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domingo, 6 de mayo de 2012

Premio Cervantes 2007 JUAN GELMAN Poeta y periodista argentino (Buenos Aires, 1930)




Premio Cervantes 2007
JUAN GELMAN
Poeta y periodista argentino
(Buenos Aires, 1930)

Juan Gelman nació en un barrio judío de
Buenos Aires en 1930, hijo de inmigrantes ucranianos. Comenzó a escribir poemas de
amor cuando tenía ocho años y publicó el primero a los once (1941), en la revista Rojo
y Negro.
Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires. A los quince años
ingresó en la Federación Juvenil Comunista. En 1948 inició estudios universitarios de
Química en la Universidad de Buenos Aires, que abandonó pronto para dedicarse
plenamente a la poesía.
En 1955 fue uno de los fundadores del grupo de poetas El pan duro, integrado por
jóvenes militantes comunistas que proponían una poesía comprometida y popular y
actuaban cooperativamente para publicar y difundir sus trabajos. Fue ese grupo el
que publicó su primer libro, Violín y otras cuestiones (1956). En 1963 fue encarcelado
con otros escritores por pertenecer al Partido Comunista, hecho que provocó
movimientos de solidaridad. Luego de ser liberado, abandonó el Partido Comunista,
comenzó a vincularse a sectores del peronismo revolucionario y, con otros jóvenes que
también habían abandonado el Partido Comunista, formó el grupo Nueva Expresión y
la editorial La Rosa Blindada, que difundía libros de izquierda rechazados por el
comunismo ortodoxo. En 1967, durante la dictadura de 1966-1973, se integró a las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de orientación peronista-guevarista, que a
partir de 1974 se fusionaría con otras organizaciones guerrilleras peronistas como
Montoneros y Descamisados.
En 1966, comenzó a trabajar como periodista: fue jefe de redacción de la revista
Panorama (1969), del diario La Opinión (1971-1973), de la revista Crisis (1973-1974) y del
diario Noticias (1974).
Al producirse el golpe de Estado de 1976, Gelman se encontraba en el exterior,
enviado por Montoneros para hacer relaciones públicas y denunciar
internacionalmente la violación de derechos humanos en la Argentina, y permaneció
exiliado (en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México), salvo una breve
entrada clandestina a la Argentina en 1976. Sus gestiones lograron el primer repudio
público de varios jefes de gobierno y de la oposición europeos a la dictadura
argentina.
En 1977 se adhirió al Movimiento Peronista Montonero que decidió abandonar, en
1979, por estar completamente en desacuerdo con el verticalismo militarista del
movimiento. En 1980, después de siete años, volvió a publicar un libro: Hechos y
relaciones, al que le seguirán Citas y comentarios (1982), Hacia el Sur (1982) y Bajo la
lluvia ajena (1983).
Al terminar la dictadura militar, en 1983, Gelman no pudo volver a su país debido a las
causas judiciales que seguían abiertas contra él por su pertenencia a una
organización guerrillera. La presión internacional tuvo éxito y a comienzos de 1988
pudo volver a su país, luego de trece años de ausencia. Sin embargo, Gelman decidió
radicarse en México. Finalmente indultado por el presidente Menem en 1989, rechazó
el indulto: “Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de
muchachos que ahora son mis hijos”. Todos esos años el poeta trabajó
incansablemente para descubrir la suerte de su hijo y su nuera embarazada,
secuestrados por los militares durante la dictadura. Se supo así que su hijo había sido
asesinado y su nuera había dado a luz en Uruguay, en el cautiverio. Finalmente, en el
año 2000, pudo localizar a su nieta.
“Cada libro del autor, desde los años 70 –dice Daniel Freidemberg–, implica una
sorpresa y un nuevo rumbo. También cada uno, cada vez más, produce la sensación
de extremar alguna propuesta. Con Salarios del impío (1993) y el reciente
Incompletamente, Gelman parece arrojado a un hermetismo vertiginoso, conectado
a la búsqueda mística que había iniciado en días y comentarios. Lo más probable es
que en el próximo libro ataque por algún flanco inesperado, retomando de un nuevo
modo un viejo aspecto de su poesía o introduciendo una novedad radical. Con
Gelman nunca se sabe”.
Ya en la época del grupo El pan duro, intentaba construirse un lenguaje a partir del
lenguaje cotidiano y romper con la poesía en boga, liderada por el discurso y los
patrones estéticos que había establecido Pablo Neruda. A partir de Gotán (1962),
Gelman introduce el humor y el absurdo, como componentes cotidianos del hombre y
la mujer común del pueblo. En 1969 publicó su sexto libro, Traducciones III. Los poemas
de Sidney West. Se trata de un juego delirante, en el que Gelman inventa a un
supuesto poeta estadounidense al que le atribuye los poemas que dice estar
traduciendo. La idea es una continuación de “Traducciones I” y “Traducciones II”,
incluidos en su libro anterior, Cólera buey, en los que los poetas inventados se llaman
John Wendell y Yamanocuchi Ando.
A partir de Hechos (1980), la poesía de Gelman incluye cada vez más el dolor y el
desgarramiento interno, en textos capaces de transmitir una conmoción emocional
pocas veces alcanzada en la poesía. En nuevas reediciones, el libro incluiría otros
poemas encuadrados en la misma época y situación, como por ejemplo “Notas”: “te
voy a matar / derrota. Nunca me faltará un rostro amado para matarte otra vez”. En
1989 publica uno de sus libros cumbre, Carta a mi madre, motivado en la muerte de su
madre en 1982 de cáncer, cuando él se encontraba en el exilio en México y trataba
de obtener un pasaporte falso para a volver a verla antes de morir. El libro mismo es un
largo poema. Otra obra curiosa de Gelman es Dibaxu (1994), conjunto de poemas en
lengua sefardí. Otros libros importante son El juego en que andamos (1959), Velorio del
solo (1961), Fábulas (1971), Relaciones (1973), Si dulcemente (1980), Com/posiciones
(1986), Interrupciones I (1986), Interrupciones II (1988), Anunciaciones (1988), Valer la
pena (2001), País que fue será (2004), Mundar (2007).
Juan Gelman ha recibido numerosos premios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía
de Argentina (1997), el Premio Internacional Mondello de Poesía (1980), el Premio Juan
Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe (2000), el Premio de Poesía José
Lezama Lima de la Casa de las Américas Cubana (2003), el Premio Nacional de las
Letras Teresa de Ávila (2004), el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde (2004),
el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2005), el Premio de Poesía Pablo
Neruda (2005) y el Premio Cervantes (2007).
Es, además, doctor honoris causa por la Universidad Nacional de San Martín,
Argentina; Ciudadano de Honor de Cartagena de Indias y Huésped Ilustre de
Montevideo.
***
DISCURSO DE PREMIACIÓN.
Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, Señor
Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales,
autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores:
Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura
en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y
a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada
de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo
meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta
español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de
Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, "que es como una doncella tierna y
de poca edad y en todo extremo hermosa" para don Quijote, doncella que, dice
Cervantes en "Viaje del Parnaso",
"puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más escura
el alba bella que las perlas cría...
Es de ingenio tan vivo y admirable
que a veces toca en puntos que suspenden,
por tener no se qué de inescrutable".
A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico
Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente
admirable en estos "Dürftiger Zeite", estos tiempos mezquinos, estos tiempos de
penuria, como los calificaba Hölderin preguntándose "Wozu Dichter", para qué
poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y
medio un niño menor de 5 años muere de enfermedades curables, de hambre, de
pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas
palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.
Safo habló del bello huerto en el que "un agua fresca rumorea entre las ramas de
los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el
sueño descendía", Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa
Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos,
San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer
que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves
lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de másvida causa el temblor
de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2007
Discurso de Juan Gelman
Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular
en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro
lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo
amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía
de imposible me brindaron. Ese es un destino "que no es sino morir muchas
veces", comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada
noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la
pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000
personas y cabe señalar que la palabra "desaparecido" es una sola, pero encierra
cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su
asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto.
El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.
Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de
cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una
pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y
sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos
de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el
prólogo de las Novelas Ejemplares: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de
cabello castaño, frente lisa y desembarazada", que nada me decía, salvo la
mención de sus "alegres ojos". Comprendí entonces que él era en su escritura. Me
interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba
al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito
con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el
rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.
Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de
Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir
la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate
verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en
"Viaje del Parnaso" y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un
pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que
los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan
a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que
mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo,
encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.
Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por
eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este
discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de
toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién
puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es
posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.
Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar
las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la
corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de
penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa
burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la
capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la
primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades
posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault
encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas:
"el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la
locura, el simulacro, la fractura del sujeto", uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo
eso, y más, en la escritura de Cervantes?
Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un
espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice
Don Quijote: "Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable
furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo
para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención,
con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso
caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que
enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada
de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la
maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de
quien la merecía gozar luengos siglos".
Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego
hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate
cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la
concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia,
cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere.
Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo
agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el
dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un
cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima
que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón.
Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba
atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el
nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto
anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son
privados de la muerte propia. Así se da en Irak.
Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el
Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que
no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado
nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente
entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para
todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y
acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y
menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de
madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los dueños del
dolor ajeno? ¿"En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos -dice
Sancho-, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y
bellaquería"?
He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras
bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas.
Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria
histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las
puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los
ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible.
Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.
Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama
a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser
llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de
los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior
de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan
preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué?
¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de
memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del
sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la
impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.
Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre,
inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo
comenzó a regir. "¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los
dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!", exclama.
Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares
que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea
pedía: curar el infortunio con el canto.
Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover
el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante
y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las
heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un
cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así
es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como
Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su
pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del
pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.
Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes,
de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por
ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en
la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de
palabras nuevas, porque "esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen
poder el vulgo y el uso". Hace unos años ciertos poetas lanzaron una
advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si
éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran "lastimándolo"
desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice "siempre mañana y
nunca mañanamos" agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive,
porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande
el lenguaje para hablar mejor consigo misma.
Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y
brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al
infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas
palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje?
¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas
voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay
millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no
tiene nombre todavía.
Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que
desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la
palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la
imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El
internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la
intemperie. Aunque bien decía Rilke: "[...] lo que finalmente nos resguarda/es
nuestra desprotección". Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro
de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se
dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la
gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el
poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.

***
SELECCIÓN DE POEMAS DE JUAN GELMAN.


 
GOTÁN

Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

Atención  atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus
    manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.


MARÍA LA SIRVIENTA

Se llamaba María todo el tiempo de sus 17 años,
era capaz de tener alma y sonreír con pajaritos,
pero lo importante fue que en la valija le encon­traron
un niño muerto  de tres días envuelto en diarios
de la casa.

Qué manera era esa de pecar de pecar,
decían  las señoras  acostumbradas a la discreción
y en señal de horror levantaban las cejas
con un breve vuelo no desprovisto de encanto.

Los  señores  meditaron   rápidamente  sobre  
los  pe­ligros
de la prostitución o de la falta de prostitución,
rememoraban sus hazañas con chirusas diversas
y decían severos: desdeluegoquerida.

En la comisaría fueron decentes con ella,
sólo la manosearon de sargento para arriba,
pero  María se ocupaba de llorar,
los pajaritos se le despintaron bajo la lluvia
de lágrimas.

Había mucha gente desagradada con María
por su manera de empaquetar los resultados del
amor
y opinaban que la cárcel le devolvería la decencia
o por lo menos francamente la haría menos bruta.

Aquella  noche  las señoras y señores se perfumaban
con ardor
por el niño que decía la verdad,
por el niño que era puro,
por el que era tierno,
por el bueno,
en fin,
por  todos   los   niños   muertos  que   cargaban   en   las
valijas del alma
y empezaron a heder súbitamente
mientras la gran ciudad cerraba sus ventanas.


EL  ÁRBOL


De la violenta  madrugada
un hombre entra a su casa y el olor de sus hijos
le golpea la cara, los olvidos, la furia,
ahora cierra la puerta con doble llave
y se saca la gente, la ropa con cuidado,
apaga los gritos de la camisa
o los ojos del camarada que brillan en la cárcel
y oye cómo se mueve la ternura en la pieza,
bajo sus ramas dormirá todavía una noche,
bajo  sus  ramas  yacerá  cuando  caiga.



LA   VICTORIA


En un libro de versos salpicado
por el amor, por la tristeza, por el mundo.
mis hijos dibujaron señoras amarillas,
elefantes que avanzan sobre paraguas rojos,
pájaros detenidos  al borde de una página,
invadieron la muerte,
el gran camello azul descansa sobre la palabra ceniza,
una mejilla se desliza por la soledad de mis huesos,
el candor vence al desorden de la noche.


UNA MUJER Y UN HOMBRE


Una mujer y un hombre llevados por la vida,
una mujer y un hombre cara a cara
habitan en la noche, desbordan por sus manos,
se oyen subir libres en la sombra,
sus cabezas descansan en una bella  infancia
que ellos crearon juntos, plena de sol, de la luz,
mujer y un hombre atados por sus labios
llenan la noche lenta con toda su memoria,
una mujer y un hombre más bellos en el otro
ocupan su lugar en la tierra.


BASTA...

basta
no quiero más de muerte
no quiero más de dolor o sombras basta
mi corazón es espléndido como una palabra

mi corazón se ha vuelto bello como el sol
que sale vuela canta mi corazón
es de temprano un pajarito
y después es tu nombre

tu nombre sube todas las mañanas
calienta el mundo y se pone
solo en mi corazón
sol en mi corazón



PREGUNTAS

ya que navegas por mi sangre y conoces mis límites y me despiertas en la mitad del día para acostarme en tu recuerdo y eres furia de mí paciencia para mí dime qué diablos hago por qué te necesito quién eres muda sola recorriéndome razón de mi pasión por qué quiero llenarte solamente de mí y abarcar­te acabarte mezclarme a tus huesitos y eres única patria contra las bestias el olvido



OCUPACIONES

al alba es que me levanté con tu nombre y lo repetí
como una buena noticia y lo dije entre los peces y
los tigres y lo canté o mostré su resplandor contra
los rostros del país y lo guardé como una espada
piedritas sol rehenes de tu nombre
que se me haga paladar




LO QUE PASA

Yo te entregué mi sangre, mis sonidos,
mis manos, mi cabeza,
y lo que es más, mi soledad, la gran señora,
como un día de mayo dulcísimo de otoño,
y lo que es más aún, todo mi olvido
para que lo deshagas y dures en la noche, en la
tormenta, en la desgracia,
y más aún, te di mi muerte,
veré subir tu rostro entre el oleaje de las
sombras,

y aún no puedo abarcarte, sigues creciendo como
un fuego, y me destruyes, me construyes, eres oscura como
la luz.


HACIA EL SUR

te amo señora/como el sur/
una mañana sube de tus pechos/
toco tus pechos y toco una mañana del sur/
una mañana como dos fragancias

de la fragancia de una nace la otra/
o sea tus pechos como dos alegrías/
de una alegría vuelven los compañeros muertos
en el sur
establecen su dura claridad/

de la otra vuelven al sur/vivos por/
la alegría que sube de vos/
la mañana que das como almitas volando/
almando el aire con vos/

te amo porque sos mi casa y los compañeros
pueden venir/
sostienen el cielo del sur/
abren los brazos para soltar el sur/
de un lado les caen furias/del otro/

trepan sus niños/abren la ventana/
para que entren los caballos del mundo/
el caballo encendido de sur/
el caballo del deleite de vos/

la tibieza de vos/mujer que existís/
para que exista el amor en algún lado/
los compañeros brillan en las ventanas del sur/
sur que brilla como tu corazón/

gira como astros/como compañeros/
no hacés más que subir/
cuando alzás las manos al cielo/
le das salud o luz como tu vientre/

tu vientre escribe cartas al sol/
en las paredes de la sombra escribe/
escribe para un hombre que se arranca los
huesos/
escribe la palabra libertad/



SONETO

es una gran tristeza señora
no verla por aquí/llueven las penas
los huesos empapados piden paz
y el aire es guerra con su gran batalla

de hálitos pasados donde su
boca tembló como el verano y
ahorita apenas es recuerdo o penas
que llueven absolutamente/sos

eso que eras/noche encaminada
a la másvida en esta noche como
cuatro paredes de la soledad

o respirás acostadita clara
dormida entre los tiros de la noche
clavada a estos corajes como vos


MADRUGADA

Jugos del cielo mojan la madrugada de la ciudad violenta.
Ella respira por nosotros.

Somos los que encendimos el amor para que dure,
para que sobreviva a toda soledad.

Hemos quemado el miedo, hemos mirado frente a frente al dolor
antes de merecer esta esperanza.

Hemos abierto las ventanas para darle mil rostros.



NO QUIERO OTRA NOTICIA SINO VOS...

no quiero otra noticia sino vos/
cualquiera otra es migajita donde
se muere de hambre la memoria/cava
para seguir buscándote/se vuelve

loca de oscuridad/fuega su perra/
arde a pedazos/mira tu mirar
ausente/espejo donde no me veo/
azogás esta sombra/crepitás/

sudo de frío cuando creo oír/
te/helado de amor yago en la mitad
mía de vos/no acabo de acabar/
es claramente entiendo que no entiendo


FÁBRICAS DE AMOR

I

Y construí tu rostro.
Con adivinaciones del amor, construía tu rostro
en los lejanos patios de la infancia.
Albañil con vergüenza,
yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.
Cuantas veces temblé
apenas si cubierto por la luz del verano
mientras te describía por mi sangre.
Pura mía
estás hecha de cuántas estaciones
y tu gracia desciende como cuántos crepúsculos.
Cuántas de mis jornadas inventaron tus manos.
Qué infinito de besos contra la soledad
hunde tus pasos en el polvo.
Yo te oficié, te recité por los caminos,
escribí todos tus nombres al fondo de mi sombra
te hice un sitio en mi lecho,
te amé, estela invisible, noche a noche.
Así fue que cantaron los silencios.
Años y años trabajé para hacerte
antes de oír un solo sonido de tu alma.

II

Alza tus brazos, ellos encierran a la noche,
desátala sobre mi sed,

tambor, tambor, mi fuego.
Que la noche nos cubra como una campana

que suene suavemente a cada golpe del amor.
Entiérrame la sombra, lávame con ceniza, cávame del dolor,

límpiame el aire:
yo quiero amarte libre.

Tú destruyes el mundo para que esto suceda,
tú comienzas el mundo para que esto suceda.

III

Me has amado las manos y caerán con el otoño.
Has amado mi voz y está arrasada.
Mi rostro ha reventado sobre ti como una piedra
impura.
Me has amado y amado
para que huya de mí, señor de sombras.

Me has destruido para que yo sea luz humana
cantando
como las criaturas de tu sangre.

IV

Que del recuerdo suba el olor de tu cuerpo y se
haga tu cuerpo.
Que la noche devuelva tu dulzura.
Que tus manos sean dadas por el temblor que dieron.
Que tus ojos regresen de todo lo mirado.

Paloma del amor
en vez
asciendes pura en libertad
giras y cantas como el cielo vas invadiendo el mundo.

V

Como un niño te canto bajo la noche oscura.

Cofre de los secretos, juegos hondos,
temblores del otoño como pañuelos rápidos,
te canto allí para que seas.

Señora del candor,
con boca limpia digo uno a uno tus nombres,
pongo mi rostro en la penumbra que de ellos
desciende,
hago un gran fuego con tus nombres bajo la
noche oscura.

En realidad quiero decir: me haces andar contra la muerte.



FOTOGRAFÍAS

Mirando en viejas fotos mi rostro en que no estás,
la mejilla en que estás como dolor, olvido,
pienso qué harán en China ahora
con tanta tristeza como se me caía,
o crecerá como otro otoño humano
lleno de oros, de dulzura,
con un fuego en el medio como tu nombre, o sea
crepitarás entre los lotos de Hangchaw bajo
setiembre
como cuando encontré la justicia en el mundo
y era como tu rostro,
mejor dicho: te amo.



Todo el día viví con tu ausencia
mejor dicho...

todo el día viví con tu ausencia mejor dicho
todo el día viví de tu ausencia ya que los
terremotos
otros desastres internacionales
no me distrajeron de ti

yo soy un hombre mundial me interesa
la revolución en Pakistán la falta
de revolución en el Yorkshire donde
una vez vi que lloraban
de hambre o de rabia nomás

¿cómo es posible entonces que
entre las tempestades o sus calmas
que vienen a ser lo mismo desde
cierto punto de vista yo

no haya olvidado tu valor la
suave apariencia que adquirís y todo
sea como tu olor después de haber amado
antes de haber amado sea como tu olor?



ORACIÓN DE UN DESOCUPADO

Padre,
     desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.
Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
                    bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
               este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello
por que no puedo más, tengo riñones
y soy un hombre,
            bájate, qué han hecho
de tu criatura, Padre?
            un animal furioso
que mastica la piedra de la calle?

Si dulcemente
si dulcemente por tu cabeza pasaban las olas
del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con los hermanitos
que entierraron?/¿hojitas les crecen de los dedos?/¿arbolitos/
     [otoños
que los deshojan como mudos?/en silencio
los hermanitos hablan de la vez
que estuvieron a dos tres dedos de la muerte/sonríen
recordando/aquel alivio sienten todavía
como si no hubieran morido/como si
paco brillara y rodolfo mirase
toda la olvidadera que solía arrastrar
colgándole del hombro/o haroldo hurgando su amargura
     [(siempre)
sacase el as de espadas/puso su boca contra el viento/
aspiró vida/vidas/con sus ojos miró la terrible/
pero ahora están hablando de cuando
operaron con suerte/nadie mató/nadie fue muerto/el enemigo
fue burlado y un poco de la humillación general
se rescató/con corajes/con sueños/tendidos
en todo eso los compañeros/mudos/
deshuesándose en la noche de enero/
quietos por fin/solísimos/ sin besos

ALZA TUS BRAZOS
Alza tus brazos,
ellos encierran a la noche,
desátala sobre mi sed,
tambor, tambor, mi fuego.

Que la noche nos cubra con una campana,
que suene suavemente a cada golpe del amor.
Entiérrame la sombra, lávame con ceniza,
cávame del dolor, límpiame el aire:
yo quiero amarte libre.
Tú destruyes el mundo para que esto suceda
tu comienzas el mundo para que esto suceda.

LA ECONOMÍA ES UNA CIENCIA
En el decenio que siguió a la crisis
se notó la declinación del coeficiente de ternura
en todos los países considerados
o sea
tu país
mí país
los países que crecían entre tu alma y mi alma
de repente duraban un instante y antes de irse
o desaparecer dejaban caer sábanas
llenas de nuestros sexos
que salían volando alrededor como perdices.
¿Quiere decir que cada vez que hicimos el amor
dejábamos nuestros sexos allí,
y ellos seguían vivitos y coleando como perdices suavísimas?
Qué raro, mirá que lavábamos las sábanas
con subordinación y valor
para que los jugos de la noche pasada
no inauguraran el pasado
y ningún pasado pusiera una oficina entre nosotros
para ordenarnos el hoy
porque el alma amorosa es desordenada y perfecta
tiene mucha limpieza y lindura
se necesita todo un Dios para encerrarla
como le pasó a Don Francisco
que así pudo cruzar el agua fría de la muerte.
Es bien raro eso de nuestros sexos volando
pero recuerdo ahora que cada vez que yo entraba en tu sexo
y me bañaban tus espumas purísimas con impaciencia
y dulzura y valor
me parecía oír un pajarerío en el bosque de vos
como amor encendiendo otro amor,
o más, es cierto que cada vez nuestros sexos resucitaban
y se ponían a dar vueltas entre ellos
como maripositas encandiladas por el fuego
y se querían morir de nuevo
buscando incesantemente la libertad
y había un país entre la vida y la muerte
donde todo era consolación y hermosura
y no poseíamos nuestro corazón
y nuestros sexos se perdían como almas en la noche
y nunca más los volvíamos a ver para entender
estudio los índices de la tasa de inversión bruta
los índices de la productividad marginal de las inversiones
los índices de crecimiento del producto amoroso
otros índices que es aburrido hablar aquí
y no entiendo nada.
La economía es bien curiosa
al pequeño ahorrista del alma lo engañan en wall street
los sueldos de la ternura son bajos
subsiste la injusticia en el mercado mundial del amor,
el aprendiz está rodeado de nubes que parecen elefantes,
eso no le da dicha ni desdicha
en medio de las razones
las redenciones
las resurrecciones.
Se lleva el alma a la nariz para sentir tus perjúmenes
estoy viendo volar los pajaritos que te salían del sexo
mejor dicho
de más allá todavía
de todo lo que valías
o brillabas
o eras
y dabas como jugos de la noche.

NIÑOS

un niño hunde la mano en su fiebre y saca astros que tira
al aire / y ninguno ve
yo tampoco los veo /
yo sólo veo un niño con fiebre que tiene los ojos cerrados
y ve
animalitos que pasan por el cielo pacen en su temblor
yo no veo esos animalitos /
yo veo al niño que ve animalitos
y me pregunto por qué esto pasa hoy
¿pasaría otra cosa ayer? /
¿se sacaría el niño mucha pena
del alma ayer? / yo sólo sé que el niño tiene fiebre
tiene el alma cerrada y la hunde
en las cenizas que dejará porque ardió
pero ¿es así? / ¿hunde su alma en las cenizas de sí / un
árbol
mira detrás de la ventana al sol
hay sol /
detrás de la ventana hay un árbol en la calle
ahora por la calle pasa un niño con una mano en el bolsillo
del pantalón
está contento y saca la mano del bolsillo
abre la mano y suelta fiebres que ninguno ve
yo tampoco las veo /
yo sólo veo su palma abierta a la luz
y él / ¿qué ve?
¿ve bueyes que tiran del sol?
yo no sé nada /
no sé qué ve el niño de la mano en el pantalón
ni el niño que tiene fiebre y ve los huesos del Atlántico
y los huesos de todos los mares revueltos en su corazón
yo no veo nada / no sé nada
ni sé en qué día nací /
conozco la fecha pero no el día en que nací
¿o ese día es este día en que muero por enésima vez?
¿es este día en que todos los que han muerto
se vuelven a morir conmigo? / ¿o yo con ellos?
¿en esta luz dulcísima y abierta? /
¿y qué hace el niño con esta luz en su palma?
¿mientras todos trabajan para hacer dinero fuera de esta
luz?
¿encerrados afuera de esta luz que es imposible mirar sin
una luz adentro? /
¿sin un amor con pena adentro?
ahora pasan las cartas que nunca me escribiste
hijo / vos / que tanto nacés de esta luz /
tus cartas tienen fiebres de las que no sé nada
y nunca sabré nada /
parecen pajaritos que vuelan con su serenidad
astros que tiraste al aire y ninguno ve /
yo no los veo ni los ve mi dolor inseguro
pensabas en una vida más limpia que ésta
una vida que se podía lavar
tender al sol de tu bondad /
una vida llena de rostros como viajes
¿dónde están esos rostros / esos viajes?
la vida está desnuda como un mar sin orillas
y no puedo volver la vida atrás
llevarla hasta tu cuna
ni llevarla adelante /
yo soy menos real que la mesa donde como
yo como para ser real como el árbol detrás de la ventana
ahora un niño se le paró al lado /
saca la mano del bolsillo del pantalón
abre su palma a la luz
y piensa que la muerte es la muerte
y no más que eso

lunes, 30 de abril de 2012

Premio Cervantes 2005 SERGIO PITOL Narrador, ensayista y traductor mexicano (Puebla, México, 1933)


Premio Cervantes 2005
SERGIO PITOL
Narrador, ensayista y traductor mexicano
(Puebla, México, 1933)
Se licenció en Derecho por la Universidad Nacional
Autónoma de México y en 1960 inició una carrera
diplomática que lo llevó, de 1969 a 1972, como
agregado y consejero cultural a Belgrado, Varsovia,
Roma Pekín, París, Budapest, Moscú y Barcelona y, de 1983 a 1988, como Embajador a
Praga.
Su trayectoria intelectual, tanto en el campo de la creación literaria como en la
difusión de la cultura -especialmente en la preservación del patrimonio artístico e
histórico de México-, como en su labor docente, de investigación lingüística y literaria y
de traducción (Chejov, Conrad, James, Gombrowicz, Andrzejewski), ha sido
merecidamente reconocida.
Entre los premios que le han sido concedidos, están el Premio Nacional de Novela de
México (1973), el Xavier Villaurrutia (1981); Premio Nacional de Literatura de México
(1983); Premio Nacional de las Artes y las Letras de México (1994); Premio de Literatura
Latinoamericana y del Caribe, Juan Rulfo, de la Feria Internacional del Libro
(Guadalajara, 1999) y el Premio Cervantes (2005). La biblioteca del Instituto Cervantes
de Sofía (Bulgaria) lleva su nombre.
Se le concedió el Premio Cervantes en el año 2005 “por haber contribuido con su obra
a enriquecer el legado literario hispánico”. Es, junto con Octavio Paz y Carlos Fuentes,
el tercer escritor mexicano que lo recibe.
Ha sido estudiante en Roma, profesor en Bristol, en Xalapa y en la Ciudad de México;
traductor en Pekín y en Barcelona. Viajero perpetuo, “se ha enfrentado a un material
tan exuberante como insólito”, a decir de Juan Villoro y, sin embargo, “en el
tratamiento de los temas [de sus novelas y cuentos] se aleja desde un principio de la
búsqueda de lo exótico [...], los relatos de Pitol deben su intensidad y su verosimilitud, a
que dejan a un lado la aventura. Su fuerza radica en la densidad de las atmósferas, en
la riqueza de las reflexiones, en la vida que se recrea y se discute a sí misma”.
Reconoce haber sido tres escritores: el que comenzó a escribir bajo la sombra de
Faulkner a los veintitrés años, “cuentos que tenía que sacarme de adentro, acerca de
mi niñez y mi familia: una familia italiana, arruinada, golpeada fuertemente por la
Revolución. Yo tenía una salud fatal, estaba siempre enfermo y por eso no podía asistir
a la escuela (contrajo la malaria y estuvo en cama de los seis a los doce años).
Aprendí a leer muy precozmente y fui un lector de tiempo completo. A los doce años
leí La guerra y la paz y me cambió la vida. Mi hermano y yo éramos huérfanos (mi
padre había muerto de una enfermedad en la columna; dos años después yo tenía
siete, mi madre murió ahogada en un río y a los pocos días mi hermanita falleció
también), así que vivíamos con mi abuela y estábamos casi siempre presentes cuando
ella recibía a sus amistades. En estas charlas sólo se hablaba del pasado. Mi infancia
estuvo marcada por esta permanente evocación y a través de la literatura me zafé de
este mundo que ya me resultaba opresivo”. A esta etapa pertenecen sus libros No hay
tal lugar (1967), Infierno de todos (1971), llevada al cine con el título de El acoso, por
Miguel Barbachano, con guión de García Márquez y Los climas (1972).
“El segundo escritor retoma al joven sano, porque el milagro se hizo y ya, a los dieciséis
años, yo estaba perfectamente bien. Entonces me entregué a los viajes por todo el
mundo. Mi segunda etapa literaria, urgida de esta experiencia, se volvió mucho más
dinámica y ágil; a ella pertenecen mis libros de cuentos y mi primera novela”. Se refiere
a El tañido de una flauta (1973), Asimetría (1980); Nocturno de Bujara (1981);
Cementerio de Tordos (1882); Juegos florales (1985); Vals de Mefisto (1989). En esos
momentos “Xalapa, Venecia, Barcelona y Varsovia son sus patrias en idéntica
medida”.
“Y el tercer escritor, de cincuenta años, abandona las historias de mexicanos en el
extranjero que entretuvieron al segundo y entonces vienen las novelas de mi etapa de
madurez que integran el Tríptico de Carnaval (1999) [compuesto por las novelas El
desfile del amor (1985), Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991)].
Entonces me tomé libertades que antes no me había atrevido a soñar. La estructura
de las tramas se hizo más compleja pero el acto de escribir se me convirtió en un
placer más intenso y sencillo”. De esa misma época son sus libros Todos los cuentos
más uno (1998), Soñar con la realidad (1998), entre otros.
Una cuarta etapa incluye ensayos, cuentos y crítica: La casa de la tribu (1996) y El arte
de la fuga (1996), por destacar algunos. El Fondo de Cultura Económica está
reuniendo sus obras completas en la colección Obras reunidas.
En su libro de memorias El mago de Viena (2005), dice que su literatura proviene, por
una parte, de sus movimientos interiores: manías, terrores, descubrimientos, fobias,
esperanzas, exaltaciones, necedades, pasiones y, por otra, de sus lecturas.
En la actualidad radica en Xalapa, cuya actividad fundamental es la lectura; alguna
vez dijo que había nacido para leer y que lee para seguir viviendo.

***
Segunda nota biográfica:

Escritor nacido en la ciudad de Puebla, México, en 1933. Cursó sus estudios de Derecho y Filosofía en la Ciudad de México. Es reconocido por su trayectoria intelectual, tanto en el campo de la creación literaria como en el de la difusión de la cultura, especialmente en la preservación y promoción del patrimonio artístico e histórico mexicano en el exterior. Ha vivido perpetuamente en fuga, fue estudiante en Roma, traductor en Pekín y en Barcelona, profesor universitario en Xalapa y en Bristol, y diplomático en Varsovia, Budapest, París, Moscú y Praga. Socialista democrático y agnóstico. La desgracia, la enfermedad y el aislamiento crearon su estilo literario, que él define como una autobiografía oblicua en la que se funden la vida y la literatura. Ha escrito No hay tal lugar (1967), Infierno de todos (1971), Los climas (1972), El tañido de una flauta (1973), Asimetría (1980), Nocturno de Bujara (1981), Cementerio de tordos (1982), Juegos florales (1985), El desfile del amor (1985), Domar a la divina garza (1988), Vals de Mefisto (1989), La casa de la tribu (1989), La vida conyugal (1991) y El arte de la fuga (1996). En sus libros se encuentran escritos autobiográficos, sueños con su perro, fragmentos de diarios, reflexiones sobre el arte, crónicas sobre la actualidad, viajes y homenajes a sus autores preferidos. Ese estilo pitoniano se expresa sobre todo en El arte de la fuga, maneras que recupera en uno de sus últimos libros El viaje, donde cuenta uno de sus viajes por la Rusia de los años ochenta.
Premio Cervantes 2005.
***
Sobre el texto: EL ARTE DE LA FUGA
RESEÑA:
Pitol nos lanza de bruces y sin previo aviso a una geografía desordenada, es casi imposible trazar un mapa de este libro: las reflexiones y los escritos nos trasladan de Siena a Roma, de Roma a Varsovia, de Varsovia a Praga, a Venecia o a Chiapas, a la Barcelona de la `gauche divine`... en fin, a todos los lugares que forman parte del pasado cosmopolita del autor. Porque este libro es, de algún modo, la recuperación de un pasado al que se llega sin seguir otro itinerario que la carretera desordenada de la memoria. Con una generosidad sin límites, el autor recupera para el lector los instantes felices de otros tiempos. Sin embargo, las páginas no están construidas en función de la nostalgia: sólo hay recuerdos lúcidos, rescatados de un modo deliberado y consciente y no después de un
súbito ataque de melancolía. De las palabras de Pitol se desprende una serenidad desconocida, y el lector no puede por menos que sentirse admirado de la capacidad del autor para defender a ultranza, pero sin ruido ni estridencias, los valores universales del respeto o la tolerancia. No hay lugar para la amargura, no hay lugar para los reproches. Este es el texto de un hombre que se encuentra en paz consigo mismo y con su propia historia, y que reconoce `este libro es en cierta manera una recopilación de desagravios y lamentaciones, un intento de apaciguar desasosiegos y cauterizar heridas`.
Fuente:NN.

Del texto EL ARTE DE LA FUGA transcribimos un fragmento:


"Memoria

Todo está en todas las cosas

Sí, también yo he tenido mi visión

Bastó sólo abandonar la estación ferroviaria y vislumbrar desde el vaporetto la sucesiva aparición de las fachadas a lo largo del Gran Canal para vivir la sensación de estar a un paso de la meta, de haber viajado durante años para trasponer el umbral, sin lograr descifrar en qué consistiría esa meta y qué umbral había que trasponer. ¿Moriría en Venecia? ¿Surgiría algo que lograra transformar en un momento mi destino? ¿Renacería, acaso, en Venecia?
Llegaba yo de Trieste; no había buscado la casa de Joyce ni las huellas de Svevo, ni hecho ni visto nada que valiera la pena. Había llegado a esa ciudad la tarde anterior y al intentar hospedarme en un hotel, un empleado detectó no sé qué anomalía en mi visado, un error en la fecha de caducidad, me parece, que volvía ilegal mi permanencia en el país. A regañadientes se me permitió permanecer esa noche en el lobby del hotel. En la madrugada tomé el tren de regreso; al detenerse en Venecia decidí bajarme. Debían ser las siete de la mañana cuando puse pie por primera vez en suelo veneciano. Pasaría el resto del día allí y continuaría hacia Roma en el expreso nocturno. Está escrito que las desdichas nunca llegan solas: al consignar mi maleta en el depósito de equipajes descubrí que había perdido mis lentes; registré mis bolsillos, corrí hacia los andenes con la esperanza de encontrarlos en el suelo, pero la multitud de viajeros y cargadores que se movían por ellos me hizo desistir de cualquier búsqueda. Lo más seguro, pensé, era que los hubiese olvidado en el hotel de Trieste o en el vagón de donde había salido con tanta precipitación.
Todo esto tiene que haber ocurrido a mediados de octubre de 1961. De pronto me encontré en la Piazzeta, dispuesto a comenzar mi recorrido. Mi miopía de ningún modo atenuó el deslumbramiento. Llegué a la Plaza de San Marcos y tomé mi primer café en Florian, el legendario lugar reseñado por todos los escritores y artistas que alguna vez visitaron Venecia. Compré, a un lado de Florian, una guía turística. Ver de cerca, leer, por ejemplo, no me presentaba mayor problema. Después del café, guía en mano, comencé a caminar. Se me escapaban los detalles, se desvanecían los contornos; por todas partes surgían ante mí inmensas manchas multicolores, brillos suntuosos, pátinas perfectas. Veía resplandores de oro viejo donde seguramente había descascaramientos en un muro. Todo estaba inmerso en la neblina como en las misteriosas Vedute de Venezia, coloreadas por Turner. Caminaba entre sombras. Veía y no veía, captaba fragmentos de una realidad mutable; la sensación de estar situado en una franja intermedia entre la luz y las tinieblas se acentuó más y más cuando una fina y trémula llovizna fue creando el claroscuro en el que me movía.
A medida que la niebla me velaba aún más la visión de palacios, plazas y puentes mi felicidad crecía. Caminé tanto que aún hoy me queda la impresión de que aquel día incorporó una inmensa multitud de días. En la marcha, extasiado, repetía una y otra vez una frase de Berenson: "El mayor regalo que nos han dado los venecianos es el color", palabras que recordaba haber leído al inicio de Los pintores venecianos del Renacimiento. Vuelvo hoy al libro a ratificar la cita y encuentro que no sólo le había hecho perder su entonación, sino deformado y contraído, como sin duda pasó con todo lo que descubrí en Venecia en ese encuentro inicial. Berenson escribe: "Their mastery over colour is the first thing that attracts most people to the painters of Venice. Their colouring not only gives direct pleasure to the eye, but acts like music upon the moods, stimulating thought and memory in much the same way as a work by a great composer". La reducción de la cita intentaba aproximarse a su contenido. Sí, el color, ese gris preponderante que percibía, con fondos ocres, rojos de Siena, verdes botella y constantes dorados se convertía no sólo en fuente de placer para mis ojos maltrechos, sino que estimulaba la mente, la imaginación y la memoria de modo extraordinario.
Entré en San Marcos; la inmensidad del espacio me dejó sobrecogido. Durante un buen rato seguí a un grupo a quien un guía de turistas explicaba en francés con morosa pedantería ciertas características del arte bizantino. En aquel fastuoso espacio tuve el único momento de duda de ese día. Me parecía difícil aclararme si aquella grandeza era un signo evidente del esplendor de Bizancio, o un camino hacia la estética de Cecil B. de Mille, ese triunfo de Hollywood. En visitas posteriores más serenas persistió esa sospecha hasta que decidí salomónicamente: en la gloriosa basílica ambas poéticas se traman con notable armonía. Pasé después a una sala situada en un palacio vecino, donde vi una exposición del Bosco. ¡Fue una prueba de fuego! Había que ver los cuadros desde una distancia considerable, lo que para mí significó topar con la oscuridad total. De haber sido entonces menos rudimentarios mis conocimientos sobre arte moderno, hubiese podido comparar algunos de esos cuadros con el famoso Negro sobre negro, de Malevích, o con alguno de los enormes lienzos en negro de Rothko, cuya existencia por supuesto ignoraba.
Partí después hacia la Gallería. Recorrí sus salas colmadas de prodigios: Giorgione, Bellini, Tiziano, Tintoretto, Veronese y Carpaccio: el inmenso legado de formas y color que Venecia ha dejado al mundo. No logro recordar si seguí, como en San Marcos, a un grupo, o si me auxiliaba con la lectura de mi guía detenido ante algunos de los cuadros. Me pierdo después. Sólo sé que caminé al azar durante muchas horas, recorrí innumerables calles y crucé varias veces el gran puente del Rialto, y otros mucho menos majestuosos, hasta algunos ruinosos que cruzan los canales pequeños en barrios sin prestigio. Subí al vaporetto en varias ocasiones y seguí caminando, volví a tomar café en Florian, comí gloriosamente en alguna trattoria encontrada al azar. Me sumía de vez en cuando en la lectura de mi pequeña guía y continuaba andando. Traté de encontrar los edificios de Palladio, esos espacios que Hofmannsthal consideraba más dignos de ser habitados por Dios que por los hombres; no sabía entonces que fuera de dos o tres iglesias el resto de esa obra se sitúa en tierra firme, especialmente en Vicenza. Creí localizar el palacio Mocenigo donde Byron vivió dos años de estruendosas orgías y fecunda creación; el palacio Vendramin que alojó a Wagner, y aquel otro donde Henry James consiguió un apartamento para escribir Los papeles de Aspern, me puse a imaginar cuál fue el de Juliana Bordereau, la centenaria protagonista que custodia esos codiciadísimos papeles, y la casa donde murió Robert Browning, y aquélla donde Alma Mahler asistió a la agonía y muerte de su hija, y la otra donde se suicidó la hija de Schnitzler pocos días después de casarse. El mero nombre de la ciudad enlaza los grandes fastos amorosos con los momentos mortuorios. No por nada uno de los grandes títulos literarios es La muerte en Venecia. Vi palacios por docenas, y también iglesias, claustros, puentes. Vi torres, almenas y balcones. Vi ojivas y columnas, vi caballos de bronce y leones de mármol. Oí hablar italiano y alemán y francés en torno mío, y también el dialecto véneto, salpicado de viejos vocablos españoles, que alguna vez debieron hablar en esas mismas callejuelas mis antepasados. Me detuve frente al teatro de La Fenice, cuyo interior espléndido acababa de ver en una película de Visconti. En el vestíbulo, un gran cartel de Picasso anunciaba una función reciente del Berliner Ensemble: Mutter Courage.
Esa noche, al subir a mi vagón creía conocer Venecia como la palma de mi mano. ¡Qué iluso pobre diablo! La fatiga me vencía; sentí de golpe el esfuerzo brutal realizado durante el día; me dolían los ojos, las sienes, la nuca, todas las articulaciones. Abrí como pude la maleta en busca de un pijama. Lo primero que saqué fue una chaqueta; el tacto me anunció que en uno de sus bolsillos estaban mis lentes. El milagro se había consumado: había cruzado el umbral, el acerado huevo de Leda comenzaba a romperse y en el fondo de las sepulturas se fundían los contrarios. ¿De dónde me venía esa verba esotérica? No terminé de ponerme el pijama. Recordé una frase que está al final de Al faro: "Sí, también yo he tenido mi visión", y me quedé dormido. Volví a repetirla por la mañana, al despertar, cuando ya el tren estaba a punto de llegar a Roma".

***
Discurso en la entrega del Premio Cervantes en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.

Majestades:
El primero de diciembre del año pasado, ese mágico día que pareciera haber
transformado mi vida, la Ministra de Cultura de España me anunció que había
sido otorgado el Premio Cervantes, eran las nueve de la mañana y una hora
después mi casa estaba atestada de una muchedumbre: un equipo de
televisión, la radio, los periodistas locales, mis familiares, mis amigos, mis
colegas de la Universidad, mis vecinos y una cantidad de transeúntes
desconocidos que entraron por curiosidad.
Por la tarde fui a la ciudad de México para hacer una tregua; llegué a las doce
de la noche a un hotel donde siempre me alojo. Al entrar en el vestíbulo me
encontré con un equipo de televisión española, que había llegado a la Feria del
Libro de Guadalajara y al saber la noticia del Premio volaron a la capital para
entrevistarme. A las tres de la mañana subí a mi habitación como un
sonámbulo destrozado.
En el viaje de Xalapa a la capital dormí profundamente, quizás una hora, pero
en las cuatro siguientes, aletargado, entre el sueño y la vigilia, aparecían
visiones de infancia, personas de un pueblo al que no he visto desde casi
sesenta años, mi abuela con un libro, algunos festejos en casa o en el campo,
la nana de mi abuela que llegaba a pasar temporadas con nosotros a los
noventa años, jardines espléndidos, mi hermano jugando tenis y montando
yeguas, trozos de conversaciones sobre el mal precio del café y de los cultivos
que por sequías o inundaciones siempre dejaban pérdidas, familias sentadas
alrededor del radio para saber la noticia de la guerra civil española, que
siempre terminaban en estruendosas discusiones.
Desde ese primero de diciembre he recordado imprevisiblemente fases de mi
vida, unas radiantes y otras atroces, pero siempre volvía a la infancia, un niño
huérfano a los cuatro años, una casa grande en un pueblo de menos de tres
mil habitantes. Un nombre, tan distante a la elegancia: Potrero. Era un ingenio
de azúcar rodeado de cañaverales, palmas y gigantescos árboles de mangos,
donde se acercaban animales salvajes. Potrero estaba dividido en dos
secciones, una de unas quince o diecisiete casas, habitadas por ingleses,
americanos y unos cuantos mexicanos. Había un restaurante chino, un club
donde las damas jugaban a las cartas un día por semana, una biblioteca de
libros ingleses y una cancha de tenis. Esa parte estaba rodeada por bardas
altas y fuertes para impedir que a ese paraíso se introdujeran los obreros,
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2005
Discurso de SERGIO PITOL
artesanos, campesinos y comerciantes minúsculos del pueblo. Aquella zona
era tórrida e insalubre. Estuve enfermo de paludismo durante varios años, por
lo cual salía poco de casa; en verano mi abuela, mi hermano y yo pasábamos
un mes en un balneario a tomar aguas minerales, de donde regresábamos mi
hermano sano, como lo fue casi en toda su vida, mi abuela con un reumatismo
disminuido y yo sin ninguna mejoría. De vuelta pasábamos ciudades prósperas,
con excelentes restaurantes, luces de neón, comercios bien surtidos y
movimiento en las calles, pero cuando llegábamos al lugar donde vivíamos, me
quedaba siempre deslumbrado. Mi abuela vivía para leer todo el día sus
novelas. Su autor preferido era Tolstoi. La enfermedad me condujo a la lectura;
comencé con Verne, Stevenson, Dickens y a los doce años ya había terminado
La guerra y la paz. A los dieciséis o diecisiete años estaba familiarizado con
Proust, Faulkner, Mann, la Wolf, Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo
Contemporáneos, mexicanos, los del 27 españoles, y los clásicos españoles.
A esa edad, saliendo de la adolescencia encontré algunos maestros
excepcionales. Estoy seguro que sin ellos no hubiera llegado a este día,
elegantísimo como estoy, en el Paraninfo de la prestigiosísima Universidad de
Alcalá ni poder dar las gracias a Sus Majestades, al Rector de esta
Universidad, los jurados y a ustedes, señoras y señores.
Los maestros
Llegué a la ciudad de México a los dieciséis años para cursar estudios
universitarios. Me inscribí en la Facultad de Derecho y frecuenté la de Filosofía
y Letras. Pero la que definió mi destino, mi camino hacia la literatura, fue la
Facultad de Derecho, y concretamente a un maestro, Don Manuel Martínez de
Pedroso, catedrático de Teoría del Estado y Derecho Internacional. Los
alumnos más comprometidos con la carrera, los más ordenados, los de
óptimas calificaciones en todas las asignaturas, desorientados ante la ausencia
de un programa previamente establecido, desertaron a las dos o tres semanas
de haberse iniciado el curso. Don Manuel Pedroso fue una de las personas
más sabias que he conocido, y, quizás por eso, nada en él había de libresco.
Cuando en el salón no quedó sino un puñado de fieles, el maestro sevillano
inició realmente su paideia. La impartía del modo más heterodoxo que en
aquella época pudiera concebirse la enseñanza del derecho. Pedroso solía
hablarnos del dilema ético encarnado en El gran inquisidor, de Dostoievski; del
antagonismo entre obediencia al poder y el libre albedrío en Sófocles y
Eurípides; de las nociones de teoría política expresadas en los tantos Enriques
y Ricardos de los dramas históricos de Shakespeare; de Balzac y su
concepción dinámica de la historia; de los puntos de contacto entre los
utopistas del Renacimiento con sus antagonistas los teóricos del pensamiento
político, los primeros visionarios del Estado Moderno: Juan Bodino y Thomas
Hobbes. A veces en la clase discurría ampliamente sobre la poesía de
Góngora, poeta que prefería a cualquier otro del idioma, o de su juventud en
Alemania, donde había realizado la traducción al español de poemas de Rilke,
algunas obras de Goethe y también la de Despertar de primavera, de Franz
Wedekind, uno de los primeros dramas expresionistas que circuló en el ámbito
hispánico. Era un narrador espléndido, nos relataba sus actividades durante la
guerra civil, de sus experiencias en el sobrecogedor Moscú de las grandes
purgas, donde fue el último embajador de la República Española. A menudo
nos vapuleaba con cáustico sarcasmo, pero igual celebraba nuestras primeras
victorias. Pedroso nos incitaba a leer, a estudiar idiomas, pero también a vivir.
Disfrutaba de los relatos que le hacíamos, inventándole algunos detalles y
exagerando otros, de nuestros recorridos nocturnos por antros de los que
parecía un milagro salir ilesos. Al terminar el curso uno sabía Teoría del Estado
con más claridad que aquellos alumnos que desertaron para abrevar en
fuentes más convencionales. Carlos Fuentes ha escrito sobre él páginas
excelentes.
En el mismo periodo, frecuenté devotamente los cursos de Don Alfonso Reyes
en el Colegio Nacional, sobre literatura y filosofía griega y leí gran parte de sus
libros. Los leía, me imagino, por el puro amor a su idioma, por la insospechada
música que encontraba en ellos, por la gracia con que, de repente, aligeraba la
exposición de un tema necesariamente grave. Borges, en un poema en
memoria del escritor mexicano, afirma:
En los trabajos lo asistió la humana
esperanza y fue lumbre de su vida
dar con el verso que ya no se olvida
y renovar la prosa castellana.
Era tal su discreción, que muchos aun ahora no acaban de enterarse de esa
hazaña portentosa: transformar, renovándola, nuestra lengua. Releo sus
ensayos y más me asombra la juventud de esa prosa que no se parece a
ninguna otra. Cardoza y Aragón sostiene que nadie que no hubiese releído a
Reyes podría afirmar conocerlo.
Debo a nuestro gran escritor y a los varios años de tenaz lectura de su obra la
pasión por el lenguaje; admiro su secreta y serena originalidad, su infinita
capacidad combinatoria, su humor, su habilidad para insertar refranes y una
radiante levedad reñida en apariencia con el lenguaje literario, en medio de
alguna sesuda exposición sobre Góngora, Gracián, Virgilio o Mallarmé. Si la
razón teórica en Reyes topó con mi sordera, le soy deudor en cambio del
acercamiento a varios terrenos a los que de otra manera quizás habría tardado
en llegar: el mundo helénico, la literatura española medieval y la de los Siglos
de Oro, la novela del sertón y la poesía vanguardista de Brasil, Sterne, Borges,
Francisco Delicado, Goethe sobre todo, la novela policial culta, ¡y tantas cosas
más! Su gusto era ecuménico. Reyes se movía con ligera seguridad, con
extremada cortesía, con curiosidad insaciable por muy variadas zonas
literarias, algunas aún poco iluminadas y entonadas. Acompañaba el ejercicio
hedónico de la escritura con otras responsabilidades. El maestro –porque
también lo era- concebía como una especie de apostolado compartir con su
grey todo aquello que lo deleitaba. Lo que mi generación le debe ha sido
invaluable. En una época de ventanas cerradas, de nacionalismo estrecho,
Reyes nos incitaba a emprender todos los viajes. Evocarlo, me hace pensar en
uno de sus primeros cuentos: “La cena”, un relato de horror inmerso en una
atmósfera cotidiana, donde a primera vista todo parecía normal, anodino, hasta
podría decirse un poco dulzón, mientras entre líneas el lector va poco a poco
presintiendo que se interna en un mundo demencial, quizás en el del crimen.
Esa “cena” debe haberme herido en el flanco preciso. Años después comencé
a escribir. Y sólo hace poco advertí que una de las raíces de mi narrativa se
hunde en aquel cuento. Buena parte de lo que más tarde he hecho no es sino
un mero juego de variaciones sobre aquel relato.
Mencioné a Don Manuel Pedroso y a Don Alfonso Reyes como mis maestros.
Ambos era figuras imponentes en el mundo mexicano académico y cultural.
Toda la vida tuvieron condiciones óptimas para desarrollarse, venían de
familias opulentas, habían viajado y conocido a las mayores figuras de la
cultura por donde pasaban. Mi tercer maestro, Aurelio Garzón del Camino, era
en cambio modestísimo, baldado físicamente, pobre, oscuro, pero como los
otros dos vivía plenamente en la literatura.
En 1956, a los veintitrés, comencé a trabajar como corrector de estilo en la
Campaña General de Ediciones. En esa editorial hice amistad con Garzón del
Camino, un traductor infatigable que vertió al español la entera Comedia
Humana de Balzac, más todas las novelas de Zola y muchos otros libros
franceses. Era director de correctores en la editorial. Al poco tiempo habíamos
descubierto que coincidíamos en curiosidades literarias y que teníamos
amistades comunes. Tal vez lo que fundamentalmente nos unía era nuestra
devoción al humor y a la parodia, en la que él era maestro. Aquel modesto
gramático español, salvado por la Embajada mexicana de un campo de
concentración y transportado a México después de la hecatombe en España,
me transmitió su pasión por el idioma, que él convertía casi en una religión.
Con frecuencia salíamos a comer en los varios paraísos gastronómicos, no de
lujo, que había detectado cerca de la editorial, y en cada una de esas
ocasiones asistí a una lectura de literatura y gramática, enunciada con gracia y
sin pedantería. De él aprendí que el mejor estímulo para une escritor se
lograba acercándose a las épocas de mayor esplendor del idioma. Por eso
habría de tener a la mano a los clásicos mayores. Me explicaba, libro en mano,
que el estilo era una destilación de los mejores segmentos de la lengua, desde
el Cantar del Mío Cid, hasta el lenguaje de nuestros días, pero en el tránsito se
paseaba por los fastos del Siglo de Oro, las cadencias del modernismo, las
audacias vanguardistas de los años veinte y treinta del siglo pasado, hasta
llegar a Borges. Escribir –decía Garzón del Camino- no significaba copiar
mecánicamente a los maestros, ni utilizar términos obsoletos como lo habían
hecho algunos neocolonialistas mexicanos. El objetivo fundamental de la
escritura era descubrir o intuir el “genio de la lengua”, la posibilidad de
modularla a discreción, de convertir en nueva una palabra mil veces repetida
con sólo acomodarla en la posición adecuada en una frase.
Tal vez el mayor deslumbramiento en mi adolescencia fue el idioma de Borges;
su lectura me permitió darle la espalda tanto a lo telúrico como a mucha mala
prosa de la época. Lo leí por primera vez en un suplemento cultural. El cuento
de Borges aparecía como un ejemplo en un ensayo sobre literatura fantástica
hispanoamericana del peruano José Durand. Era “La casa de Asterión”; lo leí
con estupor, con gratitud, con infinito asombro. Al llegar a la frase final tuve la
sensación de que una corriente eléctrica recorría mi sistema nervioso. Aquellas
palabras: “¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-, el Minotauro apenas se
defendió”, dichas de paso, como por casualidad, revelaban el misterio oculto
del relato: la identidad del extraño protagonista y su resignada inmolación.
Jamás había llegado a imaginar que el lenguaje pudiera alcanzar grados
semejantes de intensidad, levedad y extrañeza. Salí de inmediato a buscar sus
libros; encontré unos pocos, empolvados en los anaqueles de una librería: en
aquellos años los lectores mexicanos de Borges se podían contar con los
dedos, como en todas partes, hasta en la misma Argentina.
En el tiempo que descubrí a Borges comenzó a interesarme la narrativa
hispanoamericana. Leí a Alejo Carpentier. Del escritor cubano lo que me atrajo
fue el ritmo, la austera melodía de su fraseo, una intensa música verbal con
resonancias clásicas y modulaciones procedentes de otras lenguas y otras
literaturas. A la calidad de su idioma, Carpentier añadía los atractivos del
Caribe, su intrincada geografía, la apasionante historia, el cruce de mitos y de
lenguas, la reflexión política; todo ello integrado en tramas perfectas. El Siglo
de las Luces es una de las más excepcionales novelas de nuestra lengua, un
relato sobre la influencia iluminista tanto en las islas del Caribe como en tierra
firme, y una amarga y profunda reflexión sobre los ideales políticos: la
revolución, su triunfo, su transformación en razón de Estado; ideales
mantenidos en proclamas públicas pero negados y combatidos en la práctica.
En nada de lo que Carpentier escribió después encontré la misma tensión.
El exilio español enriqueció de una manera notable a la cultura mexicana. Las
universidades, las editoriales, las revistas, los suplementos culturales, el teatro,
el cine, la ciencia, la arquitectura se renovaron. Aquellos peregrinos, heridos
por una guerra atroz y derrotados, crearon una atmósfera intelectual mejor, nos
enseñaron a entender y amar a la España que ellos representaban y ampliar
nuestros horizontes. En la filosofía, María Zambrano y José Gaos, en la teoría
de la música, Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay, en la historia de las artes
plásticas Juan de la Encina, en el cine Luis Buñuel, y en la literatura, Luis
Cernuda, José Moreno Villa, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Mar Ar, José
Bergamín, al principio del exilio, el latinista Millares Carlo, y muchísimos más.
Nosotros estudiamos con pasión a los clásicos españoles desde siempre, por
ser también nuestros clásicos. Leíamos al Quijote, las Novelas ejemplares, la
Celestina, El buscón y gran tacaño, la literatura medieval y la de los Siglos de
Oro con el mismo interés que lo hacíamos con las literaturas contemporáneas.
Fuera de los clásicos, sólo me interesaba Valle-Inclán, Ramón Gómez de la
Serna, Antonio Machado y los poetas del 27. La literatura del XIX no la toqué
en la adolescencia, tenía fama de mojigata y de un costumbrismo regionalista.
De golpe, los españoles exiliados me descubrieron la grandeza de Galdós.
María Zambrano, Luis Cernuda, José Bergamín escribieron ensayos
extraordinarios en aquel tiempo sobre ese novelista. Después de Cervantes
estaba sólo Galdós. Para ellos no había una novela española que hubiera
podido superar a las cuatro de Torquemada, o a dos Episodios Nacionales:
Bodas reales o los duendes de la camarilla. Buñuel filmó tres de sus novelas:
Nazarín, Tristana y Halma, a la que tituló Viridiana. El discurso que leyó
Octavio Paz en este lugar en 1981 fue dedicado a Galdós, al último de la
segunda serie de los Episodios Nacionales: Un faccioso más y algunos frailes
menos. El ensayo de Paz es magistral. Trata de la semejanza de la historia del
siglo XIX en España y en México: la permanente guerra entre liberales y
conservadores en los dos países, entre fanatismo contra tolerancia, Inquisición
contra libertad, legionarios celestiales contra la vida pública laica.
La libertad en El Quijote
Uno de los ejes fundamentales de El Quijote consiste en la tensión entre
demencia y cordura. En la primera parte de la novela sus andanzas terminan
en desastres, se extravían a cada momento, en cada aventura el cuerpo de
don Quijote yace descalabrado, apaleado, pateado, con huesos y dientes rotos,
o sumido en charcos de sangre. Esos acontecimientos hacían reír a sus
contemporáneos, quienes leían el libro para divertirse. Lo cómico allí es
aparente, pero en el subsuelo del lenguaje se esconde el espejo de una época
inclemente, un anhelo de libertad, de justicia, de saber, de armonía. Cervantes
fue desde joven un lector y admirador de Erasmo, por lo que logra intuir la
superioridad de una vida interior que vencerá al fin de vacuidad de los cultos
exteriores. Convierte la locura en una variante de la libertad. La libertad que
define en El Quijote:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad así como por la honra
se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es
el mayor mal que puede venirle a los hombres”.
El autor se permite algunas libertades que pocos se atreverían. En un discurso,
uno de los más soberbios del libro, pronunciado a un grupo de cabreros
totalmente ignaros, compara los tiempos pasados con los detestables en los
que ellos vivían, donde el mundo se ha pervertido, manchado y corrompido. Es
un discurso de aliento humanista, renacentista, libertario. Todos ustedes lo
conocen porque se ha citado muchas veces. Comienza:
“- Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron
nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra
edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin
fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban
estas dos palabras tuyo y mío.”
Y en el cuerpo del monólogo se encuentra:
“Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia .... Entonces se
declaraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente, del
mismo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo
de palabras para encarecerlos. No había el fraude, el engaño ni la
malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en
sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y
los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La
ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez,
porque entonces no había que juzgar ni quién fuese juzgado... Y ahora,
en estos nuestros detestables siglos, no está seguro ninguno. Para cuya
seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se
instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las
doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los
menesterosos. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien
agradezco el agasajo y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi
escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven
obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que
sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón
que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra”.
Salvo las nueve últimas disparatadas y regocijantes líneas que descienden a
celebrar la orden de los caballeros andantes, la lección de don Quijote sería
casi un fragmento de La ciudad del sol, la utopía de Campanella, a quien, por
escribirla, recluyeron varios años atormentándolo hasta ejecutarlo en las
cárceles de la Inquisición.
El capítulo donde Sancho Panza encuentra a Ricote, el morisco, quien relata
todos los sufrimientos de él y su familia en el extranjero debido al edicto del rey
de desterrar a cientos de miles de su raza es el más atrevido de toda la obra.
Thomas Mann se asombró de la valentía de Cervantes para tocar aquel asunto,
entonces muy reciente, y de que en la novela llegara a permitirse hablar de
“libertad de conciencia”.
Cervantes ejerce también una libertad absoluta en la estructura de El Quijote.
La demencia le ofrece un marco propicio y la imaginación se la potencia. Hay
espléndidas novelas cortas esparcidas en el viaje de don Quijote y Sancho,
algunas sin relación con la trama, por ejemplo, una oscura historia de amor y
muerte, “El curioso impertinente”, que sucede en la lejana Florencia,
encontrada por un sacerdote en una venta y leída a los viajeros y los mozos de
servicio; de pronto surgen monólogos filosóficos, discusiones sobre literatura y
teatro en términos académicos. Es muy difícil a un autor armonizar una trama
donde la tragedia o la crueldad estén integradas al carnaval, a la parodia y la
caricatura. Y aún más arduo, que esas infinitas imbricaciones logren un
resultado de esplendor, de veracidad y de grandeza.
Cervantes es un adelantado de su época. No hay ninguna ulterior corriente
literaria importante que no le deba algo a El Quijote: las varias ramas del
realismo, el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo, el surrealismo, la
literatura del absurdo, la nueva novela francesa, y muchísimas más encuentran
sus raíces en el libro de Cervantes. Víctor Sklovski, en 1922, descubrió que la
novela no sólo fue la más nueva en la época de Cervantes, sino que en el siglo
XX, en la época de las vanguardias, seguía siendo la más contemporánea de
todas.

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