C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD
LOS
FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS
HISTORIA CRÍTICA CON SELECCIÓN DE TEXTOS
VERSIÓN ESPAÑOLA
DE JESÚS GARCÍA FERNÁNDEZ
SEGUNDA EDICIÓN
PARTE
I
EDITORIAL GREDOS
Libera los Libros
Indice
LAS FUENTES
DE LA FILOSOFÍA
PRESOCRATICA
capítulo
I - LOS PRECURSORES
DE LA COSMOGONÍA FILOSÓFICA
capítulo
III - ANAXIMANDRO
DE MILETO
capítulo
IV - ANAXIMENES DE
MILETO
capítulo
V - JENÓFANES DE
COLOFÓN
capítulo
VI - HERÁCLITO
DE ÉFESO
nota: si ud. no ve, a continuación de esta
nota, la palabra “logos”, escrita en
caracaters griegos, deberá instalar la fuente SPionic que se provee junto a
este e-book:
lo/goj
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Hace más de veinticinco años que apareció, por
primera vez, nuestro estudio sobre Los Filósofos Presocráticos. Sus
numerosas reimpresiones han experimentado, desde entonces, correcciones de
escasa importancia hasta 1963 y las siguientes se han mantenido inalterables.
GSK y JER fueron conscientes, durante los últimos años, de que pronto iba a ser
necesaria una edición revisada a fondo, si no querían que se quedara
anticuada. Dado que JER no disfrutaba de buena salud y que sus intereses
investigativos se centraban exclusivamente en cuestiones botánicas, le pidió a
GSK que buscara el momento oportuno para sugerir un tercer colaborador.
Resultó, además, que la parte del libro que fue originariamente obra de JER era
la que requería una mayor revisión, debido a los nuevos derroteros que los
intereses de los estudiosos habían alumbrado; GSK había estado también
trabajando en otros campos y necesitaba un colaborador para el grueso de las
cuestiones. MS aceptó, en 1979, participar en la tarea y los tres estuvimos de
acuerdo sobre la realización del trabajo.
Hay mayores e importantes cambios en esta nueva
edición. MS ha reescrito por completo los capítulos referentes a los eleáticos
y pitagóricos, debido, sobre todo, a las investigaciones de los filósofos
analíticos respecto a los primeros y a las de Walter Burkert (en particular)
sobre los segundos —investigaciones que han exigido una cierta reconsideración
valorativa de los puntos de vista de Cornford-Raven en lo tocante a las
interrelaciones entre las dos escuelas. Se ha incorporado a Alcméon en estos
capítulos. MS ha igualmente reescrito en su totalidad el capítulo sobre
Empédocles, a fin de tomar en consideración las reinterpretaciones de J.
Bollack, G. Zuntz y otros y la controversia que han provocado. Esperamos que
la disposición de los fragmentos de Empédocles en su orden original probable
resulte más útil al lector. El capítulo sobre Anaxágoras, en cambio, se
mantiene, en gran medida, tal como JER lo escribió; MS ha indicado, en notas de
pie de página (cf. al respecto su An Essay on Anaxagoras, Cambridge,
1980) sus diferentes soluciones ocasionales, pero fue deseo de los tres
autores que este capítulo se mantuviera sin cambios en su mayor parte. También
Arquelao continúa sin alteración y Diógenes ha sido ampliado con una simple
nota a pie de página; MS ha escrito de nuevo las secciones referentes a los
principios metafísicos de los atomistas, los átomos y el vacío y el peso de los
átomos (para tener en cuenta la investigación de D. J. Furley, J. Barnes, D.
O'Brien y otros) así como las relativas a la epistemología y la ética —la sección
sobre la ética ha sido, en gran medida, obra del Dr. J. F. Procopé, a quien
expresamos nuestro cálido agradecimiento.
GSK ha revisado en su totalidad la parte primera del
libro, aunque hay escasas rescripciones completas. El capítulo I, los Precursores,
ha sido redistribuido, abreviado y simplificado en algunas partes y se le han
añadido secciones relativas al nuevo material órfico, al fragmento cosmogónico
de Alemán y a la transición del mito a la filosofía. Muchas han sido las
publicaciones sobre los Milesios, Jenófanes y Heráclito en el último cuarto de
siglo, pero sus consecuencias han sido menos significativas que las referentes
a los Pitagóricos, los Eleáticos y Empédocles. Se han tenido en consideración
particularmente las contribuciones de C. H. Kahn (sobre Anaximandro y
Heráclito), las de J. Barnes y de W. K. C. Guthrie, pero su interpretación y
presentación, no obstante los numerosos cambios de detalle, no han supuesto
una alteración muy drástica. Todo ello refleja nuestra convicción general de
que el libro no debía sufrir un cambio radical en su aproximación y en su
énfasis, salvo cuando fuera necesario; en consecuencia, la opinión, sin duda
retrógrada, de GSK al menos es que, a pesar de todo el polvo del debate, los
progresos reales han sido muy pequeños en lo tocante a estos primeros
pensadores.
Una mejora definitiva, en especial para los muchos
lectores que se sirven de las traducciones más que de los textos griegos, ha
consistido en introducirlas en el cuerpo del texto[1].
La bibliografía se ha puesto al día y el nuevo «Index Locorum» es obra de Mr.
N. O'Sullivan, a quien los autores están muy agradecidos, a sí como también a
los que han publicado e imprimido la obra por su ayuda y cuidadoso tratamiento
de un texto relativamente complicado. Mas, tristemente, «autores» quiere decir
los que sobreviven, ya que JER murió en marzo de 1980, a la edad de 65 años;
sus dotes notables y su loable personalidad han sido bien destacados en John
Raven by his Friends (publicado en 1981 por su viuda, Faith Raven, Docwra's
Manor, Shepreth, Herts., England). Es un placer, en cambio, volver a dedicar el
libro al Profesor F. H. Sandbach, cuyo profundo conocimiento ha sido
comprendido y valorado ahora mejor incluso que lo fue anteriormente.
Junio 1983. G. S. K.
M. S.
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
El presente libro va primordialmente dirigido a
aquellos que tienen más que un simple interés por la historia del pensamiento
griego antiguo, si bien hemos procurado que sea también de utilidad para
aquellos estudiosos de la historia de la filosofía o de la ciencia que no
tienen una familiaridad previa con este campo importante y fascinador,
mediante la traducción de todas las citas griegas y la impresión en letra
menuda de las discusiones más detalladas al final de cada parágrafo.
Hemos de resaltar dos puntos. La limitación de
nuestro objetivo, en primer lugar, a los principales "físicos"
presocráticos y sus precursores, cuya preocupación fundamental radicó en el
estudio de la naturaleza (physis) y de la coherencia de las cosas como
una totalidad. A lo largo de los siglos VI y v a. C. se desarrollaron
simultáneamente intereses científicos más especializados, sobre todo en el
campo de la matemática, la astronomía, la geografía, la medicina y la biología,
pero no hemos estudiado sus objetivos más allá de los intereses de los
principales físicos debido a la falta de espacio y a una extensión
proporcionada del libro. No hemos incluido tampoco a los sofistas, cuya
positiva contribución filosófica, exagerada con frecuencia, radica
fundamentalmente en los campos de la epistemología y de la semántica. En
segundo lugar, no hemos pretendido producir una exposición necesariamente ortodoxa
(si es que es posible una exposición semejante dentro de un campo en el que cambian con
tanta rapidez las opiniones), sino que hemos preferido, en muchas ocasiones,
exponer nuestras propias interpretaciones. Al mismo tiempo hemos mencionado,
de ordinario, otras interpretaciones a los puntos discutidos y hemos procurado
siempre ofrecer al lector los textos principales para que pueda formar su
propio juicio.
La parte del libro que trata de la tradición jonia,
e incluso sus precursores, así como la referente a los atomistas y Diógenes (i.
e. los capítulos I-VI, XVII y XVIII), con sus notas a las fuentes, es
obra de G. S. Kirk, mientras que la parte dedicada a la tradición itálica y los
capítulos sobre Anaxágoras y Arquelao (i. e. los capítulos VII-XVI) está
escrita por J. E. Raven. Las contribuciones de ambos autores han estado
sometidas naturalmente a una minuciosa crítica mutua y la estructura general
del libro es obra de ambos.
La extensión de cada una de las secciones del libro
es variable, ya que cuando los testimonios son más abundantes y más claros,
sobre todo cuando se conserva un número considerable de fragmentos, tal es el
caso de Parménides, p. e., los comentarios pueden ser más breves y, cuando las
pruebas son más escasas y menos claras, como en el caso de Anaximandro o los
pitagóricos, p. e., nuestras propias explicaciones tienen que ser necesariamente
más largas y complicadas. El capítulo I, concerniente a una parte de la
temática, a la que, frecuentemente, se le ha prestado poca atención, tiene una
extensión tal vez mayor que la que su verdadera importancia exige y
recomendamos a los no especialistas que la dejen para el final.
Hemos citado únicamente los textos más importantes
y, aun así, dentro de una selección personal inevitable. A aquellos lectores
que deseen una colección casi completa de los fragmentos y de los testimonios
los remitimos a H. Diels, Die Fragmente der Vorsokratiker (5.a y última
edición, Berlín, 1934-1954, editada por W. Kranz). Nos referiremos a esta obra
fundamental mediante las siglas DK, y cuando en la referencia de un pasaje
citado en nuestro libro se le añada un numero a las siglas DK (p. e., DK a 12), entiéndase que la cita en
cuestión tiene en H. Diels una extensión mayor que en nuestro libro. Omitimos
las referencia DK cuando éste aduce menos o no más, y lo mismo en el caso de
los fragmentos cuando su número, siguiendo siempre la numeración de Diels, es
el mismo que el de la correspondiente sección B de DK). Cuando, en los textos
citados, aparecen apéndices y no se da ninguna otra información, citamos, de
ordinario, por Diels y puede entenderse que nos referimos a las notas textuales
de DK.
Estamos en deuda, naturalmente, con muchos amigos
por sus sugerencias y ayuda; al igual que —no hace falta decirlo— con otros
tratadistas anteriores, como Zeller, Burnet, Cornford, Ross y Cherniss; y así
lo recordamos muchas veces en el texto. Agradecemos a la dirección de la
editorial Cambridge University Press sus consejos sobre la tipografía y su
valiosa asistencia. H. Lloyd-Jones y I. R. D. Mathewson leyeron las pruebas y
aportaron sugerencias estimables. Aportó también una contribución
sobresaliente F. H. Sandbach, cuyos numerosos comentarios, doctos y agudos, al
esquema final fueron de la mayor importancia y a quien, como un tributo sin
mérito, nos gustaría dedicar este libro.
G. S. K. J.
E. R.
Cambridge, Mayo, 1957.
NOTA INTRODUCTORIA
LAS FUENTES
DE LA FILOSOFÍA
PRESOCRATICA
A. CITAS
DIRECTAS
Los fragmentos actuales de los pensadores
presocráticos se conservan citados en los autores antiguos posteriores a ellos,
desde Platón, en el siglo IV a. C, hasta Simplicio, en el siglo VI d. C, e
incluso, en raras ocasiones, en los escritores bizantinos tardíos, como Juan Tzetzes.
La fecha de una cita no es, naturalmente, una guía fidedigna de la exactitud de
su fuente. Así, Platón se muestra extraordinariamente descuidado en sus citas
de todo tipo de fuentes; mezcla, con frecuencia, citas con paráfrasis, y su
actitud para con sus predecesores no es muchas veces objetiva, sino
humorística e irónica. El neoplatónico Simplicio, en cambio, que vivió todo un
milenio después de los presocráticos, adujo citas evidentemente fieles, en
particular de Parménides, Empédocles, Anaxágoras y Diógenes de Apolonia y no
por motivos de ornato literario, sino porque, en sus comentarios sobre la Física
y el De caelo de Aristóteles, le fue preciso exponer las opiniones
de éste sobre sus predecesores, transcribiendo sus propias palabras. Simplicio
lo hizo, a veces, con una extensión mayor que la indispensable porque, como él
mismo nos dice, una determinada obra antigua se había convertido en rareza.
Aristóteles, al igual que Platón, adujo, en
comparación con otros autores, citas directas relativamente escasas y su valor
principal radica en su carácter de recapitulador y crítico de los pensadores
precedentes.
Además de Platón, Aristóteles y Simplicio, pueden
destacarse, como mención especial, las siguientes fuentes importantes de extractos
literales:
i) Plutarco, el filósofo académico, historiador y
ensayista del siglo II d. C., incorporó a sus extensos Ensayos Morales numerosas
citas (frecuentemente alargadas, interpoladas o refundidas por él mismo) de los
pensadores presocráticos.
ii) Sexto Empírico, el filósofo escéptico y físico
de finales del siglo II d. C., expuso las teorías de Enesidemo, que vivió dos
siglos antes y se basó, en gran medida, en fuentes helenísticas. Cita muchos
pasajes antiguos relativos al conocimiento y la credibilidad de los sentidos.
iii) Clemente de Alejandría, el docto director de la
Escuela Catequística, vivió en la segunda mitad del siglo II d. C. y en los
primeros años del III. Converso al cristianismo, mantuvo, sin embargo, su
interés por la literatura griega de todo tipo e hizo gala de un amplio
conocimiento y notable memoria en sus comparaciones entre el paganismo y el
cristianismo y adujo frecuentes citas de poetas y filósofos griegos (sobre todo
en su Protréptico y en los ocho libros de Stromateis o Misceláneas).
iv) Hipólito, teólogo del siglo III d. C., afincado
en Roma, escribió una Refutación de todas las herejías en nueve libros;
atacó las herejías cristianas, acusándolas de ser renacimiento de la filosofía
pagana. La herejía noeciana, por ejemplo, era un resurgimiento de la teoría de
la coincidencia de los opuestos de Heráclito, disputa que trató de demostrar
mediante la aducción de diecisiete sentencias de éste, muchas de las cuales
hubieran quedado, de otro modo, desconocidas.
v) Diógenes Laercio compiló, probablemente en el
siglo III d. C., en diez libros, las Vidas de filósofos famosos, triviales
en sí, pero importantes desde nuestro punto de vista. En sus noticias
doxográficas y biográficas, que proceden principalmente de fuentes helenísticas,
incluyó breves citas ocasionales.
vi) El antologista del siglo v d. C, Juan Estobeo,
reunió, en su Antología, extractos de carácter educativo procedentes de
toda clase de literatura griega, en especial sentencias éticas. Él nos ha
conservado, en una forma con frecuencia bastante adulterada, muchos fragmentos
presocráticos (sobre todo de Demócrito). Sus fuentes principales fueron los
manuales y compendios que proli-feraron en el período alejandrino.
Además de en las principales fuentes mencionadas,
aparecen esporádicamente citas sobre los presocráticos en algunos otros
autores: en el epicúreo Filodemo; en los estoicos, como Marco Aurelio, y
eclécticos, como Máximo de Tiro; en los escritores cristianos, además de
Clemente e Hipólito, por ejemplo en Orígenes ; ocasionalmente en Aecio (cf. B,
4, b), si bien son raras en él las citas directas; en autores técnicos, como el
médico Galeno, el geógrafo Estrabón y Ateneo, el antologista de los banquetes y
simposios; y no menos importantes en escritores neoplatónicos, desde Numenio,
Plotino, Porfirio y Jámblico (los dos últimos escribieron sobre Pitágoras)
hasta Proclo y, naturalmente, el inestimable Simplicio.
Hemos de subrayar, para concluir estas notas sobre
las fuentes de las citas directas, que no era necesario que el autor de una
cita hubiera visto la obra original, puesto que los sumarios, antologías y
compendios de todo tipo, conocidos ya desde Hipias (pág. 147 n. 2) y producidos
en gran número en los tres siglos siguientes a la fundación de Alejandría, fueron
considerados como un sustituto adecuado de la mayoría de los originales de
carácter técnico en prosa.
B.
TESTIMONIOS
1) platón es el primer comentarista de los
presocráticos (si bien existían referencias ocasionales en Eurípides y
Aristófanes). Sus comentarios, sin embargo, están, en su mayor parte, inspirados,
al igual que muchas de sus citas, por la ironía o el divertimiento. Así, sus
referencias a Heráclito, Parménides y Empédo-cles son, con más frecuencia que
lo contrario, festivos obiter dicta, parciales o exagerados, más que
juicios históricos moderados y objetivos.
Hecha esta salvedad, su información es muy valiosa. Un pasaje, Fedón 96
ss., ofrece una perspectiva útil, aunque breve, de las preocupaciones físicas
del siglo v.
2) aristóteles prestó más atención que
Platón a sus predecesores filosóficos y comenzó algunos de sus tratados, sobre
todo en la Metafísica A, con un examen formal de sus opiniones. Sus
juicios, sin embargo, están frecuentemente deformados debido a su consideración
de la filosofía precedente como un titubeante progreso hacia la verdad que él
mismo reveló en sus doctrinas físicas,
en especial las
concernientes a la
causación. También aporta,
naturalmente, muchos juicios críticos agudos y valiosos y un cúmulo de positiva
información.
3) teofrasto acometió la empresa de
historiar la filosofía precedente, desde Tales a Platón, como parte de su
contribución a la actividad enciclopédica organizada por su maestro Aristóteles
—lo mismo que Eudemo emprendió la historia de la teología, astronomía y
matemáticas, y Menón la de la medicina—. Escribió, según la lista que de sus
obras nos da Laercio, dieciséis (o dieciocho) libros de Opiniones físicas (u
Opiniones de los físicos; el genitivo griego es Fusikw~n docw~n); más tarde fueron compendiados en
dos volúmenes. Sólo subsiste, en su mayor parte, el último libro: Sobre la sensación. Simplicio copió
importantes extractos del primero: Sobre los principios materiales, en
su comentario a la Física de Aristóteles. (Algunos de estos extractos
de Simplicio derivan de comentarios perdidos hechos por el destacado
comentarista peripatético Alejandro de Afrodisia.) En su primer libro,
Teofrasto trató a los diferentes pensadores en un orden cronológico aproximado,
añadiendo su ciudad, patronímico y, a veces, su fecha y mutua relación. En los
libros restantes siguió un orden cronológico solamente dentro de las
principales divisiones lógicas. Además de la historia general, escribió obras
especiales sobre Anaxímenes, Empédocles, Anaxágoras, Arquelao y (en varios
volúmenes) sobre Demócrito, desgraciadamente perdidas, y es de suponer que
experimentara grandes dificultades para consultar las fuentes originales de
estos pensadores. Sus juicios, incluso sobre estos autores, a juzgar por los
testimonios disponibles, se derivaron, con frecuencia, directamente de
Aristóteles, sin que se esforzara mucho por aplicar una crítica nueva y
objetiva.
4) la
tradición doxográfica: a) Su carácter general. — La gran obra de
Teofrasto se convirtió para el mundo antiguo en la autoridad normativa de la
filosofía presocrática y es la fuente de la mayoría de las colecciones de
"opiniones" posteriores ( do/cai, a)re/skonta o placita). Estas
colecciones adoptaron formas diferentes, i) Se consideraba, en sección aparte,
reproduciéndolos de un modo muy similar a la disposición de Teofrasto, cada uno
de los temas más importantes y se trataba sucesivamente a los diferentes
pensadores dentro de cada sección. Éste fue el método de Aecio y su fuente los Vetusta
Placita (cf. pág. 20). ii) Los doxógrafos biográficos consideraron juntas
todas las opiniones de cada filósofo —acompañadas de los detalles de su vida—,
opiniones suministradas, en una gran medida, por la febril imaginación de
biógrafos e historiadores helenísticos, como Hermipo de Esmirna, Jerónimo de
Rodas y Neante de Cícico. Su resultado queda ejemplificado en el revoltijo
biográfico de Diógenes Laercio. iii) Otro tipo de obra doxográfica aparece en
las Diadoxai/, o
cómputos de sucesiones filosóficas. Su creador fue el peripatético Soción de
Alejandría, que escribió, hacia el año 200 a. C, una clasificación de los
filósofos precedentes dispuestos por escuelas y relacionó a los pensadores
conocidos en mutua línea descendente de maestro a discípulo (Soción no hizo más
que extender y formalizar un proceso comenzado por Teofrasto). Además
distinguió claramente la escuela jonia de la itálica. Muchos de los compendios
doxográ-ficos patrísticos (en especial los de Eusebio, Ireneo, Arnobio,
Teodoreto —que usó también a Aecio— y San Agustín) se basaron en las breves
relaciones de los escritores de sucesiones, iv) El cronógrafo Apolodoro de
Alejandría compuso, en la mitad del siglo II a. C., una relación métrica de las
fechas y opiniones de los filósofos. Se informó, en parte, en la división en
escuelas y maestros de Soción y, en parte, en la cronología de Eratóstenes, que
había asignado, de un modo razonable, fechas a artistas, filósofos y
escritores, así como a sucesos políticos. Apolodoro rellenó las lagunas que
dejó Eratóstenes basándose en principios completamente arbitrarios: supuso que
la acmé, o período de la máxima actividad de un filósofo, tenía lugar a
la edad de cuarenta años y la hizo coincidir lo más posible con una fecha de
las más importantes épocas cronológicas, por ejemplo la toma de Sardes en 546
/ 5 a. C. o la fundación de Turios en 444 / 3. Además hizo siempre al supuesto
discípulo cuarenta años más joven que su supuesto maestro.
b) Aecio y los "Vetusta Placita". — Dos de los compendios
doxográficos transmitidos, muy semejantes entre sí, se derivaron
independientemente de un original perdido —la colección de Opiniones, obra
de Aecio, un compilador del siglo II d. C. probablemente, cuyo nombre
conocemos por una referencia de Teodoreto y que de no ser por esta
circunstancia hubiera quedado totalmente desconocido. Dichos compendios son el Epítome
de las opiniones físicas, en cinco libros, falsamente atribuidos a
Plutarco, y los Extractos físicos, que, en su mayor parte, aparecen en
el libro I de la Antología de Estobeo. (Del primero, muy leído,
derivaron algunas de sus informaciones el pseudo-Galeno, Atenágoras, Aquiles y
Cirilo.) Diels, en su magna obra Doxographi Graeci, dispuso ambas
fuentes en columnas paralelas, como los Placita de Aecio. Ello
constituye nuestra autoridad doxográfica más extensa, si bien no es siempre la
más precisa.
La obra de Aecio no se basó directamente en la
historia de Teofrasto, sino en un compendio intermedio de la misma producido
probablemente en la escuela posidonia durante el siglo I a. C. A esta obra
perdida la llamó Diels los Vetusta Placita. A las opiniones registradas
por Teofrasto se añadieron en ella otras estoicas, epicúreas y peripatéticas, y
mucho de lo que derivó de Teofrasto fue sometido a reformulación estoica. Aecio
mismo añadió más opiniones estoicas y epicúreas, así como unas cuantas
definiciones y comentarios introductorios. Varrón hizo un uso directo de los Vetusta
Placita (en el de die natali de Censorino) y Cicerón en la breve
doxografía Académica priora II, 37, 118.
c) Otras fuentes doxográficas importantes. — i) Hipólito. El
primer libro de su Refutación de todas las herejías, llamado Philosophoumena,
en otro tiempo atribuido a Orígenes, es una doxografía biográfica que
contiene informaciones aisladas de los principales filósofos. Las secciones
sobre Tales, Pitágoras, Empé-docles, Heráclito, los eléatas y los atomistas
proceden de un compendio biográfico banal y son de escaso valor, mientras que
las dedicadas a Anaximandro, Anaxímenes, Anaxágoras, Arquelao y Jenófanes, que
proceden de una fuente biográfica más completa, son de mucho más valor. Sus
comentarios sobre el segundo grupo son, en muchos puntos, más detallados y
menos imprecisos que los correspondientes de Aecio. ii) Los Stromateis
pseudo-plutarqueos. Estas breves "Misceláneas" (que hay que
distinguir del Epítome, procedente de Aecio y también atribuido a
Plutarco) están conservadas en Eusebio y proceden de una fuente semejante a la
del segundo grupo de Hipólito. Difieren de éste en que se concentran sobre el
contenido de los primeros libros de Teofrasto, los que se ocupan del principio
material, la cosmogonía y los cuerpos celestes; están llenos de verbosidad y
son de una hinchada interpretación, si bien contienen algunos detalles importantes
que no aparecen en ninguna otra parte, iii) Diógenes Laer-cio. Aparte de
detalles biográficos tomados de muchas fuentes, de algunos datos cronológicos
útiles procedentes de Apolodoro y epigramas deplorables nacidos de la pluma de
Diógenes mismo, aduce normalmente las opiniones de cada pensador en dos apuntes
doxográficos distintos: el primero (que él mismo denominó kefalaiw/dhj o
versión compendiada)
procede de una fuente biográfica sin valor, similar a la que usó Hipólito en
el primer grupo, y la segunda (la e)pi\ me/rouj o exposición detallada) proviene de un epítome más completo y
fidedigno, semejante al que Hipólito empleó para su segundo grupo.
5) conclusión.
— Conviene recordar que se conocen muchos escritores que, independientes
de la tradición directa de Teofrasto, dedicaron obras especiales a los primeros
filósofos. Heráclides Póntico, por ejemplo, académico del siglo IV a. C,
escribió cuatro libros sobre Heráclito, y lo mismo hizo el estoico Cleantes,
mientras que Aristóxeno, el discípulo de Aristóteles, escribió biografías,
entre las que incluye una sobre Pitágoras. Debe admitirse, en consecuencia, la
posibilidad de que aparezcan juicios esporádicos no procedentes de Teofrasto en
fuentes eclécticas tardías, como Plutarco o Clemente, si bien dichos juicios,
en su mayoría y en la medida en que podemos reconocerlos, manifiestan señales
de influencia aristotélica, estoica, epicúrea o escéptica. La fuente principal
de información sigue siendo Teofrasto y su obra nos es conocida a través de los
doxógrafos, las citas de Simplicio y el de sensu, cuya transmisión ha
llegado hasta nosotros. De todo ello se deduce, con absoluta evidencia, que
experimentó un intenso influjo aristotélico —quien, como ya se ha dicho, no
pretende, como debió pretenderlo Teofrasto, una extrema objetividad histórica.
No tuvo Teofrasto un éxito mayor que el que cabía
esperar en la inteligencia de los móviles de un período anterior al suyo y con
un mundo de pensamiento diferente. Otro defecto suyo consistió en que, una vez
acuñado un canon general de explicaciones, en especial para los hechos
cosmológicos, propendió a imponerlo, tal vez con demasiada audacia, en casos en
que carecía en absoluto de pruebas, casos que no parecen haber sido
infrecuentes. Es, por consiguiente, legítimo sentirse completamente seguro de
la intelección de un pensador presocrático sólo cuando la interpretación de
Aristóteles o de Teofrasto, incluso en el caso en que ésta pueda reconstruirse
con toda precisión, queda confirmada por los extractos correspondientes,
completamente auténticos, procedentes del filósofo en cuestión.
[1]
Esta mejora no ha podido introducirse en la
versión española porque habría supuesto el reajuste total de la obra. (Nota: en la versión
digital hemos puesto a la par, texto griego y texto español).