jueves, 6 de marzo de 2014

Herbert George Wells . Novela: La máquina del tiempo.

 
 
Herbert George Wells (escritor y guionista). Nació el día 1 de septiembre de 1866, es natural de Reino Unido, su fecha fallecimiento es 13 de agosto de 1946.
La explicación y la visión. Una aproximación al viaje en el tiempo de H. G.Wells, por Esteban Ierardo

La literatura de H. G. Wells posee varias cimas, pero uno de sus pliegues más significativos es su salida del tiempo corriente mediante una singular máquina. Mediante el Science-fiction H.G.Wells plasmó una crítica de su propia cultura. Humanismo y socialismo lo condujeron a una ácida impugnación de la sociedad capitalista y una posición escéptica respecto al futuro. La imaginación anticipadora del futuro reactualiza el deseo primario de la humanidad de quebrar la prisión del presente. Al proyectarse a un distante mañana, en el 802.701, el Viajero del Tiempo concentra sus energías en la explicación del desconocido y remoto futuro. Pero el movimiento explicativo cederá finalmente en favor de la primacía de una contemplación visionaria de un planeta sin ya la presencia humana. A través de La máquina del Tiempo la imaginación literaria es matriz de una actitud inquisitiva ante la civilización, y es también acto visionario que, fuera de todo límite racional, entreve un distante mañana.

 

E.I

LA EXPLICACIÓN Y LA VISIÓN
Una aproximación al viaje en el tiempo de H. G.Wells
Por Esteban Ierardo

I

El objeto es sólido. Con zonas de metal y cristal, con una parte posterior que simula un gran paraguas abierto. Una delicada y mágica palanca se desliza hacia adelante, y una velocidad súbita, inmediata, fantástica, desvanece lo que antes era una entidad visible. Una singular máquina propaga ya su calor explorador...

H. G. Wells fragua una extraordinaria ficción que imagina la salida de la prisión del tiempo presente que nos priva de un regreso físico al pasado o de un desplazamiento igualmente corpóreo hacia el mañana.

Mientras que en Bergson, Husserl o Proust el tiempo es pensado como centro axial de la conciencia, H. G. Wells defiende la tesis del tiempo como dimensión desplegada del espacio. H. G. Wells se sitúa también en el cruce de la ficción y la creciente potencia del conocimiento científico en la segunda mitad del siglo XIX. En sus obras fundamentales la libertad de la imaginación descubre nuevas posibilidades científicas y tecnológicas. Estas obras, además de La máquina del tiempo, son El hombre invisible, La isla del Doctor Moreau, y La guerra de los mundos, obra ésta última célebre por la adaptación radiofónica de Orson Welles y el pánico que provocó la narración de una invasión marciana de la Tierra.

La máquina del tiempo es un ingenio que objetiva la potencialidad tecnológica. Sin embargo, nunca habrá una explicación sobre el modo de funcionamiento del prodigio técnico. La posibilidad misma del viaje en el tiempo es producto de una especulación sobre una geometría de cuatro dimensiones. El Viajero del Tiempo también evidencia una intensa necesidad explicativa durante su exploración del futuro, donde elabora gradualmente un discurso comprensivo sobre el destino de la humanidad a través de las modalidades de vida de los Morloks y los Eloi. Pero la recurrencia en la explicación cederá su primacía en las postrimerías del viaje, en el momento de proyección más osada hacia el futuro, cuando el Viajero del Tiempo extienda su aliento audaz hasta un remoto mañana, dentro de treinta millones de años. Según nuestra interpretación, el centro esencial de la ficción de Wells es el deslizamiento de la explicación de la nueva relación hombre-tiempo hacia un momento plenamente visionario. Lo explicativo cede su sitio a una visión ante un planeta donde aparentemente ha desaparecido la presencia humana, y donde retrocede toda explicación racional.

II

El telescopio estaba abandonado. El tubo del cristal mágico no podía observar las agigantadas anatomías luminosas de las estrellas. Pero la curiosidad y el ingenio infantil lograron reparar el largavista. El niño se acercó así, por primera vez, fascinado, a las silenciosas profundidades del cosmos.

Pero el niño Wells observó el cosmos desde un mundo social carcelario y opresivo. Wells conoció la pobreza y, aunque luego se liberará de la estrechez, nunca olvidó su pasado ingrato. Esa memoria del propio origen lo guiará a un credo humanista y socialista que nunca abandonará.

En el momento de su nacimiento poseían los padres de Wells una humilde tienda de porcelanas que nunca logró prosperar. Esta frustración hizo que su madre regresará a su anterior trabajo como criada mientras que su padre se abocó al juego profesional, poco remunerado, del cricket. A los ocho años el niño Wells sufrió un accidente que lo obligó a varios meses de reposo. Durante este período, como Frida Kahlo después, Wells descubrió su pasión por el arte, por la literatura, al sumergirse apasionado en la lectura de grandes escritores, y en la filosofía de Spencer (1). En sus atribulados años juveniles, Wells atravesó numerosas ocupaciones y peripecias hasta conseguir una primera estabilidad laboral como periodista y colaborador de revistas y periódicos (2).

En 1894 trabajó en la revista "National Observer". La revista quebró, pero su dueño creó poco después una nueva publicación, y pidió a Wells una obra para fortalecer su iniciativa editorial. Y entonces, durante dos laboriosas semanas, Wells reelaboró una ficción anterior, La crónica de los argonautas, y así nació La máquina del tiempo (The time machine).

La ficción se sitúa en la Inglaterra victoriana. El Viajero del Tiempo, a diferencia de la adaptación cinematográfica de George Pal, carece de nombre propio. Su impersonal denominación de Viajero del Tiempo convive con los contertulios que se reúnen en el comienzo de la novela: el Psicólogo, el Doctor, el director del diario ( Filby es la única excepción de interlocutor personalizado). Ante ellos, comienza el discurso explicativo del explorador del tiempo.

La posibilidad del viaje es explicada mediante la geometría de las cuatro dimensiones. Habitualmente, el espacio es concebido como tridimensional (ancho, alto y largo). El tiempo es entendido como dimensión complementaria, pero opuesta, al espacio. Para el viajero de Wells la temporalidad es una determinación más del espacio, es su cuarta dimensión; de ahí que potencialmente sería posible viajar dentro del tiempo como es posible hacerlo dentro del espacio. Un medio determinado de dimensiones permite incluir una más. En un sentido estricto, una pintura es un lienzo bidimensional; pero una pintura renacentista por caso, con su esmerada diferenciación de primer plano y un segundo plano con su profundidad de campo, interpola una nueva dimensión dentro de lo que parecía sólo una extensión de dos dimensiones. Por extensión, las tres dimensiones habituales del espacio físico pueden albergar otra dimensión. Una cuarta dimensión: el tiempo. El tiempo es así "una especie de espacio" (3). Un ejemplo para entender el proceso espacializante del tiempo es el barómetro. Las variaciones de la temperatura, indicadas por el ascenso o descenso de la línea del registrador barométrico mediante marcas espaciales, expresan cambios ocurridos en la dimensión del tiempo. El devenir del tiempo se registra y acontece dentro del espacio.

En condiciones naturales, el movimiento humano dentro de la tridimensionalidad del espacio no es completa. Es posible desplazarse a la derecha o a la izquierda, hacia adelante o atrás. Pero no hacia arriba. La movilidad dentro del espacio ofrece así una dificultad que sólo a partir de la aparición de los globos aerostáticos en el siglo XVIII dejó de ser un impedimento aparentemente absoluto. Mediante los globos, producto del primitivo desarrollo tecnológico aéreo, el hombre pudo vencer la gravitación.

El tiempo posee un aparente ritmo o duración que no podría ser alterado o modificado. Por ejemplo, la duración de un día necesita de una sucesión estricta de horas, no un tiempo mayor o menor. La duración temporal parece inmodificable. La evasión del presente temporal sólo acontecería en el terreno de la conciencia, en la memoria, en la evocación de un pasado o la prefiguración de un futuro. Pero el límite del tiempo presente podría ser superado, observa el Viajero del Tiempo, lo mismo que antes se superó el efecto gravitatorio que obstruía el movimiento ascensional. La ruptura de este obstáculo será efecto también de una invención tecnológica, de una máquina que permitiría la aceleración o disminución de la velocidad temporal a fin de proyectarse al futuro o de retroceder al ayer.

La máquina del tiempo demandó dos años de trabajo a su creador. El viajero exhibe primero a sus interlocutores un modelo en miniatura de su invención. Al mover una pequeña palanca la máquina adquiere una velocidad que genera su invisibilidad, su proyección a la dimensión de un tiempo "espacializado", que permite por tanto el desplazamiento físico hacia delante o hacia atrás. La gran aceleración de la máquina la hace imperceptible de forma semejante a como se hacen imperceptibles los rayos de una rueda en rotación, o una bala en movimiento.

Filby y los otros invitados verán después la máquina del tiempo en sus verdaderas proporciones: la máquina "tenía partes de níquel, de marfil, otras que habían sido indudablemente limadas, o aserradas de un cristal de roca " (4). Con este artefacto, el Viajero del Tiempo se proyectará a un nuevo reino temporal.

En una aproximación a La máquina del tiempo es insoslayable la cuestión de si esta obra pertenece o no a los específicos parámetros del Science-fiction, terminó que se le atribuye a Hugo Gernsback, fundador de la revista Amazing Stories. Para J. Ignacio Ferreras el género se define por su vínculo con temas como ciencia y técnica, extraterrestres, mundos paralelos y la conquista del tiempo (5). El vínculo del viaje temporal con la especulación científica y el prodigio técnico harían participar a la ficción de Wells de la morfología básica del género. Estas condiciones se relacionan también con la fundamentación de la invisibilidad en El hombre invisible (6).

Como Julio Verne, Wells sería un precursor de la ciencia ficción, pero en el autor de Un viaje a la luna la fantasía técnica no deriva en auscultación crítica de la cultura, como sí sucederá en el escritor inglés.

III

El tiempo se espacializa en el pensamiento del personaje de la ficción de Wells. Lo contrario es el tiempo plenamente diferenciado respecto al espacio. La filosofía de Bergson es un nítido referente de la promoción de lo temporal como dimensión plenamente diferenciada de la espacialidad y como elemento constituyente de la subjetividad. El pensador francés impugna la subsunción del tiempo dentro de las magnitudes medibles del espacio. Critica "la ilusión espacializante del tiempo" (7). Desde el siglo XVI, el tiempo es sometido a una estricta medición de minutos y horas por los relojes mecánicos. En el siglo XIX, con un conocimiento científico en pleno desarrollo, la ciencia se abalanza sobre el objeto con la avidez del análisis, la clasificación y medición. La obsesión cuantificadora de la ciencia es afín a la medibilidad del tiempo aplicada al movimiento de los cuerpos físicos. El tiempo es así una propiedad cuantificable esencial del espacio empírico. Toda medición a su vez supone una divisibilidad creciente de partes. Así, el tiempo es confundido con el espacio y su posible divisibilidad o segmentación. En la meditación bergsoniana la temporalidad no es divisible. El tiempo es esencialmente élan vital, duración, fluido temporal indivisible asimilado a la corriente de la conciencia.

Desde el racionalismo cartesiano, la trascendencia del tiempo-conciencia indivisible estimula el cultivo de la interioridad y la reflexividad del sujeto. El tiempo es dimensión esencial de la subjetividad a priori o independiente respecto a lo espacial. La interioridad del tiempo-conciencia se asemeja a la exploración literaria del flujo de la conciencia en Proust y el modernismo literario de Joyce, Woolf y Faulkner.

El tiempo es pensado también como problema esencial de la metafísica. Para Borges es el motivo de un paradójico intento de una "nueva refutación del tiempo" (8). Para Dunne el tiempo es objeto de experimentación y de una distinción de diferentes niveles de temporalidad (9).

En la ficción de Wells el espacio es la realidad primera respeto a la que el tiempo es una dimensión subordinada. Es posible moverse en el eje temporal como nos movemos en el espacio físico. La salida del inmediato presente puede lograrse al acelerar o retrasar el movimiento temporal. Una máquina fantástica permite esta alteración.

IV

El Viajero del Tiempo se lanza finalmente a su exploración de un tiempo espacializado. La proyección desde la Europa del siglo XIX hacia un remoto futuro es continua, directa, sin estaciones intermedias, a diferencia del viaje consumado por George (Rod Taylor) en la adaptación fílmica clásica de La máquina del Tiempo (10). En el viaje que se inicia en la novela "la superficie entera de la tierra parecía cambiada, disipándose y fluyendo bajo mis ojos", y luego "con una especie de locura que aumentaba en mí me precipité en el futuro"(11). El Viajero del Tiempo lleva consigo la expectativa de confirmar en el distante mañana el ideal del progreso, la aspiración de una humanidad plenamente desarrollada en sus condiciones científicas y espirituales.

La máquina se detiene en el 802.701. El Viajero del Tiempo se encuentra con una figura colosal de mármol blanco, cercanas a ruinas de edificios circundados por una variada vegetación. El explorador se encuentra por primera vez con los Eloi. Seres de frágil aspecto y de vivos y llamativos ropajes; su lenguaje es armonioso. Su vida es aparentemente distendida, libre de los rigores de la supervivencia. Viven en una gran mansión donde en amplios recintos se distribuyen mesas circulares de piedra siempre alfombradas de frutas. Por otro lado, en los alrededores de la morada de los Eloi "no había setos ni señales de derecho de propiedad, ni muestras de agricultura; la tierra entera se había convertido en un jardín" (12). Los Eloi no padecen el sufrimiento por una ardua y degradante supervivencia. Entre ellos, no se advierten indicios de luchas sociales ni de estrechez económica. Así, el Viajero del Tiempo ensaya una primera explicación del mundo recientemente descubierto en el futuro, como un paraíso social, "como una nueva edad de oro". La primera evaluación del explorador del mundo futuro parece confirmar los vaticinios optimistas de la Ilustración sobre el devenir de la civilización.

El proceso de explicación avanzará luego hacia nuevos niveles de comprensión. Los presupuestos optimistas iniciales se derrumbarán gradualmente. El Viajero del Tiempo repara en la indolencia de los Elois, en su indiferencia y ausencia completa de inquietudes culturales, en su debilidad e incapacidad para imponerse desafíos. Y deduce entonces que cuando la humanidad llega a una sólida situación de bienestar y seguridad, decrece el cultivo de las aptitudes físicas e intelectuales. En las nuevas condiciones de prosperidad surge la cuestión de "la suerte de la energía en seguridad". Las fuerzas sobrantes primero se destinan al arte y el erotismo. Y luego del empobrecimiento decadente de lo artístico sólo quedarían unos anémicos puñados de cenizas, ordenados en la forma de adornos florales y despreocupadas y ligeras danzas. Pero aun esto "desaparecería al final, dando lugar a una satisfecha inactividad". Cuando sobre el hombre no pende ya la espada de Damocles de la inseguridad, la vitalidad se disipa hasta llegar a una monótona meseta de aburrimiento. Lo que el Viajero del Tiempo encuentra así en el futuro no es progreso. No es la evolución dada por un dominio creciente de la naturaleza y la supresión de la conflictividad social propia de los hombres de la era victoriana. El avance de la explicación del Viajero del Tiempo sobre el mundo futuro permite comprender los signos de la regresión, y también los últimos efectos de la lucha de clases de la era capitalista...

Antes de avanzar hacia esta nueva comprensión del Viajero del Tiempo sobre el lejano futuro es preciso invocar los lazos de Wells con la militancia humanista y socialista de su tiempo. En 1883, en Londres, se fundó La Sociedad Fabiana. Su nombre procede del general romano Quinto Fabio Máximo, de importante rol en la lucha contra los cartagineses en las guerras púnicas. Máximo, llamado Cunctator ("El Contemporizador"), eludió todo combate frontal con las fuerzas enemigas. Conciente de la superioridad del invasor alentó un enfrentamiento gradual, progresivo. Esta estrategia es la que inspiró a los fabianos en su lucha contra las injusticias sociales del capitalismo. En lugar de un ambicioso e incierto asalto al poder, una vía gradual y pacifista de reformas. Al reformismo fabiano se sumaron George Bernard Shaw, Bertrand Russell, y el propio H. G. Wells, aunque éste luego se separará del movimiento (13).

H.G. Wells nunca relajó su credo humanista. Así siempre predicó su lema "el hombre para el hombre", en contraposición al "hombre para el estado" del comunismo, o "el hombre para dios" del cristianismo. Dentro de su ideario político era esencial la promoción de la educación como fuerza liberadora. Y, por ello, una parte significativa de su obra lo constituyen textos didácticos orientados al fin educativo recién consignado; y este es el caso de su monumental Historia de la humanidad, publicada en 1922.

La filosofía política humanista de Wells es el pilar de su crítica del mundo a través de su ficción sobre el futuro remoto. En el distante mañana la lucha de clases no desaparece sino que produce sus máximas consecuencias adversas. La resolución del enigma del alimento siempre a la mano de los Eloi, lo conducirá a un nivel más alto de explicación de la humanidad futura. El Viajero del Tiempo advierte una distribución de misteriosos pozos que jaspean la superficie. En su primer descenso en una de las cavidades descubre extrañas y misteriosas criaturas que moran en la profundidad subterránea: los Morloks, seres nocturnos, temerosos de la luz diurna, que retroceden ante la lumbre de una cerilla. La luz es herramienta indispensable para enfrentarlos. La escasa provisión de cerillas del visitante es compensada por el descubrimiento de nuevos fósforos entre las ruinas del Palacio de Porcelana Verde, lugar donde yacen diversos objetos de culturas antiguas que sugieren que el abandonado edificio es un museo arqueológico o paleontológico, donde también se hallaban restos de libros desintegrados por la antigüedad (14).

Los elementos que el Viajero del Tiempo descubre sobre los Morloks le permiten, finalmente, comprender su naturaleza y su vínculo con los Eloi. El alimento siempre disponible es provisto a los seres de frágil figura por los Morloks, quienes luego los devoran. Los Elois son pasivo ganado para sus dominadores transidos por el estigma de un regresivo y salvaje canibalismo. Pero el porqué de esta relación será explicada por el origen del particular vínculo entre los seres del Mundo de Arriba (los Elois) y los del Mundo de Abajo (los Morloks). Este proceso sólo se comprende al meditar sobre el desigual nexo Trabajador-Capitalista en la propia época del Viajero del Tiempo. Porque "la extensión gradual de las actuales diferencias, meramente temporales y sociales, entre el Capitalista y el Trabajador, era la clave de la situación entera" (15).

En la ya galopante industrialización del siglo XIX, la civilización se extiende hacia espacios, tranvías, restaurantes, pasos y recintos subterráneos. Y talleres fabriles. Fábricas en el subsuelo donde el obrero padece lacerantes condiciones de trabajo. Paralelamente, sobre la superficie viven los que se benefician de la productividad de las catacumbas fabriles.

Sobre la superficie se distribuyen los Poseedores, los principales beneficiados de la riqueza económica y que disponen de tiempo de ocio; y, por debajo, padecen su rutina los no poseedores. La contraposición capitalista-superficie y explotado-subsuelo es continuada por Metrópolis de Fritz Lang (16). En el lejano futuro este vínculo social arriba a sus últimas consecuencias. En una inversión de la historia, los que antes eran explotadores y dominadores se convierten, en la figura de los Eloi, en víctimas y "ganado para cebar". Los Morloks, a su vez, son descendientes del hombre que se habitúa al exceso de oscuridad subterránea al punto de ser totalmente excluidos de las posibilidades benéficas de la civilización.

La explicación sólo alcanza su máximo despliegue cuando el Viajero del Tiempo comprende la realidad oculta de los Morloks en el mundo subterráneo. Esta comprensión sobreviene cuando el explorador del futuro desciende al inframundo. Este descenso exige valor y habilidad, y la determinación de penetrar en lo desconocido. Desde esta perspectiva, el protagonista de la ficción de Wells continúa el ancestral camino arquetípico del héroe que se realiza mediante un riesgoso y necesario descenso ad inferos. Lo heroico es conquista difícil de una verdad en principio esquiva. La inmersión en lo subterráneo, lugar tradicional de lo infernal, es medio para la realización heroica y la adquisición de una lúcida sabiduría. En el horizonte mítico acometen este viaje iniciático Heracles, Eneas, Quetzacoatl. En el distante futuro, el Viajero del Tiempo reitera esta iniciación en un saber antes ausente mediante un peligroso descenso al mundo subterráneo de los Morloks. Atravesar con coraje su reino es condición para el conocimiento, y también para la recuperación de la propia máquina del tiempo que fue capturada por los habitantes de las oscuridades que, para los antiguos griegos, eran gobernadas por Hades.

V

Al poco tiempo del arribo al remoto futuro, el Viajero del Tiempo encuentra un especial sitio para su observación inquisitiva del nuevo mundo: "encontré un asiento hecho de metal amarillo que no reconocí, corroído a trechos por una especie de orín rosado y semicubierto de blando musgo" (17).

El placer por la contemplación rápidamente cede en favor de una descripción de lo observado que busca explicar o comprender la realidad futura. Al comienzo de su viaje (en el capítulo VI de la novela) como luego en su último tramo (capítulo XIII), se reitera la contemplación del paisaje futuro desde el asiento amarillo. En el inicio del capítulo XIII, "La trampa de la Esfinge Blanca", se aclara: "alrededor de las ocho o las nueve de la mañana llegué al mismo asiento de metal amarillo desde el cual había contemplado el mundo la noche de mi llegada" (18). La observación desde el asiento amarillo es preámbulo de un ejercicio de reflexión y análisis. Y todo acto de comprensión involucra la confianza en un posible control de la materia analizada por el sujeto que analiza. El asiento obra como virtual centro o trono desde el cual el sujeto despliega una mirada panorámica y una comprensión o explicación universal. El sitial del Viajero del Tiempo en el futuro puede ser pensado como continuación del lugar del sujeto moderno, como sujeto soberano, como subjetividad de la centralidad privilegiada que pretende un exhaustivo conocimiento explicativo de lo real. En el primer tramo del viaje en el tiempo impera entonces la contemplación de lo nuevo, lo vasto y diferente como preludio de un acto de explicación. Pero la modernidad que subyace a esta voluntad explicativa del viajero es sustituida, en su último deslizamiento temporal en el futuro, por el pasaje a lo visionario.

Lo visionario puede ser entendido primero en un sentido amplio de previsión de las posibles consecuencias futuras del error humano. La visión aquí es capacidad para confirmar con anticipación los efectos lógicos de un proceso cultural. En Wells, esta visión es pre-visión del fututo fracaso de los ideales optimistas; es refutación de la filosofía ilustrada del progreso. El mañana no corona cumbres superiores de armonía social y conocimiento; el mañana es decadencia como fatal efecto de la íntima violación de los valores más genuinos. Esta lúcida visión del mañana como entramado conflictivo, destructivo o regresivo, se expresa también en la pre-visión, en La isla del Doctor Moreau, de los riesgos de una manipulación genética sin una reflexión sobre los límites de la intervención legítima del hombre en la naturaleza (19).

En una de las reediciones de la novela Wells también manifiesta la influencia de algunas predicciones científicas sobre el enfriamiento del planeta y la desaparición de la humanidad en un lejano futuro. Una tierra sin hombre parecería así ser parte de un manto de explicaciones o proyecciones plausibles. Pero esta posible relación entre especulación racional y destrucción futura no inhibe la ebullición emocional o contemplativa de la visión que describe el Viajero del Tiempo al arribar a la máxima lejanía temporal.

Y lo visionario que entreve un colapso cultural o social, o grandes trasformaciones geológicas o atmosféricas, puede inscribirse también en el contexto mayor de una reactualización de la visión mística. La visión como misteriosa mirada de una realidad otra. Lo visionario aquí supera los límites de una evaluación crítica o racional de las posibles consecuencias lógicas, a largo plazo, de un proceso histórico. Este nivel más subyacente de lo visionario podemos entreverlo al acercarnos al capítulo XIV "La visión más distante". Aquí, el Viajero del Tiempo continúa su impulso audaz para proyectarse a varios millones de años en el futuro. Luego de recuperar su máquina de las garras de los Morloks atraviesa veloz el tiempo y contempla la profunda transformación del paisaje. El sol permanece inmóvil en las alturas. La tierra muestra sólo una de sus caras hacia el Astro Rey, como la luna lo hace respeto a nuestro planeta. El cielo ya no es azul. En el nordeste se exhibe una coloración negruzca donde refulgen, diminutas, las estrellas. Sobre el mar campea una eternidad estática y mayestática; sobre su superficie no se erizan olas porque el viento no exhala la más tenue ráfaga. Sólo una leve ondulación demuestra que el océano alberga todavía algún movimiento. El viajero descubre cerca una gran mariposa blanca, y luego percibe la proximidad de lo que parece un cangrejo del tamaño de varias rocas aglutinadas. Una "sensación de abominable desolación" domina por doquier. El Viajero del Tiempo avanza después "a grandes zancadas de mil años más, arrastrado por el misterio del destino de la tierra" (20). Atraviesa entonces una densa tiniebla. Escruta un eclipse, y luego reaparece el borde del sol. Y ve saltar contra el agua roja del mar "una cosa redonda, del tamaño de un balón de fútbol, quizá, o acaso mayor, con tentáculos que la arrastraban por detrás; parecía negra contra las agitadas aguas rojo sangre, y brincaba torpemente de aquí para allá" (21). Entonces, presa de una sensación de desmayo y de espanto, el Viajero del Tiempo regresa a su época, al comienzo de su viaje.

En su último acceso al futuro, el Viajero ya no puede comprender. No es un sujeto dueño de sí, como antes, capaz de un proceso de explicación y comprensión. El viaje al futuro primero es escenario de un acto de análisis y comprensión que, luego, deviene experiencia signada por una visión ajena ya a un significado discursivo o intelectual. La aparente desaparición de la humanidad en el más lejano futuro, y la inhumanidad de la naturaleza, contribuyen al predominio de una contemplación emocional y visionaria, no intelectual, de la nueva realidad.

El relato que primero era especulación con pretensiones científicas sobre el tiempo, acorde a la mentalidad racionalista moderna, regresa luego a la experiencia premoderna, arcaica, donde el acceso a la verdad es acto visionario (22).

En una de las obras matrices de la anticipación científica se retorna así, al final, a la superioridad de una apertura visionaria y no racional de la realidad. Un proceso de la imaginación que continuará Arthur Clarke en la visión del astronauta Bowman más allá de la Puerta de Japeto (23).

VI

Y el Viajero del Tiempo regresa a su tiempo conocido. Como única evidencia material de su fantástica travesía sólo trae dos flores blancas que le fueron colocadas en uno de los bolsillos de su saco por Weena. Weena: la bella e ingenua eloi, que simpatizó especialmente con el visitante extraño. Las flores no son conocidas en el mundo del viajero; deberían ser entonces pruebas suficientes del acceso a otro plano de la realidad. Pero las ideas preconcebidas sobre lo real tienen la tozuda dureza del granito. Por eso las pruebas de lo distinto sólo pueden valer para la conciencia solitaria del Viajero del Tiempo, capaz de romper los límites de su época, y de reencontrar la puerta hacia una nueva perspectiva de existencia, tal como ocurre en otro relato de Wells: La puerta en el muro (24).

Por su lado, la ciencia también postula teóricos viajes en el tiempo, ensaya diversas postulaciones sobre las posibilidades del vulnerar el encierro del presente temporal (25). El cine fantástico y de ciencia ficción, desde films como Terminator, Time bandits, Doce monos, Navegator, Donni Darko, y tantos otros, plasma múltiples salidas del tiempo inmediato a través de la adaptación de un referente literario o por una idea original del guionista.

En la literatura los ejemplos de viajes temporales también son de frondosa variedad. En Alicia a través del espejo (1871) de Lewis Carroll, la Reina Blanca vive en reversa, su memoria siempre regresa invariablemente al pasado, en una suerte de constante viaje temporal. Un yanqui en la corte del Rey Arturo ( A yankee in King Arthur court ) es también otro memorable regreso temporal. Un eisteniano ejemplo de dilatación temporal parece prefigurado en Rip Van Wilke, de Washington Irving (26). En su relato El ruido del trueno, Bradbury describe una empresa que ofrece un viaje a la remota antigüedad de los dinosaurios; y en El zorro y el bosque el viaje en el tiempo es hacia el pasado pero con la condición de que los viajeros que llegan desde el futuro olviden su época de partida (27). El viaje puede ser también un deslizamiento inmediato hacia el pasado mediante una galería, como puente físico hacia el ayer (28). Este es el caso de la ficción cortazariana El otro cielo (29). En la novela de Isaac Asimov, El fin de la eternidad, unos agentes denominados "temporales" pueden viajar hacia atrás o adelante para impedir catástrofes y auxiliar de esa manera a la humanidad.

En las diversas ficciones sobre el viaje temporal se repite un atávico deseo de liberación de la finitud perceptiva: el deseo de la simultaneidad; el deseo de participación de una conciencia universal o "divina" que puede existir en los tres momentos del tiempo sucesivo a la vez. Esta simultaneidad es afín a la multipresencia en el espacio. El cuerpo físico no está constreñido a existir en un sólo lugar físico a la vez. Ya en la arcaica cosmovisión chamánica el hombre abierto a fuerzas sutiles experimenta la bilocación, la existencia en dos lugares de forma paralela.

La simultaneidad sería el atributo de una conciencia suprahumana, pero el hombre aspira a participar de ese estado superior de percepción simultánea desde lo visionario religioso. La conciencia que ve a la vez lo pasado, presente y futuro ve también el posible fin del tiempo, la futura conclusión apocalíptica. La visión del colapso de la historia es a la vez profecía. Así ocurre en la visión de San Juan de Patmos. La imaginación literaria seculariza la anticipación profética. Por un posible viaje gradual, y no desde la instantaneidad y simultaneidad de una hipotética conciencia divina, el hombre puede desplazarse desde el presente a lo pasado, o extenderse hacia lo futuro al punto de poder vislumbrar el ocaso o final de la humanidad (la decadencia del mundo eloi y morlok), y de entrever una naturaleza que luego de una presunta desaparición del hombre vuelve a reposar en su enigmática soledad. La visión como profecía en la ficción de Wells no es anuncio del porvenir, sino descubrimiento de un futuro que ocurre de forma simultánea al presente y el pasado. Esta simultaneidad temporal es paralelamente simultaneidad espacial, dado que en la posición de Wells el tiempo es dimensión que obra dentro del espacio. Pasado, presente y futuro simultáneos serían así tres lugares o posiciones diferenciadas de un espacio donde una línea imaginaria podría unir con instantánea velocidad los tres momentos temporales. La imposibilidad humana de una propagación simultanea del presente, pasado y lo futuro, nos condena al tiempo de la separación del presente respecto a lo pretérito y lo futuro (30).

El deseo humano de acceder a la presencia simultanea de los tres momentos temporales es tentación irresistible. Mediante una ejercitación espiritual el hombre ha pretendido el asalto hacia la simultaneidad temporal. En El yoga del viaje del tiempo (The yoga of time travel), el físico Alan Wolf observa que la meditación yóguica, guiada por los yogas sutras de Patañjali, pretende acceder al conocimiento intuitivo de lo simultaneo del pasado, el presente y el futuro. Para el hinduismo, la sensibilidad espiritual que arribe a ese estado sería un tri-kala-jñá (tri: tres; kala: tiempo, y jñani: conocedor).

La imaginación literaria es también ejercitación del deseo de participación en el conocimiento de las tres aristas paralelas del tiempo. En la célebre ficción de Wells, ese ejercicio en su punto más extremo es visión, pero también es proyección a lo simultaneo mediante lo gradual, mediante un saber acumulativo de desplazamientos, rectificaciones y análisis.

Y el medio hacia el viaje del tiempo siempre es tecnológico. Es la magia específica de la máquina y la tecnología como realización práctica de la teorización científica. El Viajero del Tiempo de Wells abre la conciencia occidental a una secularizada mística del viaje. El viaje como salida de la cárcel del inmediato presente. Y como exploración de otro tiempo. (*)

(*) Fuente: Esteban Ierardo, "La explicación y la visión. Una aproximación al viaje en el tiempo de H. G. Wells", editado aquí de forma original.

Citas:

(1) Herbert Spencer (1820-1903) impulsó fuertemente una filosofía evolucionista en Gran Bretaña. Autodidacta, ingeniero civil, unió en un mismo movimiento reflexivo la ciencia y las letras. Desde lo sociológico Spencer fue el primero en utilizar de forma sistemática conceptos como los de estructura y función. Su doctrina filosófica fundamental de cuño evolucionista se plasmó en su Sistema de filosofía sintética.

(2) La obra de H. G. Wells emerge en la época victoriana, signada por el gobierno de la reina Victoria (1837-1901). Es el tiempo de la aparición de la segunda revolución industrial con su reemplazo del carbón por el petróleo y la electricidad. El imperio británico experimenta su apogeo colonial. Al capitalismo feroz se le opone la organización sindical de la Trade union y un socialismo militante. La revolución rusa de 1917, de vastas consecuencias, la crisis económica norteamericana de 1929, las dos guerras mundiales, la difusión de la teoría de la relatividad, la explosión de la primera bomba atómica, son hechos fundamentales que H. G. Wells contempla. En este vasto arco de tiempo histórico se desarrolla su obra. Frente a las oscuras nubes de su horizonte epocal, el escritor británico reacciona desde el compromiso político, desde su adhesión a una crítica humanística de la alienación y la injusticia social. En esta postura influye fuertemente la temprana lectura de Los derechos del hombre de Paine, pionero del socialismo inglés. Mediante Spencer, H. G. Wells se acerca al evolucionismo, y cultiva una gran interés por la ciencia. Estudia en la Escuela Normal de Ciencias de Londres. Entre sus maestros se encuentra T. H. Huxley, famoso defensor del darwinismo, y abuelo del célebre novelista Aldous Huxley. Ejerce la docencia y publica un manual de biología. Además de sus novelas de Science-fiction, en su obra sobresalen novelas de fuerte impronta socialista como El nuevo Maquiavelo, El señor Brithing, Juana y Pedro; o novelas de tinte social, pobladas por gentes humildes: Kipps, La historia de Mr. Polly, o Tono-Bungay.

(3) Herbert George Wells, La máquina del tiempo. El hombre invisible, Buenos Aires, Hyspamérica Ediciones, Biblioteca personal Jorge Luis Borges, 1985, p. 16 (trad. Nellie Manso/J. Gómez de la Serna).

(4) Ibid., p.24.

(5) Ver Juan Ignacio Ferreras, La novela de ciencia ficción, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1972.

(6) Griffin, el personaje de El hombre invisible, es un físico desconocido, que explica su extraordinaria condición invisible mediante una excepción al principio de la "acción de la luz sobre los cuerpos visibles". Un cuerpo es visible en tanto refleja, absorbe o refracta la luz. Si el cuerpo no absorbe la luz sería una entidad diamantina, trasparente. Al cubrir un papel blanco con aceite se evita la reflexión o la refracción. Este mismo efecto podría conseguirse sobre una fibra de madera, de lana o hilo, y sobre los huesos, los nervios o el cabello. Así, "todo cuanto compone el cuerpo del hombre excepto el color rojo de su sangre y el pigmento oscuro de su cabello está hecho de tejidos trasparentes o incoloros. Sólo por ello somos visibles para los otros". Todo podría ser invisible salvo por los pigmentos. Pero un albino se caracteriza por la falta de pigmentación. Y Griffin es albino. Al bañarse en un líquido singular adquiere el don de la invisibilidad. El excepcional don adquirido por Griffin motiva luego la libre realización de sus ambiciones sin reparos morales. Así, su accionar se asemeja al del inescrupuloso Giges, el personaje del mito platónico que, dentro de un caballo de bronce hueco, halla un cadáver de tamaño superior al de un hombre que sólo tiene un anillo de oro en una de sus manos. Giges descubre que este anillo podía conferirle la invisibilidad. Entonces, aprovechándose de su impunidad, mata al rey, yace con su esposa, y se hace con el poder.

(7) Entre las principales obras fundamentales donde Henri Bergson desarrolla su pensamiento se encuentran La evolución creadora y Materia y memoria. También puede consultarse: Michel Barlow, El pensamiento de Bergson, México, Breviario de Fondo de Cultura Económica, 1968.

(8) En su "Nueva refutación del tiempo", Borges intenta la impugnación especulativa de toda sucesión temporal. Apela, para ello, a dos refutaciones filosóficas específicas: la refutación de la materia por Berkeley y la del sujeto por Hume. Finalmente, Borges asume que negar la sucesión temporal es un juego filosófico, o un "consuelo secreto", porque "el tiempo es la sustancia de la que estoy hecho"; en J.L. Borges, "Nueva refutación del tiempo" en Otras inquisiciones, en Obras completas,V. I, Buenos Aires, ed. Emecé.

(9) John William Dunne, de profesión ingeniero y diseñador de aviones, editó cuatro libros. El más famoso es Un experimento con el tiempo. Dunne parte de la búsqueda de una comprobación experimental de los sueños premonitorios. El sujeto inicial de la experimentación es él mismo. Dunne afirma que la precognición no es inherente sólo a una elite de hipersensitivos visionarios, sino que es una actividad normal del cerebro humano. Para explicar este fenómeno crea el serialismo. Un Observador 1 observa los hechos en su entorno físico. Este observador se mueve a través de una línea temporal que se extiende desde su nacimiento hasta su muerte física ( e incluso más allá). Al observador le pertenece un Tiempo 1, consistente en el punto inmensurable del ahora que se mueve a la velocidad de la luz. El tiempo 1 sólo es mensurable desde un Tiempo 2, y éste a su vez desde un Tiempo 3. El Observador 1 comienza así una línea de una infinita sucesión de series. El observador es finito, está condicionado por sus sentidos corporales. Todos los demás observadores carecen de corporalidad, y de su consiguiente limitación, y son así ilimitados. El último observador es un Yo universal (Dios para las religiones). Desde esta instancia superior, los otros observadores se van diferenciando en una línea descendente hasta el Tiempo 1. Esta teoría, hoy olvidada y poco atendida del serialismo permitiría, para Dunne, explicar los sueños premonitorios. En un sueño, el soñador ya no está sometido al ahora y puede libremente proyectarse hacia el pasado y el futuro. El sueño podría así anticipar el futuro, o rescatar el ayer, en un virtual viaje en el tiempo fuera de la temporalidad propia del Observador 1.

(10) En 1959, George Pal realiza su adaptación cinematográfica de The Time machine. También llevó a la pantalla grande La guerra de los mundos. Más recientemente, en 2002, Simon Wells, descendiente del escritor, realizó una nueva versión, insípida, poco convincente; sólo quizá sea rescatable el papel de Jeremy Irons (Uber-Morlock). La versión de Pal del viaje temporal de Wells posee varias diferencias significativas con la matriz literaria. El Viajero del Tiempo, personaje carente de nombre personal en la novela, es ahora George (Rod Taylor). Su casa en el Londres victoriano contiene numerosos relojes que irradian una atmósfera atravesada por la importancia del tiempo, su medición y dominio. Los profusos tictac preparan el posterior inicio del viaje. La traslación de George al 802.701 no será continua y directa como en la obra de Wells sino gradual y escalonada. George se detiene en tres estaciones relacionadas con grandes hechos bélicos. Al detenerse en la Primera Guerra Mundial se encuentra con el hijo de Filby; padre e hijo son protagonizados por Alan Young. George regresa a su máquina para trasladarse luego a la Segunda Guerra Mundial. Allí presencia los combates aéreos que fueron parte de la Batalla de Inglaterra, del choque entre la Luftwaffe y la RAF. Y luego hace escala en la Tercera Guerra Mundial en 1966, donde el hijo de Filby ahora es de edad avanzada y vuelve a encontrarse con George en la proximidad de su casa. La traslación temporal es siempre señalada por el cambio de ropaje de un maniquí. En esta última conflagración se desata un vasto poder destructivo. En el film, George, luego de llegar al mundo del futuro salva a Weena, que está a punto de ahogarse en un río. Con ella, visita las ruinas de un edificio inspirado en el Palacio de Porcelana Verde, donde encuentran los anillos parlantes, anillos que, al girar, liberan una voz que informa sobre hechos pasados. Los Eloi, alimentados para ser futuro alimento de los Morloks, son convocados al Edificio de la Esfinge Blanca mediante un sonido de sirena. Este elemento, junto con las imágenes catastróficas de la Tercera Guerra Mundial, sugiere la influencia del contexto histórico de la guerra fría en la que se realiza el film. Las sirenas del edificio morlok recuerdan la advertencia para acudir a los refugios ante un posible ataque nuclear. George alienta a los Eloi para romper su docilidad y apatía; éstos, así, reaccionan contra la dominación morlok. Esta actitud rebelde contribuye a un efecto melodramático, al triunfo del bien (la pulcritud civilizada eloi) sobre el mal (la barbarie gutural morlok), pero castra la fuerza crítica de la matriz literaria, su carácter de medio para una amonestación humanista del conflicto entre el Capitalista y el Trabajador. El aligeramiento hollywoodense se trasluce también en la construcción del vínculo George-Weena como relación "romántica", y como atracción para el final regreso del Viajero del Tiempo al futuro, donde obrará también como gran liberador, y como líder constructor de un nuevo mundo allí donde Wells diseminó las penumbras del ocaso. Weena, por otro lado, en la novela, muere en un incendio en el bosque, por lo que no podrá ser un estímulo erótico para el regreso final del Viajero del Tiempo al distante mañana. En el film es suprimido el último salto hacia el futuro, el desplazamiento de la máquina viajera y su tripulante a un tiempo ubicado dentro de treinta millones de años. La adaptación así no integra el punto visionario más alto y extraño del relato literario original, la final visión de un mundo donde ya no hay muestras de la existencia humana. A pesar de sus simplificaciones, el film de Pal es convincente en cuanto a sus logros técnicos (obtuvo de hecho el Oscar por mejores efectos especiales), a la atmósfera narrativa que genera, y a la acertada interpretación de Taylor, con su aire de victoriano explorador inglés del futuro. Las flores de Weena irradian sobre el final una poética prueba material del viaje al futuro tan eficaz en la novela como en su traspolación fílmica.

(11) Herbert George Wells, La máquina del tiempo, op. cit., p.34. A propósito de su viaje al futuro el Viajero del Tiempo recuerda: "Vi unos árboles crecer y cambiar como bocanadas de vapor, tan pronto pardos como verdes: crecían, se desarrollaban, se quebraban y desaparecían. Vi alzarse edificios vagos y bellos y pasar como sueños. La superficie entera de la tierra parecía cambiada, disipándose y fluyendo bajo mis ojos. Las manecillas sobre los cuadrantes que registraban mi velocidad giraban cada vez más de prisa. Pronto observé que el círculo solar oscilaba de arriba abajo, de solsticio a solsticio, en un minuto o menos, y que, por consiguiente, mi marcha era de más de un año por minuto; y minuto por minuto la blanca nieve destellaba sobre el mundo, y se disipaba, siendo seguida por el verdor brillante y corto de la primavera", H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit., ibid.

(12) Ibid, p. 47.

(13) Wells se separará finalmente de los fabianos por la rigidez de este movimiento. En la versión personal del socialismo de Wells es fundamental la propagación de la educación como medio de elevación espiritual de la humanidad y de erradicación de la pobreza.

(14) A este respecto el Viajero del Tiempo narra: "...salí de aquella galería y entré en otra más amplia aún, que a primera vista me recordó una capilla militar tendida de banderas desgarradas. Pronto reconocí en los harapos oscuros y carbonizados que pendían a los lados, restos averiados de libros. Desde hacía largo tiempo se había caído a pedazos, desapareciendo en ellos toda apariencia de impresión. Pero aquí y allá, cubiertas acartonadas y cierres metálicos decían bastante sobre aquella historia. De haber yo sido un literato, hubiese podido quizá moralizar sobre la futileza de toda ambición. Pero tal como era, la cosa que me impresionó con más honda fuerza fue el enorme derroche de trabajo que aquella sombría mezcolanza de papel podrido atestiguaba", en H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit. pp.92-93.

(15) Ibid., p.70.

(16) En 1927 Fritz Lang estrena Metrópolis, obra clásica del cine expresionista alemán. El guión es adaptación de la novela de Thea von Harbou, esposa de Lang. El filme presenta una distopía urbana futurista. En el 2026 existe la ciudad-estado Metrópolis. La sociedad se halla dividida en dos grupos bien diferenciados: los propietarios, los dominadores, que viven en la superficie, y en inmensos rascacielos, mientras que, bajo tierra, se apiñan los trabajadores; éstos trabajan sin descanso para la prosperidad y dicha de los moradores de arriba. Se repite así la misma distribución espacial de Wells en La máquina del tiempo donde el arriba es sitio de bienestar y libertad, y el abajo es lugar de oscuridad, sofocación y degradación.

(17) H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit, p. 47.

(18) Ibid., p.104.

(19) En La isla del Doctor Moreau, Wells urde una ficción cuyo propósito principal es la especulación sobre la experimentación biológica con animales a fin de acercarlos a la condición humana. Mediante operaciones y mutilaciones, el Dr. Moreau somete a diversos animales a una humanización compulsiva. La experimentación instala la cuestión ética sobre la intervención humana en la naturaleza que burla la evolución o las mutaciones naturales. Por nuevas vías, Wells sigue el camino de creación artificial de vida concebido por Mary Shelley en su Frankenstein. Aquí, la creación de la vida atípica no es efecto de la integración de diversas partes de cuerpos muertos sino de una manipulación biológica. En La isla del Doctor Moreau, los animales humanizados se someten a la Ley. Normativa general y superior que reprime la instintividad salvaje mediante el castigo y el dolor, y que se introyecta en los seres manipulados mediante la repetición de las prohibiciones prescriptas por la Ley a través de una danza y unos cantos repetitivos. A pesar de su voluntad "civilizadora", en las noches las criaturas de Moreau liberan sus instintos. Lo animal no es alterado ni dominado como tampoco lo es en los hombres que, tras las apariencias de civilización, continúan albergando una íntima esencia bestial.

(20) H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit, p.111.

(21) Ibid., pp.113-114.

(22) Un ejemplo, entre mucho posibles, de la visión como arcaico camino hacia la verdad es la experiencia visionaria de Alce Negro quien, en 1931, en la reserva india de Pine Ridge, le trasmitió a un poeta de Nebraska, John Neihardt, su célebre Gran visión. Siendo joven, Alce Negro abandonó su cuerpo y contempló el mundo secreto de los Seis Antepasados, la montaña más alta del mundo, un círculo sagrado en cuyo centro se erguía un árbol poderoso. En la historia comparada de la mística las visiones son medios frecuentes de acceso a una verdad suprahumana o divina.

(23) Ver Arthur Clarke, 2001. Una odisea espacial, Hyspamérica ediciones Argentina, Buenos Aires, 1986 (trad. Antonio Ribera).

(24) En La Puerta en el muro, Lion Wallace es un especial niño destinado a convertirse en miembro destacado del gabinete inglés. En una de sus caminatas infantiles, descubre una puerta verde encastrada en un muro blanco. Al traspasar aquella abertura ingresa en un jardín encantado. Allí chispea un aire puro, colores vivos, libres panteras y alegres niños que juegan. El fantástico jardín que inundó los inocentes ojos del niño se nutre de la nostalgia del paraíso perdido, del deseo del hombre moderno de recuperar un mundo de libertad, intensidad y ebullición. Luego, Wallace crece. Se forja una brillante carrera pública. Se convierte en un reputado miembro del gabinete británico. Pero, durante el rumor de su vida pública exitosa, vive una existencia paralela. Una vida secreta, disimulada, silenciada, en la que la puerta en el muro regresa con su promesa de un mundo más vivo y auténtico. El jardín encantado es la existencia libre de la cárcel temporal; de la historia replegada sobre sí misma. Pero, en su devenir adulto, Wallace es prisionero de su presente histórico, de su temporalidad más inmediata. El tiempo ya no se abrirá como sí lo hace para el Viajero del Tiempo. Ver H.G.Wells, "La puerta en el muro", en Antología del cuento extraño, Buenos Aires, Hachette, 1976, pp.121-148; trad. Rodolfo Walsh.

(25) La teorización científica postula diversas posibilidades de viajes temporales. En la teoría de la relatividad existen "las curvas temporales cerradas" que permitirían un viaje hacia el pasado. La posibilidad teórica se extiende al descubrimiento o construcción de agujeros de gusano, o a medio absolutamente conjeturales como el empleo de una cuerda cósmica, cilindros gigantes rotatorios, o el teletransporte o envolvimiento cuántico.

(26) En la teoría especial de la relatividad de Eistein (y en su teoría general) al moverse un observador a la velocidad cercana a la luz, el reloj se mueve más lentamente que para un observador estacionario. Al regresar a su tiempo de partida luego de unos días, en la tierra habrían transcurrido cientos de años. Este efecto de dilatación temporal tiene una singular afinidad con la fantástica experiencia de Rip Van Wilke, de Washington Irving (1783-1850) Antes de la teoría de Einstein sobre la dilatación temporal o de La máquina del tiempo de H.G.Wells, Irving narra la maravillosa historia de un tranquillo habitante de un pueblecito fundado por antiguos colonos holandeses. Rip, hastiado del maltrato de su esposa gruñona, se interna una vez en el bosque para cazar y retozar placenteramente. Pero, allí, dentro de la espesura boscosa se encuentra con unos extraños habitantes del universo de los árboles. Y, sin que lo advirtiera, durante su viaje acontece una profunda transformación del orden previsible y normal del tiempo. "La aventura de Rip pronto fue conocida; para él los veinte años pasados habían sido una sola noche", en Washington Irving, "Rip Van Winkle", en El cuento norteamericano del siglo XlX, Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1977.

(27) En "El Ruido del trueno", en Ray Bradbury, Las doradas manzanas del sol, Barcelona, Minotauro.

(28) En "El zorro y el bosque", una de las prosas de El hombre ilustrado, Roger y Susan Kristen acuden a los Servicios de Viajes por el tiempo SA para escapar al futuro de su presente en el 2155. Kristen trabaja en una fábrica de bombas, y Susan en un laboratorio de cultivos patógenos. Escapan de un mundo concentrado en perfeccionar los poderes de destrucción. Escapan al México de 1936. En el relato se aclara que, al viajar al pasado, los viajeros del futuro sufren una "barrera psicológica", que asegura que no hagan revelaciones sobre la realidad futura de la que proceden: "No era posible decir dónde o cuándo se había nacido, ni hablar del futuro con los hombres del pasado. El futuro y el pasado debían protegerse el uno del otro.", en R. Bradbury, El hombre ilustrado, op. cit. p.177.

(29) Ver Julio Cortázar, "El otro cielo", en Cuentos completos 1, Madrid, Alfaguara, 1994, pp.590-606.

(30) Desde una perspectiva especulativa podría pensarse que la totalidad de los instantes temporales se desplazan en un espacio de multipresencias donde cada momento existe en una presencia simultánea. La única realidad así sería un metaespacio integrado por hechos simultáneos (y que se repetirían continuamente). El tiempo sólo existiría como propiedad de una conciencia observadora finita que sólo puede recorrer gradualmente los instantes temporales en el metaespacio. Una hipotética conciencia divina podría ver y contener simultáneamente cada instante del tiempo que, en el espacio completo de las simultaneidades, para nosotros sólo existe como gradual sucesión.

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    miércoles, 5 de marzo de 2014

    Frédéric Mistral

     
    Frédéric Mistral (escritor). Nació el día 8 de septiembre de 1830, su fecha fallecimiento es 25 de marzo de 1914, es natural de Francia.
     
    En 1854 fundó junto a otros escritores la Félibrige, una sociedad decidida a revitalizar el uso de la lengua provenzal. Le otorgaron, por su poema pastoral Mireya (1859), el premio de poesía de la Académie Française.

    Escribió y compiló un diccionario provenzal-francés (1878-1886) además de varios volúmenes de poesía, entre los que cabe destacar Las islas de oro (1876) y el poema dramático La reina Joan (1890).

    Compartió el Premio Nobel en 1904 con el escritor español José Echegaray y Eizaguirre.

    Frédéric Mistral falleció en Maillane el 25 de marzo de 1914.


    Obras

    Mireio (Mireya) (1859)
    Calendau (1867)
    Lis isclo d'or (La isla de oro) (1875)
    Nerto (1884)
    La reino Jano (La reina Joan) (1890)
    Lou pouemo dou rose (1897)
    Moun espelido, Memori e Raconte (1906)
    Discours e dicho (1906)
    La genesi, traducho en prouvençau (1910)
    Lis oulivado (1912)
    Lou tresor dou felibrige (1878-1886)
    Proso d'Armana, póstumos 1926-1927-1930

    http://www.buscabiografias.com/bios/biografia/verDetalle/4589/Frederic%20Mistral

    martes, 4 de marzo de 2014

    Yasunari Kawabata.



     Yasunari Kawabata
      (La casa de las bellas durmientes). Una novela que marca la fina y delgada línea entre lo erótico y la perversión. El lector decide. J. Méndez-Limbrick.
    (Osaka, 1899 - Zushi, 1972) Escritor japonés que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1968 por su "pericia narrativa, capaz de expresar la idiosincracia japonesa con enorme sensibilidad". Fue sobre todo un refinado transmisor de atmósferas y emociones, que plasmó con un lenguaje de singular belleza lírica. Sus temas intimistas, a menudo amorosos, son exploraciones de la soledad y de las delicadas relaciones del individuo con los otros y con la naturaleza.

    Yasunari Kawabata
    Tuvo una infancia trágica, signada por la sucesiva muerte de sus familiares más próximos. Completamente solo en el mundo a partir de los quince años, "niño sin familia ni hogar", como se autodefinía, completó su educación en un internado y luego en la universidad imperial de Tokio, donde se licenció. Su temprana pasión literaria lo llevó a participar en grupos de vanguardia como el de los neosensacionistas, que oponían el lirismo y el impresionismo al realismo social de los escritores proletarios, y fue un activo impulsor de movimientos y revistas.
    En 1925 publicó Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños, género muy frecuentado por los autores japoneses, pero su estilo cobró verdadera personalidad y madurez en los relatos de La bailarina de Izu (1926). Kawabata, cuya sensibilidad le permitía meterse como nadie en la piel de sus personajes femeninos; cultivó un tipo de novela breve, casi en miniatura, desgarrada y episódica. Su obra cumbre es quizá País de nieve (1937), que narra la relación entre una geisha que ha perdido la juventud y un insensible hombre de negocios tokiota.
    Entre los títulos destacados de su producción figuran asimismo Mil grullas (1951), El sonido de la montaña (1954), donde intenta recuperar parte de los valores desplazados ante la irrupción de la cultura norteamericana, El lago (1955), La casa de las bellas durmientes (1961), Kyoto (1962), y Lo bello y lo triste (1965); hacia el final de su carrera se centró casi exclusivamente en la ensayística y la crítica literaria.
    Fue presidente del PEN Club japonés durante cuatro años y en 1959 le otorgaron en Frankfurt la medalla de Goethe. El 16 de abril de 1972, enfermo y deprimido, dolido sin duda por la muerte de su amigo Y. Mishima, que lo había definido como un "viajero perpetuo", Kawabata se suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar. Ese mismo año se publicaría póstumamente la biografía ficticia El maestro de Go.
    Yasunari Kawabata, escritor-novelista, fue el primer japonés en ganar el premio Nobel de Literatura en 1968


    Resumen: La casa de las bellas durmientes se desarrolla en una posada, situada a las afueras de Tokio, donde unos ancianos adinerados se entregan a un último y voluptuoso placer: pagan por la compañía de hermosas y jóvenes vírgenes que duermen desnudas junto a ellos bajo los efectos de poderosos narcóticos. Estos caballeros pueden disfrutar de la presencia de las muchachas, pero cumpliendo con una serie de exigencias: no pueden mantener relaciones sexuales con éstas, no despertarlas y no estar más de un día con la misma mujer. Esta obra es una profunda reflexión sobre el amargo sabor de la vejez, la soledad y la cercanía de la muerte.
    Palabras clave: Yasunari Kawabata, narrativa japonesa, muerte, vejez, soledad

    La casa de las bellas durmiente (Nemureru bijo) fue escrita por el escritor japonés Yasunari Kawabata en 1961. Esta obra contiene tres historias breves: la primera de las cuales da título al libro, la segunda tiene por nombre Un Brazo, y la tercera, Sobre pájaros y animales. Estas historias constituyen un delicado ejercicio estético sobre el erotismo y la soledad. En este análisis nos centraremos en la primera de las narraciones de esta joya de la literatura japonesa. Este espléndido relato aborda temas como la muerte, la vejez, la belleza, el sexo, la nostalgia de la juventud perdida y el paso del tiempo.
    El protagonista de esta curiosa historia, Yoshio Eguchi, es un hombre de sesenta y siete años, casado y padre de tres hijas. Uno de sus amigos le recomienda un exclusivo local, situado a varios kilómetros de Tokio, frecuentado asiduamente por unos pocos ancianos, bien situados social y económicamente. En este selecto club disfrutan de la compañía de hermosas y jóvenes vírgenes que duermen desnudas junto a ellos bajo el influjo de los narcóticos. Los clientes deben cumplir unas normas estrictas: tienen absolutamente prohibido tener relaciones sexuales con las muchachas y no deben intentar despertarlas bajo ningún concepto. La mujer del establecimiento le advierte, desde un primer momento, que no debe hacer nada de mal gusto, sólo dormir junto a desconocidas jóvenes que ignoran totalmente su presencia.
    Estas bellas doncellas permanecen totalmente ajenas a la visión de unos hombres que no sienten vergüenza al desnudarse ante éstas, pues son incapaces de percibir la decadencia física de sus cuerpos. Estos clientes pagan por el delicado placer de dormir con unas jóvenes que les permiten sumirse en otra realidad y soñar con otras mujeres a las que un día amaron y que hoy sólo viven en sus recuerdos. Las chicas, oscuros objetos de deseo, representan la última aventura de estos ancianos antes de la llegada del sueño eterno. Éstos vuelven a ser jóvenes por una vez, gracias a la imagen de los insinuantes cuerpos de las muchachas, que permanecen en una postura de total abandono a su lascivia. Asimismo, esta casa del placer está regentada por una inquietante mujer que conoce bien la psicología de su clientela. Ésta proporciona somníferos a su selecta concurrencia y potentes drogas a las chicas para que no puedan despertarse durante toda la noche.
    En cinco encuentros, separados entre sí por intervalos de tiempo variables, en una misma habitación, en un mismo lecho, pero con seis mujeres diferentes, Eguchi nos muestra su visión sobre la muerte, el amor, la sexualidad, el deseo y su ideal de belleza. En estas visitas, el protagonista recuerda a las mujeres de su vida: su madre, su esposa, sus amantes y sus propias hijas. Este hombre, en el umbral de la vejez, rememora en este itinerario por el deseo desde instantes en noches ingratas, que son difíciles de olvidar, hasta imágenes de intensa sensualidad en la batalla de los sentidos. Estas “cortesanas vírgenes” le hacen revivir capítulos pasados de su vida, perdidos en la memoria, a través de intensas evocaciones. Además, en su última velada, la mujer del local para satisfacer su fantasía masculina le ofrece para su placer la compañía de dos jóvenes al mismo tiempo.
    Desde un principio Eguchi desea profanar las reglas de la casa, ir más allá de la mera contemplación de la belleza, pero comprueba con asombro que efectivamente la joven que yace a su lado conserva intacta su virginidad. No se resigna en ser un simple observador, quiere que las bellas durmientes reaccionen a sus estímulos y descubrir detalles concretos de sus vidas. Estas mujeres sin nombre, sin identidad y sin pasado resultan para el protagonista un desconcertante enigma por desvelar. Intenta insistentemente comunicarse con ellas, despertarlas de su letargo narcótico, vulnerar su indefensión, pero todo es inútil, pues el sueño es una barrera infranqueable como una muralla de silencio. Por su parte, a ellas no se les está permitido conocer ningún detalle de la identidad de sus desconocidos clientes. Con cada nuevo encuentro, la fascinación de Eguchi aumenta y se acrecienta su necesidad de contemplar la inquietante belleza de las jóvenes. Desea rejuvenecer durante un instante junto a estas hermosas doncellas, que descansan bajo un sueño hipnótico, mientras experimenta el profundo temor a la llegada de la muerte.
    En la anatomía de cada doncella encuentra las imágenes de otras mujeres a la que un día amó, que ahora duermen en el olvido y vuelven a su memoria. Los recuerdos reviven en su mente a través de un olor como la esencia de unas flores, el aroma de la leche materna y la voluptuosa fragancia de una piel que le retrotrae inmediatamente al pasado. Un gesto se convierte en el detonante de un recuerdo nítido de una pasión de antaño. Los cuerpos bellos y firmes de las jóvenes narcotizadas despiertan en Eguchi una multitud de sensaciones, unas veces tiernas y otras claramente perversas. Se deleita contemplando los movimientos de las doncellas en el sueño, la posición de sus brazos, el color de sus labios, las delicadas formas de sus dedos, la curvatura de una cadera y el brillo de sus cabellos. Estas imágenes encienden sus recuerdos de nostalgia y liberan sus ocultas fantasías.
    En este recorrido por las antiguas pasiones del protagonista encontramos a una celosa geisha, a una mujer casada de la ciudad de Kobe que fue su última pasión de juventud, a su amante antes de casarse, a una cortesana adolescente y a una joven a la que le robó un beso hace más de cuarenta años. En este viaje onírico divisamos la imagen de la primera mujer de su vida, su madre, que muere de tuberculosis, estableciendo un paralelismo con la propia existencia del autor que se quedó huérfano a temprana edad y el efecto que esta enfermedad produjo entre los miembros de su familia. También, se percibe la presencia lejana de su anciana esposa y la visión de su hija menor que ha conocido la sexualidad en los brazos de su primer amante.
    Estas vírgenes doncellas, que duermen en este misterioso harén, representarían la encarnación de antiguas deidades budistas a las que los ancianos piden clemencia por sus pecados, pues algunos de éstos habían conseguido prosperar por medios ilícitos. Estos tristes caballeros consuelan su dolor con la compañía de las muchachas y sienten en su interior el amargo sabor de la vejez, mientras el tiempo se les escapa rápidamente entre las manos: “Parecía haber una tristeza en el cuerpo de una muchacha que inspiraba a un anciano la nostalgia de la muerte”. Ahora, en el otoño de la vida, olvidados los arrebatos de la pasión, la sensualidad se convierte para ellos en un juego puramente mental. Las doncellas, transformadas en su última tentación, son actrices mudas en una dramática representación cuyo desenlace es siempre trágico. Ellas escenifican sus fantasías y guían sus pensamientos desde el otro lado del deseo.
    La iconografía de la contemplación de la belleza dormida bebe en las fuentes de la mitología clásica donde destacan varios ejemplos como el de Eros y Psique y la figura de Endimión, amado por Selene, diosa de la Luna, que están llenos de simbolismo sexual. Igualmente, la imagen de una doncella que duerme junto a un anciano es un tema tratado desde la antigüedad. Así, sobresale la figura de un antiguo rey de Israel que en la senectud permite a una joven virgen calentar su lecho para poder descansar plácidamente.
    En este relato asistimos a una lucha de contrarios entre la lozanía y la decrepitud, la belleza y la fealdad, la vida y la muerte. En primer lugar, la vejez de estos clientes acaudalados se contrapone con la juventud de las doncellas. Este último intento, por parte de estos viejos caballeros, por disfrutar de un instante de placer se describe perfectamente en la siguiente frase: “(...) sólo querían beber la juventud de las muchachas dormidas (...)”. Asimismo, todos los miembros de este club de ancianos, a excepción de Eguchi, por ser un poco más joven, han perdido su potencia sexual. El protagonista piensa en los sentimientos y frustraciones de estos hombres que ya no pueden actuar como tales, pero que en cuyas mentes sigue existiendo la capacidad de amar que el tiempo no ha podido aplacar. Estos viejos caballeros, que se comportan como niños ante las muchachas, tienen que contentarse simplemente con soñar y recordar.
    La lastimosa decrepitud de los ancianos se enfrenta a la belleza de las doncellas. La contemplación de su hermosura le proporciona al protagonista la inspiración necesaria para incitar el recuerdo de sus amantes en instantes llenos de erotismo. Éste aflora, a través de las líneas de este relato, en sugerentes descripciones como: “Sus senos parecían bellamente redondeados. Un extraño pensamiento le asaltó: ¿por qué, entre todos los animales, en el largo curso del mundo, sólo los pechos de la hembra humana habían llegado a ser tan hermosos? ¿No era para gloria de la raza humana que los pechos femeninos hubiesen adquirido semejante belleza?”. Además, la sexualidad, que emana de los cuerpos de estas bellas desconocidas, permite al protagonista cuestionarse aspectos de su existencia: “Se preguntó hasta qué punto había conocido las profundidades y el alcance del sexo a sus sesenta y siete años”.
    En esta batalla sin cuartel entre Eros y Thanatos, observamos a la muerte, figura omnipresente, que se esconde en cada rincón de esta casa del placer. Este combate eterno entre el amor y el sueño eterno aparece reflejado en las siguientes líneas: “(...) los viejos tienen la muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene una sola vez y el amor muchas”. El protagonista piensa en la brevedad de la vida y en la sombra de la muerte que supone el efecto de los somníferos. Asocia las profundidades del ensueño con el abismo de la eternidad, comparando ambos estados. Incluso, pide a la mujer de la casa una droga como la que toman las jóvenes, pero ésta se niega pretextando que estas píldoras son peligrosas para los ancianos Asimismo, en un momento de la narración se cuestiona el suicidio, que años más tarde llevaría a cabo el autor de esta obra, y considera que no puede existir mayor placer que despedirse de este mundo en los brazos de una de estas doncellas. Las señales premonitorias de una muerte anunciada toman cuerpo en esta inquietante frase “tomar somníferos de forma reiterada tenía que ser perjudicial para una joven” y en las palabras referidas a sus acompañantes nocturnas “Te enfriarás” y “Tendrás frío” que preceden a un trágico destino. Posteriormente, descubre casualmente por las palabras de un amigo que uno de los clientes ha fallecido en este local por un fallo cardíaco. Luego, la muerte, con su guadaña de plata, arrebata la vida de una de las dos jóvenes, que duermen junto a Eguchi en su última visita, probablemente por sobredosis de narcóticos. A continuación, la mujer de la casa retira el cuerpo de la muchacha, a toda prisa, como anteriormente había hecho con el cadáver del anciano, trasladándolo a un lugar cercano.
    Frente al fantasma de la muerte se encuentra la imagen del deseo. El protagonista sueña con romper tabúes y transgredir barreras morales, pues adivina cercano el fin de sus días. Insiste desde su primer encuentro en acariciar los labios de las doncellas, con un significado profundamente erótico, pese a ser una de las prohibiciones del local: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido”. El protagonista nunca llega a vulnerar la fragilidad de sus acompañantes, se limita a acariciar su piel, tocar sus cabellos y recorrer por completo la anatomía de sus cuerpos.
    Igualmente, en esta obra, se hace una reflexión sobre los estragos del tiempo en el alma de los hombres, la melancolía de estos viejos caballeros que mueren un poco cada día y la nostalgia de una juventud perdida que no puede volver, pero cuyos recuerdos están todavía latentes en la memoria. La soledad, tema recurrente en la obra de este autor, se muestra en la necesidad de estos ancianos acomodados de buscar consuelo y compañía en unas jóvenes que colman el vacío emocional que existe en su interior, pues, esencialmente, la labor de las doncellas es proporcionar hermosos sueños y sobre todo inspirar en ellos agradables fantasías. Así, este lugar se convierte en el pabellón de descanso de estos hombres que, a modo de antiguos guerreros, han luchado en mil batallas y que finalmente el tiempo ha vencido. Asimismo, el tema de la incomunicación está presente en este relato con la imposibilidad de hablar con las jóvenes, pues éstas permanecen inconscientes todo el tiempo y sólo despiertan cuando sus clientes han abandonado el local. El único diálogo que mantiene el protagonista es con la enigmática mujer de la casa, cuya voz lenta y sosegada es como un murmullo glacial.
    Este escritor nos desvela a través de los cinco sentidos este universo onírico, una veces oscuro y hermético y otras, impresionista y brillante. Así, a través del tacto experimenta el contacto suave y cálido de los cuerpos de las jóvenes; con el oído, el sonido violento de las olas al golpear en los acantilados en el exterior de este selecto lugar y la resonancia lejana del invierno que trae el viento; con el gusto, el sabor de un beso sobre una parte de la anatomía femenina; con el olfato inicia el mecanismo de la evocación de los recuerdos; y con la percepción de la vista, un sinfín de imágenes que descifran los enigmas de la pasión.
    El autor, que escribió esta obra a los sesenta y dos años, nos muestra la refinada forma de amar de estos hombres que buscan el mito de la juventud eterna en los cuerpos de estas doncellas, mientras el sueño postrero de la muerte planea sobre sus mentes. Estos ancianos venerables, desconocidos entre sí, pero ligados por la cercanía del sueño eterno, utilizan la fragancia de las muchachas como sagrado elixir para escapar de las garras de las Parcas durante un instante. También, este texto analiza los misterios del alma femenina. Este escritor, en una de sus líneas, expresa la siguiente frase “la mujer es infinita”, aludiendo a la imposibilidad de abarcar su espíritu por entero. Asimismo, explora las fantasías femeninas en la figura de una dama, de edad madura, que antes de dormirse contaba los hombres por los que le hubiera gustado ser besada.
    Este relato, enigmático y misterioso, transita entre el sueño y la vigilia, el pecado y la virtud, el elemento masculino y la esencia femenina, la ternura y la lujuria, la oscuridad y la luz. En este baile de seducción con la muerte, el protagonista nos ha mostrado su visión sobre la soledad, la senectud y el cruel paso del tiempo, sumido en una atmósfera a medio camino entre la realidad y la fantasía onírica. Esta obra nos ofrece espléndidas metáforas como: “Ésta, mientras dormía, pronunciaba palabras de amor con los dedos de sus pies” y la imagen de un gran árbol centenario, capaz de atrapar la intensidad del ocaso en estas palabras: “Toda la luz del atardecer era absorbida por la camelia, en cuyo interior debía estar concentrado el calor de sus rayos”. La atmósfera de este texto está repleta de delicadas imágenes bellamente descritas, dentro de un estilo sumamente poético y evocador, donde destaca la exquisita habilidad de su autor para captar los más sutiles matices ambientales. Para el escritor Yukio Mishima La casa de las bellas durmientes era la obra máxima de Kawabata y una de las creaciones más importantes de la literatura japonesa. Gabriel García Márquez, gran admirador de la narrativa de este autor japonés, se inspiró en ella para escribir un cuento titulado El avión de la bella durmiente, escrito en 1982, y posteriormente, su novela Memoria de mis putas tristes, publicada en el año 2004.
    En este viaje por el deseo, el autor nos ha transportado hasta una habitación, con cortinas de terciopelo de color carmesí, en un exclusivo local, donde duermen bellas doncellas y en cuyas paredes se esconden los misterios insondables del alma humana. Al final de este recorrido onírico por las pasiones de un hombre se encuentra la muerte, como última invitada, esperando en el umbral de la puerta de esta casa del placer.

    Yasunari Kawabata nació en el seno de una familia culta en la ciudad de Osaka, Japón, el 11 de junio de 1899. La imagen de la muerte marcó trágicamente su infancia. Su padre, un destacado médico, Eikichi Kawabata, murió de tuberculosis cuando éste tenía dos años. Al año siguiente fallece su madre, a continuación su abuela cuando éste contaba siete años y, posteriormente, su única hermana abandona este mundo poco tiempo después. Finalmente, pierde a su abuelo, con el que vivía en el campo, en 1915. Estos terribles sucesos definieron su personalidad solitaria y melancólica. Tras finalizar los estudios de secundaria, se dirigirá a Tokio para pasar los exámenes de acceso a la universidad. En 1920 ingresa en la Universidad Imperial de Tokio para estudiar Literatura Inglesa, carrera que cambiará un año después por la de Literatura del Japón. En este período conoce al renombrado escritor Kikuchi Kan que era asimismo el editor de la revista Bungei Shunju, donde este joven novelista colaborará con varios de sus trabajos. También escribe para el periódico de la universidad, Shinshicho (Nuevo Pensamiento).
    Termina sus estudios en 1924 y funda junto con otros jóvenes intelectuales, entre los que se encontraban Yokomitsu Riichi y Kataoka Teppei, la revista Bungei-Jidai (La Edad Artística). Esta publicación reunió a su alrededor a un grupo de prometedores escritores conocidos como neosensacionalistas, seguidores de un nuevo movimiento literario definido como “Shinkankaku-ha”, interesados por el lirismo y el impresionismo, procurando realzar la percepción de las sensaciones en el lenguaje narrativo, en oposición al realismo social imperante en su época. Posteriormente, desarrollaría un estilo propio, que irá perfeccionando a lo largo de los años, como se observa claramente en su primera novela, Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños (1925). En 1926, en las páginas de su revista, ve la luz la novela corta, La danzarina de Izu, donde se observan referencias autobiográficas que rememoran una pasión de juventud del propio escritor. Además, se aprecia en ésta la influencia de antiguos textos budistas y la poesía medieval japonesa, por los que el autor sentía verdadera devoción. Este texto, que relata el encuentro de un estudiante solitario durante un viaje por la península de Izu con una joven bailarina que se desplaza con un grupo de artistas, se convierte en su primer gran éxito de crítica. Después, interesado por la cinematografía, escribe el guión de una película clásica del cine expresionista japonés, Kurutta Ippeiji (Una página de locura, 1926) de Kinugasa Teinosuke. Años más tarde publicará La pandilla de Asakusa (1929-1930) que tiene como escenario el famoso distrito del mismo nombre de la ciudad de Tokio, repleto de teatros de revistas, cafés, casas de geishas y antiguos cines, que el autor conocía muy bien por haber vivido en esta zona durante la década de los años 20. A partir de 1934, se establece en Kamakura, en el sudoeste de Tokio, y pasa los inviernos en la ciudad de Zushi.
    Durante la II Guerra Mundial se traslada a Manchuria y allí estudia profundamente una obra maestra de la prosa clásica japonesa, Genji Monogatari (El relato de Genji), escrita por Murasaki Shikibu en el siglo XI. Posteriormente, publica su obra más conocida País de Nieve (1948) que lo situó entre los escritores contemporáneos más importantes de Japón.
    Otros libros de este autor son: El sonido de la montaña (1949-1954), aclamada por la crítica como su mejor obra, El maestro de go (1951), El lago (1954), Primera Nieve en el Monte Fuji (1958), Mil grullas (1959), Kioto (1962) y Lo bello y lo triste (1964). Especial importancia tienen las Historias de la palma de la mano (Tanagoko no shosetsu) que representaban, según palabras del propio Kawabata, la esencia de su arte. El escritor comenzó a escribir pequeños relatos en 1923 y siempre volvía a ellos cada cierto tiempo. En estas narraciones conviven diferentes temas como la soledad, el amor, el paso del tiempo, los rituales y la muerte. Asimismo destaca Correspondencia 1945-1970, una recopilación de cartas que se intercambiaron Kawabata y su discípulo el escritor Yukio Mishima durante 25 años. Además de escribir obras de ficción, este autor trabajó como periodista, principalmente para el diario Mainichi Shimbun.
    Entre 1948 a 1965, este autor desempeña el puesto de director del Pen club de Japón. En 1953, el novelista se convierte en miembro de la Academia de las Artes del Japón y en 1959 recibe la medalla Goethe en la ciudad de Frankfurt. Durante la década de los 60, el autor, convertido en un novelista de fama internacional, imparte conferencias por varias universidades de Estados Unidos. También, se dedica a la crítica literaria y a apoyar a nuevos escritores. Kawabata fue el primer escritor japonés en ganar el premio Nobel de Literatura en 1968, le seguiría años más tarde Kenzaburo Oé. En la ceremonia de entrega de dicho galardón leyó un discurso titulado Del hermoso Japón, su yo. Posteriormente, el 16 de abril de 1972, aquejado por la enfermedad de Parkinson y profundamente abatido, se quita la vida, como hiciera poco tiempo antes Yukio Mishima, en su estudio en la ciudad de Zushi, inhalando gas, sin dejar ninguna nota que explicara su decisión.

    © Orlando Betancor 2008
    Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
    El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero39/seterno.html

    lunes, 3 de marzo de 2014

    Jaroslav Seifert. Premio Nobel 1984.


    Jaroslav Seifert (escritor). Nació el día 23 de septiembre de 1901, su fecha fallecimiento es 10 de enero de 1986, es natural de República Checa.

    Jaroslav Seifert
       (Rep. Checa, 1901-1986)
       Poeta checo, premio Nobel en 1984. Su obra, plena de sencillez y sensualidad, fue repetidamente censurada en su país por la negativa de Seifert a abrazar la ortodoxia política. Nació en un barrio obrero de Praga. Sin llegar a terminar sus estudios, pero ya muy conocedor de la historia y cultura de su país, comenzó a escribir, de arte sobre todo, en distintos periódicos y revistas. En 1921 apareció su primer libro de poemas, La ciudad en llamas, en la línea vanguardista del grupo Devetsil, que él mismo contribuyó a fundar. Le seguirían El amor mismo (1923), su transición al poetismo (movimiento poético checo influido por el futurismo y el surrealismo europeos y el marxismo), y En las ondas (1926). En Paloma mensajera (1929) domina lo cotidiano y, estilísticamente, un clasicismo abundante en imágenes naturales y parco en metáforas, alejado del tono, más dramático y tenebroso, de compañeros de generación como Vladímir Holan o Frantisek Halas. Seifert, que fue miembro fundador del Partido Comunista Checoslovaco, rompió sus relaciones con él en 1929, después de un viaje que realizó a la antigua Unión Soviética y de haberse negado a rechazar el gobierno democráticamente elegido, para adoptar una actitud independiente, siempre en defensa de las libertades. Durante la II Guerra Mundial recuperó, por un tiempo, el favor del partido por su oposición encarnizada a los ocupantes nazis. Estas ideas están presentes en los poemas de tono patriótico de Casco de tierra (1945) y Mano y llama (1948). En 1950 se puso otra vez en una situación muy comprometida al defender a su amigo Frantisek Halas acusado, como él, de subjetivismo. En 1956, como consecuencia de un discurso en el que criticaba la política cultural del estalinismo y también de una larga enfermedad, dejó de publicar. Su obra se reanudó en 1965 con Concierto en la isla y en 1966, con un gesto típico de la esquizofrenia reinante en la época, fue nombrado artista nacional. Entre 1968 y 1970 asumió la dirección de la Unión de Escritores Checos, desde la que condenó duramente la invasión soviética de 1968 y firmó la Declaración de las 2.000 palabras, pidiendo a la dirección del partido la continuidad del proceso democratizador que se había iniciado. A partir de 1977, en gran parte por su postura en defensa de los Derechos Humanos en Checoslovaquia, volvió a tener dificultades para publicar y sus dos siguientes libros, La columna de la peste (1977) y El paraguas de Picadilly (1979), con duras advertencias sobre el neoestalinismo, se editaron en Alemania. Sus memorias, Toda la belleza del mundo, aparecieron simultáneamente en Checoslovaquia y Alemania, en 1983, año en el que también se editó su último libro de poemas, Ser poeta. Se le concedió el Premio Nobel en 1984. Seifert es, junto con Holan, Halas y Nezval, una de las voces esenciales de la poesía checa del siglo XX.

    http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2297
     

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