio. El segundo libro, "El Yermo", acelera la acción y proporciona una base real a la fábula novelesca. Para concluir, Arguedas introduce un final épico cuyo sentido de venganza purifica los hallazgos de toda la obra.

Su singular producción significó por tanto el comienzo del fin de la polémica entre modernistas y antimodernistas y dejó una profunda huella que marcó a sus sucesores en las letras bolivianas, sobre todo en la relación de la escritura con el compromiso y el combate político. Sus títulos posteriores, ensayos históricos y sociales, no llegaron a ser comparables a su obra maestra, pero fueron igualmente significativos: Historia de Bolivia (1922), Los caudillos letrados (1924) y algunos volúmenes de memorias como La danza de las sombras (1934), así como un vasto Epistolario.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Argüello Mora, Manuel 1834 - 1902


Argüello Mora, Manuel
1834 - 1902

Escritor, abogado, y político, autor de la primera novela de Costa Rica y los primeros relatos; sus obras mezclan lo anecdótico y lo biográfico con lo histórico. Muchas ofrecen rasgos propios del folletín, género novelesco ligado al romanticismo del siglo XIX, de escasa complejidad y con caracteres y situaciones fijas, tales como raptos, venganzas, hechos violentos y encuentros casuales.  Su obra Misterio es considerada la primera novela costarricense. En 1859, acompañó a su tío Juan Rafael Mora al destierro. Durante su permanencia en Estados Unidos, narró una insólita entrevista con el presidente norteamericano Buchanan.
Inició sus estudios en la Universidad de Santo Tomás y luego se trasladó a Guatemala, donde se graduó de abogado en 1857. Fue ministro y magistrado, además de redactor en varios periódicos nacionales y revistas extranjeras. En 1870 abrió un negocio en San José para alquilar libros y se dedicó a escribir. Algunas de sus novelas como Margarita, Elisa Delmar, La trinchera y Misterio se incluyeron en el volumen Costa Rica pintoresca en 1899. En Páginas de historia se narran los acontecimientos  de la guerra de 1856 y el fusilamiento de su tío.


****

Obra
1857 Luisa, novela inédita 1899 Costa Rica pintoresca: sus leyendas y tradiciones, colección de novelas y cuentos, historias y paisajes
1860 Un drama en el Presidio de San Lucas.  Un hombre honrado.  Las dos gemelas del Mojón. Novelitas de costumbres costarricenses, cuentos y cuadros de costumbres 1899 Elisa Delmar, novela histórica, relato
1887-1888 Mi familia, catorce cuadros de costumbres, en Costa Rica ilustrada 1899 La trinchera, novela histórica, relato
1888 El huerfanillo de Jericó, relato 1899 Margarita: novela histórica, relato
1888 Risas y llanto, novela por entregas, luego titulada Misterio 1900 La bella herediana. El amor a un leproso, cuentos
1898 Páginas de historia, recuerdos e impresiones, diez crónicas
http://www.sinabi.go.cr/DiccionarioBiograficoDetail/biografia/136

Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893)


Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893)

Nace cerca de Tixtla, en el estado de Guerrero, el 13 de noviembre
de 1834, sus padres Francisco Altamirano y Gertrudis Basilio, eran
indígenas puros; el primero recibió su apellido del español Juan
Altamirano, padrino de uno de sus ascendientes. Altamirano cumple
14 años sin hablar castellano, lengua de la cultura oficial, por lo
tanto aún no sabe leer y escribir. Inicia precisamente por aquel
entonces un proceso de alfabetización que sorprende por su rapidez
y consigue, en 1849, una beca instituida por Ignacio Ramírez "El
Nigromante" para estudiar en el Instituto Literario de Toluca, donde
éste mismo imparte sus enseñanzas, siendo además, intelectual y
librepensador, futuro ministro con Porfirio Díaz, cuyo interés por
la juventud indígena le convierte en mentor y amigo de Altamirano.

Estudiante de derecho en el Colegio de San Juan de Letrán, costeó
sus estudios dando clases de francés en una escuela particular.
Altamirano alinea con los revolucionarios de Ayutla, combate a
los conservadores en la guerra de Reforma y más tarde, tras ponerse
decididamente al lado de los juaristas, es elegido en 1861 diputado
al Congreso de la Unión, donde pronuncia su famoso discurso contra
la amnistía a los enemigos de la Reforma (10 de julio de 1861),
Cuando la Intervención Francesa participa, con el grado de coronel
(1863,1867) en varias acciones militares, en las batallas de Tierra
Blanca, Cuernavaca y Querétaro. Es citado en la orden general del
ejército por su comportamiento, "como un héroe" en el sitio de
Querétaro.

En 1867, restablecida ya la República, consagra por fin su vida
a la enseñanza, la literatura y el servicio público, en el que
desempeña muy distintas funciones como magistrado, presidente de la
Suprema Corte de Justicia y oficial mayor en el Ministerio de Fomento.
Funda junto a su maestro Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, el Correo
de México, publicación que le sirve para exponer y defender su ideario
romántico y liberal; dos años más tarde, en 1869, aparece gracias a
sus desvelos la revista Renacimiento, que se convierte en el núcleo
que agrupa y articula los más destacados literatos e intelectuales
de la época con el común objetivo de renovar las letras nacionales.
Ese deseo de
renacimiento literario y el encendido nacionalismo, que tan bien se
adapta a sus ardores románticos, desembocarán en la publicación de sus
Rimas (187 1), en cuyas páginas las descripciones de paisaje patrio le
sirven de instrumento en la búsqueda de una lírica genuinamente
mexicana. En 1868, había publicado Clemencia, considerada por los
estudiosos como la primera novela mexicana moderna y había tenido una
destacada intervención en las Veladas Literarias que tanta importancia
tuvieron en la historia de la literatura mexicana.

Otras de su obras de tipo narrativo son: La Navidad en las montañas
(1870), Cuentos de invierno (1880).

Su novela El Zarco "Episodios de la vida mexicana en los años
1861-1863" es editada póstumamente en el año de 1901.

Su concepto del hombre y de la patria, su incansable actividad
cultural, su defensa de los valores indigenistas, su decidida apuesta
por las ideas de progreso justifican que se le haya comparado con una
de las figuras míticas de la historia de México, al afirmar que fue el
apóstol de la cultura como Juárez lo fue de la libertad mexicana.

Se esforzó por crear e impulsar una literatura de contenido y
acento nacionales, pero con raíces en las ideas universales.
La obra educativa de Manuel Altamirano fue muy notable. Fue
profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio,
la de Jurisprudencia, la Nacional de Profesores y otros
establecimientos docentes; así, tanto por su vida como por su incesante
magisterio, Altamirano se ganó a pulso el título de "maestro" que
tantos le otorgan.

El 13 de junio de 1889 fue nombrado Cónsul General de España, con
residencia en Barcelona y posteriormente en Francia (18 de febrero de
1890). Visita Italia y Suiza. Enferma; se traslada a San Remo, Italia,
donde muere el 13 de febrero de 1893. En 1934, al celebrarse el
centenario de su nacimiento, el Congreso de la Unión acordó que sus
cenizas fueran trasladadas del Panteón Francés a la Rotonda de los
Hombres Ilustres.
http://www.los-poetas.com/alta/altabio.htm

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