jueves, 15 de agosto de 2013

SERGIO GALINDO. Premio Xavier Villaurrutia 1986. NOVELA.

El aporte de Sergio Galindo
Otilia Rauda: una novela
que desborda sus costuras

Claudia Domínguez




El poder que asienta su base en la perturbación erótica es el arma de dos filos de la protagonista de quizá la más célebre de las novelas del veracruzano Sergio Galindo (1926-1993): Otilia Rauda. En su rebeldía, como la única forma de manifestación que su entorno le permite dado el "esplendor escandaloso de su cuerpo", Otilia se resiste a la cosificación, a ser sólo un cuerpo poseído, pero su solución consiste en una paradoja: sucumbir de forma exorbitante al destino que todos le vaticinaban desde que su cuerpo desbordó las costuras de sus ropas de niña, accediendo frenéticamente al placer sexual como una forma de anulación de todo precepto social.
Pero la tragedia sobreviene cuando singulariza su pasión en un solo objeto que, como ella, transita en su propio túnel solitario.
Durante su trayectoria como cuentista y novelista, Galindo se fortalece como uno de los escritores paradigmáticos de una visión cada vez más íntima de lo humano, en un país en el que las preocupaciones sociales cada vez estaban más lejos de las clases medias. De ahí que el orden y el poder sean los ejes que recorren sus textos desde los años setenta, para cuestionarlos y romperlos. Además, sus personajes femeninos ya no son tanto seres sufrientes y solitarios sino eminente y carga-damente políticos, política no sólo como poder institucionalizado, sino como el que abarca también a la vida cotidiana. De este modo, el autor retoma la mejor tradición de la novela mexicana, la de ser un retrato crítico de la sociedad, pero sin olvidar las lecciones formales de los años herméticos, los de la experimentación narrativa.
Lo anterior es evidente en Otilia Rauda (1986), la cual le valió a Galindo el favor de la crítica y el Premio Xavier Villaurrutia . Las acronías, las sutiles rupturas del tiempo narrativo, enlazadas apenas por la coincidencia espacial o las asociaciones temáticas, son también parte de las características que demuestran la calidad literaria a la cual había arribado Sergio Galindo cuando confecciona esta novela, cuyo tiempo no es lineal pese a su sencillez aparente. Comienza en la madurez de Otilia hacia 1941, quien al parecer nace en 1902, retrocede a los años treinta, se asienta en el porfiriato durante la adolescencia de esa muchacha, por la que pasaron 11 bailes, 11 septiembres, 11 amenazas de muerte formuladas por el padre a los moscardones que clavaban su vista en las formas de la chica –sin que nadie digno se acercase a ella–, y en el transcurso se alterna la impronta local de la Revolución, a través de los sucesivos mandatos y desmanes de Madero, Huerta, Carranza, Obregón y el gobernador Tejeda.
Otilia Rauda es la historia de personajes ubicados principalmente en la zona vigueña veracruzana, en las cercanías de un Perote literario y real en su permanente aire frío de montaña y en esa neblina que esconde y deja constancia de la existencia de seres que encuentran cálido cobijo en el excitante cuerpo de Otilia. Historia de la redención de los irredimibles, de los excluidos del orden social y moral, de odios que son parte del amor, como diría Nedda G. de Anhalt: "producto de un fabulador cuyo mundo parte de causas y efectos paradójicos; uno en cuya esfera la ambigüedad nunca termina".
La paradoja es el recurso más evidente de Galindo en Otilia Rauda: la belleza del cuerpo contrasta con la fealdad del rostro de Otilia; asimetría que a la vez asegura a ese pueblo con ansias de ciudad que Cruz, la madre de la muchacha "no pecó" dado el extraordinario parecido de ese rostro adiposo y bizco con Isaac, su esposo. Lo que se relaciona con el "equilibrio" de la doble marginalidad de Otilia: fea y mujer, con un cuerpo hecho para goces irrefrenables. Sin embargo, la única descendiente de la rica familia de terratenientes es estéril gracias a una enfermedad de Venus contagiada por Isidro, su marido comprado, el mediocre carnicero y policía, legal pero indigno "dueño" de ese cuerpo que concentra los anhelos masculinos del pueblo y sus inmediaciones.
La hija de los Rauda es una amenaza para la estabilidad conyugal, la envidia de las mujeres, un atentado a las buenas costumbres por su hermosura desafiante, monstruosa en su perfección. Su misma cualidad de atracción es lo que la vuelve repulsiva para su sociedad. Ante esto, Otilia suele refugiarse en sí misma, en su incondicional amigo Melquíades y en Rubén Lazcano posteriormente, el primero es el "bobo" del pueblo, un gigante deforme que es como una versión local de Vulcano, el cónyuge de la Diosa del Amor; mientras que Rubén está signado por la vida al margen de la ley, jaloneado por las circunstancias sociales e históricas que le afectan íntimamente y le condicionan el destino, un hombre hermoso, un príncipe azul en negativo, imposibilitado para corresponder a la ternura y pasión que Otilia deposita en él en forma obstinada, y ante la ruptura de la esperanza del amor, lo que resulta es la destrucción, el odio apasionado. En apariencia, algo incompatible en un texto que en su etapa embrionaria fuera designado por su autor como "Los encuentros".
Así es como en esta novela, considerada como la obra cumbre de Sergio Galindo, desembocan los elementos esenciales de este autor xalapeño que desbordó los límites de lo local a través de uno de sus escenarios privilegiados: Las Vigas, pero cuestionando por medio de ese universo pequeño y a la vez paradigmático la hipocresía social que impide a los sujetos vivir el amor, la libertad, la existencia misma.

Galindo, editor
El oficio del editor implica no sólo encargarse de la preparación y distribución de libros, sino también una apuesta que se deriva del saber, la sensibilidad literaria y la intuición. Paralelo a su trabajo creativo, Sergio Galindo supo combinar la labor de difusión y edición de obras de la literatura mexicana, latinoamericana y mundial en una época en la que el centralismo dominaba aún más que en nuestros días. De hecho, a partir de 1957, cuando Galindo funda el Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana, junto con la revista La Palabra y el Hombre, la entonces modesta casa de estudios rebasa las fronteras locales y nacionales y da a entender a la clase intelectual de su tiempo que algo interesante se estaba gestando en Veracruz.
No se trataba sólo de buenas intenciones. A través de la Colección Ficción la provincia puso el ejemplo al atraer a autores consagrados pero sobre todo al editar textos de escritores entonces poco conocidos y traducir obras modernas. Como señala Margo Glantz: "Cuando mucha gente aún se reía con sorna de las aventuras de Aureliano Buendía unidas a la interminable escrituración dirigida a los generales colombianos, Sergio [Galindo] publicaba Los funerales de la mamá grande, de Gabriel García Márquez y El diario de Lecumberri, de Álvaro Mutis, el teatro de Emilio Carballido y el de Luisa Josefina Hernández, los textos de Rosario Castellanos, Lolita Castro [sic], Jaime Sabines, Eraclio Zepeda, los cuentos de José de la Colina y Juan Vicente Melo, El doctor y los demonios, de Dylan Thomas, los de Max Aub, y los de Cardoza y Aragón y claro, ¡cómo podían faltar!, los cuentos de José Revueltas, nada menos que Dormir en tierra. La brillante labor editorial, generosa, profética de Sergio tenía su continuidad lógica en la revista. La Palabra y el Hombre llegó a constituirse en una institución: eran los tiempos del rector Aguirre Beltrán por quien Sergio llegó a Xalapa de nuevo y después de los de Fernando Salmerón, rector también, más tarde."

Trayectoria del escritor
Sergio Galindo (2 de septiembre de 1926-3 de enero de 1993). Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores de 1955 a 1956. En la uv fundó las colecciones Ficción y Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, así como la revista La Palabra y el Hombre. Fue director de la Editorial de la uv de 1957 a 1964. En 1965 fue director del Departamento de Coordinación del Instituto Nacional de Bellas Artes (inba) y posteriormente de la Dirección de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública. De 1974 a 1976 fue director del inba y en 1975 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua.
Recibió las condecoraciones: Honorary Officer of the Most Exce-llent Order of the British Empire de Gran Bretaña en 1975; Méritos en la Cultura, de Polonia en 1976, y Orden de la Estrella de Yugoslavia en 1977. Su obra ha sido incluida en diversas antologías de México y el extranjero y traducida a varios idiomas. Fue merecedor del Premio de Novela Mariano Azuela en 1984, el Premio Xavier Villaurrutia en 1986 y el Premio José Fuentes Mares en 1987.
Obra publicada: La máquina vacía (cuentos, 1951), Polvos de arroz (novela, 1958), La justicia de enero (noveleta, 1959), El bordo (Novela, 1960), La comparsa (novela, 1964), Nudo (novela, 1970), ¡Oh, hermoso mundo! (cuentos, 1975), El hombre de los hongos (Noveleta leída en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana en 1975, publicada un año más tarde), Este laberinto de hombres (cuentos, 1979), Los dos ángeles (novela, 1984), Declive (novela, 1985), Terciopelo violeta (cuentos, 1985) y Otilia Rauda (novela, 1986).


FUENTE: http://www.uv.mx/gaceta/52/quemar/quemar03.htm

ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN. Premio Xavier Villaurrutia 1985. Cuento.

Angelina Muñiz-Huberman nació en Hyères, Francia, en 1936, hija de exiliados españoles. Viajera por varios países, finalmente se estableció en México. Es autora de más de veinte libros de narrativa, poesía y ensayo. Está traducida al inglés, francés, italiano, hebreo. Inauguró el generó de la novela neohistórica en la literatura mexicana con Morada Interior (1972), a la que siguieron Tierra adentro, La guerra del Unicornio; Huerto cerrado, huerto cellado, De magias y prodigios y Dulcinea encantada. Algunos de sus personajes favoritos son cabalistas, alquimistas y herejes. Castillos en la tierra dio comienzo al género de las seudomemorias. Entre otros, ha recibido los Premios Xavier Villaurrutia y Sor Juana Inés de la Cruz.

Fuente: http://www.tusquetseditores.com/autor/angelina-muniz-huberman

En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz-Huberman[1]

Mariana Bernárdez

Reproduzco la entrevista tal cual apareció en La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1993, han pasado muchos años y miro de manera diversa el ejercicio de la entrevista, en aquel momento, para mí, lo único de relevancia era la voz del autor, lo que preguntaba sólo era una excusa para provocar el recuerdo o el hilo de la conversación; a pesar de haber obviado en el texto el ejercicio de la pregunta-respuesta, quedan en mi memoria una sucesión de imágenes: la luz entrando por el ventanal del departamento, los colibríes revoloteando alrededor de un ficus, observo atenta los detalles, las fotografías de Alberto, los libros perfectamente acomodados, el silencio… Tengo miedo de que la grabadora se descomponga, de que todo salga mal, he terminado de leer su libro Dulcinea encantada, y quisiera centrar la conversación en él, pero sé que las palabras la habitan a ella y que yo soy la otra orilla. Recuerdo que Angelina me ofreció té, nos sentamos en la mesa del comedor y charlamos durante largo rato, la entrevista permitió una aproximación como la evocada entre la mano y la pluma, pero sin duda el diálogo es el puente hacia la escritura y desde este vértice ella comenzó a hablar:

El acto de escribir lo veo como un juego. Escribir es irte quitando tabúes. Yo quería que mis primeras novelas no fueran autobiográficas. Poco a poco pude ir entrando en los recuerdos personales. Dulcinea encantada no es autobiográfica sino confesional. Da lo mismo si esas cosas me pasaron o no. Lo importante es la confesión. No tener miedo a despojarte. Paso por etapas de caos y orden. Una vez que encuentro el terreno poético, me da miedo quedarme encerrada en él y busco otra salida. Entonces reviso mis borradores y pienso que no sirven porque no son poéticos. Se trata de ir mezclando, hasta que llega un momento en que ya no importan estas cosas.

En el centro, el exilio
El exilio como centro de la vida es todo: una idea, un concepto, algo abstracto o algo concreto. Te modifica y te hace estar en situaciones límite: dar el paso para adelante o para atrás.

No me quejo de la idea del exilio, te enriquece y te permite conocer cosas nuevas porque se han perdido otras. A veces, claro, no las recuperas, como le pasó a los españoles con la Guerra Civil. Quedas siempre con esa posibilidad de movimiento.

No nací en España sino en Hyeres, Francia. Por eso muchas veces digo que el exilio es para mí un concepto, una idea, porque es algo heredado.

En España estuve hace tres o cuatro años por menos de dos semanas. En realidad no conocí nada y cuando escribí mis libros ni siquiera había estado ahí.

Al estallar la Guerra Civil, de Hyeres viajamos a París, luego a Cuba. El viaje lo hicimos en barco. A pesar de que tenía dos años, mis recuerdos se unieron a lo que me contaron mis padres. Cuando recuerdas algo distinto a lo que tus padres recuerdan, ese recuerdo es tuyo.

Al llegar a Cuba nos fuimos al campo. Con la muerte de mi hermano mis padres no querían saber nada del mundo. Fuimos a Caimito del Guayabal e hicimos vida de campesinos. Durante tres años vivimos de lo que daba la tierra y después de ese tiempo nos quedamos sin dinero. A mi padre se le ocurrió sembrar lo que no se daba en esa tierra, por ejemplo las papas. Las sembró, no se dieron y se perdió todo.

En Caimito del Guayabal no convivía con otros niños. De vez en cuando, los fines de semana, venían amigos a la finca. Siempre estaba sola, con adultos. Al llegar a México conocí otros niños, fue mi primer viaje en avión.

Vinimos a México porque un tío mío tenía en París unos laboratorios de productos farmacéuticos. Le dio la representación a mi padre quien había sido periodista en España. La primera parada fue en Mérida. El recuerdo que tengo es el de hombres vestidos como en las películas de África, con pantalones cortos, chaquetas de exploradores y casco blanco. Yo no s‚ si es real, pero esa es mi visión de Mérida.

La primera impresión de México es la llegada al aeropuerto en día de lluvia. Creo que fue en marzo. Todo el camino hacia el centro estaba lleno de charcos. La gente se arremangaba los pantalones o las faldas; llevaban los zapatos en la mano e iban caminando. Eso me pareció divertidísimo, pero llegué malísima porque siempre padecí mareos. En cualquier transporte me ponía horriblemente mal. Los del hotel preguntaban, ¿qué le pasó a esta niña?, porque estaba verde. Era el hotel Gillow. Mi sorpresa fue saber que estaba en una ciudad porque yo en Cuba vivía en el campo, tierra adentro.

Ya en México, cuando tenía seis o siete años, mi madre me confiesa que su familia había conservado la tradición del judaísmo durante siglos. Mi abuela aún conocía palabras en hebreo y ciertos rituales. Mi madre solía leerme La Biblia, particularmente "El Pentateuco". Eso me influyó y se convirtió en una de mis grandes obsesiones.

En cuanto a escribir, lo hago desde chica. No sé si en un principio fue por imitación a mi padre, que había escrito poesía e incluso le habían publicado obras de teatro en España. Tengo la imagen de mi padre escribiendo. A raíz de la muerte de mi hermano hizo el voto de dejar de escribir. Escribir estaba prohibido en la familia.

Para mí eso fue tremendo. Como sí escribía, pues ahí vino el primer gran conflicto con mi padre. A mí me gustaba escribir. Además desde chica empecé a leer. Cuando eres hijo único, leer es uno de los entretenimientos y por consecuencia me agradaba la idea de escribir.

Es verdad lo que pasó con el niño en Cuernavaca. Lo cuento en mi texto autobiográfico "El juego de escribir". Después de haber jugado todo no sabíamos ya que inventar y le dije: "Vamos a escribir cuentos". Nos sentamos en la mesa y se me quedó la idea de seguir escribiendo.

Otro cosa tremenda era escribir cartas a los primos de España, entre los seis y nueve años. Mi padre cogía la carta, la leía y tachaba. Censuraba lo que estaba mal, me hacía copiarla como él quería, si no la carta no salía. Él tenía una manera de entender la escritura. Yo me daba cuenta a esa edad de que era muy distinta a la mía, de que me había falsificado y que no era lo que quería decir. Eso fue una tortura para mí. A otro niño no le hubiera importado. A mí eso de que me hicieran usar otras palabras que no pertenecían a mi vocabulario, me sentaba mal.

Mi madre me decía que no le hiciera caso: "Tú escribes muy bien, escribe natural". Incluso ella guió mis lecturas, desde la Biblia hasta Juan Ramón Jiménez. Pero para mí la autoridad literaria era mi padre y su desaprobación me provocó una gran inseguridad. Pensaba que no servía para escribir, pero seguí haciéndolo porque era algo m s poderoso.

Los hilos de la madeja
Mi historia siempre ha sido fuera de lo habitual. No sé qué pasó, mis padres decidieron que como vivíamos en México necesitaba ir a un colegio mexicano. No obstante primero fui al Gordon College, que estaba cerca de mi primera casa; esa fue idea de mi madre porque según ella tenía que aprender inglés. Después mi padre me mandó a la Escuela Secundaria de Gobierno número 18 para que conociera el país. Pedían composiciones, yo para ese entonces ya no le enseñaba a mi padre lo que escribía. Me decían que estaban muy bien escritas, pero yo no lo creía. Recuerdo que un profesor me pidió que escribiera algo sobre las Naciones Unidas. Le gustó mucho. El día que se celebraba la fiesta de las Naciones Unidas lo leí frente a la escuela.

En la preparatoria me rebelé. Mi padre y mi maestro de piano se habían puesto de acuerdo para que estudiara música. Como me gustaba mucho decidí probar durante las vacaciones. Me ponía a tocarlo, pero constantemente veía el reloj porque quería seguir leyendo. Me iba a leer y no me acordaba del piano. Era una situación absurda. Por suerte pronto decidí no seguir. Ese fue el segundo gran golpe para mi padre, ahí sí ocurrió una ruptura.

Me preguntó: "¿Qué quieres estudiar?" Yo le dije: "Letras". "¡Ah!, eso sí te lo prohíbo, mejor estudia química". Mi madre y yo lo convencimos de que iba a estudiar Derecho. En aquel tiempo el bachillerato de Derecho era una carrera afín a Letras. Además mi padre ya había decidido a qué preparatoria meterme. Yo le dije: "No, ahora quiero un colegio español". De nuevo discutimos y al fin aceptó que entrara a la Academia Hispano Mexicana. Ahí conocí a mucha gente del exilio. Tuve por profesor a Arturo Souto en Literatura Universal; el primer trabajo que nos dejó fue un cuento. Le gustó muchísimo, me dijo que tenía madera de escritora y me animó a seguir escribiendo. Le gustó tanto que a esa edad, tendría 16 ó 17 años, me invitó a las reuniones que tenía con Luis Rius, Pedro Garfias, José de la Colina, Inocencio Burgos...

Mi padre se dio cuenta de que el estudiar derecho había sido una trampa y que en realidad iba para Letras. Entré a la Facultad y nunca mencioné que escribía. La gente se enteró de ello cuando empecé a publicar.

Estaba inmersa en la literatura y adquirí el ritual de escribir. Escribía en cualquier lado, en cualquier hoja o situación. A veces en clase, a veces en un café, donde fuera. Al principio no era tan metódica, pero siempre me gustaron las libretas. Quien me dio todo el apoyo fue mi marido y al conocer mi problema me dijo: "Tú tienes que escribir y publicar. Hasta que no publiques no vas a saber si puedes o no hacerlo". Yo no me atrevía a publicar. Me daba un pánico absoluto. Me daba miedo que estuviera mal escrito. El hecho de que mi padre me dijera que escribía mal y confuso, me hacía pensar que todo el mundo iba a opinar lo mismo. Era miedo a enfrentarme a los demás.

De la palabra al libro
Empecé a publicar en Cuadernos del viento la revista que dirigía Huberto Batis. Uno de los primeros que me reseñaron en esta revista fue Henrique González Casanova. Así que a pesar de que la opinión fuera favorable, yo seguía sin creer.

Continué publicando cuentos, pero al irme a Estados Unidos a estudiar el posdoctorado, no sé cómo, encontré tiempo para empezar a escribir Morada interior. La idea me vino un poco durante las clases en Filadelfia con un profesor estupendo, Otis H. Green y en Nueva York con otro profesor, Albert A. Sicroff. Aunado a esto estaban las ideas de Américo de Castro y mi búsqueda del judaísmo. Se me ocurrió volver a interpretar la vida de Santa Teresa. Ella pertenece a una familia de judíos conversos, eso la lleva a crear un exilio interior. Mi propia situación de exilio me lleva a intuir situaciones de exilio. Esto es lo que ocurre en esa mi primera novela.

Mi exilio es una suma de múltiples exilios: el de mis padres provocado por la Guerra Civil española, el de mi hermano causado por su muerte, el dado por la prohibición de escribir, el exilio social... Sin embargo mi idea del exilio fue evolucionando. De adolescente mi ideal era regresar a España, de hecho pensaba que con sólo regresar mi problema estaría resuelto. No me di cuenta de que ello no era así hasta los 16 años. Hicimos un viaje a Francia donde conocí a esos primos con los que me carteaba. Un día nos preparábamos para salir y bajaba yo las escaleras. Los de España me esperaban, y oigo que uno le dice al otro: "Oye, avisa a la mexicana que estamos listos". Yo dije: "¡Qué! ¡Ay, caramba, pues si yo no soy española!" Si mis primos hablaban mal de México yo me enfurecía y lo defendía, y claro, aquí me oyen hablar y me dicen: "Tú eres española, hasta pronuncias como tal".

El problema estaba ahí y era difícil. Morada interior me ayudó a aclarar ciertas cosas. Hay un capítulo clave, incluso escrito en cursivas que empieza: "No es que me despañolice, sino que busco las raíces, las verdaderas y profundas. Esas raíces que cuesta trabajo encontrar, que duele desenterrar y que temen la luz del día". Santa Teresa como personaje me permitió seguir buscando. Ella encuentra en el exilio y la mística algo no tangible que es una salida. Yo no la puedo tener porque vivo en otra época, no creo en Dios y esa salida no me es permitida. Hay personas que sí se lograron adaptar, pero yo me quedé siendo ni de un lado ni del otro. Durante mucho tiempo me preocupó hasta que me volví un poco cínica y dije: "¡Qué bien!, esto es fantástico".

Al paso del tiempo y ante la imposibilidad de volver a España vino la idea de Israel. Te queda la sensación de regresar a algún lado. Mi marido había vivido allí de joven y había fundado un kibutz. De todas mis novelas Tierra adentro es la más positiva, es la única con final feliz; trata sobre la salida de un muchacho de España a Israel después de la expulsión de los judíos en 1492. La llegada a algún lugar es ya una respuesta. Quizá por eso me acerco a los místicos, no por religiosa ni por mística, sino porque tuvieron la capacidad de encontrar algo que no necesariamente es la tierra.

Esa es la lucha que todos tenemos. Sor Juana lo decía: "entre razón y corazón". En mí ha pesado mucho el mundo racional, trato de rebelarme, pero el problema es que uno no puede escapar. La rebelión existe porque está la muerte. Esas son las rebeliones, pero son inútiles porque la muerte siempre gana la batalla. Esas rebeliones no fructifican, como la revelación que es un instante. Tal vez el instante, ese pequeñísimo fragmento de revelación, sea la historia. El símbolo de lo que es la vida, el hombre. La vida es tan fugaz como el instante de revelación. La historia en ese sentido, está unida a la muerte y a la temporalidad como instantaneidad.

La muerte es otra constante en mi escritura. En "El juego de escribir" (De cuerpo entero), relato cómo me hice a la idea de que hasta que no cumpliera 8 años podía morirme como mi hermano. A él lo incorporé en mi vida, jugué con él y es con quien he dialogado siempre. Mi hermano no era un fantasma, era algo real y conocí todo de él no porque lo recordara sino porque mis padres me lo contaban.

La guerra del Unicornio conjugó muchas cosas. Quería hacer una novela de aventuras y de caballería, como un cuento de hadas. Al mismo tiempo quería escribir algo sobre la Guerra Civil y el exilio. Sitúo estos hechos en la Edad Media. Divido el bando de los caballeros: los caballeros de Gules son el rojo, los caballeros de Sable son el negro, el comunismo y el fascismo. En la historia me guiaban los personajes y el desarrollo de la guerra. Busqué libros de historia y describí una de las batallas: la del Ebro. No podía escribir directamente una novela sobre la guerra, lo único que quedaba era alegorizar y esos personajes me lo permitieron; además de que representaban la historia medieval de España sin negar la existencia del pueblo árabe, judío y cristiano. De hecho son los tres que van a pelear aliados. Quería sacarme la espina de la guerra.

De encantamientos y encantados
Mi última novela, Dulcinea encantada, vuelve a presentar como temática central el exilio. El personaje está loco y se propone "escribir". De este modo, la única lectura y crítica de esta novela imaginaria es la propia. Tenía que dejar fluir, totalmente libre, su pensamiento, sus asociaciones disparatadas. Después de todo lo que ha sido el exilio, sólo quedaba la locura.

El exilio lo veo como algo apocalíptico. El fin de los tiempos para los españoles refugiados. Lo demás fue engañarse. Por eso esta novela tenía que ser apocalíptica, en el sentido de fin: el truncamiento de los españoles que no regresarían. ¿Qué libro hay más delirante que el Apocalipsis donde el lenguaje es llevado al extremo, donde las metáforas ya no funcionan y quién sabe qué quieran decir? Ese es al extremo al que puede llegar el exilio cuando es llevado a su total locura e incomprensión. El exilio en ese sentido es la locura.

Por otra parte, Dulcinea encantada fue una novela de revelación; me apoyé en ese libro de la revelación que es el Apocalipsis. Siempre quise escribir una novela sobre el exilio español, eso lo pensé desde los 18 años. Seguí escribiendo y la pospuse. Hice borradores, pero no me funcionaban. La idea estaba ahí. Pensaba que no me correspondía escribirla, que no tenía derecho. No es que yo fuera a escribir "la novela del exilio", ojalá se hubieran escrito muchas y ésta fuera otra más. Yo también tenía derecho porque soy parte de ese exilio. Hasta que un día yendo por el periférico "me ocurrió la revelación". Cuando la escribí, fluyó y no podía parar.

El exiliado sí escogió el exilio, pero su hijo fue arrastrado hacia ello. Ese es uno de los problemas de Dulcinea, ya no puede hacer nada. El coche la lleva y ella ha elegido el silencio, no hablar, sólo le queda la vida interior.

Dulcinea está encantada y juega a los encantados. Retomo dos pasajes de El Quijote. Uno es cuando Don Quijote ve a Dulcinea en la cueva de Montesinos haciendo cabriolas y cosas extrañas. Otra cuando Sancho le dice a Don Quijote que ésa no es Dulcinea sino una campesina. Don Quijote le explica a Sancho que Dulcinea está encantada. ¿Hasta qué punto el personaje es así? Puede ser que Dulcinea está transformada en algo que no es lo suyo. Eso le permite encantarse en otros personajes y puede ser una princesa medieval, la dama de compañía de la Marquesa Calderón en el México del siglo XIX... La historia es como las matrushkas, son muchas Dulcineas dentro de otras Dulcineas, hay una parte donde se pregunta: "¿Con quién estás hablando?", y responde: "Conmitigo".

Entiendo la palabra encantada en todos los sentidos: encantada porque está divertida, encantada porque está paralizada y necesita de un conjuro para poder desencantarse. El encantamiento la lleva a otro plano donde puede desatar su locura. El final del trayecto por el periférico marca una ruptura, puede que haya muerto o entrado al manicomio o pasar a una experiencia mística, el encantamiento la lleva a eso.

Dulcinea se siente atraída por la muerte, quiere estar sola, pero tiene miedo. La voz interna que constantemente le habla la salva. La idea es que triunfa la vida, pero la vida creada en su delirio. Quizás ama la muerte como ama a Dios, tanto una como el otro están idealizados.. Entonces, cuando hay la propuesta de morir, Dulcinea la rechaza.

Hay tantas Dulcineas como Amadís. De él sólo conocemos su cuello, porque ella va sentada en la parte trasera del automóvil. Es el caballero perfecto, el caballero de Dios que cumple con las normas de Raimundo Lulio. Dulcinea sí se puede enamorar de él. Don Quijote ha escogido a Amadís como modelo. Dulcinea no se puede enamorar de Don Quijote, idealmente sí, pero físicamente no.

Las intertextualidades muestran el amor al libro, que se necesita como muleta o como apoyo. Esto es una ironía, de por sí Dulcinea posee un nombre libresco, pero además lee y tiene que buscar en su bolso el libro. Si no está ahí no se siente segura. El libro es el fundamento. En este punto se puede ver la tradición hebrea de la Torah, un libro donde la palabra no está explicada, no está establecida y donde simplemente tratas de volver a interpretar, pero necesitas del libro y eso le ocurre a Dulcinea.

Cito a Vladimir Propp porque estudió el cuento de hadas, además de que siempre me ha gustado ese género. Al final digo que no se cumplen estas normas. Todas las teorizaciones sobre la novela no son efectivas. Hay un poco la burla sobre las teorías acerca del hecho literario; es como abrir el cráneo, el proceso literario. En ese sentido muestro qué pasa cuando uno esta haciendo una novela. Todas las novelas de Dulcinea son novelas fallidas, es la novela sobre la novela.

Se introduce indirectamente la tradición de La Cábala, en cuanto a palabra: contar y contar hasta acabar creyendo lo que se cuenta. De aquí que uno de los problemas de Dulcinea sean los recuerdos.

En mi escritura el espacio en blanco es una necesidad. de nuevo, no lo puedes decir todo ni oralmente ni por escrito. El espacio en blanco es parte de la lectura y ahí se encuentra lo que no puedes expresar o decir. Al mismo tiempo se da la reducción de vocabulario. Por ejemplo, antes de que el hermano de Dulcinea muera, es cometido el incesto. Ese momento es muy escueto, no se dan detalles. No podría ser de otro modo dado mi concepto de escritura. La expresión no se puede extender, hay que reducirla y concentrarla. En los momentos cumbres falla el lenguaje.

El cuento de nunca acabar
La literatura es algo incompleto. Así es el hombre. Todo lo que toca es frágil y condenado a la muerte. La vida del hombre está llena de espacios en blanco: el amor, la muerte... Las grandes cosas no pueden ser expresadas.

Sin embargo cuando se crea un objeto como un libro, un cuadro o una melodía surge el problema entre el creador y la idea de Dios. Quizá por eso el artista siempre está marginado de la sociedad porque hay ese deseo de equipararse con la idea divina.

¿Dios?, el concepto de Dios es lo que me interesa y cómo lo han desarrollado los místicos. Lo que me enamora es ese juego del concepto que te lleva a un amor. La poesía de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa puede ser leída como poesía erótica, ¿qué pasa ahí? Esto se refleja en Dulcinea cuando busca a Amadís y no lo encuentra. Se le aparece, pero no se le aparece: es el momento de la revelación.

La suma de diversos exilios, en mi caso, ha hecho que esto se convierta en un tema obsesivo que permea a los otros. En el centro está el exilio, hay un poema mío que dice:

El exilio

Siempre el exilio

En el centro

el exilio

Yo seguí escribiendo porque era algo no resuelto, ni siquiera en este libro lo está. Es algo que ya no me preocupa como antes, pero es una marca que siempre estará. Este exilio puede ser totalmente sui generis, quizás no sea "el exilio" sino mi exilio subjetivo, aunque tiene de ambos porque no está creado en el aire.

Escribir, es difícil hablar de ello. No puedo ponerme en fórmulas, no quiero encasillarme. Por eso mis cuentos no son cuentos, mis novelas no son novelas y mis poemas, no son poemas.

El escritor de esta época no tiene porqué dar razón de su escritura. Será porque no le adjudico a la literatura un papel específico. Como ya se ha dicho todo quizá lo que interese es el proceso creativo para dar una visión del mundo. Tal vez eso quede. Tal vez no sea verdad. A los escritores no hay que pedirles su opinión, sino dejarlos escribir.




[1] "En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz". La Jornada La Jornada Semanal. Suplemento Cultural. México. 12 de septiembre de 1993.

viernes, 9 de agosto de 2013

MARGO GLANTZ SHAPIRO. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1984. CUENTO.




Margo Glantz Shapiro (Ciudad de México, 28 de enero de 1930) es una escritora, ensayista, crítica literaria y académica mexicana

Síndrome de naufragios

En sentido muy ancho la mortificación es abrazar las cosas que causan pena y dolor: el camino de la perfección pasa por sus cilicios y sus soledades y para alcanzarlo plenamente, como aconsejan Job, San Gregorio y Góngora, es necesario un ejercicio continuo o quizá la falta absoluta de ejercicio: San Onofre practicaba la templanza y la dieta encaramado en un árbol y sus nodrizas fueron los pájaros; San Simeón, el estilita, fue el precursor de las estatuas napoleónicas y la inmovilidad y las poleas fueron su máximo invento. La más alta dedicación de Hans Wallenda fue caer a tierra por andar sobre una cuerda floja restirada entre los tejados de una ciudad amurallada para protegerse de los piratas de Salgari. El cuerpo del equilibrista se estrelló contra el adoquinado y su pelvis astillada adorna el museo de la ciudad; en cambio, San Agustín enseña que nuestras pasiones son nuestros máximos enemigos y si las mortificamos a conciencia podremos llegar al cielo.

Abelardo se dejó conquistar por la molicie y escribió en el cuerpo de Eloísa apasionadas cartas con el desenfreno del amante y la templanza del sabio y del asceta. María Egipciaca desató sus largas trenzas y con ellas atrapó a los transeúntes en su cuerpo; luego, los mismos cabellos desenredados le sirvieron para escalar los cielos y fomentar las tormentas y mortificaciones que habrían de subirla por la senda pedregosa e inmaculada de la perfección.


Es en vano que alcanzó las cimas nevadas de una desilusión, pero al principio ayuda. Se ve una sandalia y se dibujan los dedos claros, perfectos, con ese alargamiento cotidiano que da la santidad, una santidad parecida a la del pobre de Asís, santidad protegida, es verdad, por el polvo del camino, pero en última instancia santidad. Ese despojo verdadero, esa inocencia, se matizan con una mirada hacia arriba, cristalina y la niña de mis ojos (o de los tuyos) adquiere su transparencia infinita, casi tanto como la de los ojos de pescado que se lleva al matadero, cuando los pescadores olvidan su oficio para convertirse en malabaristas, o en equilibristas, y pescan con las redes moradas del crepúsculo. Los peces van cayendo, solitos, y solitos se enredan en la nada: sólo sus ojos revelan la verdad que araña. Sólo los ojos, porque los peces, sobre todo cuando se han pescado, no tienen pies, apenas cola y la cola pertenece a las sirenas.

Tú no serás nunca ni Neptuno ni Tritón.

Insisto, en tus ojos se refleja la santidad. Pero es el cardillo. Brilla de lejos, deslumbra, apabulla. Pero es eso, el cardillo. Una mancha luminosa aposentada en una roca, o una mancha luminosa distraída por el verdadero espejo, el que viene de arriba, el de los cielos, el que se mira en los Evangelios y el que disfraza a San Juan. Pero no es San Juan de la Cruz, en este reflejo no hay misticismo verdadero, cabe en todo caso en las sandalias y las sandalias están empolvadas. Es oficio de peregrinos y no de santos. Los santos verdaderos son pocos y los santos verdaderos son como el Dios de Pascal, invisibles aunque traicioneros. Tú llevas una santidad condicionada a las correas de un calzado de tiritas color carne y una santidad atada a las correas transparentes cuando miras hacia arriba, como santo en su nicho cuando espera el tormento (o después de practicado).


—También las cosas tienen celos, no las cambies seis años sin tocarlo.


Hay golondrinas viajeras, mariposas migratorias, salmones que remontan las corrientes y anillos que cambian de morada. Los he visto recorrer distancias breves, las que hay de dedo a dedo y de tamaño a tamaño, las he visto cambiar sus espacios y alterar sus montaduras con las piedras no preciosas. Aparecen de repente en viejas manos de epidermis secas y mudan de apariencia si cambian de armadura. Suelen servir como despojos de coronas arrumbadas en museos y pueden ser reliquias de viejas promesas incumplidas. A veces las sortijas quedan sepultadas en valijas de doble fondo y alternan con las drogas y los contrabandos. Se llevan como antes se llevaban los venenos. Se ostentan en vidrieras iluminadas y protegidas por cristales a prueba de los gángsters de Chicago. Son humildes solitarios engarzados, simples argollas de oro delgado, más bien alambres de oro, reliquias que se intercambian en los esponsales diarios: anillos bizantinos, recuerdo de Recaredo o de Reinaldo el Viejo. Son atributos de reyes coronados, determinan un relumbrón alquitranado por las minas de diamante del Congo Belga; allí se producen las piedras —o carbones— de alto quilataje: se los disputan los magnates, las actrices, los nuevos ricos.

Un humilde anillo fue nuestro intercambio: recuerdo épocas felices y pasadas: una pérdida de anillos es tan irreparable como una hemorragia y tan irresistible como un desmayo por ella ocasionado. Toda sangre que descansa en paz pierde su anillo y tú perdiste el mío, azul y martillado, en un cuarto de hotel. Ahora su brillo se manosea y el sello cambia al influjo de duras batallas coloidales.

Es un texto que le queda chico o grande según se trate el dedo anular o del pulgar o hasta del cordial, aunque el pulgar rechace los anillos. Es un cuadro de Rembrandt en donde la pareja brilla por su ausencia y se detiene en un dedo gordo atrabiliario aunque ennoblecido por la gema y el retrato.

Hay un vacío que ya no puede llenarse de recuerdos, ni con rituales desmorecidos. Habría que ponerle un cachalote protegido por los tridentes del calamar gigante que detiene las hélices de los submarinos. Nemo lleva un barco ballenero, pero con él protege a las ballenas. Nemo me mira. En la mano derecha lleva el anillo hindú de la rebelión y el credo lleno de fosfatos, otras veces delimitados y narrados en páginas curiosas y amarillas, pero no son pergaminos, son esponjas.

El dulce coloquio se prosigue sin anillos, los esponsales se celebran en secreto. La ingenuidad de Fulberto es perfecta: confía la ternera a un lobo hambriento. Mis manos corrían por su cara y las suyas por mis senos, apenas veíamos los libros y antes que el de Francesca nuestro pacto se inició con un verso.


Muchos me alaban. He construido mi suerte, así me dicen. Yo los miro: He pagado con mi sangre esa suerte y prefiero destruirla para mirarte. Y entonces…

—¿Por qué empiezas así? ¿No conoces otros comienzos? Debieras cumplir con los mandamientos.

—No, esos comienzos son los de un sueño vestido de tafeta rosa. ¿Lo recuerdas?

—¡Cómo olvidarlo! Mi vida sigue tu sueño que se repite cada noche con intranquilidad.

—Bien sabes que odio los melodramas pero los propicio. Vuelvo a empezar.

Nada me queda, sólo esa sensación cuando me despierto y sigue al pie del muro, vestido delicadamente de tafeta rosa, con las reminiscencias sedosas de seda.

—Hablas con enigmas y lo que es peor, te repites.

—Nada es importante, es apenas un sueño. No interrumpas, sigue oyendo y míralo, cerca del muro, vestido de tafeta rosa.

—Un hombre vestido de esa manera es ridículo.

—No, el hombre de mi sueño provoca las angustias. Hasta las angustias pueden alguna vez vestirse de color de rosa o acariciar con la textura de la seda.

—Bueno, si quieres cuéntame tu sueño.

—Soñé que lo veía, ya te lo dije, estaba junto al muro, vestido de tafeta rosa. Y ese color de cuento era el color de la angustia. Perdona que repita, pero es el mismo sueño repetido durante los últimos quince años. Lo miré y traté de decirle algo. A mi alrededor se oían otras voces. Me di cuenta y vi a los que hablaban. Estaban lejos, vestidos con elegancia refinada. Iban hacia el salón de este castillo. Varios criados pasaban junto a mí sin mirarme, parecían no advertir que a mi lado estaba la figura varonil vestida de color de rosa.

De repente grité algo, queriendo llamar la atención aunque fuera de los criados… Ninguno se inmutó. Su mirada se detenía en el muro pero sin sorpresa, parecía que no había nadie allí, sólo las piedras que lo forman. Los invitados también vestían de tafeta, con tonos variados, nunca rosa, y simulaban no oír cuando gritaba.

La angustia se hizo inmensa, gigantesca, tanto que empezó a cubrir el muro. La figura vestida de rosa desapareció dejando su olor adocenado como una grieta que transforma mi universo.

—¿Y los otros sueños?

—Vuelvo a empezar, oye mi relato:

"Junto al muro había un hombre vestido de tafeta rosa que nunca hablaba de mi suerte. Enfrente, varios criados vestidos con libreas que atendían a los invitados vestidos de tafeta oscura. Las mujeres llevaban unos trajes de gran elegancia, de sobriedad exagerada. En un salón entreabierto se veían varias mesas y se oía el sonido de un piano. Era algo así como una sonata de Beethoven, quizá tocaba en honor del Conde Waldstein, pero no es el piano ni su sonido lo que cuentan en este sueño. Lo único que veo, lo único que añoro es la figura vestida de tafeta rosa que se apoya contra el muro. Tres gustos y tres sueños me fatigan, son monótonos aunque sedosos, su textura es torpe y repetida.

"No me entiendes, esa casa tenía 11 patios repetidos e iguales y en cada uno de ellos había un muro y en cada muro estaba la figura vestida de tafeta rosa. Cada sueño se repetía 3 veces llenando las paredes con 33 figuras vestidas de color de rosa.

"Ahora no son las voces, son los colores con los que me engañan.

"La escalera era estrecha y un escalón estaba quebrado, como hace 9 años. El paraguas colgaba del barandal, negro y ominoso, a pesar de la luz que arrojaba el sombrero de paja, colocado al lado con seriedad provinciana. Nadie salía de los departamentos, ni siquiera el ruido, y los paraguas comenzaban a invadir con sus colores maravillosos los escalones.

"Me detuve.

"No puedo dejarlo, pensé, está allí al alcance de mi mano, si los dejo cualquiera pasa, los toma y me quedo (como siempre) sin nada."

Regresé corriendo y lo puse sobre mi brazo deslizando el puño encima de mi muñeca (era color de rosa y sus ojos de vidrio).

Más abajo había un paraguas también rosa y luego otro rojo. Preferí agarrar, sin pensarlo dos veces, el rojo y bajé, feliz, con mis dos paraguas haciendo huelga juntos.

La escalera se amplió como escalera de ópera decimonónica y Anna Karenina apareció del brazo de su hermano, se cruzó conmigo, y ni siquiera me miró (llevaba un traje de calle corto).

"Es claro, me dije, el paraguas rojo no es muy elegante."

La escalera crecía, a lo lejos oía todavía el roce satinado del vestido de fiesta de la bella mujer asesinada. Los paraguas eran más vivos que los que Lautréamont utilizaba sobre los manequíes y la máquina de escribir cuelga por los aires, mientras Bretón los coloca ayudado por mí.

Los paraguas empiezan a correr, pasan como paracaídas de la guerra fría. Algunos pies desnudos me saludan desde los hilos invisibles y la escalera es el terraplén de un convento agustiniano del siglo XVI con almenas y con capilla abierta, un enorme paraguas color crudo.

Camino de prisa, con mis dos paraguas, y el terraplén se va llenando de gente: todos son invitados, visten trajes elegantes, nunca tanto como el de Greta para contrastar con mi vestido de color amarillo, totalmente disparejo, totalmente desahuciado, sobre todo si lo acerco a los colores de los paraguas que brincan a mi paso.

"No importa, nadie me mira."

Todos los ojos convergen hacia mí y las miradas son anónimas y hostiles. A nadie le gusta la combinación de colores, a nadie le parece oportuna mi aparición anterior a la de la novia, quizá en lugar de ella, esa joven tierna, vestida tradicionalmente con sus gasas vaporosas y sus azahares, con los ojos felices y el paso triunfal de las damiselas que llegan al baile con los zapatitos de cristal, seguras de conquistar el mundo, seguras de que el final feliz del cuento las deja protegidas contra los paraguas y contra los paracaídas, contra los pies desnudos, contra los cadáveres, contra los descansillos de las escaleras deslucidas y los barandales despintados.

La doncella blanca, la joven de los zapatitos no aparece y los invitados miran mi paraguas y los ojos se les van ensanchando como las escaleras convertidas en terraplenes y el paraguas abierto convertido en capilla abierta de frailes franciscanos. Los ojos son telescopios y los cuerpos abultan ajando los vistosos y complicados atavíos. Cada invitado ha elegido un lugar donde crece la hierba ocultando con su verdor disparejo las tumbas hacinadas por los siglos y las inscripciones que rodean unas cruces. En los asientos-tumba se mezclan, como en los enterramientos, los niños, los valses y los viejos galanes del cine mudo peinados a la Valentino o las doncellas envueltas en el aura garbosa de las divas y el aleteo de los gavilanes.

Los paraguas carecen de epitelio y las lenguas se erizan en la noche.

Fuente: http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=154&Itemid=31&limit=1&limitstart=8


jueves, 8 de agosto de 2013

Héctor Manjarrez. Premio Xavier Villaurrutia 1983.


Héctor Manjarrez, nacido en 1945 y originario del Distrito Federal, es autor de una docena de libros, entre los cuales destacan las novelas Pasaban en silencio nuestros dioses (1987), El otro amor de su vida (2000) y Rainey, el asesino (2002), e igualmente las recopilaciones de cuentos No todos los hombres son románticos (1983) y Ya casi no tengo rostro (1996).

Entre los premios que ha recibido se cuentan el Xavier Villaurrutia (1983) y el José Fuentes Mares (1998).

El autor ha residido en la antigua Yugoslavia, España, Turquía, Francia e Inglaterra. Tiene dos hijas.

Fuente: http://www.ucol.mx/boletines/noticia.php?id=7230

 

No todos los hombres son románticos…

 
FRAGMENTO 1
Nuestro amor de ahora no es aquella demencia, aquel deseo que no sabía cual era su objeto. De nuevo están separadas nuestras hermosuras. Tu abrazo no me toca en todo punto ni me hace brillar de inteligencia. "You’ve changed, your kisses now are so blase, that sparkle in your eyes is gone." No sé como se vuelve a amar al ser amado. No lo sé. De nuevo, soy sólo deseo; de encontrar el hilo plateado del caracol sobre la pared que levantamos con tontería y maldad. Otras mujeres me enloquecen; pero mi locuramás comprensible tiene tus rasgos y hasta tu olor. No dijimos bien las cosas. Amarse tanto y tan mal. Meter tanto odio en las junturas de los besos. Te he odiado con tal fuerza, he sentido tu desprecio como un desollamiento. Y yo, yo te sometí a la impecable mezquindad de la inteligencia, mientras tú me hacías padecer tu tiránica perfección. Yo te negué en los gestos más nimios, para demostrarte que era capaz de grandes posturas, grandes frases y grandes exigencias. El hombre es un gran sentimental que traduce las emociones en ideas y los hechos en normas. No quiero ni quise el mundo y su dominio. Pero quiero el lenguaje aún. El lenguaje que todo lo restringe, el lenguaje patriarcal, el lenguaje de los primogénitos y los herederos, el lenguaje absoluto, el lenguaje de los que hablan de amor, el lenguaje de la debilidad. ¿Cómo me puedo salvar de eso? ¿Como utilizarte, sin hacer uso de ti, para entender la plenitud del amor por lo que no se es, por otras costumbres, por el sexo opuesto, por otra manera de estar en el sometimiento a las reglas de la vida que amamos y la sociedad que nos repugna?
FRAGMENTO 2
¿como era que el terreno del amor había quedado en manos de los hombres? Según él, Chaqueta Blanca no era una víctima del machismo, sino de los hombres de buena fe que necesitan tener la razón, hasta y sobre todo en la irracionalidad. Es fácil para un hombre ser romántico, pensó protagonista; nada más tiene que ser excesivo, tal como su madre lo fue con él, y sentimental sin perder su pasión por la racionalidad.
FRAGMENTO 3
Por amputaciones y mutilaciones
y conversaciones sucesivas,
siento que vamos llegando al meollo.
Hemos trepanado tanto,
querida mía, que solo queda el corazón
y unos cuantos tejidos.
Ya está desprotegido, mira
cómo late.
Podemos estrangularlo con sólo dos dedos
que aprieten la vena aorta.
¿por qué no utlizar un poco siquiera de esta ira
en ese crimen que ninguna justicia perseguirá?
Lo que más me transtorna
ya no es sólo perderte, mi amiga,
sino el no tener
entre quienes me aman
a quien darle un poco siquiera
de lo que con tantas ganas
te dí a ti.
Tú tienes uno a quien entregarle,
te preguntas,
algo de lo mejor de tu inteligenica y tu deseo.
No son celos lo que siento:
es (lo digo sin rencor
pero con furia)
simple envidia.
FRAGMENTO 4
En verdad os digo, conciudadanos y amantes: la vida es dura y cuando alguien nos deja es más dura aún porque el tiempo no alcanza, porque los ingresos tampoco, porque es más difícil ser padre o madre, porque la mitad de la casa está sucia, porque la soledad quiebra al más fuerte en un mal momento, porque te quedas sin testigo, porque pasa mucho tiempo antes de que puedas volver a enamorarte. Además, verdad, pusiste tanto de ti mismo que fue buena y malo y ahora es sólo un vacío que no llenan ni los orgasmos ni el alcohol ni los amigos ni el sufrimiento ni la violencia. Militante expulsado del partido, creyente excomulgado, desempleado súbito de las arduas tareas de la pareja, quisieras enamorarte de nuevo, enamorarte otra vez del mismo individuo con que rivalizaste, que te negó, al que negaste, que te deseó y dejó de desear, que te dio su historia y su tiempo, al que quisieras poder acariciar como a cualquier nuevo cuerpo bello. ¿Por qué hiciste las cosas tan mal?, ¿por qué siempre haces las mismas estupideces?, ¿por qué te rehusaste cuando debías dar más?, ¿por qué no supiste explicarte?, ¿por qué la rapacidad del entorno les quitó la ternura y la compasión?, ¿por qué querer hacer de la dicha una costumbre?
 
 

miércoles, 7 de agosto de 2013

FRANCISCO CERVANTES. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1982. POESÍA.

Francisco Cervantes: la dignidad del canto




MARZO 2005.

AÑO 2005. En enero murió Francisco Cervantes, cuentista, ensayista, traductor connotado del portugués y una de las figuras más reconocidas y extravagantes de la poesía hispanoamericana. El abundante anecdotario que ha aflorado a partir de su muerte revela a un hombre de valores arraigados, de afectos y antipatías tajantes y de un trato que podía ser alternativamente huraño o entrañable. Todos estos rasgos denotan una personalidad peculiar, pero también una elección estética, una asunción, hasta las últimas consecuencias, de la poesía como una ley. Porque Cervantes fue uno de esos románticos postreros que buscaban una unidad ética entre el creador y su obra, y que aspiraban a que sus dilemas e inquietudes personales alcanzaran una resolución formal y vital en el arte. Para Cervantes, el poeta no era un mero productor de versos, sino una especie de caballero andante que, con su iracundia o generosidad impulsivas, encarnaba las virtudes del valor y la justicia y no dudaba en explotar contra los necios, los apocados o los avariciosos. Así, Cervantes hizo de la poesía una norma de honor y de ascetismo que guiaba desde la elección de sus oficios hasta su relación con el medio ambiente literario. No puede explicarse de otro modo su franqueza y animosidad a veces suicida o su renuncia a las aspiraciones habituales (una familia, un hogar propio, una convivencia pacífica y rentable con la comunidad literaria) para elegir una vida errante y precaria de cantor inconformista.
Por supuesto, aun con su valentía, Cervantes no sería más que una leyenda de la bohemia literaria mexicana si su personalidad e ideario no hubieran cristalizado en una obra poética deslumbrante. La poesía de Cervantes crea un universo de valores y un lenguaje poético único: por un lado, con su alabanza a los ideales caballerescos y guerreros, revive y redime una cultura heroica, una edad de oro del arrojo y la nobleza de corazón; por otro lado, con la actualización de moldes poéticos antiguos y con la mezcla de sus idiomas electivos —el castellano, el gallego y el portugués—, Cervantes emprende la búsqueda de una expresión en donde la sonoridad, el ritmo y la emoción trasciendan las fronteras idiomáticas y restituyan, al menos por un instante, el ideal de una unidad de la lengua. Ya desde su primer libro, Los varones señalados (1972), Cervantes canta las aventuras, hazañas y sufrimientos de los caballeros, alaba el heroísmo y el "poder civilizador" de la guerra, evoca el placer embriagante de la batalla y la conquista del respeto, la amistad y el amor; pero no se trata de una mera idealización: los caballeros y trovadores de Cervantes son seres trágicos, con una profunda conciencia de la muerte y la transitoriedad de sus afanes. Así, la naturaleza libérrima del caballero desconfía en su fuero interno de cualquier dogma o autoridad y cultiva, a veces con una confianza solitaria y temeraria, la fidelidad a sus propios valores. Por eso, los caballeros, y en general todos los personajes poéticos de Cervantes, son seres que abrazan un vitalismo atormentado y escéptico donde se alternan el amor y el abandono, el goce y la herida, la nostalgia y la celebración del instante, la fe y el nihilismo.
Pero Cervantes no sólo hace una fascinante elegía de un mundo ido, sino que, con su gusto por lo arcaico, se vuelve uno de los más audaces experimentadores con el sonido y el ritmo. Desde sus primeros libros, Cervantes adopta una sintaxis y una entonación deliberadamente anacrónicas que dotan a su poesía de una insólita musicalidad, pero es tal vez en Cantado para nadie (1982) donde lleva a las mayores alturas su exaltación del canto y la mezcla de idiomas. En este libro, el canto aparece como una reivindicación de formas antiguas, particularmente de la juglaría gallegoportuguesa (cosantes, cuartetas, cantigas de amigo o de estribillo), a menudo casi ininteligibles para quienes no conocemos esos idiomas, pero cuyo efecto, grato al oído y al sentimiento, surge de un diestro despliegue del oficio poético. Así pues, podría pensarse en un anhelo de restauración que construye un mundo poético, al mismo tiempo mágico y secular, donde privan los valores ideales, donde el canto es una expresión sencilla y compleja a la vez de la alegría o la añoranza y donde las diferencias entre las lenguas se diluyen en un solo ritmo poético. Por supuesto, esta confianza en los poderes de la poesía no implica una sacralización y nada más lejos del temperamento de Cervantes que la impostura chamánica con la que todavía muchos poetas sorprenden a los auditorios desprevenidos: Cervantes no busca en la poesía una religión o una salvación, sino simplemente una forma más digna y consciente de existir, de aceptar la fragilidad y el absurdo de la condición humana y de soportar las menguas y humillaciones del tiempo y el azar en nuestras vidas. –


FUENTE: http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/francisco-cervantes-la-dignidad-del-canto


martes, 6 de agosto de 2013

SERGIO PITOL. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1981.



PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1981. SERGIO PITOL.
Nocturno de Bujara. Libro de cuentos escrito por el escritor Sergio Pitol Demeneghi nacido en México en el año 1933.

Contenido

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Síntesis

El autor incluye en estos cuatro relatos, ciudades y países como Moscú, Varsovia, Venecia, Samarcanda, París, México y Bujara, donde quedan unidas por sus personajes logrados con referencia en cuanto a los hechos que se abordan, personajes ficticios, fantasmales y verdaderos pero con gran sentido literario, demostrando en el intento que ¨todo está en todo¨, características que también mantiene en otros libros suyos tales como: Infierno de todos, De Jane Austen a Virginia Wolf y también la novela El desfile de amor por la cual recibió el premio Herralde.


Trama

Una lluvia de cuervos fantasmagóricos inunda de repente la ciudad de Bujara en las noches de misterio que asustan y horrorizan a la gente de la ciudad y los turistas que acuden a ella en busca de emociones, sus graznidos llenan de pavor y cuando son presas de otras aves sus pedazos también caen sobre la gente causándoles espanto, pero Juan Manuel aun halla la ciudad muy hermosa y vive en ella su vida junto a sus amigos que le acompañan.

Entonces se entabla una relación amorosa entre la pintora italiana Issa y un joven estudiante venezolano llamado Roberto, relación que deja a su amiga muy herida debido a los desamores causados por Roberto hasta que ella cae deprimida en tal estado que se va de viaje a otra ciudad y allí recibe una misteriosa golpiza que la deja en coma y muy destrozada, pero sus amigos luchan por salvarla y traen a su familia para ayudarla, sin embargo ella sale del hospital con pérdida de su razón y en una condición muy triste…

El amor desenfrenado que nace entre Beatriz y el marido de su hermana trae grandes conflictos en su familia y con su propia hermana ya que ella no acepta esa relación con su marido Guillermo, entonces se entabla una lucha entre las dos hermanas por quedarse con Guillermo y las pertenencias de sus casas que las conllevará a tomar graves y delicadas situaciones…


Personajes

  • Juan Manuel : Protagonista de un cuento que vive en la ciudad de Bujara y que lucha por salvar a su amiga pintora.
  • Issa : Pintora italiana que llega a la ciudad de Bujara y se hace amiga de Juan Manuel pero cae en la red de amor de Roberto quien la hace sufrir con sus desamores.
  • Roberto : Joven estudiante venezolano que es un casanovas de mujeres y enamora a Issa y la hace sufrir hasta la locura con sus desamores.
  • Feri : Amigo húngaro de Juan Manuel que pasa convalecencia en un hospital de Bujara.
  • Beatriz : Mujer que se enamora de Guillermo el esposo de su hermana.
  • Guillermo : Esposo de la hermana de Beatriz que tiene un romance con ella y su esposa los sorprende y entablan una lucha de amores.


Fuentes



Pitol, Sergio. Nocturno de Bujara. La Habana : Editorial Casa de las Américas, 2008.

lunes, 5 de agosto de 2013

SERGIO FERNÁNDEZ CÁRDENAS. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1980.


Semblanza del ganador del Premio Xavier Villaurrutia: SERGIO FERNÁNDEZ CÁRDENAS.

premio nacional de ciencias y artes 2007

Sergio Fernández recibe el galardón en el área de Lingüística y Literatura.
Sergio Enrique Fernández Cárdenas (Ciudad de México, 1927 - ) es un escritor, crítico literario, catedrático, investigador y académico mexicano. Se ha especializado en temas relativos al Siglo de Oro y el Barroco.


 

"Sólo soy un profesor que sabe de literatura porque la escribe"



A sus 81 años, el catedrático, investigador y escritor Sergio Enrique Fernández y Cárdenas, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2007 en el campo de Lingüística y Literatura, dice sentirse muy afortunado y reconoce que ha sido la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) "la que me ha dado todo".

Aun cuando en estos momentos sufre de ciertos problemas para caminar, continúa trabajando, escribiendo e investigando. "Ganas no me faltan de seguir haciendo cosas. Hago un poco de bicicleta fija, mientras me vienen algunas ideas", comenta el especialista, quien por muchos años se dedicó a formar a decenas de generaciones en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Actualmente sus días "son muy recoletos", de estar en su casa y estudio, desde donde también impulsa que se instituya la cátedra Cervantes, pues como escritor –explica– "Miguel de Cervantes Saavaedra es un caso excepcional, es el autor que más vocablos usados tiene, aproximadamente 26 mil. Un ensayista a lo más que llega es aproximadamente a cinco mil y otras personas hablan tres mil. El vocabulario de Cervantes es gigantesco y por eso uno tiene que recurrir al diccionario constantemente".

El estudio y admiración que tiene por Cervantes es el mismo que le tiene a Sor Juana Inés de la Cruz y a los autores del Siglo de Oro español, y entre los autores no latinos que lo han influido –dice– están Henry James, Robert Louis Stevenson, Marcel Proust y Thomas Mann.

"De hecho, recientemente he estado leyendo una interesantísima correspondencia entre Stevenson y Henry James".


Trabajos inéditos
Como ensayista, asegura que tiene una serie de trabajos "aún no divulgados o publicados con muy mala suerte, pues en un libro reciente, titulado Todo para los dioses, editado por el CNCA, me pidieron que quitara el escrito sobre Elena Garro; de estúpido acepté, para que el volumen saliera. El escrito se lo di a la revista Proceso, pero lo editaron mal; no obstante, ahí esta el trabajo completo de la Garro, de quien fui amigo hasta donde se podía serlo. Ahora tengo la intención de publicar esa serie de ensayos sueltos en un solo libro. De los que recuerdo tengo algunos sobre Cernuda, Federico García Lorca, uno que todavía no es el definitivo sobre ópera y sobre tres grandes bailarines: Nijinski, Isadora Duncan y Anna Pavlova".

Fernández y Cárdenas realizó sus estudios de maestría y doctorado, con mención magna cum laude, en lengua y literatura Españolas en la UNAM. Fue becario dos veces del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, para la Universidad Complutense y para la Universidad de Salamanca.

Ha impartido cursos en El Colegio de México y las universidades de Colonia, en Alemania; Sao Paulo, Brasil; San José de Costa Rica; La Jolla, California; Utrecht, Ámsterdam y Gröeningen, en Holanda, y Lisboa, en Portugal.

Con una trayectoria de más de 50 años en el mundo de las letras, también ha sido profesor visitante del Centro de Estudios Italo-Latinoamericanos de Roma, Italia, de las universidades europeas de Bolonia, Cracovia y Varsovia, estas últimas en Polonia; Gotemburgo y Estocolmo, en Suecia; de las universidades latinoamericanas de San Marcos, Quito, Guayaquil, Sao Paulo y Panamá, así como de las universidades estadunidenses de Columbia, San Antonio, Bloomington, Darmouth College y Notre Dame.

Es investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores desde 1994. De su obra narrativa destacan Los signos perdidos, En tela de juicio, Los peces, Segundo sueño, Olvídame y Por lo que toca a una mujer.

De acuerdo con el jurado, el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2007 le fue conferido "por haber combinado con excelencia la creación literaria, el desempeño académico y la investigación sobre hitos fundamentales de la literatura hispánica".

El maestro Fernández afirma "no haber escrito nada serio sobre el movimiento estudiantil de 1968; sin embargo, en mi vida fue algo muy fuerte e importante.

"Participé en la primera manifestación que realizó el rector y maestro (Javier) Barros Sierra y en la marcha del silencio. La matanza del 68 no me tocó por suerte, pues iba a ir con un amigo que tenía coche, pero en ese momento, sobre Río Churubusco, vimos pasar los tanques, entonces le comenté a mi amigo: ‘éstos van a sitiar la universidad’ y él dijo, ‘cómo crees’. Entonces los empezamos a seguir. Se estacionaron justo donde está la gasolinera, por donde se entra a la institución. Y de ahí los soldados penetraron a la universidad. Nosotros escapamos de allí hacia Tlalpan, donde me había citado con gente que estaba muy comprometida con el movimiento.

"Hubo una ocasión en que a José Revueltas me lo llevé a la casa de Arturo Cantú, donde estuvo metido durante varias semanas, pero se salió y lo metieron a la cárcel. En su momento lo velamos en el auditorio Che Guevara, que hoy está invadido por estos muchachos que son como chinches. En ese homenaje llevé un inmenso ramo de rosas rojas, casi negras, que se llamaban Luto de Juárez."

Amigo de Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández, Jaime Sabines, Luis Rius, Enrique Álvarez Félix, así como de la poeta Pita Amor y Frida Kahlo, Fernández recuerda que en cierta ocasión los tres fueron a la ópera al Palacio de Bellas Artes. "Pita me decía ‘caramelo’, y un día me habló por teléfono y me dijo: ‘caramelo, acompáñame a Bellas Artes, porque voy a ir con Friduchín a la ópera’. Entonces ahí vamos. Ya adentro estas dos locas andaban grite y grite, burlándose del espectáculo, y nos corrieron. Era la ópera Carmen, cantada por Giulietta Simionato".

En aquel entonces, dentro del ámbito artístico e intelectual Sergio Fernández era el más joven de todos. "Era un círculo muy cerrado y en ese sentido teníamos una expansión de criterio, podíamos decir lo que queríamos. Hoy día lo que vemos de manera más abierta, por ejemplo, es que hay más matrimonios de hombres con hombres; eso, que no existía en aquella época, nosotros lo dábamos por hecho".

Para el autor de Los peces, el devenir político de nuestro país "ha sido fatal. No soy optimista en ese sentido. Sé poco de política, pero como mexicano estoy enterado y no me gusta la situación. Por ejemplo, el que (Andrés Manuel) López Obrador se haya dejado ganar la Presidencia me hace sentir un poco de menosprecio; y aclaro que no soy partidario de Calderón, ni sé adónde va. En la actualidad me parece alarmante la cuestión de que se privatice de alguna manera Pemex, eso sería un desastre.

"He intentado, más que una biografía, hacer un testimonio sobre aquel México de la época de Mascarones, donde se ubicaba la facultad de Filosofía y Letras, hasta el México de hoy. Aún no lo logro conformar, empero, es evidente que era completamente distinta la ciudad. Era apacible, sin el alto índice de atracos o la violencia que hoy se vive a causa del narcotráfico."

Sorprendido por el galardón, Sergio Fernández reconoce a la UNAM como su "máxima casa. Mi casa pequeña es mi familia que vive en Italia, mi hija, su esposo y mis dos nietos. Lo único que siento mucho es esa lejanía y no poder visitarlos con frecuencia".

Para concluir, expresa: "Yo lo que creo que soy es un profesor que sabe de literatura porque la escribe. No porque la literatura que escribo sea excelente, pero eso me ayuda a saber lo que son otros libros. Al final creo que soy un buen lector. El único consejo que puedo ofrecer es el de escribir y leer. Sobre todo leer. A mí me queda poco tiempo de vida, lo expreso sin amarillismos, y por ello me dedico sólo a los clásicos".

FUENTE: http://www.jornada.unam.mx/2008/02/11/index.php?section=cultura&article=a10n1cul


jueves, 1 de agosto de 2013

INÉS ARREDONDO. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1979.

PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1979.

Inés Camelo Arredondo (nacida en Culiacán, Sinaloa el 20 de marzo de 1928 y fallecida en la Ciudad de México el 2 de noviembre de 1989) fue una escritora y cuentista mexicana.


RIO SUBTERRANEO, DE INES ARREDONDO


Marco Antonio Campos
Un conmovedor libro de relatos (Río subterráneo) fue publicado a fines del año pasado por la Editorial Joaquín Mortiz Hay narradores que se amoldan con mayor facilidad ya a la novela, ya al cuento, y en ocasiones, a ambas Si pensamos en Poe, en Maupassant, en Quiroga, en Kipling, nos parece que están mejor en la narración corta No deja de resultar ¿extraño? que algunos de los mejores novelistas mexicanos sean también los mejores cuentistas: Revueltas, Fuentes, Rulfo Con Inés Arredondo pensamos que su destino, de por sí literario, era inevitablemente ser cuentista En este muy buen libro, Inés consigue esa labrada facilidad de la sencillez: en el lenguaje, en el argumento, en el trazo de situaciones, en la estructura; no en los diálogos, que parecen convencionales, esquemáticos Algunos de estos cuentos, sobre todo dos ("Año nuevo" y "En la sombra") son piezas condenadas al recuerdo y a las antologías Si el fin de la literatura es la emoción estos cuentos descuellan singularmente por su dramatismo


Por: bCarlos Iván Mendoza Aguirre

Dice Borges1 que para Edgar A. Poe todo cuento debe escribirse para el último párrafo o la última línea; que todo tiene que ser un gran misterio hasta el final y que como escritor uno debe disponer siempre de dos vertientes, o tramas narrativas: la obvia —que cualquier lector advertirá de inmediato— y la oculta —que se mantendrá en misterio hasta el final—. Inés Arredondo (Culiacán, 1928), quien pertenece a la llamada Generación de Medio Siglo2 (entre otros: los miembros de la Revista Mexicana de Literatura: Tomás Segovia, Huberto Batis, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo y José de la Colina), lleva al pie de la letra la postura estética de algunos escritores estadunidenses, como John Dos Passos o Francis Scott Fitzgerald, pero con Arredondo es ir más allá: ese misterio tan buscado permanece minutos —y en algunos casos hasta horas— después de la lectura. Y esto a pesar de que, como señala Graciela Martínez Zalce, "La narrativa de Inés Arredondo no se caracteriza por pirotecnias lingüísticas o experimentos formales [...] no sobresalen en ellos el lirismo o la abundancia de metáforas [...] Los cuentos siguen por lo general una estructura tradicional de inicio, desarrollo, clímax, desenlace".3 Ello no demerita en nada —por decirlo de alguna manera— la pobre retórica literaria.

Ante esto, y para darnos una idea más clara de cómo leer a esta escritora mexicana, nos ayuda una frase de Octavio Paz: "Cada lector es otro poeta; cada poema, otro poema".4 Durante el transcurso y término de la lectura es inminente la necesidad de empatía entre autor-obra-lector, y eso se entiende porque, de manera por demás extraña, la serie de imágenes que se desprenden de los cuentos de Río subterráneo (México, 1979) no nos quedan claras por sí mismas. Y no nos quedan claras porque simplemente no lo son. Inaprehensibilidad, multiformidad, bizarrismo, incontingencia, es lo que se desprende de ellas. La acción de retroalimentación es inaprehensible, no existe otra manera para que la comunicación se origine. Así, la búsqueda del ser como conciencia; la necesidad de encontrarse en otros seres que, como su alter ego o su otredad, son ella y, en cierto sentido, nosotros, quedan descubiertos durante el desarrollo de la narrativa de Inés Arredondo. Cada una de las narraciones de éste, el segundo de sus tres libros de cuentos,5 no es más que un "viaje" hacia el interior de sí misma y por consiguiente, y gracias al arte literario, de uno como lector.

¿Por qué digo esto? Por la simple razón de que no se puede determinar en el mismo instante de la lectura el caudal de "información" narrativa que propone Arredondo. Para recordarlo, para recrearlo, pensando un poco en Baquero Goyanes, que señala: "De la novela se recuerdan situaciones, descripciones, ambiente, pero no siempre el argumento. Un cuento se recuerda íntegramente o no se recuerda",6 para ello es necesario decodificarlo poco a poco.

Bajo la forma de tópicos como el erotismo, la locura, lo escatológico, el destino, y permeadas por la belleza, el arte y la búsqueda de sí misma, la cuentística de Inés Arredondo propone un camino, nada sencillo de recorrer, pero que nos determina como personas en sí mismas —No tengo nada. Estoy sola./ —Yo también./ —Es diferente: tú te tienes a ti mismo ("Atrapada", 145).7 Como afirma Octavio Paz, "Escribimos para ser lo que somos o para aquello que no somos. En uno y otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si tenemos la suerte de encontrarnos —señal de creación— descubriremos que somos un desconocido. Siempre el otro, siempre él, inseparable, ajeno, con tu cara y la mía, tú siempre conmigo y siempre solo".8

Arredondo ha tenido la suerte de crear, encontrar y fundirse en cada una de sus búsquedas, en cada uno de sus cuentos. Así pues, gracias al otro, al símbolo, a la soledad, a la locura, al erotismo, a la pérdida, a la ausencia, ese "ente" que es esencialmente insustituible, sugiere la cuentista mexicana, podemos llegar a ser nosotros mismos. Nadie me mira, ya, a los ojos. No podría decir que antes lo hicieran con frecuencia aparte de la mirada inconscientemente sostenida que usamos cuando se habla, se pregunta y se contesta ("Los inocentes", 23).

Es decir, que la otredad se manifiesta más como un modo de relación comprometido, una búsqueda por lograr una coexistencia sana y armoniosa, y por establecer un encuentro vital y fecundo, dentro de la literatura, que nos permita llegar a ser plenos.

En los cuentos de Arredondo es permanente y constante la utilización de ciertas palabras que determinan realidad. En esa realidad material en la que se ve inmiscuida, y que nos inmiscuye, tiene que decidir de manera literaria un sentido oculto y misterioso que anhelará encontrar y que tiene que ver con esa necesidad de concentrar en su universo poético personal —con toda su grandeza y toda su miseria— otro universo más íntimo e irradiador: el del lector-autor. En el cual parece ser que ambos, amalgamados, se pierden en la búsqueda del ser ausente, mientras se encuentran. Lo poético (y vaya que los cuentos de Inés Arredondo lo son) es un símbolo.

Impura y con un dolor nuevo pude levantarme al fin cuando el sol hizo posible otra vez el movimiento, el tiempo, y ante la mirada despiadada y sabia de los pepenadores caminé lentamente, segura de que esta experiencia del mal, este acomodarme a él como a algo propio y necesario, había cambiado algo en mí, en mi proyección y mi actitud hacia él, pero que era inútil, porque entre otras cosas, él nunca lo sabría. ("En la sombra": 79-80).

"[...] la vida cotidiana se retrata a partir de rupturas de la normalidad, cuando se establece un nexo con lo sagrado a través de una religiosidad que no es al común con una deidad institucional. Es la aparición de lo sublime que se vuelve evidente en esos momentos de la iluminación de los personajes alrededor de los cuales se construyen los relatos", señala Martínez-Zalce,9 y es cierto en la medida en que en la vida cotidiana, por medio de la religiosidad, los personajes de Arredondo son símbolos que buscan su significación, su significante y, necesariamente, su referente. Pero esa vida cotidiana también incluye a personajes "literarios" como el Horacio Oliveira de Rayuela y que, de manera inevitable, nos remite a sus ríos metafísicos en los cuales no sabe nadar como la Maga y termina por ahogarse. "Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire [...] Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada [...] Su vida no es desorden más que para mí, encerrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo".10 Arredondo también se ahoga en cada uno de sus ríos profundos metafísicos.

Igual que Cortázar, Arredondo, además de la búsqueda del ser en su narrativa —búsqueda acaso de sí misma—, busca de manera infatigable que el lector le ayude a decodificar su prosa llena de misterios; cuando eso sucede, el arte surge: Ahora sí creo que mi padre está muerto. Pero no, en este preciso instante, dulcemente, sonríe: complacido. O me lo ha hecho creer la oscilación de la vela ("Apunte gótico", 36). Por un instante el indiferente, amorfo y bizarro universo poético arredoniano es descubierto... y es aquí en donde, necesariamente, surge la fusión poeta-lector; quizás el primer encuentro entre el tú y el yo, pues el acto de lectura no es simplemente una repetición permanente de ese algo pasado, sino que se asume más bien como un acto que actualiza el presente e incluso el futuro, en un tiempo que es siempre actualidad del instante presente y así el lector actualiza, revitaliza y da sentido a las imágenes y formula uno de los muchos sentidos posibles que habitan la literatura. En Inés Arredondo el paraíso de la ausencia y de la búsqueda es más creíble que el que promete cualquier fe. Si no lo hubieran hecho traer... Por lo menos Sergio no habría aprendido ese grito. El que lo perdió. El grito, el aullido, el alarido que está oculto en todos, sin que lo sepamos ("Río subterráneo", 55). El espíritu siente, por la influencia del vacío y de la prosa, que todo será nuevo en sí y fuera de sí, o nada tendrá sentido para nadie.

Estos elementos nos transportan a otro tiempo y a otro espacio, a otra duración y expansión de los mismos: el pasado, el presente y el futuro fusionados a la idea borgiana. Sustentado por el recuerdo y las vivencias presentes —de nosotros y del mundo—, el cosmos se engrandece segundo a segundo en la dimensión creadora del encuentro. El final de la búsqueda. En última instancia esta búsqueda, en la soledad, es un esfuerzo inconsciente del ser poético por salir de sí mismo en busca del otro, aunque en un primer momento, y sólo en un primer momento, el rostro de ese otro no sea más que él mismo, su doble; para poder llegar a establecer una real común-unión con ese ser al que se encuentra:

Se incorporó un poco y me besó en los ojos. Sentí la presión de su pecho contra el mío. La tierra debajo de mí se suavizó blandamente, y cuando él me besó en la boca, yo no quería ya otra cosa que abandonarme sin pensamientos al aguijo-neante bienestar de mi carne resucitada.

—Vámonos— dijo.



Y yo comprendí sin rebelarme: la vida era simple y luminosa ("Atrapada", 155).


¿Qué es la literatura sino la voluntad y más radicalmente la necesidad de transmisión de una experiencia vivida por alguien? En ese sentido, todo escritor y todo lector saben algo que es fundamental: que tanto el escritor cuando escribe como el lector cuando lee ponen en juego los diversos mecanismos de la memoria, que son la ayuda necesaria para la decodificación de las imágenes y símbolos inmersos, subyacentes, en el arte. Este encuentro, que comenzó siendo una búsqueda por parte de Inés Arredondo, no deja de producirnos una cierta estupefacción, ya que sigue siendo una tentativa de conocimiento: un salto hacia la otra orilla de ese encuentro donde confluyen el arte, el amor, la soledad, el engaño, las sombras, la locura y, por supuesto, la visible existencia de la común-unión: el otro.

Hay que admitir que algunos seres humanos —los poetas, artistas, esos rebeldes irredentos— aún conservan su capacidad de asombro y al hacerlo poetizan, divinizan, idealizan y hasta profetizan. Gracias a que estos seres humanos no se conforman con el mundo en que viven, no se resignan a tener la vida que tienen y se rebelan ante ella creando, dando vida a un mundo distinto, aunque sea sólo en el espacio de su creación, la vida es más soportable, más vivible. Es decir, Inés Arredondo es artista en cuanto que crea nuevos mundos, cuando imagina, desea y crea un mundo distinto, una literatura distinta, una sociedad y relaciones diferentes y al hacerlo traspasa sus propias circunstancias y limitaciones y descubre que la vida más que una sustancia es, primero que nada, una experiencia extraordinariamente compleja y maravillosa. Que existe una ausencia, lo sabe, que es necesaria, lo sabe, que la vida entera debe ser consagrada a esa búsqueda, lo vive.

Inés Arredondo —Inesa Redondo diríale yo, ya que su creación es un viaje de circunnavegación que nos descubre parajes ignotos, acaso considerados en primera instancia sólo como el destino ya conocido pero al que se llega a través de una novedosa ruta alternativa (alternativa), pero después caemos en la cuenta de que en realidad la travesía nos condujo a sitios desconocidos hasta entonces, acaso ni siquiera soñados—, en su eterna búsqueda nos hace saber que el literato, y todo artista, es un ser que ha tenido la necesidad de renovar esos momentos de éxtasis (extasis, estar fuera), sin darse cuenta, en realidad, que ello sólo nos revela a nosotros mismos. El amor daba un peso particular a su cuerpo; sus movimientos se redondeaban y caían, perfectos. Esa extraña armonía de la plenitud se manifestaba por igual cuando caminaba y cuando se quedaba quieto ("En la sombra", 72). Arredondo tiene esa doble experiencia del abandono, de la ausencia y de los instantes de gracia que brinda la esperanza. En ella toda impresión cobra vida por medio de su arte. Con todo esto sabemos que el infierno es transitorio. La historia tiene un final; nuestro objetivo, lectores-autores, sin embargo, no es terminarla, sino crearla, ¡re-crearla!, a imagen de lo que de ahora en adelante nosotros sabemos como verdadero.



La literatura es conocimiento, invento de realidades, distorsión de la misma y mucho, mucho más. Esta posibilidad que existe de ir más allá del párrafo es uno de los caminos para que surja el misterio. Suele pensarse que la literatura sólo cabe en el recipiente de la versificación como única posibilidad, lo cual es falso; puede haber literatura en la soledad, en la ausencia, e incluso en la misma muerte. Es así como los cuentos de Arredondo navegan entre la lógica del sentido y la del sin sentido; con la sintaxis y estética propia, tomando la dirección de sus tiempos y ritmos internos, empleó la imaginación como a la desgarrada realidad. Pero no intentó arribar a ninguno de estos símbolos sola, lo que hizo fue conmover las fibras profundas de sí misma y ejercer un exorcismo que liberó al alma de las ataduras, aunque sea por una fracción de segundo; no puede haber más, lo otro sería la muerte real. Lo inaccesible en vida.

Notas


1 Jorge Luis Borges, "Prólogos, con un prólogo de prólogos", en Obras completas IV, Madrid, emece, p. 155.


2 Término que Enrique Krause utiliza para agrupar a los intelectuales nacidos entre 1921 y 1935, quienes se caracterizaban por su ideología definida. Entre otras cosas, marcaron una postura contraria a ciertas tendencias nacionalistas de los años cuarenta, una adición al cosmopolitismo y al pluralismo latinoamericano.


3 Graciela Martínez-Zalce, Una poética de lo subterráneo; la narrativa de Inés Arredondo, México, Tierra Adentro, cnca, 1996, p. 117.

4 Octavio Paz, "Recapitulaciones", en La casa de la presencia, México, fce, p. 294.

5 La señal (1965) y Los Espejos (1988).

6 Mariano Baquero Goyanes, ¿Qué es la novela?; ¿Qué es el cuento?, Murcia, 1993, p. 61.

7 El nombre y el número entre paréntesis indican el cuento y la página de la obra de Inés Arredondo, Río subterráneo, México, Joaquín Mortiz, 1979.

8 Octavio Paz, Cuadrivio, México, Joaquín Mortiz, 1993, p. 143.

9 Martínez-Zalce, Idem, p. 118.



10 Julio Cortázar, Rayuela, Madrid, Cátedra, 1998, p. 234.•


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