CÁTEDRA EN EL CAFÉEN LA MENTE DEL ESCRITORFRAGMENTOS
BRUNO ESTAÑOL
Seguramente la memoria del narrador abreva en muchas otras artes y ciencias
porque el narrador es un sujeto que lee sobre variadas cosas de artes y ciencias.
La adquisición del oficio de narrador toma muchos años y no es de extrañar
que los narradores sean mucho más tardíos que los poetas. Miguel de
Cervantes escribió la segunda parte del Quijote cuando ya tenía cerca de sesenta años.
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Por otro lado, la memoria del narrador está saturada con historias:
anécdotas que ha escuchado en su familia y de sus amigos, historias que ha
Modificado, cuentos que ha leído, historias dentro de otras historias, patrones
para iniciar un cuento, patrones para terminar un relato, patrones de sorpresa,
cuentos del doble, cuentos policiacos, etcétera.
Sabemos muy poco todavía de la mente del narrador, pero es probable que
aprendamos algo por estos caminos.
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Algunos escritores inventan de novo sus historias. Estos quizá sean los menos y
es muy posible que sean los más imaginativos. Inventar una historia nueva,
creo yo, es algo casi inconcebible. La novedad, las más de las veces se dice, está
en la forma de contarla, aunque esto probablemente sea cierto sólo en parte.
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Abundan los escritores que han escrito sobre sus familias y sobre sus pequeñas
comunidades: William Faulkner, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo son
evocados con facilidad.
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En la
escritura de la historia interviene mucho el oficio y la inteligencia, pero no así
en la elección o invención de la historia. La demasiada famosa historia del té y
la madeleine de Marcel Proust probablemente revela que la elección de la
historia es, en ocasiones, un fenómeno inconsciente.
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Un gran grupo de escritores encuentra sus historias en las narraciones de otros
escritores. Así, las historias del doble han sido contadas por casi todos los
narradores con variantes menores o mayores. Las historias de amor, de celos, de
deseo, de venganza, de desamor, de traición, de locura, de muerte, han sido y
seguirán siendo los temas de los narradores.
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Es evidente que estas alimañas que rondan la mente del
narrador no podrían convertirse en cuentos, o en narrativa, si no fuese por la
capacidad del escritor de darles forma a través de un oficio o de un proceso
secundario racional y lingüístico.
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