Las tres musas últimas castellanas
Francisco de Quevedo
Euterpe Musa Séptima
ArribaAbajo
[Sonetos]
A Belisario
ArribaAbajo Viéndote sobre el cerco de la luna
triunfar
de tanto bárbaro contrario,
¿quién
no temiera, ¡oh noble Belisario!,
que
habías de dar envidia a la Fortuna?
Estas lágrimas tristes, una a una,
bien
las debo al valor extraordinario
Conque
escondiste en alto olvido a Mario,
que
mandando nació desde la cuna.
Y ahora, entre los míseros mendigos,
te
tiraniza el tiempo y el sosiego
la
memoria de altísimos despojos.
Quisiéronte cegar tus enemigos,
sin
advertir que mal puede ser ciego
quien
tiene en tanta fama tantos ojos.
A la brevedad de la vida
ArribaAbajo ¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh,
cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué
mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues
con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en
quien lozana juventud se fía;
mas
ya mi corazón del postrer día
atiende
el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Qué
no puedo querer vivir mañana
sin
la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es
nueva ejecución, con que me advierte
cuán
frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Muestra lo que es una mujer despreciada
ArribaAbajo Disparado esmeril, toro herido;
fuego
que libremente se ha soltado,
osa
que los hijuelos le han robado,
rayo
de pardas nubes escupido;
serpiente o áspid con el pie oprimido,
león
que las prisiones ha quebrado,
caballo
volador desenfrenado,
águila
que le tocan a su nido;
espada que la rige loca mano,
pedernal
sacudido del acero,
pólvora
ha quien llegó encendida mecha;
villano rico con poder tirano,
víbora,
cocodrilo, caimán fiero
es
la mujer si el hombre la desecha.
Soneto a la muerte
ArribaAbajo ¡Aquí Del Rey Jesús! ¿y qué es aquesto?
No
le vale la iglesia al desdichado,
que
entró a matarle dentro de sagrado,
sin
temer casa Real, ni Santo puesto.
Favor a la justicia, alumbren presto,
corran
tras de él, prendan al culpado;
no
quiere resistirse, que embozado
de
esperar a la ronda está dispuesto.
Llegaron a prenderle por codicia,
no
de la espada ser mayor de marca;
mas
visto que la trae de sangre llena,
preguntole quien era la justicia,
desembozose
y dijo: Soy la Parca.
¿La
Parca sois? Andad de enhorabuena.
ArribaAbajo
Sonetos pastoriles
Sonetos que llama el autor pastoriles y los
dedicó a la Musa Euterpe
- I -
A Lísida, pidiéndole unas flores que tenía en
la mano, y persuadiéndola imite a una fuente
ArribaAbajo Ya que huyes de mí, Lísida hermosa,
imita
las costumbres de esta fuente,
que
huye de la orilla eternamente,
y
siempre la fecunda generosa.
Huye de mí cortés, y, desdeñosa,
sígate
de mis ojos la corriente;
y,
aunque de paso, tanto fuego ardiente
merézcate
una yerba y una rosa.
Pues mi pena ocasionas, pues te ríes
del
congojoso llanto que derramo
en
sacrificio al claustro de rubíes,
perdona lo que soy por lo que amo;
y
cuando, desdeñosa, te desvías,
llévate
allá la voz con que te llamo.
- II -
A Lisis, presentándole un perro, que había
quitado un cordero de los mismos dientes del lobo
ArribaAbajo Este cordero, Lisis, que tus yerros
sobrescribieron
como al alma mía,
estando
ayer recién nacido el día,
de
un lobo le cobraron mis dos perros.
En el denso teatro de estos cerros,
Melampo
aventajó su valentía:
ya
le viste otra vez, con osadía,
defender
a tus voces los becerros.
Conoce que soy tuyo en tu ganado,
pues,
por guardarle, desamparo el mío,
y
en mi pérdida estimo su cuidado.
Pues te sirven sus dientes y sus brío,
recíbele,
no pierda desdeñado
lo
que él merece, porque yo le envío.
- III -
A Aminta, que imite el sol en dejarle consuelo
cuando se ausenta
ArribaAbajo Pues eres sol, aprende a ser ausente
del
sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no
viste ayer agonizar el día
y
apagar en el mar el oro ardiente?
Luego se ennegreció, mustio y doliente,
el
aire adormecido en sombra fría;
luego
la noche, en cuanta luz ardía,
tantos
consuelos encendió el Oriente.
Naces, Aminta, a Silvio del ocaso
en
que me dejas sepultado y ciego;
sígote
oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del
fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas,
desperdicios de tu fuego.
- IV -
A una fuente en que salió a mirarse Lísida
ArribaAbajo Fuente risueña y pura (que a ser río
de
las dos urnas de mi vista aprendes,
pues
que te precipitas y desciendes
de
los ojos que en lágrimas te envío),
si en mentido cristal te prende el frío,
en
mi llanto por Lísida te enciendes,
y
siempre ingrata a mi dolor atiendes,
siendo
el caudal con que te aumentas mío;
tú de su imagen eres siempre avara,
yo
prodigo de llanto a tus corrientes,
y
a Lísida de la alma y fe más rara.
Amargos, sordos, turbios, inclementes
juzgué
los mares, no la amena y clara
agua
risueña y dulce de las fuentes.
- V -
Con ejemplo del invierno imagina Sistra
admitido su fuego del yelo de Lisi
ArribaAbajo Pues ya tiene la encina en los tizones
más
séquito que tuvo en hoja y fruto,
y
el nubloso Orïón manchó con luto
las
(otro tiempo) cárdenas regiones;
pues perezoso Arturo, y los Trïones
dispensan
breve el sol, y poco enjuto,
y
con imperio cano y absoluto
labra
el yelo las aguas en prisiones;
hoy que se busca en el calor la vida,
gracias
al dueño invierno, amante ciego,
a
quien desprecia Amor y Lisi olvida,
al yelo hermoso de su pecho llego
mi
corazón, por ver si, agradecida,
se
regala su nieve con mi fuego.
- VI -
Con la comparación de dos toros celosos, pide
a Lisi no se admire del sentimiento de sus celos
ArribaAbajo ¿Ves con el polvo de la lid sangrienta
crecer
el suelo y acortarse el día
en
la celosa y dura valentía
de
aquellos toros que el amor violenta?
¿No
ves la sangre que el manchado alienta;
el
humo que de la ancha frente envía
el
toro negro, y la tenaz porfía
en
que el amante corazón ostenta?
Pues si lo ves, ¡oh Lisi!, ¿por qué admiras
que,
cuando Amor enjuga mis entrañas
y
mis venas, volcán, reviente en iras?
Son los toros capaces de sus sañas,
¿y
no permites, cuando a Bato miras,
que
yo ensordezca en llanto las montañas?
- VII -
Culpa a Flor injusta en el premio de su favor
con el ejemplo de una vaca pretendida en el soto: es imitación de Virgilio en
las Geórgicas
ArribaAbajo ¿Ves gemir tus afrentas al vencido
toro,
y que tiene, ausente y afrentado,
menos
pacido el soto que escarbado,
y
de sus celos todo el mundo herido?
¿Vesle ensayar venganzas con bramido,
y
en el viento gastar ímpetu armado?
¿Ves
que sabe sentir ser desdeñado,
y
que su vaca tenga otro marido?
Pues considera, Flor, la pena mía,
cuando
por Coridón, pastor ausente,
desprecias
en mi amor mi compañía.
Ofreciose la vaca al más valiente,
y
con razón premió la valentía:
tú
me desprecias, Flor, injustamente.
- VIII -
Aconseja al Amor que para vencer el desdén de
Lisis, deje las flechas comunes, y tome las con que hirió a Júpiter, para que
se enamorase de Europa
ArribaAbajo Amor, prevén el arco y la saeta
que
enseñó a navegar y dar amante
al
rayo, cuando Jove fulminante,
bruta
deidad, bramó llama secreta.
La vulgar cuerda que tu mano aprieta,
para
el pecho de Lisi no es bastante:
otra
cosa más dura que el diamante
dudo
que la victoria te prometa.
Prevén toda la fuerza al pecho helado,
pues
menos gloria, en menos hermosura,
te
fue bajar al sol del cielo al prado.
Y pues de ti no supo estar segura
tu
madre, no permitas, despreciado,
que
tu poder desmienta Lisis dura.
- IX -
Con el ejemplo del fuego enseña a Alexi
pastor, cómo se ha de resistir al amor en su principio
ArribaAbajo ¿No ves, piramidal y sin sosiego,
en
esta vela arder inquieta llama,
y
cuán pequeño soplo la derrama
en
cadáver de luz, en humo ciego?
¿No ves, sonoro y animoso, el fuego
arder
voraz en una y otra rama,
a
quien, ya poderoso, el soplo inflama
que
a la centella dio la muerte luego?
Así pequeño amor recién nacido
muere,
Alexi, con poca resistencia,
y
le apaga una ausencia y un olvido;
mas si crece en las venas su dolencia,
vence
con los que pudo ser vencido
y
vuelve en alimento la violencia.
- X -
Dice, que como el labrador teme el agua cuando
viene con truenos, habiéndola deseado, así es la vista de su pastora
ArribaAbajo Ya viste que acusaban los sembrados
secos,
las nubes y las lluvias; luego
viste
en la tempestad temer el riego
los
surcos, con el rayo amenazados.
Más quieren verse secos que abrasados,
viendo
que al agua la acompaña el fuego,
y
el relámpago y trueno sordo y ciego;
y
mustio el campo teme los nublados.
No de otra suerte temen la hermosura
que
tuyos mis ojos codiciaron,
anhelando
la luz serena y pura;
pues luego que se abrieron, fulminaron,
y
amedrentando el gozo a mi ventura,
encendieron
en mí cuanto miraron.
- XI -
Significa el mal que entra al alma por los
ojos con la fábula de Acteón
ArribaAbajo Estábase la Efesia cazadora
dando
en aljófar el sudor al baño,
cuando
en rabiosa luz se abrasa el año
y
la vida en incendios se evapora.
De sí, Narciso y ninfa, se enamora;
mas
viendo, conducido de su engaño,
que
se acerca Acteón, temiendo el daño,
fueron
las ninfas velo a su señora.
Con la arena intentaron el cegalle,
mas
luego que de Amor miró el trofeo,
cegó
más noblemente con su talle.
Su frente endureció con arco feo,
sus
perros intentaron el matalle,
y
adelantose a todos su deseo.
8
- XII -
Dice, que como el Nilo guarda su origen,
encubrió también el de su amor la causa y crece así también su llanto con el
fuego que le abrasa
ArribaAbajo Dichoso tú, que naces sin testigo
y
de progenitores ignorados,
¡oh
Nilo!, y nube y río, al campo y prados,
ya
fertilizas troncos y ya trigo.
El humor que, sediento y enemigo,
bebe
el rabioso Can a lo sagrados
ríos,
le añade pródigo a tus vados,
siendo
Aquario el León para contigo.
No de otra suerte, Lisis, acontece
a
las undosas urnas de mis ojos,
cuyo
ignorado origen se enmudece.
Pues cuando el Sirio de tus lazos rojos
arde
en bochornos de oro fresco, crece
más
su raudal, tu hielo y mis enojos.
9
- XIII -
Con la propiedad del Guadiana, de quien dice
Plinio, saepius nasci gaudet, compara la disimulación de sus lágrimas
ArribaAbajo O ya descansas, Guadiana, ociosas
tus
corrientes en lagos que ennobleces,
o
líquidas dilatas a tus peces
campañas
en las lluvias procelosas;
o en las grutas sedientas tenebrosas
los
raudales undosos despareces,
y
de nacer a España muchas veces
te
alegras en las tumbas cavernosas;
émulos mis dos ojos a tus fuentes
ya
corren, ya se esconden, ya se paran,
y
nacen sin morir al llanto ardientes.
Ni mi prisión ni lágrimas se aclaran:
todo
soy semejante a tus corrientes,
que
de su propio túmulo se amparan.
- XIV -
Habiendo llamado a su zagala Aurora, pide a la
del cielo, que se detenga para ver en alto el retrato de su misma zagala
ArribaAbajo Tú, princesa bellísima del día,
de
las sombras nocturnas triunfadora,
oro
risueño y púrpura pintora,
del
aire melancólico alegría;
pues del sol que te sigue y que te envía
eres
flagrante y rica embajadora;
pues
por ennoblecerte llamé Aurora
la
hermosa sin igual zagala mía,
ya que la noche me privó de vella,
y
esquiva mis dos ojos, piadosa,
entretenme
su imagen en tu estrella.
Niégale al sol las horas; no envidiosa
su
llama, que tus luces atropella,
esconde
en ti su ardiente nieve y rosa.
0
- XV -
A Fili, que suelto el cabello lloraba
ausencias de su pastor
ArribaAbajo Ondea el oro en hebras proceloso;
corre
el humor en perlas hilo a hilo;
juntó
la pena al Tajo con el Nilo,
éste
creciente, cuando aquél precioso.
Tal el cabello, tal el rostro hermoso
asiste
en Fili al doloroso estilo,
cuando
por las ausencias de Batilo,
uno
derrama rico, otro lloroso.
Oyó gemir con músico lamento
y
mustia y ronca voz tórtola amante,
amancillando
querellosa el viento.
Dijo: «Si imitas mi dolor constante,
eres
lisonja dulce de mi acento;
si
le compites, no es tu mal bastante».
- XVI -
A Lisi, que su cabello rubio tenía sembrados
claveles carmesíes por el cuello
ArribaAbajo Rizas en ondas ricas del rey Midas,
Lisi,
el acto precioso, cuanto avaro;
arden
claveles en su cerco claro,
flagrante
sangre, espléndidas heridas.
Minas ardientes, al jardín unidas,
son
milagro de amor, portento raro,
cuando
Hibla matiza el mármol paro
y
en su dureza flores ve encendidas.
Esos que en tu cabeza generosa
son
cruenta hermosura y son agravio
a
la melena rica y victoriosa,
dan al claustro de perlas, en tu labio,
elocuente
rubí, púrpura hermosa,
ya
sonoro clavel, ya coral sabio.
- XVII -
Ausente se lamenta mirando la fuente, donde
solía mirarse su pastora
ArribaAbajo En este sitio donde mayo cierra
cuanto
con más fecunda luz florece,
tan
parecido al cielo, que parece
parte
que de su globo cayó en tierra;
testigos son las peñas de esta sierra
(hombros
que al peso celestial ofrece)
del
duro afán que el corazón padece,
en
alta esclavitud, injusta guerra.
Miré la fuente donde ver solía
a
Fílida, que en ella se miraba,
cuando
por serla espejo no corría.
Por imitar mi envidia se abrasaba,
cuando
en sus manos mi atención ardía:
y,
en dos incendios, Fílida se helaba.
- XVIII -
A una fuente donde solía llorar los desdenes
de Fili
ArribaAbajo Esta fuente me habla, mas no entiendo
su
lenguaje, ni sé lo que razona;
sé
que habla de amor, y que blasona
de
verme a su pesar por Flori ardiendo.
Mi llanto, con que crece, bien le entiendo,
pues
mi dolor y mi pasión pregona;
mía
lágrimas el prado las corona;
vase
con ellas el cristal riendo.
Poco mi corazón debe a mis ojos,
pues
dan agua al agua y se la niegan
al
fuego que consume mis despojos.
Si no lo ven, porque, llorando, ciegan,
oigan
lo que no ven a mis enojos:
déjanme
arder, y la agua misma anegan.
- XIX -
Compara a la hiedra su amor, que causa
parecidos efectos, adornando el árbol por donde sube y destruyéndole
ArribaAbajo Esta yedra anudada que camina
y
en verde laberinto comprende
la
estatura del álamo que ofende,
pues
cuanto le acaricia, le arruina,
si es abrazo o prisión, no determina
la
vista, que al frondoso lago atiende:
el
tronco sólo, si es favor, entiende,
o
cárcel que le esconde y que le inclina.
¡Ay, Lisi!, quien me viere enriquecido
con
alta adoración de tu hermosura,
y
de tan nobles penas asistido,
pregunte a mi pasión y a mi ventura,
y
sabrá que es prisión de mi sentido
lo
que juzga blasón de mi locura.
- XX -
Dice, que el sol templa la nieve de los alpes,
y los ojos de Lisi no templan el hielo de sus desdenes
ArribaAbajo Miro este monte que envejece enero,
y
cana miro caducar con nieve
su
cumbre que, aterido, oscuro y breve,
la
mira el sol, que la pintó primero.
Veo que en muchas partes, lisonjero,
o
regala sus hielos, o los bebe;
que,
agradecido a su piedad, se mueve
el
músico cristal libre y parlero.
Mas en los Alpes de tu pecho airado,
no
miro que tus ojos a los míos
regalen,
siendo fuego, el hielo amado.
Mi propia llama multiplica fríos,
y
en mis cenizas mismas ardo helado,
envidiando
la dicha de estos ríos.
- XXI -
A una dama hermosa, y tiradora de vuelo, que
mató un águila con un tiro
ArribaAbajo ¿Castigas en la águila el delito
de
los celos de Juno vengadora,
porque
en velocidad alta y sonora
llevó
a Jove robado el catamito?
¿O juzgaste su osar por infinito
en
atrever sus ojos a tu aurora,
confiada
en la vista vencedora,
con
que miran al Sol de hito en hito?
¿O porque sepa Jove que en el cielo,
cuando
Venus fulminas, de tu rayo
ni
el suyo está seguro, ni su vuelo?
¿O a César amenazas con desmayo,
derramando
su emblema por el suelo,
honrando
los leones de Pelayo?
- XXII -
A Lisi, cortando flores y rodeada de abejas
ArribaAbajo Las rosas que no cortas te dan quejas,
Lisi,
de las que escoges por mejores;
las
que pisas se quedan inferiores,
por
guardar la señal que del pie dejas.
Haces hermoso engaño a las abejas,
que
cortejan solícitas tus flores;
llaman
a su codicia tus colores:
su
instinto burlas, y su error festejas.
Ya que de mí tu condición no quiera
compadecerse,
del enjambre hermoso
tenga
piedad tu eterna primavera.
Él será afortunado, yo dichoso,
si
de tu pecho fabricase cera,
y
la miel de tu rostro milagroso.
- XXIII -
A Lisi, que cansada de cazar en el estío, se
recostó a la sombra de un laurel
ArribaAbajo Lisi, en la sombra no hallarás frescura,
tú,
que con dos ardientes luminares
a
la sombra la traes caniculares
que
dieran a los Alpes calentura.
Del antiguo recato y compostura
han
olvidado a Dafne estos lugares,
pues
de dos soles tuyos, singulares,
quien
huyó de uno solo se asegura.
Mas viéndole en tus ojos dividido,
para
poder estar en ti dos veces,
otras
tantas le mira en ti vencido.
Y siente que, como ella, le aborreces,
pues
a su sombra y tronco has retraído
los
rayos que le niegas y le ofreces.
ArribaAbajo
Poesías amorosas
6
En lo penoso de un amante ausente
ArribaAbajo Embravecí llorando la corriente
de
aqueste fértil cristalino río,
y
cantando amansé su curso, y brío:
¡tanto
puede el dolor en un ausente!
Miréme
en los cristales de esta fuente
antes
que los prendiese el hielo frío,
y
vi que no es tan fiero el rostro mío,
que
no merezca ver tu luz ardiente.
Dejé sus aguas ricas de despojos,
cubrió,
Isbela, de incienso tus altares,
coronélos
de espigas a manojos.
Sequé, y crecí con agua, y fuego a Henares,
y
tornando en el agua a ver mis ojos,
en
un arroyo pude ver dos mares.
Soneto amoroso
ArribaAbajo Si en el loco jamás hubo esperanza,
ni
desesperación hubo en el cuerdo,
¿de
qué accidentes hoy la vida pierdo?
¿Qué
sentimiento mi razón alcanza?
¿Quién hace en mi memoria tal mudanza,
que
de aquello que busco no me acuerdo?
Velo
soñando, y sin dormir, recuerdo:
el
mal pesa y el bien igual balanza.
Escucho sordo y reconozco ciego;
descanso
trabajando y hablo mudo;
humilde
aguardo y con soberbia pido.
Si no es amor mi gran desasosiego,
de
conocer lo que me acaba dudo:
que
no hay de sí quien viva más rendido.
7
Culpa lo cruel de su dama
ArribaAbajo Hay en Sicilia una famosa fuente
que
en piedra torna cuanto moja y baña,
de
donde huye la ligera caña
el
vil rigor del natural corriente.
Y desde el pie gallardo hasta la frente,
Anaxar(e)te,
de dureza extraña,
convertida
fue en piedra, y en España
pudiera
dar ejemplo más patente.
Mas donde vos estáis es excusado
buscar
ejemplo en todas las criaturas,
pues
mis quejas jamás os ablandaron.
Y al fin estoy a creer determinado
que
algún monte os parió de entrañas duras,
o
que en aquesta fuente os bautizaron.
Quéjase de lo esquivo de su dama
ArribaAbajo El amor conyugal de su marido
su
presencia en el pecho le revela;
teje
de día en la curiosa tela
lo
mismo que de noche ha destejido.
Danle combates interés y olvido,
y
de fe y esperanza se abroquela,
hasta
que, dando el viento en pompa y vela,
le
restituye el mar a su marido.
Ulises llega, goza a su querida,
que
por gozarla un día, dio veinte años
a
la misma esperanza de un difunto.
Mas yo sé de una fiera embravecida,
que
veinte mil tejiera por mis daños,
y
al fin mis daños son no verme un punto.
8
Soneto amoroso
ArribaAbajo Cuando a más sueño el alba me convida,
el
velador piloto Palinuro
a
voces rompe al natural seguro,
tregua
del mal, esfuerzo de la vida.
¿Qué furia armada, o qué legión vestida
del
miedo, o manto de la noche oscuro,
sin
armas deja el escuadrón seguro,
a
mí despierto, a mi razón dormida?
Algunos enemigos pensamientos,
cosarios
en el mar de amor nacidos,
mi
dormido batel han asaltado.
El alma toca al arma a los sentidos;
mas
como Amor los halla soñolientos,
es
cada sombra un enemigo armado.
Soneto amoroso
ArribaAbajo Aguarda, riguroso pensamiento,
no
pierdas el respeto a cuyo eres.
Imagen,
sol o sombra, ¿qué me quieres?
Déjame
sosegar en mi aposento.
Divina Tirsis, abrasarme siento:
sé
blanda como hermosa entre mujeres;
mira
que ausente, como estás, me hieres;
afloja
ya las cuerdas al tormento.
Hablándote a mí solas me anochece:
contigo
anda cansada el alma mía;
contigo
razonando me amanece.
Tú la noche me ocupas y tú el día:
sin
ti todo me aflige y entristece,
y
en ti mi mismo mal me da alegría.
9
Soneto amoroso
ArribaAbajo A fugitivas sombras doy abrazos;
en
los sueños se cansa el alma mía;
paso
luchando a solas noche y día
con
un trasgo que traigo entre mis brazos.
Cuando le quiero más ceñir con lazos,
y
viendo mi sudor, se me desvía;
vuelvo
con una fuerza a mi porfía,
y
temas con amor me hacen pedazos.
Voyme a vengar en una imagen vana
que
no se aparta de los ojos míos;
búrlame,
y de burlarme corre ufana.
Empiézola a seguir, fáltanme bríos;
y
como de alcanzarla tengo gana,
hago
correr tras ella el llanto en ríos.
Soneto amoroso
ArribaAbajo Más solitario pájaro ¿en cuál techo
se
vio jamás, ni fiera en monte o prado?
Desierto
estoy de mí que me has dejado
mi
alma propia en lágrimas deshecho.
Lloraré siempre mi mayor provecho;
penas
serán y hiel cualquier bocado;
la
noche afán, y la quietud cuidado,
y
duro campo de batalla el lecho.
El sueño, que es imagen de la muerte,
en
mí a la muerte vence en aspereza,
pues
que me estorba el sumo bien de verte.
Que es tanto tu donaire y tu belleza,
que,
pues Naturaleza pudo hacerte,
milagro
puede hacer Naturaleza.
0
Soneto amoroso
ArribaAbajo Amor me ocupa el seso y los sentidos;
absorto
estoy en éxtasi amoroso;
no
me concede tregua ni reposo
esta
guerra civil de los nacidos.
Explayose el raudal de mis gemidos
por
el grande distrito y doloroso
del
corazón, en su penar dichoso,
y
mis memorias anegó en olvidos.
Todo soy ruinas, todo soy destrozos,
escándalo
funesto a los amantes,
que
fabrican de lástimas sus gozos.
Los que han de ser, y los que fueron antes,
estudien
su salud en mis sollozos,
y
envidien mi dolor, si son constantes.
Soneto amoroso
ArribaAbajo Dejad que a voces diga el bien que pierdo,
si
con mi llanto a lástima os provoco;
y
permitidme hacer cosas de loco:
que
parezco muy mal amante y cuerdo.
La red que rompo y la prisión que muerdo
y
el tirano rigor que adoro y toco,
para
mostrar mi pena son muy poco,
si
por mi mal de lo que fui me acuerdo.
Óiganme todos: consentid siquiera
que,
harto de esperar y de quejarme,
pues
sin previo viví, sin juicio muera.
De gritar solamente quiero hartarme.
Sepa
de mí, a lo menos, esta fiera