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jueves, 8 de junio de 2017

JENOFONTE DE EFESO. Julián Mendoza.


INTRODUCCIÓN
1. El autor
Conocemos muy pocos datos sobre el autor de las
Efestacas. Su propio nombre no es quizá más que un
seudónimo frecuente en novelistas, que lo toman en
recuerdo del ateniense Jenofonte que en su Ciropedia
nos ofrece en el siglo v a. C. un precedente de este género
literario.
Son tres los autores de novelas griegas de nombre
Jenofonte de los que nos da noticias el léxico Suda:
Jenofonte de Antioquía, autor de las Babiloníacas; Jenofonte
de Chipre, que escribió las Cípricas, y éste cuya
novela Ef estacas hemos traducido, llamado «de Éfeso»,
quizá por la patria de sus protagonistas.
Además de su nombre, el Suda menciona su obra,
Ef estacas, en diez libros, y una obra sobre la ciudad
de Éfeso. Y éstos son todos los datos que la Antigüedad
nos ha transmitido.
2. Jenofonte y Éfeso
Aparte de ello, pocas cosas más podemos conjeturar
a partir de la obra que ha llegado hasta nosotros. Se
ha dicho que su patria fue indudablemente Éfeso 1 por
1 Pero recientemente J. G. G r i f f i th s , Erotica Antigua, p. 75,
propone que, aunque efesio de nacimiento, el autor de las Ejesíacas
habría vivido principalmente en Alejandría.
2Í8 EFESÍACAS
la cantidad de conocimientos sobre esta ciudad y sus
fiestas de que hace gala en su obra, especialmente en
el libro I, en que narra con todo lujo de detalles las
fiestas de Éfeso en honor de Ártemis y la procesión
ritual, que la protagonista de su novela, Antía, dirige
como sacerdotisa principal.
En el libro de Ch. Picard2 sobre los cultos de Éfeso
y del templo y oráculo de Apolo en la cercana localidad
de Claros se hace una amplísima utilización de los datos
suministrados por Jenofonte, y su examen muestra que
las noticias de este autor coinciden, y a veces complementan,
con lo que sobre los cultos y fiestas de Éfeso
conocemos a partir de las inscripciones del santuario
y de los datos suministrados por otros hallazgos arqueológicos.
El examen de los conocimientos geográficos de que
hace gala el autor de las Efesíacas abona también la
creencia de que la situación de su patria debe localizarse
en el Asia Menor. En efecto, mientras la acción
se desarrolla en esa parte del mundo, los viajes de sus
protagonistas son, si no siempre bien motivados dentro
de la trama dramática (¿por qué se va Habrócomes a
Capadocia, en el final del libro II?), al menos geográficamente
lógicos. Pero en cuanto pasan a otra zona,
especialmente Egipto, da la impresión de que los conocimientos
geográficos del autor se difuminan y ya no
es capaz (¿o simplemente no le interesa?) de elaborar
un itinerario más o menos real. Sus personajes van y
vienen a la deriva por la zona del Delta del Nilo3, sin
que su paso de una ciudad a otra pueda justificarse más
que por un intento del autor de dar «color local» a la
2 C h . P icard, Éphése et Claros, P arís, 1922. 3 Ver, por ejemplo, el itinerario de Hipótoo y sus hombres
en el capítulo 1 del libro IV.
INTRODUCCIÓN 219
narración, acumulando sin orden los nombres de una
serie de ciudades egipcias cuya localización exacta no
conocía evidentemente demasiado bien.
Este rasgo de Jenofonte es bien diferente del cuidado
que pone Garitón en el realismo del entorno geográfico
de sus personajes que nos permite incluso trasladar
sus viajes a un mapa.
3. Efestacas
Hay ya un consenso general entre los estudiosos de
la novela griega en considerar como fecha de composición
de las Ef estacas una no muy posterior al año
100 d. C., es decir, los primeros años del siglo II d. C.
Se basan fundamentalmente para proponer esta fecha
en la mención de algunas instituciones políticas, como
la de un gobernador de Egipto (III 12, 6), cargo instituido
por Augusto después de la conquista de este país
en el año 30 a. C., o la del irenarca de Cilicia (II 13, 3),
del que no tenemos noticias antes de la época del emperador
Adriano.
El terminas ante quem de la composición de la novela
podría ser el año 263 d. C., en que el templo de Ártemis
de Éfeso, que en la novela se nos presenta aún en
todo su esplendor, fue incendiado y destruido completamente
por los godos.
Se sitúa, pues, esta novela en el siglo n d. C., posterior
cronológicamente a la de Caritón de la que es claramente
deudora en su temática: dos amantes, bellísimos
ambos y de la aristocracia de su ciudad, se ven
separados por alguna calamidad después de su boda y
sólo tras múltiples aventuras y vicisitudes lograrán
reunirse al final de la novela, volviendo a su patria más
ricos aún que antes.
Y no sólo se trata de este planteamiento general del
tema, que en el fondo responde a unos presupuestos
220 EFBSÍACAS
generales del género, sino que también en episodios
concretos se observa la influencia de la novela de Caritón:
Antía, como Calírroe, se lamenta de su «funesta
belleza», origen de todos sus males; como ella, es dada
por muerta y enterrada viva en una tumba donde despierta
para ser capturada por unos violadores de tumbas
que la venden en lejanas tierras. Llega incluso Jenofonte
a forzar la acción llevando a Habrócomes a Sicilia,
sin ningún otro motivo, al parecer, que hacerlo ir a los
mismos lugares que Quéreas... Son muchas más las
similitudes entre las dos novelas, y hemos ido señalándolas
en notas en sus respectivos lugares de la traducción.
4. ¿Epítome u obra original?
El Suda dice que la obra de Jenofonte de Éfeso constaba
de diez libros, pero la obra, tal como ha llegado
hasta nosotros, está dividida solamente en cinco.
Hay que advertir que la tai noticia del Suda por sí
sola no nos merecería ninguna credibilidad, ya que no
siempre coinciden sus datos sobre el número de libros
de una obra, o sobre el número de obras de un autor,
con los que conocemos como verdaderos por otras
fuentes. Pero se unen a las evidentes lagunas del texto
la falta de justificación de muchos de sus episodios
(¿por qué el viaje de Habrócomes a Capadocia y luego
a Egipto?, ¿por qué va a Sicilia?, ¿por qué incluso el
primer viaje de los esposos, tras haberles anunciado
un oráculo peligros precisamente en el mar?), y el hecho
de que el autor enuncie simplemente determinados episodios,
sin sacar todo el efecto dramático que con un
tratamiento más amplio conseguiría.
Esta sequedad de estilo, esta aparente inhabilidad
narrativa, que convierte algunas partes de la novela en
una mera enumeración de calamidades y aventuras, ha
INTRODUCCIÓN 221
hecho pensar ya desde Rohde, pero principalmente a
partir del estudio de K. Bürger4, que lo que nosotros
conocemos no es la obra original, sino el resultado de
la actuación de un abreviador posterior, es un epitome
del original. Hay que decir además que estas epitomizaciones
no son raras en la Antigüedad, y que precisamente
el siglo ii d. C., el de nuestra obra, era un siglo
de resúmenes. Y que en el caso de otras novelas ha
habido intervenciones de sentido contrario, ampliaciones
de carácter retórico, como en la obra de Aquiles
Tacio o en el Asno de Oro de Apuleyo5.
La teoría de que el texto transmitido por la tradición
es un resumen del original, especialmente en lo
que se refiere a los últimos libros, más trepidantes en
acontecimientos que el primero, único en que encontramos
descripciones externas a la acción (la procesión,
el vestido de Antía en ella, la cámara nupcial), o el segundo,
con el amplio tratamiento del episodio de Manto,
ha sido admitida por la generalidad de los eruditos
en el campo de la novela griega hasta que un estudio
de T. Hagg6 la ha descartado completamente. Este
autor atribuye las aparentes lagunas e irregularidades
de la obra al propio estilo del autor, y justifica las
aparentes faltas de equilibrio en el tratamiento de algunos
temas a un rasgo característico de la obra, y no al
hecho de ser un resumen.
Un ejemplo puede aclarar quizá mejor la cuestión.
En la novela hay dos episodios con el tema de la mujer
de Putifar: el de Manto en el libro II (3-5) y el de Ciño
en el III (12, 4), el primero extensamente tratado y el
segundo despachado en unas pocas líneas.
4 K. B ü rg e r, «Zu Xenophon von Ephesos», Hermes 37 (1892),
36-67.
5 Cf. C. G arcía G ual, L os orígenes de la novela, Madrid, 1972,
pp. 232-236.
6 T. H agg, Classica et Mediaevatia 37 (1966), 118-161.
222 EFESÍACAS
La interpretación a partir de Bürger (o. c.) es que en
el segundo ha intervenido la mano del abreviador, que
ha reducido la escena a su esqueleto, dejando incluso
determinadas reacciones (la aceptación de Habrócomes,
por ejemplo) sin justificar.
Para Hágg por el contrario esta aparente desproporción
es uno de los rasgos de estilo del autor: cuando
dos episodios tratan de temas similares, el autor trata
extensamente el primero y deja sin elaborar el segundo.
Y muestra que este rasgo, al que considera incluso
el tipo básico de la narración de esta obra, está incluso
en la primera parte de la novela: comparemos la distinta
extensión dada al diálogo Euxino-Habrócomes
(I 16, 3-6) y Corimbo-Antía (I 16, 7), o a la crucifixión
(IV 2, 2-7) y condena a la hoguera (IV 2, 8-9) de Habrócomes.
Se trata, pues, de un rasgo de economía, o quizá
de una falta de habilidad de variación en el doble tratamiento
de un mismo tema, pero en cualquier caso
es obra, según Hágg, del mismo autor y no resto de la
intervención de una mano extraña a la original.
5. Estructura y estilo
La estructura de la obra de Jenofonte, tras la Introducción
inicial en que presenta sus personajes y justifica
sus aventuras, se desarrolla en toda su amplia parte
central mediante una narración que alterna constantemente
entre las dos líneas principales de la historia,
centradas en los protagonistas Habrócomes y Antía,
con sólo ocasionales desviaciones en que se narran historias
laterales de otros personajes secundarios, como
la del bandido Hipótoo (III 2), la de Leucón y Rodé
(V 6, 3-4) o la del pescador Egialeo (V 1, 4-13).
En esta narración el énfasis del autor se centra en
los hechos concretos y las peripecias múltiples, que
acumula a un ritmo trepidante, y en su relación causal
INTRODUCCIÓN 223
o simplemente temporal. Es este gusto por la acumulación
de peripecias, de hechos dramáticos, lo que le
hace descuidar por un lado el estudio profundo de los
caracteres, que da a la obra de Garitón su aspecto de
obra tan elaborada, y por otro, incluso el establecimiento
de una conexión orgánica entre las dos líneas de
acción. Ambas alternan en la narración con un tempo
rapidísimo, y las transiciones entre una y otra línea se
hacen la mayoría de las veces sin consideración alguna
a la conexión entre ellas.
A veces es un personaje secundario el que sirve de
«puente» entre los dos protagonistas, que se mantienen
totalmente separados y sin conexión alguna entre ellos
desde su primera separación. Este parece ser el papel
de Hipótoo, que entra en contacto alternativamente con
uno y otro de los dos amantes. Pero en otras ocasiones
el autor desaprovecha todas las posibilidades que le da
la identidad geográfica para establecer un «puente» de
unión o simplemente un «clímax» dramático.
Esta estructura, magistralmente estudiada por
T. Hágg7, es la que determina sus aparentes fallos de
estilo y su evidente «fisonomía de cuento popular» como
quiere Dalmeyda8. Acumula, en efecto, episodios a veces
sin justificación suficiente, y por supuesto sin sacar de
ellos todo el partido que dramáticamente podían dar,
con un marcado regusto por lo macabro y lo maravilloso,
con un estilo de narración simple y directo, que
resulta en ocasiones francamente telegráfico, y con un
ánimo profundamente diferente del de Caritón: subyace
en toda la novela de Jenofonte todo un espíritu religioso
que está ausente de la de aquél y que es otro de
7 T. Hagg, Narrative technique in ancient greek romances, Estocoímo,
1971.
8 En el prólogo a su edición de Jenofonte de Éfeso editada
en la colección Budé, París, 2.a ed., 1962, pp. XXVII-XXXI.
224 EFESÍACAS
los determinantes principales de las diferencias entre
ellos.
6. La religión de las «Efesíacas»
No se puede decir que la religión esté ausente de la
obra de Caritón y en cambio sea un elemento fundamental
en la de Jenofonte de Éfeso. Los dioses están
presentes en ambos, y en ambos juegan sus templos
un papel de favorecedores de los encuentros. En este
sentido el papel del santuario de Afrodita situado en la
finca de Dionisio, donde Quéreas ve la estatua de Calírroe,
y el del templo de Helios en Rodas al final de las
Efesíacas, que reúne a los dos protagonistas mediante
el reconocimiento de las ofrendas de unos por los otros,
es ciertamente similar.
La diferencia está en que en Caritón es éste un elemento
marginal, en tanto que en Jenofonte se ha señalado
como central a su novela, hasta el punto de que
se habla de la Efesíacas como de una «novela isíaca»9,
de una novela básicamente de propaganda religiosa.
Y ello no sólo porque los dioses toman efectivamente
un papel activo en la trama, con oráculos a veces y
también con milagros en favor de uno de los personajes,
como en el caso de la salvación de Habrócomes por
una intervención directa de Helios.
Subyace a toda la novela de Jenofonte de Éfeso una
intención religiosa, y se desarrolla la acción en todo un
ambiente donde la religión, principalmente la religión
isíaca, es uno de los elementos fundamentales. Jenofonte
nos proporciona en su obra no sólo noticias sobre
cultos concretos, que forman el decorado de determinadas
escenas, como los de Ártemis en el libro I o los de
Apis en Menfis en V 4, 8-11, sino también toda una in9
Cf. R . E . W itt, Isis in the graeco-roman world, Nueva York,
1971, capitulo XVIII.
INTRODUCCIÓN 225
formación sobre el espíritu religioso de su época, caracterizado
por la gran difusión de los cultos egipcios,
principalmente de Isis, y su sincretización con algunas
divinidades griegas que llegan a identificarse con ella.
A este espíritu isíaco corresponde la valorización de la
fidelidad matrimonial y la valoración de la muerte que
hacen frecuentemente los protagonistas como paso a
un nuevo estado, a una nueva vida en la que van a poder
reunirse de nuevo, como Isis con su esposo muerto
Osiris.
En las Efesíacas son tratadas ya las dos diosas lunares,
griega (Ártemis) y egipcia (Isis), como dos aspectos
de una divinidad simple10. Antía, probablemente la sacerdotisa
principal de Ártemis en Éfeso, es arrastrada
en sus peripecias a ciudades que son precisamente centros
famosos del culto de Isis: Rodas, Tarso, Alejandría,
Menfis; y para salvaguardar su fidelidad a su esposo
invoca, aunque sólo desde su llegada a Egipto, a Isis,
en cuyas manos había puesto su salvación el oráculo
de Apolo del principio de la obra. A su regreso a Éfeso
es a Ártemis a quien los esposos ofrecen sacrificios.
Para favorecer esta identificación de las dos diosas,
nuestro autor elimina totalmente las alusiones a los
aspectos fálicos del isiacismo, que no encajan con el
carácter virginal de la Ártemis clásica, y resalta en Isis
su aspecto de protectora de la fidelidad conyugal y,
por tanto, de la castidad, que podía hacerla conectar
más fácilmente con la diosa griega.
Junto a los elementos del culto isíaco, que han sido
estudiados por Merkelbach11 y Kerényi12 además del
ya citado Witt, es también la obra de Jenofonte un ex10
En contra cf. J. G. G r i f f i th s , o. c.
11 R. M brkelbach, Román und Mysterium in der Antike, Munich
& Berlín, 1962.
!2 K. K erén y i, Die griechisch-orientalische Romanliteratur in
religionsgeschichtlicher Beleuchtung, Darmstadt, 1962.
226 EFESÍACAS
ponente de la heliolatría, el culto al Sol, característico
de su época, una época en la que el propio emperador
(Heliogábalo) podía ser también un adorador del Sol.
Isis-Ártemis es la protectora de Antía, en tanto que
Habrócomes está bajo la tutela de Helios, el Sol, que
llega a intervenir en su favor con dos auténticos milagros:
procedimiento de resolución de los problemas de
los protagonistas que es bien poco frecuente en las
novelas que conocemos, y que en ésta se encuadra
dentro de la intención y el espíritu religioso en que
toda ella está sumergida.
7. La sociedad
Jenofonte de Éfeso, a diferencia de Cantón, no saca
sus personajes del archivo histórico, no utiliza como
protagonistas a personas relacionadas con hombres famosos
en la historia griega, sino a individuos sacados
de la vida privada, desconocidos por otros conceptos
y totalmente imaginarios.
Ello es causa de que el nivel social de su novela sea
más bajo que el de la de Caritón. No hay en ella un
ambiente de reyes, sátrapas y potentados, sino que sus
personajes proceden de la clase alta de una ciudad
helenística, una clase rica y ociosa, pero ya fundamentalmente
«burguesa», compuesta de ricos comerciantes
o funcionarios imperiales, cuyo cargo llevaba aparejada
la riqueza además del poder.
Junto a los protagonistas, extraídos de una familia
cualquiera de la clase alta, se desarrolla un mundo de
hombres libres empobrecidos, desempeñando profesiones
liberales (el médico Eudoxo), oficios independientes
(el pescador Egialeo) o trabajos a sueldo (el propio
Habrócomes se emplea en un cierto momento como
picapedrero). Las posibilidades que esta clase tiene de
salir de la extremada pobreza con que la novela nos la
INTRODUCCIÓN 227
pinta son exclusivamente dos: la herencia (Leucón y
Rodé por un lado, Hipótoo por otro) y el bandidaje (los
piratas fenicios e Hipótoo).
Este segundo procedimiento de adquirir riqueza es
especialmente importante en la novela, que nos plantea
como una situación frecuente la existencia de bandas
organizadas de salteadores, y dentro de la trama, porque
Hipótoo actúa frecuentemente de «puente» entre
los dos esposos. Esta figura del bandido generoso ha
sido posteriormente repetida en Heliodoro, ya sin la
ambigüedad que Jenofonte da al carácter de este personaje,
al que atribuye, junto a su desinteresada y profunda
amistad hacia Habrócomes, rasgos de inusitada e
innecesaria crueldad (V 2, 7) y una embarazosa atracción
por los muchachos que el propio autor critica
duramente en otros pasajes de la obra (II 1, 2-4).
En comparación con Caritón aparecen en esta novela
un mayor número de personajes humildes, libres e incluso
esclavos, y éstos son tratados con una cierta
consideración y tienen una importancia en la trama
como nunca alcanzan en la novela de Quéreas y Calírroe.
La figura magnánima del cabrero Lampón, por
ejemplo (II 9-11), contrasta favorablemente con el servilismo
que Caritón atribuye sistemáticamente a sus
personajes de esclavos.
Analizada la estructura social de la novela, surge la
cuestión de hasta qué punto es ésta un trasunto de la
realidad social de la época del autor 13. Evidentemente
la novela griega no tiene en absoluto una intención realista.
La propia descripción de los protagonistas no
puede ser más falsa: ricos, nobles o de alta clase, de
belleza sobrehumana, adornados de todas las cualidades
imaginables. Pero es también lógico que el autor
haya trasladado, al menos en parte, al escenario de su
acción elementos del ambiente real de su época que la
23 A. M. S c arc ella , Erótica Antigua, p p . 76-78.
228 EFESÍACAS
hagan más cercana al lector de las aventuras, y ello en
mayor medida en obras cuyo ambiente no es histórico
como la que nos ocupa.
El ambiente religioso de las Efestacas corresponde,
como hemos visto, al de la época de su composición,
y el mundo en que se desarrolla esta novela tiene bastantes
visos de ser una esquematización del mundo real
del siglo II d. C.: una clase alta sumamente enriquecida
por efecto de la inflación que dominaba la economía
de la época, con la adquisición de importancia, por esta
misma circunstancia, de los cargos oficiales, y el empobrecimiento
del resto de la población, cuyo papel económico
de trabajadores se ve además entorpecido por la
competencia de los esclavos. Estos últimos son los únicos
que aparecen dedicados a faenas agrícolas. El campo,
por otra parte, ha perdido importancia y la población
se acumula en las ciudades, con lo que se produce
la despoblación de amplias zonas, circunstancia que
también se destaca en la novela.
Poco más, sin embargo, se podría sacar de las Ef estacas
en este campo. No es intención de Jenofonte de
Éfeso darnos un cuadro de la realidad de su época ni
se centra su interés en la descripción del mundo circundante
a sus protagonistas, sino en la creación de un
mundo de ficción donde las aventuras extraordinarias
se suceden unas a otras con gran rapidez, y donde la
intervención de fuerzas sobrenaturales quiere ser puesta
tan de manifiesto que ni siquiera se descarta su aparición
como deus ex machina en algunos momentos de
su obra.
8. El texto
El texto de las Ef estacas que conocemos nos ha sido
transmitido por un solo manuscrito, el mismo en que
está la novela de Caritón, el Laurentianus Conventi
INTRODUCCIÓN 229
Soppresi 627, con letra del siglo xm. Además conservamos
una copia de este mismo códice hecha por Salvini
en 1700 (copió las Efesíacas y la novela de Caritón), la
cual pertenece a los fondos Riccardi y está actualmente
en la Biblioteca Laurenciana.
La primera edición de las Efesíacas fue hecha en 1726
por Antonio Cocchi, florentino, en los talleres de C. Bowyer
en Londres. Esta edición se apoya en la copia de
Salvini, y fue contrastada posteriormente con el manuscrito
Laurentianus, anotando el propio editor al margen
las correcciones pertinentes. Uno de estos ejemplares
anotados se encuentra actualmente en la biblioteca
Bodleiana.
Tras esta editio princeps merecen citarse las de Locella
(Viena, 1796), Mitscherlich (Estrasburgo, 1792-4),
Peerlkamp (Harlem, 1818), Passow (1824-33), así como
las de Hirschig para la colección Didot (1856) y la de
Hercher para la Teubner (1858).
Más recientemente nuestro autor ha sido cuidadosamente
estudiado por Dalmeyda (colec. Budé, París, 1926,
2.a ed. 1962), cuyo texto nos ha servido de base principal
para esta traducción. Asimismo, hemos tenido a la vista
los textos de Miralles (Fund. Bernat Metge, Barcelona,
1967) y la edición de Papanikolaou para la colección
Teubner (Leipzig, 1973), la más reciente y cuyo texto
difiere muy escasamente del de Dalmeyda.
En cuanto a traducciones, aparte de la de Dalmeyda
en su edición ya citada, excelente por cierto, y sobre la
que se basa la única traducción al castellano que conocemos,
la de Bergua (Madrid, 1965), debemos destacar
la hecha al catalán por C. Miralles en su edición ya
citada y las de M. Hadas (New York, 1953) al inglés y
B. Kytzler (Frankfurt am Main & Berlín, 1968) al
alemán.
Julia Mendoza
BIBLIOGRAFÍA
Queremos reunir en este apartado un conjunto de obras importantes
para estudiar y comprender a Jenofonte de Éfeso, bien
porque se ocupan directamente de este autor, bien porque abordan
temas que, como el religioso, tienen gran importancia para
el estudio de las Ef estacas. Del mismo modo que no pretendemos
ser exhaustivos, nos sentimos eximidos ya de referenciar obras
que, como las de Rohde, Perry o Merkelbach, han sido ya citadas
en la introducción a la novela de Caritón.
K. B ü rg e r, «Zu Xenophon von Ephesos», Hermes 37 (1892), 36-67.
J. G. G r i f f i th s , «Xenophon von Ephesos and Isis», en Erotica
Antiqua. Acta of the international conference of the ancient
novel, Bangor, 1977, pag. 75.
T. Hägg, «Die Ephesiaka des Xenophon Ephesios, Original oder
Epitome?», Classica et Mediaevalia 37 (1966), 118-161.
— «The naming of the characters in the romance of Xenophon
Ephesios», Eranos 68 (1971).
----- Narrative technique in ancient greek romances: Studies of
Chariton, Xenophon Ephesius and Achilles Tatius, Estocolmo,
1971.
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2. ergäntzte Aufl., Darmstadt, 1962 (1.* ed., Tübingen,
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les cultes de Vlonie du Nord, P aris, 1922.
232 EFESÍACAS
B. P. R eardon, Les courants littéraires grecques des II et III
siècles après J. C., Paris, 1971.
A. M. S c arc ella , «Strutture socio-economiche del romanzo di
Senofonte Efesio», en Erotica Antiqua, Bangor, 1977, págs. 76-78.
R. E. Witt, Isis in the graeco-roman world, New York, 1971.

sábado, 4 de abril de 2015

Eurípides. Orestes.


Dramaturgo griego, el tercero junto con Esquilo y Sófocles de los tres grandes poetas trágicos de Ática. Su obra, enormemente popular en su época, ejerció una influencia notable en el teatro romano. Posteriormente su influencia se advierte en el teatro del renacimiento como en los dramaturgos franceses Pierre Corneille y Jean Baptiste Racine. Según la tradición, Eurípides nació en Salamina, un 23 de septiembre probablemente del año 480 a.C., el día de la gran batalla naval entre los griegos y los persas. Sus padres, según afirman ciertos expertos, pertenecían a la nobleza.

Orestes, representada en el 408 a.C., es una de las últimas obras del autor. Clitemnestra, culpable de la muerte de su marido Agamenón, es asesinada por su hijo Orestes, quien ante la enormidad de su acto se ve acosado por las Erinis y enloquece. A partir de aquí se plantea un debate sobre si el matricidio ordenado por Apolo y cometido por Orestes es o no justo, y si éste podría haber actuado de diferente modo. Cada uno de los personajes adopta su postura para juzgar el crimen: Electra apoya a su hermano, Tindáreo, su abuelo, se muestra implacable con Orestes, Menelao, hermano de Agamenón, es incapaz de adoptar una decisión firme, Helena, hermana de Clitemnestra, lamenta el asesinato pero no culpa a Orestes por haberlo llevado a cabo, y Pílades, amigo de Orestes, le ofrece a éste su apoyo incondicional. A lo largo de la obra, el protagonista pasará de sufrir tormento por su crimen a actuar con determinación.
Fuente: N.N.

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