viernes, 4 de diciembre de 2015

Carlos Fuentes. Cantar de ciegos.




Aunque el libro es uno solo, en 'Cantar de ciegos' no hay una única historia ni una misma forma narrativa, sino siete cuentos protagonizados por diversos personajes que resultan sorprendidos por una serie de situaciones insólitas que incluyen desde incestos y encuentros sobrenaturales hasta amores secretos, misterios y adulterios.
Por las características de esta magnífica obra que, pese a su antigüedad, aún no ha perdido su vigencia, al conocer este trabajo el lector se ve cautivado por una propuesta que se desarrolla en un marco de espejismos que se repliegan ante la ambición del hombre y dejan al descubierto una tensión trágica donde hay espacio para los desengaños, la inocencia, la libertad y la búsqueda de plenitud.
'La muñeca reina', 'Un alma pura', 'A la víbora de la mar', 'El costo de la vida' y 'Las dos Elenas' son sólo algunos de los títulos que pueden encontrarse en el interior de este libro que ha inspirado la creación de algunas películas. Ya sea desde la gran pantalla o desde las páginas de un ejemplar, 'Cantar de ciegos' es un material que consigue atraer y dejar satisfechos a todos los admiradores del desempeño literario de Carlos Fuentes.

Fuente:
Autor: Carlos Fuentes
Colección: Biblioteca El mundo

jueves, 3 de diciembre de 2015

Mateo Alemán. Guzmán de Alfarache.


Mateo Alemán y de Enero (Sevilla, 1547 - México, ¿1615?), escritor español.
Novelista español, es el primer autor de la novela picaresca cuya identidad está claramente establecida. Nació en Sevilla, y tenía ascendientes judíos tanto por parte paterna como materna. Estudió Medicina en las universidades de Sevilla, Salamanca y Alcalá de Henares. Llevó una vida llena de dificultades que, según la crítica, le permitió forjar el estoicismo picaresco y la psicología sin entrañas de Guzmán de Alfarache. Estuvo preso por deudas en la misma cárcel donde Cervantes escribió El Quijote, y durante las mismas fechas. Posteriormente embarcó para México, donde murió. La obra más conocida de Mateo Alemán es la novela Guzmán de Alfarache (1599, y la segunda parte 1604), a la que sus contemporáneos llamaron El pícaro, como si los lectores vieran en el personaje la versión más lograda del carácter y el ambiente picarescos. No hay noticia de que ningún libro español haya alcanzado un éxito tan grande en el momento de su publicación, algo que quizá expliquen la animación del relato, la vivacidad y colorido de las escenas, el estilo incisivo, o la fuerza de observación que delata el autor. El protagonista ofrece una visión de la sociedad fragmentaria y deliberadamente limitada. Una visión realista, pero de una realidad enfocada desde un solo punto de vista. Como todo héroe picaresco, es un perpetuo vagabundo que ha aprendido desde su infancia que el resto de los humanos está siempre al acecho y sufre escarmientos a causa de su inocente buena fe que le sirven para justificar moralmente su desconfianza. Después de El Lazarillo de Tormes (1554), escrita por un autor desconocido, Guzmán de Alfarache constituye la cumbre de la picaresca. Su presentación implacable de las ruindades de los personajes que la habitan ya no constituye, como en el Lazarillo, un motivo de risa debido a ridiculeces individuales o de clase, sino la manifestación de una honda maldad inseparable de la condición humana. Éste es uno de los rasgos a partir de los que se puede apreciar la gran diferencia que existe entre el optimismo moderado del renacimiento y el aspecto dramático y moralista del barroco influido por la Contrarreforma. Guzmán de Alfarache ha sido ampliamente traducida, y ha influido de forma constante en la novela española e hispanoamericana.

***


Prolegómenos

Aprobación


Por mandado de los señores del Consejo Real, he visto un libro intitulado Primera parte del Pícaro Guzmán de Alfarache, y en él no hallo alguna cosa que sea contra la Fe Católica, antes tiene avisos morales para la vida humana; por lo cual se puede dar la licencia que pide. Y por ser así, di ésta firmada de mi nombre en Madrid, y de enero 13, de 1598.
FRAY DIEGO DE ÁVILA

Yo, Gonzalo de la Vega, escribano de cámara del Rey, Nuestro Señor, y uno de los que en su Consejo residen, doy fe que habiéndose visto por los señores del Consejo un libro intitulado Primera parte de Guzmán de Alfarache y dádole privilegio a Mateo Alemán, criado del rey, Nuestro Señor, para que le pudiese imprimir y vender por tiempo de seis años, le tasaron cada pliego del dicho libro en papel a tres maravedís, que sesenta y cuatro pliegos que tiene el dicho libro, sin los principios, montan ciento y noventa y dos maravedís, y al dicho respeto se han de vender los principios, y al dicho precio y no más mandaron que se vendiese y que esta fe de tasa se ponga en la primera hoja de cada libro, para que se sepa el precio dél. Y porque dello conste, de pedimiento del dicho Mateo Alemán y mandamiento de los dichos señores, di la presente. En Madrid, a cuatro de marzo de mil y quinientos y noventa y nueve años.
GONZALO DE LA VEGA

El rey
Por cuanto por parte de vós, Mateo Alemán, nuestro criado, nos fue fecha relación que vós habíades compuesto un libro intitulado Primera parte de la vida de Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana, del cual ante los del nuestro Consejo hicistes presentación; y atento que en su composición habíades tenido mucho trabajo y ocupación y era libro muy provechoso, nos pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir y privilegio para le poder vender por tiempo de veinte años, o por el que fuésemos servido o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron en el dicho libro las diligencias que la premática por Nós últimamente fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que debíamos mandar esta carta para vós en la dicha razón, y Nós tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, vos damos licencia y facultad para que por tiempo de seis años cumplidos primeros siguientes que corran y se cuenten desde el día de la data desta nuestra cédula, podáis imprimir y vender el dicho libro que de suso se hace mención, por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin dél de Gonzalo de la Vega, nuestro escribano de Cámara, de los que en el nuestro Consejo residen, con que antes y primero que se venda lo traigáis ante ellos, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, o traigáis fe en pública forma cómo por el corretor nombrado por nuestro mandado se vio y corrigió la dicha impresión por el original. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro no imprima el principio y primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con el original al autor o persona a cuya costa le imprimiere ni a otra alguna, para efeto de la dicha correción y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo, y estando fecho y no de otra manera pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, en el cual segundamente se ponga esta nuestra cédula y privilegio, y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la dicha premática y leyes de nuestros Reinos. Y mandamos que durante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra licencia no le pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere o vendiere haya perdido y pierda todos y cualesquier libros, moldes y aparejos que dél tuviere, y mas incurra en pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere; la cual dicha pena sea tercera parte para el denunciador, y la otra tercia parte para la nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las nuestras audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa, Corte y chancillerías, y a todos los corregidores, asistente, gobernadores, alcaldes mayores e ordinarios y otros jueces e justicias cualesquier de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y, señoríos, así a los que agora son como a los que serán de aquí adelante que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que vos hacemos, y contra el tenor y forma de lo en ella contenido no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Fecha en Madrid, a diez y seis de febrero de mil y quinientos y noventa y ocho años.
YO, EL PRÍNCIPE.
Por mandado del Rey, Nuestro Señor,
Su alteza en su nombre.
DON LUIS DE SALAZAR

A Don Francisco de Rojas
Marqués de Poza, señor de la Casa de Monzón, presidente del consejo de la hacienda del rey nuestro señor y tribunales della

De las cosas que suelen causar más temor a los hombres, no sé cuál sea mayor o pueda compararse con una mala intención; y con mayores veras cuanto más estuviere arraigada en los de oscura sangre, nacimiento humilde y bajos pensamientos, porque suele ser en los tales más eficaz y menos corregida. Son cazadores los unos y los otros que, cubiertos de la enramada, están en acecho de nuestra perdición; y, aun después de la herida hecha, no se nos descubre de dónde salió el daño. Son basiliscos que, si los viésemos primero, perecería su ponzoña y no serían tan perjudiciales; mas como nos ganan por la mano, adquiriendo un cierto dominio, nos ponen debajo de la suya. Son escándalo en la república, fiscales de la inocencia y verdugos de la virtud, contra quien la prudencia no es poderosa.
A éstos, pues, de cuyos lazos engañosos, como de la muerte, ninguno está seguro, siempre les tuve un miedo particular, mayor que a los nocivos y fieros animales, y más en esta ocasión, por habérsela dado y campo franco en que puedan sembrar su veneno, calumniándome, cuando menos, de temerario atrevido, pues a tan poderoso príncipe haya tenido ánimo de ofrecer un don tan pobre, no considerando haber nacido este mi atrevimiento de la necesidad en que su temor me puso.
Porque, de la manera que la ciudad mal pertrechada y flacas fuerzas están más necesitadas de mejores capitanes que las defiendan, resistiendo al ímpetu furioso de los enemigos, así fue necesario valerme de la protección de Vuestra Señoría, en quien con tanto resplandor se manifiestan las tres partes -virtud, sangre y poder- de que se compone la verdadera nobleza. Y pues lo es favorecer y amparar a los que, como a lugar sagrado, procuran retraerse a ella, seguro estoy del generoso ánimo de Vuestra Señoría que, estendiendo las alas de su acostumbrada clemencia, debajo dellas quedará mi libro libre de los que pudieran calumniarle.
Conseguiráse juntamente que, haciendo mucho lo que de suyo es poco, de un desechado pícaro un admitido cortesano, será dar ser a lo que no lo tiene: obra de grandeza y excelencia, donde se descubrirá más la mucha de Vuestra Señoría, cuya vida guarde Nuestro Señor en su servicio dichosos y largos años.

Mateo Alemán:.
Al vulgo

No es nuevo para mí, aunque lo sea para ti, oh enemigo vulgo, los muchos malos amigos que tienes, lo poco que vales y sabes, cuán mordaz, envidioso y avariento eres; qué presto en disfamar, qué tardo en honrar, qué cierto a los daños, qué incierto en los bienes, qué fácil de moverte, qué difícil en corregirte. ¿Cuál fortaleza de diamante no rompen tus agudos dientes? ¿Cuál virtud lo es de tu lengua? ¿Cuál piedad amparan tus obras? ¿Cuáles defetos cubre tu capa? ¿Cuál atriaca miran tus ojos, que como basilisco no emponzoñes? ¿Cuál flor tan cordial entró por tus oídos, que en el enjambre de tu corazón dejases de convertir en veneno? ¿Qué santidad no calumnias? ¿Qué inocencia no persigues? ¿Qué sencillez no condenas? ¿Qué justicia no confundes? ¿Qué verdad no profanas? ¿En cuál verde prado entraste, que dejases de manchar con tus lujurias? Y si se hubiesen de pintar al vivo las penalidades y trato de un infierno, paréceme que tú sólo pudieras verdaderamente ser su retrato. ¿Piensas, por ventura, que me ciega pasión, que me mueve ira o que me despeña la ignorancia? No por cierto; y si fueses capaz de desengaño, sólo con volver atrás la vista hallarías tus obras eternizadas y desde Adam reprobadas como tú.
Pues ¿cuál enmienda se podrá esperar de tan envejecida desventura? ¿Quién será el dichoso que podrá desasirse de tus rampantes uñas? Huí de la confusa corte, seguísteme en la aldea. Retiréme a la soledad y en ella me heciste tiro, no dejándome seguro sin someterme a tu juridición.
Bien cierto estoy que no te ha de corregir la protección que traigo ni lo que a su calificada nobleza debes, ni que en su confianza me sujete a tus prisiones; pues despreciada toda buena consideración y respeto, atrevidamente has mordido a tan ilustres varones, graduando a los unos de graciosos, a otros acusando de lacivos y a otros infamando de mentirosos. Eres ratón campestre, comes la dura corteza del melón, amarga y desabrida, y en llegando a lo dulce te empalagas. Imitas a la moxca importuna, pesada y enfadosa que, no reparando en oloroso, huye de jardines y florestas por seguir los muladares y partes asquerosas.
No miras ni reparas en las altas moralidades de tan divinos ingenios y sólo te contentas de lo que dijo el perro y respondió la zorra. Eso se te pega y como lo leíste se te queda. ¡Oh zorra desventurada, que tal eres comparado, y cual ella serás, como inútil, corrido y perseguido! No quiero gozar el privilegio de tus honras ni la franqueza de tus lisonjas, cuando con ello quieras honrarme, que la alabanza del malo es vergonzosa. Quiero más la reprehensión del bueno, por serlo el fin con que la hace, que tu estimación depravada, pues forzoso ha de ser mala.
Libertad tienes, desenfrenado eres, materia se te ofrece: corre, destroza, rompe, despedaza como mejor te parezca, que las flores holladas de tus pies coronan las sienes y dan fragancia a el olfato del virtuoso. Las mortales navajadas de tus colmillos y heridas de tus manos sanarán las del discreto, en cuyo abrigo seré, dichosamente, de tus adversas tempestades amparado.

Del mismo al discreto lector

Suelen algunos que sueñan cosas pesadas y tristes bregar tan fuertemente con la imaginación, que, sin haberse movido, después de recordados así quedan molidos como si con un fuerte toro hubieran luchado a fuerzas. Tal he salido del proemio pasado, imaginando en el barbarismo y número desigual de los ignorantes, a cuya censura me obligué, como el que sale a voluntario destierro y no es en su mano la vuelta. Empeñéme con la promesa deste libro; hame sido forzoso seguir el envite que hice de falso.
Bien veo de mi rudo ingenio y cortos estudios fuera muy justo temer la carrera y haber sido esta libertad y licencia demasiada; mas considerando no haber libro tan malo donde no se halle algo bueno, será posible que en lo que faltó el ingenio supla el celo de aprovechar que tuve, haciendo algún virtuoso efeto, que sería bastante premio de mayores trabajos y digno del perdón de tal atrevimiento.
No me será necesario con el discreto largos exordios ni prolijas arengas, pues ni le desvanece la elocuencia de palabras ni lo tuerce la fuerza de la oración a más de lo justo, ni estriba su felicidad en que le capte la benevolencia. A su corrección me allano, su amparo pido y en su defensa me encomiendo.
Y tú, deseoso de aprovechar, a quien verdaderamente consideré cuando esta obra escribía, no entiendas que haberlo hecho fue acaso movido de interés ni para ostentación de ingenio, que nunca lo pretendí ni me hallé con caudal suficiente. Alguno querrá decir que, llevando vueltas las espaldas y la vista contraria, encamino mi barquilla donde tengo el deseo de tomar puerto. Pues doyte mi palabra que se engaña y a solo el bien común puse la proa, si de tal bien fuese digno que a ello sirviese. Muchas cosas hallarás de rasguño y bosquejadas, que dejé de matizar por causas que lo impidieron. Otras están algo más retocadas, que huí de seguir y dar alcance, temeroso y encogido de cometer alguna no pensada ofensa. Y otras que al descubierto me arrojé sin miedo, como dignas que sin rebozo se tratasen.
Mucho te digo que deseo decirte, y mucho dejé de escribir, que te escribo. Haz como leas lo que leyeres y no te rías de la conseja y se te pase el consejo; recibe los que te doy y el ánimo con que te los ofrezco: no los eches como barreduras al muladar del olvido. Mira que podrá ser escobilla de precio. Recoge, junta esa tierra, métela en el crisol de la consideración, dale fuego de espíritu, y te aseguro hallarás algún oro que te enriquezca.
No es todo de mi aljaba; mucho escogí de doctos varones y santos: eso te alabo y vendo. Y pues no hay cosa buena que no proceda de las manos de Dios, ni tan mala de que no le resulte alguna gloria, y en todo tiene parte, abraza, recibe en ti la provechosa, dejando lo no tal o malo como mío. Aunque estoy confiado que las cosas que no pueden dañar suelen aprovechar muchas veces.
En el discurso podrás moralizar según se te ofreciere: larga margen te queda. Lo que hallares no grave ni compuesto, eso es el ser de un pícaro el sujeto deste libro. Las tales cosas, aunque serán muy pocas, picardea con ellas: que en las mesas espléndidas manjares ha de haber de todos gustos, vinos blandos y suaves, que alegrando ayuden a la digestión, y músicas que entretengan.

Declaración para el entendimiento deste libro

Teniendo escrita esta poética historia para imprimirla en un solo volumen, en el discurso del cual quedaban absueltas las dudas que agora, dividido, pueden ofrecerse, me pareció sería cosa justa quitar este inconveniente, pues con muy pocas palabras quedará bien claro. Para lo cual se presupone que Guzmán de Alfarache, nuestro pícaro, habiendo sido muy buen estudiante, latino, retórico y griego, como diremos en esta primera parte, después dando la vuelta de Italia en España, pasó adelante con sus estudios, con ánimo de profesar el estado de la religión; mas por volverse a los vicios los dejó, habiendo cursado algunos años en ellos. Él mismo escribe su vida desde las galeras, donde queda forzado al remo por delitos que cometió, habiendo sido ladrón famosísimo, como largamente lo verás en la segunda parte. Y no es impropiedad ni fuera de propósito si en esta primera escribiere alguna dotrina; que antes parece muy llegado a razón darla un hombre de claro entendimiento, ayudado de letras y castigado del tiempo, aprovechándose del ocioso de la galera; pues aun vemos a muchos ignorantes justiciados, que habiendo de ocuparlo en sola su salvación, divertirse della por estudiar un sermoncito para en la escalera.

Va dividido este libro en tres. En el primero se trata la salida que hizo Guzmán de Alfarache de casa de su madre y poca consideración de los mozos en las obras que intentan, y cómo, teniendo claros ojos, no quieren ver, precipitados de sus falsos gustos. En el segundo, la vida de pícaro que tuvo, y resabios malos que cobró con las malas compañías y ocioso tiempo que tuvo. En el tercero, las calamidades y pobreza en que vino, y desatinos que hizo por no quererse reducir ni dejarse gobernar de quien podía y deseaba honrarlo. En lo que adelante escribiere se dará fin a la fábula, Dios mediante.

Elogio de Alonso de Barros
Criado del rey nuestro señor, en alabanza deste libro y de Mateo Alemán, su autor

Si nos ponen en deuda los pintores, que como en archivo y depósito guardaron en sus lienzos -aunque debajo de líneas y colores mudos- las imágenes de los que por sus hechos heroicos merecieron sus tablas y de los que por sus indignas costumbres dieron motivo a sus pinceles, pues nos despiertan, con la agradable pintura de las unas y con la aborrecible de las otras, por su fama a la imitación y por su infamia al escarmiento; mayores obligaciones, sin comparación, tenemos a los que en historias tan al vivo nos lo representan, que sólo nos vienen a hacer ventaja en haberlo escrito, pues nos persuaden sus relaciones, como si a la verdad lo hubiéramos visto como ellos.
En estas y en otras, si pueden ser más grandes, nos ha puesto el autor, pues en la historia que ha sacado a luz nos ha retratado tan al vivo un hijo del ocio, que ninguno, por más que sea ignorante, le dejará de conocer en las señas, por ser tan parecido a su padre, que como lo es él de todos los vicios, así éste vino a ser un centro y abismo de todos, ensayándose en ellos de forma que pudiera servir de ejemplo y dechado a los que se dispusieran a gozar de semejante vida, a no haberlo adornado de tales ropas, que no habrá hombre tan aborrecido de sí que al precio quiera vestirse de su librea, pues pagó con un vergonzoso fin las penas de sus culpas y las desordenadas empresas que sus libres deseos acometieron.
De cuyo debido y ejemplar castigo se infiere, con términos categóricos y fuertes y con argumento de contrarios, el premio y bien afortunados sucesos que se le seguirán al que ocupado justamente tuviere en su modo de vivir cierto fin y determinado, y fuere opuesto y antípoda de la figura inconstante deste discurso; en el cual, por su admirable disposición y observancia en lo verosímil de la historia, el autor ha conseguido felicísimamente el nombre y oficio de historiador, y el de pintor en los lejos y sombras con que ha disfrazado sus documentos, y los avisos tan necesarios para la vida política y para la moral filosofía a que principalmente ha atendido, mostrando con evidencia lo que Licurgo con el ejemplo de los dos perros nacidos de un parto: de los cuales, el uno por la buena enseñanza y habituación siguió el alcance de la liebre, hasta matarla, y el otro, por no estar tan bien industriado, se detuvo a roer el hueso que encontró en el camino. Dándonos a entender con demostraciones más infalibles el conocido peligro en que están los hijos que en la primera edad se crían sin la obediencia y dotrina de sus padres, pues entran en la carrera de la juventud en el desenfrenado caballo de su irracional y no domado apetito, que le lleva y despeña por uno y mil inconvenientes.
Muéstranos asimismo que no está menos sujeto a ellos el que, sin tener ciencia ni oficio señalado, asegura sus esperanzas en la incultivada dotrina de la escuela de la naturaleza, pues sin esperimentar su talento e ingenio o sin hacer profesión -habiéndola experimentado del arte a que le inclina- usurpa oficios ajenos de su inclinación, no dejando ninguno que no acometa, perdiéndose en todos y aun echándolos a perder, pretendiendo con su inconstancia e inquietud no parecer ocioso, siéndolo más el que pone la mano en profesión ajena que el que duerme y descansa retirado de todas.
Hase guardado también de semejantes objeciones el contador Mateo Alemán en las justas ocupaciones de su vida, que igualmente nos enseña con ella que con su libro, hallándose en él el opuesto de su historia, que pretende introducir. Pues habiéndose criado desde sus primeros años en el estudio de las letras humanas, no le podrán pedir residencia del ocio ni menos de que en esta historia se ha entremetido en ajena profesión; pues por ser tan suya y tan aneja a sus estudios, el deseo de escribirla le retiró y distrajo del honroso entretenimiento de los papeles de Su Majestad, en los cuales, aunque bien suficiente para tratarlos, parece que se hallaba violentado, pues, se volvió a su primero ejercicio, de cuya continuación y vigilias nos ha formado este libro y mezclado en él con suavísima consonancia lo deleitoso y lo útil, que desea Horacio, convidándonos con la graciosidad y enseñándonos con lo grave y sentencioso, tomando por blanco el bien público y por premio el común aprovechamiento.
Y pues hallarán en él los hijos las obligaciones que tienen a los padres, que con justa o legítima educación los han sacado de las tinieblas de la ignorancia, mostrándoles el norte que les ha de gobernar en este mar confuso de la vida, tan larga para los ociosos como corta para los ocupados; no será razón que los lectores, hijos de la doctrina deste libro, se muestren desagradecidos a su dueño, no estimando su justo celo. Y si esto no le salvare de la rigurosa censura e inevitable contradición de la diversidad de pareceres, no será de espantar; antes natural y forzoso, pues es cierto que no puede escribirse para todos y que querría, quien lo pretendiese, quitar a la naturaleza su mayor milagro y no sé si su belleza mayor, que puso en la diversidad, de donde vienen a ser tan diversos los pareceres como las formas diversas: porque lo demás era decir que todos eran un hombre y un gusto.

Ad Guzmanum de Alfarache, Vincentii Spinella epigramma

[SPINELLUS]
Quis te tanta loqui docuit, Guzmanule? quis te
Stecore submersum duxit ad astra modo?
Musca modo et lautas epulas et putrida tangis
Ulcera, iam trepidas frigore iamque cales.
Iura doces, suprema petis, medicamine curas;
Dulcibus et magis seria mixta doces.
Dum carpisque alios, alios virtutibus auges,
Consulis ipse omnes, consulis ipse tibi.
Iam sacrae Sophiae virides amplecteris umbras,
Transis ad ob[s]coenos sordidos inde iocos.
Es modo divitiis plenus, modo paupere cultu,
Tristibus et miseris dulce leuamen ades.
[GUZMÁN]

Sic speciem humanae vitae, sic praefero solus
Prospera complectens, aspera cuncta ferens.
Hac Aleman varie picta me veste decorat,
Me lege desertum tuque disertus eris.

Formas halló y mudanzas más que luna
Mi peregrinación y mi ejercicio;
Mas ya prostrado en tierra el edificio,
Le sirvo al escarmiento de coluna.
Vuelve a nacer mi vida con la historia,
Que forma en los borrones del olvido
Letras que vencerán al tiempo en años.
Tosco madero en la ventura he sido,
Que, puesto en el altar de la memoria,
Doy al mundo lición de desengaños.

De Hernando de Soto
Contador de la casa de castilla del rey nuestro señor
Al autor

Tiene este libro discreto
Dos grandes cosas, que son:
Pícaro con discreción
Y autor de grave sujeto.

En él se ha de discernir
Que con un vivir tan vario
Enseña por su contrario
La forma de bien vivir.
Y pues se ha de conocer
Que ella sola se ha de amar,
Ni más se puede enseñar
Ni más se debe aprender.
Así la voz general
Propriamente les concede
Que el pícaro honrado quede
Y el autor quede inmortal.

Fuente:
Ediciones Perdidas.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Dorothy Sayers. Novela: Los nueve sastres.



Los nueve Sastres.
ARGUMENTO

La noche de fin de año, Peter Wimsey sufre un accidente de coche y se ve obligado a pernoctar en Fenchurch St. Paul, donde el párroco de la aldea le ofrece alojamiento. Muchos de los aldeanos han enfermado a causa de una fuerte gripe, entre ellos el campanero, de modo que Wimsey se ofrece a cubrir su puesto esa noche.

Meses después, fallece el marido de una de las víctimas de la epidemia. Durante el entierro, descubren un cadáver sin identificar y Wimsey se verá implicado en la investigación de este desconcertante hallazgo, que oculta mucho más de lo que en principio aparenta.

Las historias de lord Wimsey se publicaron entre 1920 y 1940 y relatan las aventuras del hermano menor del duque de Denver, Peter Wimsey. En algún momento previo a las primeras novelas, Wimsey empezó a investigar crímenes como aficionado; ahora, la policía (especialmente el inspector Parker) valora su colaboración y lo considera un competente sabueso. Los nueve sastres es uno de los libros más conocidos de la serie de lord Peter.

Editorial Gimlet.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Mempo Giardinelli. Entrevista.


Entrevistas Literarias
Sobre la Lectura como resistencia cultural
Diálogo con Tete Romero, para la Revista Tram(p)as, de la UNLP, en agosto de 2004.
—En varias oportunidades escribiste que una persona es también lo que lee. ¿Es así, podemos definirnos por lo que leemos?
—Sí, yo creo que en cierto modo somos lo que hemos leído. La ausencia o escasez de lectura es un camino seguro hacia la ignorancia y esa es una condena grave individualmente, pero lo es más socialmente. Suelo decir que es una estupidez que una persona no lea, y a ese crimen lo pagará el resto de su vida; pero si es una sociedad la que no lee el problema es gravísimo. La no lectura, desdichadamente, es un ejemplo que ha cundido y cunde demasiado alegremente en la Argentina, y en parte eso es lo que ha generado dirigencias ignorantes, autoritarias y frívolas.
Por lo tanto, visto a la inversa y advirtiendo que ésta es una generalización, yo diría que toda persona que lee con cierta consistencia finalmente dulcifica su carácter, no sólo porque los libros son de aparente mansedumbre sino porque la práctica de la lectura es una práctica de reflexión, meditación, ponderación, balance, equilibrio, mesura, sentido común y desarrollo de la sensatez. Por supuesto que también han sido y son lectores competentes algunas personas despreciables, pero bueno, para mí son las excepciones a la regla. Leer es un ejercicio mental excepcional, un gran entrenamiento de la inteligencia y los sentidos. De ahí que, correlativamente, las personas que no leen están condenadas a la ignorancia, la torpeza, la improvisación y el desatino constantes. A mí me parece evidente que los seres humanos que son buenos lectores, lectores competentes, son —en general y aunque puedan citarse excepciones— mucho mejores personas.
—¿Podés presentarte a partir de tus lecturas? ¿Cuándo y cómo comenzó tu relación con los libros?
—Me crié en un ambiente en el que había dos personas —mi mamá y mi hermana— que eran muy lectoras. Mi papá no, él era más bien rústico, apenas había cursado hasta el tercer grado de primaria. Era un hombre inteligente pero elemental: de muchachito fue marinero en barcos mercantes, después fue vendedor, viajante de comercio, panadero, o sea que era un hombre que se ganaba la vida como podía. Era sensible y muy conciente de sus limitaciones, y yo creo que admiraba que su mujer fuese una persona culta. Y es que mi mamá sí había estudiado, era maestra normal y profesora de piano, y además tenía sus lecturas, era una fanática del leer, lo que para aquella época era poco usual. Mi hermana también fue, y sigue siendo una lectora apasionada, que se recibió de bibliotecaria en la primera generación egresada de la UNNE (Universidad Nacional del Nordeste).
La nuestra era una casa modesta, en la que el mueble más importante que había era la biblioteca. Y hoy creo que tuvieron el gran tino, la gran sabiduría de no forzarme a leer. Jamás me obligaron a leer nada. Pero sucedía simplemente que ellas leían todo el tiempo y hablaban de lo que leían. Y a la noche, siempre, mi hermana o mi madre me leían alguna historia, me contaban cuentos, narraciones extraídas de los libros de la biblioteca. Y bueno, supongo que por imitación yo me fui haciendo lector. De hecho me recuerdo leyendo desde muy niño. Jugaba a la pelota y me trepaba a los árboles como cualquier chico del mundo, claro, pero con la misma naturalidad la lectura era parte de mi vida.
En la secundaria nunca me destaqué, ni en Castellano ni en Literatura. Pero leía mucho, y siempre andaba con un libro bajo el brazo. Era lector de siestas y de todas las noches, y creo que fue así que empecé a escribir, como sin darme cuenta. Hoy me parece bastante natural la traslación de la lectura a la escritura.
Mis únicos referentes de aquella época eran dos amigos un par de años mayores que yo: Eduardo Fracchia —luego notable filósofo y poeta, muerto prematuramente— y Carlos Moncada, que fue un brillante médico psiquiatra hasta que tuvo un tremendo accidente cerebral. Éramos los tres muy compinches, muy unidos y muy lectores. Carlitos sobre todo, en cuya casa había una biblioteca extraordinaria que estaba, también, a nuestra disposición. Con Eduardo lo admirábamos porque siempre, entre juego y juego, e incluso cuando empezábamos a conocer las primeras muchachas, él siempre comentaba un libro nuevo, sugería un texto, compartía un poema. Y no es que fuésemos lo que entonces se llamaban “tragas” o “raros”. Simplemente sucedía —lo advertí años después, de grande— que en nuestras tres casas había padres o madres lectores. De manera que yo me iba a jugar con ellos, a la siesta, y andábamos en bici o jugábamos al fútbol y después terminábamos leyendo algo en lo de Carlitos. Tener un amigo tan lector, para mí fue importantísimo. Yo conocí gracias a él a Alberto Moravia, Roberto Arlt, Julio Verne y todo Conan Doyle… En su casa leí libros que se juzgaban inconvenientes, como El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence, y las Memorias de una princesa rusa. Pero también leíamos a Neruda, a Asturias, a Anatole France… Con Eduardo y con Carlos leíamos prácticamente de todo y a todo lo comentábamos con naturalidad. No por ser pibes lectores éramos “diferentes”. Entre mis doce y mis dieciocho años ésa fue mi formación, en completa libertad. Y todo eso creo que ayudó a que mi vida haya estado, y esté, tan signada por la lectura.
—¿Qué importancia tuvo la Escuela en tu formación como lector?¿Qué clase de Educación Pública conociste?
—Hay una visión romántica de la escuela pública que yo sigo sosteniendo. De ahí que mi respuesta a tu pregunta es necesariamente que sí tuvo importancia, sin duda. Por lo menos hasta mi generación, casi todos los argentinos fuimos formados por la escuela pública basada en la concepción de la educación pública de la Ley 1420. O sea la educación inspirada en y por Sarmiento, quien a pesar de las barbaridades que en algún momento dijo, y a pesar de lo impulsivo, temperamental y cabrón que parece que era, yo no tengo dudas de que su pensamiento está muy por encima de todo eso. La grandeza de Sarmiento está en que él imaginó, ideó y organizó una educación pública que debía formar una nación por generaciones, y que duró más de cien años. La Argentina fue antes un Estado que una Nación y él inventó un sistema de instrucción pública obligatorio, universal y gratuito, que era igualador, integrador y asimilador de las diferencias, y por lo tanto, profundamente democrático. De esto no tengo ninguna duda.
Ésa fue la educación pública que conocí y que tanto lamento que haya sido abandonada. Los argentinos lo estamos pagando. Pero también estamos ante la oportunidad cierta de recuperar lo mejor de aquel sistema. Porque obviamente no era perfecto, toda vez que también es cierto que en esa misma escuela pública se educaron Videla, Massera, Galtieri y muchos represores. Quiere decir, entonces, que una cosa es la educación pública igualadora y democrática, y otra es cierta concepción autoritaria que también tuvieron muchos docentes argentinos y sobre la cual es fundamental reflexionar.
Hoy en día tanto en el ministerio de educación de la nación como en muchos ministerios de provincia, se discute la importancia del tema de la autoridad. Hoy muchos se preguntan cómo recuperar el principio de autoridad en la escuela, y cómo restablecer valores y jerarquías.
Este me parece que es un problema central de la educación en la Argentina: se perdió el principio de autoridad, el principio de jerarquía, que según como se mire puede ser profundamente democrático o elitista, pero entonces y por eso mismo debe ser orientado hacia la igualdad de oportunidades, la decencia y el esfuerzo creativo. Yo creo que ahí es donde falló la escuela pública argentina, porque estableció principios de jerarquía y de autoridad que fueron semillas de autoritarismo. Pero del autoritarismo no pasamos a un ponderado sistema de valores democráticos, en los que la verdadera autoridad es la del saber y el conocimiento, como debe ser en una comunidad educativa. No, nosotros pasamos del autoritarismo de la dictadura a esta especie de libertinaje seudo-democratista que hay hoy, en el que los verdaderos dictadores de la escuela pública y privada son los papás y las mamás que sobreprotegen a los hijos y desautorizan a los maestros y profesores.
Me acuerdo que yo estudiaba Derecho en la UNNE, en el año 65 o 66, y siendo un estudiante como cualquier otro, que aprobaba sus materias normalmente y sin grandes calificaciones, pero que nunca era bochado, de pronto me trabó la carrera un profesor muy oligárquico, de apellido Alsina Atienza, que venía de la UBA y de la Universidad de La Plata una vez por semana a darnos clases de Derecho Civil II. Bueno, a mí ese tipo me bochó siete veces, porque yo era militante y una vez, según él, le falté el respeto. Llegué a ser una autoridad en la materia, y preparé a toda una generación de abogados chaqueños, que aprobaban la materia mientras yo era reprobado una y otra vez. Finalmente la aprobé, pero durante un año y medio estuve trabado en mi carrera por este hombre.
Evoco el caso porque en aquel entonces uno no podía hacer nada, ahí había un discurso claramente autoritario y un estudiante no podía hacer nada. Y por supuesto, en mi familia nadie se metió en el asunto. Hoy, en cambio, supongo que yo iría a un centro de estudiantes, armaría un quilombo mediático, le haríamos un escrache al tipo sacándole trapitos al sol porque seguramente fue colaborador de alguna dictadura, mis viejos y toda mi familia irían a putear al profe y enseguida yo tendría una cátedra paralela en la cual aprobar la materia. Y bueno, yo no sé cuál es la solución pero seguro no es aquella ni la actual.
—Pasamos de la Lectura a la problemática de la Educación. ¿Quiere decir que para vos el fomento de la lectura está vinculado a la mejora de la instrucción pública?
—Sí, claro, hay una relación vinculante. Porque la pregunta que me hago es: ¿aquella educación autoritaria estimulaba la lectura; o la estimula más el actual sistema de “libertad” y “respseto al educando”, preñado de psicologismos e hipocresía? Y la respuesta a esa duda es muy difícil, yo no la tengo totalmente formulada, pero el asunto es inquietante.
Pensemos ahora no ya en la universidad sino en la escuela. Vemos permanentemente la denuncia contra el autoritarismo del profe que les pega a los chicos o se abusa de ellos, pero vemos también tantos casos en que los padres, organizadamente, cuestionan a los docentes y son capaces hasta de hacerlos echar. Habría que hacerles a todos ellos, digo yo, un estudio sobre la capacidad intelectual y la preparación, tanto de los docentes como de los que critican a los docentes. Porque a mí me parece una barbaridad que se quite responsabilidad a los docentes, pero también lo es que se la auto-atribuyan los padres. Los padres tienen responsabilidad en la casa y el barrio, pero en la escuela la responsabilidad —y por consiguiente la autoridad— es del sistema, y al sistema lo encarnan los docentes.
Vamos, mis viejos eran duros para educar y eran muy rígidos, pero si yo traía una mala nota, o me encajaban amonestaciones, jamás se les hubiera ocurrido ir a quejarse al escuela. Y yo, además, me hubiese muerto de vergüenza.
Por eso creo que Sarmiento fue un grande, y creo que tuvimos una gran educación pública argentina pero también me parece que el factor donde empezó el deterioro fue en el principio de autoridad. Que se vincula con la lectura, por supuesto. Porque a leer no se puede obligar. No se ordena leer, no se puede normativizar más allá de la hora diaria de lectura, como había antes. Y entonces, ahí mismo se cuestiona el principio de autoridad. ¿Qué hacer frente a un aula llena de pequeños vándalos que no leen? ¿Cómo orientarlos, cómo ganarlos para la causa? Éste es uno de los grandes desafíos de lo que yo llamo la Nueva Pedagogía de la Lectura. Que debe enmarcarse en algo que todavía falta en la Argentina, y es gravísimo: una Política de Estado de Lectura que consagre, en primer lugar, el Derecho a la Lectura.
—¿O sea que este Derecho a la Lectura tendría un papel en las necesarias nuevas reformas educativas? ¿Es eso realmente posible?
—Bueno, lo primero que hay que decir es que esta problemática de la autoridad en la educación en realidad tiene que ver con la sociedad argentina toda. En la medida en que de la autoridad se apropiaron los autoritarios, es imprescindible una toma de conciencia para revertirlo. Y por supuesto que en una eventual Política de Estado de Lectura esto también tendrá que ser tenido en cuenta.
El desastre empezó, por lo menos, desde que tuvimos a un nazi como Martínez Zuviría en el Ministerio de Educación y como director de la Biblioteca Nacional. Y continuó en el último período democrático previo a la dictadura, con la dupla fascista formada por Ivanissevich ministro de Educación y Ottalagano rector de la UBA. Cuando vos tenés ese grado de autoritarismo y lo padecés durante mucho tiempo, las consecuencias son nefastas. Y todo esto culmina en el menemismo con la Ley Federal de Educación. Con lo que estamos hablando de décadas enteras de disolución de lo mejor de aquella educación sarmientina, proceso perverso que también se llevó puesta a la lectura. Y ésta es una factura que hay que pasársela indefectiblemente al peronismo, que en Educación siempre estuvo regido por principios muy autoritarios.
Pero entonces la pregunta sería: ¿cuál es la educación pública que queremos? ¿Cuál es la que quiere, por ejemplo, CTERA? ¿Cuál es la que verdaderamente quieren los docentes? Creo que esta es una cuestión que no está en debate, en verdadero debate, y en realidad es parte sustantiva de una problemática grave que tenemos los argentinos con la educación pública. Por eso decía al comienzo que hay una visión romántica que yo recupero sin ninguna duda, pero ojo con idealizar lo que también produjo a todos nuestros dictadores. Y cuando hablo de dictadura no me refiero solamente a la última, sino al largo período autoritario y militarista que arrancó en 1930, y que con algunas primaveras democráticas en el medio, se prolongó por 53 años, hasta el 83.
Y es que mientras nuestra historia transitaba por ese continuismo autoritario, muchos cambios que se iban haciendo a nivel pedagógico tenían que ver con las llamadas ciencias de la educación, disciplina que en nuestro país se nutrió de pedagogías importadas que resultaban inadecuadas e intransferibles a la escuela argentina. Desde luego que la calidad de “importadas” no tiene nada de malo, pero sí fue malo que se hiciera una importación estúpida. Que produjo, en vez de un cambio positivo, la adopción de una cantidad de modalidades dizque “modernas” cuyos resultados estamos hoy pagando. Y a la vez profundizó la distorsión de los principios de jerarquía y de autoridad, aunque todo disfrazado de “modernidad”. En lo esencial, el cambio que se fue realizando consistió más bien en la aceptación de modas pedagógicas que acabaron convirtiendo al placer de la lectura en un trabajo pesado. Y el resultado está dramáticamente a la vista. Hoy vivimos en un país que por años no supo cuánto analfabetismo tenía. No hubo índices confiables sobre el analfabetismo en la Argentina en los últimos 30 años. Apenas ahora el INDEC está ofreciendo algunas estimaciones.
Todo esto es gravísimo porque nos condena a la peor de las ignorancias, que es la ignorancia de que somos ignorantes.
—¿Y cómo se relacionaría la Lectura con las nuevas tecnologías, en el marco de una posible nueva reforma educativa?
—Bueno, me parece que para establecerlo primero habría que corregir el papel mismo del Estado en la educación, y por ende en la lectura. Porque a la vista de los resultados, y de cómo estamos, queda claro también que todo es consecuencia de la distorsión, o anulación, de las políticas públicas. Y en este sentido las nuevas tecnologías no es verdad que son, en sí mismas, la panacea. A toda nueva tecnología hay que considerarla, y aplicarla, según las necesidades verdaderas y concretas de una sociedad determinada. Y es indispensable despojar su aplicación (o sea la compra de equipos y todo lo que conlleva) de los seguros intereses económicos de los proveedores, fuente de corrupción más que previsible y que debe ser acotada.
Hay que ver, entonces, también las nuevas tecnologías a la luz del resultado. Y en la educación pública argentina tenemos que ser muy suspicaces en esta materia porque, digamos, el chico promedio que hoy sale de cuarto o quinto grado de primaria, comparado con el que salía de cuarto o quinto grado de primaria en los años 50, o en los años 30, es hoy intelectualmente mucho más pobre que aquél, en el sentido de que posee muchos menos conocimientos. Tiene más información, es cierto, y es mucho más despierto, no usa pantalones cortos, sabe navegar en internet y tiene una viveza criolla hiperdesarrollada. Pero yo creo que, en general, es definitivamente más ignorante que el otro, y además tiene enormes dificultades para pensar. Y encima se le ha inculcado una ética muy flojita, inficionada de dobles discursos. Y minga de sentido del esfuerzo, del deber y de la responsabilidad individual y social. Son máquinas de alguna manera sobreestimuladas: basta mirar los videojuegos y observar el vínculo que tienen hoy los jóvenes con la violencia. Eso está estudiado, hay estadísticas. Es impresionante pensar en las decenas de muertes violentas que los chicos de ahora ven cada día.
Todo esto, me parece evidente, es producto de la gran defección del estado. Se han perdido los rumbos, las orientaciones, los controles, todo aquello, digo, que llevaría a una autoridad responsable y armónica, en libertad idem.
—El problema de la violencia parece ir agudizándose en la escuela…
—Sin dudas, pero también hay que decir que es un fenómeno mundial. Entre nosotros ya asume características graves, en mi opinión mucho más que lo que habitualmente se reconoce. Y esto tiene que ver, obviamente, con lo que decía antes: la crisis de la autoridad; el traspaso del autoritarismo a una libertad sin responsabilidad, que ha puesto en la picota toda la escala de los valores.
Ahora bien, lo que nos toca es pensar con quién, para qué y cómo vamos a resolver estos problemas concretos que afectan a la escuela pública, porque si pudiéramos decir que la violencia es producida sólo por la tele; o por la pura pobreza; o por la escuela privada o la sobreprotección paterna, todo sería facilísimo. Pero no es así. No podemos decir que la ignorancia y la no lectura son producto de una sola variante. De igual modo que no podemos colocar el problema fuera de nosotros, los ciudadanos de esta república que hemos votado tan reiteradamente a nuestros verdugos.
Y tampoco podemos decir que el fenómeno aqueja solamente a la escuela pública, pero hay que reconocer que en la escuela privada se da menos. Y esto es también producto de la defección del estado. Porque ha sido el estado, al apartarse, el que abandonó lo público para inclinarse a lo privado de una manera poco afortunada. Se da incluso la paradoja de que tenemos un estado que ha ido fomentando la educación privada en desmedro de la pública. Lo cual me parece dramático y es elitista, clasista y racista. No tengo nada en contra de la educación privada, pero siempre y cuando sea subsidiaria de la educación pública y no dependa de ella sino que la complemente, y eso con las reglas del mercado, que es lo que tanto aman los privatistas.
En mis tiempos, hace cuarenta años, cuando yo estaba en la primaria, los chicos que iban a la escuela privada eran en cierto modo una vergüenza. Ahí iban a parar los burros, iban los que no podían pasar de grado, los repitentes, o sea los que tenían que pagar para aprobar. Me acuerdo que los papás de varios de mis amigos que eran muy vagos, cuando ellos repetían dos o tres veces, los condenaban a ir al colegio Don Bosco o los mandaban al liceo militar en Santa Fe. De modo que no sólo tenían que pagar para que los pibes pudieran aprobar, sino que además querían para ellos, y asumían, una educación autoritaria.
Desdichadamente hoy, aunque me quisiera morder la lengua antes de decir esto, muchas veces hay que reconocer que las mejores escuelas privadas son mejores que las mejores escuelas públicas. Y a eso tenemos que asumirlo con dolor, pero a la vez disponernos con toda urgencia a modificarlo. El Estado debe recuperar su rol orientador y dedicar todo su esfuerzo y presupuesto a la recuperación de la educación pública masiva, gratuita, obligatoria e igualadora socialmente. No hay otro camino para amenguar la violencia.
—Sos escritor y periodista desde hace más de treinta años. ¿Qué vinculaciones se establecen entre las lecturas del escritor y las del periodista? ¿Se trata de dos modos distintos de leer?
—Absolutamente sí. Yo siempre empezaba las clases, cada año, diciéndole a mis alumnos: “Si ustedes pretenden periodistizar la literatura o literaturizar el periodismo, están jodidos desde el vamos”. Hay dos enormes diferencias, abismales, entre ambos códigos. El código periodístico está para trabajar por la verdad. Que lo haga o no después se verá, pero está para trabajar con la realidad y por la verdad. En cambio el código literario está para trabajar con la fantasía, con la imaginación, con la mentira literaria. La verdad le hace daño a la literatura, como la mentira arruina al periodismo.
Y la segunda diferencia es el tiempo: el periodismo se ocupa siempre de la emergencia, analiza el hoy para mañana y para ello debe trabajar a toda velocidad; y lógicamente la velocidad determina la calidad del texto. En cambio con la literatura sucede todo lo contrario: el texto literario requiere y exige mucho tiempo de maduración; demanda revisión constante, pulido, reescritura, y avanza palabra a palabra, ponderando y sintetizando. El texto hecho a todo vapor, en literatura se nota y es inexorablemente de mala calidad.
Entonces, así como estos dos factores tienen que ver con la escritura, yo digo que también tienen que ver con la lectura. En mi caso, leo dos o tres diarios nacionales por día, que recorro por internet todas las mañanas. Mínimamente Página 12, Clarín y La Nación, y entre los locales, Norte y Primera Línea. Son cinco diarios a los que yo les echo por lo menos un ojo, una repasadita. Mi primera media hora, mis primeros cuarenta minutos del día están dedicados a esa lectura periodística. Como casi no veo televisión, soy una persona que se informa a través de los diarios. Esa lectura para mí es vital: me permite estar ubicado en el mundo, formar criterios y además me sirve para mi trabajo como periodista.
Sin embargo mi última lectura de cada día, indefectiblemente, es un libro. A veces me quedo dormido con él en la mano porque estoy fundido, a veces leo dos páginas, a veces cincuenta y a veces me liquido el libro completo.
De modo que es como si yo tuviera dos horas de lectura diarias. Una primera hora de lectura informativa que tiene la misma velocidad, utilidad y vigencia efímera de ese tipo de lectura, y una segunda hora, la de la noche, que tiene más que ver con lo formativo, lo espiritual, lo sensible y el conocimiento.
—Como intelectual una de tus preocupaciones centrales siempre fue el estado social de la lectura en la Argentina. Desde hace por lo menos dos décadas te has convertido en uno de los referentes fundamentales de la promoción de la lectura en el país. ¿Qué circunstancias sociales y personales te llevaron a asumir una política cultural tan decidida? ¿La experiencia de la revista Puro Cuento es el punto de partida de esa política de promoción?
—Comienzo por el final de la pregunta: sí, sin dudas yo empecé todo esto con Puro Cuento. Ahora, ¿por qué lo hice? La verdad que no lo sé con precisión. Quizá por esa memoria de mi vieja, de mi familia… Lo que sé es que cuando volví de México, en el año 84, tenía treinta y pico de años y estaba contento porque además de mi regreso en ese año Luna caliente acá fue un best-seller. En esa época se leía mucho más que ahora, y en ese año además volvieron Soriano, Constantini, Orgambide y tantos más, y para mí, que era muy joven, eso era una maravilla: te encontrabas de vuelta en el país, había un montonazo de esperanzas y encima reconocimiento.
La primera Feria del Libro a la que yo fui, fue una experiencia extraordinaria. Yo no sabía este tema de la lectura, la verdad es que no me lo planteaba como un problema. Pero sí me planteé que quería contribuir intelectualmente a la flamante democracia y quería participar de la reconstrucción en tanto intelectual. Yo había vuelto para hacer política, de hecho hice política todos los años antes del exilio y durante el exilio, es decir, soy un animal político por lo menos desde los 14 o 15 años y siempre creí que la democracia es el marco que ofrece todas las posibilidades.
Yo era militante peronista, afiliado al PJ desde muchacho, a comienzos de los 70. Pertenezco a la generación que luchó por el regreso de Perón. Pero el primer golpe duro lo tuve en México antes del 30 de octubre del 83. Ahí me di cuenta de que, aunque en el exilio no votábamos, de haber estado en la Argentina no hubiera votado al peronismo. Ahí empecé a sentir el conflicto entre la disciplina partidaria y mis convicciones más profundas. Después aprendería que la lucha por la coherencia interna es tremenda, y que uno, como intelectual, no debe claudicar, pero en aquel momento simplemente me pregunté: ¿si estuviera en la Argentina yo votaría a Lúder, a Herminio Iglesias? No, me dije, yo votaría a Alfonsín. Entonces me di cuenta de que toda mi identidad peronista tambaleaba, pero yo no podía seguir sosteniendo las ideas de un partido que, por generaciones, ha obligado a miles de militantes a votar en contra de lo que pensaban.
Y cuando volví, acá el peronismo era un desastre: no sólo había sido derrotado gracias a Herminio y a toda esa runfla, sino que era evidente que Herminio era sólo una circunstancia, y que en el peronismo esa circunstancia es constante llámese como se llame. Y hoy se llama, por ejemplo, Luis Barrionuevo, pero sigue siendo parte intrínseca de un problema mucho más grave. En aquel año 84 se armó un grupo de intelectuales entre los que estaban Chacho Álvarez, Adriana Puiggrós, Mario Wainfeld, José Pablo Feinmann, Jorge Bernetti y Carlos Trillo, entre otros. Hicimos una serie de reuniones porque no creíamos en la renovación del justicialismo que entonces se pregonaba. Y elaboramos un documento de ruptura que denunciaba las permanentes prácticas antidemocráticas al interior del peronismo y recuperaba el derecho de los intectuales a pronunciarnos con independencia. Algunos a último momento decidieron no firmar (tal el caso de Chacho) pero otros tuvimos una mayor decisión y firmamos aquel documento que fue un pronunciamiento que todavía hoy juzgo ejemplar. Fuimos treinta y cuatro intelectuales que renunciamos al partido.
Esto que te cuento empezó en el 84 y terminó en el 85, que fue un año difícil y muy complejo. De aquel grupo, cada uno hizo su camino: algunos se arrepintieron y volvieron enseguida al PJ; alguno dijo que no había firmado lo que sí había firmado; otros nunca se alejaron del todo y se tomaron años para volver; otros nos fuimos para siempre. Ese documento, que se tituló “Por qué nos vamos”, me produjo una gran liberación. De repente me encontraba, a los treinta y pico de años, como si me hubiese sacado un corsé. Ahora a mi pensamiento lo sentía realmente mío, y recuerdo que me dije: ahora pienso lo que se me da la gana, no soy orgánico de nada; ahora digo lo que pienso porque lo pienso, y actúo como pienso y digo. Fue fantástico, porque empecé a darme cuenta de que un intelectual orgánico, un intelectual atado a un partido, en realidad está atado a pensar de acuerdo a lo que el partido autoriza, a lo que conviene o no conviene, a la estrategia o a la táctica.
Me sentí intelectualmente libre y a partir de ahí, creo, mi planteo fue: ¿y ahora cómo participo, qué hago? Porque nunca fui un converso, no me pasé a otro partido, jamás volví a afiliarme a ninguno. Me quedé solo. En ese entonces escribía artículos en revistas de la editorial Perfil y colaboré mucho en el matutino La Razón, de Jacobo Timerman. Escribí varios artículos, me sentía bien ahí. Pero estaba buscando un lugar, no para afiliarme pero sí un punto de referencia, porque yo creo que uno siempre necesita referenciarse en algo. Por esos días era la investigación de la CONADEP y el juicio a los comandantes, y en Perfil hicieron una publicación que hoy es histórica: el Diario del Juicio y ahí también colaboré.
Y ahora supongo que fue en esos dos años que parí la idea de abrir un medio independiente, propio, y literario. No fue algo que premedité, la verdad es que todo se fue dando y hoy estoy convencido de que así fue mi vida en los últimos veinte años: un tipo independiente que procura ser coherente, nada más.
La revista nació en el 86. A principios de ese año me fui de editorial Perfil. Me acogí a un programa de retiro voluntario y de pronto me encontré con unos mangos, sin laburo y sin más planes que seguir escribiendo. Entonces me puse a hacer cuentas. Y ahí fue que inventé Puro Cuento con Silvia Itkin, que era mi pareja, una mujer por la cual siento mucho respeto. Con ella armamos la propuesta y la revista empezó un camino que para nosotros era sorprendente. La financié con aquel dinero, creo que eran algo así como 5.000 dólares de ahora. Recuerdo que todavía existían las linotipo, así que íbamos a corregir nosotros mismos al taller y nos ensuciábamos con plomos y tintas; era muy romántico, muy hermoso, y así salió Puro Cuento. Que después se fue convirtiendo en una pequeña empresita: alquilábamos un departamento chiquito, allá en Buenos Aires, e inmediatamente inventamos la Fundación Puro Cuento, la primera Fundación de mi vida porque ya entonces yo creía que una ONG era la forma institucional apropiada, el modelo jurídico que debía adoptarse para un proyecto cultural. Porque, contrariamente incluso a lo que hoy se cree y es moda, yo sigo pensando que la cultura no es una industria, no es Cultura S.A. o Cultura S.R.L. Y el sentido y la misión que le dimos a esa primera Fundación fue promocionar la lectura. Y entonces creamos algunas bibliotecas, lanzamos una primera campaña de promoción de la lectura y hasta promovimos la primera Encuesta Nacional de Lectura, entre el 90 y el 91.
—¿Había antecedentes en la Argentina de una encuesta de esa naturaleza, Mempo?
—No, que yo sepa no, todo empezó ahí. En el 87 le pedí a Menchi Sábat el dibujo que sigue siendo hoy nuestro símbolo, el que representa Leer abre los ojos. Inmediatamente hicimos el primer afiche de la Fundación Puro Cuento. Se lo puede ver ya en cualquier página de la revista. Y años después, cuando ya teníamos esta otra Fundación, Sábat volvió a autorizarnos el uso del dibujo. Y enseguida hicimos un primer programita de promoción de la lectura, con la colaboración de unas amigas cuenta cuentos. Fundamos varias bibliotecas en el Nordeste, a partir del pedido de lectores de Puro Cuento. Yo estuve, en Puerto Iguazú, un par de días muy emocionantes, armando una biblioteca con gente del pueblo. Y por aquel tiempo escribí una especie de decálogo del nuevo bibliotecario, que publicamos en la revista. Planteábamos que el bibliotecario no debe ser esa especie de policía intermediario entre el libro y el lector; promovíamos permitir el contacto directo con el libro y que las bibliotecas fuesen espacios abiertos donde los lectores pudieran tocar los libros y hacer lo que se les diese la gana.
—Y luego generás, ya en Resistencia, en plena década del ’90, la propuesta del Primer Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura. ¿Cuáles fueron las ideas movilizadoras que hicieron posible esa experiencia?
—En el 92 nos fundimos, económicamente hablando. Como a miles de otras pequeñas empresas, entre Erman González y Domingo Cavallo nos hicieron bolsa. En menos de un año, entre el primer corralito y el uno a uno que disparó una inflación oculta pero en dólares, no pudimos sobrevivir. Así que cerramos todo: la revista y la Fundación. Tuve que vender un departamento para pagar las deudas y cerré todo sin un solo juicio pendiente. Anduve un tiempo muy deprimido, claro, y fue por eso que decidí volver al Chaco en el 94. Y ahí empezó la otra historia.
Entre el 94 y el 95 yo había participado de algunos encuentros y congresos de fomento del libro y la lectura en otros países, y me había dado cuenta de que también en esa materia el atraso de la Argentian era fenomenal. Aquí no había la menor conciencia de la importancia de la promoción de la lectura, ni mucho menos había conciencia de cómo habíamos retrocedido. Pero en Venezuela, en México y en Chile yo veía que había gente trabajando en esto, y era gente muy seria. Hacia fines del 94, o principios del 95, participé de un encuentro en Santiado de Chile y pensé “qué bueno esto que están haciendo; nosotros tendríamos que hacer algo similar”. Ahí me di cuenta de que el camino pasaba por empezar a pensar, por lo menos, la promoción y el fomento del libro y la lectura. En ese entonces en la UNNE me pidieron que pronunciara el discurso de apertura del Congreso de Literatura Argentina que se hizo aquí en el 95, en el Aula Magna. Ésa fue la primera vez que escribí un texto acerca de la problemática de la lectura en la Argentina. Tenía muchos apuntes y notas que había escrito en Puro Cuento, pero esa fue la primera vez que pude sistematizar ideas sobre el problema de la lectura. Aquel texto gustó mucho, y ni bien terminé, el rector de la UNNE, que en ese entonces era el Dr. Adolfo Torres, se acercó a saludarme y me preguntó qué podía hacer la Universidad por la lectura. “Yo recojo el guante —me dijo—, dígame qué hacemos”. Y entonces le propuse hacer el primer Foro. Él aceptó que la UNNE lo financiara y así empecé a trabajar en el 95 para el primer Foro que se hizo al año siguiente. Ahí se formó un primer equipo, con el que seguimos trabajando con la UNNE hasta el 99, año en el cual nos independizamos, ya con la forma jurídica actual de nuestra Fundación.
—¿Cuál fue la respuesta del público ante la convocatoria de los foros de esa primer etapa?
—Fue una respuesta impresionante. Aquellos foros eran muy grandes. Durante los primeros dos que se hicieron en el Aula Magna de la UNNE el público colmó las 800 butacas. Desde el tercer foro y hasta el sexto, lo hicimos en el Domo del Centenario, una especie de centro municipal de espectáculos en el que caben más de 2.000 personas, y lo llenamos cada año entre 1998 y 2001.
Después viene la historia más reciente, la más conocida. Con la crisis de 2001 tuvimos que achicarnos, como todos en la Argentina. Pero encontramos un nuevo escenario, mucho más adecuado: el Teatro Guido Miranda, que es un orgullo de la ciudad de Resistencia. Allí hicimos los tres últimos foros, a sala llena y con cerca de mil participantes por año.
—¿Cuáles son las principales líneas de acción, áreas y programas de la Fundación?
—La misión específica que nos dimos, desde el inicio, fue obviamente el fomento de la lectura, que era lo que veníamos haciendo desde siempre, incluso desde que comenzamos los foros. De hecho el primer capital que tuvo la Fundación fue mi biblioteca personal, que doné explícitamente a la institución. Claro que demoré un poco en darle la forma jurídica que tiene ahora porque yo tenía la experiencia de la primera fundación y no quería que fuese igual porque la revista Puro Cuento ya no existía. Pero además sentía algo de pudor por iniciar una institución que llevara mi nombre. No soy un hombre de fortuna sino un laburante, como lo fui toda mi vida, y sé que vivo en un país donde todo está bajo sospecha y cualquiera puede pensar que uno hace una fundación para su autobombo. En este país de suspicaces, es raro que un intelectual abra una Fundación y la llame, en vida, con su nombre. Pero bueno, el nombre que uno tiene, para bien o para mal, es una marca, un sello de identidad. Y en aquel entonces yo no estaba seguro de con quiénes podría contar en una proyección de tiempo que incluyera el mediano y largo plazo. Yo quiero mucho a quienes me acompañaban, pero todo giraba en torno a mi persona. Y me terminó de convencer un abogado que me dijo que de todos modos iban a surgir las clásicas preguntas argentinas:¿quién está detrás de esto?, ¿quién lo banca a este tipo? Y como además para hacer una Fundación había que poner plata, y de entrada me encontré con que el único que la ponía era yo, pues la única manera de evitar suspicacias, me dijo, es asumir que sos vos, ser transparente y que cada quien piense lo que quiera.
Bueno, y a partir de ahí nació esta Fundación que de entrada tuvo la misión de continuar organizando los Foros, que fueron los que le dieron nacimiento. Pero también nos planteamos expandirnos hacia otras posibilidades: desarrollar una pedagogía de la lectura, que era el fin compartido desde muchos años atrás con María Azucena Villoldo y María del Carmen MacDonald, que fueron mis dos brazos derechos en el inicio, y más adelante y con la incorporación de otras personas, en el campo de la didáctica de la literatura y otras disciplinas que hacen al perfeccionamiento y la actualización de los docentes chaqueños.
Otra de las líneas de acción fue y es el rescate de algunas figuras lliterarias del Chaco y del Nordeste, como cuestión estratégica para terminar con el amuchamiento demagógico, porque en literatura, y en lectura, de lo que se trata es de distinguir lo bueno de lo mediocre. No es lo cuantitativo lo que determina la calidad textual de una provincia o región, sino la especificidad que son las obras de la gente más valiosa: de ahí que nosotros resaltamos a personalidades literarias como nuestro historiador Guido Miranda, el filosófo y poeta Eduardo Fracchia, o el gran poeta que fue Alfredo Veiravé. Cuando en cualquier sociedad provinciana hay tantos voluntariosos escribidores como hay en el Chaco, esto entraña un riesgo, que yo creo que vale la pena asumir.
Teníamos además la idea de hacer una labor cultural en el sentido más amplio, abarcando toda la región fronteriza del Nordeste. Y entonces creamos enseguida el Centro de Altos Estudios Literarios y Sociales, que es nuestro espacio de trabajo académico. Desde allí firmamos acuerdos y lanzamos los Seminarios de Literatura Argentina, mediante un convenio con la Universidad de Virginia, de los Estados Unidos, que fue una propuesta que traje de allá, muy interesante y original porque se trata de una experiencia de posgrado que convoca a una veintena de profesores de letras, escritores y académicos de Europa, América Latina y nuestro país, quienes asisten durante tres semanas a las clases que dictan escritores e intelectuales argentinos de primerísimo nivel, y debaten tanto las problemáticas de nuestra literatura como el proceso de la creación. Es un convivio intensivo que se organiza desde hace cinco años y es una maravilla.
Creíamos y creemos que todo esto contribuye a desarrollar la cultura de nuestro medio, a ver las cosas desde otro lugar. Después, de un viaje que hice a Austria traje el Otoño de las Artes, que allá es un clásico. Me encantó la idea y aquí montamos lo que llamamos el Otoño Literario y de Pensamiento en el Chaco, y que consiste en ciclos de conferencias abiertas y gratuitas. Después dijimos que si teníamos otoño, bien podíamos tener una primavera literaria y la dedicamos a los chicos, a la literatura infantil. Y en el 2000 se me ocurrió lo de las Abuelas, que es una idea que traje de Alemania, donde vi a unas ancianas que iban todos los días a un hospital a leerles cuentos a los enfermos terminales. Entonces me dije: si hay abuelas que pueden hacer eso, cómo no vamos a pedirles que les lean cuentos a los chicos del Chaco. Y a partir de ahí nació nuestro Programa de Abuelas Cuenta Cuentos, que en realidad son abuelas lectoras y son hoy un emblema de la Fundación.
O sea que muchas de estas cosas tienen que ver con mis viajes, con las experiencias e ideas que he ido encontrando. Siempre traté de encontrar el modo de adaptarlas, de darles acá una perspectiva propia, y por suerte hemos ido encontrando también gente que se enganchó con cada proyecto.
Finalmente, después de la crisis de diciembre de 2001 surgió la necesidad de hacer algo concreto frente a la dramática situación que planteó el estallido del hambre y la desnutrición de miles de niños. Primero improvisamos una especie de reparto de comida, juntamos alimentos, nos pusimos en una plaza e hicimos una olla popular. Luego pensamos que eso no era gran cosa y que debíamos sistematizar lo que estábamos haciendo, y así nació el Programa de Asistencia a Comedores Infantiles que hoy da leche de primera calidad todos los días a mås de 600 chicos. Y el año pasado inauguramos el Instituto de Investigaciones Literarias “Juan Filloy” y ahora estamos embarcados en la recuperación de un viejo edificio policial que la Provincia del Chaco nos cedió en comodato, y donde ya estamos funcionando precariamente.
¿De qué se trata la “Nueva Pedagogía de la Lectura”?
—De formar a los futuros formadores de lectores, para lo cual venimos gestando una nueva preceptiva, que en este campo no existía. Trabajamos para crear y organizar una bibliografía que estimule, oriente y defina a los formadores de lectores. Y desarrollamos estrategias de lectura que sirvan tanto a nuestras abuelas como a los docentes, bibliotecarios y cualesquiera otras personas. Porque la lectura es, para nosotros, un acto de amor, solidaridad, pasión, ganas y tiempo, y todo eso debe ser combinado de manera que incite, estimule, atraiga y afiance a los que están en la oscuridad textual.
Yo digo que esta pedagogía es algo que estamos haciendo, porque desde hace años traemos conocimiento y experiencias. Es impresionante todo el saber que trajimos al Chaco, y al Nordeste, en estos años. Hemos traído más de 300 invitados que vinieron a nuestros foros, gente de un montón de países, bibliotecarios, semiólogos, lingüistas, pedagogos, académicos, escritores, investigadores, poetas, narradores. Nuestro método consistió en ponerlos a pensar a todos ellos alrededor de esta temática, cambiando el lema de cada Foro, la problemática a discutir en cada mesa, proponiendo talleres. Y así, entre todos, fuimos organizando esta Pedagogía de la Lectura, cuya preceptiva está en los cinco libros que llevamos publicado con las ponencias de los foros, un sexto que viene ahora, y otros libros que tenemos en carpeta, investigaciones en marcha, la experiencia de las Abuelas debidamente registrada, en fin... Ahí está la Pedagogía de la Lectura. Si vos querés saber cómo se forma un lector, bueno, leé todo eso que ahí tenés una cantera de ideas que es un lujo.
No sé si se nota, pero éste es uno de los grandes orgullos que tengo en mi vida. Quizás nunca estaré orgulloso de un cuento o una novela que yo haya escrito, pero de esto estoy absolutamente orgulloso. No es un mérito exclusivo mío, pero sé que soy responsable de haber disparado todo esto.
—En la apertura del 7º Foro, hace dos años, hablabas de “La lectura en la emergencia y la emergencia de la lectura en un país al borde de la disolución”. ¿Cómo recordás hoy ese momento?
—Parece mentira: es como si hubieran pasado veinte años pero sí, fue ahí nomás, hace dos años. ¿Y cómo evocar aquello? No sé, creo que no me equivoqué en definir aquel momento como de emergencia de la lectura y de una lectura de emergencia, porque definir eso para mí era definir la emergencia que vivía el país. Estoy absolutamente convencido de que el problema de la Argentina y de América Latina, y de todos los pueblos periféricos, explotados y embrutecidos del mundo, no es solamente que les falta pan, sino que también les falta lectura. Recuerdo una idea que una vez leí de la Madre Teresa de Calcuta: “El hambre de los niños no es sólo de pan, sino también de amor”. Parafraseándola, nosotros podemos decir que el hambre de los niños no es sólo de pan sino también de lectura. Y es que amor y lectura van de la mano, son una misma cosa.
El recuerdo personal que más conservo de aquella emergencia nacional tan grave, es que sentí realmente, como algo físico y aterrador, que estábamos al borde de la disolución. Fue la primera vez que sentí que la Argentina podía desaparecer como entidad, como nación inclusive. Es decir, creí entrever un país totalmente fragmentado y segmentado. De repente imaginé la escisión —que en la Argentina por suerte no ha prosperado— de la Patagonia, de los cuyanos asociándose a Chile, de los norteños a Bolivia, nosotros como una especie de pancomunidad nordestina con el sur de Brasil y el Paraguay. Imaginé la consagración del viejo sueño unitario de la Argentina sintetizada solamente en la Provincia de Buenos Aires. Por primera vez vi que todo eso era posible, e intuí que había muchos sectores que querían realmente ese tipo de fragmentación.
Y no me parece ciencia ficción, aún hoy. De hecho la emergencia nacional no ha terminado. La extranjerización de las tierras en este país es un hecho gravísimo y cotidiano que nuestras dirigencias parecen no advertir.
—Hace poco, en agosto pasado, concluyó el 9ª Foro por el Fomento del Libro y la Lectura. A nueve años de su lanzamiento, ¿cuál es tu balance personal sobre el impacto de los Foros?
—Ampliamente positivo, sin dudas. De lo contrario, no podría sentir este orgullo por el generoso equipo que me acompaña y por todo lo hecho. Alrededor de la Fundación, de los foros anuales y de todas y cada una de nuestras actividades, se congregan prácticamente unas 200 personas que de diversas maneras están vinculadas a nosotros con una energía extraordinaria. Yo siento que los Foros han sido posiblemente el disparador, el punto de partida. Y han significado una enorme contribución socio-cultural en muchos sentidos, no sólo porque de aquí salieron más de trescientas ponencias, artículos y todo lo que está publicado, sino porque además prestigiamos la lectura como nunca se había hecho antes. Hoy la sociedad chaqueña está orgullosa de los foros, y creo que es un sentimiento que se ha extendido ya a buena parte del país. Y además este año, por primera vez, sentí que hay un orgullo colectivo en el Chaco. El Foro es nuestro, dicen, como las esculturas son nuestras. Y ese prestigio social extraordinario no es mío, ni de la Fundación, es de la lectura. Porque desde los Foros y en toda esta década de resistencia y lucha cultural e intelectual, hoy nosotros a la lectura la instalamos como un bien social a cuidar y desarrollar, y eso es un triunfo.
Y como Fundación, creo que tenemos buena parte del mérito, y una enorme responsabilidad, en el represtigiamiento de la lectura en todo el país. Hoy no hay provincia que no tenga su plan de promoción de la lectura, como lo tienen los clubes, las asociaciones más variadas, e incluso empresas y sindicatos. Y en todo eso nosotros tuvimos algo que ver. No digo que fuimos los primeros ni los únicos, pero sí que tuvimos muchísimo que ver en la instalación de la lectura como bien colectivo y como necesidad central para el desarrollo.
—A propósito de las antologías Leer por leer y Leer la Argentina, que serán distribuidas gratuitamente este año entre los estudiantes secundarios de todo el país, ¿podrías contar cómo fue esa experiencia?
—Para nosotros fue un gran reconocimiento que el Ministerio de Educación de la Nación nos encargara este año hacer la obra que hemos hecho, esta primera antología Leer por Leer. Pero también fue y es una enorme responsabilidad. De hecho hoy somos parte del Plan Nacional de Lectura, y somos la única fundación vinculada de este modo concreto a la Campaña Nacional de Lectura.
Entonces, a partir de un convenio con el Ministerio, convoqué a un grupo de escritoras amigas, que además tenían experiencia docente, lo cual era importantísimo dado que las antologías van a circular en colegios secundarios. Planteé que esto fuera rentado, por que así debía ser: modesto pero rentado. Trabajamos un equipo de cinco: tres Gracielas (Cabal, Bialet y Falbo), Angélica Gorodischer y yo. También tuvimos algunos colaboradores locales y nos fuimos encontrando en diferentes lugares, para compartir hallazgos y lecturas, y así fuimos organizando las antologías en función de los distintos niveles etarios que comprende la escuela media. Como es obvio, se trataba de conciliar los intereses de los futuros jóvenes lectores de Salta con los de Chubut, los de Misiones con los de San Juan o la Patagonia. Para ello buscamos y leímos centenares de autores y miles de textos, de manera que se integraran todos en el más amplio espectro posible, tratando de formar algo así como un nuevo canon provisorio, pero, por supuesto, sin guías de actividades. Leímos y descartamos mucho, porque tenían que ser textos de calidad pero accesibles y breves.
El resultado son los cinco libros que el proyecto contempla publicar hasta alcanzar tres millones de ejemplares. Hay dos millones seiscientos mil estudiantes de entre 12 y 18 años, pero con todos los profesores y las bibliotecas, estamos hablando de unos tres millones de destinatarios. De esta primera edición que hizo el Ministerio, tengo entendido que se están distribuyendo 500.000 libros, pero en eso nosotros no tenemos nada que ver. Nuestro único compromiso con el proyecto fue hacer las antologías, mientras que todo lo demás (la impresión, la distribución, la cantidad de ejemplares a entregar, y cómo y cuándo) es responsabilidad exclusiva del ministerio.
Y ahora viene otra etapa: dividimos el país en siete regiones (NEA; NOA; Cuyo; Patagonia; Centro y Litoral; Provincia de Buenos Aires y La Pampa; y Capital Federal y Conurbano) y se van a hacer libros específicos para cada una de ellas. Los destinatarios van a ser los mismos chicos de la escuela media argentina, pero en este caso se incluirán solamente narraciones de cada región, de manera que, por ejemplo, los pibes patagónicos puedan leer cuentos y relatos patagónicos.
—Tu proyecto más ambicioso actualmente es la reconstrucción de un edificio que será sede de la Fundación. Presentános el origen y estado de ese proyecto ¿Qué espacios y actividades va a ofrecer la casa propia de la Fundación?
—Bueno, yo empecé a soñar con un lugar propio cuando estábamos preparando el primer Foro, allá por el ‘96. O sea que en cuanto surgió la idea de esta segunda Fundación, me planteé la cuestión del espacio físico. Elevé un pedido al gobierno provincial, y comenzó la espera. La Subsecretaria de Cultura del Chaco, Marilyn Cristófani, que es una persona muy activa y respetada, nos ayudó en las gestiones y cada tanto, cada seis meses, yo insistía. Hasta que en el 2001 apareció una posibilidad que se le ocurrió a Marilyn, a quien es justo reconocerle que le debemos todo esto. Ella sugirió la recuperación de un viejo edificio abandonado, donde funcionó durante años la División de Investigaciones de la Policía del Chaco y el cual estuvo cerrado toda la última década. Y bueno, hicimos todos los trámites que había que hacer, y al final, en septiembre de 2001, firmamos un comodato por 50 años.
Y claro, justo cuando íbamos a comenzar la reconstrucción la Argentina se vino estrepitosamente abajo. Entonces paramos todo hasta finales de 2003. Primero tuvimos que apuntalar el edificio, porque estaba en condiciones calamitosas. Fuimos juntando unos pesos de aquí y de allá, yo me dediqué a juntar donaciones fuera del país, y algunos arquitectos e ingenieros amigos se hicieron cargo de las obras, por las que no han cobrado nada. Así cambiamos los techos, sacamos escombros, cambiamos cañerías, todo de a poquito. Y en eso estamos, avanzando muy lentamente. Hasta ahora lo único que pudimos recuperar es un espacio donde poder instalarnos y trabajar, de modo que no seguir pagando alquileres. Pero la obra está parada por el momento.
La proyección, por supuesto, es moderadamente ambiciosa. Soñamos con instalar allí una gran biblioteca literaria, para grandes y chicos, que ya está iniciada a partir de que yo doné mi biblioteca personal y que ahora ha crecido muchísimo. Tenemos alrededor de 12.000 volúmenes y esperamos montarla sobre un auditorio para 150 personas, con un gran salón de lectura en el que algún día tendremos computadoras para el público y exposiciones de arte permanentes. En la parte de atrás empezamos a recuperar la zona de los calabozos, donde vamos a instalar aulas y vamos a conservar sólo una celda testigo, con algunos elementos que recordarán lo que fue la Dictadura, y habrá también un patio de la memoria, abierto. De manera que si Tata Dios quiere, y si encuentro el dinero que por ahora no tenemos pero que estoy buscando, en cualquier momento podremos continuar con las obras.
—En la apertura del último foro, decías que la lectura salvará al país. ¿De qué y cómo nos salvan los libros? ¿Qué política cultural creés necesaria que desde el Estado se ponga en marcha para transformar a un país de no lectores en una nación de ciudadanos lectores?
—Cuando digo que sólo la lectura salvará al país, obviamente digo una frase provocadora. En realidad lo que quiero decir es que si no se recupera la lectura en este país, no tendremos salvación genuina. Y a esto lo creo absolutamente. Sin una política nacional de lectura no hay salida en la Argentina, en términos culturales. Yo ya hice varias propuestas, he escrito varios textos sobre el Derecho a la Lectura, que debe ser sancionado constitucionalmente y mediante Ley del Congreso. He propuesto la sanción de una Ley que establezca los derechos de los lectores. Así como hay ley de libro, de teatro o de cine, tiene que haber una ley de la lectura. La lectura es un derecho que tiene la sociedad y, a partir de ese derecho hay que debatir y establecer una política de estado de lectura.
De hecho hay líneas ya trazadas, al menos, que yo sepa, desde que Andrés Delich estuvo al frente del Ministerio de Educación. Creo que entonces se lanzó el Plan Nacional de Lectura, que con muy buen criterio y sin sectarismo ha retomado este gobierno de la mano de Daniel Filmus. Aquel plan empezó en el 99, creo, en Buenos Aires, y se hizo también una gran encuesta nacional de lectura, que ha sido utilísima en términos estadísticos y de planificación. Ahora hay además una Campaña Nacional de Lectura, que conduce Margarita Eggers Lan, una escritora muy activa y competente, y que es diferente del PNL, porque esta Campaña es mucho más directa y agresiva, y se suma a los diferentes programas provinciales.
Yo creo que estamos en un muy buen comienzo, aunque todavía falta esa legislación que redondee, que organice y que de alguna manera garantice a la ciudadanía y comprometa al estado a mantener una activa Política de Lectura.
Para que se tenga una idea de la importancia de esto hay que decir que España, por ejemplo, en su Ministerio de Cultura tiene una Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura que ha cambiado al pueblo español en un par de décadas. Y así España, que tenía índices de lectura per cápita bajísimos hace treinta años, al salir del franquismo, es hoy uno de los pueblos más lectores del mundo, y sin dudas el más lector de toda la lengua castellana. Eso quiere decir que cuando se tiene una política seria y consistente, una política de estado de promoción de la lectura, es perfectamente posible transformar la realidad socio-cultural. Y significa también que el Estado tiene que hacerse cargo de la tarea de estímulo y medición, de seguimiento de los índices de analfabetismo, de la creación de estrategias que promuevan la lectura y reorganicen el sistema bibliotecario nacional.
Después vendrá todo lo demás. Yo creo que hace falta un Ministerio de Cultura, a partir de la reestructuración total de la actual Secretaría. Creo que hay que darle autonomía real a la Biblioteca Nacional, a la CONABIP, al Fondo Nacional de las Artes y a cada uno de los muchos institutos que hoy dependen de la Secretaría de Cultura de manera bastante errática. Para todo esto hace falta una política de estado de Cultura, y otra de Lectura. Y esos son los debates que debe estimular, con claro sentido federal, un Ministerio de Cultura. Es todo un tema, ya lo sé, y nada de esto es fácil, además de que tengo la impresión de que no hay, todavía, conciencia acerca de la importancia de esta cuestión. Porque la Cultura, todavía, en la Argentina es mirada por las dirigencias como algo entre peligroso, sospechoso y banal. Y el espantoso sistema multimediático que padecemos sigue contribuyendo a que gran parte de la sociedad crea que cultura es espectáculo, pavada, frivolidad. Y así nos va. •

Fuente:
http://www.mempogiardinelli.com/ent3.html

sábado, 28 de noviembre de 2015

CARLOS FUENTES TODOS LOS GATOS SON PARDOS (Ceremonia Del alba).


CARLOS FUENTES

TODOS LOS GATOS SON PARDOS
(Ceremonia Del alba)
En:
Obras Completas; Ed. Aguilar, vol 2.; 1985; p.1153-1261

A Inge y Arthur Millar

PROLOGO DEL AUTOR

CUÉNTASE en los Anales de Cuautitlán que los llamados Tezcatlipoca, Ilhuimécatl y Toltécatl (todos ellos mágicos certificados) decidieron expulsar de la ciudad de los dioses a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, el creador de los hombres y el instructor en las artes básicas: el cultivo del maíz, el pulimiento del jade, la pintura del mosaico y el tejido y tintura del algodón. Pero necesitaban un pretexto: la caída. Pues mientras representase el más alto valor moral del universo indígena, Quetzalcóatl era intocable. Prepararon pulque para emborracharlo, hacerle perder el conocimiento e inducirlo a acostarse con su hermana, Quetzaltépatl. Como en las historias bíblicas, la embriaguez y el incesto serían una tentación suficiente. Pero ningún patriarca hebreo era dios; y los demonios mexicanos sabían que Quetzalcóatl lo era. ¿Bastarían las tentaciones humanas? Para desacreditar al dios ante los hombres, sí. Pero, ¿para desacreditarlo ante los dioses y ante sí mismo? Entonces Tezcatlipoca, el brujo de la noche, el espejo humeante, dijo: "Propongo que le demos su cuerpo." Tomó un espejo, lo envolvió en algodones y fue a la morada de Quetzalcóatl. Allí, le dijo al dios que deseaba mostrarle su cuerpo. "¿Qué es mi cuerpo?", preguntó con asombro Quetzalcóatl. Entonces Teztatlipoca le ofreció el espejo a Quetzalcóatl, que desconocía la existencia de su apariencia, y la serpiente de plumas se miró y sintió gran miedo y gran vergüenza: "Si mis vasallos me viesen —dijo— huirían lejos de mí." Presa del terror de sí mismo —del terror de su apariencia—, Quetzalcóatl, esa noche, bebió y fornicó. Al día siguiente huyó, hacia el oriente, hacia el mar. Dijo que el sol lo llamaba. Dijeron que regresaría: por el oriente, por el mar. Quetzalcóatl se fue sin saber que había sido el protagonista simultáneo de la creación y de la caída. Sembró, en la tierra, el maíz; pero en las almas de los mexicanos sembró una infinita sospecha circular.
El arte circular del México antiguo posee la forma de una serpiente emplumada que se devora a sí misma: es la imagen de Quetzalcóatl. Su tiempo y su espacio se niegan a resolverse en una ilusión lineal. El arte europeo transplantado a México es fundamentalmente lineal: se resuelve en un progreso anecdótico, accidentado pero ascendente, accidentado por occidentado. La orientación indígena es de otro signo. En una ocasión, visitando las ruinas de Uxmal con el pintor italiano Adami, éste me hizo notar cómo la función religiosa del conjunto es escondida, sí, pero a la vez superada por una forma estética en la que cabe mucho, muchísimo más que el pragmatismo teocrático que la dictó. Y es que el sentido del arte mexicano antiguo consiste, precisamente, en elaborar un tiempo y un espacio amplísimos en los que quepa tanto el círculo implacable de la manutención del cosmos, como la circularidad de un perpetuo retorno a los orígenes, como la circulación de todos los misterios que la racionalización no puede acotar. Así, nuestro arte antiguo termina por crear un signo de apertura: el significante no agota los significados. La forma es más amplia y resistente que cualquiera de los contenidos que se le atribuyan: y esta calidad formal es la que asegura, precisamente, la vigencia y multiplicidad de los contenidos. El conjunto de Uxmal, una estatuilla olmeca o un relieve zapoteca admiten —reclaman— varias lecturas: existen a un nivel histórico, social, religioso, psicológico, estético, simbólico, físico y metafísico, real y suprarreal.
Y es que en el arte antiguo de México existe una secreta tensión que el pensamiento europeo positivista no puede admitir. Éste pretende, de manera abstracta, suprimir la contradicción entre la necesidad y la libertad; e! enunciado de la ley —"todos los hombres son iguales"— debería asegurar su coincidencia. En las sociedades indígenas todo era necesario: la libertad, a primera vista, solo es identificable con una aspiración centrada en el mito de Quetzalcóatl y degradada, como lo ha hecho notar Laurette Séjourné por la necesidad política del imperio azteca. No faltan, desde luego, las pruebas de una variada resistencia a esa política, así en las comunidades tribales que después prestaron su ayuda a Hernán Cortés, como en actos aislados de rebeldía suicida, como el del imprudente consejero de Moctezuma, Tzompantecuhtli. Pero en el origen mismo del mundo antiguo (lo Índica, entre otras cosas, el mito de la serpiente emplumada: un dios envidiado, traicionado, caído porque creó a la criatura) existe esa tensión en un doble aspecto.
La necesidad en sí es una prueba de la insuficiencia humana: el asombro cósmico, el terror natural, no son nunca ajenos a una reflexión, por sumaria que sea, sobre los límites de la libertad. En cierto modo, esa libertad crea lo que la niega para saberse distinta: los hombres no pueden ejecutar las obras de los dioses; ¿pueden los dioses ejecutar las obras de los hombres? La antigüedad grecolatina contesta que sí: el destino de los dioses se confunde con el de los hombres: cultura trágica que aspira a la reunión. La antigüedad mexicana contesta negativamente: los dioses son distintos de los hombres: cultura teocrática que afirma la separación. Venus y Apolo son dioses fisurables, vaginales, testiculares: penetran y son penetrados por los hombres. La Coatlicue —la diosa madre del panteón azteca— no admite fisura alguna: es el monolito perfecto, una totalidad de lo intenso: autocontenida y omnicontinente. Carece, significativamente, de cabeza; renuncia al antropomorfismo: es una diosa, no una persona, y una deidad separada de las vacilaciones, tentaciones, necesidades o libertades humanas. Cuando el tiempo y el espacio se reúnen en la Coatlicue, dejan de ser objeto de identificación humana y se imponen como algo más, un poder aparte que no se funde con lo real y que, sin embargo, es parte de lo real porque, quizás a pesar suyo, multiplica la realidad. Los dioses mexicanos, en este sentido, son algo más que una ilustración de la naturaleza: pretenden ser lo que la naturaleza jamás puede ser: lo otro, una realidad separada.
Esta decisión de crear una realidad ajena a la vida natural abre un espacio de extrañamiento y promueve un encuentro paradójico entre lo que no puede ser tocado o afectado por los hombres (lo sagrado) y la construcción humana, física e imaginativa, de esos espacios y tiempos de lo sagrado. La imaginación de los hombres ha creado lo que en seguida será enajenado, separado de los hombres. La Coatlicue cuadrada, decapitada, con su guirnalda de calaveras, su falda de serpientes, sus manos abiertas y laceradas, quiere ser impenetrable: monolítica. Como todos los dioses del panteón azteca, ha sido creada a imagen y semejanza de lo desconocido y sus elementos decorativos, si separadamente pueden ser llamados calaveras, serpientes, manos, en verdad se funden en una composición de lo desconocido: vistos en su conjunto, ya no quieren ser nombrados. La Coatlicue es el símbolo de una cultura ritual: una cultura de repeticiones sagradas que excluye la renovación histórica.
Quizá la tentación de Quetzalcóatl consistió en parecerse a sus criaturas; quizá la tentación ofrecida por el espejo humeante de Tezcatlipoca no consistía sino en una doble operación del terror sagrado: mostrar a las criaturas que la cara de Quetzalcóatl no era como la de ellos, que fueron creados, sino un rostro anterior a la creación, un rostro espantable en el que no podía dejar huella el tiempo dulce y vulnerable de los hombres: un rostro espantoso porque era irreconocible, e irreconocible porque era eterno, y mostrarle a Quetzalcóatl, el creador que inventó las caras de los hombres, que su rostro no era como el de los hombres; que si su creación era divina, el era un monstruo, pero que si él era un dios, sus hijos, tan distintos de él, eran infernales. Quetzalcóatl vio en el espejo de Tezcatlipoca un rostro eterno: idéntico al espejo: un espacio infinitamente vacío, idéntico a la noche sobre la que reinaba el demonio. La fuga de Quetzalcóatl es la huida de un dios desesperado por parecerse a sus criaturas: como ellas, bebe; como ellas, ama; como ellas, se adueña de un rostro que es espejo del tiempo, de un tiempo que es reflejo del deseo, de un deseo que nace de la necesidad. Quetzalcóatl huye a sabiendas de que, mientras esté ausente, será deseado. La Coatlicue, monolítica, impenetrable, sin rostro, permanece.
Quizás esta negación extrema fue una condición para que hoy, vaciada de su función precisa, literal, la forma de la escultura indígena aparezca desprovista de su viejo significado unívoco y abierta a la pluralidad ambigua. Pues estas figuras voluntariamente enajenadas, distantes, de una cultura ritual que excluía el cambio, remitían, precisamente en virtud de esa voluntad estática, a los hombres que las imaginaban a sus propios orígenes. En el mundo azteca, todo —religión, agricultura, poder, ritos sacrificiales, astrología— estaba sometido a la sospecha del fin cercano; la vida, frágil y nueva, de las poblaciones del altiplano mexicano necesitaba una certeza de permanencia; todo estaba ordenado a exorcizar la catástrofe  cíclica  de  la  sequía,  el  hambre,  la  guerra, la muerte, la enfermedad, la desaparición de los reinos de este mundo. Los dioses cumplían esta función de estabilidad, de inmovilidad: eran las sustancias no sujetas a cambio, la garantía contra el Apocalipsis, la negación de un futuro que solo podía ser catastrófico. Cuando el futuro es suprimido, el origen ocupa su lugar. En vez de mirar hacia adelante, los hombres se acostumbran a mirar hacia atrás; atrás estuvo \a época feliz, la edad de oro, antes de que los hombres fuesen entregados a la opresión, el hambre y la duda. Pero el hombre instalado de nuevo en los orígenes también ha estado fuera de ellos: los puede interrogar y, al hacerlo, invariablemente adquirirá una imaginación de realidades opuestas y alternativas que lo conducirá, a su vez, a una certeza clandestina, acaso revestida de mitos, de que hubo una unidad original, es  decir, una historia anterior a la separación.
Mi emoción al contemplar las antiguas esculturas mexicanas nace de esta tensión y del descubrimiento, en ellas, de una libertad diferida, la que es posible reconocer en la gracia reclinada de un Chac Mool, en la mueca falsa (irónica) de una urna zapoteca, en la deyección inconsciente, como si la divinidad fuese una carga humana más que una condición sagrada, de Xochipilli, Señor de las Flores. Una y otra vez, la intención monolítica es frustrada por un sentido secreto, casi conspiratorio, de la contradicción sembrada en el corazón de la piedra por el artista anónimo. Contradicción: nominación. Pues, muy a su pesar, ¿no eran inmersas estas heladas deidades en el flujo de la imaginación al ser nombradas, en fusión y confusión perpetuas, espejo de humo, flor de la fiesta, concha de mar, hogar de la aurora, campanas pintadas por la luna, navaja de la mariposa de obsidiana, serpiente de las nubes?
La piedra era corroída, en cada oración, en cada aspiración, por la contra-consagración de la poesía. Y es esto lo que convierte, para nosotros, al arte indígena en arte moderno, suprarreal, ambivalente: entre las piedras y las manos que las esculpieron, las palabras acabaron por tender el puente del deseo. En la tierra de la necesidad, el deseo se transfigura a fin de alcanzar su objeto, un objeto que materialmente le es vedado. La necesidad encuentra gratificaciones donde la abundancia solo acumula desperdicios.
La parábola de Quetzalcóatl ilustra, aclara este tema de la tensión entre libertad y necesidad, entre estar y devenir, entre padecimiento y deseo, entre consagración y profanación, entre identidad y anonimato, que se oculta en el arte antiguo de México. Quetzalcóatl lucha con su apariencia: es la encarnación misma del dilema de todo arte. Es el único dios mexicano que se atreve a aparecer con un cuerpo, con una identidad. Rompe la fatalidad de la máscara. Pero nunca sabremos cómo era su cuerpo o cuál era su identidad. Al conocerse, Quetzalcóatl se convierte en un desconocido. Huye, pero es esperado. La historia del México indígena es la historia de una ausencia y de una espera: la de un principio de unión, es decir, de libertad original. Cada piedra, cada templo, cada escultura del México antiguo son algo más que el signo pragmático de una sociedad teocrática: son los recipientes de esa espera desesperada: el regreso de Quetzalcóatl, un retorno al origen sin separación, idéntico al encuentro con un futuro bienhechor. Todo el tiempo y todo el espacio debían caber en esos recipientes, pues quizá sería necesario esperar una eternidad para que el principio de la unión, la moral y la libertad regresasen a estos lugares.
La piedra debía resistir, desvelada. El insomnio era la condición de un encuentro. ¿Cuál ser/a la verdadera apariencia del dios que huyó hacia el sol? ¿Bajo que aspecto regresaría? Desconocida, la identidad de Quetzalcóatl fue usurpada por un hombre que llegó a destruir el tiempo y el espacio inventados para recibirlo. Hernán Cortés, al desembarcar en México el día previsto por los augurios divinos, cumplió la promesa destruyéndola. México impuso a Cortés la máscara de Quetzalcóatl. Cortés la rechazó e impuso a México la máscara de Cristo. Desde entonces, es imposible saber a quién se adora en los altares barrocos de Puebla, de Tlaxcala y de Oaxaca. Pero la confusión ha sido superada por la sangre: los indios, acostumbrados a que los hombres muriesen en honor de los dioses, se sintieron maravillados y vencidos por un dios que había muerto en honor de los hombres. ¿Cristo o Quetzalcóatl, el galileo coronado de espinas o la serpiente coronada de plumas?
Desde entonces, la historia de México es una segunda búsqueda de la identidad, de la apariencia, una búsqueda nuevamente tendida entre la necesidad y la libertad: más que conceptos, signos vivos de un destino que, una vez, se resolvió en el encuentro de la pura fatalidad y el puro azar. Fatal para el indígena. Azaroso para el español. Más trágico que Edipo, México no acaba de reconocerse en su máscara: a la fatalidad y el azar, opone el "albur": temible negación de los demás que nos conduce al suicidio de no poder reconocernos fuera de nosotros mismos. Y esa profunda inquietud acerca de su propia identidad —acerca de su necesidad y de su libertad probables— es lo que hace de México un país peligroso, un país apasionado. A fin de descubrirla sin engaños, México —como una calavera de Posada, como un monstruo de Cuevas— tiene que saltar con un grito desgarrante de la orilla de la necesidad a la orilla de la libertad —política, cultural, personal, económica—. ¿Es de extrañar que la historia oficial de nuestro país sea un ejercicio de enmascaramiento positivista con el propósito de evadir esa tensión, de volverla inocua?
Hace algunos inviernos y muchas noches, Artbur Miller me decía en su granja de Connecticut que, desde niño, lo que le había fascinado en la historia de la conquista de México era el encuentro dramático de un hombre que lo tenía todo —Moctezuma— y de un hombre que nada tenía —Cortés—. Más tarde, leyendo los escritos de psicoanálisis estructural de Jacgues Lacan, encontré este pensamiento: el subconsciente es el discurso del otro.
En cierto modo, de estas dos sugerencias nació Todos los gatos son pardos. Digo solo en cierto modo, pues básicamente esta pieza no es más que una respuesta o, para incurrir en galicismo, una contestación. Respuesta a mí mismo y contestación a México. A un tiempo, monólogo y diálogo; pero también, con suerte, coro. Pues en nuestro país, hablarse a sí mismo es hablar con los demás: la lírica ha sido la arteria central de la literatura mexicana; solo decimos la verdad en secreto, Y aun cuando hablamos en voz alta, seguimos hablando en voz baja; dulce dejo indígena, dicen algunos; voz del esclavo, digo yo, voz del hombre sometido que debió aprender la lengua de los amos y dirigirse a ellos con elaborado respeto, rezo y confesión, circunloquios, abundantes diminutivos y, cuando el señor da la espalda, con el cuchillo del albur y el alarido de la mentada.
Pero vista de otra manera, la literatura mexicana, desde la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España hasta Obsesivos días circulares y de fray Bernardino de Sahagún a fray José Emilio Pacheco, es un solo y vasto intento de recuperar la memoria recuperando la palabra. Porque en México la palabra pública, también desde tas Cartas de relación de Cortés hasta el penúltimo informe presidencial, ha vivido secuestrada por el poder y el poder, en México, es una operación de la amnesia. Si no fuese por la tarea de algunos escritores, la historia de México no tendría más voz que el zumbido de las moscas en los basureros de los discursos, las falsas promesas y las leyes incumplidas. Y cuando digo escritores, lo digo en el más amplio sentido: me refiero lo mismo a sor Juana Inés de la Cruz, que salva del silencio al virreinato, que a Emiliano Zapata, que alguna vez salvó a la Revolución de la mentira.
La lucha por la palabra, entre nosotros, equivale a la lucha por el poder, pero no por el poder burocrático, el poder armado o el poder retórico, sino por el poder ciudadano y personal, por el poder histórico de cada mexicano vivo y vivo ahora. Respuesta y contestación, Todos los gatos son pardos es a la vez una memoria personal e histórica, pues indagar sobre nuestros orígenes comunes para entender nuestra existencia presente requiere ambas memorias en México, el único país que yo conozco, además de España y los del mundo eslavo —no en balde excéntricos, como nosotros— donde preguntarse, ¿quién soy yo?, ¿quién es mi papá y quién es mi mamá?, equivale a preguntarse, ¿qué significa toda nuestra historia?
El poder y la palabra. Moctezuma o el poder de la fatalidad; Cortés o el poder de la voluntad. Entre las dos orillas del poder, un puente: la lengua, Marina, que con las palabras convierte la historia de ambos poderes en destino: el conocimiento del que es imposible sustraerse. Destino en y de la muerte, el sueño, la rebelión y el amor, le dice la Malinche a su hijo, el primer mexicano: muerte, sueño, rebelión y amor, no en cualquier orden, sino precisamente en ése, que indica los grados crecientes de la dificultad, de la carga y de la realización plena. Lo más fácil, entre nosotros, será morir; un paco menos fácil, soñar;  difícil, rebelarse;  dificilísimo, amar.
Si Moctezuma es la tragedia avasallada por la historia de los vencedores y Cortés es la historia contaminada por la tragedia de los vencidas, la Malinche, Marina, Malintzin reúne por un instante ambas esferas, nos recuerda que no hay historia comprensible si no toma en cuenta las excepciones personales de la tragedia, ni tragedia personalizable si no toma en cuenta las exigencias de la historia. Edipo es la gran excepción trágica al diseño histórico de Grecia;  la armonía es destruida por el destino. Hamlet es la gran excepción trágica al diseño histórico del Renacimiento: la voluntad es paralizada por la duda. Stalin es la gran, excepción trágica al diseño histórico del socialismo: la libertad revolucionaria es pervertida por el poder personal, La tragedia staliniana no ha sido afortunada: ha carecido de un lenguaje catártico, aunque no de imágenes simbólicas; las de Eisensteín en Iván el terrible. En cambio, las palabras de los dramaturgos griegos e isabelinos reintegran las excepciones trágicas al diseño histórico y, al mismo tiempo, dominan el orgullo y la ceguera de los proyectos históricos con el recordatorio trágico: la tragedia es la voz de la necesidad humana, la advertencia de las insuficiencias. Pero la conquista de México no es ni una revolución, ni una visión del mundo en crisis, ni la armonización crítica dentro de una cultura unitaria: es la historia de una colonización, y todo coloniaje envilece tanto al colonizador como al colonizado. Sin embargo, al contrario del coloniaje inglés, en la conquista española de México no solo existen dos diseños históricos contrapuestos (los anglosajones colonizaron el vacío cultural) sino que ambos son derrotados. Esto es lo que termina haciendo de la conquista española de México una tragedia, en tanto que la conquista inglesa de lo que después serían los Estados Unidos, es solo un genocidio. El diseño histórico del mundo indígena mexicano era la fatalidad, definida por el esperado regreso de Ouetzalcóatí: precisamente en el día previsto por el tiempo cíclico, la serpiente emplumada regresó, solo que su identidad fue usurpada por hombres, y por hombres crueles, rapaces, nuevos, enérgicos. Pues el verdadero diseño histórico de los conquistadores no correspondía ya al orden jerárquico, vertical, de la Edad Media; su signo era el signo renacentista de la voluntad", protagonizaba el ascenso a la existencia de los hombres nuevos, reclutados entre los bachilleres, los hidalgos pobretones, los aventureros y los labriegos de España, que desplazaban a los reyes y a la nobleza del centro activo del escenario pero que, a la postre, fueron frustrados por las jerarquías impersonales, religiosas y políticas, a las que representaban. Los indígenas fueron objeto de un culturicidio; los conquistadores fueron objeto de un personalicidio. España, con la Contrarreforma, instala sobre los restos del poder absoluto de Moctezuma, que a su vez se fundaba sobre la opresión colonial de los pueblos tributarios, las estructuras verticales y opresivas del poder absoluto de los Austrias. España se cierra y nos encierra. Tanto el mundo indígena mexicano como el mundo renacentista español quedan fuera del diseño histórico del virreinato. Un organicismo anacrónico derrota a un criticismo futurizable.
Corresponderá al nuevo mundo mestizo —a los hijos de la Malinche— inventar nuevos proyectos históricos y la lucha, hasta nuestros días, será entre colonizadores y descolonizadores. Mientras México no liquide el colonialismo, tanto el extranjero como el que algunos mexicanos ejercen sobre y contra millones de mexicanos, la conquista seguirá siendo nuestro trauma y pesadilla históricos: la seña de una fatalidad insuperable y de una voluntad frustrada.
El clamor de la Malinche es la advertencia del nuevo sacrificio humano y de la nueva necesidad humana del México nacido de la conquista. Pero sus palabras, al cabo, serán sofocadas por una tercera realidad, que en América Latina oculta y desvirtúa la verdad de la historia y la verdad de la tragedia: esa realidad es la épica, falsa historia y falsa tragedia que rehusa la crítica e impone la celebración.
Por la puerta falsa de la epopeya se cuela el autor, con la esperanza de penetrar al corazón del castillo e instalar en él, en vez de la gesta, el ritual. Y el ritual, tanto teatral como antropológicamente, significa la desintegración de una vieja personalidad y su reintegración en un nuevo ser.

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