jueves, 13 de diciembre de 2012

William Golding: El Señor de las Moscas.




William Golding fue un novelista, ensayista y poeta inglés. Nació el 19 de septiembre de 1911 en Cornwall (Gran Bretaña) y falleció el 19 de junio de 1993. Realizó estudios de Literatura Inglesa y Ciencia Natural en la Universidad de Oxford. Sirvió en la marina durante la Segunda Guerra Mundial y participó en el Desembarco de Normandía.

Ganador del Premio Booker en 1980 y el Premio Nobel de Literatura en 1983. Entre sus novelas destacan El señor de las moscas, fábula moral acerca de la condición humana, Los herederos y Ritos de paso.



Síntesis-.
Una treintena de muchachos son los únicos supervivientes de un naufragio en el que perecen todos los adultos. Enseguida se plantea cómo sobrevivir en tales condiciones, y no tardan en crearse dos grupos con sus respectivos líderes. Ralph se convierte en el cabecilla de quienes están dispuestos a construir refugios y a recolectar, mientras que Jack se convierte en el jefe de los cazadores, animados por un espíritu más aventurero. Las tensiones entre ambos bandos desembocan en un enfrentamiento que se resuelve en un baño de sangre. El señor de las moscas es un nombre para el mal en la cultura judía, y este es uno de los temas principales de la novela, junto con la contraposición entre civilización y barbarie y la validez de la disciplina, entre otros muchos.



William Golding

El Señor de las Moscas

(Fragmento)


A mi madre y a mi padre




El toque de caracola
El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco;
—¡Eh —decía—, aguarda un segundo!
La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo.
—-Aguarda un segundo —dijo la voz—, estoy atrapado.
El muchacho rubio se detuvo y se estiró las medias con un ademán instintivo, que por un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres.
De nuevo habló la voz.
—No puedo casi moverme con estas dichosas trepadoras.
El dueño de aquella voz salió de la maleza andando de espaldas y las ramas arañaron su grasiento anorak. Tenía desnudas y llenas de rasguños las gordas rodillas. Se agachó para arrancarse cuidadosamente las espinas. Después se dio la vuelta. Era más bajo que el otro muchacho y muy gordo. Dio unos pasos, buscando lugar seguro para sus pies, y miró tras sus gruesas gafas.
—¿Dónde está el hombre del megáfono? El muchacho rubio sacudió la cabeza.
—Estamos en una isla. Por lo menos, eso me parece. Lo de allá fuera, en el mar, es un arrecife. Me parece que no hay personas mayores en ninguna parte.
El otro muchacho miró alarmado.
—¿Y aquel piloto? Pero no estaba con los pasajeros, es verdad, estaba más adelante, en la cabina.
El muchacho rubio miró hacia el arrecife con los ojos entornados.
—Todos los otros chicos... —siguió el gordito—. Alguno tiene que haberse salvado. ¿Se habrá salvado alguno, verdad?
El muchacho rubio empezó a caminar hacia el agua afectando naturalidad. Se esforzaba por comportarse con calma y, a la vez, sin parecer demasiado indiferente, pero el otro se apresuró tras él.
—¿No hay más personas mayores en este sitio?
—Me parece que no.
El muchacho rubio había dicho esto en un tono solemne, pero en seguida le dominó el gozo que siempre produce una ambición realizada, y en el centro del desgarrón de la selva brincó dando media voltereta y sonrió burlonamente a la figura invertida del otro.
—¡Ni una persona mayor!
En aquel momento el muchacho gordo pareció acordarse de algo.
—El piloto aquel.
El otro dejó caer sus pies y se sentó en la tierra ardiente.
—Se marcharía después de soltarnos a nosotros. No podía aterrizar aquí, es imposible para un avión con ruedas.
—¡Será que nos han atacado!
—No te preocupes, que ya volverá.
Pero el gordo hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Cuando bajábamos miré por una de las ventanillas aquellas. Vi la otra parte del avión y salían llamas. Observó el desgarrón de la selva de arriba abajo.
—Y todo esto lo hizo la cabina del avión. El otro extendió la mano y tocó un tronco de árbol mellado. Se quedó pensativo por un momento.
—¿Qué le pasaría? —preguntó—. ¿Dónde estará ahora?
—La tormenta lo arrastró al mar. Menudo peligro, con tantos árboles cayéndose. Algunos chicos estarán dentro todavía.
Dudó por un momento; después habló de nuevo.
—¿Cómo te llamas?
—Ralph.
El gordito esperaba a su vez la misma pregunta, pero no hubo tal señal de amistad. El muchacho rubio llamado Ralph sonrió vagamente, se levantó y de nuevo emprendió la marcha hacia la laguna. El otro le siguió, decidido, a su lado.
—Me parece que muchos otros estarán por ahí. ¿Tú no has visto a nadie más, verdad?
Ralph contestó que no, con la cabeza, y forzó la marcha, pero tropezó con una rama y cayó ruidosamente al suelo. El muchacho gordo se paró a su lado, respirando con dificultad.
—Mi tía me ha dicho que no debo correr —explicó—, por el asma.
—¿Asma?
—Sí. Me quedo sin aliento. Era el único chico en el colegio con asma —dijo el gordito con cierto orgullo—. Y llevo gafas desde que tenía tres años.
Se quitó las gafas, que mostró a Ralph con un alegre guiño de ojos; luego las limpió con su mugriento anorak. Quedó pensativo y una expresión de dolor alteró los pálidos rasgos de su rostro. Enjugó el sudor de sus mejillas y en seguida se ajustó las gafas.
—Esa fruta... Buscó en torno suyo.
—Esa fruta —dijo—, supongo... Puestas las gafas, se apartó de Ralph para esconderse entre el enmarañado follaje.
—En seguida salgo...
Ralph se escabulló en silencio y desapareció por entre el ramaje. Segundos después, los gruñidos del otro quedaron detrás de él. Se apresuró hacia la pantalla que aún le separaba de la laguna. Saltó un tronco caído y se encontró fuera de la selva.
La costa apareció vestida de palmeras. Se sostenían frente a la luz del sol o se inclinaban o descansaban contra ella, y sus verdes plumas se alzaban más de treinta metros en el aire. Bajo ellas el terreno formaba un ribazo mal cubierto de hierba, desgarrado por las raíces de los árboles caídos y regado de cocos podridos y retoños del palmar. Detrás quedaban la oscuridad de la selva y el espacio abierto del desgarrón.
Ralph se paró, apoyada la mano en un tronco gris, con la mirada fija en el agua trémula. Allá, quizá a poco más de un kilómetro, la blanca espuma saltaba sobre un arrecife de coral, y aún más allá, el mar abierto era de un azul oscuro. Limitada por aquel arco irregular de coral, la laguna yacía tan tranquila como un lago de montaña, con infinitos matices del azul y sombríos verdes y morados. La playa, entre la terraza de palmeras y el agua, semejaba un fino arco de tiro, aunque sin final discernibles, pues a la izquierda de Ralph la perspectiva de palmeras, arena y agua se prolongaba hacia un punto en el infinito. Y siempre presente, casi visible, el calor. Saltó de la terraza. Sintió la arena pesando sobre sus zapatos negros y el azote del calor en el cuerpo. Comenzó a notar el peso de la ropa: se quitó con una fuerte sacudida cada zapato y de un solo tirón cada media. Subió de otro salto a la terraza, se despojó de la camisa y se detuvo allí, entre los cocos que semejaban calaveras, deslizándose sobre su piel las sombras verdes de las palmeras y la selva. Se desabrochó la hebilla adornada del cinturón, dejó caer pantalón y calzoncillo y, desnudo, contempló la playa deslumbrante y el agua. Por su edad —algo más de doce años— había ya perdido la prominencia del vientre de la niñez; pero aún no había adquirido la figura desgarbada del adolescente. Se adivinaba ahora, por la anchura y peso de sus hombros, que podría llegar a ser un boxeador, pero la boca y los ojos tenían una suavidad que no anunciaba ningún demonio escondido. Acarició suavemente el tronco de palmera y, obligado al fin a creer en la realidad de la isla, volvió a reír lleno de gozo y a saltar y a voltearse. De nuevo ágilmente en pie, saltó a la playa, se dejó caer de rodillas y con los brazos apiló la arena contra su pecho. Se sentó a contemplar el agua, brillándole de alegría los ojos.
—Ralph...
El muchacho gordo bajó a la terraza de palmeras y se sentó cuidadosamente en su borde.
—Oye, perdona que haya tardado tanto. La fruta esa...
Se limpió las gafas y las ajustó sobre su corta naricilla. La montura había marcado una V profunda y rosada en el caballete. Observó con mirada crítica el cuerpo dorado de Ralph y después miró su propia ropa. Se llevó una mano al pecho y asió la cremallera.
—Mi tía...
Resuelto, tiró de la cremallera y se sacó el anorak por la cabeza.
—¡Ya está!
Ralph le miró de reojo y siguió en silencio.
—Supongo que necesitaremos saber los nombres de todos —dijo el gordito— y hacer una lista. Debíamos tener una reunión.
Ralph no se dio por enterado, por lo que el otro muchacho se vio obligado a seguir.
—No me importa lo que me llamen —dijo en tono confidencial—, mientras no me llamen lo que me llamaban en el colegio.
Ralph manifestó cierta curiosidad.
—¿Y qué es lo que te llamaban? El muchacho dirigió una mirada hacia atrás; después se inclinó hacia Ralph. Susurró:
—Me llamaban «Piggy» *.
Ralph estalló en una carcajada y, de un salto, se puso en pie.
—¡Piggy! ¡Piggy!
—¡Ralph..., por favor!
Piggy juntó las manos, lleno de temor.
—Te dije que no quería...
—¡Piggy! ¡Piggy!
Ralph salió bailando al aire cálido de la playa y regresó imitando a un bombardero, con las alas hacia atrás, que ametrallaba a Piggy.
—¡Ta-ta-ta-ta-ta!
Se lanzó en picado sobre la arena a los pies de Piggy y allí tumbado volvió a reírse.
—¡Piggy!
Piggy sonrió de mala gana, no descontento a pesar de todo, porque aquello era como una señal de acercamiento.
—Mientras no se lo digas a nadie más...
Ralph dirigió una risita tonta a la arena. Piggy volvió a quedarse pensativo, de nuevo en su rostro el reflejo de una expresión de dolor.
—Un segundo.
Se apresuró otra vez hacia la selva. Ralph se levantó y caminó a brincos hacia su derecha.
Allí, un rasgo rectangular del paisaje interrumpía bruscamente la playa: una gran plataforma de granito rosa cortaba inflexible bosque, terraza, arena y laguna, hasta formar un malecón saliente de casi metro y medio de altura. Lo cubría una delgada capa de tierra y hierba bajo la sombra de tiernas palmeras. No tenían éstas suficiente tierra para crecer, y cuando alcanzaban unos seis metros se desplomaban y acababan secándose. Sus troncos, en complicado dibujo, creaban un cómodo lugar para asiento. Las palmeras que aún seguían en pie formaban un techo verde recubierto por los cambiantes reflejos que brotaban de la laguna. Ralph subió a aquella plataforma. Sintió el frescor y la sombra; cerró un ojo y decidió que las sombras sobre su cuerpo eran en realidad verdes. Se abrió camino hasta el borde de la plataforma, del lado del océano, y allí se detuvo a contemplar el mar a sus pies. Estaba tan claro que podía verse su fondo, y brillaba con la eflorescencia de las algas y el coral tropicales. Diminutos peces resplandecientes pasaban rápidamente de un lado a otro. Ralph, haciendo sonar dentro de sí los bordones de la alegría, exclamó:
—¡Uhhh...!
Había aún más para asombrarse allende la plataforma. La arena, por algún accidente —un tifón, quizá, o la misma tormenta que le acompañara a él en su llegada—, se había acumulado dentro la laguna, formando en la playa una poza profunda y larga, cerrada por un muro de granito rosa al otro extremo. Ralph se había visto en otras ocasiones engañado por la falsa apariencia de profundidad de una poza de playa y se aproximó a ésta preparado para llevarse una desilusión; pero la isla se mantenía fiel a su forma, y aquella increíble poza, que evidentemente sólo en la pleamar era invadida por las aguas, resultaba tan honda en uno de sus extremos que el agua tenía un color verde oscuro. Ralph examinó detenidamente sus treinta metros de extensión y luego se lanzó a ella. Estaba más caliente que su propia sangre y era como nadar en una enorme bañera.
Apareció Piggy de nuevo. Se sentó en el borde del muro de roca y observó con envidia el cuerpo a la vez blanco y verde de Ralph.
—Ni siquiera sabes nadar.
—Piggy-Piggy se quitó zapatos y calcetines, los extendió con cuidado sobre el borde y probó el agua con el dedo gordo.
—¡Está caliente!
—¿Y qué creías?
—No creía nada. Mi tía...
—¡Al diablo tu tía!
Ralph se sumergió y buceó con los ojos abiertos. El borde arenoso de la poza se alzaba como la ladera de una colina. Se volteó apretándose la nariz, mientras una luz dorada danzaba y se quebraba sobre su rostro. Piggy se decidió por fin. Se quitó los pantalones y quedó desnudo: una desnudez pálida y carnosa. Bajó de puntillas por el lado de arena de la poza y allí se sentó, cubierto de agua hasta el cuello, sonriendo con orgullo a Ralph.
—¿Es que no vas a nadar? Piggy meneó la cabeza.
—No sé nadar. No me dejaban. El asma...
—¡Al diablo tu asma!
Piggy aguantó con humilde paciencia.
—No sabes nadar bien.
Ralph chapoteó de espaldas alejándose del borde; sumergió la boca y soplo un chorro de agua al aire. Alzó después la barbilla y dijo:
—A los cinco años ya sabía nadar. Me enseñó papá. Es teniente de navío en la Marina y cuando le den permiso vendrá a rescatarnos. ¿Qué es tu padre?
Piggy se sonrojó al instante.
—Mi padre ha muerto —dijo de prisa—, y mi madre... Se quitó las gafas y buscó en vano algo para limpiarlas.
—Yo vivía con mi tía. Tiene una confitería. No sabes la de dulces que me daba. Me daba todos los que quería. ¿Oye, y cuando nos va a rescatar tu padre?
—En cuanto pueda.
Piggy salió del agua chorreando y, desnudo como estaba, se limpió las gafas con un calcetín. El único ruido que ahora les llegaba a través del calor de la mañana era el largo rugir de las olas que rompían contra el arrecife.
—¿Cómo va a saber que estamos aquí?
Ralph se dejó mecer por el agua. El sueño le envolvía, como los espejismos que rivalizaban con el resplandor de la laguna.
—¿Cómo va a saber que estamos aquí?
Porque sí, pensó Ralph, porque sí, porque sí... El rugido de las olas contra el arrecife llegaba ahora desde muy lejos.
—Se lo dirán en el aeropuerto.
Piggy movió la cabeza, se puso las gafas, que reflejaban el sol, y miró a Ralph.
—Allí no se va a enterar de nada. ¿No oíste lo que dijo el piloto? Lo de la bomba atómica. Están todos muertos.
Ralph salió del agua, se paró frente a Piggy y pensó en aquel extraño problema.
Piggy volvió a insistir.
—¿Estamos en una isla, verdad?
—Me subí a una roca —dijo Ralph muy despacio—, y creo que es una isla.
—Están todos muertos —dijo Piggy—, y esto es una isla. Nadie sabe que estamos aquí. No lo sabe tu padre; nadie lo sabe...
Le temblaron los labios y una neblina empañó sus gafas.
—Puede que nos quedemos aquí hasta la muerte.
Al pronunciar esa palabra pareció aumentar el calor hasta convertirse en una carga amenazadora, y la laguna les atacó con un fulgor deslumbrante.
—Voy por mi ropa —murmuró Ralph—, está ahí.
Corrió por la arena, soportando la hostilidad del sol; cruzó la plataforma hasta encontrar su ropa, esparcida por el suelo. Llevar de nuevo la camisa gris producía una extraña sensación de alivio. Luego alcanzó la plataforma y se sentó a la sombra verde de un tronco cercano. Piggy trepó también, casi toda su ropa bajo el brazo. Se sentó con cuidado en un tronco caído, cerca del pequeño risco que miraba a la laguna. Sobre él temblaba una malla de reflejos.
Reanudó la conversación.
—Hay que buscar a los otros. Tenemos que hacer algo.
Ralph no dijo nada. Se encontraban en una isla de coral. Protegido del sol, ignorando el presagio de las palabras de Piggy, se entregó a sueños alegres.
Piggy insistió.
—¿Cuántos somos?
Ralph dio unos pasos y se paró junto a Piggy.
—No lo sé.
Aquí y allá, ligeras brisas serpeaban por las aguas brillantes, bajo la bruma del calor. Cuando alcanzaban la plataforma, la fronda de las palmeras susurraba y dejaba pasar manchas borrosas de luz que se deslizaban por los dos cuerpos o atravesaban la sombra como objetos brillantes y alados.
Piggy alzó la cabeza y miró a Ralph. Las sombras sobre la cara de Ralph estaban invertidas: arriba eran verdes, más abajo resplandecían por efecto de la laguna. Uní mancha de sol se arrastraba por sus cabellos.
—Tenemos que hacer algo.
Ralph le miró sin verle. Allí, al fin, se encontraba aquel lugar que uno crea en su imaginación, aunque sin forma del todo concreta, saltando al mundo de la realidad. Los labios de Ralph se abrieron en una sonrisa de deleite, y Piggy, tomando esa sonrisa como señal de amistad, rió con alegría.
—Si de veras es una isla...
—¿Qué es eso?
Ralph había dejado de sonreír y señalaba hacia la laguna. Algo de calor cremoso resaltaba entre las algas.
—Una piedra.
—No. Un caracol.
Al instante, Piggy se sintió prudentemente excitado.
—¡Es verdad! ¡Es un caracol! Ya he visto antes uno de esos. En casa de un chico; en la pared. Lo llamaba caracola y la soplaba para llamar a su madre. ¡No sabes lo que valen!
Un retoño de palmera, a la altura del codo de Ralph, se inclinaba hacia la laguna. En realidad, su peso había comenzado a levantar el débil suelo y estaba a punto de caer. Ralph arrancó el tallo y con él agitó el agua mientras los brillantes peces huían por todos lados. Piggy se inclinó peligrosamente.
—¡Ten cuidado! Lo vas a romper...
—¡Calla la boca!
Ralph lo dijo distraídamente. El caracol resultaba interesante y bonito y servía para jugar; pero las animadas quimeras de sus ensueños se interponían aún entre él y Piggy, que apenas si existía para él en aquel ambiente. El tallo, doblándose, empujó el caracol fuera de las hierbas. Con una mano como palanca, Ralph presionó con la otra hasta que el caracol salió chorreando y Piggy pudo alcanzarlo.
El caracol ya no era algo que se podía ver, pero no tocar, y también Ralph se sintió excitado. Piggy balbuceaba:
—...una caracola; carísimas. Te apuesto que habría que pagar un montón de libras por una de esas. La tenía en la tapia del jardín y mi tía...
Ralph le quitó la caracola y sintió correr por su brazo unas gotas de agua. La concha tenía un color crema oscuro, tocado aquí y allá con manchas de un rosa desvanecido. Casi medio metro medía desde la punta horadada por el desgaste hasta los labios rosados de su boca, levemente curvada en espiral y cubierta de un fino dibujo en relieve. Ralph sacudió la arena del interior.
—...mugía como una vaca —siguió— y además tenía unas piedras blancas y una jaula con un loro verde. No soplaba las piedras, claro, pero me dijo...
Piggy calló un segundo para tomar aliento y acarició aquella cosa reluciente que tenía Ralph en las manos.
—¡Ralph!
Ralph alzó los ojos,
—Podemos usarla para llamar a los otros. Tendremos una reunión. En cuanto nos oigan vendrán... Miró con entusiasmo a Ralph.
—¿Eso es lo que habías pensado, verdad? ¿Por eso sacaste la caracola del agua, no?
Ralph se echó hacia atrás su pelo rubio. —¿Cómo soplaba tu amigo la caracola?
—Escupía o algo así —dijo Piggy—. Mi tía no me dejaba soplar por el asma. Dijo que había que soplar con esto —Piggy se llevó una mano a su prominente abdomen—. Trata de hacerlo, Ralph. Avisa a los otros.
Ralph, poco seguro, puso el extremo más delgado de la concha junto a la boca y sopló. Salió de su boca un breve sonido, pero eso fue todo. Se limpió de los labios el agua salada y lo intentó de nuevo, pero la concha permaneció silenciosa.
—Escupía o algo así.
Ralph juntó los labios y lanzó un chorro de aire en la caracola, que contestó con un sonido hondo, como una ventosidad. Los dos muchachos encontraron aquello tan divertido que Ralph siguió soplando en la caracola durante un rato, entre ataques de risa.
—Mi amigo soplaba con esto.
Ralph comprendió al fin y lanzó el aire desde el diafragma. Aquello empezó a sonar al instante. Una nota estridente y profunda estalló bajo las palmeras, penetró por todos los resquicios de la selva y retumbó en el granito rosado de la montaña. De las copas de los árboles salieron nubéculas de pájaros y algo chilló y corrió entre la maleza. Ralph apartó la concha de sus labios.
—¡Qué bárbaro!
Su propia voz pareció un murmullo tras la áspera nota de la caracola. La apretó contra sus labios, respiró fuerte y volvió a soplar. De nuevo estalló la nota y, bajo un impulso más fuerte, subió hasta alcanzar una octava y vibró como una trompeta, con un clamor mucho más agudo todavía. Piggy, alegre su rostro y centelleantes las gafas, gritaba algo. Chillaron los pájaros y algunos animalillos cruzaron rápidos. Ralph se quedó sin aliento; la octava se desplomó, transformada en un quejido apagado, en un soplo de aire.
Enmudeció la caracola; era un colmillo brillante El rostro de Ralph se había amoratado por el esfuerzo, y el clamor de los pájaros y el resonar de los ecos llenaron el aire de la isla.
—Te apuesto a que se puede oír eso a más de un kilómetro.
Ralph recobró el aliento y sopló de nuevo, produciendo unos cuantos estallidos breves.
—¡Ahí viene uno!, exclamó Piggy.
Entre las palmeras, a unos cien metros de la playa, había aparecido un niño. Tendría seis años, más o menos; era rubio y fuerte, con la ropa destrozada y la cara llena de manchones de fruta. Se había bajado los pantalones por una razón evidente y los llevaba a medio subir. Saltó de la terraza de palmeras a la arena y los pantalones cayeron a los tobillos; los abandonó allí y corrió a la plataforma. Piggy le ayudó a subir. Entre tanto, Ralph seguía sonando la caracola hasta que un griterío llegó del bosque. El pequeño, en cuclillas frente a Ralph, alzó hacia él la cabeza con una alegre mirada. Al comprender que algo serio se preparaba allí quedó tranquilo y se metió en la boca el único dedo que le quedaba limpio: un pulgar rosado.
Piggy se inclinó hacia él.
—¿Cómo te llamas?
—Johnny.
Murmuró Piggy el nombre para sí y luego lo gritó a Ralph, que no le prestó atención porque seguía soplando la caracola. Tenía el rostro oscurecido por el violento placer de provocar aquel ruido asombroso y el corazón le sacudía la tirante camisa. El vocerío del bosque se aproximaba.
Se divisaban ahora señales de vida en la playa. La arena, temblando bajo la bruma del calor, ocultaba muchos cuerpos a lo largo de sus kilómetros de extensión; unos muchachos caminaban hacia la plataforma a través de la arena caliente y muda. Tres chiquillos, de la misma edad que Johnny, surgieron por sorpresa de un lugar inmediato, donde habían estado atracándose de fruta Un niño de pelo oscuro, no mucho más joven que Piggy, se abrió paso entre la maleza, salió a la plataforma y sonrió alegremente a todos. A cada momento llegaban más. Siguieron el ejemplo involuntario de Johnny y se sentaron a esperar en los caídos troncos de las palmeras. Ralph siguió lanzando estallidos breves y penetrantes. Piggy se movía entre el grupo, preguntaba su nombre a cada uno y fruncía el ceño en un esfuerzo por recordarlos. Los niños le respondían con la misma sencilla obediencia que habían prestado a los hombres de los megáfonos. Algunos de ellos iban desnudos y cargaban con su ropa; otros, medio desnudos o medio vestidos con los uniformes colegiales: jerseys o chaquetas grises, azules, marrones. Jerseys y medias llevaban escudos, insignias y rayas de color indicativas de los colegios. Sus cabezas se apiñaban bajo la sombra verde: cabezas de pelo castaño oscuro o claro, negro, rubio claro u oscuro, pelirrojas... Cabezas que murmuraban, susurraban, rostros de ojos inmensos que miraban con interés a Ralph. Algo se preparaba allí.
Los niños que se acercaban por la playa, solos o en parejas, se hacían visibles al cruzar la línea que separaba la bruma cálida de la arena cercana. Y entonces la vista de quien miraba en esa dirección se veía atraída primero por una criatura negra, semejante a un murciélago, danzando en la arena, y sólo después percibía el cuerpo que se sostenía sobre ella. El murciélago era la sombra de un niño, y el sol, que caía verticalmente, la reducía a una mancha entre los pies presurosos. Sin soltar la caracola, Ralph se fijó en la última pareja de cuerpos que alcanzaba la plataforma, suspendidos sobre una temblorosa mancha negra. Los dos muchachos, con cabezas apepinadas y cabellos como la estopa, se tiraron a los pies de Ralph, son-riéndole y jadeando como perros. Eran mellizos, y la vista, ante aquella alegre duplicación, quedaba sorprendida e incrédula. Respiraban a la vez, se reían a la vez y ambos eran de aspecto vivo y cuerpo rechoncho. Alzaron hacia Ralph unos labios húmedos; parecía no haberles alcanzado piel para ellos, por lo que el perfil de sus rostros se veía borroso y las bocas tirantes, incapaces de cerrarse. Piggy inclinó sus gafas deslumbrantes hasta casi tocar a los mellizos. Se le oía, entre los estallidos de la caracola, repetir sus nombres:
—Sam, Eric, Sam, Eric.
Después se confundió; los mellizos movieron las cabezas y señalaron el uno al otro. El grupo entero rió.
Por fin dejó Ralph de sonar la caracola y con ella en una mano se sentó, la cabeza entre las rodillas. Las risas se fueron apagando al mismo tiempo que los ecos y se hizo el silencio.
Algo oscuro andaba a tientas dentro del rombo brumoso de la playa. El primero que lo vio fue Ralph y su atenta mirada acabó por arrastrar hacia aquel lugar la vista de los demás. La criatura salió del área del espejismo y entró en la transparente arena, y vieron entonces que no toda aquella oscuridad era una sombra, sino, en su mayor parte, ropas. La criatura era un grupo de chicos que marchaban casi a compás, en dos filas paralelas. Vestían de extraña manera. Llevaban en la mano pantalones, camisas y otras prendas, pero cada muchacho traía puesta una gorra negra cuadrada con una insignia de plata. Capas negras con grandes cruces plateadas al lado izquierdo del pecho cubrían sus cuerpos desde la garganta a los tobillos, y los cuellos acababan rematados por golas blancas. El calor del trópico, el descenso, la búsqueda de alimentos y ahora esta caminata sudorosa a lo largo de la playa ardiente habían dado a la piel de sus rostros el aspecto de una ciruela recién lavada. El muchacho al mando del grupo vestía de la misma forma, pero la insignia de su gorra era dorada. Cuando su grupo se encontró a unos diez metros de la plataforma, gritó una orden y todos se pararon, jadeantes, sudorosos, balanceándose en la rabiosa luz. El propio jefe dio unos pasos al frente, saltó a la plataforma, revoloteando su capa, y se asomó a lo que para él era casi total oscuridad.
—¿Dónde está el hombre de la trompeta? Ralph, al advertir en el otro la ceguera del sol, contestó:
—No hay ningún hombre con trompeta. Era yo.
El muchacho se acercó y, fruncido el entrecejo, miró a Ralph. Lo que pudo ver de aquel muchacho rubio con una caracola de color cremoso no pareció satisfacerle. Se volvió rápidamente y su capa negra giró en el aire.
—¿Entonces no hay ningún barco?
Se le veía alto, delgado y huesudo dentro de la capa flotante; su pelo rojo resaltaba bajo la gorra negra. Su cara, de piel cortada y pecosa, era fea, pero no la de un tonto. Dos ojos de un azul claro que destacaban en aquel rostro, indicaban su decepción, pronta a transformarse en cólera.
—¿No hay ningún hombre aquí? Ralph habló a su espalda.
—No. Pero vamos a tener una reunión. Quedaos con nosotros.
El grupo empezó a deshacer la formación y el muchacho alto gritó:
—¡Atención! ¡Quieto el coro!
El coro, obedeciendo con cansancio, volvió a agruparse en filas y permaneció balanceándose al sol. Pero unos cuantos empezaron a protestar tímidamente.
—Por favor, Merridew. Por favor..., ¿por qué no nos dejas?
En aquel momento uno de los muchachos se desplomó de bruces en la arena y la fila se deshizo. Alzaron al muchacho a la plataforma y le dejaron allí sobre el suelo. Merridew le miró fijamente y después trató de corregir lo hecho.
—De acuerdo. Sentaos. Dejadle solo.
—Pero, Merridew...
—Siempre se está desmayando —dijo Merridew—. Hizo lo mismo en Gibraltar y en Addis, y en los maitines se cayó encima del chantre.
Esta jerga particular del coro provocó la risa de los compañeros de Merridew, que posados como negros pájaros en los troncos desordenados observaban a Ralph con interés. Piggy no preguntó sus nombres. Se sintió intimidado por tanta superioridad uniformada y la arrogante autoridad que despedía la voz de Merridew. Encogido al otro lado de Ralph, se entretuvo con las gafas.
Merridew se dirigió a Ralph.
—¿No hay gente mayor?
—No.
Merridew se sentó en un tronco y miró al círculo de niños.
—Entonces tendremos que cuidarnos nosotros mismos. Seguro  al otro lado de Ralph, Piggy habló tímidamente.
—Por eso nos ha reunido Ralph. Para decidir lo que hay que hacer. Ya tenemos algunos nombres. Ese es Johnny. Esos dos —son mellizos— son Sam y Eric. ¿Cuál es Eric...? ¿Tú? No, tu eres Sam...
—Yo soy Sam.
—Y yo soy Eric.
—Debíamos conocernos por nuestros nombres. Yo soy Ralph —dijo éste.
—Ya tenemos casi todos los nombres —dijo Piggy—• Los acabamos de preguntar ahora.
—Nombres de niños —dijo Merridew—. ¿Por qué me va nadie a llamar Jack? Soy Merridew.
Ralph se volvió rápido. Aquella era la voz de alguien que sabía lo que quería.
—Entonces —siguió Piggy—, aquel chico... no me acuerdo...
—Hablas demasiado —dijo Jack Merridew—. Cállate, Fatty *.
Se oyeron risas.
—¡No se llama Fatty —gritó Ralph—, su verdadero nombre es Piggy!
—¡Piggy!
—¡Piggy!
—¡Eh, Piggy!
Se rieron a carcajadas y hasta el más pequeño se unió al jolgorio. Durante un instante, los muchachos formaron un círculo cerrado de simpatía, que excluyó a Piggy. Se puso éste muy colorado, agachó la cabeza y limpió las gafas una vez más.
Por fin cesó la risa y continuaron diciendo sus nombres. Maurice, que seguía a Jack en estatura entre los del coro, era ancho de espaldas y lucía una sonrisa permanente. Había un chico menudo y furtivo en quien nadie se había fijado, encerrado en sí mismo hasta lo más profundo de su ser. Murmuró que se llamaba Roger y volvió a guardar silencio. Bill, Robert, Harold, Henry. El muchacho que sufrió el desmayo se arrimó a un tronco de palmera, sonrió, aún pálido, a Ralph y dijo que se llamaba Simón. Habló Jack:
—Tenemos que decidir algo para que nos rescaten. Se oyó un rumor; Henry, uno de los pequeños, dijo que se quería ir a casa.
—Cállate —dijo Ralph distraído. Alzó la caracola—. Me parece que debíamos tener un jefe que tome las decisiones.
—¡Un jefe!  ¡Un jefe!
—Debo serlo yo —dijo Jack con sencilla arrogancia—, porque soy el primero en el coro de la iglesia y soy tenor. Puedo dar el do sostenido.
De nuevo un rumor.
—Así que —dijo Jack—, yo...
Dudó por un instante. El muchacho moreno, Roger, dio al fin señales de vida y dijo:
—Vamos a votar.
—¡Sí!
*   Gordo.
—¡A votar por un jefe!
—¡Vamos a votar!...
Votar era para ellos un juguete casi tan divertido como la caracola.
Jack empezó a protestar, pero el alboroto cesó de reflejar el deseo general de encontrar un jefe para convertirse en la elección por aclamación del propio Ralph. Ninguno de los chicos podría haber dado una buena razón para aquello; hasta el momento, todas las muestras de inteligencia habían procedido de Piggy, y el que mostraba condiciones más evidentes de jefe era Jack. Pero tenía Ralph, allí sentado, tal aire de serenidad, que le hacía resaltar entre todos; era su estatura y su atractivo; mas de manera inexplicable, pero con enorme fuerza, había influido también la caracola. El ser que hizo sonar aquello, que les aguardó sentado en la plataforma con tan delicado objeto en sus rodillas, era algo fuera de lo corriente.
—El del caracol.
—¡Ralph!   ¡Ralph!
—Que sea jefe ese de la trompeta. Ralph alzó una mano para callarles.
—Bueno, ¿quién quiere que Jack sea jefe? Todos los del coro, con obediencia inerme, alzaron las manos.
—¿Quién me vota a mí?
Todas las manos restantes, excepto la de Piggy, se elevaron inmediatamente.
Después también Piggy, aunque a regañadientes, hizo lo mismo.
Ralph las contó.
—Entonces, soy el jefe.
El círculo de muchachos rompió en aplausos. Aplaudieron incluso los del coro. Las pecas del rostro de Jack desaparecieron bajo el sonrojo de la humillación. Decidió levantarse, después cambió de idea y se volvió a sentar mientras el aire seguía tronando. Ralph le miró y con el vivo deseo de ofrecerle algo:
—El coro te pertenece a ti, por supuesto.
—Pueden ser nuestro ejército...
—O los cazadores...
—Podrían ser...
Desapareció el sofoco de la cara de Jack. Ralph volvió a pedir silencio con la mano.
—Jack tendrá el mando de los del coro. Pueden ser... ¿Tú qué quieres que sean?
—Cazadores.
Jack y Ralph sonrieron el uno al otro con tímido afecto. Los demás se entregaron a animadas conversaciones. Jack se levantó.
—Vamos a ver, los del coro. Quitaos las capas.
Los muchachos del coro, como si acabara de terminarse la clase, se levantaron, se pusieron a charlar y apilaron sobre la hierba las capas negras. Jack dejó la suya en un tronco junto a Ralph. Tenía los pantalones grises pegados a la piel por el sudor. Ralph los miró con admiración, y al darse cuenta Jack explicó:
—Traté de escalar aquella colina para ver si estábamos rodeados de agua. Pero nos llamó tu caracola.
Ralph sonrió y alzó la caracola para establecer silencio.
—Escuchad todos. Necesito un poco de tiempo para pensar las cosas. No puedo decidir nada así de repente. Si esto no es una isla, nos podrán rescatar en seguida. Así que tenemos que decidir si es una isla o no. Tenéis que quedaros todos aquí y esperar. Y que nadie se mueva. Tres de nosotros... porque si vamos más nos haremos un lío y nos perderemos, así que tres de nosotros iremos a explorar y ver dónde estamos. Iré yo, y Jack y...
Miró al círculo de animados rostros. Sobraba donde escoger.
—Y Simón.
Los chicos alrededor de Simón rieron burlones y él se levantó sonriendo un poco. Ahora que la palidez del desmayo había desaparecido, era un chiquillo delgaducho y vivaz, con una mirada que emergía de una pantalla de pelo negro, lacio y tosco.
Asintió con la cabeza.
—De acuerdo, iré.
—Y yo...
Jack sacó una navaja envainada, de respetable tamaño, y la clavó en un tronco. El alboroto subió y decayó de nuevo.
Piggy se removió en su asiento.
—Yo iré también. Ralph se volvió hacia él.
—No sirves para esta clase de trabajo.
—Me da igual...
—No te queremos para nada —dijo Jack sin más—; basta con tres.
Los muchachos del coro, como si acabara de terminarse
—Yo estaba con él cuando encontró la caracola. Estaba con él antes de que vinierais vosotros.
Ni Jack ni los otros le hicieron caso. Hubo una dispersión general.
Ralph, Jack y Simón saltaron de la plataforma y marcharon por la arena, dejando atrás la poza. Piggy les siguió con esfuerzo.
—Si Simón se pone en medio —dijo Ralph—, podremos hablar por encima de su cabeza.
Los tres marchaban al unísono, por lo cual Simón se veía obligado a dar un salto de vez en cuando para no perder el paso. Al poco rato Ralph se paró y se volvió hacia Piggy.
—Oye.
Jack y Simón fingieron no darse cuenta de nada. Siguieron caminando.
—No puedes venir.
De nuevo se empañaron las gafas de Piggy, esta vez por humillación.
—Se lo has dicho. Después de lo que te conté. Se sonrojó y le tembló la boca.
—Después que te dije que no quería...
—Pero  ¿de qué hablas?
—De que me llamaban Piggy. Dije que no me importaba con tal que los demás no me llamasen Piggy, y te pedí que no se lo dijeses a nadie, y luego vas y se lo cuentas a todos.
Cayó un silencio sobre ellos. Ralph miró a Piggy con más comprensión, y le vio afectado y abatido. Dudó entre la disculpa y un nuevo insulto.
—Es mejor Piggy que Fatty —dijo al fin, con la firmeza de un auténtico jefe—. Y además, siento que lo tomes así. Vuélvete ahora, Piggy, y toma los nombres que faltan. Ese es tu trabajo. Hasta luego.
Se volvió y corrió hacia los otros dos. Piggy quedó callado y el sonrojo de indignación se apagó lentamente. Volvió a la plataforma.
Los tres muchachos marcharon rápidos por la arena. La marea no había subido aún y dejaba descubierta una franja de playa, salpicada de algas, tan firme como un verdadero camino. Una especie de hechizo lo dominó todo; les sobrecogió aquella atmósfera encantada y se sintieron felices. Se miraron riendo animadamente; hablaban sin escucharse. El aire brillaba. Ralph, que se sentía obligado a traducir todo aquello en una explicación, intentó dar una voltereta y cayó al suelo. Al cesar las risas, Simón acarició tímidamente el brazo de Ralph y se echaron a reír de nuevo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Alejandro Dumas: LA MANO DEL MUERTO (¿castigo divino para el Conde de Montecristo?)



ALEJANDRO DUMAS


 LA MANO DEL MUERTO


La Mano del Muerto
ALEJANDRO DUMAS
Nació Alejandro Dumas en la ciudad de Villers-Cotterés (Aisne, a 40 km. noreste de Paris) el 24 de Julio de 1802. Su abuelo era el Marqués Antoine-Alexandre Davy de la Pailleterie quien se casó con Marie-Céssette Dumas, una esclava negra de las islas Indias del Oeste de Santo Domingo. Ella dio a luz a Thomas-Alexandre y murió cuando su hijo aún era joven. Cuando regresaron a Paris, el Marqués no aprobó que su hijo se enlistara en el ejército, así que, éste, se presentó como Thomas-Alexandre Dumas y permaneció en el ejército hasta lograr el titulo de General durante el reinado de Napoleón Bonaparte. La madre de Dumas se llamo Marie-Louise Labouret. Alejandro quedó huérfano de padre a los cuatro años, y tuvo que sobrevivir junto a su madre con la exigua renta que le correspondía a ésta como viuda.
En 1811 Alejandro ingresa a la Escuela del Abad Gregorie y permanece en ella hasta 1813. En 1819 conoce a Adolphe de Leuven con quien escribiría su primer trabajo literario. En 1823 traslada su residencia a París, allí el general Foy, antiguo amigo de su padre, se convierte en su protector y logra conseguirle una plaza de escribiente en la secretaría del Duque de Orleáns, con un sueldo de 1,200 francos anuales, lo cual le permitió vivir independientemente del sustento de su madre y aplicarse al estudio sobre la historia de Francia. Un año después, estudio también fisiología, química y física, asistiendo también de noche a los cursos de idiomas y las lecturas de los clásicos franceses. Ese mismo año, el 24 de Julio, nacía su hijo Alejandro Dumas fruto de su romance con Laure Labay. En los momentos escasos que tenía, le agradaba, asistir a las representaciones del teatro antiguo, viendo por vez primera la producción de Shakespeare "Hamlet" logrando entusiasmarlo de tal modo, que desde ese momento quedó resuelta su vocación artístico-literaria. Desde ese entonces escribió muchas que presentó ante los severos empresarios teatrales. Fue rechazado. Sin embargo en 1825 logra estrenar en un teatro de Paris un vaudeville "La Chase et l'amour" con Leuven, de clamoroso éxito, poco después otro, ganando bastante con las representaciones. El 10 de Febrero de 1829 presenta la obra "Enrique III y su Corte" (Henri III et sa cour) que le valió ser incorporado en el repertorio de la Comedia Francesa, reportándole beneficios económicos. Dumas se convirtió en uno de los líderes del movimiento de aquella época junto con Víctor Hugo. Se involucra en la Revolución de 1830. El 05 de Marzo de 1831 nace Marie-Alexandrine hija de Dumas con Belle Kreilssamner. En 1832 realiza su primer viaje al extranjero (Suiza), luego a Italia (1835), a Bélgica y Alemania (1838) publicando varios diarios de sus viajes. En 1840 se casa con la actriz Ida Ferrer. En 1844  al iniciar la serie de grandes novelas, sobre los acontecimientos más singulares de la historia de Francia, logró eclipsar el genio de Eugenio Sué, que gozaba de la admiración popular, llegando Alejandro Dumas, con su gran novela "Los Tres Mosqueteros" (Le Tríos Mousquetaires), a ser considerado el más grande novelista de Francia. Una tras otra publicó en 1845   "Una hija del regente", "El Conde de Monte-Cristo", "La Reina Margot", "El Caballero de la Casa Roja", y "La Dama de Monsoreau". Se involucra en la Revolución de 1848 y publica "El Collar de la Reina" al mismo tiempo que su hijo publica "La Dama de las Camelias"    (La   Dame   aux    Camelias ).    En   1850 La Mano del Muerto, "El Tulipán Negro" y "Ángel Pitou". En 1851 huyendo de más persecuciones se refugia en Bruselas donde viven numerosos oponentes de Napoleón III como Víctor Hugo. Publica "Mis Memorias". En 1859 viaja a Italia y en 1860 conoce al General Garibaldi. Se le une en Sicilia y lo ayuda a ir a Marsella para comprar rifles a sus tropas. Después de su victoria Garibaldi nombra a Dumas Jefe de Excavaciones y Museos en Napóles donde vive hasta 1864. En 1868 prepara su "Diccionario de Cocina". En 1870 se establece en la casa de campo de su hijo en Puys cerca de Dieppe donde muere el 05 de Diciembre.

Alejandro Dumas fue un escritor fecundísimo, publicó aproximadamente 300 obras, en las que sobresalen sus novelas históricas que eran su especialidad y para las cuales estudió profundamente la historia de su país. Muchas de sus obras aparecieron por primera vez por entregas, como folletines de los periódicos de entonces (Le Siécle por ejemplo). Dumas cumplía así con una de las exigencias del gran público: interés y emoción a dosis periódicas, cuidándose muy bien de interrumpir la narración en un punto tal que no hubiese más remedio que leer el siguiente número. Aunque la obra de Dumas, ha sido acusada de ser literatura inferior, no se puede negar su gran fantasía, su inventiva, su genio y su clara y correcta arquitectura. Es prolijo, pero muy estricto, sabe imponer orden en sus materiales y organizarlos impecablemente, además de poseer innegables valores estéticos. Es un autor popular que puede codearse con los grandes genios de su tiempo sin desmerecer, y que sigue siendo el deleite   de   muchos   lectores   en   todo   el   mundo.

Alejandro Dumas

La mano del muerto es la continuación de “El Conde de Monte-Cristo”. Luego de año y medio de consumada la venganza de Dantés surge un oscuro personaje cuya finalidad única será destruir a Monte-Cristo, su nombre es Benedetto (hijo ilegitimo de Villefort). Antes de emprender su viaje en busca de Monte-Cristo, Benedetto ingresa al sepulcro de su padre y secciona la mano del cadáver usándola como una especie de amuleto para ejecutar su venganza. Durante su travesía en busca del conde conocerá a las otras víctimas de la venganza de éste, lo cual acrecentará sus odios y creará en él la convicción de ser el elegido de Dios para realizar en la tierra la justicia divina. Viaja a Roma encontrando allí a Danglars como portero de un teatro, luego encuentra a la baronesa Danglars (su madre) a la que le roba su fortuna; hace amistad con Luis Vampa antiguo protegido de Monte-Cristo y salteador romano al cual traiciona y lo entrega a la justicia, además de aliarse con sus secuaces. Salva la vida a Alberto Morcef y lo ayuda económicamente a establecerse. Luego continuando su búsqueda descubre la gruta secreta del palacio subterráneo de Dantés en la isla Monte-Cristo y roba los tesoros que ella contenía. Acto seguido secuestra al hijo de Dantés y se apodera de su esposa Haydé a la que devuelve a cambio de toda su fortuna. Dantés accede a realizar el intercambio y queda en la absoluta pobreza, y aún sin conocer el paradero de su hijo... Esta historia palpitante de emoción, sin duda nos hará olvidar cuanto exista en nuestro entorno, el misterio que esconden los sucesos, la tragedia en la que culminan los mismos y el sin fin de detalles harán presa al lector que no dejará la lectura hasta culminar la historia...

lunes, 10 de diciembre de 2012

OTRA VEZ BOLAÑO.



Roberto Bolaño.



Nota: en la Red me he encontrado este artículo, que quizá a muchos de los fanáticos de Bolaño les pueda interesar.

Mg. Luis Alejandro Nitrihual Valdebenito

Universidad de La Frontera
Temuco-Chile
anitrihual@ufro.cl

 Localice en este documento
 Resumen: Este trabajo presenta un análisis del cuento de Roberto Bolaño: El Gaucho Insufrible. El objetivo es mostrar cómo el autor reescribe un tema de larga data en las letras latinoamericanas, el tópico civilización-barbarie, pero produciendo una actualidad vital.
Palabras clave: Bolaño, Civilización, Barbarie, El Gaucho Insufrible

Abstract: Bolaño: civilization-barbarism? El Gaucho Insufrible: rewriting of the concept civililization-barbarism: This article analyze the tale “El Gaucho Insufrible” by Roberto Bolaño. This work show as the author rewriting the latinamerica`s concept of civilitation-barbarism, but with prensent time.
Keywords: Bolaño, Civilization, Barbarism, El Gaucho Insufrible.



0.- Actualidad de la obra de Bolaño

Roberto Bolaño es un nombre que apareció en el mundo de la literatura chilena, y por qué no universal, para quedarse de manera permanente. El escritor chileno se ganó un cupo entre los más grandes autores con una obra sólida, con una escritura propositiva, sugerente y variada, que recorre la poesía, ensayo, cuento y novela.

No hay duda que es un poeta, y el mismo se consideraba de este modo, pero al igual que uno de sus escritores admirados y odiados [1], Jorge Luis Borges, se hizo conocido por su prosa, que le trajo tantas alegrías que ya no pudo dejar de continuar en la senda prosística. Todo su ideolecto de autor está nutrido por la poesía, en una simbiosis transtextual que va desde la aparición de la poesía como motor generador del universo narrado, tal es el caso de Los Detectives Salvajes, realizando citaciones de autores admirados o creando poesía dentro de novelas y cuentos. Lo cierto es que su prosa, es especialmente rica en esa heterogeidad de géneros.

Cuando el 2003 Roberto Bolaño dejó de existir hubo un reconocimiento unánime en torno a su obra, sus detractores y seguidores concordaron en calificar su obra como una de las más importantes de las últimas décadas, de ahí la vigencia de estudiarla.

Tiende a reconocerse que su cumbre como escritor se debió a la publicación de Los Detectives Salvaje (1998) que fue merecedora de la XI versión del Premio Internacional Rómulo Gallegos de Novela. Se trata de una obra fantástica, tan imaginaria como la realidad borgeana, una escritura fascinante y que lo lanzó de golpe al lugar de los escritores latinoamericanos de mayor peso y porvenir.

La literatura nazi en América (1996) se inscribe, igual como Los Detectives Salvajes, en la tradición borgeana de Historia de la eternidad, donde la realidad se funde con la ficción. La obra del mismo Borges es un juego especular y Bolaño, como su hijo pródigo, la revive de manera colosal. La especial relación que Bolaño tenía con Borges [2] se puede intuir desde la obra misma, que revive un estilo cargado de búsquedas filosóficas. De algún modo el "hombre libro" que fue Borges y que lo llevaba a plantearse no sólo escritura sobre temas precisos, sino escritura sobre la literatura misma (autoreflexión) y sobre los escritores (imaginarios y reales), fue también el norte del escritor chileno. Por otro lado, el humor borgeano, tanto dentro del texto como en la vida cotidiana, es patente en Bolaño [3].

Es evidente la relación intertextual de Bolaño con la tradición de Hernández, Sarmiento y Borges. Con una actualidad notable, que le confiere frescura, revive el tema de la civilización barbarie-, tan patente en la literatura latinoamericana.



1.- Roberto Bolaño: la reescritura como actualización discreta

“El Gaucho Insufrible”, es el cuento que da nombre al libro del 2002 de Roberto Bolaño, en este se cuenta la historia de Héctor Pereda, un abogado argentino intachable (situación que el narrador indica como poco habitual en la Argentina de esos años) que tiene dos hijos: el Bebe y la Cuca Pereda, que son criados de la mejor manera posible y por ello son jóvenes “felices” que luego de unos años hacen su vida: el Bebe se transforma en escritor de fama latinoamericana y la Cuca se instala en Río de Janeiro.

Hubo una señora Pereda, que de soltera tuvo el apellido Hirschman y que falleció joven y dejó al joven abogado viudo y siendo el “soltero deseado” en su época de gloria. La soledad de Pereda se incrementa cuando también el Bebe, su hijo menor, decide marcharse a EEUU. En su soledad, y para matar el tiempo, decide dedicarse a ordenar su biblioteca. Cuando Bebe regresa, al verlo tan abandonado, decide llevarlo a sus reuniones y cafés literarios, en donde Pereda se siente un bicho extraño, pues: “Para él, los mejores escritores de Argentina eran Borges y su hijo, y todo lo que se añadiera al respecto sobraba.” (las citas del cuento de Bolaño están en cursiva)

Pero si bien la literatura no era uno de sus temas favoritos, cuando hablaban de política su cuerpo se estremecía. Sus hábitos cambiaron desde el momento en que se sintió atraído por las tertulias, se levantaba temprano y en su biblioteca buscaba algo que no sabía qué era. “Se pasaba las mañanas leyendo”. Incluso sus hábitos higiénicos cambiaron. Es más, destaca el narrador, “Un día se fue a leer el periódico a un parque sin ponerse corbata”.

Hasta que un día Pereda se levantó y tuvo la certidumbre de qué algo ocurría en la Argentina. Almorzó con un par de amigos y no paraba de reírse como loco. Le preguntaron que le hacía tanta gracia. Pereda sentenció que Buenos Aires se hundía.

Tal como dijo sucedió y comenzó el caos en la ciudad. Participó en los cacerolazos y las protestas contra el corralito, hasta que un día aviso que se iría a vivir a la estancia del sur. Subió a un tren y en un viaje monótono fue cruzando la pampa. “Luego el tren empezó a rodar por la pampa y el abogado juntó la frente al cristal frío de la ventana y se quedó dormido”. Cuando despertó, observó por la ventana que la pampa estaba plagada de conejos. En Capitán Jourdan, se bajó para tomar camino hacia su estancia, llamada “Álamo Negro”. Mientras estaba sentado en la estación recordó el cuento El Sur de Borges y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Cuando llegó a su estancia todo estaba en ruinas y tuvo que contratar peones, que luego se convirtieron en sus amigos, para reconstruirla y hacerla habitable. Fue a la ferretería de Capitán Jourdan para comprar lo necesario y le preguntó al indio que atendía dónde podía encontrar caballos, este le contestó que ya no había en la zona, pero que un tal don Dulce, tenía uno para la venta. Efectivamente don Dulce le vendió un caballo que tenía y que no ocupaba pues viajaba en Jeep.

Desde su llegada, Pereda comienza un viaje al pasado, busca caballos, animales para domar, peleas a cuchillo, pero ya todo es distinto. En su lugar hay conejos que plagan la pampa y sirven de alimento a los gauchos, que ya no están dispuestos a pelear por honor.

Una tarde recibe una carta del Bebe donde le indica que debe ir a Buenos Aires para firmar los papeles de la venta de su casa. A los dos días parte. Una vez en Buenos Aires decide ir a buscar a su hijo al café donde se reúnen los escritores. Lo encuentra presidiendo una reunión. En la misma mesa, uno de los tipos se unta las narices con cocaína. Pereda lo mira fijo y este reacciona con furia. Pereda saca su cuchillo y lo pincha en la ingle, ante la sorpresa de todo el mundo. En el acto, Pereda desaparece y decide volver a la pampa.



2.- Marco general para entender lo barbaro y lo civilizado.

La literatura latinoamericana ha revivido constantemente la dualidad civilización-barbarie. Rómulo Gallejos en Venezuela con Doña Bárbara presenta a un personaje como Santos Luzardo que intenta civilizar la sabana. La metáfora de Gallejos es notable pues se trata de colocar cercos en la sabana, y entonces el cerco se traduce en justicia, cultura, civilidad, etc.

En Chile, Lautaro Yankas -entre otros- propone la lucha entre el indio borracho y un patrón que desea sus tierras para cultivarlas y para ello asesina; es el paso implacable de la civilización. Jorge Icaza en Ecuador con su libro Guasipungo coloca a los indios en igual situación de decadencia para finalmente eliminarlos.

En argentina, el Facundo de Sarmiento, propone la lucha entre la barbarie de la pampa, que se encarna en los caudillos, y la civilización de Buenos Aires. Es en esa pugna campo-ciudad que el proyecto sarmientino tiene ribetes político-ideológicos de carácter ensayístico.

Es posible constatar que desde principio de siglo XIX los escritores comienzan a escribir sobre la pugna entre lo barbaro y lo civilizado. Muchas veces, como en el caso de Hernández, se trata de hacer homenaje a ese hombre:

“que vive inserto en esa planicie abisal -el gaucho-, es un ser humano conformado con y frente a la naturaleza” (Diaz-Plaja, 1970: 113)

Diaz-Plaja señala que desde 1806 logra precisarse un regreso a lo popular, con la publicación, por parte del sacerdote Pantaleón Rivarole de sus largos romances: A la gloriosa Reconquista y A la gloriosa defensa de Buenos Aires. La cumbre más alta de esta literatura popular se encuentra en Martín Fierro y su explicación más clara en Facundo.

Se trata, no sólo de revivir lo popular como señala Diaz-Plaja, también de presentar la lucha entre el barbaro, representado por todo lo popular (incluido lo indígena) y el mundo moderno, que avanza sin piedad. La tensión entre estos dos polos de la realidad se eleva como una lucha mayor por la construcción de una “nación civilizada”.

La barbarie será lo natural, lo autóctono, el elemento a vencer. La lucha será en todos los frentes, desde la escuela, la iglesia y la guerra. Por su parte, el elemento civilizado será esa cultura que debe llegar a todo lados y la escritura servirá para reforzar esta situación.

“La escritura en este marco se asume como praxis político-cultural en cuyo proceso de desarrollo, en la medida en que se “cubre” la realidad con el modelo de la “barbarie”, los escritores del siglo XIX la “descubren” como una realidad propia que debe ser transformada” (Moyano, 2003: 2)

El caso de Bolaño, con “El Gaucho Insufrible”, se inscribe en un linea diferente, aunque reviviendo el viejo tópico civilización-barbarie. Para ello, Bolaño hace uso, quizás por su afinidad con Jorge Luis Borges de la historia argentina y no de la lucha de su natal país Chile. Creo que esto no es para nada casual y se advierte un fuerte carácter intertextual

“Recordó, como era invitable, el cuento El Sur, de Borges, y tras imaginarse la pulpería de los parrafos finales los ojos se le humedecieron”.

Ahora bien, el cuento bolañiano presenta una revisión, a modo de homenaje explícito al cuento “El Sur”, pero lo hace desde una visión actual, totalmente contextual. No se trata de revivir la vieja lucha entre pampa y ciudad (aunque lo hace de alguna manera) sino de constatar una realidad latinoamericana actual.

Como reescritura de El Sur borgeano, El Gaucho Insufrible no presenta una resolución final en torno a los opuestos vida/muerte. Se pasa de un primer estado de desencanto con la vida, manifiesto en su trabajo rutinario de abogado o en su vida sentimental truncada con la muerte de la esposa, a un estado final también de desencanto, con la vuelta al sur, que ya no es el sitio borgeano anhelado sino un lugar fantasmagórico.



3.- Algunos elementos del mundo desencantado de Bolaño.

Patéticamente, Bolaño nos describe el mismo mundo que Borges en “El Sur” y también el de Hernández con Martín Fierro, se muestra la dicotomía entre la cultura propia y la ajena, lo europeo y lo argentino (léase también como lo latinoamericano), ¿En esa pugna quién triunfará?. La conclusión es que hemos sido criados por una madre postiza, y por eso no hemos resuelto nuestros conflictos de hijos huérfanos. No triunfa “una solución” como en Borges sino el eterno conflicto, los Cien Años de Soledad a que estamos condenados.

El mismo argumento es expuesto por Bolaño, pero aprovechando la coyuntura social de Argentina en el año 2000. En una parte de El Gaucho Insufrible, el narrador nos recuerda: “Argentina es una novela, les decía, por lo tanto es falsa o por lo menos mentirosa”. Buenos Aires es tierra de ladrones, es similar al infierno, dice más adelante. Recordemos que también Sarmiento nos propone un Buenos Aires convulsionado, donde si bien reina lo europeo surge lo caudillesco, lo terrible.

En este sentido, Bolaño propone incialmente la distinción entre ciudad-pampa, clásica en Hernández, Sarmiento y Borges, pero al poco andar, el cuento muestra una situación de hibridez (Canclini, 1998) característica en una cultura actual. Pereda es un caso perdido, un caso quijotesco, revive un mundo de libros, esto queda claro cuando el narrador señala:

“Empezó a levantarse temprano y a buscar en los viejos libros de su biblioteca algo que ni el mismo sabía qué era. Se pasaba las mañanas leyendo”

Ante un mundo acabado, con una vida hecha, Pereda habita el mundo gauchesco. Se trata de un mundo en el que lo infinito se abre ante sus ojos. Las lecturas de Pereda pueden ser, sin duda, la propia historia argentina y el mismo Facundo de Sarmiento, se trata de una historia cíclica y que le hace prever que el desastre de la república se viene encima y finalmente sucede como él lo pronostica.

Entiende Pereda, que no posible habitar Buenos Aires, pues se trata de un mundo pervertido y que ha caido en el caos:

“Cuando el presidente renunció, Pereda participó de la cacerolada”

“Buenos Aires se pudre, les dijo, yo me voy a la estancia”

Para Pereda, Buenos Aires es el infierno. Pongamos atención en que es lo mismo que piensa Dahlmann cuando está postrado en su habitación: “Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno” (Borges: El Sur) Tenemos como conclusión que ambos autores nos presentan a Buenos Aires como lo pasajero y efímero, lo doloroso para Dahlmann, lo insoportable para Pereda.

La dualidad nos recuerda que si Buenos Aires es lo aparente, entonces la pampa es lo eterno. Así lo explicita el narrador en El Gaucho: “La pampa, en cambio, era lo eterno. Un camposanto sin límites es lo más parecido que uno puede hallar”. Bolaño, al contrario de lo que hace Borges, nos presenta en todo momento un mundo pervertido. Mientras en Borges, el Sur es un modo de liberación y de llegada a un pasado glorioso, Bolaño hace llegar a Pereda a un mundo que ha perdido la magia.

El mundo que propone Bolaño es un mundo actual, un mundo en el que no puede habitarse “El Sur” borgeano o la pampa de Hernández. Bolaño no intenta revivir el sur perdido, como sí lo hace Borges y como lo constata Sarmiento.

El gauchaje no existe más que como mundo de figuras literarias, es sólo la posibilidad de habitar un universo simbólico. El mundo que debía ser agreste y de naturaleza indómita es un híbrido que se las arregla apenas para sobrevivir. Pero Pereda es un verdadero Quijote, realiza un recorrido hacia el mundo del Gaucho, revive las tradiciones.

“Pereda mataba el tiempo contándoles aventuras que sólo habían sucedido en su imaginación”.

“Apúntelo a mi cuenta, dijo cuando hubo elegido las mercancías. El indio lo miró sin entender”.

“Después le pregunto al indio dónde podía comprar un caballo. El indio se encogió de hombros. Aquí ya no quedan caballo, dijo, sólo conejos”

Un elemento que resalta en este sur bolañiano es el de los conejos. Mientras Pereda va viajando nota que el tren es perseguido por conejos que parecen brotar como malezas. No será su único encuentro con este verdadero mundo conejil. El viejo sur ganadero, en donde los gauchos arriaban rebaños a caballo por la pampa, ha sido reemplazado por los conejos, que se reproducen como la mala hierba. Ahora, los gauchos dedican su vida a cazar conejos. El narrador se pregunta en este punto: ¿A qué gaucho de verdad se le puede ocurrir vivir de cazar conejos?

Don Dulce, el gaucho que le vende el caballo, que librescamente llama Jose Bianco, es un ejemplo de este mundo cruzado, donde ya no existen zonas bárbaras en strictu sensu y donde la ciudad no es civilizada para nada. Don dulce, tiene un Jeep y no monta a caballo, es un cazador de conejos que no entiende muchas de las cosas que Pereda le señala, pues ha perdido toda raíz con su cultura tradicional.

“Hemos caído muy bajo, decía Pereda a su auditorio, pero aun podemos levantarnos como hombres y buscar una muerte de hombres”

Otro elemento que nos gustaría resaltar es el del viejo almacén. Encontramos que en Borges el almacén es el sitio donde se fragua la lucha, donde Dahlmann sella su muerte. En El Gaucho en cambio, tenemos que el viejo almacén ha sido pervertido, por ejemplo, por un juego como el Monopoly. Los gauchos que se reúnen en la pulpería que visita Pereda se divierten jugando Monopoly y esto le parece bastardo, ofensivo, pues Pereda tiene en mente que una: “pulpería es un sitio donde la gente conversa o escucha en silencio las conversaciones ajenas”.

En el mundo bolañiano no hay utopías románticas, no existe el “jodido destino americano” de morir a manos de los indios bárbaros, pues estos están más civilizados que los de la ciudad. Esto queda claro cuando Pereda en una alegato sobre política saca su cuchilla, dispuesto a batirse de inmediato; los gauchos lo quedan mirando sin entender que le pasa. Nadie estaría dispuesto a morir por algo semejante, ni por nada.

“Antes de que empezara la fiesta Pereda, en voz alta, advirtió que no queria peleas, algo que estaba fuera de lugar, pues los lugareños eran gente pacífica, a la que le costaba trabajo matar a un conejo”.

En un nivel de reflexión explicativa sobre los gauchos del cuento, el narrador señala:

“pensó que la culpa argentina o la culpa latinoamericana los había transformado en gatos. Por eso en vez de vacas hay conejos”.

Hay otra clave para poder entender este cuento, se trata de una explicación del propio narrador y que coloca como símbolo una situación particular, se trata de una vacunación para prevenir la hepatitis. Ante la pregunta de Pereda por el estado de su gente (sus gauchos), la doctora le conteta: “ANEMICOS” .

3.1.-El Gaucho Insufrible

Pereda es un personaje entrañable, tierno, es un gaucho insufrible pues es el unico más gaucho, al menos en apariencia. Es insufrible porque el mismo es un cobarde, en un mundo de cobardes. De allí la clara alusión textual que realiza el narrador al cuento de Borges:

“Oyó voces, alguien rasgaba una guitarra, que la afinaba sin decidirse jamás a tocar una canción determinada, tal como había leído en Borges. Por un instante pensó que su destino, su jodido destino americano, sería semejante al de Dahlmann y no le pareció justo.”

Pereda es lo aparente. Se conoce lo suficiente, sabe que su mundo no tiene escapatoria, pues ni él está dispuesto a llegar a la muerte. ¿Y si la muerte no se encuentra entonces qué?.

Entonces a Pereda, una vez que comprueba que en Buenos Aires no hay escapatoria y ve que su hijo se reúne con artistas drogadictos y que por tanto su hijo quizás es igual, acepta al menos vivir lo aparente. Acepta implícitamente cazar conejos para subsistir. Al menos no estará en el infierno, se encontrará en una pampa eterna, pero no es un pampa romántica, es una zona de la memoria, es un habitar poético en el que hay sólo restos y escombros de la vieja gloria gaucha. Quizas no es este el destino de todo lo popular, ¿no es acaso el criterio de la globalización asfixiante?. Bolaño, parece proponer un mundo pervertido, en donde ya no hay seres sarmientinos, donde Martin Fierro esta viajando a un encuentro en Africa con la Unesco.

Es la actualidad bolañiana, pero creemos, rindiendo homenaje a los grandes escritores de la civilización-barbarie, de ahí el marcado juego intertextual.



4.- Conclusiones

1.- Es evidente que existe una intertextualidad: ésta se manifiesta en Bolaño, desde las alusiones explícitas que hace el narrador y donde destaca a Borges como escritor admirado, o citando algunas de sus obras como en el caso de El Sur.

2.- Bolaño propone revivir de manera crítica la dualidad barbarie-civilización, pero donde queda claro que la lucha ha sido superada en este universo textual, por un hibridismo extraño y donde los gauchos son verdadero gatos.

3.- El sur presentado por Bolaño es un sur actual, donde los gauchos han olvidado el uso del cuchillo y más triste que eso, no están dispuestos a morir por nada. Juegan Monopoly y viajan en Jeep, el caballo y el ganado han sido reemplazados por conejos, que son el verdadero sustento de los gauchos, o lo que queda de ellos.

4.- Pereda es una especie de Quijote, en el sentido de estar a contrapelo en el universo al que le toca enfrentar. Pereda intenta forzar la realidad hasta convertirse en INSUFRIBLE, pero prefiere habitar un mundo poético de gauchos inexistentes que volver al Buenos Aires infernal. En esto, Bolaño, conserva similitud con Sarmiento, Hernández y Borges.



Notas:

[1] Sobre este punto, ver el trabajo de Julia Elena Rial: Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño. Un Obituario a la narrativa del Siglo XX. En este texto se muestra como esta novela de Bolaño presenta a Borges como un escritor odiado, pero donde este odio se tranforma en amor y admiración. En linea: http://www.hispanista.com.br/revista/artigo141.htm

[2] Sobre su admiración a Borges, Bolaño indicaba que “he leído toda la obra de Borges, al menos dos veces, y casi todo lo que se escribió sobre él (...). A parte de ser un gran poeta y el más grande cuentista y un gran ensayista. En fin, probablemente el mejor escritor en lengua española desde Quevedo” (Swinburn, Daniel. Roberto Bolaño: Catorce preguntas: El Mercurio 2 de Marzo de 2003)

[3] Sobre el tema del humor literario, el mismo Bolaño destacaba a Borges y Cortazar, quienes jugaban con la realidad. (Bolaño, Roberto. El humor en el rellano. Las Ultimas Noticias. Lunes 20 de Enero de 2003).



Bibliografía citada

Abril, Gonzalo et al. Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual. Madrid: Cátedra. 1999.

Alazraki, Jaime. La prosa narrativa de Jorge Luis Borges. Madrid: Gredos 1986.

Bolaño, Roberto. El Gaucho Insufrible. España: Anagrama. 2001

Borges, J. L. Ficciones. Buenos Aires: Emecé 1968.

Canclini, Nestor. Estratégias para entrar e sair da Modernidade, 2ª ed. São Paulo: Martins Fontes, 1998.

Diaz-Plaja, Guillermo. España en su literatura. Madrid: Salvat. 1970.

Fernández, José Enrique. Intertextualidad Literaria. Madrid: Cátedra. 2001

Greimas, A. J. Del sentido II. Ensayos de Semiótica. Madrid: Gredos.1989

Greimas, A. J. La semiótica del texto. Ejercicios prácticos. Análisis de un cuento de Maupassant. Barcelona: Paidós. 1983.

Greimas, A. J.; J. Courtés. Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Vol. 1 Madrid: Gredos.1982.

Grupo de Entrevernes. Signos y parábolas. Semiótica y texto evangélico. Madrid: Ediciones Cristiandad. [s.f. 1989].



© Luis Alejandro Nitrihual Valdebenito 2008

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero38/civibarb.html

viernes, 7 de diciembre de 2012

PEDRO SALINAS: POETA DE LA INTIMIDAD

La primera vez que leí a Pedro Salinas fue en el año de 1974,  una edición hermosa de la Seix Barral. Por azares del destino las obras completas pasaron a otras manos en 1979. Sin embargo, en un intercambio de libros con mi gran amigo Carlos Cortés (de nuevo regresó la misma edición a mi pequeña biblioteca), yo le cedía el tomo I de las Obras completas de Pablo Neruda, las obras completas de Rafael Alberti, y Carlos Cortés me daba a cambio: las obras completas de Pedro Salinas y las obra completa de la Seix Barral (prosa) de Luis Cernuda (Ocnos). Hoy he vuelto a releer unos poemas, y me encontré un  poema  que yo le leía a mi madre y que siempre le ha gustado, lo deseo compartir con todos ustedes:

Si me llamaras, sí;
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí, si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: "No te vayas"."


Pedro Salinas

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La naranja mecánica: Burgess y Kubrick


John Anthony Burgess Wilson (Manchester, 25-II-1917 - Londres, 23-XI-1993) fue un auténtico `escritor`, en el sentido más balzaciano de la palabra. Su trabajo sobrepasó a su obra: infinidad de artículos -sobre literatura, pero también sobre cine, música, cocina, política, cultura popular, etc.- publicados alrededor del mundo en una gran cantidad de diarios y revistas, un número ambicioso de reseñas y prefacios, varios guiones para cine y TV, bitácoras de viajes, adaptaciones de libretos para óperas y operetas, manuales y libros de difusión académica, radioteatros, literatura para niños, respetables traducciones -incluyendo las de Joyce al inglés-, poemas, dramas y narraciones en verso, más de tres decenas de novelas, y una autobiografía de dos gruesos volúmenes regalan y ocultan su firma. 


Virtuosamente políglota, condenado/condonado por su babelismo, proyectó el lenguaje primitivo que los cavernícolas de `La guerra del fuego` (1981) hablan en el film de Jean-Jacques Annaud, adaptación de la novela homónima de J.-H. Rosny Ainé. Participó activamente en la II Guerra Mundial (sin abandonar Inglaterra) y fue funcionario colonial y forzado espía imperial en Malasia y Brunei, antes de fingir ser víctima de un tumor cerebral para conseguir su jubilación anticipada, y dedicarse a la literatura a tiempo completo. Su éxito como escritor -y su deseo de evadir los detestados impuestos- le permitió fijar residencia en Malta, Italia y Mónaco sucesivamente.

Sus primeras novelas recogen las experiencias de un ojo críticamente británico en el Sudeste asiático, género que lo coloca en la misma línea que E. M. Forster (India), Graham Greene (Vietnam) y George Orwell (Birmania), pero que tiene su origen remoto en el punto en donde se entrecruzan las obras de Rudyard Kipling y Joseph Conrad. `A Clockwork Orange` (1962), tan ejemplar como escandalosa, es la novela que lo catapulta a la fama. Un ciclo de cuatro novelas cáusticamente satíricas -la tetralogía de `Enderby`- sobresale entre sus muchas ficciones posteriores (entre las que también se destaca una suerte de parodia de los relatos de James Bond -`Tremor of Intent`, 1966-, una fabulosa novela (post)estructuralista -`MF`, 1971-, y una extraña reescritura de `1984` de Orwell -`1985`, 1978-). Asimismo son notables sus biografías especulativas sobre Shakespeare -`Nothing like the Sun`, 1964-, Keats -`Abba Abba`, 1977- Marlowe -`A Dead Man in Deptford`, 1993-, Freud -en una de las historias de `The End of the World News`, 1982-, y Jesucristo -`Man of Nazareth`, 1979-, y sus ejercicios de admiración dedicados a D. H. Lawrence y a Ernest Hemingway. Su ficción más lograda, además de su autobiografía, es la novela `Earthly Powers` (1980), donde Burgess se muestra no ya como un epígono de Joyce, sino como un verdadero maestro, de un tamaño similar al del irlandés.

Conocido como el lugarteniente de Bernard Pivot, el compañero de copas de William S. Burroughs, y el alguna vez colaborador de Federico Fellini, sus textos se muestran como una cornucopia de voces, como una orgía de géneros, diseminándose a través de todos los medios disponibles en la aldea global.

Su prosa inquieta espiralea entre los intersticios de la dicotomía oralidad/escritura generando una tensión -a veces demasiado simulada- entre el ojo y el oído, `Napoleon Symphony` (1974) y `Mozart and the Wolf Gang` (1991) atestiguan hasta que punto el caracol se le fundía con el iris y la córnea se aprestaba a copular con el tímpano cada vez que el pequeño John montaba su cotidiana escena de la escritura. 


Pablo Cerone


Llevada a la pantalla por Stanley Kubrick:

La naranja mecánica
TÍTULO ORIGINAL A Clockwork Orange
AÑO 1971
DURACIÓN Trailers/Vídeos 137 min.
PAÍS Sección visual
DIRECTOR Stanley Kubrick
GUIÓN Stanley Kubrick (Novela: Anthony Burgess)
MÚSICA Wendy Carlos
FOTOGRAFÍA John Alcott
REPARTO Malcolm McDowell, Patrick Magee, Michael Bates, Adrienne Corry, Warren Clarke, John Clive, Aubrey Morris, Carl Duering, Paul Farrell, Clive Francis, Michael Gover, Miriam Karlin, James Marcus, Geoffrey Quigley, Sheila Raynor, Madge Ryan, Philip Stone
PRODUCTORA Warner Bros Pictures / Stanley Kubrick Production
PREMIOS 1971: 4 nominaciones al Oscar: Mejor película, director, montaje, guión adaptado
1971: Círculo de críticos de Nueva York: Mejor película
GÉNERO Drama | Crimen. Thriller futurista. Thriller psicológico. Película de culto
SINOPSIS Gran Bretaña, en un futuro indeterminado. Alex (Malcolm McDowell) es un joven muy agresivo que tiene dos pasiones: la violencia desaforada y Beethoven. Es el jefe de la banda de los drugos, que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Alex es detenido y, en prisión, se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de reeducación que pretende anular drásticamente cualquier atisbo de conducta antisocial. (FILMAFFINITY)
CRÍTICAS ----------------------------------------
"Tan hermosa de ver y de oir que deslumbra los sentidos y la mente." (Vincent Canby: The New York Times) 
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"Una demostración de fortaleza que hace de Kubrick un verdadero genio del cine." (Paul Zimmerman: Newsweek) 
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"Un trabajo con un estilo casi intachable." (Jay Cocks: Time) 
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"Una de las pocas películas perfectas que he visto en mi vida." (Rex Reed: The New York Observer) 
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"Polémica, extraña, agobiante, desagradable y magnética visión de la ultraviolencia a ritmo de Beethoven." (Javier Ocaña: Cinemanía) 
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"Encarnizada sátira de una sociedad futura consumida por la violencia y el salvajismo (...) Kubrick en estado puro, con sus defectos y sus virtudes." (Fernando Morales: Diario El País) 
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Nominada a 4 Oscar: película, director, guión y montaje -Bill Butler-, una cinta prohibida -tanto su exhibición como su venta y alquiler- durante 30 años en el Reino Unido. (FILMAFFINITY) 
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martes, 4 de diciembre de 2012

BARRY LYNDON: DE NOVELA PICARESCA A UNA GRAN PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA.



BARRY LYNDON: DE NOVELA PICARESCA A UNA GRAN PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA.
UNA NOTA BIBLIOGRÁFICA

Barry Lyndon-lejos de ser el más conocido, pero por algunos críticos aclamados como los mejores, de Thackeray obras, apareció originalmente como una serie de unos años antes VANITY FAIR fue escrito; sin embargo, no se publicó en forma de libro, y luego no por sí mismo , hasta después de la publicación de la revista Vanity Fair, Pendennis, Esmond y Newcomes LAS había puesto su autor en la vanguardia de los literatos de la época. Tantos años después de los hechos, no podemos dejar de preguntarnos por qué la historia no fue puesto antes en forma de libro, porque en su delineación del carácter de un aventurero que es tan grande como VANITY FAIR, mientras que para el color local de la historia, si me lo permite lo puso así, no es mediocre precursor de Esmond.

En el número de la revista de Fraser para enero 1844 apareció la primera entrega de 'La suerte de Barry Lyndon, ESQ., Un romance del siglo pasado, por FitzBoodle ", y la historia continuó apareciendo mes a mes, con la excepción del mes de octubre -hasta el final del año, cuando la parte final se firmó 'GS FitzBoodle. CONFESIONES DE FITZBOODLE, hay que añadir, había aparecido ocasionalmente en la revista durante los años inmediatamente precedentes, por lo que el seudónimo era familiar a los lectores de Fraser. La historia fue escrita, según las propias palabras de su autor, "con mucha torpeza, falta de voluntad y trabajo", y se hizo evidente que las cuotas eran necesarios, ya que en agosto se escribió "leer" BL "toda la mañana en el club ', y cuatro días después de la "" BL "mentir como una pesadilla en mi mente." El viaje hacia el Este, que era darnos en NOTAS resultados literarios de un viaje desde CORNHILL PARA GRAND CAIRO-se inició con BARRY LYNDON aún sin terminar, ya que en Malta el autor observó en los tres primeros días de noviembre-", escribió Barry pero lentamente y con gran dificultad. », Escribió Barry con éxito no es más que ayer. Los terminados Barry después de grandes angustias nocturnas. En el número de Fraser para el mes siguiente, como ya he dicho, la conclusión apareció. Una docena de años más tarde, en 1856, la historia se formó la primera parte del tercer volumen de Misceláneas de Thackeray, cuando fue llamado Memorias de Barry Lyndon, ESQ., Escrito por él mismo. Desde entonces, casi siempre ha sido emitido con otras materias, como si no fuera lo suficientemente fuerte para permanecer solo, o como si la importancia de la obra se debió principalmente a medir por el número de páginas que se congregaron en una cubierta. El esquema de la presente edición, afortunadamente, permite que el honor apropiado para hacer las memorias de la gran aventurero.

Para venir de la historia en su conjunto a la personalidad del héroe epónimo. Tres ampliamente diferentes individuos históricos son sugeridos como contribuyentes a la imagen compuesta. El más conocido de ellos fue que el príncipe entre muy aventureros, GJ Casanova de Seingalt, un hombre que en la segunda mitad del siglo XVIII, hizo el papel de aventurero-y en general la del aventurero exitoso en la mayoría de las capitales europeas, que en los primeros cinco y veinte años de su vida había sido "abate, secretario del cardenal Aquaviva, alférez, y el violinista, en Roma, Constantinopla, Corfú, y su lugar de nacimiento (Venecia), donde curó a un senador de apoplejía. Su autobiografía, Memorias Escrito por LUI MEME (en doce volúmenes), ha sido descrito como "sin precedentes como una auto-revelación de scoundrelism. También se ha sugerido, creo que con mucho menos color de la probabilidad, que el original de Barry era el diplomático y poeta satírico Sir Charles Hanbury Williams, a quien el Dr. Johnson describió como "nuestro alegre y elegante aunque demasiado licencioso bardo Lyrick. El original en tercer lugar, y uno que, no cabe la menor duda, contribuyó características a la gran retrato, una cierta Andrew Robinson Stoney, después Stoney-Bowes.

El original de la condesa de Lyndon fue Mary Eleanor Bowes, viuda condesa de Strathmore, y heredera de una familia muy adinerada Durham. Esta señora tenía muchos pretendientes, pero en 1777 Stoney, un teniente de la quiebra a medio sueldo, que se había batido en duelo por ella, le indujo a casarse con él, y, posteriormente, con guión de su nombre con el suyo. Se convirtió en miembro del Parlamento, y corrió tan extravagantes cursos al igual que Barry Lyndon, trató a su esposa con la barbarie similar, la secuestró cuando ella se había escapado de él, y luego, después de haberse divorciado, encontró su camino a la cárcel de deudores. Hay similitudes aquí que ningún buscador de originales se pueden pasar por alto. Sra. Ritchie dice que su padre tenía un amigo en París, "un señor Bowes, que tal vez primero le contó esta historia de la que los detalles son casi increíble, citado por los periódicos de la época." El nombre del amigo Thackeray es una curiosa coincidencia, a menos que, como bien puede haber sido el caso, fue una conexión de la familia en la que el aventurero conocido se había casado. No es improbable que Thackeray había visto la obra publicada en 1810-el año de Stoney-Bowes de la muerte-en el que el romance infeliz todo fue expuesta. Esto fue "LA VIDA DE LOS Andrew Robinson BOWES ESQ., Y la condesa de Strathmore. Escrito treinta hasta tres años de asistencia profesional, desde cartas y otros documentos, así autenticados por Jesse Foot, Cirujano. En este libro nos encontramos con varios incidentes similares a los de la historia. Bowes cortar toda la madera en la finca de su esposa, pero "los vecinos no lo compraría. Tales bromas como Barry Lyndon jugado en tutor de su hijo fueron interpretados por Bowes en su capellán. La historia de Stoney y su matrimonio se encontró brevemente mencionada en el anuncio de la vida de la condesa en el Dictionary of National Biography.

. ¿De dónde esa parte del interludio romántico frente a la estancia en el Ducado de X -, tratado en el capítulo X, etc, se inspiró, nota propio Thackeray \ libros (citado por la Sra. Ritchie) muestran de manera concluyente: "04 de enero de 1844. Leer en un libro tonto llamado L'EMPIRE, una buena historia acerca de la primera esposa de K. Wurtemberg es, asesinada por su marido por adulterio. Federico Guillermo, nacido en 1734 (?), M. en 1780 la princesa Carolina de Brunswick Wolfenbüttel, que murió el 27 de septiembre de 1788. Para el resto de la historia ver L'EMPIRE, OU SOUS DIX ANS NAPOLEON, PAR UN CHAMBELLAN: Paris, Allardin, 1836, vol. i. 220. ' El 'Capitán Freny' a quien Barry le debe sus aventuras en su viaje a Dublín (capítulo III.) Fue un bandolero notorio, sobre cuyas acciones Thackeray había ampliado en el capítulo quince de su cuaderno de bocetos de Irlanda.

A pesar de la lentitud con la que fue escrito, y el abandono aparente con la que se le permitió permanecer unreprinted, BARRY LYNDON iba a ser aclamado por los críticos competentes como una de las mejores actuaciones de Thackeray, aunque el propio autor parece no haber tenido ninguna relación fuerte la historia. Su hija ha grabado: "Mi padre me dijo una vez cuando yo era una niña:" No es necesario leer Barry Lyndon, no le va a gustar ". De hecho, es casi un libro a gusto, pero uno a admirar y maravillarse por su poder y dominio consumado. Otro novelista, Anthony Trollope, ha dicho de él: "En la imaginación, el lenguaje, la construcción y la capacidad literaria general, Thackeray nunca hizo nada más notable que Barry Lyndon. Sr. Leslie Stephen dice: "Todos los críticos posteriores han reconocido en este libro una de sus actuaciones más poderosas. En franqueza y vigor que nunca lo superó.

Editado por Walter Jerrold.

De su realización cinematográfica de   Barry Lyndon se dice:
El trabajo de preproducción que había hecho para Napoleón le ayudó a establecer las bases de su siguiente producción Barry Lyndon, basada en la novela victoriana de William Makepeace Thackeray publicada en 1884 como The Luck of Barry Lyndon que narra la historia de la ascensión y caída de un muchacho en la Europa del siglo XVIII y es estelarizada por Ryan O'Neal y Marisa Berenson en 1975. Nuevamente el extremo cuidado por el detalle de Kubrick se hace manifiesto en el proceso de la película usando libros de arte y documentos de la época para buscar locaciones, crear objetos, coches y el vestuario que fue confeccionado usando como modelos ropa de aquel siglo siguiendo las técnicas de costura que se emplearon originalmente contratando a 35 sastres que trabajaron durante 6 meses.14 Ante la insistencia del director, los interiores se rodaron exclusivamente con la luz de las velas, gracias a unos objetivos especiales de la casa Carl Zeiss (abertura máxima de f/0.7) que había comprado a un contacto suyo y cuyo diseño fue inicialmente realizado para la NASA. Según la actriz Marisa Berenson,15 los actores, en algunas tomas de acercamiento, casi no se podían mover para no salir de foco. Las técnicas de emulsión y revelado actual hicieron obsoleta esta tecnología. La película fue filmada en Irlanda y en Inglaterra. En el primero Kubrick recibió algunas amenazas por parte del grupo terrorista IRA debido a que los extras representaban a soldados ondeando la bandera británica sobre suelo irlandés. La música que se empleó fue el resultado de la recopilación de todas las grabaciones conteniendo composiciones del siglo XVIII que Kubrick consiguió. Pero al ver que el carácter de la misma era mayormente festiva recurrió también a Franz Schubert y su Piano Trio In E-Flat, compuesto en 1828 y adicionalmente agregó score grabado por Leonard Rosenman para suplir el pedido del director.14 Precedida de gran expectación debido a sus dos títulos anteriores y su efecto en el público, la película fue recibida con críticas mixtas a mediados de los setentas, y falló en la recaudación de taquilla inicial a pesar de los 4 premios Òscar que obtuvo en 1975. Desde entonces la película ha ganado estatura dentro del legado del director por sus logros técnicos y artísticos.16
(Wikipedia).

lunes, 3 de diciembre de 2012

HENRY JAMES. UNA VUELTA DE TUERCA.




James, Henry 
(1843-1916) Novelista angloamericano, n. en Nueva York y m. en Londres. Residió en Europa, especialmente en Inglaterra, a partir de 1883 y consiguió la nacionalidad británica en 1915. En 1875 publicó su primera novela, Roderick Hudson. The American (1877), le proporcionó fama y Daisy Miller (1878) fue un éxito popular. French Poets and Novelists (1878), Life of Hawthorne (1879) y Partial Portraits (1888) le dieron a conocer como crítico. La mejor novela de este período, The Portrait of a Lady (Retrato de una dama, 1881), desarrolla el tema que le es tan propio, la «situación internacional», el americano en Europa. En la larga sucesión de sus novelas y cuentos dibujó los tipos principales que surgen en este drama, desde la maestrilla de Four Meetings (1877), cuya imaginación le hace soñar en castillos y catedrales y que termina siendo la víctima predestinada de unos canallas europeos, hasta el negociante retirado de The Ambassadors (1903), cuya experiencia de París le revela unos valores de vida que ya por la edad no puede hacer suyos.
Sólo cuatro de sus novelas: The Europeans (Los europeos, 1878), Washington Square (1881), The Bostonians (Las bostonianas, 1886) y The Ivory Tower (que quedó incompleta a su muerte) se refieren exclusivamente a la vida norteamericana. Algunos de sus cuentos son obras maestras. Escribió sobre escritores y artistas, así como sobre sus problemas, con una visión profunda y fue maestro de la novela simbólica de fantasmas. La más famosa es The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca, 1898), a cuyo tema, la maldad que toma posesión del alma de dos niños, se le ha dado una interpretación freudiana. Hacia 1890 intentó escribir para el teatro y, aunque fracasó, aprovechó la experiencia para dar estructura dramática a sus novelas posteriores: The Wings of the Dove (Las alas de la paloma, 1902) y The Golden Bowl (La copa de oro, 1904).
El tema de las obras de James no es lo que sucedió, sino lo que alguien, que poseía una inteligencia notable, sintió ante los sucesos. De ahí la frecuente oblicuidad de su acercamiento al tema y la elección de unos puntos de vista que son rasgos característicos de su técnica. James volvió a visitar los Estados Unidos durante un largo viaje en 1904-05 para sentirse un hombre de otra época al contemplar la velocidad, las multitudes y el ruido de la vida norteamericana. Abrumado por el poder material y político del país, se propuso hacer una crítica detenida que desarrolló en The American Scene (1907). Actualmente los críticos alaban al novelista por su profunda visión de la realidad social. Tal vez tenía razón Huneker al señalar en 1917 que las novelas de James estaban escritas para el futuro.


Sobre la novela.: UNA VUELTA DE TUERCA.

¿Siguen viviendo las personas después de la muerte? En caso afirmativo, ¿mantienen contacto con el mundo de los vivos? No es fácil dar respuesta a estas preguntas, aunque quizá muchos ofrezcan una respuesta clara y rápida. En todo caso, esa posible relación entre los muertos y los vivos es algo que ha atraído desde siempre a la humanidad, y son muy numerosos y variados los relatos dedicados a tratar este tema. Para algunos, el mundo está plagado de espíritus y fantasmas, seres de otro mundo que irrumpen y se ponen en contacto con personas especialmente dotadas para percibir su influencia.
De uno de esos contactos trata esta novela de Henry James, quien logra aquí una de las joyas de la literatura fantástica o de fantasmas. La novedad aportada consiste en que son dos niños quienes protagonizan esa relación, acompañados por una institutriz que intenta protegerlos de la influencia de los espíritus de los muertos. Y como siempre ocurre con las obras de este género, su lectura nos atrae, sin dejar de producirnos en diversos momentos un profundo desasosiego e incluso


Asimismo, a mis amigos blogueros, les dejo la información sobre esta excelente novela llevada a la pantalla en 1961 en una magistral interpretación y adaptación del cine norteamericano.

Rebobinado| ¡Suspense!
jueves 1 de noviembre de 2012 publicado por salva meseguer

Malas influencias

Las adaptaciones de la novela Otra vuelta de tuerca del norteamericano Henry James son innumerables. Tanto el cine como la televisión se han dejado tentar por este atípico cuento de fantasmas. De todas ellas, destaca la versión que en 1961 realizó el británico Jack Clayton con una inolvidable Deborah Kerr en el papel de Miss Giddens, la institutriz más atormentada y tormentosa de la gran pantalla. Se acerca el 50 aniversario de su estreno en España y la película continúa siendo un referente del terror psicológico, que no ha perdido un ápice de su poder para sorprender y estremecer al espectador. No se vale de efectos especiales, no derrama una sola gota de sangre, únicamente los recursos cinematográficos más básicos -no por ello agotados-, a saber: luces, sombras, chirridos, voces… Un clásico a reivindicar que ha influido en muchos autores de hoy.

Una de las claves de su innegable atractivo se encuentra en un sólido texto, escrito a dúo por el guionista William Archibald (Yo Confieso) y el célebre Truman Capote, que conserva todas las sutilezas y posibles lecturas que James imprimió a la historia original. La todavía joven señorita Giddens, hija de un respetable párroco anglicano es contratada para cuidar a dos niños huérfanos -Miles y Flora- en una enorme mansión victoriana alejada de la gran ciudad. Allí los mantiene un acaudalado tío (Michael Redgrave) que no quiere ser molestado con los pormenores de su educación y delega en la nueva institutriz todas las responsabilidades al respecto. En la entrevista descubre que la anterior empleada Miss Jessel murió en extrañas circunstancias hace aproximadamente un año. Pero su llegada a la casa es del todo idílica, recibida por Mrs. Grosse (Megs Jenkins), la afable ama de llaves, y la pequeña Flora (Pamela Franklin) sin su hermano Miles (Martin Stephens), que se halla interno en un colegio hasta las vacaciones. Sin embargo, al poco tiempo Miss Giddens recibe una carta en la que le notifican que Miles ha sido expulsado de la escuela por conducta indebida.


Martin Stephens y Deborah Kerr en una escena de la película

Cuando el niño hace acto de presencia en la mansión se desatan toda una serie de extraños sucesos -presencias fantasmales en el interior y exterior de la propiedad- ante la mirada atónita de la inexperta institutriz. Pero no ocurre de forma repentina sino a medida que Miss Giddens va descubriendo los sucesos que ocasionaron la muerte de la anterior preceptora y su amante, el ayuda de cámara Peter Quint (Peter Wyngarde). Son sus espíritus los que permanecen atrapados en aquel lugar con la supuesta confabulación de los niños, cómplices en vida de sus correrías. La protagonista está dispuesta a todo por romper este lazo sobrenatural que corrompe a los pequeños, inocentes de la vileza que les acecha.

Para el novelista Henry James los fantasmas existían y su hábitat natural era la mente humana. Este es el relato de una imaginación trastornada, la de Miss Giddens. Una mujer educada de forma estricta que se deja sugestionar y fascinar por las historias que rondan la casa que han puesto a su cargo. En un pasado cercano dos sirvientes vivieron, bajo aquel mismo techo, una tempestuosa relación cargada de erotismo e impudicia. A medida que se evidencian los hechos acaecidos, su imaginación comienza a crear imágenes nítidas, apariciones libidinosas que amenazan la pureza de los niños bajo su protección. El inaccesible universo de los dos infantes se convierte para ella en el escondrijo perfecto para el mal que hay que erradicar. Así la aparente víctima de la película, la desconcertada institutriz, es en realidad la mayor amenaza que acosa a los inocentes: el fanatismo y la represión.


La presencia fantasmal de Peter Wyngarde acosando a la protagonista

Su título original The Innocents (Los inocentes) -y no el español ¡Suspense! que debe hacer referencia al género de la película más que al argumento- habla de ese mundo infantil hostigado por el adulto en base a la intolerancia y la coacción. Los inmorales fantasmas que vivieron su amor de forma apasionada son una mala influencia que la virtuosa, vestida siempre de riguroso negro, no permitirá. Como en la novela vivimos los acontecimientos a través de la protagonista, lo que impide que podamos distinguir fácilmente entre realidad y alucinaciones. Mi opinión interpreta que Miss Giddens vive de forma muy represiva su relación con el otro sexo -incluso con el sexo en general, no en balde estamos en la época victoriana-; la tensión inicial con el tío y su posterior relación con el pequeño Miles lo atestiguan. Pero ésta es una de la muchas interpretaciones que ofrece esta insólita obra, lo que la hace más valiosa si cabe.

La dirección de Jack Clayton es ejemplar, sacando partido de los aspectos más insospechados: la manera en que introduce el elemento sobrenatural, el uso del sonido -voces humanas, canciones infantiles, ruido de puertas y ventanas…- como componente amenazador y el enrarecido ambiente que determina las malsanas relaciones entre los personajes. El director de Un lugar en la cumbre se sirve hábilmente, además, de las maravillosas imágenes compuestas por un operador de cámara de absoluto lujo, Freddie Francis (El hombre elefante, Tiempos de gloria y Una historia verdadera), que hace un inquietante uso de la profundidad de campo y que brilla, con especial intensidad, precisamente en las escenas más oscuras. Pero si algo resta en tu memoria, pasados los años, es la presencia de incalculable valor de una Deborah Kerr en estado de gracia. Ejemplo de esquisitez y depuración interpretativa, ofrece tantos matices a Miss Giddens que sólo su trabajo daría para varios artículos. Film muy recomendable para todos los amantes del cine con mayúsculas.

Curiosidades:

El subtexto freudiano de represión erótica de la institutriz fue una de las mayores aportaciones al guión del escritor Truman Capote.
El beso en los labios entre Deborah Kerr y el niño Martin Stephens le valió a la película en su estreno la clasificación “para mayores de 18 años”.
La canción The Infant Kiss de Kate Bush está inspirada en esta película.
Martin Scorsese la considera la onceava película más terrorífica de la historia del cine.
Deborah Kerr fue nominada en 6 ocasiones para el Oscar de la Academia. Nunca lo ganó. Por ¡Suspense!, su mayor éxito individual, inexplicablemente no logró la candidatura.
Jack Clayton ganó el National Board of Review al mejor director por esta cinta y fue candidato al Directors Guild of America de 1962.



Título original: The Innocents. Dirección: Jack Clayton. Guión: William Archibald y Truman Capote basada en la novela Otra vuelta de tuerca de Henry James. Fotografía: Freddie Francis. Año: 1961. Nacionalidad: Gran Bretaña. Duración: 100 minutos. Intérpretes: Deborah Kerr, Megs Jenkins, Martin Stephens, Pamela Franklin y Michael Redgrave



domingo, 2 de diciembre de 2012

MARÍA FÉLIX y LOS ESCRITORES


CURIOSIDADES: la bella actriz mexicana María
Félix cc La Doña tenía gran admiración por los escritores:Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Jaime Torres Bodet, Juan Rulfo, sin embargo, detestaba al gran escritor Carlos Fuentes. Supongo su desprecio hacia Fuentes lo fue por la novela "Zona Sagrada" en donde Carlos Fuentes hace alusión de María Félix.

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SILVINA OCAMPO CUENTO LA LIEBRE DORADA

 La liebre dorada En el seno de la tarde, el sol la iluminaba como un holocausto en las láminas de la historia sagrada. Todas las liebres no...

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