martes, 6 de marzo de 2012

Premio Cervantes 1998 JOSÉ HIERRO


Premio Cervantes 1998
JOSÉ HIERRO
Poeta y crítico de arte español
(Madrid, 1922 – 2002)

Gran parte de su vida transcurrió en
Cantabria, pues su familia se trasladó a Santander cuando José contaba con apenas
dos años. Allí cursó los estudios elementales e inició la carrera de perito industrial, que
se vio obligado a interrumpir en 1936 por causa de la guerra civil. Al finalizar la guerra,
fue detenido y procesado por pertenecer a una «organización de ayuda a los presos
políticos» -uno de los cuales era su padre. Pasó cinco años en prisión en Alcalá de
Henares; fue puesto en libertad en enero de 1944.
En prisión desarrolló una intensa actividad y, en los escritos de ese período, quedaron
plasmados muchos de los sucesos vividos durante la contienda, como la muerte de su
padre, la interrupción de sus estudios y el descubrimiento de la Generación del 27, a
través de la antología de Gerardo Diego, a quien consideró su padre espiritual. Sus
primeros versos aparecen en distintas publicaciones del frente republicano.
Tras ser puesto en libertad, Hierro se trasladó con José Luis Hidalgo a Valencia, donde
se dedicó a escribir. Por aquellos años participó en la fundación de la revista Corcel y
perteneció, junto con Ricardo Gullón, al grupo fundador de la revista Proel, donde
publicó Tierra sin nosotros, su primer libro de poemas, en 1947. Ese mismo año, obtuvo
el Premio Adonais de poesía por su segunda obra, Alegría. En ambos libros hay “un
amargo poso autobiográfico que dota a su poesía de una madurez poco frecuente
en jóvenes poetas”.
Volvió a Santander, donde trabajó ejerciendo muy distintos oficios: desde
conferenciante, a tornero, listero, profesor, redactor jefe de las revistas de la Cámara
de Comercio y la Cámara Agraria... En 1949, contrajo matrimonio con María de los
Ángeles Torres. Poco después se trasladó a Madrid con su mujer y sus dos hijos
mayores. En la capital comenzó a trabajar en el CSIC, en la Editora Nacional y en el
Ateneo. Asimismo, colaboró en diversas revistas de información y en Radio Exterior de
España y Radio 3; posteriormente, se incorporó a Radio Nacional de España, en donde
permaneció hasta su jubilación, en 1987. Más adelante colaboraría en revistas como
Espadaña, Garcilaso, Juventud creadora, Poesía de España y Poesía Española, entre
otras.
Hierro ha dedicado una buena parte de su vida a la pintura, cuyo lenguaje conoce
tanto como el de la poesía. En 1944 hizo su primera crítica pictórica —sobre la obra de
Benito Ciruelos, íntimo amigo suyo que murió ese mimo año—, labor que continuó
ejerciendo en distintos medios de comunicación.
Muy pronto, Hierro empezó a recibir numerosas distinciones como reconocimiento, no
sólo a sus méritos literarios, sino también a su ejemplar actitud ante la vida: Premio
Adonais, 1947; Premio Nacional de Literatura, 1953; Premio Nacional de la Crítica, 1957;
Premio March de Poesía, 1959; Premio Príncipe de Asturias, 1981; Premio Nacional de
las Letras Españolas, 1990; Premio Reina Sofía, 1995; Doctor Honoris causa de la
Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 1995; Premio Cervantes de las Letras,
1998; Premio Europeo de Literatura Aristeión, 1999; Miembro de la Real Academia de la
Lengua, 1999. En 2002, fue nombrado doctor Honoris causa por la Universidad de Turín
y el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.
En 1950 publica Con las piedras, con el viento, el testimonio de una experiencia
amorosa abocada, también, al fracaso. Con Quinta del 42 (1953), comienza la
exploración de la vía solidaria, nunca ajena a Hierro pero, hasta ahora, sostenida en
penumbra; no es, sin embargo, la suya una poesía social al uso y, esta diferencia
desencadena, con anticipación de años, los mecanismos superadores de un realismo
que por entonces amordazaba a la poesía española.
En Cuanto sé de mí (1957) –libro que en 1974 verá una nueva edición- acentúa la
preocupación verbal, reivindica ámbitos imaginativos y se aleja de la historia y del
tiempo. Estos elementos culminan en el Libro de las alucinaciones (1964). Marcado por
una poderosa veta irracionalista que se canaliza con frecuencia en el versículo, este
poemario rompe definitivamente con las categorías espacio-temporales. En 1991
publica un nuevo libro de poemas titulado Agenda; en 1995 Emblemas
neurorradiológicos y, en 1998, Cuaderno de Nueva York, editado por Hiperión,
considerada una de las máximas obras de poesía contemporánea.
Uno de los símbolos de la poesía de Hierro es el mar, metáfora de la eternidad, sin
pasado ni presente, encarnación del instante que el poeta quiere atrapar, para hacer
de su experiencia algo irrepetible. Del mismo modo, la música constituye una parte
esencial de su poesía, que es ante todo música de las palabras, extensión de la vida.
Su obra, más intensa que extensa, constituye una síntesis del equilibrio entre el “impulso
solidario de sus temas y la relevancia artística de sus formas”. Nunca escribía en su
propia casa por lo que era normal verlo en la cafetería de Avenida Ciudad de
Barcelona, en Madrid; en ella y en otros cafés escribió toda su obra. Era sin embargo
un trabajador lento y minucioso: algunos de sus poemas tardaron años en encontrar la
forma definitiva.
Nombrado hijo adoptivo de Cantabria en 1982, fue galardonado en 1998 con el
Premio de Literatura Miguel de Cervantes.
Murió el 21 de diciembre de 2002, en Madrid, a los 80 años, en plena vitalidad poética.
El 25 de abril de 2008, la ciudad de Santander le rindió homenaje colocando un busto
del poeta en el Paseo Marítimo, junto a Puertochico, inspirado en los versos de uno de
sus poemas sobre la bahía: "Si muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar".


- 1 -CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1998
Discurso de JOSÉ HIERRO
El escenario impone. Como la ocasión, que congrega a tantas ilustres personalidades. Y
a mí, además, me paraliza pensar que debo dirigirme a tan selecta concurrencia para
distraer su atención durante unos minutos. Prometo que no serán muchos. Lo que no
puedo prometer es que no se lo parezcan.
Las acciones provocadoras en el ámbito de la cultura están pasadas de moda. Y, sobre
todo, resultan inelegantes, rayanas en la zafiedad del personaje de Larra. De no ser por
el respeto a los usos y exigencias del protocolo, yo me limitaría a agradecer su presencia
en esta acto solemne, y a continuación les invitaría a salir al puro aire primaveral para
recorrer, juntos, estos espacios y estos tiempos sucesivos -Arquitectura e Historiasimbolizadas
en unas piedras que son Patrimonio de la Humanidad. Sentiríamos
palpitación del Tiempo. No sería necesario escuchar palabra alguna, referencia a hechos
culturales, personas, -La Políglota, Cisneros-, presencia de la primitiva Universidad
Complutense en Europa...
Ese silencio deseado no es posible. A mí me corresponde romperlo. Trataré de hacerlo
sin contravenir las normas de la cortesía, la primera de las cuales se llama brevedad. En
cuanto al esquema de mi intervención el primer punto exige, tras saludarles y agradecer
su presencia, manifestar al jurado, nobleza obliga, el haberme elegido para incorporar
mi nombre a la nómina de los que ya recibieron, en ediciones anteriores, el Premio
Cervantes, del que tan orgulloso me siento. Y no sé cómo expresarlo.
No he hallado esas "pocas palabras verdaderas" machadianas que no fuesen, o lo
pareciesen, mera fórmula vacía de contenido. Ensayé algunas: "Gracias, gracias,
gracias; prometo hacerme, en adelante, digno de tan alto honor". Esta era la más
adecuada; o así me lo pareció. Pero enseguida la encontré fría. Uno está formado -o
deformado- por la palabra poética que pretende no sólo informar, sino también
persuadir, transmitir la temperatura cordial.
Así que ensayé la vía del barroquismo, el retoricismo, el floripondismo tantas veces
latente en cuantos hablamos español, y revestí la fórmula expresiva con adjetivos
solemnes y oratorios. El primero que saltó de mi pluma fue aquel "inmerecido",
aplicado al honor que el jurado me concedía.
Pero enseguida me di cuenta de que esta pareja sustantivo-adjetivo, pertenecía al
seguimiento de las expresiones automáticas y tópicas de la índole de: islas paradisíacas,
recuerdo imborrable, humeante tazón, marco incomparable... fórmulas que utilizamos
de manera habitual más de lo que nos gustaría, por lo que han ido desposeyéndose de un
encanto y sorpresa inicial. Además, en este -y en otros casos similares- era mas que
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1998
Discurso de JOSÉ HIERRO
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cortesía, ordinariez, pues insinuaría que el jurado concede la distinción a quien no la
merece, robándosela a quien poseía méritos superiores. Y agradecer el "merecido"
honor era grave pecado de vanidad.
A estas alturas de mi discurso, más de uno entre ustedes estará recordando la famosa
anécdota atribuida a Don Miguel de Unamuno, a quien reprocharon que calificase de
"merecido" el honor recibido cuando todos en circunstancias semejantes, decían
"inmerecido". "Pues tenían razón", fue la respuesta arrogante de D. Miguel. Él no se
equivocaba pues seres de esa talla son escasísimos. Lo suyo no era vanidad, sino orgullo
y objetividad. Así que, indeciso entre las fórmulas posibles, me decidí, desafiando el
riesgo de parecer seco y distante, por la fórmula "Gracias, gracias... etc." que antes
deseché. Y no crean que no seguí mirando con el rabillo del ojo el "inmerecido", que se
me escapaba de la pluma al recordar tantos creadores que, a uno y otro lado del
Atlántico de la lengua común, enriquecen nuestra literatura.
Lo malo de todo esto no es que haya perdido -y hecho perder a ustedes- el tiempo por
tiquismiquis de léxico protocolario, sino que aún no sé, sino aproximadamente cuál será
la columna vertebral de mi discurso. Sólo una cosa no tuvo duda para mí: que dar las
gracias por el Premio Cervantes, en el recinto de la histórica Universidad Complutense,
y siguiendo el ejemplo de buena parte de los escritores que lo recibieron en ediciones
anteriores, el discurso debía versar sobre algún aspecto de la creación cervantina. Pero
¿qué no se habrá dicho del autor y sus criaturas de ficción a lo largo de los casi cuatro
siglos transcurridos desde la primera salida del Caballero? Porque, inconscientemente,
cuando yo decía "Cervantes" pensaba en D. Quijote. Y ¿por qué flanco y con qué
método acosarlo?
No puede ser desde la erudición, pues para desgracia mía, no pertenezco a tan noble
gremio. Así que no iluminaré ante ustedes zonas oscuras de la obra y la vida de
Cervantes. Y bien que me gustaría tener la capacidad y conocimientos suficientes para
aportar algo concreto, no mera palabrería.
Otra vía teóricamente posible podría consistir en la vía, digámoslo así, del pensador, del
intelectual -que no tiene por qué tener forzosamente un conocimiento "profesional" del
tema -que lo asedia desde el exterior, impone su interpretación personal. Y desde ésta
llegamos a saber, más que del tema, de quien lo trata. Los retratos velazqueños interesan
más por Velázquez -la pintura- que por los modelos -la historia-. Pero también esta vía
me estaba vedada por razones obvias.
De manera que, eliminadas razones distintas pero con igual riesgo de fracaso, suelto las
riendas de mi caballo y dejo que él me lleve hasta donde su instinto se lo pida. Digamos
que se trata de una vía poética, pues la poesía es mi oficio y por ello estoy aquí. Y, se
preguntarán, alarmados, ¿qué entiende este hombre por "sistema poético"? Desde luego,
nada de la "fermosa cobertura" del Marqués de Santillana, bella desnudez disimulada
bajo las galas y el joyerío, sino algo más simple. El -para mí- proceso poético consiste
en objetivar, racionalizar, lo que en principio se manifiesta de manera vaga, musical,
como un vaho, una bruma que ha de solidificarse sometiéndola a la frialdad de la lógica.
Lo que equivale a decir que el poeta, al comenzar un poema, no sabe cuál será su
desarrollo y su fin. No "se sabe" el poema. Descubrirá lo que quería decir cuando lo
haya terminado.
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¿Por qué en este instante en que no tengo más remedio que agarrar al toro por los
cuernos, se proyectan en la pantalla de la imaginación tres figuras? Una -qué original- la
de D. Quijote, reflejada en el espejo cóncavo-convexo que da como resultado a su
contrafigura, o complemento, que se llama Sancho. A un lado del Caballero duplicado,
veo a D. Miguel de Unamuno. Al otro, a Azorín.
Lo de que D. Quijote cabalgue por estas Manchas de la memoria confusa es ilógico.
Constituye una obviedad recordar que ni Rinconete, Cortadillo, Persiles, Sigismunda,
pretendieron -no hubiesen podido- desbancar al Caballero de la Triste Figura. Sólo él
ascendió a la categoría de Mito. Fue primero criatura de la imaginación del dios Miguel
de Cervantes. Desde que el hidalgo manchego vio la luz, ya talludito, en la madrileña
clínica de Juan de la Cuesta, ingresó en el escalafón de los Mitos, junto a otros,
anteriores, coetáneos o posteriores, como Edipo, Hamlet, D. Juan, Fausto, todos, como
él, de padre conocido.
Esto de "padre conocido" no pretende ser una gracieta, una expresión jocosa de las que
tan pródigo son algunos "humoristas" (entre comillas) huéspedes de nuestras
televisiones públicas y privadas. Al utilizarla, y antes de analizarla, de justificármela,
pensaba en las dos tribus que coexisten en el país del Mito. Una, de "padre
desconocido", innegablemente, es la más antigua. Quienes la componen son figuras
humanas o monstruosas, encarnación de fenómenos naturales, misteriosos e
inexplicables para los primitivos pobladores de la Tierra. Más tarde, Egipcios y Griegos,
entre otros, los deificaron, les dieron apariencia de semidioses que no eran sino
proyecciones y representaciones humanizadas del Sol, la Muerte, el Trueno.
Los de padre conocido son fruto de la literatura, en cuyo punto de partida está la
Tragedia griega. Nacieron -insisto en la tópica expresión- como seres de ficción que
aspiraban a salir del papel en el que su creador les engendró, respirar y, dada su
compleja grandeza, convertirse en Mitos. Unos y otros, partieron de metas distintas y
coincidieron, tras una marcha penosa, en la consulta del psiquiatra en el que se liberaban
de sus complejos -Edipo,Electra, Fausto, Locura idealista- erigiéndose, sin pretenderlo,
en modelos para futuros dolientes de mente desajustada...
Lo de que D. Quijote, como Mito, haya irrumpido en mi memoria no creo que necesite
justificación. Pero ¿qué demonios pintan aquí, junto a él, don Miguel de Unamuno y
Azorín?
Avanzando a tientas, a golpe de digresión buscando algo que no sé qué es, hasta que lo
encuentro, me fijo en Unamuno. Es su retrato exagerado del gran energúmeno español,
como le llamó Ortega. Está reclutando gente para ir "a rescatar el sepulcro de D. Quijote
del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos... a rescatar el
Sepulcro del Caballero de la Locura del Poder de los Hidalgos de la Razón". D. Miguel
no dudó nunca que no fue Cervantes quien creó a D. Quijote, sino al revés.
Creación de D. Quijote, no entendió a su padre. Y lo que es peor: como era excelente
escritor, desencadenó una caterva de cervantistas quienes, como en el aforismo chino,
cuando alguien les muestra la luna no se fijan en ésta, sino en la mano que la señala. No
es extraño que, en una de sus arremetidas contra los cervantistas, que se desentienden
del héroe para diseccionar la escritura de Cervantes, proclamase, airado, que prefería
leer el Quijote en inglés.
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Para Unamuno, siempre a contracorriente, provocador, Cervantes es una criatura de D.
Quijote ("cada uno es hijo de sus obras", recordó alguna vez). Y al llegar a este punto
creo que empiezo a comprender el papel que Azorín puede interpretar en esta
disparatada comedia. Porque Azorín, buen lector por buen escritor, afirma que "el
Quijote no lo escribió Cervantes, sino la posteridad".
Ya sé que para "los Hidalgos de la Razón", guardianes del Sepulcro del Caballero, la
paradoja azoriniana, menos retorcida que la unamuniana, tiene una explicación lógica
que la hace aceptable. Porque cada época adopta un punto de vista para contemplar las
obras predestinadas a ser eternas. Las desventuras del Caballero provocaban la
carcajada de sus lectores contemporáneos. Década a década iba conquistando grandeza
y melancolía -lectura muy propia del Romanticismo- hasta llegar a convertirse mediado
el siglo XIX, en símbolo del idealismo, para los quijotistas, y en modelo de prosa, para
los cervantistas, tan despreciados por Unamuno.
Pero, ¿por qué no acudir a Miguel de Cervantes que, padre o hijo de su obra, alguna luz
podrá proyectar sobre ella? Poco importa que sea juez y parte.
Iniciemos esta indagación policiaca. Cervantes. En el prólogo a la primera edición de la
primera parte de D. Quijote, escribe... "¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado
ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de
pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró
en la cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su
habitación?" Y más adelante... "yo, que aunque parezca padre, soy padrastro de D.
Quijote,..." El resto del prólogo es una queja revestida de melancolía.
"Al cabo de tantos años como ha que duermo en el olvido, salgo ahora con todos mis
años a cuestas con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención". El sueño del
olvido ha durado veinte años: los transcurridos entre la publicación de la Galatea en
1548 y la de la primera parte del Quijote en 1605. Hagamos ahora el resumen de los
distintos parentescos. Para Unamuno, D. Quijote es el padre de Cervantes, a quien creó
para poder ser creado, por aquello de que todos somos hijos de nuestras obras. Para
Azorín, al Quijote lo escribió la posteridad, lo que le convierte en hijo de padre
desconocido. Cervantes no está seguro acerca de su parentesco con el Hidalgo
manchego: ¿padre?, ¿padrastro? Ni siquiera está seguro de su apellido -¿Quijada?,
¿Quesada?, ¿Quijana?, ¿Quijano?- ni recuerda el lugar de La Mancha que fue su cuna,
en el supuesto de que fuese el mismo en el que Cervantes tropezó con el Hidalgo cuya
edad frisaba en los cincuenta años.
Más de uno, entre cuantos tienen la paciencia de acompañarme en esta ocasión, se
preguntarán por qué me demoro navegando entre manglares y divagaciones en vez de
poner rumbo directo al puerto de llegada. Y no entenderán -yo, hasta ahora, sólo lo
vislumbro- la curiosidad que despierta en mí la cuestión del parentesco que relaciona al
autor con el personaje. El sistema del poeta, recordé antes, consiste en hacer accesible a
la razón lo que, en su origen, es música errante que ha de encadenarse al pentagrama, lo
que le permitirá ser interpretada y, en consecuencia, hacerse audible para todos, aunque
no sepan nada acerca de la música, como podemos poner en marcha un coche sin
conocer lo más elemental de mecánica.
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Sucede que por todas partes se va a Roma. Y se llega. Un astrónomo está capacitado
para predecir el día y la hora en que se producirá un eclipse de luna, pues en esos
minutos la sombra de la Tierra interpuesta, impedirá que la del sol llegue a nuestro
satélite. Un sacerdote caldeo, egipcio, maya, llegará a la misma conclusión, pero
utilizando otro sistema, a partir del hecho de que devorar lunas o soles es la actividad
predilecta de los dragones ciertos días de cada siglo. ¿Por qué si antaño el Sol se movía
alrededor de la Tierra y ahora sucede al revés las estaciones del año siguen llegando
puntualmente a su cita con equinoccios y los solsticios?, y ¿por qué el tiempo
atmosférico no acaba de disciplinarse, someterse y, como siempre, sigue siendo huidizo,
imprevisible, caprichoso y burlón? Su juego consiste en desmentir todo pronóstico: del
meteorólogo, del campesino, de las cabañuelas, del acreditado calendario zaragozano.
Por todas partes se va a Roma, sí; pero por todas partes puede no llegarse a Roma.
¿Quién puede impedir a nadie que afirme que Newton no pensó en la ley de la gravedad
al ver caer una manzana de un árbol sino que, habiéndola elaborado y formulado sobre
el papel, se vio obligado a inventar el manzano para corroborarla?
Las paradojas de Unamuno y Azorín, como la metáfora del dragón que devora al sol o a
la luna son verdades contempladas desde el otro lado. Realidades fabuladas, traducidas
a otra lengua. Y coinciden en un punto de fuga: el Quijote es anterior y posterior a
Cervantes. Cuando atinan, desatinan. Vive el Hidalgo Caballero entre nosotros como si
nunca hubiese habitado en las páginas de un libro. Es una figura familiar, ennoblecida y
añejada por la madera del tiempo. Ha cortado el cordón umbilical que le unía a su autor
y se ha fundido con la Humanidad, toda ella, cultos e incultos, de Oriente y Occidente.
Y esto es algo que -entre otros muchos rasgos- lo singulariza entre los Mitos de padre
conocido, que pueden ser conocidos y admirados, pero no populares (no imagino a un
analfabeto inglés pensando en Hamlet cuando debe tomar una decisión y si, en cambio,
a un analfabeto español calificar de "quijotada" a cualquier decisión locamente
idealista). A diferencia de los Mitos de origen literario, D. Quijote es un ser de carne y
hueso, no un arquetipo que vive a salto de mata entre páginas y páginas eruditas y acaba
por dar nombre a un complejo. El Quijote tiene esa fuerza de impregnación popular que,
como el Romancero, hace que no nos parezca obra de una sola persona, sino acarreo de
generaciones sucesivas. Los años no le han hecho perder su lozanía. Tal vez D. Juan sea
el Mito que más se le aproxime, pero se ha quedado más cerca de lo arquetípico.
No es hijo de ninguno de los padres conocidos -desde antes de Tirso hasta después de
Zorrilla- que lo han prohijado, aprovechándose de su desamparo. Pero todos hubieron
de contentarse con realizar unas variaciones personales sobre un tema dado, (y
desaprovechado); resignarse a ser Avellanedas de una criatura que no halló a su
Cervantes.
Esta criatura, confesaba su autor, fue engendrada en la cárcel. "Un hijo seco y
avellanado". Tras la declaración inicial de paternidad, vuelve sobre ella para
transmitirnos su propia duda acerca del vínculo que los une: ¿Hijo?, ¿Hijastro?
Comenzada la novela surgen nuevas imprecisiones. El sobrenombre de Sancho -Panza o
Zancas, como aparece en los papeles del historiador arábigo Cide Hamete Benefeli-
También es dudoso para el narrador pues "con esos dos sobrenombres le llama algunas
veces la Historia". En cuanto a la duda acerca del verdadero apellido de don Quijote,
Cervantes alude a los "autores de esta tan verdadera historia". Autores, así, en plural, lo
que lo sitúa, mágicamente en la órbita de las obras de creación colectiva, que antes
recordé.
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Sí: ya sé algo de esos recursos fabuladores del contador de historias reales o
imaginarias. Le sirven para dar mayor verosimilitud, o crear enigmas que animen al
lector a seguir adelante. En nuestro siglo no son pocas las novelas y las películas que
basan su publicidad en el hecho de que lo que se cuenta en ellas ha sucedido realmente.
El truco es antiguo. Muy cerca tenía Cervantes el ejemplo de Fernando de Rojas que
halló por casualidad el primero -y único- acto de aquella tragicomedia que hubiese sido
divina de haber escondido más lo humano. Trucos, recursos, malabarismo, mentiras...
Pero la mentira deliberada puede ser una verdad simétrica, una verdad traducida a una
lengua de código muy distinto. A partir de un punto, podemos trazar radios alrededor.
Cada uno es una mentira posible. ¿Por qué el autor elige, entre las infinitas mentiras
posibles, una determinada? ¿No será que mentir equivale a expresar una verdad que el
mentiroso ignora que lo es?
Nadie en su sano juicio permitiría la entrada del autor Cervantes en su novela. Lo hace
dando la cara, con digresiones acerca de documentos perdidos en los que están escritos
los trabajos, locuras y desventuras de D. Quijote. Sus poesías las adjudica a pastores
enamorados, aunque cuando más se delata es al aparecer disfrazado de Cautivo que
regresa a la patria. Nadie en su sano juicio, repito... pero ahora advierto que me dejé
llevar por el tópico léxico, y que lo que quería decir es que sólo el loco de atar
permitiría que Cervantes se mezclase con sus personajes. Porque estamos entre
Caballeros de la Locura, no de la Razón, entre fabuladores que restituyen a sus
probables autores los personajes y vidas y sucesos de que se apropió Cervantes. Por eso
Unamuno, en su "Vida de Don Quijote y Sancho" despacha sin comentario alguno los
capítulos XXXIX al XLII, precisamente los más autobiográficos, en los que Cervantes
evoca su cautiverio en Argel. Unamuno ni siquiera se detiene a ensalzar las acciones
valerosas, arriesgadas, solidarias del Soldado Miguel de Cervantes ("a la guerra me
lleva/la necesidad...") a pesar de saber que se trata de un hijo, de D. Quijote, poeta, autor
dramático, novelista... actividades que desconocían sus compañeros de armas y que,
veinte años más tarde, otros, que sí habían tenido noticia de ellas, comenzaban a olvidar.
Aquel escritor que prometía, era un ser a contratiempo. Gentes nuevas lo expulsaron del
Corral de Comedias. Y del Parnaso, al que llevó una tropa inacabable de poetas, en acto
de generosidad excesiva y mínimo sentido crítico.
En esta recta final, todos los datos concuerdan. Da lo mismo que estemos ante el
negativo o el positivo, ante la radiografía o la fotografía. Fabulación y erudición, mago
y científico llegan a las mismas conclusiones por caminos convergentes, como en el
mundo de los Guermantes. Todo se puede decir de una manera o de la simétrica
invertida en el espejo del agua. Para el creyente, Dios hizo al ser humano; para el ateo,
el ser humano hizo a Dios, porque lo necesitaba (y no es el momento de someter a
votación quién lo hizo mejor, pues la Razón, como saben los quijotistas no lo explica
todo, como creen los cervantistas).
Si se pudiesen realizar operaciones con cantidades heterogéneas, la conclusión podría
ser que el ser humano al crear a Dios estuvo más acertado que Dios al crear a los
humanos: basta con asomarse a las páginas de los periódicos o a las pantallas de los
televisores, echar una ojeada sobre el mundo, para comprobarlo. Pero es un argumento
propio de los más zafios hidalgos de la Razón.
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¿Cervantes, criatura de D. Quijote? ¿D. Quijote, criatura de la posterioridad? En este
embrollo, ¿qué papel interpreta Cervantes, el Manco que escribe a través de mil manos
anónimas, desde el pasado y desde el porvenir, un libro que es un milagro y un enigma
como el del origen del Universo, el del homo sapiens? ¿Dónde estará el instante
primero, el Big Bang, el eslabón perdido?
Yo tomo mi penacho y mi báculo de chamán por la senda del desvarío. Cuento la
verdadera falsa historia de la creación de D. Quijote. Uno hijo -recordémosloengendrado
en la cárcel, nos dice su padre Cervantes. Subrayo engendrado, no parido.
(No me vengan los hidalgos de la Razón con que el hombre no pare y me obliguen a
justificar la metáfora aduciendo el testimonio de tantos escritores que han comparado la
felicidad y el dolor de crear con los del parto).

lunes, 5 de marzo de 2012

MEDITACIONES: DE MARCUS AURELIUS. Continuación del LIBRO II.





MARCUS AURELIUS.
Si existe un libro que me ha conmovido enormemente es este: LAS MEDITACIONES DE MARCUS AURELIUS. 
Las meditaciones de Marcus Aurelius son un precepto de vida, de ética, moral, de la serenidad de espíritu, de estoicismo en el más riguroso concepto. El destino lo arrojó a ser Emperador Romano pero, el por derecho propio se erigió como uno de los grandes filósofos del imperio.
Trataré de "postear" en la medida posible todas las semanas fragmentos de LAS MEDITACIONES DE MARCUS AURELIUS para reflexión de todos ustedes y mía también. 

 Marco Aurelio Antonino Augusto2 (apodado "El Sabio") (26 de abril de 1213 – 17 de marzo de 180) nacido en Roma, fue emperador del Imperio romano desde el año 161 hasta el año de su muerte en 180. Fue el último de los llamados Cinco Buenos Emperadores, tercero de los emperadores Hispanos y es considerado como una de las figuras más representativas de la filosofía estoica.
Su gobierno estuvo marcado por los conflictos militares en Asia frente a un revitalizado Imperio parto y en Germania Superior frente a las tribus bárbaras asentadas a lo largo del Limes Germanicus, en la Galia y a lo largo del Danubio. Durante el período de su imperio tuvo que hacer frente a una revuelta en las provincias del Este liderada por Avidio Casio a la cual aplastó.
La gran obra de Marco Aurelio, Meditaciones, escrita en griego helenístico durante las campañas de la década de 170, todavía es considerada como un monumento al gobierno perfecto. Es descrita como "una obra escrita de manera exquisita y con infinita ternura".4



MEDITACIONES: DE MARCUS AURELIUS. Continuación del LIBRO II.

11. En la convicción de que puedes salir ya de la vida,
haz, di y piensa todas y cada una de las cosas en consonancia
con esta idea. Pues alejarse de los hombres, si existen
dioses, en absoluto es temible, porque éstos no podrían sumirte
en el mal. Mas, si en verdad no existen, o no les importan
los asuntos humanos, ¿a qué vivir en un mundo vacío
de dioses o vacío de providencia? Pero si existen, y les importan
las cosas humanas, y han puesto todos los medios a
su alcance para que el hombre no sucumba a los verdaderos
males. Y si algún mal quedara, también esto lo habrían previsto,
a fin de que contara el hombre con todos los medios
para evitar caer en él. Pero lo que no hace peor a un hombre,
¿cómo eso podría hacer peor su vida? Ni por ignorancia
ni conscientemente, sino por ser incapaz de prevenir o corregir
estos defectos, la naturaleza del conjunto lo habría consentido.
Y tampoco por incapacidad o inhabilidad habría
cometido un error de tales dimensiones como para que les
tocaran a los buenos y a los malos indistintamente, bienes y
males a partes iguales. Sin embargo, muerte y vida, gloria e
infamia, dolor y placer, riqueza y penuria, todo eso acontece
indistintamente al hombre bueno y al malo, pues no es ni
bello ni feo. Porque, efectivamente, no son bienes ni males.


12. ¡Cómo en un instante desaparece todo: en el mundo,
los cueφos mismos, y en el tiempo, su memoria! ¡Cómo es
todo lo sensible, y especialmente lo que nos seduce por placer
o nos asusta por dolor o lo que nos hace gritar por orgullo;
cómo todo es vil, despreciable, sucio, fácilmente destructible
y cadáver! ¡Eso debe considerar la facultad de la
inteligencia! ¿Qué son esos, cuyas opiniones y palabras
procuran buena fama^^...? ¿Qué es la muerte? Porque si se

la mira a ella exclusivamente y se abstraen, por división de
su concepto, los fantasmas que la recubren, ya no sugerirá
otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y si alguien teme
la acción de la naturaleza, es un chiquillo. Pero no sólo
es la muerte acción de la naturaleza, sino también acción
útil a la naturaleza. Cómo el hombre entra en contacto con
Dios y por qué parte de sí mismo, y, en suma, cómo está
dispuesta esa pequeña parte del hombre.


13. Nada más desventurado que el hombre que recorre
en círculo todas las cosas y «que indaga», dice, «las
profundidades de la tierra» y que busca, mediante
conjeturas, lo que ocurre en el alma del vecino, pero sin
darse cuenta de que le basta estar junto a la única divinidad
que reside en su interior y ser su sincero servidor. Y
el culto que se le debe consiste en preservarla pura de
pasión, de irreflexión y de disgusto contra lo que procede
de los dioses y de los hombres. Porque lo que procede
de los dioses es respetable por su excelencia, pero lo que
procede de los hombres nos es querido por nuestro parentesco,
y a veces, incluso, en cierto modo, inspira compasión,
por su ignorancia de los bienes y de los males,
ceguera no menor que la que nos priva de discernir lo
blanco de lo negro.


14. Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas
veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde
otra vida que la que vive, ni vive otra que la que
pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto
confluyen en un mismo punto. El presente, en efecto,
es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y
^^ Palabras de Píndaro, citado por PI.ATÓN en el Teeteto, 174 b.

lo que se separa es, evidentemente, un simple instante.
Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder, porque
lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien?
Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas:
una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual
y describe los mismos círculos, y nada importa que se
contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un
tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más
tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica
pérdida. Porque sólo se nos puede privar del presente,
puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee,
no lo puede perder.


15. «Que todo es opinión»Evidente es lo que se dice
referido al cínico Mónimo^^. Evidente también, la utilidad
de lo que se dice, si se acepta lo sustancial del dicho, en la
medida en que es oportuno.


16. El alma del hombre se afrenta, sobre todo, cuando,
en lo que de ella depende, se convierte en pústula y
en algo parecido a una excrecencia del mundo. Porque
enojarse con algún suceso de los que se presentan es
una separación de la naturaleza, en cuya parcela se albergan
las naturalezas de cada uno de los restantes seres.
En segundo lugar, se afrenta también, cuando siente
aversión a cualquier persona o se comporta hostilmente
con intención de dañarla, como es el caso de las naturalezas
de los que montan en cólera. En tercer lugar, se
afrenta, cuando sucumbe al placer o al pesar. En cuarto
lugar, cuando es hipócrita y hace o dice algo con fic-
MI:NANDRO, f r a g m e n t o 2 4 9 KOCK.
^^ Mónimo, filósofo cínico, discípulo de Diógenes y Grates.

ción O contra la verdad. En quinto lugar, cuando se desentiende
de una actividad o impulso que le es propio,
sin perseguir ningún objetivo, sino que al azar e inconsecuentemente
se aplica a cualquier tarea, siendo así
que, incluso las más insignificantes actividades deberían
llevarse a cabo referidas a un fin. Y el fin de los
seres racionales es obedecer la razón y la ley de la ciudad
y constitución más venerable.


17. El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia,
fluyente; su sensación, turbia; la composición del
conjunto del cueφO, fácilmente corruptible; su alma, una
peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama,
indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece
al cueφo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del alma;
la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama
póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía?
Única y exclusivamente la filosofía. Y ésta consiste en
preservar el guía"2^^ interior, exento de ultrajes y de daño,
dueño de placeres y penas, sin hacer nada al azar, sin
valerse de la mentira ni de la hipocresía, al margen de lo
que otro haga o deje de hacer; más aún, aceptando lo que
acontece y se le asigna, como procediendo de aquel lugar
de donde él mismo ha venido. Y sobre todo, aguardando
la muerte con pensamiento favorable, en la convicción
de que ésta no es otra cosa que disolución de elementos
de que está compuesto cada ser vivo. Y si para los mismos
elementos nada temible hay en el hecho de que cada
uno se transforme de continuo en otro, ¿por qué recelar
de la transformación y disolución de todas las cosas? Pues


2-El daímon o genio o divinidad.



esto es conforme a la naturaleza, y nada es malo si es
conforme a la naturaleza.
En Camunto'^^
Ciudad de Panonia situada junto al río Danubio, residencia habitual
de Marco Aurelio durante la campaña de 170-174, en la que asumió personalmente
las funciones de j e f e del ejército. Según Farquharson, esta localización
debe encabezar el libro siguiente.




domingo, 4 de marzo de 2012

ANATOLE FRANCE: Premio Nobel de Literatura 1921.

«...en reconocimiento a sus brillantes logros literarios, que se caracterizan por una nobleza de estilo, una profunda simpatía humana, elegancia y un temperamento galo verdadero». 
(Fallo del jurado)


Este es parte del razonamiento literario para otorgarle a Anatole France, el Premio Nobel de Literatura. Al año siguiente su compatriota - y un verdadero gigante de las letras moría- me refiero a Marcel Proust.


ANATOLE FRANCE




Actualmente, poco leído Anatole France marcó indudablemente una pauta de escritura en la Francia de aquel momento. Sin embargo, sus textos narrativos en la actualidad no son referentes de culto como lo son: Balzac, Proust, Baudelaire, Rimbaud y otros franceses.



Anatole France es el seudónimo de Jacques Anatole François Thibault (1844-1924), novelista y premio Nobel francés, considerado frecuentemente como el mejor escritor francés de finales del siglo XIX y principios del XX.
France nació el 16 de abril de 1844, en París. Estudió en la escuela Stanislas de París, aunque la mayor parte de su educación fue autodidacta. Desde muy joven fue un lector insaciable. Sus primeros libros publicados fueron Poemas dorados (1873) y la obra teatral en verso El puente de Corinto (1876). No consiguió, sin embargo, un estilo depurado hasta su primera novela, El crimen de Silvestre Bonnard (1881), en la cual hacía gala de habilidad estilística, de sutil y mordaz ironía y de genuina compasión, características todas ellas que formaron parte de su posterior producción. France produjo muchas novelas, obras de teatro, poemas, ensayos de crítica y filosofía e investigaciones históricas. Fue nombrado miembro de la Académie Française en 1896 y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1921.
En 1883 se unió a Madame Arman de Caillavet, la cual le inspiró gran cantidad de trabajos y promocionó sus escritos ayudándose de sus amplias relaciones sociales. Entre las obras de esta etapa intermedia cabe destacar los ensayos críticos La vida literaria (1888), las novelas Thaïs, cortesana de Alejandría (1890) y El Lirio rojo (1894) y la tetralogía de novelas Historia contemporánea (1897-1901), un ácido análisis de los corrosivos efectos del caso Dreyfus en la sociedad francesa. Anatole France se encontraba entre los intelectuales franceses que exigieron, con éxito, la exculpación de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés acusado de traición.
En sus últimos trabajos se convirtió en defensor de causas humanitarias, mediante elocuentes defensas de los derechos civiles, de la educación popular y de los derechos de los trabajadores, a la vez que atacó con amargas y brillantes sátiras los abusos políticos, económicos y sociales de su época. A pesar de sus polémicas, las elegantes y profundas cadencias, así como su maestría en el uso del lenguaje evidencian la devoción de France hacia las formas clásicas. Entre las obras que demuestran su arraigada conciencia social y su elocuencia clásica destacan las novelas alegóricas La isla de los pingüinos (1880) y La revolución de los ángeles (1914), y un relato sobre el reinado del Terror durante la Revolución Francesa, Los dioses tienen sed (1912).
Anatole France murió en Tours el 13 de octubre de 1924.


De este autor el lector puede bajar la novela: LA REBELIÓN D ELOS ÁNGELES (Anatole France logra una espléndida y divertida metáora sobre la eterna lucha entre el bien y el mal, dando la vida simplemente a los viejos espíritus familiares de la teología cristiana),  en digital.

sábado, 3 de marzo de 2012

ADÁN.



Nombre completo
François-Marie Arouet
Nacimiento
Defunción
30 de mayo de 1778, 83 años
París, Francia
Voltaire
Ocupación
Nacionalidad
Período
Lengua de producción literaria
Francés
Movimientos


ADÁN. Mucho se ha hablado y escrito sobre Adán y Eva. Los rabinos han divulgado multitud de historietas sobre Adán y resultaría tan vulgar repetir lo que otros dijeron, que vamos a aventurar respecto a Adán una idea que se nos antoja nueva o que al menos no se halla en los autores antiguos, en los Padres de la Iglesia, ni en ningún predicador teólogo conocido. Me refiero al total silencio que sobre Adán guardó toda la tierra habitable, excepto Palestina, hasta la época en que empezaron a conocerse en Alejandría los libros hebreos, cuando se tradujeron al griego en el reinado de los Tolomeos. Pero, aun entonces, fueron poco conocidos. Los libros de entonces eran escasos y caros. Además, los judíos de Jerusalén estaban tan enfadados con los de Alejandría, proferían tantas acusaciones por haber traducido la Biblia en lengua profana, les injuriaban tanto por ello, que los hebreos alejandrinos ocultaron esa traducción mientras les fue posible. Buena prueba de ello es que ningún autor griego ni romano la menciona hasta el reinado del emperador Aurelio.

El historiador Josefo, al responder a Apión (Historia antigua de los judíos, lib. I, capítulo IV), confiesa que los judíos estuvieron mucho tiempo sin tener trato alguno con las demás naciones. Son sus palabras: «Habitamos un territorio muy lejos del mar. No nos dedicamos al comercio y no nos comunicamos con los demás pueblos. No es, pues, de extrañar que nuestra nación, apartada del mar y sin haberse ocupado de escribir, sea tan poco conocida».

A nosotros sí que nos extraña que Josefo diga que su nación hacía alarde de no escribir cuando tenía publicados ya veintidós libros canónicos, sin contar el Targum de Onkelos. Aunque debemos considerar que veintidós volúmenes muy pequeños nada significaban comparados con el gran número de libros que componían la biblioteca de Alejandría, cuya mitad fue quemada en la guerra de César. De lo que no cabe duda es que los judíos habían escrito y leído muy poco, eran profundamente ignorantes en astronomía, geometría, geografía y física, no conocían la historia de los demás pueblos y que empezaron a instruirse en Alejandría. Su lengua era una mezcla bárbara del antiguo fenicio y de caldeo corrompido, y tan pobre que carecía de algunos de los modos en la conjugación de los verbos.

Por lo tanto, al no comunicar a ningún extranjero sus libros ni sus títulos, ningún habitante de la tierra a excepción de ellos había oído hablar de Adán, Eva, Abel, Caín y Noé. Sólo Abrahán, con el tiempo, llegó a ser conocido en los pueblos orientales, pero ningún pueblo antiguo creía que Abrahán o Ibraim fueran el tronco del pueblo hebreo

Tan insondables son los designios de la Providencia que el género humano ignoró a su padre y a su madre hasta tal punto que los nombres de Adán y Eva no se encuentran en ningún autor griego, en Grecia, Roma, Persia, Siria, ni en la misma Arabia, hasta la época de Mahoma. Dios permitió que los títulos de la gran familia humana los conservara la más pequeña y desventurada parte de la misma.

¿Cómo es posible que a Adán y Eva los desconocieran todos sus hijos? ¿A qué se debe que no hallemos en Egipto ni en Babilonia ningún rastro, ninguna tradición de nuestros primeros padres? ¿Por qué Orfeo, Limus y Tamaris no se ocupan de ellos? De haber sido citados nos lo hubieran dicho Hesiodo y Homero, que se ocupan de todo excepto de estos protoautores de la raza humana.

Clemente de Alejandría, que nos ha legado tan valiosos testimonios de la Antigüedad, hubiera mencionado en algún pasaje a Adán y Eva. Eusebio, en su Historia Universal, que nos ofrece las pruebas más remotas de esa misma Antigüedad hubiera podido siquiera aludir a nuestros primeros padres. Está probado, pues, que fueron por completo desconocidos de las naciones antiguas.

En el libro de los brahmanes titulado el Ezour‑Veidam se encuentran el nombre de Adimo y el de Procriti, su mujer. Si Adimo tiene algún parecido con Adán, los hindúes contestan a esto: «Fuimos una gran nación establecida en las riberas del Indo y en las del Ganges, muchos siglos antes que la horda hebrea se estableciera en las orillas del Jordán. Los egipcios los persas y los árabes venían a aprender de nuestro pueblo y a comerciar con él cuando los judíos eran todavía desconocidos para el resto de los hombres; es obvio, pues, que no pudimos copiar nuestro Adimo de su Adán. Nuestra Procriti en nada se parece a su Eva, y por otro lado su historia es completamente distinta. Es más, el Vedas, cuyo comentario es el Ezour‑Veidam, pasa entre nosotros por ser más antiguo que los libros judíos, y el Vedas es una nueva ley dictada a los brahmanes mil quinientos años después de la primera, llamada Shasta».

Esas son, poco más o menos, las objeciones que los brahmanes suelen oponer, aún hoy, a los comerciantes de nuestros países que van a la India y les hablan de Adán y Eva, Abel y Caín.

El fenicio Sanchoniathon, que vivía indudablemente antes de la época en que situamos a Moisés, y que Eusebio cita como autor auténtico, atribuye diez generaciones a la raza humana, al igual que Moisés, hasta la época de Noé. Pues bien, al reseñar esas diez generaciones no habla de Adán y Eva, de ninguno de sus descendientes y ni siquiera de Noé. Pero aún hay más, los nombres de los primeros hombres, sacados de la traducción griega que hizo Filón de Biblos, son: Kou, Genos, Fox, Libau, Uson, Halieus, Chrisor, Tecnites, Agrove y Anime. Ellos constituyen las diez primeras generaciones. En ninguna de las antiguas dinastías de Caldea, ni en las de Egipto, encontramos el nombre de Adán ni el de Noé. En resumen, todo el mundo antiguo calla su existencia.

Preciso es confesar que no ha habido ejemplo alguno de semejante olvido. Todos los pueblos se han atribuido orígenes legendarios, creyendo raras veces en su origen verdadero. Es incomprensible que el padre de todas las naciones de la tierra fuera desconocido durante muchísimo tiempo; su nombre debía haber corrido de boca en boca de un extremo a otro del mundo, siguiendo el curso natural de las cosas humanas. Humillémonos ante los decretos de la Providencia que permitió tan asombroso olvido.

Todo fue misterioso y recóndito en la nación que dirigía Dios, en la nación que abrió el camino del cristianismo, y que fue el olivo borde en el que se injertó el olivo cultivado. Los nombres de los progenitores del género humano, desconocidos para los hombres, deben ocupar la categoría de los grandes misterios.

Me atrevo a afirmar que fue necesario un verdadero milagro para cerrar los ojos y oídos de todos los pueblos, y destruir en ellos la memoria y hasta el vestigio de su primer padre. ¿Qué hubieran respondido César, Antonio, Craso, Pompeyo Cicerón, Marcelo y Metelo al infeliz judío que, al venderles un bálsamo, les hubiera dicho: «Todos nosotros descendemos del padre común llamado Adán»? El Senado romano en pleno le hubiera contestado: «Enseñadnos nuestro árbol genealógico». Entonces el judío hubiera aducido las diez generaciones hasta Noé, hasta la inundación de todo el Globo por el diluvio, que también fue otro secreto. El Senado le hubiera objetado preguntándole cuántas personas había dentro del arca para alimentar a todos los animales en diez meses y todo el año siguiente, durante el cual no se podrían procurar ninguna clase de alimento. El judío les contestaría: «Había en el arca ocho personas, Noé y su mujer, sus tres hijos Sem, Cam y Jafet, y las esposas de éstos. Toda esa familia descendía de Adán por línea directa».

Cicerón se habría enterado a no dudar de los monumentos y testimonios irrefutables que Noé y sus hijos hubieran dejado en el mundo de nuestro padre común. Después del diluvio, en toda la tierra hubieran resonado los nombres de Adán y de Noé, el uno como padre y el otro como restaurador de las razas humanas, sus nombres hubieran salido de todas las bocas en cuanto hablaran, figurarían en todos los pergaminos que se escribieran y en las puertas de los templos que se edificaran, en las estatuas que se les erigieran. «Conocíais tan trascendental secreto y nos lo habéis ocultado», exclamaría el Senado, y el judío replicaría: «Es que los hombres de mi nación somos puros y vosotros sois impuros». El senado romano se echaría a reír o mandaría que azotaran al judío. ¡Tan aferrados están los hombres a sus prejuicios!

La piadosa Madame de Bourignon afirma que Adán fue hermafrodita como todos los primeros hombres del divino Platón. Dios reveló ese gran secreto a la devota dama, pero como no me lo ha revelado a mí, no me ocuparé de él. Los rabinos judíos que leyeron los libros de Adán conocen el nombre de su preceptor y el de su segunda mujer, pero como tampoco he leído los libros de nuestro primer padre tampoco trataré de ellos. Algunos espíritus hueros, aunque muy instruidos, se asombran al leer en el Veda de los antiguos brahmanes que el primer hombre fue creado en la India, que se llamaba Adimo, que significa engendrador, y que su mujer se llamaba Procriti, que significa vida. Aseguran que la secta de los brahmanes es más antigua que la de los judíos y que éstos sólo pudieron escribir bastante más tarde en lengua cananea, puesto que ellos se establecieron muy tarde en el pequeño país de Canaán. Añaden que los hindúes siempre fueron inventores, que los judíos siempre imitaron; que aquéllos fueron ingeniosos y éstos zafios; que no se comprende que Adán, que era rubio y de pelo largo, fuera el padre de los negros, que son del color de la tinta y tienen por pelo lana negra y encrespada. Y no sé cuántas cosas más. Yo nada digo sobre esto. Dejo estas indagaciones al reverendo padre Berruyer, de la Compañía de Jesús, que es el autor más inocente que he conocido. Quemaron su obra porque juzgaron que quiso poner la Biblia en ridículo. Pero yo no puedo creer que tuviera ingenio para ello.

No vivimos ya en un siglo en que pueda examinarse seriamente si Adán poseyó o no la ciencia infusa. Los que promovieron durante mucho tiempo esta cuestión era porque carecían por igual de ciencia infusa y de ciencia adquirida.

Resulta tan difícil saber en qué época se escribió el libro del Génesis que habla de Adán, como conocer la fecha de los Vedas y de otros antiguos libros asiáticos. Pero es importante notar que no permitían a los judíos leer el primer capítulo del Génesis antes de cumplir los veinticinco años. Muchos rabinos dicen que la creación de Adán y Eva y su historia sólo es una alegoría. Todas las naciones antiguas conocidas han ideado alegorías semejantes, y como por un acuerdo singular, que denota la debilidad de nuestra naturaleza, todas han explicado el origen del mal moral y del mal físico de forma muy parecida. Los caldeos, los indios, los persas y los egipcios se han explicado casi de igual modo la mezcla del bien y del mal inherente a la naturaleza humana. Los judíos que salieron de Egipto conocían la filosofía alegórica de los egipcios; más tarde mezclaron sus vagos conocimientos adquiridos con los que aprendieron de los fenicios y de los babilonios durante su larga esclavitud. Ahora bien, como es natural y lógico que el pueblo grosero imite groseramente las ideas de un pueblo civilizado, no debe extrañar que los judíos inventaran que la primera mujer fue formada de la costilla del primer hombre, que soplase Dios en el rostro de Adán el espíritu de la vida, que prohibiera Dios comer el fruto de cierto árbol y que el quebranto de esta prohibición produjera la muerte, el mal físico y el mal moral. Imbuídos en la idea que adquirieron en pueblos más antiguos de que la serpiente es un ser muy astuto, le atribuyeron fácilmente el don de la inteligencia y el don de la palabra.

Este pueblo, que por estar arraigado en un rincón de la tierra la creía larga, estrecha y plana, pensó también que todos los hombres descendían de Adán sin suponer siquiera que pudieran existir los negros, cuyo aspecto es muy distinto del nuestro, y sin imaginar que éstos ocupaban vastas regiones. Como tampoco podían imaginar la existencia de América.

Es sumamente extraño que se permitiera al pueblo judío leer el Exodo, pródigo en milagros, y no les dejaran leer antes de los veinticinco años el primer capítulo del Génesis, en el que todo es milagroso porque trata de la creación. Debió ser, por el modo singular de expresarse el autor en el primer versículo: «En el principio hicieron los dioses el cielo y la tierra» (1). Temían, sin duda, dar ocasión a los judíos jóvenes para que adorasen múltiples dioses. Esto pudo ser también porque Dios, que creó al hombre y a la mujer en el primer capítulo, los rehace en el segundo, y no querían que la juventud se enterase de esta apariencia de contradicción. O porque se dice en este capítulo que los dioses hicieron al hombre a su imagen y semejanza y esta frase presentaba a los ojos de los judíos un Dios demasiado corporal. O porque diciéndose en el susodicho capítulo que Dios sacó una costilla a Adán para formar a la mujer, los muchachos que no se chuparan el dedo se palparían las costillas y verían que no les faltaba ninguna. O acaso también porque Dios, que acostumbraba a pasearse al mediodía por el jardín del Edén, se burló de Adán después de su caída y su tono satírico pudiera inspirar a la juventud afición a las burlas. Cada línea del capítulo en cuestión proporciona razones plausibles para prohibir su lectura, pero si nos fundamos en dichas razones no se comprende cómo se permitió la lectura de los demás capítulos. A pesar de todo, siempre resulta sorprendente que los judíos no

(1) Los dioses esta es la exacta traducción de la palabra elohim. Con frecuencia se cita esa palabra para demostrar que la lengua hebrea fue hablada en época muy antigua por algún pueblo politeísta. pudieran leer el referido capítulo hasta los veinticinco años.

No nos ocuparemos aquí de la segunda mujer de Adán, llamada Lilith, que los rabinos le atribuyen, porque reconocemos que sabemos muy pocas anécdotas de su familia.

viernes, 2 de marzo de 2012

EL CEMENTERIO DE PRAGA Umberto Eco



UMBERTO ECO.
Crítico literario, semiólogo y novelista italiano.

Nació el 5 de enero de 1932 en la ciudad de Turín. Licenciado en filosofía por la Universidad de dicha ciudad, se gradúa en 1954 y a partir de ese año es profesor de estética y semiótica en universidades como las de Milán, Bolonia, Florencia y Turín.

Se da a conocer a partir de su tesis El problema estético en Santo Tomás de Aquino (1956). Algún tiempo después, ejerció dando clases en la Universidad de Milán durante dos años, antes de convertirse en profesor de Comunicación visual en Florencia en 1966. Fue en esos años cuando publicó sus importantes estudios Obra abierta (1962) y La estructura ausente (1968).

Con Obra abierta (1962) se orienta hacia la investigación de los sistemas de significación y los procesos de comunicación. Desarrolla otras obras como Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas (1965), La forma y el contenido (1971), El signo (1973), Tratado de Semiótica General (1975), El super-hombre de masas (1976) y Desde la periferia al imperio (1977).

Al mismo tiempo que sus trabajos teóricos sobre el análisis de los signos y los significados ha influido y creado escuela en círculos académicos, Eco se ha hecho popular a través de dos novelas, El nombre de la rosa (1981) una historia detectivesca que se desarrolla en un monasterio en el año 1327, llevada al cine en 1986 por el director francés Jean-Jacques Annaud, en la que aúna a su erudición, la fuerza narrativa de una sensibilidad que para muchos poco tiene que ver con el rigor académico de sus obras anteriores, y El péndulo de Foucault (1988), una fantasía acerca de una conspiración secreta de sabios, construida en torno a temas esotéricos y desde una perspectiva ideológica, propicia una revaloración del arte narrativo del siglo XX.

Estas novelas se basan en los amplios conocimientos que Eco ha ido adquiriendo sobre filosofía y literatura.

En 1995 se publica su novela La isla del día de antes y en 1998 Cinco escritos morales. En 2001 publicó la novela Baudolino.

En febrero de 2000 creó en Bolonia la Escuela Superior de Estudios Humanísticos. La `Superescuela`, como se la conoce ya en Italia, es una iniciativa académica sólo para licenciados de altísimo nivel destinada a difundir la cultura universal. También es secretario (y fundador desde 1969) de la Asociación Internacional de Semiótica.

Es doctor honoris causa por 25 universidades de todo el mundo, entre ellas, la Complutense (1990), la de Tel Aviv (1994), la de Atenas (1995), la de Varsovia (1996), la de Castilla-La Mancha (1997) y la Universidad Libre de Berlín (1998). Posee numerosos premios y condecoraciones, como la Legión de Honor de Francia.

Es asimismo autor de otras obras como Arte y belleza en la estética medieval, Interpretación y sobreinterpretación, La búsqueda de la lengua perfecta, De los espejos y otros ensayos, Apostillas a El nombre de la rosa, Diario íntimo, Entre mentira e ironía o Kant y el ornitorrinco.

Recientemente ha publicado en español Historia de la belleza (2004) y La misteriosa flama de la reina Loana (2005).

Su última obra en castellano es Historia de la fealdad (2007), en la que después de Historia de la belleza, Eco se sitúa en el polo opuesto, ya que para la comprensión de las ideas estéticas a través de los tiempos no basta con una historia de la belleza, hace falta también una historia de la fealdad.

PRIMER RESEÑA DEL CEMENTERIO DE PRAGA.
Se llama Simone Simonini el héroe, por decirlo así, de la nueva novela de Umberto Eco,El cementerio de Praga, treinta años después de El nombre de la rosa. Sus iniciales, SS, parecen aludir al Servicio Secreto, o a las siglas de la Schutzstaffel, la Escuadra de Protección del partido nazi, las SS. Monstruo de Frankenstein, Simonini ha sido compuesto con retazos de varios individuos reales: agentes de los servicios secretos del Piamonte, Francia, Prusia y Rusia, traficantes de propaganda antisemita en la segunda mitad del siglo XIX. Único protagonista imaginario de El cementerio de Praga, resulta ser, nada menos, el germen de Los protocolos de los sabios de Sión. De la historia deLos protocolos ya se había ocupado Eco en El péndulo de Foucault (1988).
Simonini hace memoria en 1897, pero un Narrador poderoso se inmiscuye en su mundo para completar los acontecimientos rememorados confusamente. El falsario Simonini es de esos que necesitan olvidar muchas cosas, aunque un tal doctor Freud, al que abastece de cocaína, lo guíe en la operación de recordar. Ha usado tantas máscaras que le cuesta encontrar su cara. Se ha nombrado a sí mismo capitán, por `vagos lances militares en las filas de los garibaldinos en Sicilia`. Y no miente en todo: asistió al combate por la unidad de Italia, agente al servicio de la policía piamontesa. A la sutileza propia del falsificador, Simonini añade su contundente capacidad para ejecutar acciones criminales, definitivas. Si el gran novelista y garibaldino Ippolito Nievo desapareció en 1861 en un naufragio, la fábula de Eco revela sensacionalmente que murió asesinado a la sombra del fatídico Simonini, su amigo íntimo.
Eco ha estudiado durante años el folletín decimonónico y la semiología de la falsificación, y entre esos dos universos imagina ahora a su personaje falsario y folletinesco. Lo sigue desde su Turín natal, aprendiz de un notario especialista en copias de documentos auténticos que por accidente nunca existieron, hasta el exilio glorioso en París, agente de tres imperios, misántropo, impotente y glotón. Fabricará pruebas e información para la policía, montará conspiraciones revolucionarias que provoquen la caída de los conspiradores y el amor del pueblo a los cuerpos represivos. De la mano de Simonini salió, por ejemplo, la carta falsa que sirvió para condenar por espionaje al capitán Dreyfus en 1894. Pero la mayor aventura de Simonini será su aportación al invento del complot judío contra la Europa cristiana.
El peso de la visión folletinesca del mundo lo calibraba Eco en El superhombre de masas(1976), cuando recordaba cómo Antonio Gramsci señaló el origen del superhombre nietzscheano no en el Zaratustra, sino en El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. El folletín se basa en la repetición de clichés, en el plagio, en el plagio del plagio. La aventura principal de El cementerio de Praga tiene su centro en un plagio que acabará convirtiéndose en Los protocolos de los sabios de Sión. Eco parte de un novelón real,Biarritz (1868), donde el autor, Hermann Goedsche, informador de la policía prusiana, imaginó que los rabinos de Europa se conjuraban en el cementerio judío de Praga para adueñarse del mundo. Goedsche plagiaba a Dumas y a Maurice Joly, autor de un libelo contra Napoleón III, en el que denunciaba los métodos bonapartistas para gobernar despóticamente a través del sufragio universal. Joly, a su vez, había plagiado a Eugenio Sue. Eco descubre por fin que el primer plagiario de Dumas y de Joly fue su Simonini, plagiado a su vez por Goedsche. Y no sólo eso: también le atribuye a Simonini el asesinato de Joly, a quien hasta ahora se consideraba un suicida.
Era la época en que la difamación antisemita empezaba a ser un negocio. En la fábrica de propaganda participaban curas, periodistas legitimistas, publicistas anticlericales reconvertidos en milagreros, vendedores de modas ideológicas, espías y estafadores a sueldo del zar y de las potencias europeas, incluido el Vaticano. La invención repugnante del judío deicida y asesino de niños bautizados contaba con la bendición papal. Alimentaba panfletos que, como folletines, cautivaban al público. El modelo de los mensajes políticos rotundos podría ser el folletín, tal como lo analizó Eco (1984) a propósito del Montecristo: apasionante, inmoderado en el uso de adjetivos, con `la fascinación de la desvergüenza`. Lo primordial es ofrecer nociones simples y un enemigo al que odiar, porque el odio es el mejor aglutinante de los pueblos unidos.
Como es habitual en el Eco narrador, El cementerio de Praga funde con genio fábula y pensamiento, y humor, un humor de risa sombría y fondo horripilante. Hay páginas en que los documentos históricos se imponen sobre la fantasía, quizá porque se trata de materiales tan fabulosos e inverosímiles que, siendo verdaderos, merecen pertenecer al reino de la imaginación disparatada. La novela, sin embargo, es histórica, aunque sea también un cuento filosófico-político que habla de cosas actuales: agentes provocadores al servicio de los Estados, difusión de información falsa, prejuicios raciales y religiosos. Pensemos que ideas que hoy nos parecen criminales y monstruosas fueron, no hace mucho, ideas de masas, bendecidas y pagadas por los grandes poderes.
t/7/57867.jpgRESEÑA:

EL CEMENTERIO DE PRAGA

Umberto Eco

SEGUNDA RESEÑA DEL CEMENTERIO DE PRAGA.
«Me da vergüenza ponerme a escribir, como si desnudara mi alma.»
Así empieza el relato vital del capitán Simonini, un piamontés afincado en París que desde joven se dedica al noble oficio de crear documentos falsos. Estamos en marzo de 1897 pero las memorias de este curioso individuo abarcarán todo el siglo XIX. La infancia de Simonini transcurre en Turín, con la permanente disputa entre su abuelo, un conservador monárquico antisemita, y su padre, un revolucionario dispuesto a luchar por las causas más nimias. Muy pronto, el joven demuestra sus habilidades para el engaño y se convierte en espía. A través de sus investigaciones descubriremos lo más insólito, incluso a un Garibaldi al servicio de la masonería. Obligado a dejar Italia por ser hombre «que sabe demasiado», el capitán se instala en París, y muy pronto el poder francés recurre a sus servicios para que falsifique todo tipo de documentos y espíe las maniobras prusianas, pero también a ciertos personajes influyentes de la política del país. Lo ayuda en esta tarea el Abate Della Piccola, un clérigo extravagante y ambiguo, el alter ego de Simonini. Así, sirviendo a uno y otro, Simonini se ve involucrado en todo tipo de intrigas políticas y acontecimientos sociales, desde el surgir de la Comuna hasta una incursión en las sectas satánicas. Glotón empedernido y misógino hasta la médula, se convertirá en un viejo astuto e hipócrita pero hay que estar atentos a su relato porque solo descubriendo qué pasó en el cementerio de Praga conseguiremos entender ese siglo confuso que ha sido el xx y descubrir verdades incómodas del xxi. Pasando por muchos de los grandes episodios que marcaron el siglo xix, Eco construye un gran homenaje a la novela propia de la época, el folletín. Es más, son las novelas de Dumas y Sue las que inspiran al falsario en la creación de sus documentos, de lo cual se deduce que es la realidad la que copia a la literatura y no viceversa. En El cementerio de Praga, nada es lo que parece y nadie es quien realmente dice ser: todo es según convenga, pues, bien mirado, la diferencia entre un hada y una bruja es solo una cuestión de edad y encanto…

jueves, 1 de marzo de 2012

Twitter: de red social a literatura




Twitter: de red social a literatura


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"ABRACÉ LAS REDES SOCIALES COMO LABORATORIO DE ESCRITURA", @CRIVERAGARZA

Noticias de Quintana Roo | Diario La Verdad 
 Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”. Con las comillas y el punto final, 52 caracteres del cuento El dinosaurio, que bien pudo formar parte de un tuit, pero eran otros tiempos y el relato de Augusto Monterroso “sólo” alcanzó a convertirse en uno de los más breves jamás escritos.
 Todavía un año antes de la aparición formal de la red social, Luis Felipe Lomelí publicó El emigrante: “¿Olvida usted algo? —¡Ojalá!”, 30 caracteres, aún lejos de los 140 si se hubiese querido publicar en Twitter.
 En 2006 se lanzó una de las herramientas de comunicación que, sin duda, ha transformado de forma radical las relaciones de los seres humanos, que tiene más de 200 millones de usuarios y genera alrededor de 65 millones de tuits al día, según algunas estimaciones.
 Un medio que genera diversas reacciones en el mundo de la literatura en México: en ciertos casos se propone sólo como una manera para la interrelación, en otros se apuesta por sus 140 caracteres como una forma de creación literaria que, incluso, ya ha dado el paso del Twitter al libro impreso, con diferentes apuestas.
 Alberto Chimal, por ejemplo, cuenta con dos títulos que surgieron en la red social y ya tienen forma de libro: 83 novelas y El viajero del tiempo; una joven tuitera, quien ha preferido guardar el anonimato, llevó los escritos de su cuenta a libro, bajo el título @es_asi, mismo que la identifica en la red.
 El mismo Chimal recuerda algunos de los proyectos que se impulsan desde ese espacio cibernético, como el de José Luis Zarate Herrera —@joseluiszarate—, quien lleva ya varios años haciendo largas series de minificciones en Twitter; Mauricio Montiel Figueiras impulsa @hombredetweet, minificciones enlazadas con influencia cinematográfica.
 Miréia Anieva y Gerson Barona —@ciervovulnerado y @viajero vertical, respectivamente— impulsan  una revista dedicada a todas las formas de literatura breve, entre ellos se piensa en el Twitter como género.
 “Se ha generado mucho más de lo que podemos seguir con cierta regularidad, hay un montón de narraciones sucesivas hechas vía Twitter, de minificciones y de otros tipos de textos más cercanos a la poesía o al aforismo. Y hay cosas que no tienen equivalente en la literatura impresa”, cuenta Alberto Chimal.
 Experimentos en 140 caracteres
 Cristina Rivera Garza —@criveragarza— también ha impulsado el uso de la red social, con diferentes fórmulas, guiada por la curiosidad, lejos de algunas actitudes que se ven en el medio con autores que muestran respeto y hasta rechazo por las tecnologías digitales, porque “me interesa mucho saber qué le va a pasar a mi escritura con ese contacto”.
 "Abracé las redes sociales como laboratorio de escritura, no como manera de hacer contactos. Trabajo mucho con Twitter como un laboratorio escritural, me interesa mucho la idea de la concesión, pero también la forma narrativa que da cuando avanza y el recordatorio de cuán efímero es todo o qué tan difícil es crear algo de 1409 caracteres que va a desaparecer en dos o tres segundos.”
 Para el escritor y editor Rafael Pérez Gay —@RPerezGay—, como una buena red social, Twitter es un modo de comunicación con un conjunto de personas a las cuales sigues y te siguen, por lo cual lo piensa menos como un género literario, pero sí como un conversación en marcha y permanente, “una de las cosas que a mí más me interesa.
 “Me ha servido para informarme; para saber que hay aforistas naturales que pueden hacer con 140 caracteres maravillas, y también que es un buen modo para enterarse de qué tendencias sigue la vida cultural y la vida política mexicana.”
 Este autor reconoce que como género literario no le interesa, aun cuando en su cuenta se ha encontrado con aforistas naturales, pero admite la posibilidad de que “quizá menosprecio una capacidad natural en algunos autores para crear con 140 caracteres, pero me interesa más de las otras formas”.
 David Martín del Campo no le interesa el medio por ninguna de sus formas, con argumento que son muy simples: “Me quitaría tiempo para mis lecturas”, aduce el narrador.
 “Pienso que es un medio de actualidad, de intercomunicación tribal, del cual me he dado el lujo, hasta hoy, de prescindir, porque más o menos me desenvuelvo con cierta eficacia sin emplearlo. Si me metiera a la redes sociales creo que me quitaría tiempo, que para mí es precioso, no tengo 25 años y debo administrar mejor mi existencia, aunque sospecho que más pronto que tarde estaré navegando en esas que ahora llamo tonterías, como le llamé a las computadoras hace años.”
 La satanización del tuit
 Alberto Chimal está convencido de que Twitter y cualquier otra herramienta de contacto por internet de entrada propone una red de espacio de comunicación, un lugar electrónico que se puede usar para cualquier cosa, entre ellas para la literatura.
 El problema, la satanización que suele darse en ciertos espacios, es que al tratarse de una red con acceso masivo no es tan simple separar lo literario de todo lo demás, “mucha gente se queja de que lo que se publica en internet carece de calidad literaria, pero habría que pensar que la mayor parte ni siquiera tiene esa pretensión, son intercambios cotidianos que no tienen mayor aspiración”.
 Incluso en Twitter se han generado ciertas reflexiones en torno al papel que puede jugar la red social en la creación, con lo que vale la pena recuperar un tuit de Aurelio Asiain, que define su presencia en 140 caracteres: “Se puede abrir cuenta en Twitter y escribir sin seguir a nadie ni tener seguidores. Antes que red social esto es un espacio de escritura”.

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