domingo, 31 de julio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas. No.11


Carta N.º 11[23]


Querido León Ostrov:
Inútil explicar mis silencios. En el fondo de mí hay siempre una espera primitiva de un cambio mágico. (Una noche se romperán los espejos, arderán las que fui y cuando despierte seré la heredera de mi cadáver).
Estoy tan cansada de mis antiguos temores y terrores que no me atrevo a comunicarlos ni a decirlos. ¿Recuerda mi frase o estribillo de todos mis diarios: «Entrar en el silencio»?
He trabajado duramente en la oficina todos estos meses. Es testigo mi corazón debilitado y mi fatiga perpetua. Hasta creí morir. Te consumes. Piense en mí y en mi vida desordenada y cómo se la concilia con el despertador a las 7 hs. Y ocho horas de trabajo ininterrumpido en una piecita sombría.
Mis padres comprendieron mi deseo de quedarme. Recibí una dulce carta de mi madre en la que sentí aprobación (casi orgullo) por mi decisión de quedarme «estudiando» y trabajando sin su ayuda.
Desde hoy trabajo medio día. Como precisaban una empleada en otra sección —la de Iglesias, secretario de Cuadernos— me la ofrecieron y la acepté. Medio día y medio sueldo. No sé cómo viviré pues sólo en el hotel gastaré casi las ¾ partes de lo que gano. No obstante, conozco tanta gente que viviría bien con esa misma suma. Y yo, en verdad, no puedo vivir con ninguna. Pues cuanto tengo lo gasto y siempre tengo, no sé por qué.
Lo que me pone dichosa es tener tiempo libre: la noche, la mañana. Sobre todo en la noche, cuando escribo o leo o dibujo y soy humildemente feliz y me contento conmigo y con todo. Ahora que no me torturará el despertador creo que podré escribir y leer mucho más. No espero mucho. En verdad estoy desesperada. Pero hay un juego a muerte. Tengo que hacer poemas bellos y tengo que poblar de voces mi silencio. Por eso me dolía donar mi día a la oficina (si bien en un sentido es una derrota este cambio pues, aplicando un realismo despiadado: ¿qué hice cuando tenía tiempo?). Pero me he dado cuenta de algunas cosas. Pero también tengo temor de no trabajar todo el día, de no dolerme horriblemente el cuerpo, de no desvanecerme casi en tareas cuyo fin es «ganarse la vida». Es como si todo debiera ganarlo en contiendas espantosas. Quiero decir, es como un temor de que todo me vaya mal, ahora, cuando trabajo suavemente 4 hs, y vuelvo descansada y no me muero de fatiga. Además, trabajando todo el día me olvidaba de mí, de mi «yo» que tanto me hastía, que tanto me llora.
Pero más miedo aún de no poder estudiar y escribir. Qué esperanza absurda hay en mí. Qué optimismo feroz. Escribir sobre qué. Escribir qué.
Y además, además no hay nada. Veo a la gente de siempre: Paz, Eichelbaum, algunos jóvenes pintores, y una psicoanalista: Marianne Strauss, que trata de enseñarme (con escaso provecho) a relajarme. Esto último me ha llevado a pensar en el psicoanálisis, en la posibilidad o imposibilidad de que un ser ayude a otro. Yo creo que hay algo muy complejo y difícil y terrible en la gente como yo: los que no quieren curarse y demandan ayuda: ayúdame pues no quiero que me ayuden. Actualmente todo me es difícil e inextricable. Siento que me transportaron de la selva a la ciudad. De los dioses implacables (pero dioses al fin pues yo los hacía) a los hombres, los prójimos, los de aquí. Resultado: ni sueño ni realidad. Releo lo escrito y lo envío antes de romperlo. Hasta la suya con un abrazo para los tres,
Alejandra

jueves, 28 de julio de 2016

Premio Editorial Costa Rica.

El Premio Editorial Costa Rica es otorgado, por la Editorial del mismo nombre, en un género literario diferente (alternado) entre varias obras que sean sometidas a concurso.

El Premio era otorgado anualmente hasta el año 2007, cuando la Editorial decidió que este se realizaría cada dos años.
Fuente: Premio Editorial Costa RicaDe Wikipedia, la enciclopedia libre
GANADORES PREMIO EDITORIAL COSTA RICA

Año Título Autor Género
1972 Murámos Federico Joaquín Gutiérrez Novela
1973 Hoy es un largo día Carmen Naranjo Novela
1974 Un modelo para Rosaura Samuel Rovinski Arte
1975 Los pasos terrestres Julieta Dobles Poesía
1976 Los vencidos Gerardo Cesar Hurtado Novela
1977 Evolución de la poesía costarricense Alberto Baeza Flores Literaria
1978 Final de calle Quince Duncan Novela
1979 Los Tinoco Eduardo Oconitrillo Ensayo
1980 Desierto -- --
1981 El séptimo cielo Daniel Gallegos Teatro
1982 Desierto -- --
1983 Desierto -- --
1984 El movimiento Artesano-obrero-urbano en C.R 1880–1914 Mario Oliva Medina Ensayo
1985 Desierto -- --
1986 Julio Acosta, hombre de providencia Eduardo Oconitrillo Ensayo
1987 Desierto -- --
1988 El atardecer de los niños Uriel Quesada Cuento
1989 Desierto -- --
1990 Al final de la memoria Milton Zarate Poesía
1991 Desierto -- --
1992 Desierto -- --
1993 Desierto -- --
1994 Desierto -- --
1995 Para que cicatrices las heridas del insomnio Ronald Villar Poesía
Ahora juega usted señor Capablanca Mario Zaldívar Novela
El último baluarte del imperio Margarita Rojas G. Ensayo
1996 El pavo real y la mariposa Alfonso Chase Novela
Mujeres, sombras y coloquios de uno Eduardo Vargas Ugalde Cuento
1997 Cruces y soles Melania Nuñez Vargas Poesía
1998 Animales de la noche Ernesto Rivera Cuento
1999 Las cenizas del sentido Jorge Ramírez Caro Ensayo
2000 Pablo José Roxana Campos Teatro
2001 Desierto -- Cuento
2002 Urbanos Sergio Muñoz Cuento
2003 Abrir las puertas del mar Mauricio Molina Poesía
2004 Cuaderno de rencores Albán Mora Vargas Novela
2005 Del cielo a la tierra Ana Lucía Fonseca Ensayo
2006 Génesis Samuel Rovinsky Teatro
2007 Archipiélago Heriberto Rodríguez Novela
2009 El laberinto del verdugo Jorge Méndez Limbrick. Novela
2011 Los Herederos Sergio Muñoz Cuento
2013 El diminuto corazón de la Iguana Cyrus Shanavaz Piedra Novela
2015 Tango, arrabal y modernidad en Costa Rica Mijail Mondol López Ensayo


CORRER EL TUPIDO VELO. Páginas: 103, 104. Pilar Donoso.


CORRER EL TUPIDO VELO. Páginas: 103, 104. Pilar Donoso.
Editorial Alfaguara. 2010. España.
“Son solo cuatro los nombres que, si los definimos componen para el público el “gratis” del Boom, la elite, los “capos de la mafia”. Estos eran y siguen los más exageradamente alabados y los más exageradamente criticados: Julio Cortázar,  Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa... Mi padre se sintió integrante de este Boom  por converger en un mismo momento y en un mismo lugar con este grupo , pero intuyó que en el fondo nunca fue parte importante del movimiento, al igual  que en otros momentos de su vida, sintió su incapacidad de ser parte de un grupo o de un partido político. Sus libros nunca tuvieron el éxito comercial alcanzado por los de sus pares, si bien su calidad literaria nunca ha estado en duda”.

Pirandello Luigi. Cuentos.


ELEMENTOS PARA UNA CARTOGRAFÍA DE CUENTOS PARA UN AÑO
Coordenadas biográficas
Luigi Pirandello nació en Sicilia, en la actual Agrigento, el 28 de junio de 1867. Como él mismo escribió: «Soy hijo del Caos; y no alegóricamente, sino de verdad, porque nací en un campo nuestro que se encuentra cerca de un intricado bosque denominado, en forma dialectal, Càvusu», que es «la corrupción dialectal del genuino y antiguo término griego Xaos». El paisaje y las tradiciones sicilianas, la pasión por los clásicos, los estudios en la Universidad de Bonn —donde se licenció en Filología Románica con una tesis sobre el dialecto de su tierra natal—, la experiencia en Roma como profesor en el Istituto Superiore di Magistero y la enfermedad psíquica de su esposa Antonietta confluyeron en la actividad del polifacético autor: poeta, ensayista, novelista, dramaturgo, director y crítico.
Luigi anidaba su destino ya en el apellido: Pirandello se compone, de hecho, por el sustantivo griego πυρ/pur, «fuego», y άγγελος/angelos, «mensajero», es decir: mensajero del fuego. Las obras pirandellianas abrasan las ilusorias certezas de lo que entendemos por mundo interior.
Para Pirandello la única y segura forma de expresión siempre fue la escritura: colaboraciones en revistas, poemas, relatos breves, novelas, ensayos y obras de teatro brotan de la mente y la fantasía del atormentado escritor. Con la puesta en escena de sus obras, Pirandello se consagra como un autor dramático de referencia para toda una época. Su fama supera los confines nacionales: los teatros parisinos, alemanes, ingleses y americanos acogen entusiasmados sus piezas. Sin pausa se dedica a la actividad literaria, a lo largo de su vida publica cinco recopilaciones de poemas, siete novelas, alrededor de doscientos cuarenta cuentos breves y más de cuarenta obras de teatro.
El amor por el teatro lo animó a fundar en 1925 la Compagnia del Teatro d’Arte di Roma, que dirigió hasta 1928, con energía y pasión, educando la vitalidad y la expresividad de los actores. Mientras en Italia se imponía el régimen fascista, Pirandello confirmó su adhesión al partido, que adquiría para él el sentido de una verificación trágica y final del fracaso del estado liberal. El 9 de noviembre de 1934 le comunicaron la concesión del Premio Nobel. Según relata Gaspare Giudice, primer biógrafo de Pirandello: «Los periodistas y los fotógrafos invaden el estudio del escritor» y «como los fotógrafos y los camarógrafos le piden que pose, Pirandello se sienta a su mesa y teclea en su máquina de escribir, repetidamente, en una hoja, la palabra “payasadas”».
Dos años después, en 1936, una pulmonía lo condujo a la muerte. Había dispuesto como última voluntad que su muerte pasara en silencio, que su cuerpo desnudo fuera incinerado y sus cenizas esparcidas «porque nada, ni siquiera cenizas, quisiera que quedara de mí». Porque ya lo había dado todo, con su arte, con su vida en el arte.

  Coordenadas histórico-culturales
El contexto histórico sitúa a Pirandello en un momento fundamental de transformaciones sociales y políticas, artísticas y literarias, ideológicas y estéticas. El desarrollo de la psicología y el psicoanálisis, la teoría de la relatividad, los totalitarismos o los avances científicos determinan la pérdida de seguridad y confianza en sí mismo por parte del ser humano. Asustado, el hombre descubre la falta de unidad en su persona. Desconocido para sí mismo, no consigue definirse. El clima general de dudas y vanas esperanzas influye claramente en la formación artística de Pirandello, quien orientaba sus lecturas mientras con su arte definía sus relaciones, de implicación y rechazo, con las propuestas europeas contemporáneas.
Pirandello, narrador, poeta, ensayista y dramaturgo, se fue dotando de un completo laboratorio que incluyó, naturalmente, lecturas de poetas italianos como Carducci y Leopardi, y también extranjeros como Heine. Más tarde leyó la literatura francesa, sobre todo Molière, Maupassant, Hugo, Huysmans, Courteline, Gide y Balzac, al lado de grandes maestros de otras tradiciones, como Gorki, Tolstói, Turgueniev o Faulkner. Cervantes y los clásicos ocuparon una posición privilegiada en la topografía de la biblioteca pirandelliana, junto a volúmenes de Alfred Binet y Gabriel Séailles. La mayoría de los textos extranjeros aparece en el idioma original, lo que explica la numerosa presencia de diccionarios en su estudio.
Constante y agudo es el interés por la filología y la patología, evidente en muchas escenas de su narrativa y de su dramaturgia. El pensamiento se desarrolla en la obra pirandelliana en sintonía con los tiempos de Lipps, Bergson, Nietzsche, Zola y Maupassant, herederos de Goethe o Schopenhauer, no necesariamente en armonía con la obra de ellos y a menudo en obvio desacuerdo. Entre las voces italianas que contribuyen a su formación crítica se encuentran Manzoni, Verga, Capuana o Marchesini. Controvertida es la definición de su relación con Freud y la teoría psicoanalítica, así como la correspondencia con otros temas, doctrinas y autores asociados o asociables a Pirandello, expresiones de los nuevos vientos que caracterizan la contemporaneidad.
La variedad de lecturas, intereses y propuestas conduce a la formulación de una estética fuertemente conectada con la experiencia humana, con la vida. Por un lado Pirandello asigna al arte la función de expresar una concepción propia y personalísima y, por el otro, de representar una realidad humana e histórica determinada.
El ambiente que forja la personalidad de Pirandello, como hombre y como artista, es un conjunto extremadamente rico de impulsos, experimentaciones y hallazgos. Las vanguardias históricas, con formas y recursos diversificados, ponen a prueba las herramientas de las artes, investigan las posibilidades de encontrar una respuesta a las preguntas sobre el mundo y la vida, buscando un lugar adecuado donde el hombre pueda hacerse y concebirse como individualidad, en una totalidad orgánica. Aunque históricamente sea posible encontrar paralelismos y convergencias con movimientos concretos, resulta interesante la propuesta del estudioso Wladimir Krysinski de considerar a Pirandello un vanguardista absoluto por la amplitud de la experimentación en su material narrativo y escénico, más allá del relativismo histórico o cultural.
No obstante, como afirma la estudiosa Graziella Corsinovi, su vínculo con el expresionismo es innegable: la persona se transforma en personaje. El rostro se altera, el gesto se exagera, mientras el aspecto general del hombre asume las características de una máscara. La fisonomía humana, deformada en los rasgos, expresa la tensión y la angustia frente a la pérdida de valor de las palabras, transformadas en grito lacerante o en risa amarga y dolida. Grito y risa, manifestaciones aparentemente opuestas, implican los mismos músculos faciales, sólo la boca asume una posición diferente: circular en el grito y horizontal en la risa. Ambas expresiones denuncian la carencia de valor del lenguaje verbal, de la palabra, sustituida con una gramática y una sintaxis del cuerpo.
El personaje se vuelve espejo de la crisis de identidad que experimenta el hombre de finales del siglo XIX y principios del XX: ya no «carácter» en su singularidad, sino «tipo» humano que intenta simbolizar una situación contradictoria y compartida. Lo grotesco, como categoría de la experiencia estética, permite identificar la contradicción entre lo trágico y lo cómico, contradicción que no impide que ambos puedan coexistir simultáneamente. Porque la vida es risa y llanto, el arte más sublime puede ser al mismo tiempo ridículo. El mensaje de las vanguardias es revolucionario en los contenidos, puesto que narra almas devastadas por el inconsciente y dibuja cuerpos lacerados, explotados, pero también en las formas. Siempre se trata de formas simbólicas, emblemas para condiciones particulares.
Por tanto, los posibles referentes de la concepción pirandelliana del personaje y de la narrativa confluyen y al mismo tiempo se mueven hacia dos direcciones: por un lado la reflexión filosófico-psicológica, y por el otro la experiencia artística y la propuesta estética contemporáneas. Todos esos estímulos penetran, en conexión profunda, en la personalidad de Pirandello y contribuyen sin duda a la determinación de la obra, no simplemente a nivel temático y semántico, sino también con respecto a los recursos formales y estéticos.

Fuente:
Título original: Novelle per un anno
Luigi Pirandello, 1922
Traducción: Marilena de Chiara
Introducción: Marilena de Chiara

miércoles, 27 de julio de 2016

Robert Musil. Cuento. A una desconocida señorita.


Robert Musil.
Cuento.
A una desconocida señorita
Mi pequeña desconocida señorita:
Como no la conozco, le escribo por el periódico. Sí, si reflexiono sobre las
circunstancias de nuestro encuentro, se me hace claro que escribo a alguien que,
simplemente, ya no existe, o, si existe, sólo de una forma sumamente vaga. Sin
embargo, aquel encuentro se realizó en circunstancias de lo más ordinarias.
Usted subía al tranvía en donde yo estaba sentado. Supongo que usted habrá
reparado en mí entre los pocos viajeros que había, pues usted ostentaba, mi muy
pequeña dama, un ser conservado de un modo poco común, que siente que
alguien la mira.
En su compañía se encontraba un señor de mi propia edad, que también me
gustó; podía ser un hermano mayor, pero, si era su padre, se mostraba, juvenil,
a su mismo nivel y no dominante, y yo quisiera sospechar que usted adulaba a
sus pensamientos de forma semejante a los míos. Calculo que usted tendría, en
aquel entonces, catorce años a lo sumo. Llevaba un vestido de terciopelo con
colores de calle, con el talle estrecho, de modo que el tejido del vestido, algo
pesado y, no obstante, plástico, simulaba por encima y por debajo la madurez de
la femenina figura, sin que el tipo perdiera con ello lo infantil. Me vino a las
mientes enseguida la expresión “mujer-niña”, nada más verla a usted. Su
vestido de terciopelo tenía en sus angostas mangas puños de piel y estaba
guarnecido abajo también con piel, formando allí un amplio volante; y
recordaba un poco un traje regional o de patinador, pero puede ser que no fuera
ni un vestido, sino un abrigo: seguro que usted lo sabrá todavía hoy día y lo
recordará con gusto, pero lo que es yo lo único que puedo hacer es aducir para
disculparme que la admiración observa siempre con mucho más exactitud que
la autodeterminación, que, ante el espejo, entra en objetividad en detalles y los
examina.
Acaso es esta disculpa falsa, pero, en todo caso, concede que mi admiración era
subjetiva y, en un sentido no totalmente irrecusable, romántica, cosa natural del
todo, pues la posibilidad de enamorarme de usted estriba precisamente en el
que yo no tratara la realidad con conciencia plena de lo que hacía, realidad que
no me lo hubiera permitido. Usemos para designarlo la buena, la vieja palabra
sueño: uno encuentra allí a una persona, reconoce quién es, y sabe que es
distinta de uno; de forma similar, en las honduras de la mina sobre la que de
ordinario nos movemos, usted siguió siendo para mi una niña y, con todo, fue
para mi una mujer a escala reducida, por espacio de diez minutos, antes de que
usted bajara y se me perdiera, sin que yo me resistiera a ello. El modo como
usted entró, se sentó y entregó el dinero al cobrador, un poco negligentemente
(pues lo hizo usted, y no su acompañante), no tenía ni sombra de aquella
afectación con que lo hace una niña; y los rasgos de su rostro, que me parece
estar viendo, con su ojo oscuro, las fuertes cejas, los labios llenos y la nariz un
poco respingona, es verdad que se adelantaban a sus años, pero, no obstante, no
configuraban algo así como el rostro reducido de una mujer adulta. Se me
ocurre que el aspecto de usted tampoco puede ser comparado en absoluto con
un “capullo”, pues su forma es juvenil, es verdad, pero dura y decidida, mientras
que el encanto amoroso de lo infantil de usted se asemeja más bien a una flor
sin raíces, es más, sin tallo.
Propiamente no tengo más que decir. Y no tengo que derivar de esto ni una
moralidad ni una inmoralidad: nuestro encuentro estaba, evidentemente, entre
estas dos posibilidades, y además han pasado ya desde entonces más de diez
años sin consecuencias. De vez en cuando, usted me hace recordar que hay toda
clase de historias de mujeres que procedían misteriosamente de las ramas de un
árbol, de manantiales o retortas, que no eran mujeres del todo y que con ese nodel-
todo estimularon a los hombres a que inventaran leyendas. Es,
manifiestamente, una fantasía que, por muchas razones, le llega al varón al
corazón. Y, por otra parte, me pregunto qué es lo que usted puede aún saber de
aquella pequeña muchacha que no quería esperar a convertirse en usted, y que,
seguramente, ahora está un poco decepcionada de ello.

***

Robert Musil
(Klagenfurt, 1880 - Ginebra, 1942) Escritor austriaco. Es, junto con Thomas Mann y con Franz Kafka, uno de los más importantes novelistas en lengua alemana del siglo XX, y también, durante muchos años, fue uno de los menos conocidos. Pertenecía a una distinguida familia de la alta burguesía, de la que habían salido eruditos, funcionarios y militares. Hijo único, e inclinado por su padre (profesor de Mecánica aplicada en el Politécnico de Klagenfurt, consejero áulico y honrado con título nobiliario) a la carrera militar en la Academia de Mährisch-Weisskirchen, pronto se reveló en Musil una fuerte vocación científica.
obert Musil
Habiendo abandonado por ello la Academia, Robert Musil se matriculó en la Escuela Técnica Superior, donde estudió ingeniería mecánica, y fue durante algunos años ayudante de mecánica en el Politécnico de Stuttgart, donde elaboró el famoso "giroscopio de Musil"; en 1903 se trasladó a Berlín para estudiar filosofía y psicología aplicada en la escuela de Carl Stumpf. Este vagabundeo intelectual y profesional fue un rasgo característico de Musil.
Oficial durante la Primera Guerra Mundial, en la que llegó al grado de coronel, fue redactor, en la posguerra, de la Neue Rundschau y adscrito a trabajos de redacción en el Ministerio de Asuntos Exteriores austríaco. Nietzscheano de orientación, embebido de ciencia y de técnica, pero insatisfecho de una y de otra (es también característica su intolerancia de la poesía y de la música), Musil quiso realizar un lúcido y severo diagnóstico de sí mismo, de su época y del hombre en general; sus naturales y sólidas dotes artísticas le salvaron, por otra parte, de la aridez de la teoría pura y de la fragmentación ensayística. "Crónica" y "análisis" fueron sus palabras programáticas.
Su primera novela, Los extravíos del alumno Törless (Die Verwirrungen des Zöglings Törless, 1906), que le hizo súbitamente célebre en los países de habla alemana, constituye un claro y despiadado análisis de la miseria moral y sentimental de una juventud para la que la educación cristiana no representa ya un fondeadero seguro o un sólido punto de apoyo.
Los cinco cuentos, los únicos escritos por Robert Musil y reunidos en los dos volúmenes Las uniones (Die Vereinigungen, 1911) y Tres mujeres (Drei Frauen, 1924), extienden la investigación al mundo de los adultos y a la vida conyugal. El minucioso análisis de los sentimientos para llegar a un nuevo y puro "orden de sentimientos" (expresión cara al escritor) constituye una fórmula afín, desde muchos puntos de vista, a la del primer expresionismo alemán (Gerhart Hauptmann, Frank Wedekind, Heinrich Mann, Alfred Döblin, etc.), aunque Musil, espíritu profundamente conservador, se mantuviera alejado del expresionismo y de cualquier otra "tendencia a la moda".
Un decisivo cambio en la biografía espiritual de Musil vino marcado por la Primera Guerra Mundial, después de la cual aparece, de una manera cada vez más apremiante e insistente, el elemento político junto al ético-psicológico, como se desprende de la serie de Ensayos y Diarios escritos en la posguerra, e incluidos en la edición completa de sus obras publicada en 1955.
Entre 1920 y 1924, Musil compuso dos dramas: Los fanáticos (Die Schwärmer, 1920) y, de menos alcance, Vicente o la amiga de hombres importantes (Vinzenz oder die Freundin bedeutender Männer, 1924). El problema conyugal tratado en una de las primeras novelas cortas se transforma en Los fanáticos; en términos que recuerdan a Luigi Pirandello y, bastante más, a Kafka, Los fanáticos trata de un modo intensamente representativo la falta general de discernimiento: la desconcertante y rápida quiebra de un matrimonio sugiere la inminente amenaza de fuerzas inhumanas y destructoras.
Sin embargo, Musil no figuraría quizá en la literatura mundial si no hubiera dejado la novela El hombre sin atributos (Der Mann ohne Eigen schaften), a cuya composición dedicó largos años, sin que le disuadieran de ello graves incidentes personales: su expulsión de Alemania en 1933, a raíz de la subida de Hitler al poder, y de Austria en 1938, y la amarga miseria de su asilo en Suiza.
El hilo argumental de El hombre sin atributos es muy simple: en 1913, un año antes de la Gran Guerra, empieza la preparación del septuagésimo jubileo por la coronación del emperador Francisco José, que ha de celebrarse en 1918. El narrador lo explica desde el punto de vista de quien sabe que la pretendida celebración del imperio acabará en necrológica. La disolución del marco político colectivo es anticipada por la decisión del protagonista, Ulrich, de disolver su propio yo: puesto que no sabe qué hacer con sus talentos de hombre moderno, Ulrich (trasunto del autor) prefiere parecer muchas cosas a definir su propio ser. En este panorama del ocaso del mundo y del sujeto se intercalan multitud de episodios, observaciones y argumentos paralelos que quedan reflejados en la conciencia del protagonista. El único refugio que encontrará éste será el amor transgresor por su hermana.
La obra, de casi dos mil páginas, quedó incompleta en su parte final, y sus episodios, ambientados en la Viena de los años 1913-14, constituyen una amplia y minuciosa descripción de las condiciones internas y externas de un estado en vías de derrumbarse. Pero su verdadera finalidad es la búsqueda de los motivos por los cuales se llegó a la guerra y a las subsiguientes y angustiosas tensiones del mundo actual. La causa principal es, para Musil, la "bancarrota de las ideas" en una Europa que acaba destrozándose voluntariamente a sí misma: según el autor, el único y eficaz remedio sería una "libre economía de las ideas", así como la renuncia a todo dogmatismo ideológico.
Fuente:
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/musil.htm

lunes, 25 de julio de 2016

Robert Musil Sobre la estupidez.


Los sabios normalmente prefieren hablar sobre la sabiduría en lugar de sobre la estupidez. En consecuencia, cuando el `discípulo de Hegel y profesor en la Universidad de Halle` Joh. Ed. Erdmann anuncia en 1866 su tema, éste es recibido con carcajadas. ¿Por qué? Una de las razones, tal como el propio Erdmann reconoce, podría ser que el tema de la estupidez nos recuerda nuestros propios defectos. Volvernos `sensatos` es un largo proceso: en la estupidez percibimos un poco `los sonidos de la antigua patria, que nos agradan como el dialecto patrio largamente no escuchado`. De esta manera, nos reímos con cierta melancolía: así hemos sido también nosotros mismos, o `esto pudo habernos pasado de niños`. Y al mismo tiempo encontramos placer en las estupideces, porque ellas son la prueba directa de que hemos abandonado ese estadio.Pero la estupidez también puede enfadarnos. Al ser precisamente la expresión de la ignorancia y la inmadurez, despierta impaciencia en aquellos que tienen una completa y libre disposición sobre su capacidad de juicio.No puede ser casualidad que toda la gran literatura haya sentido siempre una fascinación especial por lo grotesco, lo idiota o lo estúpido en el sentido más extremo de la palabra. Cervantes, Hölderlin, Falubert, Thomas Mann, Proust. ¿Por qué? ¿Por qué fascina la estupidez? Quizás sea porque ella es más que una simple etapa en el desarrollo del pensamiento, y lo amenaza siempre desde dentro.
Fuente:
N.N.
(Fragmento).
Robert Musil
Señoras y Señores, quien hoy en día tenga la audacia de hablar de la estupidez corre graves riesgos: puede interpretarse como arrogancia o, incluso, como intento de perturbar el desarrollo de nuestra época. Por mi parte, hace ya varios años escribí: «Si la estupidez no se asemejase perfectamente al progreso, al talento, a la esperanza, o al mejoramiento, nadie querría ser estúpido». Esto ocurría en 1931 y nadie osará poner en duda que, incluso después, ¡el mundo ha visto todavía más progresos y mejoras! De manera que se hace cada vez más urgente e inaplazable dar una respuesta a la pregunta: ¿Qué es realmente la estupidez?
No quisiera omitir que en mi calidad de poeta conozco la estupidez desde hace mucho tiempo, ¡podría incluso decir que quizás he tenido con ella relaciones profesionales! En el mundo de las letras, apenas abrimos los ojos, nos vemos enfrentados a una resistencia, a una oposición difícil de describir, que parece capaz de presentarse de cualquier forma: ya sea personal, como la respetable de un profesor de literatura que, acostumbrado a mirar desde distancias incontrolables, se equivoca desastrosamente con respecto a la época contemporánea; ya sea en formas genéricas, omnipresentes, como la transformación del juicio crítico mediante el juicio comercial, desde que Dios, con su bondad difícilmente comprensible para nosotros, concedió la lengua humana incluso a los creadores de películas habladas.
He descrito ya en diferentes ocasiones otros fenómenos de este tipo, pero no es necesario que me repita o que lo complete (y, por lo que parece, sería incluso imposible frente a la tendencia colosal que todas las cosas presentan en la actualidad): basta con concretar, como resultado cierto, que la escasa sensibilidad artística de un pueblo no se revela solamente cuando las cosas salen mal y de forma violenta, sino también cuando salen bien y de todas las
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8 Sobre la estupidez
formas, por lo que existe solamente una diferencia gradual entre prohibiciones y opresiones, por un lado, y laureadas ad honorem, destinadas a ocupar cátedras universitarias y a figurar en las distribuciones de premios, por otro.
Siempre he sospechado que esa resistencia con formas tan diferentes, en relación con el arte y la espiritualidad más elevada, por parte de un pueblo que se vanagloria de su amor por el arte, no es sino estupidez –¿quizás una forma particular, una estupidez artística especial y, quizás incluso, sentimental?– que en cualquier caso se exterioriza en este sentido: al que se le llama un «bello espíritu» sería al mismo tiempo un bello estúpido; y todavía hoy no veo muchos motivos para abandonar esta convicción. Naturalmente, no se puede culpar a todo lo que afea algo tan totalmente humano como el arte; una parte hay que atribuirla a las diferentes formas de falta de carácter, como han mostrado las experiencias de los últimos años. Pero no se debería objetar que la estupidez no interviene para nada en este caso, porque se refiere a la razón y no a los sentimientos, mientras que el arte depende de estos últimos. Sería un error. Por último, el goce estético es juicio y sentimiento. Y os pido permiso no sólo para añadir a esta gran fórmula, que he tomado prestada a Kant, la precisión de que Kant habla de una facultad de juicio estético y de un juicio de gusto, sino también para repetir a continuación las antinomias a que ello conduce: tesis: el juicio de gusto no se basa en conceptos, porque, si no, se podría discutirlo (decidir por medio de la demostración); antítesis: se basa en los conceptos, porque, si no, ni siquiera se podría discutirlo (buscar un acuerdo ).
Y en este punto quisiera hacer la pregunta de si un juicio de este tipo, con la misma antinomia, no es la base de la política y de la confusión de la vida en general. Y ¿no es de esperar que, en una casa donde habitan el juicio y la
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Robert Musil 9
razón, se presenten también sus hermanas y hermanitas, las diferentes formas de la estupidez? Sirva esto para indicar su importancia. Erasmo de Rotterdam escribió en su delicioso, y todavía hoy insólito, Elogio de la locura, que, sin cierto grado de estupidez, el hombre no llegaría ni siquiera a nacer.
Una prueba del dominio vergonzoso y aplastante que la estupidez ejerce sobre nosotros muchos la dan al mostrarse, amigable y conspirativamente sorprendidos, cuando se enteran de que alguien, en quien tenían puesta su confianza, tiene intención de evocar el nombre de ese monstruo. No sólo he tenido esa experiencia, sino que además he podido comprobar muy pronto su validez histórica, cuando, durante mi investigación sobre los predecesores en la tradición de la estupidez –he descubierto una cantidad increíblemente pequeña de ellos; pero ¡los sabios prefieren evidentemente escribir sobre la sabiduría!–, recibí de un docto amigo el ejemplar impreso de una conferencia dada en el año 1866 por Eduard Erdmann, discípulo de Hegel y profesor en la universidad de Halle. Dicha conferencia, titulada Sobre la estupidez, comienza revelando en seguida que su anuncio fue acogido con carcajadas; y, cuando veo que esto puede ocurrirle incluso a un hegeliano, me convenzo todavía más de que tal comportamiento de los hombres hacia quien pretende hablar de la estupidez tiene una motivación especial y me encuentro presa de gran inseguridad, convencido como estoy de haber desafiado una fuerza psicológica poderosa y profundamente contradictoria.
Por eso, prefiero confesar inmediatamente la debilidad en que me encuentro con respecto a ella: no sé lo qué es. No he descubierto ninguna teoría de la estupidez con cuya ayuda se pretendiera salvar el mundo: al contrario, no he encontrado en el ámbito de las preocupaciones científicas
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ni siquiera una investigación dedicada a ella, y tampoco coincidencia de opiniones con respecto a su definición, que resultase del tratamiento de temas análogos. Quizá sea debido a mi ignorancia, pero es más probable que la pregunta: ¿qué es la estupidez?, no corresponda a los usos del pensamiento actual, como tampoco corresponden preguntas sobre la esencia de la bondad, belleza o electricidad. Esto, a pesar del deseo de delimitar dicho concepto y de responder con la máxima sobriedad posible a tal pregunta preliminar a toda la vida, es bastante atrayente; así que un buen día quedé presa de la pregunta, sobre qué es «realmente» la estupidez, y no en el sentido en que todos la entienden, cosa que habría estado más en consonancia con mi competencia y capacidad de escritor. Y, como no quería salir del paso con medios poéticos, ni estaba en condiciones de hacerlo de forma científica, he intentado el camino más sencillo, como se hace espontáneamente en estos casos, examinando el uso de la palabra «estúpido» y de su familia, buscando los ejemplos más frecuentes, e intentando fusionar un poco lo que iba escribiendo.
Por desgracia, un procedimiento de este tipo presenta el riesgo de ser como una caza de mariposas: durante un tiempo seguimos lo que creemos estar observando, sin perderlo de vista, pero, como por otras partes, por idénticos caminos en zigzag, se acercan otras mariposas, casi idénticas, pronto no sabemos bien si estamos todavía siguiendo la del principio. Y, así también, los ejemplos de la familia de la estupidez no siempre permiten distinguir si existe verdaderamente entre ellos un lazo originario o si atraen sólo, exterior e improvisadamente, la atención de uno a otro, y no será nada fácil recogerlos todos en un haz que pertenezca verdaderamente a un estúpido.
En tales condiciones, es casi indiferente cómo se comience. Hagámoslo, pues, de cualquier manera: lo mejor
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es empezar inmediatamente con la dificultad inicial que consiste en el hecho de que quien quiera hablar de la estupidez, o asistir con provecho a una disertación sobre ella, debe presuponer que él mismo no es un estúpido; y, por eso, alardea de ser inteligente, ¡aunque eso se considere generalmente como señal de estupidez! Si profundizamos la cuestión, como los estúpidos han alardeado de ser inteligentes, surge inmediatamente una respuesta, que parece cubierta por el polvo de los más antiguos predecesores, que sostiene que es más prudente no mostrarse inteligente. Es probable que esa prudencia profundamente pesimista, ni siquiera hoy más comprensible a primera vista, provenga todavía de condiciones en que para el más débil era realmente más prudente no pasar por sabio: ¡la sabiduría habría podido amenazar la vida de los más fuertes!
En cambio, la estupidez elimina cualquier sospecha: «desarma», como se dice todavía hoy. Y huellas de esa astucia, de esa estupidez astuta, las encontramos todavía en el hecho de que las fuerzas están tan desigualmente distribuidas que el más débil busca su salvación en fingirse más estúpido de lo que es; se encuentran, por ejemplo, en la proverbial astucia cotidiana, también en las relaciones entre la servidumbre y los propietarios del lenguaje culto, en la relación del soldado con el superior, del escolar con el maestro y del niño con los padres. Quien está en el poder se irrita menos cuando los débiles no pueden que cuando no quieren. La estupidez lo reduce directamente a la «desesperación», es decir, ¡inconfundiblemente a un estado de debilidad!
¡Con esto coincide perfectamente el hecho de que la inteligencia le hace montar en cólera fácilmente! Es cierto que se la aprecia en el ser servil, pero sólo cuando va unida a la sumisión más incondicional. En el momento en que le falta ese certificado de buena conducta y aparece la duda
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sobre si será ventajosa para el señor, se la llama no tanto inteligencia cuanto impertinencia, insolencia o perfidia: y muchas veces de ello se deriva una situación que parece, por lo menos, manchar el honor y la autoridad del poderoso, aun cuando no lo amenace en su seguridad.
En el campo de la educación, a un alumno bien dotado y rebelde se le trata con mayor dureza que a uno recalcitrante por obtuso mental. En el de la moral, ha producido la concepción de que la voluntad de un hombre es tanto más malvada cuanto más valiosa sea su inteligencia. Ni siquiera la inteligencia ha quedado inmune de ese prejuicio personal y juzga con especial reprobación la ejecución inteligente de un crimen como «refinada» y «carente de sensibilidad». Y en el de la política, cualquiera podrá procurarse ejemplos donde le parezca.
Pero también la estupidez –se podría objetar– puede ser irritante y no es cierto que calme los nervios en todos los casos. En pocas palabras, generalmente provoca impaciencia, pero en casos excepcionales provoca incluso crueldad; y las repugnantes aberraciones de esa morbosa crueldad, que comúnmente suele llamarse sadismo, nos muestran muchas veces seres estúpidos en el papel de víctima. Ello se debe al hecho de que éstos caen presa de los crueles con más facilidad que los demás; pero también parece estar en relación con el hecho de que su evidente falta de resistencia excita ferozmente la imaginación, como el olor de sangre excita el placer de la caza, y la atrae a un desierto en que la crueldad va «demasiado lejos», casi sólo porque no encuentra ninguna barrera, ningún obstáculo por ningún lado. Esto constituye un rasgo de sufrimiento en quien infringe sufrimiento, una debilidad inmersa en su brutalidad; y, aunque la privilegiada indignación de la compasión ofendida sólo raras veces permita observarlo,
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no obstante, tanto en el caso del amor, como en el de la crueldad, se requieren dos que congenien mutuamente.
El estudio de este problema sería importante en una humanidad como la nuestra, tan atormentada por su «vil crueldad hacia los débiles» (y ésta es, me parece, la formulación más corriente para describir el sadismo); pero, considerando la relación seguida en su línea esencial y después de una rápida revisión de los primeros ejemplos, incluso lo que de ello se ha dicho debe figurar como divagación y, en conjunto, puede sacarse algo más: que puede ser estúpido vanagloriarse de la propia inteligencia, pero que no siempre es inteligente ganarse fama de estúpido. Aquí es imposible generalizar; o, en todo caso, la única generalización admisible debería ser la de que la cosa más sensata en este mundo es la de ¡hacerse notar lo menos posible! Y, de hecho, ya se ha trazado varias veces esa línea de conclusión, esencial en toda sensatez. No obstante, muchas veces se hace un uso sólo parcial, o simbólico y representativo, de esa conclusión misantrópica, y entonces ello nos conduce a contemplar el ámbito de las reglas de modestia y de reglas todavía más amplias, sin que haya que abandonar del todo el campo de la sensatez y de la estupidez.
Sea por miedo a parecer estúpido, o por miedo a ofender las buenas costumbres, muchos hombres se consideran inteligentes, es cierto, pero no lo dicen. Y, cuando se ven obligados a hablar de ello, lo circunscriben con una perífrasis y dicen por ejemplo: «No soy más estúpido que otros». Todavía más corriente es introducir en el discurso, con el tono más distanciado y sobrio posible, la consideración: «Puedo decir que poseo una inteligencia normal”. Y quizá la convicción sobre la propia inteligencia hace su aparición, en la forma coloquial: «¡No dejo que me tomen por estúpido!». Tanto más digno de observarse es el hecho de que no sólo el individuo en sus pensamientos se consiwww.
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dera en secreto como particularmente inteligente y bien dotado, sino que también el hombre que actúa en la historia dice y manda decir, apenas obtiene el poder, que es infinitamente prudente, iluminado, noble, eminente, generoso, elegido por Dios y predestinado por la historia. Incluso lo dice de buena gana a propósito de otro, en caso de que se sienta iluminado por su reflejo. En los títulos y apelativos como majestad, eminencia, excelencia, magnificencia, señoría, todo esto se ha conservado en un estado de fosilización y ya no está reavivado por una conciencia precisa: pero se revela de nuevo e inmediatamente, con toda su vitalidad, cuando el hombre de hoy habla como masa. En particular, existe una condición media del espíritu y del alma, que carece de pudor en su presunción, tan pronto se presenta bajo la protección de un partido o nación o corriente artística y que, en lugar de «yo», permite decir «nosotros».
Con una reserva perfectamente comprensible y trivial, esa presunción puede llamarse también vanidad, y en verdad el alma de muchos pueblos y estados aparece dominada por sentimientos entre los que la vanidad ocupa de forma innegable un puesto preeminente; y, por otra parte, entre la vanidad y la estupidez siempre ha habido una relación, que quizá pueda proporcionarnos una indicación útil. Un hombre aparece como vanidoso por el hecho de que le falta la inteligencia de ocultarlo; pero en realidad no hay ni siquiera necesidad de ello, porque el parentesco entre estupidez y vanidad es directo. Un hombre vanidoso produce la impresión de hacer menos de lo que sería capaz de hacer; es como una máquina que pierde vapor. El viejo dicho «estupidez y orgullo crecen bajo el mismo árbol» significa precisamente esto, como también la expresión de que la vanidad es «ciega». Lo que relacionamos con el concepto de vanidad es el esperar una prestación insuficiente, ya que la palabra “vano» quiere decir en su significado priwww.
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mero casi lo mismo que “inútil». Y esa reducción de la prestación se la espera incluso donde se da en realidad: no por casualidad van unidos entre sí la vanidad y el talento, pero entonces recibimos la impresión de que se habría podido hacer todavía más, si el vanidoso no obstaculizase su propia actividad. Esa tenaz idea de una prestación reducida resulta ser también la idea más general que tenemos de la estupidez.
Sin embargo, se procura, como es sabido, evitar el comportamiento vanidoso, no porque pueda ser estúpido, sino esencialmente también en este caso, porque es una perturbación del buen comportamiento: «quien se alaba se ensucia», dice un viejo proverbio, y significa que la jactancia, el hablar mucho de sí mismo y alabarse, se considera no sólo imprudente, sino también indecente. Si no me equivoco, las leyes del buen comportamiento que no se ven afectadas forman parte de los multiformes mandatos de reserva y distanciamiento destinados a no provocar conflictos con la presunción, presuponiendo siempre que no es menor en el prójimo que en nosotros mismos. Dichos mandatos de distanciamiento prohíben incluso el uso de palabras sinceras, regulan las formas del saludo y de la alocución, no permiten que se nos contradiga sin excusarse o que una carta comience con la palabra «yo», en resumen, exigen la observación de determinadas reglas con el fin de que no nos «acerquemos demasiado» unos a otros. Su misión consiste en allanar y nivelar las relaciones mutuas, en facilitar el amor propio y el amor al prójimo y en conservar, por decirlo así, una temperatura media en el intercambio de relaciones humanas; y esas prescripciones las encontramos en cualquier sociedad, en las primitivas todavía más que en las de alto nivel de civilización, e, incluso, la de los animales, aunque carente de palabras, las conoce, como se desprende fácilmente de muchas de sus ceremonias. No obstante, forma parte de dichos mandatos
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de distanciamiento no sólo el no alabarse a sí mismo, sino también el alabar a los demás con demasiada intromisión. Decirle en la cara a alguien que es un santo o un genio sería tan monstruoso como decirlo de nosotros mismos; y ensuciarse el rostro y arrancarse los cabellos no sería, para la sensibilidad actual, realmente mejor que insultar al prójimo. Nos contentamos con hacer la observación de que no somos más estúpidos o peores que otros, como ya hemos dicho.
Lo que en una situación de orden se desecha son las formulaciones excesivas e incontroladas. Y, de la misma forma que antes hablábamos de la vanidad, por la que pueblos y partidos se creen superiores a los demás en inspiración, hemos de añadir aquí que la mayoría vitalista –como el individuo megalómano en sus alucinaciones– no sólo cree detentar el monopolio de la sabiduría, sino también el de la virtud, y se considera valiente, noble, invencible, pía y buena; y que, entre los hombres, existe una propensión en particular, la de permitirse, cuando se presentan en masas, todo lo que les está prohibido como individuos. Esos privilegios de un «Nosotros», vuelto grande, producen hoy en día la impresión de que la civilización y la sumisión del individuo, cada vez más creciente, quedan compensadas por el embrutecimiento, que aumenta en la misma proporción, de las naciones, los estados y los grupos ideológicos; y, evidentemente, en esto se revela una perturbación emotiva, una perturbación del equilibrio emotivo, que en el fondo precede al contraste entre yo y nosotros, así como a cualquier forma de valoración moral. Pero –deberíamos preguntarnos–, ¿se trata todavía de estupidez en ese caso? ¿Tiene todavía algo que ver eso con la estupidez?
¡Egregios oyentes! ¡Nadie lo pone en duda! Pero, permitidme, antes de responder, recuperar el aliento con un
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ejemplo no carente de cierta sensibilidad. Todos nosotros, aunque especialmente nosotros los hombres y, en particular, todos los escritores famosos, conocemos a esa dama que quisiera confiarnos a toda costa la novela de su vida y cuya alma, al parecer, siempre se ha encontrado en condiciones interesantes, sin que nunca haya alcanzado ningún éxito, que espera solamente de nosotros. ¿Es estúpida esa dama? Algo procedente del borbotón de las impresiones nos susurra: ¡sí, lo es! Pero la cortesía, y también la justicia, nos obligan a admitir que no lo es completamente, y no siempre. Habla mucho de sí misma, y en general habla mucho. Lanza juicios con mucha decisión y a propósito de cualquier cosa. Es vanidosa e indiscreta. Nos alecciona con frecuencia. Generalmente su vida sentimental no está en su sitio y, en general, su vida es un poco desgraciada. Pero, ¿acaso no existen también otros tipos de personas a quienes se podría aplicar todo esto o, por lo menos, en gran parte? Hablar mucho de sí mismo, por ejemplo, es también un vicio de los egoístas, de los inquietos e incluso de cierto tipo de melancólicos. Y el mismo comportamiento en general se puede atribuir, en especial, a los jóvenes, de cuyos fenómenos de crecimiento forma parte el hablar mucho de sí mismos, ser vanidosos, sabihondos, y un poco fuera de lugar en la vida, mostrar, en suma, esas desviaciones de la inteligencia y del decoro, sin que por ello sean estúpidos o más estúpidos de lo normal, debido al hecho de que todavía no han llegado a ser inteligentes.

Fuente:

Robert Musil
Sobre la estupidez
Sobre la estupidez
Información técnica
Revisión de textos y asesoría editorial: Gonzalo Betancur Urán
Diagramación: Mery Murillo Á.
La impresión fue dirigida por Carlos Villa Á.
Formato: 12 x 21 cms.
Número de páginas: 40.
Todográficas Ltda. Tel.: 412 8601.
Impreso en Medellín, Colombia.
Printed in Colombia.
En su composición se utilizó tipo Minion de 23,5, 18 y 11 puntos.
Se usó papel Propalmate de 90 gramos
y cartulina de 200 gramos.
Publicado originalmente en español por Editorial Tusquets en 1974.
Ilustración de la portada: Busto de hombre de Pablo Picasso, 1969. Colección particular.
Editorial Pi.
Editor: Álvaro Lobo U.
Comentarios a: alvarolu@editorialpi.com
Esta es una publicación sin fines lucrativos.
Ninguno de los ejemplares será puesto a la venta.
Página web: www.editorialpi.com
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domingo, 24 de julio de 2016

CORRER EL TUPIDO VELO: Página 89. Pilar Donoso.


CORRER EL TUPIDO VELO: Página 89. Pilar Donoso. Editorial Alfaguara. 2010. España.
“La gestación de El obsceno pájaro de la noche fue  difícil y larga, pero le dará grandes satisfacciones, principalmente reconocimiento como . Algunos, hasta hoy , aseguran que no ha escrito nada que valga la pena fuera de su primera novela "Coronación" . Carlos Droguett, aún más categórico, afirmó que mi padre ha escrito solo una cosa que vale la pena, su cuento "Una señora" . Más allá de estas lapidarias sentencias, el tiempo demostró que El obsceno pájaro de la noche es reconocida como una de las obras fundamentales del habla castellana del siglo XX”.

sábado, 23 de julio de 2016

FERVOR DE BUENOS AIRES (1923) Jorge Luis Borges. (Poesía Completa). Primera entrega.


FERVOR DE BUENOS AIRES
  (1923)
Jorge Luis Borges. (Poesía Completa).
LA RECOLETA

  Convencidos de caducidad
  por tantas nobles certidumbres del polvo,
  nos demoramos y bajamos la voz
  entre las lentas filas de panteones,
  cuya retórica de sombra y de mármol
  promete o prefigura la deseable
  dignidad de haber muerto.
  Bellos son los sepulcros,
  el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
  la conjunción del mármol y de la flor
  y las plazuelas con frescura de patio
  y los muchos ayeres de la historia
  hoy detenida y única.
  Equivocamos esa paz con la muerte
  y creemos anhelar nuestro fin
  y anhelamos el sueño y la indiferencia.
  Vibrante en las espadas y en la pasión
  y dormida en la hiedra,
  sólo la vida existe.
  El espacio y el tiempo son formas suyas,
  son instrumentos mágicos del alma,
  y cuando ésta se apague,
  se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
  como al cesar la luz
  caduca el simulacro de los espejos
  que ya la tarde fue apagando.
  Sombra benigna de los árboles,
  viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
  alma que se dispersa en otras almas,
  fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
  milagro incomprensible,
  aunque su imaginaria repetición
  infame con horror nuestros días.
  Estas cosas pensé en la Recoleta,
  en el lugar de mi ceniza.

  EL SUR

  Desde uno de tus patios haber mirado
  las antiguas estrellas,
  desde el banco de sombra haber mirado
  esas luces dispersas,
  que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
  ni a ordenar en constelaciones,
  haber sentido el círculo del agua
  en el secreto aljibe,
  el olor del jazmín y la madreselva,
  el silencio del pájaro dormido,
  el arco del zaguán, la humedad
  –esas cosas, acaso, son el poema.

  CALLE DESCONOCIDA*

  Penumbra de la paloma
  llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde
  cuando la sombra no entorpece los pasos
  y la venida de la noche se advierte
  como una música esperada y antigua,
  como un grato declive.
  En esa hora en que la luz
  tiene una finura de arena,
  di con una calle ignorada,
  abierta en noble anchura de terraza,
  cuyas cornisas y paredes mostraban
  colores tenues como el mismo cielo
  que conmovía el fondo.
  Todo –la medianía de las casas,
  las modestas balaustradas y llamadores,
  tal vez una esperanza de niña en los balcones–
  entró en mi vano corazón
  con limpidez de lágrima.
  Quizá esa hora de la tarde de plata
  diera su ternura a la calle,
  haciéndola tan real como un verso
  olvidado y recuperado.
  Sólo después reflexioné
  que aquella calle de la tarde era ajena,
  que toda casa es un candelabro
  donde las vidas de los hombres arden
  como velas aisladas,
  que todo inmeditado paso nuestro
  camina sobre Gólgotas.

  LA PLAZA SAN MARTÍN

  A Macedonio Fernández

  En busca de la tarde
  fui apurando en vano las calles.
  Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
  Con fino bruñimiento de caoba
  la tarde entera se había remansado en la plaza,
  serena y sazonada,
  bienhechora y sutil como una lámpara,
  clara como una frente,
  grave como ademán de hombre enlutado.
  Todo sentir se aquieta
  bajo la absolución de los árboles
  –jacarandás, acacias–
  cuyas piadosas curvas
  atenúan la rigidez de la imposible estatua
  y en cuya red se exalta
  la gloria de las luces equidistantes
  del leve azul y de la tierra rojiza.
  ¡Qué bien se ve la tarde
  desde el fácil sosiego de los bancos!
  Abajo
  el puerto anhela latitudes lejanas
  y la honda plaza igualadora de almas
  se abre como la muerte, como el sueño.

  EL TRUCO*

  Cuarenta naipes han desplazado la vida.
  Pintados talismanes de cartón
  nos hacen olvidar nuestros destinos
  y una creación risueña
  va poblando el tiempo robado
  con las floridas travesuras
  de una mitología casera.
  En los lindes de la mesa
  la vida de los otros se detiene.
  Adentro hay un extraño país:
  las aventuras del envido y del quiero,
  la autoridad del as de espadas,
  como don Juan Manuel, omnipotente,
  y el siete de oros tintineando esperanza.
  Una lentitud cimarrona
  va demorando las palabras
  y como las alternativas del juego
  se repiten y se repiten,
  los jugadores de esta noche
  copian antiguas bazas:
  hecho que resucita un poco, muy poco,
  a las generaciones de los mayores
  que legaron al tiempo de Buenos Aires
  los mismos versos y las mismas diabluras.

  UN PATIO

  Con la tarde
  se cansaron los dos o tres colores del patio.
  Esta noche, la luna, el claro círculo,
  no domina su espacio.
  Patio, cielo encauzado.
  El patio es el declive
  por el cual se derrama el cielo en la casa.
  Serena,
  la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
  Grato es vivir en la amistad oscura
  de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

  INSCRIPCIÓN SEPULCRAL

  Para mi bisabuelo

  el coronel Isidoro Suárez

  Dilató su valor sobre los Andes.
  Contrastó montañas y ejércitos.
  La audacia fue costumbre de su espada.
  Impuso en la llanura de Junín
  término venturoso a la batalla
  y a las lanzas del Perú dio sangre española.
  Escribió su censo de hazañas
  en prosa rígida como los clarines belísonos.
  Eligió el honroso destierro.
  Ahora es un poco de ceniza y de gloria.

  LA ROSA

  A Judith Machado

  La rosa,
  la inmarcesible rosa que no canto,
  la que es peso y fragancia,
  la del negro jardín en la alta noche,
  la de cualquier jardín y cualquier tarde,
  la rosa que resurge de la tenue
  ceniza por el arte de la alquimia,
  la rosa de los persas y de Ariosto,
  la que siempre está sola,
  la que siempre es la rosa de las rosas,
  la joven flor platónica,
  la ardiente y ciega rosa que no canto,
  la rosa inalcanzable.

  BARRIO RECUPERADO

  Nadie vio la hermosura de las calles
  hasta que pavoroso en clamor
  se derrumbó el cielo verdoso
  en abatimiento de agua y de sombra.
  El temporal fue unánime
  y aborrecible a las miradas fue el mundo,
  pero cuando un arco bendijo
  con los colores del perdón la tarde,
  y un olor a tierra mojada
  alentó los jardines,
  nos echamos a caminar por las calles
  como por una recuperada heredad,
  y en los cristales hubo generosidades de sol
  y en las hojas lucientes
  dijo su trémula inmortalidad el estío.

  SALA VACÍA

  Los muebles de caoba perpetúan
  entre la indecisión del brocado
  su tertulia de siempre.
  Los daguerrotipos
  mienten su falsa cercanía
  de tiempo detenido en un espejo
  y ante nuestro examen se pierden
  como fechas inútiles
  de borrosos aniversarios.
  Desde hace largo tiempo
  sus angustiadas voces nos buscan
  y ahora apenas están
  en las mañanas iniciales de nuestra infancia.
  La luz del día de hoy
  exalta los cristales de la ventana
  desde la calle de clamor y de vértigo
  y arrincona y apaga la voz lacia
  de los antepasados.

  ROSAS*

  En la sala tranquila
  cuyo reloj austero derrama
  un tiempo ya sin aventuras ni asombro
  sobre la decente blancura
  que amortaja la pasión roja de la caoba,
  alguien, como reproche cariñoso,
  pronunció el nombre familiar y temido.
  La imagen del tirano
  abarrotó el instante,
  no clara como un mármol en la tarde,
  sino grande y umbría
  como la sombra de una montaña remota
  y conjeturas y memorias
  sucedieron a la mención eventual
  como un eco insondable.
  Famosamente infame
  su nombre fue desolación en las casas,
  idolátrico amor en el gauchaje
  y horror del tajo en la garganta.
  Hoy el olvido borra su censo de muertes,
  porque son venales las muertes
  si las pensamos como parte del Tiempo,
  esa inmortalidad infatigable
  que anonada con silenciosa culpa las razas
  y en cuya herida siempre abierta
  que el último dios habrá de restañar el último día,
  cabe toda la sangre derramada.
  No sé si Rosas
  fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;
  creo que fue como tú y yo
  un hecho entre los hechos
  que vivió en la zozobra cotidiana
  y dirigió para exaltaciones y penas
  la incertidumbre de otros.
  Ahora el mar es una larga separación
  entre la ceniza y la patria.
  Ya toda vida, por humilde que sea,
  puede pisar su nada y su noche.
  Ya Dios lo habrá olvidado
  y es menos una injuria que una piedad
  demorar su infinita disolución
  con limosnas de odio.

  FINAL DE AÑO

  Ni el pormenor simbólico
  de reemplazar un tres por un dos
  ni esa metáfora baldía
  que convoca un lapso que muere y otro que surge
  ni el cumplimiento de un proceso astronómico
  aturden y socavan
  la altiplanicie de esta noche
  y nos obligan a esperar
  las doce irreparables campanadas.
  La causa verdadera
  es la sospecha general y borrosa
  del enigma del Tiempo;
  es el asombro ante el milagro
  de que a despecho de infinitos azares,
  de que a despecho de que somos
  las gotas del río de Heráclito,
  perdure algo en nosotros:
  inmóvil,
  algo que no encontró lo que buscaba.

  CARNICERÍA

  Más vil que un lupanar,
  la carnicería infama la calle.
  Sobre el dintel
  una ciega cabeza de vaca
  preside el aquelarre
  de carne charra y mármoles finales
  con la remota majestad de un ídolo.

  ARRABAL

  A Guillermo de Torre

  El arrabal es el reflejo de nuestro tedio.
  Mis pasos claudicaron
  cuando iban a pisar el horizonte
  y quedé entre las casas,
  cuadriculadas en manzanas
  diferentes e iguales
  como si fueran todas ellas
  monótonos recuerdos repetidos
  de una sola manzana.
  El pastito precario,
  desesperadamente esperanzado,
  salpicaba las piedras de la calle
  y divisé en la hondura
  los naipes de colores del poniente
  y sentí Buenos Aires.
  Esta ciudad que yo creí mi pasado
  es mi porvenir, mi presente;
  los años que he vivido en Europa son ilusorios,
  yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.

  REMORDIMIENTO POR CUALQUIER MUERTE

  Libre de la memoria y de la esperanza,
  ilimitado, abstracto, casi futuro,
  el muerto no es un muerto: es la muerte.
  Como el Dios de los místicos
  de Quien deben negarse todos los predicados,
  el muerto ubicuamente ajeno
  no es sino la perdición y ausencia del mundo.
  Todo se lo robamos,
  no le dejamos ni un color ni una sílaba:
  aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
  allí la acera donde acechó su esperanza.
  Aun lo que pensamos
  podría estar pensándolo él;
  nos hemos repartido como ladrones
  el caudal de las noches y de los días.

  JARDÍN

  Zanjones,
  sierras ásperas,
  médanos,
  sitiados por jadeantes singladuras
  y por las leguas de temporal y de arena
  que desde el fondo del desierto se agolpan.
  En un declive está el jardín.
  Cada arbolito es una selva de hojas.
  Lo asedian vanamente
  los estériles cerros silenciosos
  que apresuran la noche con su sombra
  y el triste mar de inútiles verdores.
  Todo el jardín es una luz apacible
  que ilumina la tarde.
  El jardincito es como un día de fiesta
  en la pobreza de la tierra.
  Yacimientos del Chubut, 1922


  INSCRIPCIÓN EN CUALQUIER SEPULCRO

  No arriesgue el mármol temerario
  gárrulas transgresiones al todopoder del olvido,
  enumerando con prolijidad
  el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria.
  Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla
  y el mármol no hable lo que callan los hombres.
  Lo esencial de la vida fenecida
  –la trémula esperanza,
  el milagro implacable del dolor y el asombro del goce–
  siempre perdurará.
  Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
  cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
  cuando tú mismo eres el espejo y la réplica
  de quienes no alcanzaron tu tiempo
  y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.

  LA VUELTA

  Al cabo de los años del destierro
  volví a la casa de mi infancia
  y todavía me es ajeno su ámbito.
  Mis manos han tocado los árboles
  como quien acaricia a alguien que duerme
  y he repetido antiguos caminos
  como si recobrara un verso olvidado
  y vi al desparramarse la tarde
  la frágil luna nueva
  que se arrimó al amparo sombrío
  de la palmera de hojas altas,
  como a su nido el pájaro.
  ¡Qué caterva de cielos
  abarcará entre sus paredes el patio,
  cuánto heroico poniente
  militará en la hondura de la calle
  y cuánta quebradiza luna nueva
  infundirá al jardín su ternura,
  antes que me reconozca la casa
  y de nuevo sea un hábito!



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INTRODUCCIÓN A BROWNING TRADUCIDO Por Armando Uribe Arce

  INTRODUCCIÓN A BROWNING TRADUCIDO Por Armando Uribe Arce El traductor de poesía es poeta; o, no resulta más que transcribidor de palabras,...

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