martes, 28 de noviembre de 2023

UNA SEMANA CON PAUL VALERY. DÍA 4.L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U



 


L A L I B E R T A D D E L

E S P Í R I T U

P A U L V A L E R Y

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Es un signo de los tiempos, y no muy bueno,

que hoy sea necesario -y no sólo necesario, sino incluso

urgente- interesar a los espíritus en la suerte

del Espíritu, es decir en su propia suerte.

Esta necesidad surge al menos en hombres de

cierta edad (cierta edad es, desgraciadamente una

edad demasiado cierta), en hombres de cierta edad

que han conocido una época completamente diferente,

que han vivido una vida completamente diferente,

que han aceptado, sufrido, examinado los

males y bienes de la existencia en un medio completamente

diferente, en un mundo muy diferente.

Admiraron cosas que ya casi no se admiran; vieron

vivas verdades que están casi muertas; especularon,

en fin, acerca de valores cuyo descenso o

derrumbe es tan claro, tan manifiesto y tan ruinoso

para sus esperanzas y sus creencias, como el descenP

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so o el derrumbe de los títulos y las monedas que

consideraban, como todo el mundo, valores inquebrantables.

Asistieron a la bancarrota de la confianza que

habían tenido en el espíritu, confianza que fue para

ellos el fundamento y, de alguna manera, el postulado

de su vida ¿pero qué espíritu, y qué entendían

por esa palabra?...

Esa palabra es infinita, ya que evoca el origen y

el valor de todas las demás. Pero los hombres de los

que hablo le adjudicaban una significación particular:

tal vez entendían por espíritu una actividad personal

pero universal, actividad interior, actividad

exterior -que da a la vida, a las fuerzas mismas de la

vida, al mundo y a las reacciones que el mundo suscita

en nosotros-, un sentido y un uso, una aplicación

y una expansión del esfuerzo, o expansión de

acción, muy diferentes de los que están adaptados al

funcionamiento normal de la vida ordinaria, a la

mera conservación del individuo.

Para comprender bien este punto, tenemos que

entender aquí por el término «espíritu» la posibilidad

, la necesidad y la energía de distinguir y desarrollar

las reflexiones y los actos que no son

necesarios para el funcionamiento de nuestro orgaL

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nismo o que no tienden a una mejor economía de

ese funcionamiento.

Pues nuestro ser vivo, como todos los seres vivos,

exige la posesión de una capacidad, una capacidad

de transformación que se aplica a las cosas que

nos rodean en tanto nos las representamos.

Esta capacidad de transformación se prodiga

para resolver los problemas vitales que nos impone

nuestro organismo y nos impone nuestro medio.

Somos ante todo una organización de transformación

más o menos compleja (conforme a la especie

animal), ya que todo lo que vive está obligado a

prodigar y recibir de la vida, hay un intercambio de

modificaciones entre el ser vivo y su medio.

Sin embargo, una vez satisfecha la necesidad

vital, una especie, la nuestra, especie positivamente

extraña, cree su deber crearse otras necesidades y

otras tareas además de la de conservar la vida: otros

intercambios la preocupan, otras transformaciones

la requieren.

Sea cual sea el origen, sea cual sea la causa de

esta curiosa desviación, la especie humana se ha

empeñado en una inmensa aventura... Aventura cuyo

objetivo ignora, como ignora su término e incluso

cree ignorar sus límites.

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Se empeñó en esta aventura, y lo que llamo el

espíritu le ha provisto a la vez la dirección instantánea,

el aguijón, la punta, el empuje, el impulso, como

le ha provisto los pretextos y todas las ilusiones

que necesita para la acción. Esos pretextos e ilusiones

variaron, además, de época en época. La perspectiva

de la aventura intelectual es cambiante...

Esto es pues, aproximadamente, lo que quise

decir con mis primeras palabras.

Quiero detenerme un poco más sobre este

punto, para mostrar con más precisión cómo se diferencia

la capacidad humana -no completa-mentede

la capacidad animal que está concentrada en conservar

nuestra vida y se especializa en el cumplimiento

de nuestro ciclo habitual de funciones

fisiológicas.

Se diferencia; pero se asemeja, y está estrechamente

emparentada a ella. Es un hecho importante

que esta similitud, que radica en la reflexión, es singularmente

fecunda en consecuencias.

La observación es muy simple: no hay que olvidar

que, hagamos lo que hagamos, sea cual sea el

objeto de nuestra acción, cualquiera sea el sistema

de impresiones que recibimos del mundo que nos

rodea y sean las que sean nuestras reacciones, el

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mismo organismo es el encargado de esta misión, el

mismo aparato de relaciones se utiliza para las dos

funciones que indiqué, la útil y la inútil, la indispensable

y la arbitraria.

Son los mismos sentidos, los mismos músculos,

los mismos miembros; además son los mismos tipos

de signos, los mismos instrumentos de intercambio,

los mismos lenguajes, los mismos modos

lógicos, que participan en los actos más indispensables

de nuestra vida, y aparecen en los actos más

gratuitos, más convencionales, más suntuarios.

Resumiendo, el hombre no tiene dos instrumentos;

sólo tiene uno, y ese instrumento le sirve

tanto para la conservación de la existencia, del ritmo

fisiológico, como para emplearlo en las ilusiones y

en los trabajos de nuestra gran aventura.

Al comparar nuestras acciones, con frecuencia

me ha sucedido, acerca de una cuestión específica,

decir que los mismos órganos, los mismos músculos,

los mismos nervios producen la marcha tanto

como la danza, exactamente como nuestra facultad

de lenguaje nos sirve para expresar nuestras necesidades

y nuestras ideas, mientras las mismas palabras

y las mismas formas pueden combinarse y producir

obras de poesía. En los dos casos, un mismo mecaP

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nismo es utilizado para dos fines completamente

diferentes.

Es natural cuando se habla de los temas espirituales

(denominando espiritual a todo lo que es

ciencia, arte, filosofía, etc.), es pues natural, hablando

de nuestros temas espirituales y de nuestros problemas

de orden práctico, que exista entre ellos un

paralelismo notable, que ese paralelismo se pueda

estudiar y a veces deducir de él una enseñanza.

Se pueden simplificar así algunos problemas

muy difíciles, poner en evidencia la similitud que

existe, a partir de los órganos de acción y de relación,

entre la actividad que se puede llamar superior,

y la actividad que se puede llamar práctica, o pragmática...

Por una y otra parte, ya que son los mismos órganos

los que se utilizan, hay analogía de funcionamiento,

correspondencia de las fases y de las

condiciones dinámicas; todo esto es de origen profundo,

de origen sustancial, ya que es el mismo organismo

quien lo inspira.

Hace un momento les decía hasta qué punto los

hombres de mi edad están tristemente afectados por

la época que sustituye, tan pronta y brutalmente, a la

época que conocieron, y les decía hace un momenL

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to: -pronunciaba en relación a esto, la palabra Valor.

Me parece que hablé de la caída y la bancarrota que

se produce ante nuestros ojos, de los valores de la

vida; y por ese término «valor» reunía en una misma

expresión, bajo un mismo signo, los valores de orden

material y los valores de orden espiritual.

Dije «valor» y es precisamente de eso de lo que

deseo hablar; es el punto capital sobre el cual querría

llamar la atención.

Hoy estamos en presencia de una verdadera y

gigantesca transmutación de valores (para utilizar la

excelente expresión de Nietzsche), e intitulando esta

conferencia «Libertad del Espíritu», simplemente

hice alusión a uno de los valores esenciales que en la

actualidad parece sufrir la suerte de los valores materiales.

Así pues dije «valor» y dije que hay un valor llamado

«espíritu», como hay un valor petróleo, trigo u

oro.

Dije valor, porque hay evaluación, juicio de importancia

y hay también discusión sobre el precio

que se está dispuesto a pagar por este valor: el espíritu.

Puede haberse hecho una inversión en este valor;

se la puede seguir, como dicen los hombres de

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la Bolsa; se pueden observar sus fluctuaciones, como

en cualquier cotización que representa la opinión

general del mundo sobre él.

Se puede ver en esta cotización inscrita en todas

las páginas de los diarios, cómo viene compitiendo

aquí y allá con otros valores.

Porque hay valores rivales. Son por ejemplo: el

poder político, que no siempre está de acuerdo con

el valor espíritu, el valor seguridad social, y el valor

organización del Estado.

Todos esos valores que suben y bajan constituyen

el gran mercado de los negocios humanos.

Entre ellos, el desdichado valor espíritu casi no

deja de bajar.

La consideración del valor espíritu permite, como

todos los valores, dividir a los hombres según la

confianza que pusieron en él.

Hay hombres que depositaron todo, todas sus

esperanzas, todas sus economías de vida, de corazón

y de fe.

Hay otros que se le han consagrado mediocremente.

Para ellos, es una inversión sin demasiado

interés, sus fluctuaciones les interesan muy escasamente.

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Hay otros que se preocupan extremadamente

poco por ellas, que no pusieron su dinero vital en

este negocio.

Y por fin, hay que confesar que están quienes lo

hacen descender lo más posible.

Ya ven que tomo prestado el lenguaje de la Bolsa.

Puede parecer extraño, adaptado a cosas espirituales;

pero considero que no hay otro mejor y tal

vez, que no hay otro para expresar relaciones de

esta especie, pues la economía espiritual, como la

economía material, cuando se las piensa, se resumen

una y otra muy bien en un simple conflicto de evaluaciones.

A menudo me sorprendieron, pues, las analogías

que aparecen, sin que fueran solicitadas en absoluto,

entre la vida del espíritu y sus

manifestaciones, y la vida económica y las suyas.

Una vez que se ha percibido esta similitud es casi

imposible no seguirla hasta el limite.

En uno y otro asunto, en la vida económica

como en la vida espiritual, encontrarán ante todo las

mismas nociones de producción y de consumo.

El productor, en la vida espiritual, es un escritor,

un artista, un filósofo, un sabio; el consumidor

es un lector, una audiencia, un espectador.

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Asimismo encontrarán esta noción de valor que

acabo de retomar, que es esencial en los dos órdenes,

como lo es la noción de intercambio y la de

oferta y demanda.

Todo esto es simple, todo esto se explica fácilmente;

son términos que tienen sentido tanto sobre

el mercado interior (donde cada espíritu discute,

negocia o transige con el espíritu de los otros) como

en el universo de los intereses materiales.

Además, se puede considerar igualmente el trabajo

y el capital por ambos lados; una civilización es

un capital cuyo crecimiento puede proseguirse durante

siglos como el de ciertos capitales, y que absorbe

en sí sus intereses compuestos.

Este paralelismo sorprende a la reflexión; la

analogía es muy natural; podría llegar a ver en él una

verdadera identidad, y la razón es que: primero, ya

lo dije, interviene el mismo tipo orgánico bajo los

nombres de producción y de recepción -producción

y recepción son inseparables de los intercambios;

pero, aún más, todo lo social resulta de las relaciones

entre el gran número de individuos, todo lo que

ocurre entre el vasto sistema de seres vivos y pensantes

(más o menos pensantes), cada uno de los

cuales es a la vez solidario con todos los demás, y

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opuesto a todos los otros -único, en cuanto a sí,

indiscernible e inexistente en el interior del número.

Este es el punto. Se observa y se verifica tanto

en el orden práctico como en el orden espiritual. De

un lado, el individuo; del otro, la cantidad indistinta

y las cosas; en consecuencia, la forma general de

esas relaciones no puede ser muy diferente, ya se

trate de producción, intercambio o consumo de

productos para el espíritu, o bien producción, intercambio

o consumo de productos en la vida material.

¿Cómo podría ser de otra manera?... Volvemos

a encontrar el mismo problema; siempre individuo y

cantidad indistinta de individuos en relaciones directas

o indirectas; sobre todo indirectas, porque, en

el mayor número de casos, sufrimos indirectamente

la presión exterior tanto en materia económica como

en materia espiritual, y recíprocamente, ejercemos

nuestra acción exterior sobre una cantidad

indeterminada de auditores o de espectadores.

Se establece así una doble relación. Ya que tiene

que haber intercambio mientras por otra parte hay

pluralidad de necesidades y pluralidad de hombres,

desde el momento que la singularidad de los individuos,

sus gustos que son incomunicables, o bien su

capacidad, su industria, talentos e ideologías persoP

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nales se exponen en el mercado, ya se trate de doctrinas

o de ideas, de materias primas o de objetos

manufacturados, la competencia que esos valores

individuales se provocan, compone el equilibrio

móvil, equilibrio que determinan, por un instante

solamente, los valores de ese instante.

Así como tal mercadería hoy vale tanto, durante

algunas horas, porque está sujeta a bruscas fluctuaciones,

o a variaciones muy lentas, pero continuas;

asimismo los valores en materia de gusto, doctrinas,

estilo, ideal, etc.

Sólo que la economía del espíritu nos propone

fenómenos mucho más difíciles de definir, pues en

general no son calculables y aparte no están establecidos

por organismos o instituciones especializadas

a ese efecto.

Ya que consideramos al individuo en contraste

con sus semejantes, recordemos el adagio de los

antiguos, que sobre gustos no hay nada escrito. Pero

de hecho, es todo lo contrario; no se hace otra cosa.

Pasamos nuestro tiempo discutiendo acerca de

gustos y de colores. Lo hacemos en la Bolsa, lo hacemos

en infinitos jurys, en las Academias y no

puede ser de otra manera; todo es regateo en los

casos donde el individuo, el colectivo, el singular y

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el plural deben enfrentarse y buscar ya entenderse,

ya reducirse a silencio.

Aquí la analogía que seguimos es tan sorprendente

que atañe a la identidad.

Así, cuando hablo del espíritu, quiero señalar

ahora un aspecto y una propiedad de la vida colectiva;

aspecto, propiedad tan reales como la riqueza

material, y a veces tan precaria como ésta.

Quiero pensar una producción, una evaluación,

una economía, próspera o no, más o menos estable,

tanto como otra, que se desarrolla o declina, que

tiene sus fuerzas universales, sus instituciones, sus

leyes propias y tiene también sus misterios.

No crean que me complazco aquí en realizar

una simple comparación, más o menos poética y

que, de la idea de la economía material, paso por

simples artificios retóricos a la economía espiritual o

intelectual.

En realidad, si quisiéramos reflexionar, sería todo

lo contrario. Es el espíritu el que ha comenzado,

y no podría ser de otro modo.

Necesariamente es el comercio de los espíritus

el primer comercio del mundo, el primero, el que ha

comenzado, el que necesariamente es el inicial, pues

antes de trocar las cosas, es necesario que se troP

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quen los signos, y por consiguiente es necesario que

se instituyan los signos.

No hay mercado, no hay intercambio sin lenguaje;

el primer instrumento de todo tráfico es el

lenguaje, se puede decir aquí (dándole un sentido

convenientemente alterado) el célebre enunciado: Al

comienzo fue el Verbo. Fue necesario que el Verbo

precediera al acto mismo del comercio.

Pero el verbo no es otra cosa que uno de los

nombres más precisos de lo que he llamado el espíritu.

El espíritu y el verbo son casi sinónimos en

muchos usos. El término que se traduce por verbo

en la Vulgata, es el griego «logos» que quiere decir

simultáneamente cálculo, razonamiento, palabra,

discurso, conocimiento, al mismo tiempo que expresión.

En consecuencia, al decir que el verbo coincide

con el espíritu, no creo decir una herejía - incluso en

el orden lingüístico.

Por otra parte, la mínima reflexión hace evidente

que en todo comercio es necesario que haya

antes con qué iniciar una conversación, designar el

objeto que se debe intercambiar, mostrar lo que necesitamos;

por eso se necesita algo sensible, pero

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que tenga poder inteligible; y ese algo, es lo que llamé

de un modo general, el verbo.

El comercio de los espíritus precede pues al

comercio de las cosas. Voy a demostrar que lo

acompaña, y de muy cerca.

No sólo es lógicamente necesario que sea así,

sino que también puede establecerse históricamente.

Encontrarán su demostración en el hecho notable

de que las regiones del globo que han conocido el

comercio de cosas más desarrolladas, el más activo

y más antiguamente establecido, son también las

regiones del globo donde la producción de los valores

del espíritu, la producción de ideas, la producción

de obras del espíritu y de obras de arte han

sido más precoces y más fecundas y más diversas.

Además observo que en esas regiones, lo que se

llama libertad del espíritu ha sido más ampliamente

admitido, y agrego que no podía ser de otro modo.

Desde que las relaciones se vuelven más frecuentes,

activas, extremadamente numerosas entre

los hombres, es imposible mantener entre ellos

grandes diferencias, no de castas o de estatutos,

pues esta diferencia puede subsistir, sino de comprensión.

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La conversación, incluso entre superiores e inferiores,

adquiere una familiaridad y una facilidad que

no surge en las regiones donde las relaciones son

mucho menos frecuentes; por ejemplo es sabido

que en la antigüedad, y en particular en Roma, el

esclavo y su patrón mantenían relaciones totalmente

familiares a pesar de la dureza, la disciplina y las

atrocidades que podían ejercerse legalmente.

Decía pues, que la libertad de espíritu y el espíritu

mismo se han desarrollado más en las regiones

donde simultáneamente se desarrollaba el comercio.

En cualquier época, sin excepción, una producción

intensa de arte, de ideas, de valores espirituales se

revela en puntos culminantes por la actividad económica

que allí se observa. En lo concerniente a la

cuenca del Mediterráneo, se sabe que presentó el

ejemplo más asombroso y convincente.

La cuenca, efectivamente es un lugar de algún

modo privilegiado, predestinado, providencialmente

señalado como para que se produjera sobre sus

márgenes, se estableciera entre sus orillas, uno de

los comercios más activos.

Se perfila y se profundiza en la región más templada

del globo; ofrece facilidades muy particulares

para la navegación; baña tres zonas del mundo muy

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diferentes; y en consecuencia atrae a las más diversas

razas; las pone en contacto, en competencia, en

armonía o en conflicto; las enciende, como también

a los intercambios de cualquier naturaleza. La cuenca

tiene la propiedad tan notable de que se puede

llegar bien por vía terrestre siguiendo el litoral o

bien atravesando el mar, de un punto a otro totalmente

diferente de su contorno, y durante siglos ha

sido teatro de la mezcla y de los contrastes de diferentes

familias de la especie humana, que mutuamente

se enriquecieron con experiencias de todo

orden.

En la cuenca, entusiasmo por el intercambio,

viva competencia, competencia del negocio, competencia

de fuerzas, competencia de influencias,

competencia de religiones, competencia de propagandas,

competencia simultánea de los productos

materiales y de los valores espirituales; casi no había

diferencias.

El mismo navío, la misma barca traían mercaderías

y dioses; ideas y procedimientos.

Cuántas cosas se desarrollaron en las costas del

Mediterráneo, por contagio o por irradiación.

Así se constituyó ese tesoro al que nuestra cultura

debe casi todo, al menos en sus orígenes; pueP

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do decir que el Mediterráneo constituyó una verdadera

máquina de fabricar de la civilización.

Pero todo esto establecía necesariamente la libertad

del espíritu, estableciendo al mismo tiempo

negocios.

Encontramos pues estrechamente asociados sobre

las costas del Mediterráneo: Espíritu, cultura y

comercio.

Pero hay otro ejemplo menos banal que el que

acabo de dar. Consideren la línea del Rin, esta línea

de agua que va desde Basilea hasta el mar, y adviertan

la vida que se ha desarrollado sobre las costas

de esta gran vía fluvial, desde los primeros siglos

de nuestra era hasta la guerra de los Treinta Años.

Todo un sistema de ciudades parecidas se asentó a

lo largo del río, que juega el papel de un conductor

como el Mediterráneo, y de un colector. Ya se trate

de Estrasburgo, de Colonia o de otras ciudades

hasta el mar, estos poblados se conforman en condiciones

análogas y presentan una similitud notable

en su espíritu, sus instituciones, sus funciones y su

actividad a la vez material e intelectual.

Son ciudades donde la prosperidad surge temprano;

ciudades de comerciantes y de banqueros; su

sistema, se extiende hacia el mar y se comunica al

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oeste con las ciudades industriales de Flandes y con

los puertos hanseáticos hacia el nordeste.1

Allí, la riqueza material, la riqueza espiritual o

intelectual y la libertad de las formas comunales, se

instituyen, se consolidan, se fortifican de siglo en

siglo. Son plazas financieramente potentes y son

posiciones estratégicas del espíritu. Encontramos

una industria que requiere de técnicos a la vez que la

banca exige diseñadores y diplomáticos de negocios,

gente especialmente dedicada al intercambio en una

época donde los medios de intercambio y de circulación

eran muy poco prácticos; pero también descubrimos

vitalidad artística, curiosidad erudita,

producción de pintura, de música, de literatura -en

suma, una creación y una circulación de valores totalmente

paralela a la actividad económica de los

mismos centros.

1 Liga o Hanse de ciudades comerciales de Alemania del No-roeste, a la

cabeza de las cuales estaba Lubeck. La Hanse o liga hanseática data de

1241, tenía por finalidad proteger el' comercio de las ciudades alemanas

contra los piratas del Báltico y defender sus franquicias contra sus vecinos.

Hamburgo, Lubeck y Colonia eran los principales centros. Esta

confederación política y comercial floreció durante varios siglos y extendió

ampliamente su comercio. A fines del siglo XV poseía flota, ejército,

un tesoro y un gobierno particular. La marina de estas ciudades tenía el

monopolio del comercio del Báltico y la liga tenía oficinas desde Nantes

a la extrema Rusia. La guerra de los Treinta Años señaló su decadencia.

(N. de la T.)

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Es entonces cuando se inventa la imprenta;

desde allí se propaga por el mundo; pero es en la

costa del río, y como elemento del comercio producido

por el río, que puede desarrollarse la industria

del Libro y alcanzar todo el espacio del mundo civilizado.

Ya dije que todas esas ciudades presentan notables

similitudes en su espíritu, costumbres y organización

interna; obtienen o compran una especie de

autonomía.

En ellas la riqueza y el aficionado se dan cita y

tampoco falta el conocedor. El espíritu alienta en

forma de artistas, escritores o impresores: descubre

uno de los más favorables terrenos de elección para

la cultura, que exige de libertad y de recursos.

Así este conjunto de ciudades crea a lo largo del

río una franja de territorios que se ramifican hacia el

mar y se oponen a las regiones interiores del Este y

del Oeste que son agrícolas, regiones éstas que durante

mucho tiempo perduran como de tipo feudal.

Está claro que hago aquí una exposición muy

sumaria y que sería necesario, para precisar el panorama

que acabo de esbozar, consultar muchos libros

y reconstruir toda mi composición de época y de

lugares. Pero lo que he dicho bastará tal vez para

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justificar mi opinión acerca del paralelismo de los

desarrollos intelectuales con el desarrollo comercial,

bancario, industrial de las regiones mediterránea y

renana.

Lo que denominamos la Edad Media se transformó

en mundo moderno por la acción de los intercambios

-acción que lleva al punto más alto la

temperatura del espíritu. No porque la Edad Media

haya sido un período oscuro, como se ha dicho.

Están sus testigos de piedra. Pero esos trabajos, las

construcciones de catedrales, obras in-comparables

que levantaron sus arquitectos, franceses sobre todo,

son para nosotros verdaderos enigmas si nos

preguntamos sobre las condiciones de su concepción

y su ejecución.

En efecto, no tenemos ningún documento que

nos informe sobre la verdadera cultura de esos

maestros de la construcción, que sin embargo debían

tener una ciencia muy desarrollada para construir

obras de esta amplitud y extrema audacia. No

nos dejaron tratados de geometría, ni de mecánica,

arquitectura, resistencia de los materiales, perspectiva,

ni planos, ni diseños, nada que nos aporte la mínima

claridad sobre lo que sabían.

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Una cosa, sin embargo, conocemos: que estos

arquitectos eran nómades. Iban construyendo de

ciudad en ciudad. Aparentemente transmitían de

persona a persona sus procedimientos teóricos y

técnicos de construcción. Los obreros y sus jefes o

capataces se formaban en sociedades de compañeros,

que iban transmitiéndose los procedimientos de

corte de piedra y de aparejamiento, de encofrado, de

cerrajería. Pero ningún documento escrito nos ha

llegado sobre todas esas técnicas. El famoso cuaderno

de Villard de Honnecourt es un documento

totalmente insuficiente.

Los viajeros-constructores, introductores de

métodos y recetas de arte eran pues también instrumentos

de intercambio -pero primitivos, personales

y además celosos de sus secretos y de sus

habilidades manuales. Ellos mantenían arcano lo

que una época de intensa cultura tiende a transmitir

lo más posible, y tal vez, a transmitir demasiado.

También había una cierta vida intelectual en los

monasterios. En la sombra de los claustros pudo

nacer el estudio de la antigüedad, la literatura y las

lenguas, la civilización de los antiguos ser estudiada,

preservada, cultivada durante algunos tristes siglos...

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La vida del espíritu es, en todo Occidente, terriblemente

pobre entre siglo V y el XI. Incluso en la

época de las primeras cruzadas, no se compara con

lo que se observaba en Bizancio y en el Islam, de

Bagdad a Granada, en el orden de las artes, las ciencias

y las costumbres. Saladino debía ser, por sus

gustos y cultura, muy superior a Ricardo Corazón

de León.

¿Esta mirada sobre la alta Edad Media no se corresponde

con nuestro tiempo?

Cultura, variaciones de la cultura, valor de las

cosas del espíritu, estimación de sus producciones,

importancia que se da en la jerarquía de las necesidades

del hombre, hoy sabemos que por un lado

todo esto está en relación con la facilidad de la multiplicidad

de los intercambios de cualquier especie;

por otro lado, que es extrañamente precario. Todo

lo que ocurre hoy debe relacionarse con estos dos

puntos. Miremos en nosotros y a nuestro alrededor.

Lo que constatamos, lo he resumido en mis primeras

palabras.

Les decía que en el invitar a los espíritus a preocuparse

por el Espíritu y su destino, surgía un signo

de los tiempos, un síntoma. ¿Se me hubiera ocurrido

esta idea si todo el conjunto de impresiones no

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hubiera sido demasiado significativo y potente como

para hacerme pensar y que esta reflexión se hiciera

acto? Y este acto, que consiste en expresarlo

ante ustedes ¿podría haberlo realizado si no hubiera

presentido que mis impresiones eran las de mucha

gente, que la sensación de disminución del espíritu,

de amenaza para la cultura, de un crepúsculo de las

divinidades más puras era una sensación que se imponía

con más y más fuerza en todos los que pueden

tener percepciones acerca de los valores

superiores de los que hablamos?

Cultura, civilización son sustantivos demasiado

vagos que puede ser divertido diferenciar, oponer o

conjugar. No me detendré en eso. Para mí, ya lo he

dicho, se trata de un capital que se forma, se emplea,

se conserva, se aumenta, declina, como todos

los capitales imaginables -el más conocido de los

cuales es, sin duda, lo que denominamos nuestro

cuerpo...

¿De qué se compone ese capital Cultura o Civilización?

Primero está constituido por cosas, objetos

materiales -libros, cuadros, instrumentos, etc.-,

que tienen su duración probable, su fragilidad, su

precariedad de cosas. Pero ese material no basta.

No más que un lingote de oro, una hectárea de

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buena tierra, o una máquina no son capi-tales en

ausencia de hombres que tienen necesidad de ellos y

que saben utilizarlos. Consideren estas dos condiciones.

Para que el material de la cultura sea un capital

exige, también él, la existencia de hombres que

lo necesiten y que puedan utilizarlo -es decir hombres

que tengan sed de conocimientos y de poder

de transformación interiores, sed de desarrollo de su

sensibilidad; y que sepan, además, adquirir o ejercer

lo que corresponde a hábitos, disciplina intelectual,

convenciones y prácticas para utilizar el arsenal de

documentos y de instrumentos que los siglos han

acumulado.

Digo que el capital de nuestra cultura está en

peligro. Lo está bajo varios aspectos. Lo está de diversas

maneras. Brutalmente. Insidiosamente. Está

atacado por más de uno. Disipado, descuidado, envilecido

por todos nosotros. Los progresos de esta

disgregación son evidentes.

Aquí mismo, varias veces dí ejemplos. Mostré lo

mejor posible hasta qué punto toda la vida moderna

constituye, bajo apariencias a menudo muy brillantes

y muy seductoras, una verdadera enfermedad de

la cultura, ya que somete a esta riqueza que debe

acumularse como una riqueza natural, ese capital

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que debe formarse mediante capas progresivas en

los espíritus, la somete a la agitación general del

mundo, propagada, proyectada por la exageración

de todos los medios de comunicación. En este

punto de actividad, los intercambios demasiado rápidos

son fiebre, la vida se vuelve devoración de la

vida.

Perpetuas conmociones, novedades, noticias;

inestabilidad esencial, transformada en verdadera

necesidad, nerviosidad generalizada por todos los

medios que el mismo espíritu ha creado. Se puede

decir que hay suicidio en esta forma ardiente y superficial

de existencia del mundo civilizado.

¿Cómo concebir el futuro de la cultura cuando

la edad que tenemos permite comparar lo que fue

antes con lo que está desarrollando? Este es un

simple hecho que propongo a la reflexión como se

impuso a la mía.

He asistido a la desaparición progresiva de seres

extremadamente preciosos para la formación regular

de nuestro capital ideal, tan preciosos como los

mismos creadores. He visto desaparecer uno a uno

esos entendidos, los inapreciables aficionados que,

si bien no creaban obra, creaban su verdadero valor;

eran jueces apasionados pero incorruptibles, para

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

29

los cuales o contra los cuales era bueno trabajar.

Sabían leer: virtud que se ha perdido. Sabían escuchar,

e incluso oír. Sabían ver. Es decir que lo que

apreciaban releer, volver a escuchar o volver a ver,

se constituía, por ese regreso, en valor sólido. Así

aumentaba el capital universal.

No digo que todos hayan muerto y que no puedan

nacer nunca más. Pero constato con pena su

extremada disminución. Tenían por profesión ser sí

mismos y gozar de su opinión con total independencia,

que ninguna publicidad, ningún artículo

conmovía.

La más desinteresada y más ardiente vida intelectual

y artística era su razón de ser.

No había espectáculo, exposición, libro al que

no concediesen su escrupulosa atención.

Con alguna ironía se los calificaba a veces como

hombres de gusto, pero la especie se volvió tan rara,

que el mismo término ya es tomado como burla. Es

una pérdida importante, pues nada es más valioso

para el creador que los que pueden apreciar su obra

y sobre todo dar al cuidado de su trabajo, al valor de

trabajo del trabajo, la evaluación de la que hablaba

hace un momento, la estimación que fija, fuera de la

P A U L V A L E R Y

30

moda y del efecto de un día, la autoridad de una

obra y de un nombre.

Hoy las cosas van muy rápido, las reputaciones

se crean velozmente y se desvanecen del mismo

modo. No se hace nada estable, pues nada se hace

para lo estable.

¿Cómo quieren que el artista no sienta, bajo la

apariencia de difusión del arte, de su enseñanza generalizada,

toda la futilidad de la época, la confusión

de valores que allí se produce, toda la facilidad que

favorece?

Si concede a su trabajo todo el tiempo y el cuidado

que puede darle, lo concede con el sentimiento

de que algo de ese trabajo se impondrá al

espíritu de quien lo lee; espera que le sea devuelto,

mediante una cierta cualidad y cierto período de

atención, un poco del esfuerzo que se ha tomado

escribiendo su página.

Confesemos que le pagamos muy mal... No es

nuestra culpa, estamos abrumados de libros. Sobre

todo estamos asediados por lecturas de interés inmediato

y violento. Hay en las hojas de los diarios

tal diversidad, tal incoherencia, tal intensidad de noticias

(sobre todo en ciertos días) que el tiempo que

podemos otorgar sobre veinticuatro horas a la lectuL

A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

31

ra está completamente ocupado, y los espíritus turbados,

agitados o sobreexcitados.

El hombre que tiene un empleo, el hombre que

gana su vida y que puede consagrar una hora por

día a la lectura, la haga en su casa, en el tranvía o en

el subte, la hora es devorada por las noticias criminales,

necedades incoherentes, chismes y los hechos

menos diversos, cuyo desorden y abundancia parecen

concebidos para atontar y simplificar groseramente

los espíritus.

Nuestro hombre está perdido para el libro...

Esto es fatal y no podemos hacer nada.

Todo esto trae como consecuencia una disminución

real de la cultura; y, en segundo lugar, una

disminución real de la verdadera libertad de espíritu,

pues esta libertad exige un desprendimiento, un rechazo

de todas esas sensaciones incoherentes o

violentas que recibimos de la vida moderna a cada

instante.

Acabo de hablar de libertad... Existe simplemente

la libertad, y la libertad de los espíritus.

Todo esto sale un poco de mi tema, pero sin

embargo tenemos que detenernos brevemente. La

libertad, palabra inmensa, palabra que la política ha

utilizado ampliamente -pero que proscribe; aquí y

P A U L V A L E R Y

32

allá, desde hace algunos años- la libertad ha sido un

ideal, un mito; ¡ha sido una palabra llena de promesas

para unos, llena de amenazas para otros! Una

palabra que ha enfrentado a los hombres y agitado

las calles. Una palabra que era la palabra de reunión

de los que parecían más débiles y se sentían más

fuertes, contra los que parecían los más fuertes y no

se sentían más débiles.

La libertad política es difícilmente separable de

las nociones de igualdad, de las nociones de soberanía;

pero es difícilmente compatible con la idea de

orden; y a veces con la idea de justicia.

Pero no es ése mi tema.

Vuelvo al espíritu. Cuando se examinan un poco

más de cerca todas esas libertades políticas, rápidamente

se llega a apreciar la libertad de

pensamiento.

La libertad de pensamiento se confunde en los

espíritus con la libertad de publicar, que no es lo

mismo.

Jamás se impidió a nadie pensar como quisiera.

Sería difícil; a menos que se tengan aparatos para

rastrear el pensamiento en los cerebros. Se llegará a

eso seguramente, pero todavía no es del todo así, ¡y

no deseamos ese descubrimiento! La libertad de

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

33

pensamiento, mientras tanto, existe -en la medida

en que no esté limitada por el mismo pensamiento.

Es muy bonito tener libertad para pensar, ¡pero

aún hay que pensar algo!

Pero en el uso más ordinario en que se dice libertad

de pensar, se quiere decir libertad de publicar,

o bien libertad de enseñar.

Esta libertad da lugar a graves problemas: siempre

suscita alguna dificultad; y tanto la Nación, como

el Estado, como la Iglesia, tanto la Escuela,

como la Familia, han criticado la libertad de pensar

publicando, de pensar públicamente o de enseñar.

Son ellas potencias más o menos celosas de las

manifestaciones exteriores del individuo pensante.

No quiero ocuparme aquí del fondo de la cuestión.

Es un asunto de casos particulares. Es cierto

que en tales casos, es bueno que la libertad de publicar

sea vigilada y restringida.

Pero el problema se vuelve muy difícil cuando

se trata de medidas generales. Por ejemplo, está claro

que durante una guerra es imposible permitir la

publicación de todo. No sólo es imprudente permitir

publicar noticias sobre la conducción de las operaciones;

esto lo comprende todo el mundo, pero

P A U L V A L E R Y

34

hay además algunas cosas que el orden público no

permite que sean publicadas.

No es todo. La libertad de publicar que es una

parte esencial de la libertad de comercio del espíritu,

se encuentra hoy, en ciertos casos, en ciertas regiones,

severamente restringida y también suprimida de

hecho.

Ustedes advierten hasta qué punto este tema es

tórrido; y que se plantea un poco en todas partes.

Quiero decir en todo lugar donde aún se puede

plantear un tema cualquiera.

Personalmente no soy de los más proclives a

publicar mis ideas. Perfectamente se puede no publicar

¿quién obliga a publicar?... ¿Qué demonio?

¿Por qué hacerlo, después de todo? Uno puede

guardar sus ideas. ¿Por qué exteriorizarlas?...

Son tan bellas en el fondo de un cajón como en

una cabeza...

Pero hay gente a la que le gusta publicar, a la

que gusta inculcar sus ideas a los otros, que sólo

piensan para escribir, y que sólo escriben para publicar.

Ellos se aventuran entonces en el espacio

político. Aquí se perfila el conflicto.

La política, obligada a falsificar todos los valores

que el espíritu tiene por misión controlar, admite

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

35

todas las falsificaciones o todas las reticencias que le

convienen, que estén de acuerdo con ella y rechaza

incluso violentamente, o prohíbe a todas las que no

lo son.

Resumiendo ¿qué es la política?...

La política consiste en la voluntad de conquista

y de conservación del poder; exige en consecuencia,

una acción de coacción o de ilusión sobre los espíritus,

que son la materia de todo poder.

Necesariamente, todo poder piensa en impedir

la publicación de cosas que no convienen a su ejercicio.

Se empeña en eso al máximo. El espíritu político

termina siempre por obligar a falsificar.

Introduce en la circulación, en el comercio, la falsa

moneda intelectual; introduce nociones históricas

falsificadas; construye razonamientos aparentes; en

suma, se permite todo lo que necesita para conservar

su autoridad, que es llamada, no sé por qué, moral.

Hay que confesar que en todos los casos, política

y libertad de espíritu se excluyen. Esta es la enemiga

esencial de los partidos, como lo es, además,

de toda doctrina en posesión del poder.

Por eso quise insistir sobre los matices que estas

expresiones pueden implicar en francés.

P A U L V A L E R Y

36

La libertad es una noción que aparece en expresiones

contradictorias, ya que las empleamos a veces

para decir que podemos hacer lo que querramos, y a

veces para decir que podemos hacer lo que no queremos,

lo que es, para algunos, el máximo de la libertad.

Esto equivale a decir que hay varios seres en

nosotros, pero al disponer de un único y mismo

lenguaje, puede suceder que una misma palabra

(como libertad) se utilice según necesidades de expresión

muy diferentes. Es una palabra buena para

todo.

Somos libres porque nada se opone a lo que se

nos propone y nos seduce y también somos supremamente

libres porque, al sentirnos desembarazados

de una seducción o tentación, podremos actuar

contra su tendencia: hay allí un máximo de libertad.

Observemos pues un poco esta noción tan furtiva

en sus usos espontáneos. De inmediato descubro

que la idea de libertad no es inicial en nosotros;

nunca se la evoca si no como provocación; quiero

decir que siempre es una respuesta.

Jamás pensamos que somos libres cuando nada

nos demuestra que no lo somos, o que podríamos

no serlo. La idea de libertad es una respuesta a cierta

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

37

sensación o a cierta hipótesis de molestia, de impedimento,

de resistencia, que se opone a un impulso

de nuestro ser, a un deseo de los sentidos, a una

necesidad, y también al ejercicio de nuestra voluntad

meditada.

No soy libre sino cuando me siento libre; pero

no me siento libre sino cuando me pienso obligado,

cuando me pongo a imaginar un estado que contrasta

con mi estado presente.

La libertad, pues, no es sensible, no es concebida,

no es deseada sino por efecto de un contraste.

Si mi cuerpo encuentra obstáculos en sus movimientos

naturales, en sus reflexiones; si mi pensamiento

es perturbado en sus operaciones por

algún dolor físico, por alguna obsesión, por la acción

del mundo exterior, por la estridencia, por el

calor excesivo o el frío, por la trepidación o por la

música que hacen los vecinos, aspiro a un cambio

de estado, a una liberación, a una libertad. Trato de

reconquistar el uso de mis facultades en su plenitud.

Trato de negar el estado que me lo rehúsa.

Ven ustedes pues que existe negación en ese

término libertad cuando se busca su papel original,

en estado naciente.

P A U L V A L E R Y

38

Esta es el resultado que obtengo. Puesto que la

necesidad de libertad y la idea no se provocan en

aquellos que no están sujetos a molestias y a impedimentos,

cuanto menos sensibles a esas restricciones

seamos, menos se provocará el término y el

reflejo libertad.

Un ser poco sensible a los obstáculos que surgen

a la libertad del espíritu, a las adversidades que

le imponen los poderes públicos, por ejemplo, o a

circunstancias exteriores de cualquier tipo, sólo

reaccionará un poco contra esas adversidades.

No sufrirá ningún estremecimiento de rebelión,

ningún reflejo, ninguna resistencia contra la autoridad

que le impone ese obstáculo. Al contrario, en

muchos casos se encontrará aliviado de una vaga

responsabilidad. Liberarse, para él, su libertad, consistirá

en sentirse descargado de la preocupación de

pensar, de decidir y de desear.

Comprenden las consecuencias enormes de esto:

en los hombres donde la sensibilidad por las cosas

del espíritu es tan débil que las presiones que se

ejercen sobre la producción de las obras del espíritu

son imperceptibles, no hay reacciones, al menos

exteriores.

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

39

Ustedes saben que esta consecuencia se verifica

muy cerca nuestro: observen en el horizonte los

efectos más visibles de esta presión sobre el espíritu,

y al mismo tiempo observen la poca reacción que

provoca. Esto es un hecho.

Y demasiado evidente. Tampoco quiero juzgar

porque no me corresponde juzgar. ¿Quién puede

juzgar a los hombres?... ¿No es considerarse más

que hombre?

Si hablo de esto es porque para nosotros no

existe un tema más interesante, pues no sabemos

qué nos reserva el futuro, a nosotros, que llamaré

hombres del espíritu si quieren...

Considero hoy a la vez necesario e inquietante

estar obligados a invocar, no sólo lo que se llama

derechos del espíritu, ¡son sólo palabras!... no hay

derechos si no hay fuerza... sino invocar el interés,

para todo el mundo, en la preservación y el sostén

de los valores del espíritu.

¿Por qué?

Porque la creación y la existencia organizada de

la vida intelectual se encuentra en una de las más

complejas relaciones, pero de las más ciertas y más

estrechas con la vida -simplemente- la vida humana.

Nadie explicó jamás qué significábamos nosotros,

P A U L V A L E R Y

40

los hombres, y nuestra singularidad que es espíritu.

Este espíritu es en nosotros una potencia que nos

ha comprometido en una aventura extraordinaria,

nuestra especie se ha alejado de todas las condiciones

iniciales y normales de la vida. Inventamos un

mundo para nuestro espíritu y, queremos vivir en el

mundo de nuestro espíritu. El quiere vivir en su

obra.

Se trata de rehacer lo que la naturaleza había hecho

o corregirla y entonces terminar por rehacer, de

algún modo, al hombre mismo.

Rehacer en la medida de sus medios que ya son

muy grandes, rehacer la vivienda, equipar la porción

de planeta que habita; recorrerla en todos los sentidos,

ir hacia lo alto, hacia lo bajo; explotar, extraer

todo lo que contiene de utilizable para nuestros designios.

Todo eso está muy bien; y no vemos qué

haría el hombre si no hiciera eso, a menos que volviera

a la condición animal.

No olvidemos aquí decir que toda la actividad

propiamente espiritual, a la par de las disposiciones

materiales del globo están relacionadas, es una verdadera

disposición del espíritu, que ha consistido en

crear el conocimiento especulativo y los valores artísticos

y producir una cantidad de obras, un capital

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

41

de riqueza inmaterial. Pero, materiales o espirituales,

nuestros tesoros no son imperecederos. Hace ya

mucho tiempo, en 1919, escribí que las civilizaciones

son tan mortales como cualquier ser viviente,

que no es tan difícil pensar que la nuestra pueda

desaparecer con sus procedimientos, sus obras de

arte, su filosofía, sus monumentos, como han desaparecido

tantas civilizaciones desde los orígenes -

como desaparece un gran navío que naufraga.

Es cómodo estar manido de los procedimientos

más modernos para encaminarse, para defenderse

contra el mar, es cómodo enorgullecerse de las máquinas

todopoderosas que lo mueven, lo mueven

tanto hacia su perdición como hacia el puerto, y se

hunde con todo lo que lleva, cuerpos y bienes.

Todo eso me había impresionado entonces; hoy

no me siento más tranquilo. Por eso no creo inútil

recordar la precariedad de todos esos bienes, ya sea

la cultura misma, como la libertad de la expresión.

Pues allí donde no hay libertad de espíritu, la

cultura se marchita... Se ven importantes publicaciones,

revistas (antes muy activas) de allende las

fronteras, que ahora están llenas de artículos de

erudición insoportable; advertimos que la vida se ha

retirado de esas colecciones, en las que sin embargo

P A U L V A L E R Y

42

hay que hacer como que se conserva la vida intelectual.

Esta simulación recuerda lo que pasaba antes,

en la época en que Stendhal se burlaba de ciertos

eruditos que había conocido: el despotismo los

condenaba a refugiarse en la discusión de las comas

en un texto de Ovidio...

Tales miserias habían llegado a parecer increíbles.

Su absurdo parecía condenado definitivamente...

Pero está de vuelta y todopoderosa aquí y allí...

Por todos lados percibimos adversidades y

amenazas contra el espíritu cuyas libertades son

combatidas al mismo tiempo que la cultura, y en

nuestras invenciones y nuestros modos de vida y en

la política general y en diversas políticas particulares,

de manera que tal vez no sea ni vano ni exagerado

dar la voz de alarma y mostrar los peligros que rodean

lo que nosotros, los hombres de mi edad, hemos

considerado como el bien supremo.

Traté de decir estas cosas fuera de aquí. Hace

poco tuve que hablar en Inglaterra y observé que

era escuchado con gran interés, que mis palabras

expresaban sentimientos y pensamientos captados

inmediatamente por mi audiencia. Escuchen ahora

lo que me resta por decir.

L A L I B E R T A D D E L E S P Í R I T U

43

Quisiera, si me permiten expresar un deseo, que

Francia, aunque presa de preocupaciones muy distintas,

se transforme en el conservatorio, el templo

donde se conserven las tradiciones de la más alta y

más fina cultura, la del verdadero gran arte, la que se

distingue por la pureza de la forma y el rigor del

pensamiento; que también re-coja y conserve todo

lo que se elabora de más elevado y más libre en la

producción de las ideas: ¡es eso lo que deseo para

mi país!

Tal vez las circunstancias son demasiado difíciles,

las circunstancias económicas, políticas, materiales,

el estado de las naciones, los intereses, los

nervios, y la tormentosa atmósfera que nos ha-ce

respirar la inquietud.

¡Pero después de todo, habré cumplido mi deber

si lo digo!

[1939]

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