jueves, 22 de noviembre de 2012

LOPE DE VEGA: MONSTRUO DE LA NATURALEZA


Félix Lope de Vega y Carpio, nació y murió en Madrid, 25 de noviembre de 1562-27 de agosto de 1635.

Lope de Vega procedía de una familia humilde y su vida fue sumamente agitada y llena de lances amorosos. Estudió en los jesuitas de Madrid (1574) y cursó estudios universitarios en Alcalá (1576), aunque no consiguió el grado de bachiller.

Debido a la composición de unos libelos difamatorios contra la comedianta Elena Osorio (Filis) y su familia, por desengaños amorosos, Lope de Vega fue desterrado de la corte (1588-1595). No fue éste el único proceso en el que se vio envuelto: en 1596, después de ser indultado en 1595 del destierro, fue procesado por amancebamiento con Antonia de Trillo.

Estuvo enrolado, al menos, en dos expediciones militares, una la que conquistó la isla Terceira en las Azores (1583), al mando de don Álvaro de Bazán, y la otra, en la Armada Invencible. Fue secretario de varios personajes importantes, como el marqués de Malpica o el duque de Alba, y a partir de 1605 estuvo al servicio del duque de Sessa, relación sustentada en una amistad mutua.

Lope se casó dos veces: con Isabel de Urbina (Belisa), con la que contrajo matrimonio por poderes tras haberla raptado antes de salir desterrado de Madrid, y con Juana de Guardo en 1598. Aparte de estos dos matrimonios, su vida amorosa fue muy intensa, ya que mantuvo relaciones con numerosas mujeres, incluso después de haber sido ordenado sacerdote. Entre sus amantes se puede citar a Marina de Aragón, Micaela Luján (Camila Lucinda) con la que tuvo dos hijos, Marcela y Lope Félix, y Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), además de las ya citadas anteriormente.

La obra y la biografía de Lope de Vega presentan una gran trabazón, y ambas fueron de una exuberancia casi anormal. Como otros escritores de su tiempo, cultivó todos los géneros literarios.

La primera novela que escribió, La Arcadia (1598), es una obra pastoril en la que incluyó numerosos poemas. En Los pastores de Belén (1612), otra novela pastoril pero «a lo divino», incluyó, de nuevo, numerosos poemas sacros. Entre estas dos apareció la novela bizantina El peregrino en su patria (1604), que incluye cuatro autos sacramentales. La Filomena y La Circe contienen cuatro novelas cortas de tipo italianizante, dedicadas a Marta de Nevares. A la tradición de La Celestina, la comedia humanística en lengua vulgar, se adscribe La Dorotea, donde narra sus frustrados amores juveniles con Elena Osorio.

Su obra poética usó de todas las formas posibles y le atrajo por igual la lírica popular y la culterana de Góngora, aunque, en general, defendió el «verso claro». Por un lado están los poemas extensos y unitarios, de tono narrativo y asunto a menudo épico o mitológico, como, por ejemplo: La Dragontea (1598), La hermosura de Angélica (1602), inspirado en el Orlando de Ariosto, Jerusalén conquistada (1609), basada en Tasso, La Andrómeda (1621), La Circe (1624). De temática religiosa es El Isidro (1599) y también los Soliloquios amorosos (1626). La Gatomaquia (1634) es una parodia épica.

En cuanto a los poemas breves, su lírica usó de todos los metros y géneros. Se encuentra recogida en las Rimas (1602), Rimas sacras (1614), Romancero espiritual (1619), Triunfos divinos con otras rimas sacras (1625), Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634) y la Vega del Parnaso (1637).

Donde realmente vemos al Lope renovador es en el género dramático. Después de una larga experiencia de muchos años escribiendo para la escena, Lope compuso, a petición de la Academia de Madrid, el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609). En él expone sus teorías dramáticas que vienen a ser un contrapunto a las teorías horacianas, expuestas en la Epístola a los Pisones.

De las tres unidades -acción, tiempo y lugar-, Lope sólo aconseja respetar la unidad de acción para mantener la verosimilitud, y rechaza las otras dos, sobre todo en las obras históricas, donde se comprende el absurdo de su observación, aconseja la mezcla de lo trágico y lo cómico (en consonancia con el autor de La Celestina), de ahí la enorme importancia de la figura del gracioso en su teatro y, en general, en todas las obras del Siglo de Oro, regulariza el uso de las estrofas de acuerdo con las situaciones y acude al acervo tradicional español para extraer de él sus argumentos (crónicas, romances, cancioncillas).
En general, las obras teatrales de Lope de Vega giran en torno a dos ejes temáticos, el amor y el honor, y su público es de lo más variado, desde el pueblo iletrado hasta el más culto y refinado. De su extensísima obra, más de «mil quinientas» según palabras del propio autor, se conservan unas trescientas de atribución segura.

La temática es tan variada que resulta de difícil clasificación. El grupo más numeroso es el de comedias de capa y espada, basadas en la intriga de acción amorosa: La dama boba, Los melindres de Belisa, El castigo del discreto, El caballero del milagro, La desdichada Estefanía, La discreta enamorada, El castigo sin venganza, Amar sin saber a quién y El acero de Madrid. De tema caballeresco: La mocedad de Roldán y El marqués de Mantua. De tema bíblico y vidas de santos: La creación del mundo y El robo de Dina. De historia clásica: Contra valor no hay desdicha. De sucesos históricos españoles: El bastardo Mudarra y El duque de Viseo.

Sus obras más conocidas son las que tratan los problemas de abusos por parte de los nobles, situaciones frecuentes en el caos político de la España del s. XV, entre ellas se encuentran: La Estrella de Sevilla, Fuente Ovejuna, El mejor alcalde, el rey, Peribáñez y el comendador de Ocaña y El caballero de Olmedo. De tema amoroso son La doncella Teodor, El perro del hortelano, El castigo del discreto, La hermosa fea y La moza de cántaro.


De verdadero MONSTRUO DE LA NATURALEZA TRANSCRIBO UN PARLAMENTO DE FUENTEOVEJUNA .

Fuenteovejuna ha sido considerada una de las obras maestras de Lope de Vega, destacada dentro de toda su vastísima producción, en ella se evidencia la indiscutida experiencia poética y teatral del autor.
El carácter histórico de Fuenteovejona sitúa su acción en la España de finales de siglo XV, época en la que se sucede la incursión de una nueva ideología que proponía una concentración del poder en manos del rey, contrapuesta a la anterior ideología feudal, además de la división de la nobleza castellana, originando hechos como el ocurrido en Fuenteovejuna en 1476, en el que el pueblo enfurecido asesina al señor de la aldea, Fernán Gómez, Comendador de la Orden de Calatrava, debido a su proceder deshonesto y violento.
En Fuenteovejuna se ve representada el alma del pueblo en una situación histórica puntual, poniendo de manifiesto sentimientos e ideales propios de la humanidad tales como el honor, la justicia y la libertad.

Parlamento aún hoy vigente después pasados más de 400 años...


LAURENCIA:               Por muchas razones,
               y sean las principales:
               porque dejas que me roben
               tiranos sin que me vengues,
               traidores sin que me cobres.
               Aún no era yo de Frondoso,
               para que digas que tome,
               como marido, venganza;
               que aquí por tu cuenta corre;
               que en tanto que de las bodas
               no haya llegado la noche,        
               del padre, y no del marido,
               la obligación presupone;
               que en tanto que no me entregan
               una joya, aunque la compren,
               no ha de correr por mi cuenta        
               las guardas ni los ladrones.
               Llevóme de vuestros ojos
               a su casa Fernán Gómez;
               la oveja al lobo dejáis
               como cobardes pastores.    
               ¿Qué dagas no vi en mi pecho?
               ¿Qué desatinos enormes,
               qué palabras, qué amenazas,
               y qué delitos atroces,
               por rendir mi castidad      
               a sus apetitos torpes?
               Mis cabellos ¿no lo dicen?
               ¿No se ven aquí los golpes
               de la sangre y las señales?
               ¿Vosotros sois hombres nobles?        
               ¿Vosotros padres y deudos?
               ¿Vosotros, que no se os rompen
               las entrañas de dolor,
               de verme en tantos dolores?
               Ovejas sois, bien lo dice        
               de Fuenteovejuna el hombre.
               Dadme unas armas a mí
               pues sois piedras, pues sois tigres...
               --Tigres no, porque feroces
               siguen quien roba sus hijos,    
               matando los cazadores
               antes que entren por el mar
               y pos sus ondas se arrojen.
               Liebres cobardes nacistes;
               bárbaros sois, no españoles.      
               Gallinas, ¡vuestras mujeres
               sufrís que otros hombres gocen!
               Poneos ruecas en la cinta.
               ¿Para qué os ceñís estoques?
               ¡Vive Dios, que he de trazar    
               que solas mujeres cobren
               la honra de estos tiranos,
               la sangre de estos traidores,
               y que os han de tirar piedras,  
               hilanderas, maricones,
               amujerados, cobardes,
               y que mañana os adornen
               nuestras tocas y basquiñas,
               solimanes y colores!        
               A Frondoso quiere ya,
               sin sentencia, sin pregones,
               colgar el comendador
               del almena de una torre;
               de todos hará lo mismo;        
               y yo me huelgo, medio-hombres,
               por que quede sin mujeres
               esta villa honrada, y torne
               aquel siglo de amazonas,
               eterno espanto del orbe.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

PEDRO SALINAS CON P DE POETA.



Pedro Salinas
Vida
Pedro Salinas Serrano (Madrid, 27 de noviembre de 1891 – Boston, 4 de diciembrede 1951) fue un escritor español conocido sobre todo por su poesía y ensayos. Se leadscribe a la generación del 27.Estudió Derecho y Filosofía y Letras. Dedicó su vida a la docencia universitaria, quecomenzó como lector de español en La Sorbona desde 1914 a 1917. Allí se doctoró enLetras y adquirió un gran amor por la obra de Marcel Proust, de cuyo À la recherche dutemps perdu tradujo al castellano los tres primeros volúmenes.Se casó en 1915 con Margarita Bonmatí Botella, de Santa Pola. Salinas le escribiócada día una carta de amor y ese epistolario fue recogido en “Cartas de amor a Margarita”(1912–1915) por su hija Soledad Salinas; también tuvo otro hijo, Jaime Salinas, editor yescritor, que ha ganó el premio Comillas de biografía por su libro “Travesías: Memorias”(1925–1955).En 1918 Salinas consigue una cátedra en la Universidad de Sevilla (donde tuvocomo alumno a Luis Cernuda) y entre 1922 y 1923 enseñó en Cambridge; pasó luego a lade Murcia (1923–1925). En 1925 publicó una versión modernizada del Cantar de Mio Cid.En 1926 pasó a la Universidad de Madrid donde fundará en 1932 la revista Índice Literariopara dar cuenta de las novedades literarias hispánicas. Escribió en la revista “Los CuatroVientos”. Entre 1928 y 1936 fue investigador del Centro de Estudios Históricos, donde seencargó de la sección de literatura moderna.Fue nombrado profesor de la Escuela Central de Idiomas y secretario general de laUniversidad Internacional de Verano de Santander. Allí conoció en el verano de 1932 a unaestudiante norteamericana, Katherine R. Whitmore. Ella es la destinataria de su trilogíapoética “La voz a ti debida”, “Razón de amor” y “Largo lamento”; este romance semantuvo aún cuando Katherine regresó a Estados Unidos para proseguir sus estudios, enforma epistolar; volvió para el curso académico 1934–1935, pero la mujer de Salinas lodescubrió e intentó suicidarse. Ante esto Katherine intentó poner fin a la relación, pero laGuerra Civil y el exilio del vate en Norteamérica, dificultaron estos propósitos; de todasformas, en 1939 Katherine se casó con su colega Brewer Whitmore y, aunque tuvo aúnesporádicas noticias sobre Salinas, la conexión se rompió definitivamente. Se vieron porúltima vez en 1951, y Katherine falleció en 1982; autorizó sin embargo la publicación desu Epistolario con Salinas.Sostuvo una temprana, duradera y gran amistad con Jorge Guillén, de trayectoriamuy parecida a la suya y con quien inició un activo epistolario que también ha sidopublicado. Menos conocida es la amistad que sostuvo con Miguel Hernández.La Guerra Civil Española le sorprendió en Santander como secretario en laUniversidad Internacional de Verano (lo que fue entre 1936 y 1939). Marchó a Américapara enseñar en la universidad de Wellesley College y en la Universidad Johns Hopkins deBaltimore, en Estados Unidos. En el verano de 1943 se trasladó a la Universidad de PuertoRico. En 1946 regresó a su cátedra de la Universidad Johns Hopkins. Falleció en Boston el 4de diciembre de 1951, siendo enterrado sin embargo en San Juan de Puerto Rico.


De este poeta transcribo dos poemas representativos:

¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: «No te vayas».

(Del poemario: LA VOZ A TI DEBIDA, 1933)

Te busco.
No en tu nombre, si lo dicen,
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detrás, más allá.
     
Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma.
Detrás, más allá.

     
También detrás, más atrás      
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.      
Detrás, más allá te busco.

     
Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo
-por encontrarte-
como si fuese morir.

(Del poemario: LA VOZ A TI DEBIDA, 1933)

martes, 20 de noviembre de 2012

JORGE MANRIQUE. POETA.


Jorge Manrique (Paredes de Nava, Palencia o Segura de la Sierra, Jaén, ¿1440? – Santa María del Campo Rus, Cuenca, 24 de abril de 1479)2 fue un poeta español del Prerrenacimiento, sobrino del también poeta Gómez Manrique. Es autor de las Coplas a la muerte de su padre, uno de los clásicos de la literatura española de todos los tiempos.

  Biografía

  Por lo general, se supone que Jorge Manrique de Lara nació en Paredes de Nava (Palencia), aunque también cabe la posibilidad de que naciese en Segura de la Sierra (Jaén), cabeza de la encomienda que administraba el maestre Rodrigo Manrique, su padre, y principal estancia de los Manrique. También se suele afirmar que nació entre la segunda mitad de 1439 y la primera de 1440, pero lo único cierto es que no nació antes de 1432, cuando quedó concertado el matrimonio de sus padres, ni después de 1444, cuando Rodrigo Manrique, muerta doña Mencía de Figueroa, madre de Jorge Manrique y natural de Beas de Segura, pidió dispensa para casarse de nuevo.

  La misma indeterminación existe en torno a su infancia, que quizá transcurrió en Segura de la Sierra, y su juventud, hasta 1465, año en que un documento le cita por vez primera. Lo que es seguro es que asumió por completo la línea de actuación política y militar de su extensa familia castellana: como sus demás parientes, fue partidario de combatir a los musulmanes y participó en el levantamiento de los nobles contra Enrique IV de Castilla, intervino en la victoria de Ajofrín y también jugó un papel en las intrigas y luchas en torno a la subida al trono de los Reyes Católicos, a favor de Isabel I y contra Juana la Beltraneja.

  Su padre, Rodrigo Manrique, Conde de Paredes de Nava, que era maestre de la Orden de Santiago (aunque nunca fue oficialmente reconocido como tal), fue uno de los hombres más poderosos de su época y murió víctima de un cáncer que le desfiguró el rostro en 1476. Su madre murió cuando Manrique era un niño. Estudió Humanidades y las tareas propias de militar castellano. Su tío, Gómez Manrique, era también poeta eminente y autor dramático, y no faltaron en su familia otros hombres de armas y letras. La familia de los Manrique de Lara era una de las más antiguas familias nobles de España y poseía algunos de los títulos más importantes de Castilla, como el Ducado de Nájera, el Condado de Treviño y el Marquesado de Aguilar de Campoo, así como varios cargos eclesiásticos. Jorge Manrique se casó en 1470 con la joven hermana de su madrastra, doña Guiomar.

  A los 24 años participa en los combates del asedio al castillo de Montizón (Villamanrique, Ciudad Real), donde ganará fama y prestigio como guerrero. Su lema era «Ni miento ni me arrepiento». Permaneció un tiempo preso en Baeza donde murió su hermano Rodrigo, tras su entrada militar en la ciudad para ayudar a sus aliados, los Benavides, frente a los delegados regios (el conde de Cabra y el mariscal de Baena). Se enroló después con las tropas del bando de Isabel y Fernando en la guerra contra los partidarios de Juana la Beltraneja. Como teniente de la reina en Ciudad Real, junto a su padre don Rodrigo, hizo levantar el asedio que a Uclés habían puesto Juan Pacheco y el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo de Acuña. En esa guerra, en una escaramuza cercana al castillo de Garcimuñoz en Cuenca, defendido por el Marqués de Villena, fue herido de muerte en 1479, probablemente hacia la primavera. Como con el nacimiento, hay distintas versiones sobre el suceso: algunos cronistas coetáneos como Hernando del Pulgar y Alonso de Palencia dan testimonio de que murió en la misma pelea, frente a los muros del castillo, o justo a continuación.3 Otros, como Jerónimo Zurita, sostuvieron con posterioridad (1562) que su muerte tuvo lugar días después de la batalla, en Santa María del Campo Rus (Cuenca), donde estaba su campamento. Rades de Andrada señaló cómo se le encontraron entre sus ropas dos coplas que comienzan «¡Oh mundo!, pues que me matas...». Fue enterrado en el monasterio de Uclés, cabeza de la orden de Santiago. La guerra terminó pocos meses después, en septiembre.

  Señor de Belmontejo de la Sierra (actual Villamanrique), comendador del castillo de Montizón, Trece de Santiago, duque de Montalvo por concesión aragonesa y capitán de hombres de armas de Castilla, fue más un guerrero que escritor, pese a lo cual fue también un insigne poeta, considerado por algunos como el primero del Prerrenacimiento. El idioma español sale de la Corte y de los monasterios para encontrarse con el autor individual que frente a un hecho trascendental de su vida, resume en una obra todo el sentir de su corta existencia y salva para la posteridad no sólo a su padre como guerrero, sino a sí mismo como poeta.

  Obra

  Su obra poética no es extensa, apenas unas 40 composiciones. Se suele clasificar en tres grupos: amoroso, burlesco y doctrinal. Son, en general, obras satíricas y amorosas convencionales dentro de los cánones de la poesía cancioneril de la época, todavía bajo influencia provenzal, con un tono de galantería erótica velada por medio de finas alegorías.

  Sin embargo, entre toda ella, destacan de forma señera por unir tradición y originalidad las Coplas por la muerte de su padre. En ellas Jorge Manrique hace el elogio fúnebre o planto de su padre, Don Rodrigo Manrique, mostrándolo como un modelo de heroísmo, de virtudes y de serenidad ante la muerte. El poema es uno de los clásicos de la literatura española de todos los tiempos y ha pasado al canon de la literatura universal. Lope de Vega llegó a decir de ella que «merecía estar escrita en letras de oro». En ella se progresa en el tema de la muerte desde lo general y abstracto hasta lo más concreto y humano, la muerte del padre del autor. Esboza Manrique la existencia de tres vidas: la humana y mortal, la de la fama, que es más larga, y la eterna, que no tiene fin. El propio poeta se salva y salva a su padre mediante la vida de la fama que le otorgan no sólo sus virtudes como caballero y guerrero cristiano, sino mediante la palabra poética, tal como concluye el poema:


  Dejónos harto consuelo / su memoria.

  La memoria que deja su hijo en estas coplas y que sirve para salvar tanto al padre guerrero como al hijo poeta para la posteridad. La métrica adoptada, la copla de pie quebrado, presta al poema, al decir de Azorín en Al margen de los clásicos, una gran sentenciosidad y un ritmo quebradizo y fúnebre como el repique funeral de una campana. La inspiración bíblica viene desde el Eclesiastés y los Comentarios morales al Libro de Job de San Gregorio. Resuena asimismo el fatalismo de los tópicos medievales del ubi sunt?, vanitas vanitatum, homo viator. Se dispone actualmente de una edición crítica de las Coplas debida a Vicenç Beltrán (Barcelona: PPU, 1991), los testimonios más antiguos de las Coplas a la muerte de su padre proceden de los cancioneros de Baena, de Egerton y de Oñate-Castañeda, así como de las primeras ediciones (las de Hurus y Centenera). Fueron glosadas por innumerables autores (Alonso de Cervantes, Rodrigo de Valdepeñas, Diego Barahona, Jorge de Montemayor, Francisco de Guzmán, Gonzalo de Figueroa, Luis de Aranda, Luis Pérez y Gregorio Silvestre) e incluso merecieron el honor de una traducción al latín, y su influjo se hace sentir en grandes poetas como Andrés Fernández de Andrada, Francisco de Quevedo o Antonio Machado.

  Los recursos métricos de su poesía prefieren las formas pequeñas y preciosistas frente a las vastas composiciones denominadas decires. Se limitan al uso reiterado de la canción trovadoresca, la copla real, la copla castellana, la copla de pie quebrado (de la que fue inventor su tío, el también gran poeta Gómez Manrique), la esparza (una sola estrofa que condensa un pensamiento artísticamente expresado) y la copla de arte menor. La rima en ocasiones no está muy cuidada. No abusa del cultismo y prefiere un lenguaje llano frente a poetas como Juan de Mena y el Marqués de Santillana y, en general, de la lírica cancioneril de su tiempo, ese es un rasgo que individualiza bastante al autor en una época en que la presunción cortesana hacía a los líricos cancioneriles exhibir su ingenio mediante un prematuro conceptismo o bien demostrando sus conocimientos con el latinizamiento de la escuela alegórico-dantesca. El estilo de Jorge Manrique anuncia la claridad y el equilibrio renacentistas, y la expresión es llana y serena, acompañada de símiles, como es propio del sermo humilis o estilo humilde, el natural y común de la literatura didáctica. Hay incluso vulgarismos, que dan un aire de sencillez y sobriedad, y que los hace encajar perfectamente en las técnicas retóricas y juegos de palabras típicos de los poetas cuatrocentistas. Por otra parte, la importancia que se da a la vida que proporciona la fama y la gloria mundana, frente al ubi sunt? medieval, es también un rasgo de antropocentrismo que anuncia el Renacimiento.

  Las dos composiciones dedicadas a su mujer deben ser de la época de su matrimonio, hacia 1470, las Coplas, del verano de 1477, las Coplas póstumas serán, según la rúbrica que las acompaña, de poco antes de su muerte y la Pregunta a Guevara, de hacia 1465.

POEMAS
Coplas por la muerte de su padre


  Recuerde el alma dormida,          
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte              5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,             10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,                           15
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar             20
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

  Nuestras vidas son los ríos        25
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;                          30
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos          35
y los ricos.

Invocación:

  Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,            40
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad,                           45
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

  Este mundo es el camino
para el otro, que es morada          50
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,             55
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.                         60

  Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél                  65
que atendemos.
Aun aquel hijo de Dios,
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos,               70
y a vivir en este suelo
do murió.

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,                          75
que en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdamos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados           80
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

  Decidme: la hermosura,             85
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?                       90
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal              95
de senectud.

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos            100
se pierde su gran alteza             
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen!                      105
otros que, por no tener,             
con oficios no debidos
se mantienen.

  Los estados y riqueza
que nos dejan a deshora,             110
¿quién lo duda?                  
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de Fortuna            115
que revuelven con su rueda           
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.                         120

  Pero digo que acompañen              
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso nos engañen,
pues se va la vida apriesa           125
como sueño;                      
y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,             130
que por ellos esperamos,              
eternales.

  Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,                         135
no son sino corredores,              
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta             140
sin parar;                       
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

  Si fuese en nuestro poder          145
hacer la cara hermosa                
corporal,
como podemos hacer
el alma tan glorïosa,
angelical,                           150
¡qué diligencia tan viva             
tuviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora                 155
descompuesta!                    

  Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,         160
fueron sus buenas venturas           
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,                          165
así los trata la muerte              
como a los pobres pastores
de ganados.

  Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos           170
ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus historias.
No curemos de saber                  175
lo de aquel siglo pasado
qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.                        180

  ¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención           185
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?               190
¿qué fueron sino verduras
de las eras?

  ¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?                          195
¿Qué se hicieron las llamas          
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas                200
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

  Pues el otro, su heredero,         205
don Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!                          210
Mas verás cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuán poco duró con él               215
lo que le dio!

  Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan febridas,           220
los enriques y reales
del tesoro;
los jaeces, los caballos
de sus gentes y atavíos
tan sobrados,                        225
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?

  Pues su hermano el inocente,
que en su vida sucesor               230
se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo y cuánto gran señor
le siguió!
Mas, como fuese mortal,              235
metióle la muerte luego
en su fragua.
¡Oh, juïcio divinal,
cuando más ardía el fuego,
echaste agua!                        240

  Pues aquel gran Condestable,
maestre que conocimos
tan privado,
no cumple que de él se hable,        
sino sólo que lo vimos               245
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?          250
¿Qué fueron sino pesares
al dejar?

  Y los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,                          255
que a los grandes y medianos
trajeron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alta fue subida              260
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
fue amatada?

  Tantos duques excelentes,          265
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, muerte, ¿dó los escondes
y traspones?                         270
Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras           275
y deshaces.

  Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,           280
los muros y baluartes
y barreras,
la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?                      285
que si tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
con tu flecha.

  Aquél de buenos abrigo,
amado por virtuoso                   290
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente;
sus hechos grandes y claros          295
no cumple que los alabe,
pues los vieron,   
ni los quiero hacer caros
pues que el mundo todo sabe
cuáles fueron.                       300

  Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados           305
y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Cuán benigno a los sujetos!         310
¡A los bravos y dañosos,
qué león!

  En ventura Octaviano;
Julio César en vencer
y batallar;                          315
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
y trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad                  320
con alegría;
en su brazo, Aureliano;
Marco Tulio en la verdad
que prometía.

  Antonio Pío en clemencia;          325
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en elocuencia;
Teodosio en humanidad
y buen talante;                      330
Aurelio Alejandro fue
en disciplina y rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor               335
de su tierra.

  No dejó grandes tesoros,
ni alcanzó muchas riquezas
ni vajillas;
mas hizo guerra a los moros,         340
ganando sus fortalezas
y sus villas;
y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron;                        345
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.

  Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados,            350
¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos y criados
se sostuvo.
Después que hechos famosos           355
hizo en esta misma guerra
que hacía,
hizo tratos tan honrosos
que le dieron aún más tierra
que tenía.                           360

  Estas sus viejas historias
que con su brazo pintó
en juventud, 
con otras nuevas victorias
ahora las renovó                     365
en senectud.
Por su grande habilidad,
por méritos y ancianía
bien gastada,
alcanzó la dignidad                  370
de la gran Caballería
de la Espada.

  Y sus villas y sus tierras
ocupadas de tiranos
las halló;                           375
mas por cercos y por guerras
y por fuerza de sus manos
las cobró.
Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró             380
fue servido,
dígalo el de Portugal
y en Castilla quien siguió
su partido.
                                 
  Después de puesta la vida          385
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero:                           390
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar              395
a su puerta,

  diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,            400
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,                         405
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.

  No se os haga tan amarga
la batalla temerosa                  410
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dejáis,
(aunque esta vida de honor           415
tampoco no es eternal
ni verdadera);
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.                          420

  El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados             425
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,              430
con trabajos y aflicciones
contra moros.

  Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,                          435
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera               440
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.»

  «No tengamos tiempo ya             445
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;                           450
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera         455
es locura.

Oración:

  Tú, que por nuestra maldad,
tomaste forma servil
y bajo nombre;
tú, que a tu divinidad               460
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,                       465
no por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona.»

Fin:

  Así, con tal entender,
todos sentidos humanos               470
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio        475
(en cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.                          480

lunes, 19 de noviembre de 2012

JORGE ICAZA: OTRO DE LOS GRANDES DE LATINOAMÉRICA




Jorge Icaza Coronel (10 de junio de 1906 - 26 de mayo de 1978) fue un novelista ecuatoriano. Después de graduarse en la Universidad Central del Ecuador trabajó como escritor y director teatral. Él había escrito seis obras teatrales, cuando en 1934 fue publicada su más célebre novela, Huasipungo, que le daría fama internacional y que lo llevaría a ser el escritor ecuatoriano más leído de la historia republicana. 
Es considerado junto con el boliviano Alcides Arguedas y el peruano Ciro Alegría como uno de los máximos representantes del ciclo de la narrativa indigenista del siglo XX.

Publicaciones
Ejemplar de Seis relatos dedicado por su autor. 
¿Cuál es? y Como ellos quieren (teatro). 
Sin sentido (teatro). 
Barro de la Sierra (cuentos). De este libro, compuesto por seis cuentos (Chachorros, Sed, Éxodo, Desorientación, Interpretación y Mala pata, en ediciones posteriores sólo se conservarán los tres primeros, siendo Éxodo reformado en profundidad, conservándose sólo el título del original.
Huasipungo (novela). Quito, Imprenta Nacional, 1934 (este texto, en ediciones posteriores, sufrirá importantes modificaciones).
En las calles (novela). Quito, Imprenta Nacional, 1935.
Flagelo (teatro). Quito, Imprenta Nacional, 1936.
Cholos (novela). Quito, Editorial Sindicato de Escritores y Artistas, 1937.
Media vida deslumbrados (novela). Quito, Editorial Quito, 1942.
Huairapamushcas (novela). Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1948.
Seis relatos (cuentos). Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1952.
El Chulla Romero y Flores (novela). Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958.
En la casa chola (novela). Quito, Anales de la Universidad Central, 1959.
Obras escogidas (cuatro novelas y ocho cuentos, algunos de ellos con importantes modificaciones sobre sus primeras ediciones). México, Aguilar, 1961.
Relatos (cuentos). Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1969.
Atrapados (cuentos). Buenos Aires, Losada, 1972.
Para más información de éste autor puede consultar: Biografias10.com.


De este  otro grande latinoamericano transcribimos un fragmento de su maravillosa obra HUASIPUNGO.

HUASIPUNGO
Jorge Icaza
Obra suministrada por la Universidad del Azuay de Ecuador
1
Aquella mañana se presentó con enormes contradicciones para don Alfonso Pereira.
Había dejado en estado irresoluto, al amparo del instinto y de la intuición de las mujeres
-su esposa y su hija-, un problema que él lo llamaba de "honor en peligro". Como de
costumbre en tales situaciones -de donde le era indispensable surgir inmaculado-, había
salido dando un portazo y mascullando una veintena de maldiciones. Sus mejillas de
ordinario rubicundas y lustrosas -hartazgo de sol y aire de los valles de la sierra andina-,
presentaban una palidez verdosa que, poco a poco, conforme la bilis fue diluyéndose en
las sorpresas de la calle, recuperaron su color natural.
"No. Esto no puede quedar así. El poco cuidado de una muchacha, de una niña inocente
de diecisiete años engañada por un sinvergüenza, por un criminal, no debe
deshonrarnos a todos. A todos...
"Yo, un caballero de la alta sociedad... Mi mujer, una matrona de las iglesias... Mi
apellido...", pensó don Alfonso, mirando sin tomar en cuenta a las gentes que pasaban a
su lado, que se topaban con él. Las ideas salvadoras, las que todo pueden ocultar y
disfrazar hábil y honestamente no acudían con prontitud a su cerebro. A su pobre
cerebro. ¿Por qué? jAh! Es que se quedaban estranguladas en sus puños, en su
garganta.
-Carajo.
Coadyuvaban el mal humor del caballero los recuerdos de sus deudas -al tío Julio
Pereira, al señor Arzobispo, a los bancos, a la Tesorería Nacional por las rentas, por los
predios, por la casa, al Municipio por... "Impuestos. Malditos impuestos. ¿Quién los
cubre? ¿Quién los paga? ¿Quién... ? iMi dinero! Cinco mil... Ocho mil. .Los intereses. ..
No llegan los billetes con la facilidad necesaria. Nooo...", se dijo don Alfonso mientras
cruzaba la calle, abstraído por aquel problema que era su fantasma burlón: "¿Surge el
dinero de la nada? ¿Cae sobre los buenos como el maná del cielo? ...". La acometida de
un automóvil de línea aerodinámica -costoso como una casa- y el escándalo del pito y el
freno liquidaron sus preocupaciones. Al borde de esa pausa fría, sin orillas, que deja el
susto de un peligro sorteado milagro- samente, don Alfonso Pereira notó que una mano
amistosa le llamaba desde el interior del vehículo que estuvo a punto de borrarle de la
página gris de la calzada, con sus gomas. ¿Quién podía ser? ¿Tal vez una disculpa?
¿Tal vez una recomendación? El desconocido sacó entonces la cabeza por la ventanilla
de su coche y ordenó con voz familiar:
-Ven. Sube.
Era la fatalidad, era el acreedor más fuerte, era el tío Julio. Tenía que obedecer, tenía
que acercarse, tenía que sonreír .
¿Cómo...? ¿Cómo esta tío?
. -Casi te aplasto de una vez.
-No importa. De usted...
-Sube. Tenemos que hablar de cosas muy importantes.
-Encantado -concluyó don Alfonso trepando al automóvil con fingida alegría y
sentándose luego junto a su poderoso pariente gruesa figura de cejas pobladas, de
cabellera entrecana, de ojos de mirar retador, de profundas arrugas, de labios secos,
pálidos, el cual tenía la costumbre de hablar en plural, como si fuera miembro de alguna
pandilla secreta o dependiente de almacén.
2
El argumento del diálogo de los dos caballeros cobró interés y franqueza sólo al amparo
del despacho particular del viejo Pereira -un gabinete con puerta de cristales
escarchados, con enorme escritorio agobiado por papeles y legajos, con ficheros de
color verde aceituna por los rincones, con amplios divanes para degollar cómodamente a
las víctimas de los múltiples tratos y contratos de la habilidad latifundista, con enorme
óleo del Corazón de Jesús pintado por un tal señor Mideros, con viejo perchero de
madera, anacrónico en aquel recinto de marcado lujo de línea moderna y que, como era
natural servía para colgar chistes, bromas y sonrisas junto a los sombreros, a los abrigos
ya los paraguas alicaídos.
-Pues sí... Mi querido sobrino. -Sí.
-Hace tres semanas... "Que se cumplió el plazo de uno de los pagarés... El más
gordo...", concluyó mentalmente don Alfonso Pereira presa de un escalofrío de angustia
y desorientación. Pero el viejo, sin el gesto adusto de otras veces, con una chispa de
esperanza en los ojos, continuó:
-Más de veinte días. Tienes diez mil sucres en descubierto. No he querido ejecutarte
porque...
-Por...
-Bueno. Porque tenemos entre manos un proyecto que nos hará millonarios a todos.
-Ji... Ji... Ji...
-Sí, hombre. Debes saber que hemos ido en viaje de exploración a tu hacienda, a
Cuchitambo.
-¿De exploración?
-Da pena ver lo abandonado que está eso. -Mis preocupaciones aquí...
-i Aquí! Es hora de que pienses seriamente -murmuró el viejo en tono de consejo
paternal.
-jAh!
-iQuizás mis indicaciones y las de Mr. Chapy pudieran salvarte!
-¿Mr. Chapy?
-El Gerente de la explotación de la madera en el Ecuador. Un caballero de grandes
recursos, de extraordinarias posibilidades, de millonarias conexiones en el extranjero. Un
gringo de esos que mueven el mundo con un dedo.
-Un gringo -repitió, deslumbrado de sorpresa yesperanza, don Alfonso Pereira.
-En el recorrido que hicimos con él por tus propiedades, metiéndonos un poco en los
bosques, hallamos excelentes made- ras: arrayán, motillón, canela negra, huilmo, panza.
-jAh!
-Podemos abastecer de durmientes a todos los ferrocarriles de la República. y también
exportar.
-¿Exportar?
-Comprendo tu asombro. Pero eso no debe ser lo principal. No. Creo que el gringo ha
olido petróleo por ese lado. Hace un mes, poco más o menos, "El Día" comentaba una
noticia muy importante acerca de lo ricos en petróleo que son los terrenos de la
cordillera oriental. Los parangonaba con los de Bakú. No sé dónde queda eso. Pero así
decía el periódico.
Don Alfonso, a pesar de hallarse un poco desconcertado, meneó la cabeza
afirmativamente como si estuviera enterado del asunto.
3
-Es muy halagador para nosotros. Especialmente para ti. Mr. Chapy ofrece traer
maquinaria que ni tú ni yo podríamos adquirirla. Pero, con toda razón, y en eso yo estoy
con él, no hará nada, absolutamente nada sin antes no estar seguro y comprobar las
mejoras indispensables que requiere tu hacienda, punto estratégico y principal de la
región.
-jAh! Entonces... ¿Tendré que hacer mejoras? -jClaro! Un carretero para automóvil. -¿Un
carretero?
-La parte pantanosa de tu hacienda y del pueblo. No es mucho.
-Varios kilómetros.
-j Los inconvenientes! j Los obstáculos de siempre! -chilló el viejo poniendo cara de
pocos amigos.
-No. No es eso.
-También exige unas cuantas cosas que me parecen de menor importancia, más fáciles.
La compra de los bosques de Filocorrales y Guamaní. jAh! y limpiar de huasipungos las
orillas del río. Sin duda para construir casas de habitación para ellos.
-¿De un momento a otro? -murmuró don Alfonso acosado por mil problemas que tendría
que resolver en el futuro. El, que como auténtico "patrón grande, su mercé", siempre
dejó que las cosas aparecieran y llegaran a su poder por obra y gracia de Taita Dios.
-No exige plazo. El que sea necesario. -¿Y el dinero para...?
-Yo. Yo te ayudaré. Haremos una sociedad. Una pequeña sociedad.
Aquello era más convincente, más protector para el despreocupado latifundista, el cual,
con mueca de sonrisa nerviosa se atrevió a interrogar:
-¿Usted?
-Sí, hombre. Te parece dificil un trabajo de esta naturaleza porque has estado
acostumbrado a recibir lo que buenamente te mandan tus administradores o tus
huasicamas. Una miseria.
-Eso...
-Las consecuencias no se han dejado esperar. Tu fortuna se va al suelo. Estás casi en
quiebra.
Sin hallar el refugio que le librase de la mirada del buen tío, don Alfonso Pereira se
contentó con mover los brazos en actitud de hombre acosado por adverso destino.
-No. Así, no. Debes entender que no estamos en el momento de los gestos de cobardía
y desconsuelo.
-Pero usted cree que será necesario que yo mismo vaya y haga las cosas.
-¿Entonces quién? ¿Las almas benditas?
-jOh! y con los indios que no sirven para nada.
-Hay muchos recursos en el campo, en los pueblos. Tú los conoces muy bien.
-Sí. No hay que olvidar que las gentes son fregadas, ociosas, llenas de supersticiones y
desconfianza.
-Eso podríamos aprovechar.
-Además... Lo de los huasipungos... -¿Qué?
-Los indios se aferran con amor ciego y morboso a ese pedazo de tierra que se les
presta por el trabajo que dan a la hacienda. Es más, en medio de su ignorancia, lo creen
4
de su propiedad. Usted sabe. Allí levantan las chozas, hacen sus pequeños cultivos,
crían a sus animales.
-Sentimentalismo. Debemos vencer todas las dificultades por duras que sean. Los
indios... ¿Qué? ¿Qué nos importan los indios? Mejor dicho... Deben... Deben
importarnos... Claro... Ellos pueden ser un factor importantísimo en la empresa. Los
brazos... El trabajo...
Las preguntas que habitualmente espiaban por la rendija del inconsciente de Pereira el
menor -¿Surge el dinero de la nada? ¿Cae sobre los buenos como el maná del cielo?
¿De dónde sale la plata para pagar los impuestos?-, se escurrieron tomando forma de
evidencia, de...
-Sí. Es verdad. Pero Cuchitambo tiene pocos indios como para una cosa tan grande.
-Con el dinero que nosotros te suministremos podrás comprar los bosques de
Filocorrales y Guamaní. Con los bosques quedarán los indios. Toda propiedad rural se
compra o se vende con sus peones.
-En efecto.
-Centenares de runas que bien pueden servirte para abrir el carretero. ¿Qué me dices
ahora?
-Nada.
-¿Cómo nada?
-Quiero decir que en principio...
-Y en definitiva también. De lo contrario... -concluyó el viejo blandiendo como arma
cortante y asesina unos papeles que sin duda eran los pagarés y las letras vencidas del
sobrino.
-Sí. Bueno... Al salir del despacho del tío, don Alfonso Pereira sintió un sabor amargo en
la boca, un sabor de furia reprimida, de ganas de maldecir, de matar. Mas, a medida que
avanzaba por la calle y recordaba que en su hogar había dejado problemas irresolutos,
vergonzosos, toda su desesperación por el asunto de Cuchitambo se le desinfló poco a
poco. Sí. Se le escapaba por el orificio de su honor manchado. La ingenuidad y la pasión
de la hija inexperta en engaños de amor tenían la culpa. "Tonta. Mi deber de padre.
Jamás consentiría que se case con un cholo. Cholo por los cuatro costados del alma y
del cuerpo. Además... El desgraciado ha desaparecido. Carajo... De apellido Cumba... El
tío Julio tiene razón, mucha razón. Debo meterme en la gran empresa de... Los gringos.
Buena gente. iOh! Siempre nos salvan lo mismo. Me darán dinero. El dinero es 10
principal. Y... Claro... ¿Cómo no vi antes? Soy un pendejo. Sepultaré en la hacienda la
vergüenza de la pobre muchacha. Donde le agarre al indio bandido... Mi mujer todavía
puede... Puede hacer creer... ¿Por qué no? ¿ y Santa Ana? ¿y las familias que
conocemos? Uuu...", se dijo con emoción y misterio de novela romántica. Luego apuró el
paso.
En pocas semanas don Alfonso Pereira, acosado por las circunstancias, arregló cuentas
y firmó papeles con el tío y Mr. Chapy. y una mañana de los últimos días de abril salió de
Quito con su familia -esposa e hija-. Ni los parientes, ni los amigos, ni las beatas de la
5
buena sociedad capitalina se atrevieron a dudar del motivo económico, puramente
económico, que obligaba a tan distinguidos personajes a dejar la ciudad. El ferrocarril del
Sur -tren de vía angosta, penacho de humo nauseabundo, lluvia de chispas de fuego,
pito de queja lastimera, cansada Ies llevó hasta una pequeña estación perdida en la
cordillera, donde esperaban indios y caballos.
Al entrar por un chaquiñán que bordeaba el abismo del lecho de un río empezó a garuar
fuerte, ligero. Tan fuerte y tan ligero que a los pocos minutos el lujo de las damas -
cintura de avispa, encajes alechugados, velos sobre la cara, amplias faldas, botas de
cordón- se chorreó en forma lamentable, cómica. Entonces don Alfonso mandó a los
indios que hacían cola agobiados bajo el peso de los equipajes:
-Saquen de la bolsa grande los ponchos de agua y los sombreros de paja para las niñas.
-Arí, arí, patrón, su mercé -respondieron los peones mientras cumplían con diligencia
nerviosa la orden.
La caravana, blindados los patrones contra la lluvia -sombrero alón de hombre,
impermeable oscuro, brilloso-, siguió trepando el cerro por más de una hora. Al llegar a
un cruce del camino -vegetación enana de paja y de frailejones extendida hacia un
sombrío horizonte-, con voz entrecortada por el frío, don Alfonso anunció a las mujeres
que iban tras él:
-Empieza el páramo. La papacara... Ojalá pase pronto... ¿No quieren un traguito?
-No. Sigamos no más -contestó la madre de familia con gesto de marcado mal humor.
Mal humor que en los viajes a caballo se siente subir desde las nalgas.
-¿ y tú?
-Estoy bien, papá.
"Bien... Bien jodida...", comentó una voz sarcástica en la intimidad inconforme del padre.
Desde ese momento la marcha se volvió lenta, pesada, insufrible. El páramo con su
flagelo persistente de viento yagua, con su soledad que acobarda y oprime, impuso
silencio. Un silencio de aliento de neblina en los labios, en la nariz. Un silencio que se
trizaba levemente bajo los cascos de las bestias, bajo los pies deformes de los indios -
talones partidos, plantas callosas, de- dos hinchados.
Casi al final de la ladera la caravana tuvo que hacer un alto imprevisto. El caballo
delantero del "patrón grande, su mercé" olfateó en el suelo, paró las orejas con nerviosa
inquietud y retrocedió unos pasos sin obedecer las espuelas que le desgarraban.
-¿Qué quiere, carajo? -murmuró don Alfonso mirando al suelo al parecer inofensivo.
-¿Qué... ? ¿Qué... ? -interrogaron en coro las mujeres.
-Se estacó este pendejo. No ~... Vio algo... Mañoso... jJosé, Juan, Andrés y los que
sean! -concluyó a gritos el amo. Necesi- taba que sus peones le expliquen.
-Amituuu... -respondió alguien y, de inmediato, surgió en torno del problema de don
Alfonso un grupo de indios.
-No quiere avanzar -dijo en tono de denuncia el inexperto jinete mientras castigaba a la
bestia.
-Espere no más, taiticu, patroncitu -murmuró el más joven y despierto de los peones.
De buena gana Pereira hubiera respondido negativamente, lanzándose a la carrera por
esa ruta incierta, sin huellas sobre la hierba húmeda, velada por la niebla, enloquecida y
quejosa por un pulso afiebrado de sapos y alimañas, pero el maldito caballo, las
6
mujeres, la inexperiencia -pocas veces visitó su hacienda, en verano, con buen sol, con
tierra seca- y los indios que después de hacer una inspección le informaron de lo
peligroso de seguir adelante sin un guía que sortee los hoyos de la tembladera lodosa
agravada por las últimas tempestades, le serenaron.
-Bien. ¿Quién va primero?
-El Andrés. El sabe. El conoce, pes, patroncitu. -Entonces... Vamos.
-No así. El animal mete no más la pata y juera. Nosotrus hemus de cargar .
-¡Ah! Comprendo. -Arí, taiticu.
-A ver tú, José, como el más fuerte, puedes encargarte de ña Blanquita.
Ña Blanquita de Pereira, madre de la distinguida familia, era un jamón que pesaba lo
mepos ciento sesenta libras. Don Alfonso continuó:
-El Andrés que tiene que ir adelante para mí, el Juan para Lolita. Los otros que se hagan
cargo de las maletas.
Después de limpiarse en el revés de la manga de la cotona el rostro escarchado por el
sudor y por la garúa, después de arrolIarse los anchos calzones de liencillo hasta las
ingles, después de sacarse el poncho y doblarlo en doblez de pañuelo de apache, los
indios nombrados por el amo presentaron humildemente sus espaldas para que los
miembros de la familia Pereira pasen de las bestias a ellos.
Con todo el cuidado que requerían aquellas preciosas cargas, los tres peones entraron
en la tembladera lodosa:
-Chal.., Chal... Chal...
Andrés, agobiado por don Alfonso, iba adelante. No era una marcha. Era un tantear
instintivo con los pies el peligro. Era un hundirse y elevarse lentamente en el Iodo. Era
un ruido armónico en la orquesta de los sapos y las alimañas:
-Chaaal... Chaaal... Chaaal...
y era a la vez el temor de un descuido lo que imponía silencio, lo que agravaba la
tristeza del paraje, lo que helaba al viento, lo que enturbiaba a la neblina, lo que imprimía
en la respiración de hombres y caballos un tono de queja:
-Uuuy... Uuuy... Uuuy... Largo y apretado aburrimiento que arrastró a don Alfonso hasta
un monólogo de dislocadas intimidades: "Dicen que la mueca de los que mueren en el
páramo es una mueca de risa. Soroche. Sorochitooo... Cuánta razón tienen los gringos
al exi- girme un camino. Pero ser yo... Yo mismo el elegido para seme- jante cosa...
Paciencia... Qué paciencia ni qué pendejada... Esto es el infierno al frío... Ellos saben... y
el que sabe, sabe... ¿Para qué? Gente acostumbrada a una vida mejor. Vienen a
educamos. Nos traen el progreso a manos llenas, llenitas. Nos... Ji... Ji.. Ji... Mi padre.
Barbas, levita y paraguas en la ciudad. Zamarros, poncho y sombrero de paja en el
campo... En vez de ser cruel con los runas, en vez de marcarles en la frente o en el
pecho con el hierro rojo como a las reses de la hacienda para que no se pierdan, debía
haber organizado con ellos grandes mingas... Me hubiera evitado este viajecito jodido.
Jodidooo... En esa época el único que tuvo narices prácticas fue el Presidente García
More- no. Supo aprovechar la energía de los delincuentes y de los indios en la
construcción de la carretera a Riobamba. Todo a fuerza de fuete... jAh! El fuete que
curaba el soroche al pasar los páramos del Chimborazo, que levantaba a los caídos, que
domaba a los rebeldes. El fuete progresista. Hombre inmaculado, hombre grande". Fue
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tan profunda la emoción de don Alfonso al evocar aquella figura histórica que saltó con
gozo inconsciente sobre las espaldas del indio. Andrés, aquella maniobra inesperada, de
estúpida violencia, perdió el equilibrio y defendió la caída de su preciosa carga metiendo
los brazos en la tembladera hasta los codos.
-jCarajo! jPendejo! -protestó el jinete agarrándose con ambas manos de la cabellera
cerdosa del indio.
-jAaay! -chillaron las mujeres. Pero don Alfonso no cayó. Se sostuvo milagrosamente
aferrándose con las rodillas y hundiendo las espuelas en el cuerpo del hombre que
había tratado de jugarle una mala pasada.
-Patroncitu... Taitiquitu... -murmuró Andrés en tono que parecía buscar perdón a su falta
mientras se enderezaba chorreando Iodo y espanto.
Después de breves comentarios, la pequeña caravana siguió la marcha. Ante lo riesgoso
y monótono del camino, doña Blanca pensó en la Virgen de Pompeya, su vieja devoción.
Era un milagro avanzar sobre ese océano de lodo. "Un milagro palpablito... Un milagro
increíble...", pensó más de una vez la inexperta señora, sin apartar de su imaginación la
pompa litúrgica de la fiesta que sin duda alguna harían a la Virgen sus amigas cuatro
semanas después. No obstante ella, doña Blanca Chanique de Pereira estaría ausente.
Ausentes sus pieles, sus anillos, sus collares, sus encajes, su generosidad, su cuerpo de
inquietas y amorosas urgencias a pesar de los años. De los años... Eso procuraba
aplacarlo después de la cosa social, de la cosa pública. Sí. Cuando se hallaban
apagadas todas las luces del templo -discreta penumbra por los rincones de las naves-,
en silencio el órgano del coro; cuando parecía que chorreaba de los racimos y de las
espigas eucarísticas -adorno y gloria de las columnas salomónicas de los altares- un
tufillo a incienso, a rosas marchitas, a afeites de beata, a sudor de indio; cuando el alma
-su pobre alma de esposa honorable poco atendida por el marido- se sentía arrastrada
por un deseo de confidencias, por un rubor diabólico y místico a la vez, impulsos que le
obligaban a esperar en el umbral de la sacristía el consejo cariñoso del padre Uzcátegui,
su confesor. Así... Así por lo menos...
-¿ Vas bien, hijita? -interrogó doña Blanca tratando de ahuyentar sus recuerdos.
-Sí. Es cuestión de acomodarse -respondió la muchacha, a quien el olor que despedía el
indio al cual se aferraba para no caer, le gustaba por sentirlo parecido al de su seductor.
Menos hediondo y más cálido que el de... cuando sus manos avanzaban sobre la
intimidad de mi cuerpo jDesgraciado! Si él hubiera querido. jCobarde! Huir, dejarme sola
en semejante situación. Fui una estúpida. Yo... Yo soy la única responsable. Era incapaz
de protestar bajo sus caricias, bajo sus besos, bajo sus mentiras... Yo también..." se
repetía una y otra vez la joven con obsesión que le impermeabilizaba librándola del frío,
del viento, de la neblina.
En la mente de los indios -Ios que cuidaban los caballos, los que cargaban el equipaje,
los que iban agobiados por el peso de los patrones-, en cambio, sólo se hilvanaban y
deshilvanaban ansias de necesidades inmediatas: que no se acabe el maíz tostado o la
mashca del cucayo, que pase pronto la neblina para ver el fin de la tembladera, que
sean breves las horas para volver a la choza, que todo en el huasipungo permanezca sin
lamentar calamidades -Ios guaguas, la mujer, los taitas, los cuyes, las gallinas, los
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cerdos, los sembrados-, que los amos que llegan no impongan órdenes dolorosas e
imposibles de cumplir, que el agua, que la tierra, que el poncho, que la cotona... Sólo
Andrés, sobre el fondo de todas aquellas inquietudes, como guía responsable,
rememoraba las enseñanzas del taita Chiliquinga: "No hay que pisar donde la chamba
está suelta, donde el agua es clara... No hay que levantar el pie sino cuando el otro está
bien firme... La punta primero para que los dedos avisen... Despacito nomás…
Despaclto... . "
Atardecía cuando la cabalgata entró en el pueblo de Tomachi. El invierno, los vientos del
páramo de las laderas cercanas, la miseria y la indolencia de las gentes, la sombra de
las altas cumbres que acorralan, han hecho de aquel lugar un nido de lodo, de basura,
de tristeza, de actitud acurrucada y defensiva. Se acurrucan las chozas a lo largo de la
única vía fangosa; se acurrucan los pequeños a la puerta de las viviendas ajugarcon el
barro podrido o a masticar el calofrío de un viejo paludismo; se acurrucan las mujeres
junto al fogón, tarde y mañana, a hervir la mazamorra de mashca o ellocro de cuchipapa;
se acurrucan los hombres de seis a seis, sobre el trabajo de la chacra, de la montaña,
del páramo, o se pierden por los caminos tras de las mulas que llevan cargas a los
pueblos vecinos; se acurruca el murmullo del agua de la acequia tatuada a lo largo de la
calle, de la acequia de agua turbia donde sacian la sed los animales de los huasipungos
vecinos, donde los cerdos hacen camas de Iodo para refrescar sus ardores, donde los
niños se ponen en cuatro para beber, donde se orinan los borrachos.
A esas horas, por la garganta que mira al valle, corría un viento helado, un viento de
atardecer de estación lluviosa, un viento que barría el penacho de humo de las chozas
que se alcanzaban a distinguir esparcidas por las laderas.
Miraron los viajeros con sonrisa de esperanza a la primera casa del pueblo -una
construcción pequeña, de techo de paja, de corredor abierto al camino, de paredes de
tapia sin enlucir, de puertas renegridas, huérfanas de ventanas.
-Está cerrada -observó el amo en tono de reproche, como si alguien debía esperarle en
ella.
-Arriero es pes don Braulio, patroncitu -informó uno de los indios.
-Arriero -respondió don Alfonso pensando a la vez: " ¿Por qué este hombre no tiene que
ver conmigo? ¿Por qué? Todos en este pueblo están amarrados por cualquier
circunstancia a la hacienda. A mi hacienda, carajo. Así decía mi padre".
En el corredor de aquella casucha que parecía abandonada hace mucho tiempo -tal era
el silencio, tal la vejez y tal la soledad-, sólo dos cerdos negros hozaban en el piso de
tierra no muy húmeda para agrandar sin duda el hueco de su cama. Más allá, en la calle
misma, unos perros esqueléticos -el acordeón de sus costillares semidesplegado-, se
disputaban un hueso de mortecina que debe haber rodado por todo el pueblo.
Cerca de la plaza, un olor a leña tierna de eucalipto y boñiga seca -aliento de animal
enfermo e indefenso- que despedían las sórdidas viviendas distribuidas en dos hileras -
podrida, escasa y desigual dentadura de vieja bruja-, envolvió a los viajeros brindándoles
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una rara confianza de protección. Del corredor de uno de esos chozones, donde colgaba
de una cuerda el cadáver despellejado y destripado de un borrego, salió un hombre -
chagra de poncho, alpargatas e ingenua curiosidad en la mirada- y murmuró en tono
peculiar de campesino:
-Buenas tardes, patrones. -Buenas tardes. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? -interrogó en
respuesta don Alfonso.
-El Calupiña, pes. -jAh! Sí. ¿y cómo te va? -Sin querer morir. ¿y su mercé? -Pasando
más o menos.
La caravana de amos e indios pasó sin dar mayor importancia a las palabras del cholo,
el cual, después de arrojar en una cesta las vísceras del borrego que tenía en las
manos, se quedó alelado mirando cómo se alejaban las poderosas figuras de la familia
Pereira. También la chola de la vivienda que lindaba con la de Calupiña -vieja, flaca y
sebosa-, a quien llamaban "mama Miche de los guaguas" por sus numerosos críos sin
padre conocido, espió con curiosidad y temor casi infantiles a los señores de
Cuchitambo, bien atrincherada tras una enorme batea repleta de fritada con tostado de
manteca. Más abajo, frente a un chozón de amplias dimensiones y menos triste que los
otros, dos muchachas -cholitas casaderas, de alpargatas y follones- gritaban en medio
de la calle con escándalo de carishinería propia de la edad. Eran las hijas del viejo
Melchor Espíndola. La menor -más repollada y prieta- sacudíase algo que se le aferraba
como un moño a la cabeza.
-jAy... Ay... Ay...!
-jEsperaaa, pes! jEsperaaa...! -chillaba la otra, tratando de dominar a su hermana como
a un niño emperrado, hasta que, con violencia de coraje y juego a la vez, logró de un
manotazo arrancar el inoportuno añadido de la cabellera de la moza más alharaquienta.
Una araña negra, negrísima, de gruesas patas aterciopeladas huyó veloz por un hueco
de una cerca de cabuyas.
El susto de las mozas carishinas se evaporó rápidamente en la sorpresa de ver a gentes
de la capital -el olor, los vestidos, los adornos, los afeites.
-Buenas tarde -dijo una.
-Buenas tardes, patrona -ratificó la otra.
-Buenas tardes, hijitas -respondió doña Blanca, poniendo una cara de víctima, mientras
don Alfonso miraba a las mozas con sonrisa taimada de sátiro en acecho.
Frente a una tienda de gradas en el umbral y penumbra que logra disimular la miseria y
la mala calidad de las mercaderías que se exhiben, se agrupaba una recua de mulas.
Era el negocio de taita Timoteo Peña -aguardiente bien hidratado para que no haga
daño, pan y velas de sebo de fabricación casera, harina de maíz, de cebada, de trigo,
sal, raspaduras y una que otra medicina, donde los arrieros solían tomarse sus copitas y
dejar las noticias recogidas por los caminos.
En la puerta del local del telégrafo, el telegrafista, un cholo menudo, nervioso y un poco
afeminado, ejercitaba en la vihuela un pasillo de principios del siglo.
Hacia el fin de la calle, en una plaza enorme y deshabitada, la iglesia apoya la vejez de
sus paredones en largos puntales -es un cojo venerable que pudo escapar del hospital
del tiempo andando en muletas-. Lo vetusto y arrugado de la fachada contrasta con el
oro del altar mayor y con las joyas, adornos y vestidos de la Virgen de la Cuchara,
patrona del pueblo, a los pies de la cual, indios y chagras, acoquinados por ancestrales
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temores y por duras experiencias de la realidad, se han desprendido diariamente de sus
ahorros para que la Santísima y Milagrosa se compre y luzca atavíos de etiqueta
celestial. .
Del curato -única casa de techo de teja-, luciendo parte de las joyas que la Virgen de la
Cuchara tiene la bondad de prestarle, salió en ese instante la concubina del señor cura -
pomposos senos y caderas, receloso mirar, gruesas facciones-, alias la sobrina" -
equipaje que trajo el santo sacerdote desde la capital-, con una canasta llena de basura,
echó los desperdicios en la acequia de la calle y se quedó alelada mirando a la
cabalgata de la ilustre familia.
La esperanza de un descanso bien ganado despertó una rara felicidad en los viajeros a
la vista de la casa de la hacienda y sus corrales y galpones -mancha blanca en el verde
oscuro de la ladera-. De la casa de la hacienda que se erguía como una fortaleza en
medio de un ejército diseminado de chozas pardas.
Cuando el mayordomo se halló frente a los patrones detuvo a raya su mula -
complemento indispensable de su figura, de su personalidad, de su machismo rumboso,
de sus malos olores a boñiga y cuero podrido-, obligándola a sentarse sobre sus patas
traseras en alarde de eficacia y de bravuconería cholas y con hablar precipitado -tufillo a
peras descompuestas por viejo chuchaqui de aguardiente puro y chicha agria-, saludó:
-Buenas tardes nos dé Dios patroncitos. Luego se quitó el sombrero, dejando al
descubierto una cabellera cerdosa que le caía a mechones pegajosos de sudor sobre la
frente.
-Buenas tardes, Policarpio. -Me muero. Semejante lluvia. Toditico el día. ¿Qué es, pes?
¿Qué pasó, pes? ¿La niña chiquita también viene?
Sin responder a la pregunta inoportuna del cholo, don Alfonso indagó de inmediato sobre
la conducta de los indios, sobre las posibilidades de adquirir los bosques, sobre los
sembrados, sobre las mingas...
-Traigo grandes planes. El porvenir de mis hijos así lo exige -concluyó el amo.
"Uuuu... Cambiado viene. ¿Cuándo pes preocuparse de nada? Ahora verán no más lo
que pasa... Los indios, los sembrados, los bosques. ¿Para qué, pes? y sus hijos... Dice
sus hijos... Una hija no más tiene. La ña Lolita. ¿A qué hijos se referirá? Tal vez la ña
grande esté embarazada. Síii... Gordita parece..." pensó el cholo Policarpio,
desconfiando de la cordura del patrón. Nunca antes le había hecho esas preguntas;
nunca antes había demostrado tanto interés por las cosas de la hacienda.
La vieja construcción campesina de Cuchitambo recibió a los viajeros con su patio
empedrado, con su olor a hierba podrido y boñiga seca, con las manifestaciones
epilépticas de los perros, con el murmullo bisbiseante de la charla quichua de las indias
servicias, con el mugir de las vacas y los terneros, con el amplio corredor de pilares
rústicos adornados con cabezas disecadas de venados en forma de capitel -perchero de
monturas, frenos, huascas, sogas, trapos-, con el redil pegado a la culata del edificio y
del cual le separaba un vallado de palos carcomidos y alambres mohosos -encierro de
ovejas y terneros- y, sobre todo, con ese perfume a viejos recuerdos -de holgura unos,
de crueldad otros, de poder absoluto sobre la indiada los más.
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Después de dejar todo arreglado en la casa de los patrones, los indios que sirvieron de
guía y bestias de carga a la caravana se desparramaron por el campo -metiéndose por
los chaquiñanes más dificiles, por los senderos más tortuosos-. Iban en busca de su
huasipungo.
Andrés Chiliquinga, en vez de tomar la ruta que le podía llevar a la choza de sus viejos -
el taita murió de cólico hace algunos años, la madre vive con tres hijos menores y un
compadre que aparece y desaparece por temporadas- se perdió en el bosque. Desde
hace dos años, poco más o menos, que el indio Chiliquinga transita por esos parajes,
fabricándose con su desconfianza, con sus sospechas, con sus miradas de soslayo y
con lo más oculto y sombrío del chaparral grande una bóveda secreta para llegar a la
choza donde le espera el amor de su Cunshi, donde le espera el guagua, donde podrá
devorar en paz la mazamorra. Sí. Va para dos años de aquello. Burló la vigilancia del
mayordomo, desobedeció los anatemas del taita curita para amañarse con la longa que
le tenía embrujado, que olía a su gusto, que cuando se acercaba a ella la sangre le ardía
en las venas con dulce coraje, que cuando le hablaba todo era distinto en su torno -
menos cruel el trabajo, menos dura la naturaleza, menos injusta la vida-. Ellos, el
mayordomo y el cura, pretendieron casarle con una longa de Filocorrales para
ensanchar así los huasipungueros del amo. jAh! Mas él les hizo pendejos y se unió a su
Cunshi en una choza que pudo levantar en el filo de la quebrada mayor. Después...
Todos tuvieron que hacerse la vista gorda. Pero el amo... El amo que había llegado
intempestivamente. ¿Qué dirá? ¿Quéee? El miedo y la sospecha de los primeros días
de su amaño volvieron a torturarle. Oyó una vez más las palabras del santo sacerdote:
"Salvajes. No quieren ir por el camino de Dios. De Taita Diosito, brutos. Tendrán el
infierno". En esos momentos el infierno era para él una poblada enorme de indios. No
había blancos, ni curas, ni mayordomos, ni tenientes políticos. A pesar del fuego, de las
alimañas monstruosas, de los tormentos que observó de muchacho en uno de los
cuadros del templo, la ausencia de los personajes anotados le tranquilizó mucho. Yal
llegar a la choza -apretada la inquietud en el alma- Andrés Chiliquinga llamó:
-jCunshiii!
Ella no estaba en la penumbra del tugurio. El grito -angustia y coraje a la vez- despertó
al guagua que dormía en un rincón envuelto en sucias bayetas.
-jCunshiii!
Desde los chaparros, muy cerca del huasipungo donde la india, aprovechando la última
luz de la tarde, recogía ramas secas para el fogón-, surgió una voz débil, asustada:
-Aaah.
-¿Dónde estáis, pes? -Recugiendu leña.
-¿Recugiendu leña, carau? Aquí ca el guagua shurandu, shurandu... -murmuró el indio
en tono de amenaza. No sabía si enternecerse o encolerizarse. Su hembra -amparo en
el recuerdo, calor de ricurishca en el jergón- estaba allí, no le había pasado nada, no le
había engañado, no había sido atropellada. Y a pesar de que la disculpa era real, a
pesar de que todo estaba a la vista, las morbosas inquietudes que él arrastraba -afán de
defender a mordiscos y puñetazos irrefrenables su amor- le obligaron a gritar:
-i Mentirosa ! -Mentiro...
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De un salto felino él se apoderó de la longa por los cabellos. Ella soltó la leña que había
recogido y se acurrucó bajo unos cabuyos como gallina que espera al gallo. Si alguien
hubiera pretendido defenderla, ella se encararía de inmediato al defensor para advertirle
furiosa: "Entrometidu. Deja que pegue, que "Amate, que haga pedazus, para esu es
maridu, para esu es cariproplu... "
Después de sacudirla y estropearla, Andrés Chiliquinga, respirando con fatiga de
poseso, arrastró a su víctima hasta el interior de la choza. y tirados en el suelo de tierra
apisonada, ella, suave y temblorosa por los últimos golpes -cuerpo que se queja y que
palpita levemente de enternecido resentimiento-, él, embrujado de cólera y de machismo
-músculos en potencia, ronquido de criminales ansias-, se unieron, creando en su fugaz
placer con- tornos de voluptuosidad que lindaba con las crispadas formas de la
venganza, de la desesperación, de la agonía.
-Ay... Ay... Ay... -Longuita.
En nudo de ternura salvaje rodaron hasta muy cerca del fogón. y sintiéndose -como de
costumbre en esos momentos- amparados el uno en el otro, lejos -narcotizante olvidode
cuanta injusticia, de cuanta humillación y cuanto sacrificio quedaba más allá de la
.choza, se durmieron al abrigo de sus propios cuerpos, del poncho empapado de
páramo, de la furia de los piojos.
La garúa del prolongado invierno agravó el aburrimiento de la familia Pereira. Cuando
amanecía sereno, don Alfonso montaba en una mula negra -la prefería por mansa y
suave- y se alejaba por la senda del chaparral del otro lado del río. Una vez en el pueblo
hacía generalmente una pequeña estación en la tienda del teniente político -cholo de
apergaminada robustez, que no desamparaba el poncho, los zapatos de becerro sin
lustrar, el sombrero capacho, el orgullo de haber edificado su casa a fuerza de ahorrar
honradamente las multas, los impuestos y las contribuciones fiscales que caían en la
tenencia política-. Sí, se tornó en costumbre de don Alfonso Pereira tomarse una copa
de aguardiante puro con jugo de limón y oía la charla, a ratos ingenua, a ratos cínica, de
la autoridad, cuando llegaba a Tomachi.
-Nadie. Nadie como yo... Yo, Jacinto Quintana... y como el tuerto Rodríguez, carajo...
Para conocer y dominar a látigo, a garrote, a bala, la sinvergüenceria y la vagancia de
los indios.
-Bien. Debe ser. -Dos o tres veces he sido capataz, pes.
-Aaaah.
Al cholo de tan altos quilates de teniente político, de cantinero y de capataz, se le podía
recomendar también como buen cristiano -oía misa entera los domingos, creía en los
sermones del señor cura y en los milagros de los santos-, como buen esposo -dos hijos
en la chola Juana, ninguna concubina de asiento entre el cholerío, apaciguaba sus
diabólicos deseos con las indias que lograba atropellar por las cunetas-, y como gran
sucio -se mudaba cada mes de ropa interior y los pies le olían a cuero podrido.
-Tome no más. Este es purito traído de tierra arriba. La Juana le prepara con hojas de
higo.
-¿y qué es de la Juana que no la veo?
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-En la cocina, pes. jJuanaa! i Aquí está el señor Cuchitambo! -Ya voooy.
Casi siempre la mujer -apetitosa humildad en los ojos, moreno de bronce en la piel,
amplias caderas, cabellos negros en dos trenzas anudadas con pabilos, brazos bien
torneados y desnudos hasta más arriba de los codos- aparecía por una puerta lagañosa
de hollín que daba al corredor del carretero donde había un poyo cargado de bateas
con chochos, pasunes y aguacates para vender a los indios. A la vista del omnipotente
caballero la chola enrojecía, se pasaba las palmas de las manos por las caderas y
murmuraba:
-¿Cómo está pes la niña grande? -Bien...
-¿ Y la niña chiquita? -Más o menos. -Aaah.
-A ti te veo más gorda, más buena moza.
-Es que me está observando con ojos de simpatía, pes. Entonces Juana pagaba la
galantería del latifundista ordenando a su marido servir una nueva copa de aguardiente
puro al visitante.
-¿Otra? -protestaba don Alfonso en tono que parecía dis- frazar un ruego.
-¿Qué es, pes? ¿Acaso hace mal? -Mal no... Pero... -Ji... Ji... Ji...
Mientras el marido iba por el aguardiente, Pereira agradecía a Juana propinándole uno o
dos pellizcos amorosos en las tetas o en las nalgas. Casi nunca en esos momentos
faltaba la presencia del menor de los hijos de la chola -año y pocos meses gateando en
el suelo y exhibiendo sus inocentes órganos sexuales-.
-Ojalá se críe robusto -comentaba el latifundista, buscando disculpar su repugnancia
ciudadana cuando el pequeño -mocoso y sucio- se le acercaba.
-Un tragón ha salido -concluía la mujer.
-Sí. Pero... -Venga. Venga mi guagüito. Los paseos del dueño de Cuchitambo
terminaban generalmente en el curato. Largas, sustanciosas ya veces entretenidas conversaciones
sostenían terrateniente y cura. Que la patria, que el progreso, que la
democracia, que la moral, que la política. Don Alfonso, en uso y abuso de su tolerancia
liberal, brindó al sotanudo una amistad y una confianza sin límites. El párroco a su vez -
gratitud y entendimiento cristianos- se alió al amo del valle y la montaña con todos sus
poderes materiales y espirituales.
-Si así fueran todos los sacerdotes del mundo sería un paraíso -afirmaba el uno.
-Su generosidad y su energía hacen de él un hombre bueno. Dios ha tocado en secreto
su corazón -pregonaba el otro.
El primer favor del párroco fue hacer que Pereira compre la parte de los hermanos Ruata
-dos chagritos huérfanos de padre y madre, que iban por la edad del casorio,
sublimaban su soltería con sonetos a la Virgen y se hallaban a merced de los consejos y
opiniones del fraile-, en los chaparrales a la entrada del bosque casi selvático. Luego
vinieron otros.
Cuando alguien se atrevía a reprochar a don Alfonso por su amistad con el sotanudo, el
buen latifundista, tirándose para atrás y tomando aire de prócer de monumento,
exclamaba:
-Ustedes no ven más allá de la nariz. Tengo mis planes. El es un factor importantísimo.
En realidad no andaba muy errado Pereira. Una tarde, a la sombra de las enredaderas
que tejían una cortina deshilvanando entre los pilares del corredor del cuarto, el párroco
y el latifundista planearon el negocio de Guamaní y los indios.
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-Este viejo Isidro tiene que ser un ladrón. La pinta lo dice... -aseguró el terrateniente.
-Es un hombre que sabe lo que vale la tierra... Lo que valen los bosques y los indios -
disculpó el cura.
-Eso no le produce nada. Nada... -¿Quién sabe?
-Monte. Ciénagos...
-E indios, mi querido amigo. -Indios.
-Además. Si usted no quiere...
El religioso echó su cabeza sobre el respaldo del asiento donde descansaba para
hundirse en una pausa un poco teatral. Debla asegurar los sucres de su comisión en el
negocio. El dinero estaba muy cerca de sus manos. Hasta Dios dice: " Agárrate que yo
te agarraré... Defiéndete que yo defenderé..." jAh! Con tal de no agarrarse de los espinos
y de las alimañas de los chaparros del viejo Isidro, estaba salvado.
-Bueno... Querer... Como querer... -murmuró don Alfonso a media voz, tratando de abrir
el silencio del sotanudo, el cual, con melosidad de burla, insistió:
-¿Con los indios?
-Claro. Usted comprende que eso sin los runas no vale nada. -i y qué runas! Propios,
conciertos, de una humildad extraordinaria. Se puede hacer con esa gente lo que a uno
le dé la gana. -Me han dicho que casi todos son solteros. Un indio soltero
vale la mitad. Sin hijos, sin mujer. sin familiares. -¿ Y eso?
-Parece que no sabe usted. ¿ y el pastoreo, y el servicio doméstico, y el desmonte, y las
mingas?
-Bueno. Son más de quinientos. Más de quinientos a los cuales, gracias a mi paciencia,
a mi fe, a mis consejos ya mis amenazas, he logrado hacerles entrar por el camino del
Señor. Ahora se hallan listos a... -iba a decir: "a la venta", pero le pareció muy duro el
término y, luego de una pequeña vacilación, continuó al trabajo. Ve usted. Los longos le
salen baratísimos, casi regalados.
-Sí. Parece...
-Con lo único que tiene que contentarles es con el huasipungo.
-Eso mismo es molestoso.
-En alguna parte tienen que vivir.
-El huasipungo, los socorros, el aguardiente, la raya. -Cuentos. Ya verá, ya verá, don
Alfonsito.
Rápidamente volvió la conversación a lo del negocio de las tierras de Guamanl.
-Como yo no tengo ningún interés y no puedo hacerme ni al uno ni al otro, trataré de
servir de lazo entre los dos propietarios. Tengo confianza. La inspiración divina guiará
vuestros pasos.
-Así espero. -Así es.
Al final, de acuerdo las partes en ofertas y comisiones, cuando todo había caído en una
confianza cínica y sin escrúpulos, el señor cura afirmó:
-Apartémonos por un instante de cualquier idea mezquina, de cualquier idea... Ji... Ji...
Ji... Parece mentira... La compra significa para usted un porvenir brillante. No sólo son
las tierras y los indios de que hemos hablado. No... En la montaña queda todavía gente
salvaje, como el ganado del páramo. Gente que no está catalogada en los libros del
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dueño, a la cual, con prudencia y caridad cristianas, se le puede ir guardando en nuestro
redil. ¿Me comprende? Yo... Yo me encargo de eso... ¿Qué más quiere?
-iAh! Gracias. ¿Pero no será una ilusión? -Conozco, sé, por eso digo. y como usted es
un hombre de grandes empresas... Entre los dos...
-Naturalmente...
La niña chiquita dio a luz sin mayores contratiempos. Dos comadronas indias y doña
Blanca asistieron en secreto a la parturienta. El problema del recién nacido se inició
cuando a la madre se le secó la leche. Don Alfonso, que a esas alturas era dueño y
señor de Guamaní y sus gentes, salvó el inconveniente gritando:
-Que vengan dos o tres longas con cría. Robustas, sanas. Tenemos que seleccionar.
El mayordomo cumplió con diligencia y misterio la orden. Y, esa misma tarde, arreando a
un grupo de indias, llegó al corredor de la casa de la hacienda que daba al patio. Los
patrones -esposa y esposo- miraron y remiraron entonces a cada una de las longas.
Pero doña Blanca, con repugnancia de irrefrenable mal humor que arrugaba sus labios,
fue la encargada de hurgar manosear tetas y críos de las posibles nodrizas para su
nieto.
-Levántate el rebozo. -Patronitica...
-Para ver no más. -Bonitica...

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SILVINA OCAMPO CUENTO LA LIEBRE DORADA

 La liebre dorada En el seno de la tarde, el sol la iluminaba como un holocausto en las láminas de la historia sagrada. Todas las liebres no...

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