martes, 19 de noviembre de 2013

Los celos en Proust y Shakespeare: un caso de voyeurismo narrativo . Luz Aurora Pimentel.



Los celos en Proust y Shakespeare: un caso de voyeurismo narrativo



Luz Aurora Pimentel

Universidad Nacional Autónoma de México
Abstract

Breve ensayo comparativo de un tratamiento virtual de los celos en la imaginación del celoso, a partir de una instigación puramente narrativa, con altísimo grado de iconicidad que convierte al celoso en un voyeur. Es interesante que en autores de otro modo tan disímiles como Shakespeare y Proust se dé una exploración tan sofocante y claustrofóbica de los celos por medios y pruebas "oculares" puramente narrativos.




This is a short comparative essay a virtual treatment of jealousy in the imagination of the jealous lover from a purely narrative instigation, which, nonetheless, has a very high degree of iconicity that turns the jealous lover into a voyeur. It is interesting to note that otherwise dissimilar authors such as Shakespeare and Proust make use of the same suffocating and claustrophobic devices such as "ocular" proofs that are purely narrative.

Ponencia leída en el Primer Simposio Nacional de Filosofía y Psicoanálisis "Las pasiones del alma". Facultad de Filosofía y Letras, septiembre 13, 2005. Trabajo ampliado y publicado en el Anuario de Letras Modernas 14

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Los celos en Proust y Shakespeare: un caso de voyeurismo narrativo1
Iago: O, beware, my lord, of jealousy; It is the green-eyed monster which doth mock The meat it feeds on; that cuckold lives in bliss Who, certain of his fate, loves not his wronger; But, O, what damned minutes tells he o'er Who dotes, yet doubts, suspects, yet strongly loves!
(III, iii, 169-74)
Othello: No, Iago; I'll see before I doubt; when I doubt, prove; And on the proof, there is no more but this,-- Away at once with love or jealousy! (III, iii, 193-96)
(…) I had been happy, if the general camp, Pioners and all, had tasted her sweet body, So I had nothing known. O, now, for ever Farewell the tranquil mind! farewell content!
(III, iii, 351-54)
(…)give me the ocular proof (…)
Make me to see't; or, at the least, so prove it, That the probation bear no hinge nor loop To hang a doubt on; or woe upon thy life!
(III, iii, 366-372) 2





Curiosa caracterización de los celos y del cornudo feliz la que hace Yago; ingenua la pauta que Otelo le ofrece al gran manipulador para armar, conjuntamente, el simulacro
1 Ponencia leída en el Primer Simposio Nacional de Filosofía y Psicoanálisis "Las pasiones del alma". Facultad de Filosofía y Letras, septiembre 13, 2005. Trabajo ampliado y aceptado para su publicación en el Anuario de Letras Modernas 1

2 William Shakespeare, Othello. "The Arden Shakespeare", Methuen, London, 1965. Las referencias en inglés son a esta edición.

Yago: ... cuidado con los celos. Es el monstruo de ojos verdes que se burla de lo que se alimenta. Feliz el cornudo que, en la certidumbre de su destino, no ama a su ofensor. Mas, ay, malditos los minutos que cuenta el que idolatra pero duda, sospecha y, con todo, ama profundamente ...

Otelo: No, Yago; he de ver antes de dudar, cuando dude, lo he de probar, y sobre la prueba no más que esto: al diablo con el amor y con los celos ....



Habría sido feliz, aunque el campamento entero, cavadores y mineros hubieran disfrutado de su dulce cuerpo, con tal de no saberlo. Ahora, adiós tranquilidad, adiós contento (...) ¡dame la prueba ocular! (...) Házmelo ver, o, al menos pruébalo de tal manera que la prueba no deje ni gozne ni lazo donde pueda colgarse la duda. (III, iii)
Shakespeare, Otelo. La versión al español es de Luis Astrana Marín, en la edición de Aguilar, Madrid, 1960. Las referencias son a esta edición

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pasional que será el vía crucis del moro: una prueba ocular. No me detendré en el color de los ojos de los celos—que bastante tinta ha corrido ya por su causa—pero sí me detendré, y largamente, en sus ojos, pues los celos son, ante todo, una representación para la mirada. Y es que, como bien lo dice Proust, "las cosas y los seres sólo [empiezan] a existir para mí cuando [asumen] en mi imaginación una existencia individual" (Plaza & Janés, II, 1069-70).3 Es por ello que aquellas zonas de la vida de la amada o del amado que desconocemos son incoloras, informes, no estimulan la imaginación y, por lo tanto, no nos preocupan mayormente: "Habría sido feliz—dice Otelo—, aunque el campamento entero, cavadores y mineros hubieran disfrutado de su dulce cuerpo, con tal de no saberlo."4 Para Swann, como para Otelo, la vida de la amada es un vacío sin sobresaltos, vacío que el amante sólo puede llenar con la representación de escenas similares a las que ha vivido con ella; de ahí que, cuando no la ve,

3 Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. (Trad.) Pedro Salinas y José María Quiroga Pla, vol. I, Fernando Gutiérrez, vol. II. Plaza & Janés, Barcelona, 1975. Las referencias en español, entre paréntesis, son a esta edición.



Les choses, les êtres ne commençaient à exister pour moi que quand ils prenaient dans mon imagination une existence individuelle. (Pléiade, III, 513)
Marcel Proust À la recherche du temps perdu. 3 vols. Gallimard, « Bibliothèque de la Pléiade ». Paris, 1954. Las referencias en francés, entre paréntesis, son a esta edición.

4 I had been happy, if the general camp,/ Pioners and all, had tasted her sweet body,/ So I had nothing known" (III, iii, 351-53)

5 Y así como no conocía otra cosa de la vida de Odette, su existencia se le aparecía en innumerables sonrisas sobre un fondo neutro y sin color, igual que una de esas hojas de estudio de Watteau, sembradas de bocas que sonríen, dibujadas con lápices de tres colores en papel agamuzado. (Plaza & Janés, I, 239)
(...) la vie d’Odette pendant le reste du temps, comme il n’en connaissait rien, lui apparaissait, avec son fond neutre et sans couleurs semblable à ces feuilles d’études de Watteau où on voit çà et là, à toutes les places, dans tous les sens, dessinés aux trois crayons sur le papier chamois, d’innombrables sourires. 5 (Pléiade, I, 240)



Con la aparición del rival, la imaginación se llena de representaciones derivadas del propio material pasional del celoso—con las sonrisas que Swann ve cuando está con Odette
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6 Vaya, esto no es una merced. Es como si os rogara que llevarais guantes, que os alimentarais bien (...) que hicieses un servicio particular a vuestra propia persona (III,iii)


llena el espacio-tiempo de la ausencia y es así como ve en el otro al mismo. Pero el escenario no es sólo una construcción especular; el espejo, además, se refracta en un tercero: rival odiado o ideal añorado. Los celos: un retrato del celoso pero también un deseo triangular.
Recorramos primeramente el camino del espejo. En el caso de Otelo, se trata de un espejo que le devuelve una especie de negativo de sí mismo: Casio, su yo ideal. No es arbitraria, por ello, la elección que hace Yago del rival imaginario. ¿Por qué no Rodrigo, rival real? Justamente por eso, porque Rodrigo, en su infinita mediocridad, jamás podría ser el ideal de Otelo, y, por lo tanto, jamás podría estar a la altura de un verdadero rival. Casio, en cambio, es como su otro yo: un alter ego idealizado. Por extrañas razones, al cortejar a Desdémona, Otelo elige al amigo como intermediario—sin necesidad real, como lo veremos más adelante. Pero elegir a Casio para estos menesteres implica, necesariamente, hacerlo que ocupe su lugar. En varias ocasiones se nos ofrecen referencias a su pasado celestino: Casio cortejaba a Desdémona en nombre y a petición de Otelo; la cercanía de ambos ha sido tal que la propia Desdémona ve en él un hermano espiritual, parte indisoluble de la identidad de su amado. En el conflicto entre Casio y Otelo, Desdémona asume, irónicamente y en simetría invertida, el papel de intermediaria. Al interceder por Casio, Desdémona pone de manifiesto no sólo la cercanía, sino una identidad ideal: lo que Otelo haga por Casio es como si lo hiciera por sí mismo.6
Des: Why, this is not a boon; 'Tis as I should entreat you wear your gloves, Or feed on nourishing dishes, or keep you warm,

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7 Cf. René Girard, Mensonge romantique et vérité romanesque. Grasset, Paris, 1960. Ver en especial el primer capítulo en el que Girard expone su teoría de la "triangularidad del deseo".
Or sue to you to do a peculiar profit To your own person (…) (III, iii, 77-81)


Casio: el alma gemela, el otro deseado que se quisiera el mismo.
Interpolemos ahora una reflexión sobre los caminos de la indirección del deseo. De acuerdo con la teoría del deseo triangular o mediado de René Girard,7 el sujeto nunca desea al objeto por el valor intrínseco del objeto mismo; la línea que une al sujeto con el objeto del deseo nunca es directa sino refractada por un tercero que le confiere valor, "deseabilidad", al objeto. Esa mediación puede ser externa o interna; en el primer caso la relación que el sujeto del deseo establece con el mediador es de emulación. El mediador externo puede ser, a su vez, otro sujeto, o bien una construcción cultural, una idea, un ideal. Tal es la relación que establece don Quijote con Amadís, relación que construye el objeto-aventura deseada—yelmo de Mambrino, por ejemplo—a partir de la luz que emite el mediador, actuando el Caballero de la Triste Figura, más que para obtener el yelmo, para emular a Amadís. De la misma manera, para Otelo, Desdémona y Casio están iluminados por el ideal de la cultura veneciana a la que el moro querría pertenecer; ideal al que ha dedicado toda su vida, con un éxito político y militar innegable, pero cuestionable en el terreno de lo social. No obstante, si la relación del sujeto con el mediador externo es de emulación, con el mediador interno es de rivalidad, pues el rival es también un sujeto que desea y reclama posesión del objeto deseado. Como bien observa Girard con respecto al rol del intermediario:
Las mismas cualidades que le convierten [a Casio] en un excelente intermediario hacen de él también un excelente rival, o, mejor dicho, el peor

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8 René Girard, Shakespeare. Los fuegos de la envidia. Trad. Joaquín Jordá. Anagrama, Barcelona, 1995, 371. Girard hace aquí referencia a los celos en dos obras: Tanto para nada y Otelo. He excluido la referencia a Don Juan, el villano equivalente a Yago, en Tanto para nada.

9 Conozco bien el carácter de nuestro país: en Venecia las mujeres dejan ver al cielo las tretas que no se atreven a mostrar a sus maridos. Toda su conciencia estriba, no en no hacer, sino en tener oculto

10 Desdemona: That I did love the Moor, to live with him, / My downright violence, and scorn of fortunes / May trumpet to the world: my heart’s subdued / Even to the utmost pleasure of my lord: / I saw Othello’s visage in his mind… (I,iii, 248-52). El subrayado es mío.

Desdémona: Que he amado al moro lo suficiente para pasar con él mi vida: el estrépito franco de mi conducta y la tempestad afrontada de mi suerte lo proclaman a son de trompeta en el mundo. Mi corazón está sometido a las condiciones mismas de la profesión militar de mi esposo. En su alma es donde he visto el semblante de Otelo…

Curioso pudor, incluso reticencia, el de Astrana Marín que no puede concebir que una mujer sea capaz de sentir una pasión violenta por su hombre ni que desee—con todo el placer que el gozo mismo de la sintaxis indica—el placer de su hombre: "even to the utmost pleasure of my lord". Pero, ¡así corren las traducciones que luego generan interpretaciones!
de todos. Conocemos muy bien esta ambivalencia. Los celos [del protagonista] no arrancan de las palabras (…) de Yago; tienen su origen en una debilidad interna que hace que (…) [el protagonista] se sienta invadido por el pánico tanto si prescinde de intermediarios como si no lo hace.8

Más aún, en los celos, la trama infernal se complica debido a que ese "objeto" del deseo es, a su vez, otro sujeto "deseante" que podría entrar en relación amorosa con el rival, posibilidad que Yago actualiza aprovechando las zonas débiles en el aprendizaje cultural de Otelo:9
Iago: I know our country disposition well; In Venice they do let heaven see the pranks They dare not show their husbands; their best conscience Is not to leave't undone, but keep't unknown. (III, iii, 205-208)

Desdémona, sin embargo, no es un objeto pasivo—muy a pesar de las representaciones que la han convertido en eso—ella es también, y fuertemente, un sujeto del deseo; para ella también opera la refracción: el deseo por Otelo—que ella misma llama "violento"10—está mediado por el ideal del exotismo, de la aventura. Desdémona, "espíritu

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11 "Ya he dicho que lo que Desdémona desea no es el "verdadero Otelo", sino una imagen mimética nacida de los cautivadores relatos escuchados detrás de la puerta de su padre: es su Amadís de Gaula: A diferencia de las heroínas de las comedias que se ceban con golosinas líricas, Desdémona tiene una mente épica." (Girard, 1995, 374)

12 Quizá porque soy negro y no tengo la fluidez en la conversación como los cortesanos, o porque desciendo la pendiente de los años—aunque eso no importa tanto—se ha ido. Quedo engañado y mi único consuelo es detestarla

épico" más que romántico, a decir de Girard,11 se enamora del Otelo narrado, de aquello que ella quisiera ser: "she wish’d / That heaven had made her such a man" (I, iii, 162)—maravillosa ambigüedad sintáctica que vacila entre una interpretación de "her" como complemento directo o indirecto: que el cielo la o le hubiera hecho un hombre así. Por esta ambigüedad, Desdémona se descubre como una mujer que quisiera ser otro (que no, subrayo, otra), que quisiera ser hombre, encarnar, específicamente, al Otelo aventurero y épico de sus relatos. De este modo, cada sujeto deseante ve en el otro, como en un espejo, la imagen de sus propios deseos. De ahí que el moro no necesite, en realidad, de la intermediación de Casio, puesto que ambos, Otelo y Desdémona, sintonizan la misma frecuencia del deseo: un deseo de aventura generado narrativamente. Almas gemelas también: espíritus épicos los dos. Pero el gran general tiene la mirada puesta en su otro yo, el ideal: joven, blanco, guapo, elegante, refinado, culto... en fin, el epítome de esa cultura a la que Otelo querría pertenecer. Por eso, frente a Casio, se siente en desventaja:12
Othello: Haply, for I am black And have not those soft parts of conversation That chamberers have, or for I am declined Into the vale of years,--yet that's not much-- She's gone. I am abused; and my relief Must be to loathe her. O curse of marriage, That we can call these delicate creatures ours, And not their appetites! I had rather be a toad, And live upon the vapour of a dungeon, Than keep a corner in the thing I love For others' uses. (III, iii, 267-77)

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13 El subrayado es mío.

Yo mismo, con la ayuda de mi amor por las mujeres, y aunque no debiesen haber sido lo mismo para Albertine, podía imaginar levemente lo que ella experimentaba. Y ciertamente era ya un principio de sufrimiento representármela deseando como tan a menudo yo había deseado, mintiéndome como con tanta frecuencia le había mentido, preocupada por tal a cual muchacha, gastando en ella, como yo en la señorita Stermaria, en tantas otras (...) Sí, todos mis deseos me ayudaban a comprender en cierta medida los suyos; era ya un gran sufrimiento en el que todos los deseos mientras más vivos se convertían en tormentos más crueles; como si en esta álgebra de la sensibilidad reaparecieran con el mismo coeficiente, pero con el signo de menos en lugar del de más. (Plaza & Janés II, 1074)

Ahora bien, si Casio es un alter ego luminoso, por la grieta de la no pertenencia se colará el otro yo oscuro de Otelo, el que ahonda su inseguridad, sus miedos más profundos: Yago, ese segundo alter ego que activa la dimensión bestial de su vida; su propia imagen vista ahora a través de un vidrio oscuro—"By heaven, he echoes me" (III, iii, 110)



La representación de los escenarios del celoso corre por caminos paralelos en Proust, otro gran explorador del monstruo de los ojos verdes que no es otra cosa que la proyección del yo, porque, desde su perspectiva, casi podría afirmarse que no hay celos más que de sí mismo. Así, por la vía de un análisis especular de los celos, Proust constata que sus propios deseos eróticos le permiten representarse los de Albertine por las mujeres:
Moi même à l’aide de mon amour des femmes et quoiqu’elles ne dussent pas avoir été pour Albertine la même chose, je pouvais un peu imaginer ce qu’elle éprouvait. Et certes c’était un commencement de souffrance que de me la représenter désirant comme j’avais si souvent désiré, me mentant comme je lui avais si souvent menti, préoccupé par telle ou telle jeune fille, faisant des frais pour elle, comme moi pour Mlle de Stermaria, pour tant d’autres, ou pour les paysannes que je rencontrais dans la campagne. Oui, tous mes désirs m’aidaient dans une certaine mesure à comprendre les siens ; c’était déjà une grande souffrance où tous les désirs, plus ils avaient été vifs, étaient changés en tourments d’autant plus cruels; comme si dans cette algèbre de la sensibilité ils reparaissaient avec le même coefficient mais avec le signe moins au lieu du signe plus. 13 (Pléaide, III, 419)



Aquí el narrador se desdobla de manera interesante: es, a un tiempo, el celoso y el lúcido que analiza sus celos en términos de sus propios deseos. No obstante, el celoso que
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14 A menos que se indique otra cosa, la traducción de los textos teóricos y críticos es mía.

15 El subrayado es mío

se mira en el espejo de sus propios deseos nunca cree que mira un espejo, sino una escena que él cree firmemente estar afuera pero que existe fija como una obsesión en su interior: la detestable escena del engaño en la que se unen el rival y la amada. En el penetrante análisis semiótico de Greimas y Fontanille,
(…) el espectáculo fundamental de los celos es el de la conjunción modalizada del rival y del objeto; el celoso, en tanto que observador, está excluido de esa relación (...) él mismo se presenta, en relación con su propio simulacro pasional, como un sujeto virtualizado, un sujeto sin cuerpo que no puede acceder a la escena. (1991, 200).14

El sentimiento de exclusión está en la base de los celos. En palabras de Roberto Mangabeira Unger, "estar verdadera y desquiciadamente celoso es creer, al mismo tiempo, que la persona deseada tiene un alma y que ésta no puede ser alcanzada jamás" (1984, 208). El alma que se adivina en el (la) amado (a) está animada por deseos de los que el amante se cree siempre excluido, a pesar de que sólo pueda imaginarlos a partir de lo conocido: sus propios deseos. De ahí que en el universo de En busca del tiempo perdido, la mujer sea siempre un "ser de fuga" (être de fuite).
(…) cette beauté (…) consistait en ce que mon amie se développait sur tant de plans et contenait tant de jours écoulés, cette beauté prenait pour moi quelque chose de déchirant. Alors sous ce visage rosissant je sentais se réserver comme un gouffre l’inexhaustible espace des soirs où je n'avais pas connu Albertine. Je pouvais bien prendre Albertine sur mes genoux, tenir sa tête dans mes mains, je pouvais la caresser, passer longuement mes mains sur elle, mais, comme si j'eusse manié une pierre qui enferme la salure des océans immémoriaux ou le rayon d'une étoile, je sentais que je touchais seulement 1'enveloppe close d’un être qui par 1'intérieur accédait à 1'infini. Combien je souffrais de cette position où nous a réduits 1'oubli de la nature qui, en instituant la division des corps, n'a pas songé à rendre possible l'interpénétration des âmes ! (…) (car si son corps était au pouvoir du mien, sa pensée échappait aux prises de ma pensée).15 (Pléiade, III, 386)

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(…) esa belleza (…) que consistía en que mi amiga se desarrollaba en tantos planos y contenía tantos días transcurridos, esa belleza adquiría para mí algo desgarrador. Entonces me daba que cuenta que bajo ese rostro que roseaba se cavaba una especie de abismo, el inagotable espacio de las noches en las que no había conocido a Albertine. Podía perfectamente tomar a Albertine sobre mis rodillas, tomar su cabeza entre mis manos; podía acariciarla, pasar largamente mis manos por ella, pero como si hubiese manejado una piedra que encierra la salina de los océanos inmemoriales o el rayo de una estrella, sentía que tocaba solamente la envoltura cerrada de un ser que, por el interior, tenía acceso al infinito. Cuánto sufría por esa posición a la que nos ha reducido el olvido de la naturaleza que, al instituir la división entre los cuerpos, no ha pensado en hacer posible la interpenetración de las almas (porque si su cuerpo estaba en poder del mío, su pensamiento escapaba del alcance de mi pensamiento). (Plaza & Janés, II, 944.


Si el alma de la amada es de por sí inalcanzable, aun cuando su cuerpo esté prisionero, la imaginaria satisfacción de sus deseos con el rival deja al celoso fuera. La amada es así doblemente inalcanzable; para el celoso, no hay más que una "prisión exterior", por así decirlo. Pero esa exterioridad no sólo radica en el cuerpo de la amada con respecto a su alma, sino que el celoso instaura una exterioridad al interior mismo de su imaginación celosa: en ese escenario interior él queda "fuera", excluido de la escena de amor entre la amada y el rival que él mismo ha construido. Ahora bien, debido a esta virtualización y exclusión del sujeto de su propio simulacro, el espectáculo tiene todas las características del voyeurismo. Por principio de cuentas, las condiciones de visibilidad son semejantes, sólo que interiorizadas: el celoso mira la escena "interior" desde un "exterior" intolerable ("exterior" que, insisto, no deja de ser por ello la interioridad del celoso donde se desarrolla y desdobla la escena imaginaria). Separado de ella, sin posibilidad de intervenir, los deseos y conjunciones ahí proyectados son los suyos, pero él se siente fatalmente excluido del goce, convencido de que eso es privilegio de los otros, los que lo han engañado. Entre el celoso y el objeto de su deseo se interpone su propia proyección de la que está por siempre excluido.
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16 Hace poco, estaba yo acostado con Casio, y como tenía un dolor de muelas terrible, no podía dormir. Hay ciertos hombres tan indiscretos de alma, que hablan en sueños de sus asuntos. Uno de esos es Casio. Le oí decir en sueños: «¡Querida Desdémona, seamos prudentes, ocultemos nuestros amores!» Y entonces, señor, me tomaba la mano y me la apretaba, diciendo: «¡Dulce criatura!» Y luego me besaba con fuerza, como si

Sin embargo, y a pesar del fuerte componente narcisista, los celos no son una proyección puramente individual, pues como bien lo observan Greimas y Fontanille, "los dispositivos modales sensibilizados no son propiedades intrínsecas de los sujetos sino simulacros que se intercambian en auténticos sintagmas intersubjetivos" (289). La naturaleza intersubjetiva del deseo se hace más evidente en su estructura refractada, mediada por el deseo de otros, sujetos, objetos, agentes culturales, etc. En esta proyección en red de triángulos virtualmente superpuestos, surge otra mediación posible que Shakespeare y Proust representan magistralmente: la mediación/manipulación narrativa; de tal suerte que al voyeurismo imaginario, fundamental y fundador de los celos, se añade una mediación más, y no menos imaginaria, una suerte de voyeurismo narrativo.

El sutil proceso de instigación que inicia Yago para vengarse del moro, comienza con la pista que el propio Otelo le ofrece: la prueba ocular solicitada. Pero Yago trama la "ocularización" de los celos desde su fase virtual—el sueño narrado—hasta la tangible—el pañuelo y la escena en la que Casio y Bianca lo intercambian en una depreciación creciente. De la narración a la dramatización. Y es que Yago es un "semiótico intuitivo", como sugieren Greimas y Fontanille; en su astucia, no ofrece en primera instancia una prueba tangible—que, en su materialidad, se desmoronaría ante el peso de la fabricación y la falsedad—no, Yago virtualiza esa "prueba" en una escena narrada, pero con un grado de iconización suficiente para iniciar el proceso de ocularización de los celos que en este momento está apenas en su fase incoativa. He aquí el relato de Yago:16

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quisiera arrancar por la raíz besos que brotaran de mis labios. Después pasó su pierna sobre mi muslo, suspiró y me besó. Y luego gritó: «¡Maldito sea el destino que te ha entregado al Moro!»
I lay with Cassio lately; And, being troubled with a raging tooth, I could not sleep. There are a kind of men so loose of soul, That in their sleeps will mutter their affairs: One of this kind is Cassio: In sleep I heard him say 'Sweet Desdemona, Let us be wary, let us hide our loves;' And then, sir, would he gripe and wring my hand, Cry 'O sweet creature!' and then kiss me hard, As if he pluck'd up kisses by the roots That grew upon my lips: then laid his leg Over my thigh, and sigh'd, and kiss'd; and then Cried 'Cursed fate that gave thee to the Moor!' (III,iii, 419-32)

La respuesta de Otelo—" O monstrous! monstrous!"—no es sino signo del poder del simulacro: el monstruo de ojos verdes ha sido exitosamente inoculado y comienza a cobrar forma dramática. Pero hay más: un excedente icónico que rebasa el supuesto propósito de "mostrar". La (de)mostración se cumpliría a cabalidad en las solas palabras masculladas en el sueño de Casio; habría sido suficiente para despertar los celos del moro. Pero Yago va más allá; en el relato se aprecia un exceso: los tintes claramente homosexuales de la escena imaginaria. En el relato de Yago, Casio, en un curioso y significativo sonambulismo, escenifica la supuesta relación sexual con Desdémona sobre el cuerpo de Yago; lo besa en los labios apasionadamente; incluso le pone la pierna sobre el muslo. Este exceso de detalles, además de constituir la prueba ocular que "dramatiza", en la virtualidad del sueño y del relato, la supuesta relación amorosa entre Casio y Desdémona, se irradia, necesariamente, al propio Yago como otro posible sujeto del deseo. Porque la mediación narrativa no es neutra; Yago, en tanto que narrador, está implicado en esta red de deseos refractados—lo que el excedente icónico nos retrata es, ni más ni menos, el deseo de

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17 de ser yo el Moro, no quisiera ser Yago

18 « Al principio la pequeña lavandera no quiso decirme nada; aseguró que la señorita Albertine no había hecho más que pellizcarle el brazo. Pero, para hacerla hablar, la llevé a comer y le hice beber. Me contó entonces que la señorita Albertine se encontraba a menudo con ella a orillas del Loira, cuando iba a bañarse; que la señorita Albertine, que tenía la costumbre de levantarse muy temprano para ir a bañarse, solía encontrarla a orillas del río, en un lugar en que los árboles son tan tupidos que nadie puede ver, y que,

Yago por Casio que, en el límite de los relevos pasionales de esta obra, se extendería hasta el propio Otelo: "Were I the Moor, I would not be Iago" (I, i, 57).17

Algo semejante ocurre en Proust. En La Fugitiva, el narrador, atacado de celos postmortem, envía a un sirviente, Amado, a que averigüe si, cuando vivía, Albertine se acostaba con mujeres o no. El diligente Amado, a quien ya conocemos desde Balbec por su poca probidad moral y su gusto desmedido por las propinas, envía desde Touraine la siguiente misiva:
« D'abord la petite blanchisseuse n'a rien voulu me dire, elle assurait que Mlle Albertine n’avait jamais fait que lu pincer le bras. Mais pour la faire parler je l'ai emmenée dîner, je l'ai fait boire. Alors elle m’a raconté que Mlle Albertine la rencontrait souvent au bord de la mer, quand elle allait se baigner: que Mlle Albertine, qui avait l'habitude de se lever de grand matin pour aller se baigner, avait l'habitude de la retrouver au bord de la mer, à un endroit où les arbres sont si épais que personne ne peut vous voir, el d'ailleurs il n’y a personne qui peut vous voir à cette heure-là. Puis la blanchisseuse amenait ses petites amies el elles se baignaient, et après, comme il fait très chaud déjà là-bas et que ça tape dur même sous les arbres, restaient dans l'herbe à se sécher, à se caresser, à se chatouiller, à jouer. La petite blanchisseuse m'a avoué qu'elle aimait beaucoup à s'amuser avec ses petites amies, et que voyant Mlle Albertine qui se frottait toujours contre elle dans son peignoir, elle le lui avait fait enlever et lui faisait des caresses avec sa langue le long du cou et des bras, même sur la plante des pieds que Mlle Albertine lui tendait. La blanchisseuse se déshabillait aussi, et elles jouaient à se pousser dans l'eau. Ce soir-là elle ne m'a rien dit de plus. Mais tout dévoué à vos ordres et voulant faire n'importe quoi pour vous faire plaisir, j'ai emmené coucher avec moi la petite blanchisseuse. Elle m'a demandé si je voulais qu'elle me fît ce qu'elle faisait à Mlle Albertine quand celle-ci ôtait son costume de bain. Et elle m'a dit :(Si vous aviez vu comme elle frétillait, cette demoiselle, elle me disait :(Ah! tu me mets aux anges) et elle était si énervée qu'elle ne pouvait s'empêcher de me mordre.) J'ai vu encore la trace sur le bras de la petite blanchisseuse. Et je comprends le plaisir de Mlle Albertine car cette petite-là est vraiment très habile. » (III, 524-25) 18

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además, nadie había allí a esas horas que pudiera verla. Luego la lavandera llevaba allí a sus amiguitas y se bañaban, y después, como hacía mucho calor y no se podía soportar ni siquiera bajo los árboles, se quedaban en la yerba secándose, jugando y acariciándose. La lavandera me confesó que le gustaba mucho divertirse con sus amiguitas y que al ver que la señorita Albertine se rozaba siempre contra ella con su peinador, se lo hizo quitar y la acarició con la lengua a lo largo del cuello y los brazos, incluso en la planta de los pies que le ofrecía la señorita Albertine. La lavandera se desnudaba también y jugaban a lanzarse al agua; después ya no me dijo nada, pero completamente obligado a sus órdenes y deseando hacer cualquier cosa para complacerlo, me llevé a la lavandera para que se acostara conmigo. Me preguntó si quería que me hiciera lo que había hecho a la señorita Albertine cuando ésta se quitaba su traje de baño. Y me dijo (si usted hubiese visto cómo se estremecía esa señorita); me decía esa señorita: (¡Ah, me vuelves loca!) y se ponía tan nerviosa que no podía evitar morderme.) He visto aún la señal en el brazo de la pequeña lavandera. Y comprendo el placer de la señorita Albertine porque esta pequeña es realmente muy hábil.» (Plaza & Janés, II, 1081)
Nótese que, como en el caso del relato de Yago, hay una clara progresión de lo abstracto a lo particular, al detalle que es lo que genera la forma de significación icónica. En ambos relatos la escena de voyeurismo se construye en tres tiempos. En la narración de Yago, pasamos de generalizaciones sobre la naturaleza de los durmientes, a las palabras pronunciadas por Casio; de ahí, en crescendo, a la mano estrujada, luego a la avidez de los besos, culminando con el encuentro de los muslos. La última etapa nos regresa al discurso; de tal suerte que el "cuadro" que le ofrece al espectador es la copulación de los amantes, delegada en el cuerpo de Yago y enmarcada en el diálogo doblemente imaginario entre Casio y Desdémona. En Proust se aprecia un proceso semejante, también en crescendo: al principio la lavandera no dice nada, luego, bajo la influencia del alcohol, y en una suerte de cajas chinas narrativas, la lavandera le cuenta a Amado, quien a su vez le cuenta a Marcel, lo que hacían ella y sus amigas con Albertine. En una tercera fase Amado, servicial como pocos, se acuesta con la lavandera para que su cuerpo delegado experimente el placer que debe haber sentido Albertine. El espacio en la escena narrada por la lavandera, re-narrada por Amado, tiene una composición claramente voyeurística: se describe cuidadosa y detalladamente un lugar apartado donde "los árboles son tan tupidos que nadie puede ver",

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tan temprano que no hay nadie; el calor, la yerba, los escarceos amorosos, los juegos. La insistencia en las condiciones de visibilidad es evidente, y, en efecto, no hay nadie que pueda ver, excepto el voyeur virtual que lee, en otro tiempo y en otro espacio, la carta: Marcel, el celoso narrador. De tal suerte que estamos no sólo frente a un caso de voyeurismo narrativo sino epistolar. No obstante, la multiplicación de instancias de mediación no disminuye el grado de iconicidad de la escena. De hecho la composición de lugar funge como un cuadro que prepara para el clímax de esta segunda etapa del relato de Amado: la escena erótica en la que la lavandera desnuda a Albertine y la acaricia. También en Proust hay un fuerte proceso de "ocularización" de los celos. Es interesante observar hasta qué punto Marcel no sólo se apropia de la escena narrada sino que la proyecta a su propia experiencia estética, cotejando la escena interiorizada con un cuadro de Elstir, el pintor ficcional de En busca del tiempo perdido. Habría que notar, incidentalmente, que la escena descrita es casi una ecfrasis de algún cuadro de Renoir. Pero esta estetización de los celos no lo salva de su atroz mordedura; a tal grado se apropia de la escena que, al imaginar cómo, si viviera, le reclamaría a Albertine que lo hubiera engañado, y, con el placer de que ella supiera que él sabe, le diría "Yo vi la mordida", cuando que fue Amado quien, supuestamente, vio esa mordida. De este modo, el relato, doblemente mediado, puesto que Amado le cuenta a Marcel que la lavandera le contó..., al ser interiorizado—casi podríamos decir introyectado—se convierte en una experiencia vivida, en algo presente: el amor, los celos y la necesidad de saber siguen estando presentes aun después de la muerte. "Yo vi la mordida".



Hemos dicho que la mediación narrativa no es neutra o inocente sino interesada. Lo que es más perturbador, si no es que enigmático, es ese narrador que construye una escena
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de voyeurismo o bien para plantar la semilla de los celos, como Yago, o bien para satisfacer la necesidad malsana que tiene el celoso de saber, como Amado. ¿Qué desean? ¿Qué obtienen con este acto de narración voyeurística. En cuanto a Yago, el relato es una fase en un proceso cuidadosamente tramado para atrapar a Otelo. ¡Una prueba ocular onírica! La falacia es enorme, pero el poder del relato lo es más, y más todavía al estar construido no con materiales tomados al azar sino con el material psíquico del propio Otelo, lo cual viene a reforzar la idea de Greimas y Fontanille, de que la naturaleza del simulacro pasional es esencialmente intersubjetiva. Al construir Yago su relato con el material psíquico del propio Otelo, el simulacro se presenta como un espejo: el monstruo de los ojos verdes lo mira a los ojos. Pero hemos visto cómo el relato voyeurista se vuelve en contra de Yago, exhibiendo su deseo inconsciente, virtual, por Casio. Su propia maquinación lo desenmascara—hasta donde esto pueda ser posible en el personaje más enigmático de la literatura.

Amado, sin embargo, no es Yago; sus deseos son más humildes y mezquinos—quiere la propina, quiere justificar los gastos del viaje que ha pagado su amo—pero las consecuencias se dejan sentir en el sujeto del deseo, Marcel, quien con tan poca visión y cordura ha escogido semejante enviado. Por una parte, la calidad moral de Amado frustra la satisfacción de saber con certeza si Albertine lo engañaba o no, porque siempre queda la posibilidad de que el sirviente haya fabricado toda esta escena para darle gusto a su amo. Por otra, la cadena de relevos pone al descubierto una zona del deseo de Marcel mucho más oscura. Por principio de cuentas está el problema de la doble delegación: en vez de averiguar él, directamente, manda al sirviente—que en un sentido profundo es, literalmente, el delegado del yo, su representante. A su vez, Amado monta un escenario amoroso en el

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que su cuerpo ocupa el de Albertine; en esta ficción Amado abandona su propio cuerpo masculino para asumir, en el simulacro, el cuerpo femenino, la posición de Albertine. Toda esta cadena de relevos y delegaciones pone al descubierto la feminización de los deseos de Marcel; en última instancia es él quien ocupa el lugar de Albertine en esta etapa final de la escena de voyeurismo narrada por Amado—"todos mis deseos me ayudaban a comprender en cierta medida los suyos". La multiplicidad de relevos y mediaciones interpone una distancia psíquica que permite penetrar en estas zonas oscuras del deseo, cuya representación más directa sería intolerable. De este modo, tanto en Shakespeare como en Proust la multiplicación de mediaciones narrativas construye un escenario de voyeurismo que, en primera instancia excluye al celoso del goce de los otros, aunque, de manera más profunda, le permite representar deseos inconfesados e inconfesables: para el narrador proustiano, la feminización de su deseo; para Yago, el deseo por Casio.



Obras citadas
Girard, René, Shakespeare. Los fuegos de la envidia. Trad. Joaquín Jordá. Anagrama, Barcelona, 1995
_________, Mensonge romantique et vérité romanesque. Grasset, Paris, 1960
Greimas, A. J. y J. Fontanille, Sémiotique des passions. Des états de choses aux états d’âme. Seuil, Paris, 1991
Mangabeira Unger, Roberto, Passion. An Essay on Personality. Collier Macmillan, London, 1984
Textos literarios
William Shakespeare, Othello. "The Arden Shakespeare", Methuen, London, 1965
______________, Otelo, en Obras completas. Trad. Luis Astrana Aguilar, Madrid, 1960

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Marcel Proust, À la recherche du temps perdu. 3 vols. Gallimard, « Bibliothèque de la Pléiade ». Paris, 1954

__________, En busca del tiempo perdido. (Trad.) Pedro Salinas y José María Quiroga Pla, vol. I, Fernando Gutiérrez, vol. II. Plaza & Janés, Barcelona, 1975
http://www.lpimentel.filos.unam.mx/sites/default/files/textos/celos.pdf

domingo, 17 de noviembre de 2013

William Shakespeare: Ricardo III.


William Shakespeare escribió varias tragedias, muchas de ellas consideradas piezas históricas como la obra ‘Ricardo III’, sobre el duque de Gloucester quien tuvo que ver con la muerte del rey Eduardo IV, y de sus sobrinos menores de edad confinados en una torre para llegar al trono. Este personaje es un hombre jorobado, bizco y que tiene una voz horrible, así se configura un tirano que ilustra la idea de que la belleza se relaciona a la bondad, y el villano puede mostrar defectos físicos como signo de su corrupción moral. Por su poder de discurso, Ricardo logra que Ana, la viuda de Eduardo deje de odiarlo y se case con él.
Ricardo le dice a Ana que ha matado por amor a ella para plantear el siguiente entimema o silogismo aparente ‘¿Quién es más culpable, el ejecutor o el causante? ‘, a pesar que Ana le dice monstruo de deformidades, el sostiene que cegado por su belleza mató a Eduardo y Enrique, el padre de ella, luego la repudiará para casarse con su sobrina. La muerte de Ricardo III significa el fin de la dinastía Plantagenet en Inglaterra. Se desarrolla el tópico de persuadir a la mujer por el elogio de su belleza, pues Gloucester reconoce su motivación y la justifica.


El mecanismo de manipulación por el discursoPara Aristóteles la muerte por amor no sería un elemento persuasivo pero para el periodo de Shakespeare sí, porque el archivo de conocimiento sobre lo femenino se ha enriquecido. Ricardo quiere que Ana lo acepte como marido para subir de estatus, anuncia su boda dándole el anillo a ella. Hay persuasiones subterráneas, no declaradas, también hay auto persuasiones, pues Gloucester se ha convencido de que es muy hábil. En las peores condiciones, él da la vuelta a la situación haciéndola favorable, solo cuando asume que es culpable se está humillando, así se ilustra el goce y placer mediante el discurso.
Shakespeare propone el poder terrible del discurso, Ana es muy explosiva en su monólogo previo, frente a esto no se puede contar historias, se debe ser muy efectivo. La agresión seductora, la dinámica de la verbalidad va dirigida a lo inmediato.  La fealdad de Ricardo III es un entimema gestual, pues  ilustra la relación entre  la parte interna y externa del individuo, el alma es tan deforme como su físico. Entre el mundo de las intenciones y las palabras hay distancia, para Ana hay compatibilidad entre el discurso y el sentimiento.
"Sir Lawrence Olivier interpretando a Richard III, film de 1955."
"Sir Lawrence Olivier interpretando a Richard III, film de 1955."
Conclusión
Como en ‘Julio César’ de Shakespeare, ‘Ricardo III’ también es obra sobre el poder de persuasión del discurso, pero esta vez con fines egoístas, el ascenso al trono a toda costa. El duque de Gloucester es deforme, tiene mal aspecto y su voz incomoda, lo que lo configura como personaje malvado, con fealdad de cuerpo y espíritu. En la literatura hay oportunidades donde la fealdad puede albergar un alma hermosa, como en ‘La Bella y la Bestia’.

martes, 12 de noviembre de 2013

Shakespeare: Macbeth.


Macbeth, 1605


Tragedias
Es una de las tragedias más celebradas de Shakespeare. Trata de la ambición y reflexiona sobre la predestinación y el libre albedrío. Según la crítica, el autor actúa aquí como psicólogo, ofreciendo una descripción detallada del proceso que lleva desde la ambición al castigo, pasando por el crimen y la culpa. De todo ello partícipes los dos miembros del matrimonio Macbeth.
La acción se desarrolla en Escocia, uno de los cuatro estados del Reino Unido. La fuente es la habitual en las obras de Shakespeare basadas en la Historia de la Gran Bretaña.


Tres brujas abren la obra, asegurando que pronto se encontrarán con Macbeth. Duncan I (que reinó entre 1034 y 1040) es informado de que su primo el general Macbeth ha derrotado al rey de Noruega y a nobles escoceses traidores. Duncan ordena dar a Macbeth el título de barón de Cawdor.

Macbeth vuelve victorioso de sus batallas, acompañado de su amigo Banquo. Se encuentran con las tres brujas, que saludan a Macbeth con su nuevo título y le pronostican que será rey. A Banquo le aseguran que será tronco de reyes (es el mítico miembro fundador de la dinastía Estuardo, cuyo primer rey inglés fue Jacobo I, en vida de Shakespeare). Unos enviados del rey anuncian a Macbeth que ha sido nombrado barón de Cawdor. Al ver confirmada la profecía, Macbeth encuentra dentro de sí la semilla de su pretensión al trono.

El rey anuncia que ha nombrado heredero a su primogénito Malcolm. Macbeth ve en este hecho una barrera para su ambición de reinar. Lady Macbeth recibe una carta de su esposo contándole todo, y decide que será ella quien arrastre a Macbeth hacia el mal, para poder conseguir la corona. Macbeth llega a su castillo. Esa misma noche irá el rey para alojarse allí. Lady Macbeth aconseja a su marido que se comporte con amabilidad, para matarlo sin ser descubierto. Macbeth duda, pero su mujer le llama cobarde y le dice cómo lo harán: emborracharán a los dos guardias del rey y luego lo matarán con las armas de éstos, para que sean acusados.

Macbeth tiene la visión de un puñal ensangrentado que se suspende en el aire. Su mujer ya ha emborrachado a los guardias y puede matar al rey. Con las manos ensangrentadas y algo aturdido, sale llevando las dagas asesinas. Ella le dice que debe dejarlas allí, pero él no quiere volver. Lo hace Lady Macbeth. Llaman a la puerta con fuertes golpes. El portero borrachín abre a los nobles Macduff y Lennox. Lennox comenta con Macbeth que la noche ha sido terrible, como presagiando conmociones. Macduff descubre el cadáver del rey. Macbeth mata a los dos guardias para que no hablen. Los dos hijos del rey Duncan, Malcolm y Donalbain, abandonan rápidamente el castillo sospechando lo que ocurre. Macbeth es coronado (año 1040).

Banquo también sospecha de Macbeth. Éste comenta que sus dos "sanguinarios primos" se han refugiado el uno en Inglaterra y el otro en Irlanda, sin confesar "su cruel parricidio". Banquo sale al campo con su hijo Fleance, y Macbeth ordena a unos asesinos que maten a los dos. Banquo muere pero su hijo huye (posibilitando así la profecía de su estirpe de reyes). Macbeth vuelve a ver visiones: en la cena, el espectro de Banquo se sienta a la mesa señalándole. Decide ir a visitar a las tres brujas para despejar sus miedos.

Hécate (diosa griega de la hechicería) se reúne con las tres brujas, anunciándoles que provocarán la caída de Macbeth. Mientras, el rey de Inglaterra (Eduardo el Confesor, que gobernó entre 1045 y 1066), se ha aliado con el príncipe Malcolm, y Macduff también va hacia allí.

Las brujas están haciendo un conjuro alrededor de un caldero y provocan diversas apariciones que hablan a Macbeth, aconsejándole guardarse de Macduff, asegurándole que ningún hombre dado a luz por mujer podrá dañarlo y profetizando que no será vencido hasta que el bosque de Birnam suba la colina de su castillo. Macbeth queda contento de estos augurios, aunque luego le muestran a los ocho Estuardos que reinarán en Escocia y le aguan la fiesta. Las brujas se desvanecen y ya afuera, Lennox le cuenta que Macduff ha huido. Macbeth ordena matar a su mujer y a sus hijos.

En el palacio real de Inglaterra, el príncipe Malcolm conversa con Macduff. Le dice que él mismo es más vicioso que Macbeth: tiene una lujuria desenfrenada. Macduff le asegura que eso no es problema: cuando reine podrá fingir indiferencia mientras toma cuantas damas voluptuosas desee. Malcolm añade que es muy avaricioso y Macduff vuelve a consolarlo: Escocia es muy rica. Malcolm insiste: dice que no tiene ninguna virtud. Macduff acaba lamentando el destino de Escocia, cuando por fin Malcolm le confiesa que mentía para probar su fidelidad. Llegan noticias de Escocia: todo está patas arriba y la familia de Macduff, asesinada. Las tropas de Malcolm se disponen a salir hacia allí.

En el castillo de Macbeth, una dama del servicio y el médico al que ha llamado, contemplan sonámbula a Lady Macbeth frotándose las manos para quitarse la sangre y confesando sus crímenes angustiada. Macbeth recibe noticias de la cercanía del ejército enemigo, pero confía en la profecía. Malcolm ordena que cada soldado coja una rama de árbol del bosque de Birnam para avanzar hacia el castillo sin que se pueda saber el número de tropas.

Lady Macbeth se suicida y su marido entona un discurso sobre el absurdo de la vida. Un mensajero anuncia que el bosque de Birnam se está moviendo. Armado de temor y de valor, Macbeth ordena atacar. En la batalla, mata a un hombre y se jacta de que éste había sido engendrado por mujer. Luego se encuentra con Macduff, que le revela que fue sacado del vientre de su madre antes de cumplirse el tiempo. Macbeth maldice a los oráculos de doble sentido, se bate con Macduff y es vencido, su cabeza cortada y Malcolm proclamado nuevo rey de Escocia.

Asistimos a una tragedia sangrienta que no obstante no es un mero juego escénico sobre el asesinato, sino más bien la representación de la lucha del protagonista contra sí mismo. El ambicioso Macbeth combate contra sus brotes de ética, venciendo siempre el lado oscuro humano. Las brujas refuerzan el carácter tenebroso de toda la trama; Lady Macbeth es el impulso necesario para hacer caer a su dubitativo marido en el abismo; y todo parece apuntar a la intención de dejar al espectador con la certeza de que el mal es un hecho de permanencia inevitable.

Las adaptaciones cinematográficas más célebres son la precaria de Orson Welles en 1948 y la sangrienta de Roman Polanski en 1971. Akira Kurosawa trasladó la obra al Japón feudal en "Trono de sangre" (1957): su poética la ha convertido en la más alabada por la crítica.

Algunas de las sentencias que contiene la obra:


Beber provoca el deseo, pero impide la ejecución.

El trabajo en que hallamos placer cura la pena que causa.

La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, y que nada significa.
Referencias externas

Ficha de la obra, por Susanna Sacs:

Título original: The Tragedy of Macbeth

 


Cronología de Macbeth



Macbeth fue seguramente compuesta en 1606, tres años después de la ascensión al trono de Jacobo I que ya era Rey de Escocia. Esta es la tragedia más directamente "jacobina" de Shakespeare con muchos elementos diseñados especialmente para agradar al Rey. Jacobo Estuardo era el octavo en la descendencia directa en la monarquía escocesa, al igual que Banquo muestra una descendencia de ocho reyes a partir de su hijo Fleance (IVi-127). Jacobo I tenía un pronunciado gusto por lo sobrenatural y él mismo era autor de un libro titulado Demonología. También se ha visto en el largo inciso en la corte del Rey Eduardo el Confesor de Inglaterra, un homenaje a Jacobo Estuardo, pues éste, al igual que el rey santo, tenía el poder de curar la escrófula, llamada "mal del rey".

No se conoce ninguna versión publicada en cuarto, la primera impresión corresponde al Folio de 1623. Se cree que el texto del folio no corresponde exactamente a la versión original shakespeareana pues es una tragedia mucho más corta que las demás e incluye párrafos que estilísticamente no se pueden atribuir a Shakespeare. Estos son: la escena V del Acto III y dos secciones de la escena I del Acto IV (38.1-60) y (141-8-1).


 


Fuentes de Macbeth



Para el argumento de Macbeth Shakespeare acude, como en tantas otras ocasiones, a las Chronicles of England, Scotlande, and Irelande, (1577) de Raphael Holinshed pero utiliza dos Crónicas distintas. Por una parte está la historia de un barón escocés de nombre Macbeth que había matado al Rey Duncan. Pero en esta crónica, Banquo colaboraba con Macbeth en el regicidio y Shakespeare modificó el argumento para no ofender a Jacobo I que se consideraba descendiente de Banquo. Así que Shakespeare utilizó otra crónica de Holinshed en la que se cuenta como un villano llamado Donwald, a instancias de su mujer, mata al bondadoso Rey Duff.

Los pasajes referidos a las brujas están inspirados directamente en la Demonología del propio Rey Jacobo I, en honor al cual se supone que fue escrita la obra.

 


Ediciones de Macbeth disponibles en España


Macbeth1987Editorial Cátedra

edición bilingüe de Manuel Ángel Conejero

traducción de Manuel Ángel Conejero y Jenaro Talens

isbn 8437606632

Macbeth 2000

Alianza Editorial

traducción de Manuel Ángel Conejero, Vicente Forés, Juan V Martínez Luciano y Jenaro Talens

isbn 842063406

Macbeth 2004

[ Obra completa] RBA Coleccionables, S.A. Traducción de Luis Astrana Marín isbn 84-473-3330-2 -

 


Argumento de Macbeth



Los generales escoceses Macbeth y Banquo regresan victoriosos de una batalla contra las tropas noruegas. En un páramo se encuentran con tres brujas que profetizan que Macbeth será Señor de Cawdor y Rey de Escocia y que la estirpe de Banquo reinará en Escocia. El Rey de Escocia, Duncan ejecuta al Señor de Cawdor por traición y entrega el señorío a Macbeth. Éste viendo que el destino anunciado por las brujas se va cumpliendo y animado por su esposa, asesina a Duncan cuando éste se hospeda en su castillo. Los hijos del Rey, Malcolm y Donalbain huyen asustados hacia Inglaterra e Irlanda respectivamente por lo que la sospecha del regicidio recae en ellos. Macbeth, como pariente más próximo, es nombrado Rey de Escocia. Para que no se cumpla la profecía de las brujas respecto a Banquo, Macbeth envía sicarios para matar a Banquo y a su hijo Fleance. Banquo muere, pero el muchacho logra escapar. Macbeth tiene cada vez más alucinaciones y el fantasma de Banquo se le aparece. Asustado, consulta a las brujas y éstas le dicen que se guarde de Macduff, Señor de Fife; que ningún hombre parido por mujer podrá nunca vencer a Macbeth; y que su poder se mantendra hasta que el bosque de Birnam entre en Dunsinane. Macbeth manda asesinar a la mujer y los hijos de Macduff. Éste mientras tanto ha partido hacia Inglaterra para unirse a Malcom, legítimo heredero de la corona escocesa, y han reclutado un ejército de 10000 hombres para entrar en Escocia. El sentimiento de culpabilidad vuelve loca a Lady Macbeth que termina sacándose la vida. El ejército de Malcom corta árboles del bosque de Birnam y escudados tras ellos, los hombres entran en Dunsinane. Macduff, que había nacido por cesárea, acaba con la vida de Macbeth. Malcom es proclamado Rey de Escocia.

 


Personajes de Macbeth


  • DUNCAN, REY de Escocia
  • MALCOLM hijo de Duncan
  • DONALBAIN hijo de Duncan
  • MACBETH general del ejército escocés
  • BANQUO general del ejército escocés
  • MACDUFF barón escocés
  • LENNOX barón escocés
  • ROSS barón escocés
  • ANGUS barón escocés
  • MENTETH barón escocés
  • CATHNESS barón escocés
  • FLEANCE, hijo de Banquo
  • SIWARD, Conde de Northumberland
  • EL JOVEN SIWARD, su hijo
  • Hijo de Macduff
  • SEYTON, ayudante de Macbeth
  • LADY MACBETH
  • LADY MACDUFF
  • Tres BRUJAS, las Hermanas Fatídicas
  • HÉCATE
  • Otras tres brujas
  • Apariciones
  • Un CAPITÁN del ejército escocés
  • Un MÉDICO inglés
  • Un MÉDICO escocés
  • Un PORTERO
  • Un ANCIANO
  • Una DAMA de compañía de Lady Macbeth
  • ASESINOS (de Banquo)
  • ASESINOS (de Lady Macduff e hijos)
  • Nobles, caballeros, soldados, criados, mensajeros y acompañamiento.

 

Estructura y Forma de Macbeth

Tragedia en cinco actos de 7, 4, 6, 3 y 7 escenas, respectivamente.

  El grueso de la tragedia está pentámetros yámbicos de verso blanco.
  Las brujas hablan en tetrámetros.
  Hécate utiliza pareados octosilábicos
  La prosa se utiliza en cinco ocasiones

    1. La carta escrita por Macbeth a su esposa (Acto I, Escena V ).
    2. Prosa cómica del portero (Acto II, Escena III ).
    3. Macbeth da órdenes a sus asesinos alternando la prosa con el verso (Acto III, Escena I ).
    4. Diálogo entre Lady Macduff y su hijo (Acto IV, Escena II ).
    5. Lady Macbeth habla en sueños en prosa (Acto V, Escena I ).


 

Comentario sobre Macbeth

Si Hamlet es la tragedia de la duda y Otelo la de los celos, Macbeth es el análisis de la ambición.
Al principio de la obra Macbeth se nos presenta con cualidades esencialmente positivas: es valiente, buen soldado y fiel a su Rey. Pero cuando las brujas le tientan con su oráculo, Macbeth, a diferencia de Banquo que sabe mantenerse frío y escéptico, cede rápidamente a las fuerzas del mal. La prodigiosa rapidez de la imaginación de Macbeth se pone de inmediato al servicio de su ambición. Y si la conciencia de Macbeth todavía vacila ante su imperioso deseo de regicidio, ahí está la inteligencia práctica de su mujer para empujarle a un acto que ambos saben inevitable. Tras el regicidio, Macbeth ya ha entrado en una cadena de inevitable caída. Sus alucinaciones y sus miedos progresan a la medida de su violencia y ya no encuentra el reposo en nada ni en nada.
Lady Macbeth tiene un recorrido inverso al de su marido. Ella es la maestra de la apariencia y del engaño, es como la "flor que esconde una serpiente en su interior", capaz de mostrarse como la más solícita de las anfitriones mientra planea hasta el mínimo detalle del regicidio. Pero la fuerza de Lady Macbeth necesita de la debilidad de Macbeth para encontrar su expresión. A medida que su esposo va tomando la iniciativa, ella va perdiendo su capacidad de expresión siendo enormemente significativo el discurso en prosa que entrecortadamente pronuncia en su delirio por mostrar hasta que punto la integridad de Lady Macbeth dependía de la fuerza de su retórica.
La estructura dramática de Macbeth es sencilla y lineal. La historia, de un sólo argumento, está contada desde el punto de vista de los "Morality Plays", un tipo de representación típicamente medieval de tipo alegórico en las que se representaba una lucha entre el bien y el mal. Pero la grandeza de Macbeth reside en la fuerza de su verso y en la poderosísima imaginería de la oscuridad . Casi todas las escenas tienen lugar en la sombra, en la bruma o en la noche, haciendo el ambiente lúgubre y tétrico que se asocia con la magia negra, la brujería y el mal. La sangre es un motivo recurrente de enorme impacto dramático y el repetido simbolismo del lavado de las manos de Macbeth y su esposa se convierte en un leitmotiv que llega a su apoteosis dramática en la locura de Lady Macbeth.

 

Bibliografía

Ediciones con notas
William Shakespeare THE COMPLETE WORKS Editor Stanley Wells. Clarendon Press, Oxford, 1989
Shakespeare ,William OBRAS COMPLETAS Estudio preliminar, Traducción y Notas por Luis Astrana Marín. Primera Versión íntegra del inglés. Aguilar, S.A. de ediciones. Madrid, 1951
Shakespeare ,William Macbeth edición bilingüe de Manuel Ángel Conejero
traducción de Manuel Ángel Conejero y Jenaro Talens Editorial Cátedra 1987

Estudios monográficos

Bloom, Harold. William Shakespeare"s Macbeth.New York: Chelsea House, 1987.
Coursen, H. R. Macbeth A Guide to the Play. Westport, CT: Greenwood Press, 1997.
Nostbakken, Faith, and Claudia Durst Johnson. Understanding Macbeth A Student Casebook to Issues, Sources, and Historical Documents. Westport, CT: Greenwood Press, 1997
http://shakespeareobra.wordpress.com/macbeth/

viernes, 8 de noviembre de 2013

VOLTAIRE: ALMA.




ALMA. Es un término vago, indeterminado, que expresa un principio desconocido, de efectos sin embargo conocidos que sentimos en nosotros mismos. La palabra alma corresponde a la voz anima de los latinos, y es un vocablo que usan todas las naciones para expresar lo que no comprendemos más que nosotros.
En el sentido propio y literal del latín y de las lenguas derivadas, significa lo que anima. Por eso se dice: el alma de los hombres de los animales y de las plantas, para significar su principio de vegetación y de vida.

Al pronunciarla, esta palabra sólo nos da una idea confusa, como cuando se dice en el Génesis: «Dios insufló en el rostro del hombre un soplo de vida y se convirtió en alma viviente. El alma de los animales está en la sangre; no matéis, pues, su alma».

Así, pues, el alma —en sentido general— se toma por el origen y causa de la vida, por la vida misma. Por esto, durante muchísimo tiempo las naciones antiguas creyeron que todo moría al morir el cuerpo. Aunque es difícil desentrañar la verdad en el maremagnum de las historias remotas, tiene ciertos visos de probabilidad que los egipcios fueran los primeros que distinguieron la inteligencia y el alma, y los griegos aprendieron de ellos esta doctrina. Los latinos, siguiendo el ejemplo de los griegos, hicieron distinción entre ánimus y anima, y nosotros separamos también alma e inteligencia. Pero, ¿lo que constituye el principio de nuestra vida es también el principio de nuestros pensamientos? ¿Lo que nos hace digerir, lo que nos produce sensaciones y nos da memoria, se parece a lo que es causa en los animales de la digestión, de las sensaciones y de la memoria?

He aquí el eterno quid de las discusiones de los hombres. Digo eterno quid porque careciendo de la noción primitiva que nos guíe en este examen tendremos que permanecer siempre encerrados en un laberinto de dudas y conjeturas.

No tenemos un solo escalón en el que afirmar el pie para llegar siquiera a un vago conocimiento de lo que nos hace vivir y pensar. Para poseerlo sería preciso ver cómo la vida y el pensamiento entran en un cuerpo ¿Sabe un padre cómo produce a su hijo? ¿Sabe la madre cómo lo concibe? ¿Puede alguien adivinar cómo se agita, cómo se despierta y cómo duerme? ¿Sabe alguno cómo los miembros obedecen a su voluntad? ¿Puede alguien conjeturar por qué medio las ideas se forman en su cerebro y salen de él cuando lo desea? Débiles autómatas, colocados por la mano invisible que nos gobierna en el teatro del mundo, ¿quién de nosotros ha podido ver el hilo, principio y causa de nuestros movimientos?

No nos atrevemos a terciar en la discusión si el alma inteligente es espíritu o materia, si fue creada antes que nosotros, si sale de la nada cuando nacemos, y si después de habernos animado durante un día en el mundo, vive, cuando morimos, en la eternidad. Estas cuestiones que parecen sublimes, es como un ciego que pregunta a otro ciego sobre la luz.


Cuando tratamos de conocer los elementos que contiene un pedazo de metal lo sometemos al fuego en un crisol. ¿Poseemos un crisol para someter a prueba el alma? Unos dicen que es espíritu; pero, ¿qué es espíritu? Nadie lo sabe. Es una palabra tan vacía de sentido que nos vemos obligados a decir que el espíritu no se ve porque no sabemos decir lo que es. El alma es materia, dicen otros. Pero, ¿qué es materia? Sólo conocemos algunas de sus apariencias y algunas de sus propiedades, y ni éstas ni aquéllas parecen tener la menor relación con el pensamiento.

Y no faltan quienes opinan que el alma está formada de algo distinto de la materia. Y aunque no tenemos pruebas de ello, tal opinión se funda en que la materia es divisible y puede tomar diferentes formas, y el pensamiento no. Ahora bien, ¿quién os ha dicho que los primeros principios de la materia sean divisibles y figurables? Es muy verosímil que no lo sean; escuelas enteras de filósofos propugnan que los elementos de la materia no tienen figura ni extensión. Creéis apabullarnos replicando: «El pensamiento no es madera, ni piedra, ni metal; luego, el pensamiento no puede ser materia». Pero eso son débiles y azarosos razonamientos. La gravitación no es metal, ni arena, ni piedra, ni madera; el movimiento, la vegetación y la vida no son ninguna de esas cosas, y sin embargo, la vida, la vegetación, el movimiento y la gravitación son cualidades de la materia. Decir que Dios no puede conseguir que la materia piense es afirmar el absurdo más insolente que se haya proferido nunca en la escuela de la demencia. No estamos seguros que Dios haya obrado así, pero tenemos la seguridad de que puede obrar de tal forma. ¿Qué importa todo cuanto se ha dicho y se dirá del alma? ¿Qué importa que la hayan llamado entelequia, quinta esencia, llama o éter, que la hayan creído universal, increada, transmigrante, etc.? En cuestiones inaccesibles a la razón, ¿qué importan esas ficciones creadas por nuestras inciertas imaginaciones? ¿Qué importa que los padres de la Iglesia de los cuatro primeros siglos creyeran que el alma era corporal? ¿Qué importa que Tertuliano, contradiciéndose, dijera que el alma es corporal, figurada y simple al mismo tiempo? Tenemos un sinfín de testimonios de nuestra ignorancia, pero ni uno solo ofrece visos de verdad.

¿Cómo nos atrevemos a afirmar lo que es el alma? Sabemos con certeza que existimos, que sentimos y que pensamos. Deseamos ir más allá y caemos en un abismo de tinieblas. Inmersos en ese abismo, todavía nos acomete la loca temeridad de discutir si el alma, de la que no tenemos la menor idea, se creó antes que nosotros o al mismo tiempo que nosotros, y si es perecedera o inmortal.

La noción de alma y todas las especulaciones metafísicas deben empezar sometiéndose sinceramente a los dogmas de la Iglesia, porque, a no dudar, la revelación vale más que toda la filosofía. Los sistemas ejercitan el espíritu, pero la fe lo ilumina y lo guía.

Con frecuencia pronunciamos palabras que confusamente conocemos, y algunas veces ignoramos su significado. ¿No cabe decir esto de la palabra alma? Cuando la lengüeta o la válvula de un fuelle se halla descompuesta y el aire que entra en el vientre del fuelle sale por alguna de las fisuras que tiene la válvula, y éste no está comprimido por las dos paletas, ni sale con la fuerza necesaria para encender el fuego, las mujeres dicen: «Está descompuesta el alma del fuelle». No saben más, pero esa ignorancia no turba su tranquilidad. El jardinero habla del alma de las plantas y las cultiva con mimo, sin saber lo que significa esa palabra. En muchas de nuestras manufacturas los operarios denominan alma a sus máquinas, y nunca discuten sobre el significado de dicha palabra, pero no ocurre lo mismo a los filósofos.

Entre nosotros, el significado general de la palabra alma sirve para denotar lo que anima. Nuestros antepasados los celtas dieron al alma el nombre de seel, del que los ingleses formaron la palabra soul y los alemanes la palabra seel; probablemente, los antiguos bretones y teutones no discutirían sobre esa palabra.


Los griegos distinguían tres clases de alma: el alma sensible o alma de los sentidos (he aquí por qué el Amor, hijo de Afrodita, sintió tan vehemente pasión por Psique, y por qué Psique le amó tiernamente); el soplo que da vida y movimiento a toda máquina y que nosotros traducimos por espíritu, y la tercera, que como nosotros, llamaron inteligencia. Por tanto, poseemos tres almas sin tener la más ligera noción de ninguna de ellas. Santo Tomás de Aquino admite estas tres almas, como buen peripatético, y sitúa cada una en tres partes, una en el pecho, otra en todo el cuerpo y la tercera en la cabeza. En nuestras escuelas no se conoció otra filosofía hasta el siglo XVIII... ¡Y desgraciado el hombre que hubiera tomado una de esas tres almas por otra!


Hay, sin embargo, motivo para esta confusión de ideas. Los hombres conocieron que cuando les excitaban las pasiones del amor, de la ira o del miedo, sentían ciertos movimientos en las entrañas. El hígado y el corazón fueron asignados como asiento de las pasiones. Cuando se medita profundamente, sentimos cierta opresión en la cabeza; luego, el alma inteligente está en el cerebro. Sin respirar no es posible la vegetación y la vida; luego, el alma vegetativa está en el pecho, que recibe el soplo del aire.


Cuando los hombres vieron en sueños a sus padres o a sus amigos muertos se dedicaron a estudiar qué se les había aparecido. No era el cuerpo porque lo había consumido una hoguera o lo había tragado el mar y servido de pasto a los peces. Esto no basta para que sostuvieran que algo se les había aparecido, puesto que lo habían visto; el muerto les había hablado y el que estaba soñando le dirigía preguntas. ¿Con quién habían conversado durmiendo? Se imaginaron que era un fantasma, una figura aérea, una sombra, los manes, una pequeña alma de aire y fuego extremadamente delicada que vagaba por no sé dónde.


Con el transcurso de los años, cuando quisieron profundizar en este estudio, convinieron en que dicha alma era corporal, y esta es la idea que de ella tuvo la Antigüedad. Más tarde, Platón sutilizó esa alma de tal forma que se llegó a pensar que la habían separado casi completamente de la materia, pero ese problema no se resolvió hasta que la fe vino a iluminarnos.


En vano los materialistas aducen que algunos padres de la Iglesia no se expresaron con exactitud. San Ireneo asegura que el alma es el soplo de la vida, que sólo es incorporal si se compara con el cuerpo de los mortales, pero que conserva la figura de hombre con el fin de que se la reconozca.


Tertuliano se expresa así, gratuitamente: «La corporalidad del alma resalta en el Evangelio, porque si el alma no tuviera cuerpo la imagen del alma no tendría imagen corpórea». Inútilmente, ese mismo apologista refiere la visión de una mujer santa que vio un alma muy brillante y del color del aire.

En vano aducen que san Hilario dijo en tiempos posteriores: «No hay nada de lo creado que no sea corporal, ni en el cielo ni en la tierra, ni en lo visible ni lo invisible; todo está formado de elementos, y las almas ya habiten en un cuerpo, ya salgan de él, siempre tienen una sustancia corporal».

Asimismo, san Ambrosio, en el siglo VI, decía: «No conocemos nada que no sea material, a excepción de la Santísima Trinidad».

La Iglesia ha decidido por unanimidad que el alma es inmaterial. Los referidos santos incurrieron en un error que entonces era universal eran hombres. Pero no se equivocaron respecto a la inmortalidad porque los Evangelios la anuncian con claridad.


Es preciso, pues, conformarnos con la decisión de la Iglesia porque carecemos de la noción exacta de lo llamado espíritu puro y de lo que se llama materia. Espíritu puro es una expresión que no nos proporciona ninguna idea, y sólo conocemos la materia por alguno de sus fenómenos. La conocemos tan poco, que la llamamos sustancia y esta palabra significa lo que está debajo, pero este debajo está oculto eternamente para nosotros; es el secreto del Creador en todas partes. No sabemos cómo recibimos la vida, ni cómo la damos, ni cómo crecemos, ni cómo digerimos, ni cómo dormimos, ni cómo pensamos, ni cómo sentimos. Es una insoslayable dificultad conocer cómo el ser humano concibe sus pensamientos.

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