viernes, 9 de agosto de 2013

MARGO GLANTZ SHAPIRO. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1984. CUENTO.




Margo Glantz Shapiro (Ciudad de México, 28 de enero de 1930) es una escritora, ensayista, crítica literaria y académica mexicana

Síndrome de naufragios

En sentido muy ancho la mortificación es abrazar las cosas que causan pena y dolor: el camino de la perfección pasa por sus cilicios y sus soledades y para alcanzarlo plenamente, como aconsejan Job, San Gregorio y Góngora, es necesario un ejercicio continuo o quizá la falta absoluta de ejercicio: San Onofre practicaba la templanza y la dieta encaramado en un árbol y sus nodrizas fueron los pájaros; San Simeón, el estilita, fue el precursor de las estatuas napoleónicas y la inmovilidad y las poleas fueron su máximo invento. La más alta dedicación de Hans Wallenda fue caer a tierra por andar sobre una cuerda floja restirada entre los tejados de una ciudad amurallada para protegerse de los piratas de Salgari. El cuerpo del equilibrista se estrelló contra el adoquinado y su pelvis astillada adorna el museo de la ciudad; en cambio, San Agustín enseña que nuestras pasiones son nuestros máximos enemigos y si las mortificamos a conciencia podremos llegar al cielo.

Abelardo se dejó conquistar por la molicie y escribió en el cuerpo de Eloísa apasionadas cartas con el desenfreno del amante y la templanza del sabio y del asceta. María Egipciaca desató sus largas trenzas y con ellas atrapó a los transeúntes en su cuerpo; luego, los mismos cabellos desenredados le sirvieron para escalar los cielos y fomentar las tormentas y mortificaciones que habrían de subirla por la senda pedregosa e inmaculada de la perfección.


Es en vano que alcanzó las cimas nevadas de una desilusión, pero al principio ayuda. Se ve una sandalia y se dibujan los dedos claros, perfectos, con ese alargamiento cotidiano que da la santidad, una santidad parecida a la del pobre de Asís, santidad protegida, es verdad, por el polvo del camino, pero en última instancia santidad. Ese despojo verdadero, esa inocencia, se matizan con una mirada hacia arriba, cristalina y la niña de mis ojos (o de los tuyos) adquiere su transparencia infinita, casi tanto como la de los ojos de pescado que se lleva al matadero, cuando los pescadores olvidan su oficio para convertirse en malabaristas, o en equilibristas, y pescan con las redes moradas del crepúsculo. Los peces van cayendo, solitos, y solitos se enredan en la nada: sólo sus ojos revelan la verdad que araña. Sólo los ojos, porque los peces, sobre todo cuando se han pescado, no tienen pies, apenas cola y la cola pertenece a las sirenas.

Tú no serás nunca ni Neptuno ni Tritón.

Insisto, en tus ojos se refleja la santidad. Pero es el cardillo. Brilla de lejos, deslumbra, apabulla. Pero es eso, el cardillo. Una mancha luminosa aposentada en una roca, o una mancha luminosa distraída por el verdadero espejo, el que viene de arriba, el de los cielos, el que se mira en los Evangelios y el que disfraza a San Juan. Pero no es San Juan de la Cruz, en este reflejo no hay misticismo verdadero, cabe en todo caso en las sandalias y las sandalias están empolvadas. Es oficio de peregrinos y no de santos. Los santos verdaderos son pocos y los santos verdaderos son como el Dios de Pascal, invisibles aunque traicioneros. Tú llevas una santidad condicionada a las correas de un calzado de tiritas color carne y una santidad atada a las correas transparentes cuando miras hacia arriba, como santo en su nicho cuando espera el tormento (o después de practicado).


—También las cosas tienen celos, no las cambies seis años sin tocarlo.


Hay golondrinas viajeras, mariposas migratorias, salmones que remontan las corrientes y anillos que cambian de morada. Los he visto recorrer distancias breves, las que hay de dedo a dedo y de tamaño a tamaño, las he visto cambiar sus espacios y alterar sus montaduras con las piedras no preciosas. Aparecen de repente en viejas manos de epidermis secas y mudan de apariencia si cambian de armadura. Suelen servir como despojos de coronas arrumbadas en museos y pueden ser reliquias de viejas promesas incumplidas. A veces las sortijas quedan sepultadas en valijas de doble fondo y alternan con las drogas y los contrabandos. Se llevan como antes se llevaban los venenos. Se ostentan en vidrieras iluminadas y protegidas por cristales a prueba de los gángsters de Chicago. Son humildes solitarios engarzados, simples argollas de oro delgado, más bien alambres de oro, reliquias que se intercambian en los esponsales diarios: anillos bizantinos, recuerdo de Recaredo o de Reinaldo el Viejo. Son atributos de reyes coronados, determinan un relumbrón alquitranado por las minas de diamante del Congo Belga; allí se producen las piedras —o carbones— de alto quilataje: se los disputan los magnates, las actrices, los nuevos ricos.

Un humilde anillo fue nuestro intercambio: recuerdo épocas felices y pasadas: una pérdida de anillos es tan irreparable como una hemorragia y tan irresistible como un desmayo por ella ocasionado. Toda sangre que descansa en paz pierde su anillo y tú perdiste el mío, azul y martillado, en un cuarto de hotel. Ahora su brillo se manosea y el sello cambia al influjo de duras batallas coloidales.

Es un texto que le queda chico o grande según se trate el dedo anular o del pulgar o hasta del cordial, aunque el pulgar rechace los anillos. Es un cuadro de Rembrandt en donde la pareja brilla por su ausencia y se detiene en un dedo gordo atrabiliario aunque ennoblecido por la gema y el retrato.

Hay un vacío que ya no puede llenarse de recuerdos, ni con rituales desmorecidos. Habría que ponerle un cachalote protegido por los tridentes del calamar gigante que detiene las hélices de los submarinos. Nemo lleva un barco ballenero, pero con él protege a las ballenas. Nemo me mira. En la mano derecha lleva el anillo hindú de la rebelión y el credo lleno de fosfatos, otras veces delimitados y narrados en páginas curiosas y amarillas, pero no son pergaminos, son esponjas.

El dulce coloquio se prosigue sin anillos, los esponsales se celebran en secreto. La ingenuidad de Fulberto es perfecta: confía la ternera a un lobo hambriento. Mis manos corrían por su cara y las suyas por mis senos, apenas veíamos los libros y antes que el de Francesca nuestro pacto se inició con un verso.


Muchos me alaban. He construido mi suerte, así me dicen. Yo los miro: He pagado con mi sangre esa suerte y prefiero destruirla para mirarte. Y entonces…

—¿Por qué empiezas así? ¿No conoces otros comienzos? Debieras cumplir con los mandamientos.

—No, esos comienzos son los de un sueño vestido de tafeta rosa. ¿Lo recuerdas?

—¡Cómo olvidarlo! Mi vida sigue tu sueño que se repite cada noche con intranquilidad.

—Bien sabes que odio los melodramas pero los propicio. Vuelvo a empezar.

Nada me queda, sólo esa sensación cuando me despierto y sigue al pie del muro, vestido delicadamente de tafeta rosa, con las reminiscencias sedosas de seda.

—Hablas con enigmas y lo que es peor, te repites.

—Nada es importante, es apenas un sueño. No interrumpas, sigue oyendo y míralo, cerca del muro, vestido de tafeta rosa.

—Un hombre vestido de esa manera es ridículo.

—No, el hombre de mi sueño provoca las angustias. Hasta las angustias pueden alguna vez vestirse de color de rosa o acariciar con la textura de la seda.

—Bueno, si quieres cuéntame tu sueño.

—Soñé que lo veía, ya te lo dije, estaba junto al muro, vestido de tafeta rosa. Y ese color de cuento era el color de la angustia. Perdona que repita, pero es el mismo sueño repetido durante los últimos quince años. Lo miré y traté de decirle algo. A mi alrededor se oían otras voces. Me di cuenta y vi a los que hablaban. Estaban lejos, vestidos con elegancia refinada. Iban hacia el salón de este castillo. Varios criados pasaban junto a mí sin mirarme, parecían no advertir que a mi lado estaba la figura varonil vestida de color de rosa.

De repente grité algo, queriendo llamar la atención aunque fuera de los criados… Ninguno se inmutó. Su mirada se detenía en el muro pero sin sorpresa, parecía que no había nadie allí, sólo las piedras que lo forman. Los invitados también vestían de tafeta, con tonos variados, nunca rosa, y simulaban no oír cuando gritaba.

La angustia se hizo inmensa, gigantesca, tanto que empezó a cubrir el muro. La figura vestida de rosa desapareció dejando su olor adocenado como una grieta que transforma mi universo.

—¿Y los otros sueños?

—Vuelvo a empezar, oye mi relato:

"Junto al muro había un hombre vestido de tafeta rosa que nunca hablaba de mi suerte. Enfrente, varios criados vestidos con libreas que atendían a los invitados vestidos de tafeta oscura. Las mujeres llevaban unos trajes de gran elegancia, de sobriedad exagerada. En un salón entreabierto se veían varias mesas y se oía el sonido de un piano. Era algo así como una sonata de Beethoven, quizá tocaba en honor del Conde Waldstein, pero no es el piano ni su sonido lo que cuentan en este sueño. Lo único que veo, lo único que añoro es la figura vestida de tafeta rosa que se apoya contra el muro. Tres gustos y tres sueños me fatigan, son monótonos aunque sedosos, su textura es torpe y repetida.

"No me entiendes, esa casa tenía 11 patios repetidos e iguales y en cada uno de ellos había un muro y en cada muro estaba la figura vestida de tafeta rosa. Cada sueño se repetía 3 veces llenando las paredes con 33 figuras vestidas de color de rosa.

"Ahora no son las voces, son los colores con los que me engañan.

"La escalera era estrecha y un escalón estaba quebrado, como hace 9 años. El paraguas colgaba del barandal, negro y ominoso, a pesar de la luz que arrojaba el sombrero de paja, colocado al lado con seriedad provinciana. Nadie salía de los departamentos, ni siquiera el ruido, y los paraguas comenzaban a invadir con sus colores maravillosos los escalones.

"Me detuve.

"No puedo dejarlo, pensé, está allí al alcance de mi mano, si los dejo cualquiera pasa, los toma y me quedo (como siempre) sin nada."

Regresé corriendo y lo puse sobre mi brazo deslizando el puño encima de mi muñeca (era color de rosa y sus ojos de vidrio).

Más abajo había un paraguas también rosa y luego otro rojo. Preferí agarrar, sin pensarlo dos veces, el rojo y bajé, feliz, con mis dos paraguas haciendo huelga juntos.

La escalera se amplió como escalera de ópera decimonónica y Anna Karenina apareció del brazo de su hermano, se cruzó conmigo, y ni siquiera me miró (llevaba un traje de calle corto).

"Es claro, me dije, el paraguas rojo no es muy elegante."

La escalera crecía, a lo lejos oía todavía el roce satinado del vestido de fiesta de la bella mujer asesinada. Los paraguas eran más vivos que los que Lautréamont utilizaba sobre los manequíes y la máquina de escribir cuelga por los aires, mientras Bretón los coloca ayudado por mí.

Los paraguas empiezan a correr, pasan como paracaídas de la guerra fría. Algunos pies desnudos me saludan desde los hilos invisibles y la escalera es el terraplén de un convento agustiniano del siglo XVI con almenas y con capilla abierta, un enorme paraguas color crudo.

Camino de prisa, con mis dos paraguas, y el terraplén se va llenando de gente: todos son invitados, visten trajes elegantes, nunca tanto como el de Greta para contrastar con mi vestido de color amarillo, totalmente disparejo, totalmente desahuciado, sobre todo si lo acerco a los colores de los paraguas que brincan a mi paso.

"No importa, nadie me mira."

Todos los ojos convergen hacia mí y las miradas son anónimas y hostiles. A nadie le gusta la combinación de colores, a nadie le parece oportuna mi aparición anterior a la de la novia, quizá en lugar de ella, esa joven tierna, vestida tradicionalmente con sus gasas vaporosas y sus azahares, con los ojos felices y el paso triunfal de las damiselas que llegan al baile con los zapatitos de cristal, seguras de conquistar el mundo, seguras de que el final feliz del cuento las deja protegidas contra los paraguas y contra los paracaídas, contra los pies desnudos, contra los cadáveres, contra los descansillos de las escaleras deslucidas y los barandales despintados.

La doncella blanca, la joven de los zapatitos no aparece y los invitados miran mi paraguas y los ojos se les van ensanchando como las escaleras convertidas en terraplenes y el paraguas abierto convertido en capilla abierta de frailes franciscanos. Los ojos son telescopios y los cuerpos abultan ajando los vistosos y complicados atavíos. Cada invitado ha elegido un lugar donde crece la hierba ocultando con su verdor disparejo las tumbas hacinadas por los siglos y las inscripciones que rodean unas cruces. En los asientos-tumba se mezclan, como en los enterramientos, los niños, los valses y los viejos galanes del cine mudo peinados a la Valentino o las doncellas envueltas en el aura garbosa de las divas y el aleteo de los gavilanes.

Los paraguas carecen de epitelio y las lenguas se erizan en la noche.

Fuente: http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=154&Itemid=31&limit=1&limitstart=8


jueves, 8 de agosto de 2013

Héctor Manjarrez. Premio Xavier Villaurrutia 1983.


Héctor Manjarrez, nacido en 1945 y originario del Distrito Federal, es autor de una docena de libros, entre los cuales destacan las novelas Pasaban en silencio nuestros dioses (1987), El otro amor de su vida (2000) y Rainey, el asesino (2002), e igualmente las recopilaciones de cuentos No todos los hombres son románticos (1983) y Ya casi no tengo rostro (1996).

Entre los premios que ha recibido se cuentan el Xavier Villaurrutia (1983) y el José Fuentes Mares (1998).

El autor ha residido en la antigua Yugoslavia, España, Turquía, Francia e Inglaterra. Tiene dos hijas.

Fuente: http://www.ucol.mx/boletines/noticia.php?id=7230

 

No todos los hombres son románticos…

 
FRAGMENTO 1
Nuestro amor de ahora no es aquella demencia, aquel deseo que no sabía cual era su objeto. De nuevo están separadas nuestras hermosuras. Tu abrazo no me toca en todo punto ni me hace brillar de inteligencia. "You’ve changed, your kisses now are so blase, that sparkle in your eyes is gone." No sé como se vuelve a amar al ser amado. No lo sé. De nuevo, soy sólo deseo; de encontrar el hilo plateado del caracol sobre la pared que levantamos con tontería y maldad. Otras mujeres me enloquecen; pero mi locuramás comprensible tiene tus rasgos y hasta tu olor. No dijimos bien las cosas. Amarse tanto y tan mal. Meter tanto odio en las junturas de los besos. Te he odiado con tal fuerza, he sentido tu desprecio como un desollamiento. Y yo, yo te sometí a la impecable mezquindad de la inteligencia, mientras tú me hacías padecer tu tiránica perfección. Yo te negué en los gestos más nimios, para demostrarte que era capaz de grandes posturas, grandes frases y grandes exigencias. El hombre es un gran sentimental que traduce las emociones en ideas y los hechos en normas. No quiero ni quise el mundo y su dominio. Pero quiero el lenguaje aún. El lenguaje que todo lo restringe, el lenguaje patriarcal, el lenguaje de los primogénitos y los herederos, el lenguaje absoluto, el lenguaje de los que hablan de amor, el lenguaje de la debilidad. ¿Cómo me puedo salvar de eso? ¿Como utilizarte, sin hacer uso de ti, para entender la plenitud del amor por lo que no se es, por otras costumbres, por el sexo opuesto, por otra manera de estar en el sometimiento a las reglas de la vida que amamos y la sociedad que nos repugna?
FRAGMENTO 2
¿como era que el terreno del amor había quedado en manos de los hombres? Según él, Chaqueta Blanca no era una víctima del machismo, sino de los hombres de buena fe que necesitan tener la razón, hasta y sobre todo en la irracionalidad. Es fácil para un hombre ser romántico, pensó protagonista; nada más tiene que ser excesivo, tal como su madre lo fue con él, y sentimental sin perder su pasión por la racionalidad.
FRAGMENTO 3
Por amputaciones y mutilaciones
y conversaciones sucesivas,
siento que vamos llegando al meollo.
Hemos trepanado tanto,
querida mía, que solo queda el corazón
y unos cuantos tejidos.
Ya está desprotegido, mira
cómo late.
Podemos estrangularlo con sólo dos dedos
que aprieten la vena aorta.
¿por qué no utlizar un poco siquiera de esta ira
en ese crimen que ninguna justicia perseguirá?
Lo que más me transtorna
ya no es sólo perderte, mi amiga,
sino el no tener
entre quienes me aman
a quien darle un poco siquiera
de lo que con tantas ganas
te dí a ti.
Tú tienes uno a quien entregarle,
te preguntas,
algo de lo mejor de tu inteligenica y tu deseo.
No son celos lo que siento:
es (lo digo sin rencor
pero con furia)
simple envidia.
FRAGMENTO 4
En verdad os digo, conciudadanos y amantes: la vida es dura y cuando alguien nos deja es más dura aún porque el tiempo no alcanza, porque los ingresos tampoco, porque es más difícil ser padre o madre, porque la mitad de la casa está sucia, porque la soledad quiebra al más fuerte en un mal momento, porque te quedas sin testigo, porque pasa mucho tiempo antes de que puedas volver a enamorarte. Además, verdad, pusiste tanto de ti mismo que fue buena y malo y ahora es sólo un vacío que no llenan ni los orgasmos ni el alcohol ni los amigos ni el sufrimiento ni la violencia. Militante expulsado del partido, creyente excomulgado, desempleado súbito de las arduas tareas de la pareja, quisieras enamorarte de nuevo, enamorarte otra vez del mismo individuo con que rivalizaste, que te negó, al que negaste, que te deseó y dejó de desear, que te dio su historia y su tiempo, al que quisieras poder acariciar como a cualquier nuevo cuerpo bello. ¿Por qué hiciste las cosas tan mal?, ¿por qué siempre haces las mismas estupideces?, ¿por qué te rehusaste cuando debías dar más?, ¿por qué no supiste explicarte?, ¿por qué la rapacidad del entorno les quitó la ternura y la compasión?, ¿por qué querer hacer de la dicha una costumbre?
 
 

miércoles, 7 de agosto de 2013

FRANCISCO CERVANTES. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1982. POESÍA.

Francisco Cervantes: la dignidad del canto




MARZO 2005.

AÑO 2005. En enero murió Francisco Cervantes, cuentista, ensayista, traductor connotado del portugués y una de las figuras más reconocidas y extravagantes de la poesía hispanoamericana. El abundante anecdotario que ha aflorado a partir de su muerte revela a un hombre de valores arraigados, de afectos y antipatías tajantes y de un trato que podía ser alternativamente huraño o entrañable. Todos estos rasgos denotan una personalidad peculiar, pero también una elección estética, una asunción, hasta las últimas consecuencias, de la poesía como una ley. Porque Cervantes fue uno de esos románticos postreros que buscaban una unidad ética entre el creador y su obra, y que aspiraban a que sus dilemas e inquietudes personales alcanzaran una resolución formal y vital en el arte. Para Cervantes, el poeta no era un mero productor de versos, sino una especie de caballero andante que, con su iracundia o generosidad impulsivas, encarnaba las virtudes del valor y la justicia y no dudaba en explotar contra los necios, los apocados o los avariciosos. Así, Cervantes hizo de la poesía una norma de honor y de ascetismo que guiaba desde la elección de sus oficios hasta su relación con el medio ambiente literario. No puede explicarse de otro modo su franqueza y animosidad a veces suicida o su renuncia a las aspiraciones habituales (una familia, un hogar propio, una convivencia pacífica y rentable con la comunidad literaria) para elegir una vida errante y precaria de cantor inconformista.
Por supuesto, aun con su valentía, Cervantes no sería más que una leyenda de la bohemia literaria mexicana si su personalidad e ideario no hubieran cristalizado en una obra poética deslumbrante. La poesía de Cervantes crea un universo de valores y un lenguaje poético único: por un lado, con su alabanza a los ideales caballerescos y guerreros, revive y redime una cultura heroica, una edad de oro del arrojo y la nobleza de corazón; por otro lado, con la actualización de moldes poéticos antiguos y con la mezcla de sus idiomas electivos —el castellano, el gallego y el portugués—, Cervantes emprende la búsqueda de una expresión en donde la sonoridad, el ritmo y la emoción trasciendan las fronteras idiomáticas y restituyan, al menos por un instante, el ideal de una unidad de la lengua. Ya desde su primer libro, Los varones señalados (1972), Cervantes canta las aventuras, hazañas y sufrimientos de los caballeros, alaba el heroísmo y el "poder civilizador" de la guerra, evoca el placer embriagante de la batalla y la conquista del respeto, la amistad y el amor; pero no se trata de una mera idealización: los caballeros y trovadores de Cervantes son seres trágicos, con una profunda conciencia de la muerte y la transitoriedad de sus afanes. Así, la naturaleza libérrima del caballero desconfía en su fuero interno de cualquier dogma o autoridad y cultiva, a veces con una confianza solitaria y temeraria, la fidelidad a sus propios valores. Por eso, los caballeros, y en general todos los personajes poéticos de Cervantes, son seres que abrazan un vitalismo atormentado y escéptico donde se alternan el amor y el abandono, el goce y la herida, la nostalgia y la celebración del instante, la fe y el nihilismo.
Pero Cervantes no sólo hace una fascinante elegía de un mundo ido, sino que, con su gusto por lo arcaico, se vuelve uno de los más audaces experimentadores con el sonido y el ritmo. Desde sus primeros libros, Cervantes adopta una sintaxis y una entonación deliberadamente anacrónicas que dotan a su poesía de una insólita musicalidad, pero es tal vez en Cantado para nadie (1982) donde lleva a las mayores alturas su exaltación del canto y la mezcla de idiomas. En este libro, el canto aparece como una reivindicación de formas antiguas, particularmente de la juglaría gallegoportuguesa (cosantes, cuartetas, cantigas de amigo o de estribillo), a menudo casi ininteligibles para quienes no conocemos esos idiomas, pero cuyo efecto, grato al oído y al sentimiento, surge de un diestro despliegue del oficio poético. Así pues, podría pensarse en un anhelo de restauración que construye un mundo poético, al mismo tiempo mágico y secular, donde privan los valores ideales, donde el canto es una expresión sencilla y compleja a la vez de la alegría o la añoranza y donde las diferencias entre las lenguas se diluyen en un solo ritmo poético. Por supuesto, esta confianza en los poderes de la poesía no implica una sacralización y nada más lejos del temperamento de Cervantes que la impostura chamánica con la que todavía muchos poetas sorprenden a los auditorios desprevenidos: Cervantes no busca en la poesía una religión o una salvación, sino simplemente una forma más digna y consciente de existir, de aceptar la fragilidad y el absurdo de la condición humana y de soportar las menguas y humillaciones del tiempo y el azar en nuestras vidas. –


FUENTE: http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/francisco-cervantes-la-dignidad-del-canto


martes, 6 de agosto de 2013

SERGIO PITOL. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1981.



PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1981. SERGIO PITOL.
Nocturno de Bujara. Libro de cuentos escrito por el escritor Sergio Pitol Demeneghi nacido en México en el año 1933.

Contenido

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Síntesis

El autor incluye en estos cuatro relatos, ciudades y países como Moscú, Varsovia, Venecia, Samarcanda, París, México y Bujara, donde quedan unidas por sus personajes logrados con referencia en cuanto a los hechos que se abordan, personajes ficticios, fantasmales y verdaderos pero con gran sentido literario, demostrando en el intento que ¨todo está en todo¨, características que también mantiene en otros libros suyos tales como: Infierno de todos, De Jane Austen a Virginia Wolf y también la novela El desfile de amor por la cual recibió el premio Herralde.


Trama

Una lluvia de cuervos fantasmagóricos inunda de repente la ciudad de Bujara en las noches de misterio que asustan y horrorizan a la gente de la ciudad y los turistas que acuden a ella en busca de emociones, sus graznidos llenan de pavor y cuando son presas de otras aves sus pedazos también caen sobre la gente causándoles espanto, pero Juan Manuel aun halla la ciudad muy hermosa y vive en ella su vida junto a sus amigos que le acompañan.

Entonces se entabla una relación amorosa entre la pintora italiana Issa y un joven estudiante venezolano llamado Roberto, relación que deja a su amiga muy herida debido a los desamores causados por Roberto hasta que ella cae deprimida en tal estado que se va de viaje a otra ciudad y allí recibe una misteriosa golpiza que la deja en coma y muy destrozada, pero sus amigos luchan por salvarla y traen a su familia para ayudarla, sin embargo ella sale del hospital con pérdida de su razón y en una condición muy triste…

El amor desenfrenado que nace entre Beatriz y el marido de su hermana trae grandes conflictos en su familia y con su propia hermana ya que ella no acepta esa relación con su marido Guillermo, entonces se entabla una lucha entre las dos hermanas por quedarse con Guillermo y las pertenencias de sus casas que las conllevará a tomar graves y delicadas situaciones…


Personajes

  • Juan Manuel : Protagonista de un cuento que vive en la ciudad de Bujara y que lucha por salvar a su amiga pintora.
  • Issa : Pintora italiana que llega a la ciudad de Bujara y se hace amiga de Juan Manuel pero cae en la red de amor de Roberto quien la hace sufrir con sus desamores.
  • Roberto : Joven estudiante venezolano que es un casanovas de mujeres y enamora a Issa y la hace sufrir hasta la locura con sus desamores.
  • Feri : Amigo húngaro de Juan Manuel que pasa convalecencia en un hospital de Bujara.
  • Beatriz : Mujer que se enamora de Guillermo el esposo de su hermana.
  • Guillermo : Esposo de la hermana de Beatriz que tiene un romance con ella y su esposa los sorprende y entablan una lucha de amores.


Fuentes



Pitol, Sergio. Nocturno de Bujara. La Habana : Editorial Casa de las Américas, 2008.

lunes, 5 de agosto de 2013

SERGIO FERNÁNDEZ CÁRDENAS. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1980.


Semblanza del ganador del Premio Xavier Villaurrutia: SERGIO FERNÁNDEZ CÁRDENAS.

premio nacional de ciencias y artes 2007

Sergio Fernández recibe el galardón en el área de Lingüística y Literatura.
Sergio Enrique Fernández Cárdenas (Ciudad de México, 1927 - ) es un escritor, crítico literario, catedrático, investigador y académico mexicano. Se ha especializado en temas relativos al Siglo de Oro y el Barroco.


 

"Sólo soy un profesor que sabe de literatura porque la escribe"



A sus 81 años, el catedrático, investigador y escritor Sergio Enrique Fernández y Cárdenas, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2007 en el campo de Lingüística y Literatura, dice sentirse muy afortunado y reconoce que ha sido la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) "la que me ha dado todo".

Aun cuando en estos momentos sufre de ciertos problemas para caminar, continúa trabajando, escribiendo e investigando. "Ganas no me faltan de seguir haciendo cosas. Hago un poco de bicicleta fija, mientras me vienen algunas ideas", comenta el especialista, quien por muchos años se dedicó a formar a decenas de generaciones en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Actualmente sus días "son muy recoletos", de estar en su casa y estudio, desde donde también impulsa que se instituya la cátedra Cervantes, pues como escritor –explica– "Miguel de Cervantes Saavaedra es un caso excepcional, es el autor que más vocablos usados tiene, aproximadamente 26 mil. Un ensayista a lo más que llega es aproximadamente a cinco mil y otras personas hablan tres mil. El vocabulario de Cervantes es gigantesco y por eso uno tiene que recurrir al diccionario constantemente".

El estudio y admiración que tiene por Cervantes es el mismo que le tiene a Sor Juana Inés de la Cruz y a los autores del Siglo de Oro español, y entre los autores no latinos que lo han influido –dice– están Henry James, Robert Louis Stevenson, Marcel Proust y Thomas Mann.

"De hecho, recientemente he estado leyendo una interesantísima correspondencia entre Stevenson y Henry James".


Trabajos inéditos
Como ensayista, asegura que tiene una serie de trabajos "aún no divulgados o publicados con muy mala suerte, pues en un libro reciente, titulado Todo para los dioses, editado por el CNCA, me pidieron que quitara el escrito sobre Elena Garro; de estúpido acepté, para que el volumen saliera. El escrito se lo di a la revista Proceso, pero lo editaron mal; no obstante, ahí esta el trabajo completo de la Garro, de quien fui amigo hasta donde se podía serlo. Ahora tengo la intención de publicar esa serie de ensayos sueltos en un solo libro. De los que recuerdo tengo algunos sobre Cernuda, Federico García Lorca, uno que todavía no es el definitivo sobre ópera y sobre tres grandes bailarines: Nijinski, Isadora Duncan y Anna Pavlova".

Fernández y Cárdenas realizó sus estudios de maestría y doctorado, con mención magna cum laude, en lengua y literatura Españolas en la UNAM. Fue becario dos veces del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, para la Universidad Complutense y para la Universidad de Salamanca.

Ha impartido cursos en El Colegio de México y las universidades de Colonia, en Alemania; Sao Paulo, Brasil; San José de Costa Rica; La Jolla, California; Utrecht, Ámsterdam y Gröeningen, en Holanda, y Lisboa, en Portugal.

Con una trayectoria de más de 50 años en el mundo de las letras, también ha sido profesor visitante del Centro de Estudios Italo-Latinoamericanos de Roma, Italia, de las universidades europeas de Bolonia, Cracovia y Varsovia, estas últimas en Polonia; Gotemburgo y Estocolmo, en Suecia; de las universidades latinoamericanas de San Marcos, Quito, Guayaquil, Sao Paulo y Panamá, así como de las universidades estadunidenses de Columbia, San Antonio, Bloomington, Darmouth College y Notre Dame.

Es investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores desde 1994. De su obra narrativa destacan Los signos perdidos, En tela de juicio, Los peces, Segundo sueño, Olvídame y Por lo que toca a una mujer.

De acuerdo con el jurado, el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2007 le fue conferido "por haber combinado con excelencia la creación literaria, el desempeño académico y la investigación sobre hitos fundamentales de la literatura hispánica".

El maestro Fernández afirma "no haber escrito nada serio sobre el movimiento estudiantil de 1968; sin embargo, en mi vida fue algo muy fuerte e importante.

"Participé en la primera manifestación que realizó el rector y maestro (Javier) Barros Sierra y en la marcha del silencio. La matanza del 68 no me tocó por suerte, pues iba a ir con un amigo que tenía coche, pero en ese momento, sobre Río Churubusco, vimos pasar los tanques, entonces le comenté a mi amigo: ‘éstos van a sitiar la universidad’ y él dijo, ‘cómo crees’. Entonces los empezamos a seguir. Se estacionaron justo donde está la gasolinera, por donde se entra a la institución. Y de ahí los soldados penetraron a la universidad. Nosotros escapamos de allí hacia Tlalpan, donde me había citado con gente que estaba muy comprometida con el movimiento.

"Hubo una ocasión en que a José Revueltas me lo llevé a la casa de Arturo Cantú, donde estuvo metido durante varias semanas, pero se salió y lo metieron a la cárcel. En su momento lo velamos en el auditorio Che Guevara, que hoy está invadido por estos muchachos que son como chinches. En ese homenaje llevé un inmenso ramo de rosas rojas, casi negras, que se llamaban Luto de Juárez."

Amigo de Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández, Jaime Sabines, Luis Rius, Enrique Álvarez Félix, así como de la poeta Pita Amor y Frida Kahlo, Fernández recuerda que en cierta ocasión los tres fueron a la ópera al Palacio de Bellas Artes. "Pita me decía ‘caramelo’, y un día me habló por teléfono y me dijo: ‘caramelo, acompáñame a Bellas Artes, porque voy a ir con Friduchín a la ópera’. Entonces ahí vamos. Ya adentro estas dos locas andaban grite y grite, burlándose del espectáculo, y nos corrieron. Era la ópera Carmen, cantada por Giulietta Simionato".

En aquel entonces, dentro del ámbito artístico e intelectual Sergio Fernández era el más joven de todos. "Era un círculo muy cerrado y en ese sentido teníamos una expansión de criterio, podíamos decir lo que queríamos. Hoy día lo que vemos de manera más abierta, por ejemplo, es que hay más matrimonios de hombres con hombres; eso, que no existía en aquella época, nosotros lo dábamos por hecho".

Para el autor de Los peces, el devenir político de nuestro país "ha sido fatal. No soy optimista en ese sentido. Sé poco de política, pero como mexicano estoy enterado y no me gusta la situación. Por ejemplo, el que (Andrés Manuel) López Obrador se haya dejado ganar la Presidencia me hace sentir un poco de menosprecio; y aclaro que no soy partidario de Calderón, ni sé adónde va. En la actualidad me parece alarmante la cuestión de que se privatice de alguna manera Pemex, eso sería un desastre.

"He intentado, más que una biografía, hacer un testimonio sobre aquel México de la época de Mascarones, donde se ubicaba la facultad de Filosofía y Letras, hasta el México de hoy. Aún no lo logro conformar, empero, es evidente que era completamente distinta la ciudad. Era apacible, sin el alto índice de atracos o la violencia que hoy se vive a causa del narcotráfico."

Sorprendido por el galardón, Sergio Fernández reconoce a la UNAM como su "máxima casa. Mi casa pequeña es mi familia que vive en Italia, mi hija, su esposo y mis dos nietos. Lo único que siento mucho es esa lejanía y no poder visitarlos con frecuencia".

Para concluir, expresa: "Yo lo que creo que soy es un profesor que sabe de literatura porque la escribe. No porque la literatura que escribo sea excelente, pero eso me ayuda a saber lo que son otros libros. Al final creo que soy un buen lector. El único consejo que puedo ofrecer es el de escribir y leer. Sobre todo leer. A mí me queda poco tiempo de vida, lo expreso sin amarillismos, y por ello me dedico sólo a los clásicos".

FUENTE: http://www.jornada.unam.mx/2008/02/11/index.php?section=cultura&article=a10n1cul


jueves, 1 de agosto de 2013

INÉS ARREDONDO. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1979.

PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1979.

Inés Camelo Arredondo (nacida en Culiacán, Sinaloa el 20 de marzo de 1928 y fallecida en la Ciudad de México el 2 de noviembre de 1989) fue una escritora y cuentista mexicana.


RIO SUBTERRANEO, DE INES ARREDONDO


Marco Antonio Campos
Un conmovedor libro de relatos (Río subterráneo) fue publicado a fines del año pasado por la Editorial Joaquín Mortiz Hay narradores que se amoldan con mayor facilidad ya a la novela, ya al cuento, y en ocasiones, a ambas Si pensamos en Poe, en Maupassant, en Quiroga, en Kipling, nos parece que están mejor en la narración corta No deja de resultar ¿extraño? que algunos de los mejores novelistas mexicanos sean también los mejores cuentistas: Revueltas, Fuentes, Rulfo Con Inés Arredondo pensamos que su destino, de por sí literario, era inevitablemente ser cuentista En este muy buen libro, Inés consigue esa labrada facilidad de la sencillez: en el lenguaje, en el argumento, en el trazo de situaciones, en la estructura; no en los diálogos, que parecen convencionales, esquemáticos Algunos de estos cuentos, sobre todo dos ("Año nuevo" y "En la sombra") son piezas condenadas al recuerdo y a las antologías Si el fin de la literatura es la emoción estos cuentos descuellan singularmente por su dramatismo


Por: bCarlos Iván Mendoza Aguirre

Dice Borges1 que para Edgar A. Poe todo cuento debe escribirse para el último párrafo o la última línea; que todo tiene que ser un gran misterio hasta el final y que como escritor uno debe disponer siempre de dos vertientes, o tramas narrativas: la obvia —que cualquier lector advertirá de inmediato— y la oculta —que se mantendrá en misterio hasta el final—. Inés Arredondo (Culiacán, 1928), quien pertenece a la llamada Generación de Medio Siglo2 (entre otros: los miembros de la Revista Mexicana de Literatura: Tomás Segovia, Huberto Batis, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo y José de la Colina), lleva al pie de la letra la postura estética de algunos escritores estadunidenses, como John Dos Passos o Francis Scott Fitzgerald, pero con Arredondo es ir más allá: ese misterio tan buscado permanece minutos —y en algunos casos hasta horas— después de la lectura. Y esto a pesar de que, como señala Graciela Martínez Zalce, "La narrativa de Inés Arredondo no se caracteriza por pirotecnias lingüísticas o experimentos formales [...] no sobresalen en ellos el lirismo o la abundancia de metáforas [...] Los cuentos siguen por lo general una estructura tradicional de inicio, desarrollo, clímax, desenlace".3 Ello no demerita en nada —por decirlo de alguna manera— la pobre retórica literaria.

Ante esto, y para darnos una idea más clara de cómo leer a esta escritora mexicana, nos ayuda una frase de Octavio Paz: "Cada lector es otro poeta; cada poema, otro poema".4 Durante el transcurso y término de la lectura es inminente la necesidad de empatía entre autor-obra-lector, y eso se entiende porque, de manera por demás extraña, la serie de imágenes que se desprenden de los cuentos de Río subterráneo (México, 1979) no nos quedan claras por sí mismas. Y no nos quedan claras porque simplemente no lo son. Inaprehensibilidad, multiformidad, bizarrismo, incontingencia, es lo que se desprende de ellas. La acción de retroalimentación es inaprehensible, no existe otra manera para que la comunicación se origine. Así, la búsqueda del ser como conciencia; la necesidad de encontrarse en otros seres que, como su alter ego o su otredad, son ella y, en cierto sentido, nosotros, quedan descubiertos durante el desarrollo de la narrativa de Inés Arredondo. Cada una de las narraciones de éste, el segundo de sus tres libros de cuentos,5 no es más que un "viaje" hacia el interior de sí misma y por consiguiente, y gracias al arte literario, de uno como lector.

¿Por qué digo esto? Por la simple razón de que no se puede determinar en el mismo instante de la lectura el caudal de "información" narrativa que propone Arredondo. Para recordarlo, para recrearlo, pensando un poco en Baquero Goyanes, que señala: "De la novela se recuerdan situaciones, descripciones, ambiente, pero no siempre el argumento. Un cuento se recuerda íntegramente o no se recuerda",6 para ello es necesario decodificarlo poco a poco.

Bajo la forma de tópicos como el erotismo, la locura, lo escatológico, el destino, y permeadas por la belleza, el arte y la búsqueda de sí misma, la cuentística de Inés Arredondo propone un camino, nada sencillo de recorrer, pero que nos determina como personas en sí mismas —No tengo nada. Estoy sola./ —Yo también./ —Es diferente: tú te tienes a ti mismo ("Atrapada", 145).7 Como afirma Octavio Paz, "Escribimos para ser lo que somos o para aquello que no somos. En uno y otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si tenemos la suerte de encontrarnos —señal de creación— descubriremos que somos un desconocido. Siempre el otro, siempre él, inseparable, ajeno, con tu cara y la mía, tú siempre conmigo y siempre solo".8

Arredondo ha tenido la suerte de crear, encontrar y fundirse en cada una de sus búsquedas, en cada uno de sus cuentos. Así pues, gracias al otro, al símbolo, a la soledad, a la locura, al erotismo, a la pérdida, a la ausencia, ese "ente" que es esencialmente insustituible, sugiere la cuentista mexicana, podemos llegar a ser nosotros mismos. Nadie me mira, ya, a los ojos. No podría decir que antes lo hicieran con frecuencia aparte de la mirada inconscientemente sostenida que usamos cuando se habla, se pregunta y se contesta ("Los inocentes", 23).

Es decir, que la otredad se manifiesta más como un modo de relación comprometido, una búsqueda por lograr una coexistencia sana y armoniosa, y por establecer un encuentro vital y fecundo, dentro de la literatura, que nos permita llegar a ser plenos.

En los cuentos de Arredondo es permanente y constante la utilización de ciertas palabras que determinan realidad. En esa realidad material en la que se ve inmiscuida, y que nos inmiscuye, tiene que decidir de manera literaria un sentido oculto y misterioso que anhelará encontrar y que tiene que ver con esa necesidad de concentrar en su universo poético personal —con toda su grandeza y toda su miseria— otro universo más íntimo e irradiador: el del lector-autor. En el cual parece ser que ambos, amalgamados, se pierden en la búsqueda del ser ausente, mientras se encuentran. Lo poético (y vaya que los cuentos de Inés Arredondo lo son) es un símbolo.

Impura y con un dolor nuevo pude levantarme al fin cuando el sol hizo posible otra vez el movimiento, el tiempo, y ante la mirada despiadada y sabia de los pepenadores caminé lentamente, segura de que esta experiencia del mal, este acomodarme a él como a algo propio y necesario, había cambiado algo en mí, en mi proyección y mi actitud hacia él, pero que era inútil, porque entre otras cosas, él nunca lo sabría. ("En la sombra": 79-80).

"[...] la vida cotidiana se retrata a partir de rupturas de la normalidad, cuando se establece un nexo con lo sagrado a través de una religiosidad que no es al común con una deidad institucional. Es la aparición de lo sublime que se vuelve evidente en esos momentos de la iluminación de los personajes alrededor de los cuales se construyen los relatos", señala Martínez-Zalce,9 y es cierto en la medida en que en la vida cotidiana, por medio de la religiosidad, los personajes de Arredondo son símbolos que buscan su significación, su significante y, necesariamente, su referente. Pero esa vida cotidiana también incluye a personajes "literarios" como el Horacio Oliveira de Rayuela y que, de manera inevitable, nos remite a sus ríos metafísicos en los cuales no sabe nadar como la Maga y termina por ahogarse. "Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire [...] Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada [...] Su vida no es desorden más que para mí, encerrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo".10 Arredondo también se ahoga en cada uno de sus ríos profundos metafísicos.

Igual que Cortázar, Arredondo, además de la búsqueda del ser en su narrativa —búsqueda acaso de sí misma—, busca de manera infatigable que el lector le ayude a decodificar su prosa llena de misterios; cuando eso sucede, el arte surge: Ahora sí creo que mi padre está muerto. Pero no, en este preciso instante, dulcemente, sonríe: complacido. O me lo ha hecho creer la oscilación de la vela ("Apunte gótico", 36). Por un instante el indiferente, amorfo y bizarro universo poético arredoniano es descubierto... y es aquí en donde, necesariamente, surge la fusión poeta-lector; quizás el primer encuentro entre el tú y el yo, pues el acto de lectura no es simplemente una repetición permanente de ese algo pasado, sino que se asume más bien como un acto que actualiza el presente e incluso el futuro, en un tiempo que es siempre actualidad del instante presente y así el lector actualiza, revitaliza y da sentido a las imágenes y formula uno de los muchos sentidos posibles que habitan la literatura. En Inés Arredondo el paraíso de la ausencia y de la búsqueda es más creíble que el que promete cualquier fe. Si no lo hubieran hecho traer... Por lo menos Sergio no habría aprendido ese grito. El que lo perdió. El grito, el aullido, el alarido que está oculto en todos, sin que lo sepamos ("Río subterráneo", 55). El espíritu siente, por la influencia del vacío y de la prosa, que todo será nuevo en sí y fuera de sí, o nada tendrá sentido para nadie.

Estos elementos nos transportan a otro tiempo y a otro espacio, a otra duración y expansión de los mismos: el pasado, el presente y el futuro fusionados a la idea borgiana. Sustentado por el recuerdo y las vivencias presentes —de nosotros y del mundo—, el cosmos se engrandece segundo a segundo en la dimensión creadora del encuentro. El final de la búsqueda. En última instancia esta búsqueda, en la soledad, es un esfuerzo inconsciente del ser poético por salir de sí mismo en busca del otro, aunque en un primer momento, y sólo en un primer momento, el rostro de ese otro no sea más que él mismo, su doble; para poder llegar a establecer una real común-unión con ese ser al que se encuentra:

Se incorporó un poco y me besó en los ojos. Sentí la presión de su pecho contra el mío. La tierra debajo de mí se suavizó blandamente, y cuando él me besó en la boca, yo no quería ya otra cosa que abandonarme sin pensamientos al aguijo-neante bienestar de mi carne resucitada.

—Vámonos— dijo.



Y yo comprendí sin rebelarme: la vida era simple y luminosa ("Atrapada", 155).


¿Qué es la literatura sino la voluntad y más radicalmente la necesidad de transmisión de una experiencia vivida por alguien? En ese sentido, todo escritor y todo lector saben algo que es fundamental: que tanto el escritor cuando escribe como el lector cuando lee ponen en juego los diversos mecanismos de la memoria, que son la ayuda necesaria para la decodificación de las imágenes y símbolos inmersos, subyacentes, en el arte. Este encuentro, que comenzó siendo una búsqueda por parte de Inés Arredondo, no deja de producirnos una cierta estupefacción, ya que sigue siendo una tentativa de conocimiento: un salto hacia la otra orilla de ese encuentro donde confluyen el arte, el amor, la soledad, el engaño, las sombras, la locura y, por supuesto, la visible existencia de la común-unión: el otro.

Hay que admitir que algunos seres humanos —los poetas, artistas, esos rebeldes irredentos— aún conservan su capacidad de asombro y al hacerlo poetizan, divinizan, idealizan y hasta profetizan. Gracias a que estos seres humanos no se conforman con el mundo en que viven, no se resignan a tener la vida que tienen y se rebelan ante ella creando, dando vida a un mundo distinto, aunque sea sólo en el espacio de su creación, la vida es más soportable, más vivible. Es decir, Inés Arredondo es artista en cuanto que crea nuevos mundos, cuando imagina, desea y crea un mundo distinto, una literatura distinta, una sociedad y relaciones diferentes y al hacerlo traspasa sus propias circunstancias y limitaciones y descubre que la vida más que una sustancia es, primero que nada, una experiencia extraordinariamente compleja y maravillosa. Que existe una ausencia, lo sabe, que es necesaria, lo sabe, que la vida entera debe ser consagrada a esa búsqueda, lo vive.

Inés Arredondo —Inesa Redondo diríale yo, ya que su creación es un viaje de circunnavegación que nos descubre parajes ignotos, acaso considerados en primera instancia sólo como el destino ya conocido pero al que se llega a través de una novedosa ruta alternativa (alternativa), pero después caemos en la cuenta de que en realidad la travesía nos condujo a sitios desconocidos hasta entonces, acaso ni siquiera soñados—, en su eterna búsqueda nos hace saber que el literato, y todo artista, es un ser que ha tenido la necesidad de renovar esos momentos de éxtasis (extasis, estar fuera), sin darse cuenta, en realidad, que ello sólo nos revela a nosotros mismos. El amor daba un peso particular a su cuerpo; sus movimientos se redondeaban y caían, perfectos. Esa extraña armonía de la plenitud se manifestaba por igual cuando caminaba y cuando se quedaba quieto ("En la sombra", 72). Arredondo tiene esa doble experiencia del abandono, de la ausencia y de los instantes de gracia que brinda la esperanza. En ella toda impresión cobra vida por medio de su arte. Con todo esto sabemos que el infierno es transitorio. La historia tiene un final; nuestro objetivo, lectores-autores, sin embargo, no es terminarla, sino crearla, ¡re-crearla!, a imagen de lo que de ahora en adelante nosotros sabemos como verdadero.



La literatura es conocimiento, invento de realidades, distorsión de la misma y mucho, mucho más. Esta posibilidad que existe de ir más allá del párrafo es uno de los caminos para que surja el misterio. Suele pensarse que la literatura sólo cabe en el recipiente de la versificación como única posibilidad, lo cual es falso; puede haber literatura en la soledad, en la ausencia, e incluso en la misma muerte. Es así como los cuentos de Arredondo navegan entre la lógica del sentido y la del sin sentido; con la sintaxis y estética propia, tomando la dirección de sus tiempos y ritmos internos, empleó la imaginación como a la desgarrada realidad. Pero no intentó arribar a ninguno de estos símbolos sola, lo que hizo fue conmover las fibras profundas de sí misma y ejercer un exorcismo que liberó al alma de las ataduras, aunque sea por una fracción de segundo; no puede haber más, lo otro sería la muerte real. Lo inaccesible en vida.

Notas


1 Jorge Luis Borges, "Prólogos, con un prólogo de prólogos", en Obras completas IV, Madrid, emece, p. 155.


2 Término que Enrique Krause utiliza para agrupar a los intelectuales nacidos entre 1921 y 1935, quienes se caracterizaban por su ideología definida. Entre otras cosas, marcaron una postura contraria a ciertas tendencias nacionalistas de los años cuarenta, una adición al cosmopolitismo y al pluralismo latinoamericano.


3 Graciela Martínez-Zalce, Una poética de lo subterráneo; la narrativa de Inés Arredondo, México, Tierra Adentro, cnca, 1996, p. 117.

4 Octavio Paz, "Recapitulaciones", en La casa de la presencia, México, fce, p. 294.

5 La señal (1965) y Los Espejos (1988).

6 Mariano Baquero Goyanes, ¿Qué es la novela?; ¿Qué es el cuento?, Murcia, 1993, p. 61.

7 El nombre y el número entre paréntesis indican el cuento y la página de la obra de Inés Arredondo, Río subterráneo, México, Joaquín Mortiz, 1979.

8 Octavio Paz, Cuadrivio, México, Joaquín Mortiz, 1993, p. 143.

9 Martínez-Zalce, Idem, p. 118.



10 Julio Cortázar, Rayuela, Madrid, Cátedra, 1998, p. 234.•


lunes, 15 de julio de 2013

CARLOS FUENTES: "EXPERIENCIA" DEL LIBRO EN ESTO CREO.

EXPERIENCIA

«Non sunt multiplicando entia praeter necessitatem.» La sentencia de Guillermo de Occam (h. 1280-h. 1349), conocida como «la navaja de Occam», es quizás, en plena Edad Media, la más radical reivindicación de la experiencia del hombre en el mundo como un acto complementario del tiempo, del espacio y, aun, del cielo metafísico. El tiempo y el espacio no son independientes de la experiencia. El cielo (Dios) soporta la presencia de la materia humana, no la condena ni la contradice. Por eso se suele ver en Occam al padre lejano pero cierto de la experiencia científica. Sin Occam, ni Copérnico ni Galileo se hubiesen atrevido a divorciar la razón de la fe, la experiencia científica de la existencia de Dios, al grado de que sus descendientes más radicales, los occamistas, no sólo separaron la Iglesia del Estado, sino que miraron con sospecha —y aun, condena— a un Dios que nos había engañado.

Me excuso de esta breve exposición que radica la experiencia (incluyendo la experiencia divina) en el conocimiento y la ética humanistas. Ello no otorga a la experiencia humana, me apresuro a decirlo, poderes omnímodos o mucho menos divinos. Creerlo es caer en el pecado del orgullo y exponerse al saldo trágico de la derrota, la decepción y el engaño. Humana es la experiencia, y necesaria. ¿Pero es libre, o es fatal? ¿Cómo es libre y cómo es fatal? Estas preguntas desvelan nuestras existencias porque reúnen, en un haz, cuanto constituye nuestra manera de vivir la vida.

La experiencia es deseo, afán o proyecto de realizarse en sí misma, en el mundo, en mi yo y en los demás.

Abarca mucho. ¿Aprieta poco? ¿Quién no le da a la experiencia un valor inmenso, casi sinónimo de la vida misma: experiencia del amor, de la amistad, del trabajo, de la creación, del poder, de la felicidad? Pero experiencia significa también orgullo, vergüenza, ambición, temor. Y placer. Y esperanza.

Por qué hay experiencias dañinas, nos preguntamos si las heridas sólo se cierran si nos hacemos cargo de lo que las causó. Porque hay experiencias benéficas, construimos la esperanza de que lo bueno se repetirá, de que siempre habrá algo más.

Sin embargo, la propia experiencia —buena o mala— se encarga de recordarnos que, una y otra vez. defraudaremos la oportunidad del día, les daremos la espalda a quienes requieren nuestra atención; ni siquiera nos escucharemos a nosotros mismos. Una y otra vez, lo que creíamos permanente demostrará que es sólo fugitivo. Una y otra vez lo que imaginamos repetible, no tuvo lugar nunca más...

Y es que la experiencia, como la Tierra de Galileo, se mueve. Se desplaza y su motor más íntimo es el deseo. En un momento dado. Borges describe el objeto del deseo como otro deseo. El hijo de un soñador ignora que está siendo soñado y el temor del padre es que su vástago fantasmal descubra que no es en verdad un hombre, sino la proyección del sueño —del deseo— de otro hombre. El vértigo de la situación se resuelve cuando el padre descubre que él, también, está siendo soñado. Esto es, que él, también, está siendo deseado. En Balzac, lo indiqué más arriba, el objeto del deseo es un fetiche —el cuerpo de una mujer y la piel de zapa que cumple el deseo de su poseedor.

Balzac en La piel de zapa, Freud en La interpretación de los sueños, Borges en Las ruinas circulares, dan fe cabal de la relación entre experiencia y desplazamiento.

Desplazar: mudar de lugar. Desplazamiento: abandonar la plaza. Movimiento, traslado, cambio, mutación, transferencia: el dinero circula, el héroe asciende, el descubridor viaja, el conquistador empuja y sus naves desplazan toneladas de agua y voluntad y pasión y sueño. Desplazamiento: distorsión de la imagen visual mediante la inversión de sus coordenadas usuales: izquierda y derecha, arriba y abajo, desorientación occidental y profundidad del Sur y lejanía del Oeste y pérdida del Norte o sea nueva desorientación y desplazamiento freudiano como actividad del sueño, trabajo del sueño comparable al de la novela: omisión, modificación, reagrupamiento de la materia, sustitución de satisfactores, cambio del objeto del deseo, sublimación de la percepción, la identificación y la nominación de las cosas, disfraz del sueño erótico convertido en sueño social, mascarada de la realidad social condensada en la abreviación de un sueño de amor. Exorcismo de la pesadilla. Triunfo de la alusión reemplazada. Traslación de la inmediatez a la mediatez. Formas del movimiento no sólo en superficie sino en profundidad: viajes alrededor de mi cuarto, viajes al centro de la tierra, viajes de Ulises y Phileas Fogg, pero también del Narrador de Proust y del Insecto de Kafka: desplazamientos hacia el faro, hacia la montaña mágica, pero también detrás del espejo de Alicia y en el jardín de los senderos que se bifurcan.

Occam nos pide pasar por alto el movimiento como mera reaparición de una cosa en un lugar diferente. En cambio, Borges, Balzac y Freud nos dan las pruebas de una experiencia que requiere del desplazamiento, del movimiento de un lugar (anímico o físico) a otro, pero mediante una transformación, una metamorfosis. ¿De qué? De la experiencia en destino.

Se dice con facilidad pero se opera, más que con dificultad —sin eximirla— con complejidad. Transformar la experiencia en destino implica, para empezar, el deseo. Pero el deseo, a su vez, se abre como un abanico de posibilidades. Es deseo de ser feliz. Un deseo que la Ilustración consagró como derecho, sobre todo en las leyes fundadoras de los Estados Unidos: «The pursuit of happiness.» Pero aunque hay filosofías que sólo entienden la felicidad como hermana de la pasividad, la cultura fáustica del Occidente, imperante e imperiosa, nos propone que actuemos para ser felices. La experiencia de la acción es la condición para llegar a la felicidad. Pero esa acción va a encontrar una multitud de escollos. Comparable al viaje de Ulises, la Odisea de la búsqueda de la felicidad navegará peligrosamente entre Escila y Caribdis, oirá los cantos de las sirenas, se entretendrá en los brazos de Calipso, correrá el riesgo de convertir lo que busca en su opuesto: el ángel en cerdo. Verá y será vista por el ojo temible del gigante Polifemo. Y regresará al hogar para enfrentarse a los pretendientes, a los usurpadores de lo que consideramos nuestro.

La experiencia activa va a encontrarse con el mal. Y lo malo del mal es que conoce al bien. El bien, por serlo, goza de la inocencia de sólo saberse a sí mismo. El mal lleva las de ganar porque se conoce a sí mismo y al bien. La experiencia del bien es cogida de sorpresa por el mal como los vaqueros por los indios en los desfiladeros del Lejano Oeste. Nuestro dilema es que para vencer al mal, el bien debe conocerlo. Conocerlo sin practicarlo. ¿Exigencia para santos? ¿O tenemos maneras de conocer el mal sin experimentarlo?

Como hombre fáustico occidental, me cuesta entender o practicar las filosofías orientales que saben vencer pasivamente al mal. La historia maligna de mi tiempo me lleva a oponerme activamente a los atentados contra la libertad y la vida. Pero no soy inconsciente de que la energía para ganar el bien es comparable a la energía para alcanzar el mal. Tanta energía, tanta experiencia dispensa el creador disciplinado —artista, político, empresario, obrero, profesionista— para obtener el bien como la que requiere para perderlo. La drogadicción, lo sabemos quienes la hemos visto de cerca, requiere tanta energía, tanta voluntad, tanta astucia, como pintar un mural, organizar una empresa o llevar a cabo un quíntuplo bypass cardíaco.

Se levantará el templo de la ética para que la experiencia humana sea, difícil, excepcionalmente, constructiva. Ello requiere, a mi entender, un alto grado de atención que rebasa nuestro propio yo, nuestro propio interés, para prestarle cuidado a la necesidad del otro, ligando nuestra subjetividad interna a la objetividad del mundo a través de lo que mi yo y el mundo compartimos: la comunidad, el nosotros. Si ésta es una variedad del imperativo kantiano, sea. Acaso Kant es el último pensador que pudo ser plenamente moral, antes de que la historia demostrase (Nietzsche) que ella, la historia, rara vez coincidía ni con el bien ni con la felicidad.

Semejante escepticismo nos ha hecho valorar, puesto que aún somos, decrépitos, arruinados, prisioneros de la última gran revolución cultural, que fue el romanticismo, la experiencia de la pasión, al grado de no poder concebir experiencia sin pasión. «Corazón apasionado», dice la vieja canción mexicana. Pues pasión significa reconocer y respetar y procurar la grandeza de las emociones humanas, al grado de creer que son las pasiones mismas las que constituyen el alma humana. La experiencia de la pasión trata de concebirse como libre obediencia a impulsos válidos, existenciales. Describo en una de mis novelas una pasión que abarca la entrega y la reserva necesarias para que el arrebato pasional culmine realmente.


A la entrada de la casa era reservado, discreto... En el segundo piso era entregado, abierto, como si sólo la exclusión le colocase a mitad de la intemperie, sin reserva alguna para el tiempo del amor. No pudo resistir la idea de esa combinación, una manera completa de ser hombre, sereno y apasionado, abierto y secreto, discreto vestido, indiscreto desnudo... Aquí estaba, al fin, desde siempre o inventado ahora mismo, pero revelador de un anhelo eterno.


Tener deseos y saber mantenerlos, corregirlos, desecharlos... ¿Cuál es el camino de este ideal de la experiencia? Precisamente el equilibrio difícil entre el momento activo y el momento paciente. Basta ver (no imaginar: constatar diariamente en imágenes y noticias) la manera como la pasión degenera en violencia, para reaccionar a favor de un equilibrio que no condene a la pasión, que tantas satisfacciones nos da, gracias a una paciencia que no es la de Job, sino la de la resistencia: el coraje moral de Sócrates, de Bruno, de Galileo, de Ajmátova y de Mandelstam, de Edith Stein y de Simone Weil, de todos los humillados y ofendidos de la ciudad del hombre, de todos los pacientes peregrinos a la ciudad de Dios.

El compás de espera es inseparable de la atención. No es resignación. No es la impaciencia terrible del confesionario católico, donde arruinamos la experiencia revelándosela a un hombre que puede ser tan lúbrico como lo revelan las instrucciones a los confesores de las colonias españolas («Niña, ¿te has visto desnuda en un espejo? ¿Has deseado el miembro de tu padre?») o tan indiferente como los soñolientos párrocos que dispensan padrenuestros y avemarias o tan atento, también es cierto, como el excepcional sacerdote que asume la voz de la confesión para apartarla del comercio de salón y hacerla objeto de comunión —de atención, repito, compartida...

El corazón de la experiencia, más bien, es la conciencia misma de que toda experiencia es limitada. Y no sólo porque nos embargue, como a Pascal, el vértigo de los espacios infinitos, sino porque la muerte, si no la vida, y la mirada de la noche, si no la ceguera del día, nos dicen que la experiencia es limitada y el universo, infinito. Nos lo comprueba el hecho de que no hay experiencia, por buena o valiosa que sea, que se cumpla plenamente. Lo sabe el artista, que no necesita dar el cincelazo de Miguel Ángel para asegurar la imperfección de la obra. Si la obra fuese perfecta, sería divina: sería impenetrable, sagrada. La muerte nos dirá lo mismo de la experiencia. Han muerto Sócrates y Greta Garbo. Ni el filósofo volverá a reunirse a dialogar, ni habrá más pensamientos suyos que los consignados por Platón. Todo lo demás (que no era lo de más) —memoria, humor, previsión, esperanza, física y psíquica actualidad— se ha ido para siempre. Greta Garbo nos mirará desde siempre y para siempre como la Reina Cristina, desde la proa del barco que la lleva lejos del amor a la memoria apasionada —pero Greta Gustaffson no filmará una sola película más. Sí, corazón apasionado —pero disimula su tristeza. Pues el que nace desgraciado, desde la cuna comienza a vivir martirizado.

Se necesita un valor temerario para vivir una experiencia sin techo, expuesta a todos los riesgos. Goethe, típicamente, pedía que buscáramos el infinito en nosotros mismos. «Y si no lo encuentras en tu ser y en tu pensamiento, no habrá piedad para ti.» Pero sí habrá la conciencia de los límites que el joven y romántico autor de Werther supo equilibrar con moral y estética en el Wilhelm Meister. Todo tiene un límite y el desafío a nuestra libertad es una pregunta: ¿rebasarla o no? La respuesta es otro desafío. Si queremos aumentar el área de la experiencia, debemos conocer los límites de la experiencia. No los límites políticos, psicológicos o éticos, sino los límites inherentes a cualquier experiencia por el hecho de serlo. Cada cual tendrá su cuadrante personal para medir esos límites. Einstein no rebasó los suyos. Hitler, sí.

Un personaje de Los años con Laura Díaz dice que quiere estar en un lugar donde se sienta en peligro y al mismo tiempo necesite protección, no para dejar de sentirse en peligro, sino para no engañarse con la ilusión de su propia fuerza... ¿A cuántas personas no conocemos que realizan un extraordinario esfuerzo para mostrarse fuertes ante el mundo porque conocen demasiado bien sus debilidades internas? Ganarle la partida a la debilidad haciéndonos fuertes por dentro para que el mundo no nos engañe con una fuerza falsa, una limosna de poder, o el insulto de la lástima. La resistencia estoica debe tomarse en serio, pues nada le sucede a nadie que él o ella no estén preparados por la naturaleza para soportar, nos dice Marco Aurelio. Y añade: «El tiempo es como un río de eventos que suceden; la corriente es fuerte; apenas aparece una cosa, la corriente se la lleva y otra cosa ocupa su lugar y ella misma también será arrastrada por la corriente...»

No se necesita gran coraje moral para entender esto, pero sí para vivirlo. «¿Para qué...?», pregunta Wordsworth al iniciar uno de los grandes poemas de todos los tiempos, El preludio. Y contesta con otra pregunta: «¿Para esto?» Detrás de ambas preguntas se teje la capa de la experiencia, nuestra segunda piel. Son los poderes que vamos adquiriendo como personas. Poderes de estar con otros, pero también experiencia de la soledad.

Formas que se van desprendiendo de nuestra experiencia personal para adquirir vida propia y dejar testimonio, más o menos pasajero, más o menos permanente, de nuestro paso —de nuestra pasión. Luces que van iluminando nuestro camino. Y la pregunta insistente:¿Cómo se llaman los portadores de las teas que nos iluminan la ruta? Piel de la experiencia. Tiene heridas que a veces cicatrizan; a veces no. Voz de la experiencia. A veces la escuchamos, a veces no. Experiencia: peligro y anhelo. Experiencia y deseo: anticipación ardiente o serena de lo que aún no es, sin perder el conocimiento de lo que ya pasó.

Estamos en la tierra porque aquí nacimos y aquí vamos a morir. Pero también estamos en el mundo, que no es exactamente lo mismo. Las mujeres a quienes doy la palabra en mi descripción del cerco de Numancia (El naranjo) dicen, sitiadas por la muerte y el hambre, que ven desaparecer al mundo avasallado, pero no la tierra. La tierra permanece aunque el mundo desaparezca. No importa. El mundo —construcción— muere pero la tierra —instrucción— se transforma. ¿Por qué? Porque lo dice la palabra. Porque no perdemos la experiencia de la palabra. El mundo nos revela como seres humanos sujetos a su experiencia. La tierra nos oculta por un momento sólo para devolvernos el poder de recrear al mundo. «Desaparecimos del mundo. Regresamos a la tierra. De allí saldremos a espantar.» Es decir: hablaremos.

La pregunta definitiva de la experiencia la hace Calderón de la Barca en la obra maestra del teatro español, La vida es sueño: El mayor delito del hombre es haber nacido. Segismundo, el protagonista de la obra, se compara a la naturaleza, que teniendo menos alma que él, tiene más libertad. Segismundo siente esta ausencia de libertad como una disminución, un no haber totalmente nacido, una conciencia de «que antes de nacer moriste». Pero, ¿no es un delito mayor no haber nacido en absoluto? Calderón nos libra al ritmo íntimo del sueño. Soñar es compensar lo que la experiencia nos negó. Soñamos hacia adelante, pero también hacia atrás. Deseamos en ambos sentidos. No, lo mejor es haber nacido. Y a cada cual nos incumbe examinar las razones por las cuales valió la pena haber nacido, y preguntarnos sin tregua, y sin esperanza de respuesta, las interrogantes de la experiencia:

¿Cómo se relacionan la libertad y el destino?

¿En qué medida puede cada uno de nosotros dar forma personal a nuestra propia experiencia?

¿Qué parte de nuestra experiencia es cambio y qué parte, permanencia?

¿Cuánto le debe la experiencia a la necesidad, al azar, a la libertad?

¿Y por qué nos identificamos por la ignorancia de lo que somos: unión de cuerpo y alma y sin embargo seguimos siendo exactamente lo que no comprendemos?

ROBERTO BOLAÑO. MERIDIANO DE SANGRE.

Meridiano de sangre

Miércoles 6 de junio de 2001
ENTRE PARÉNTESIS.



"Meridiano de sangre" es una novela del Oeste, una novela de vaqueros de un escritor que aparentemente está especializado en escribir novelas de ese tipo. Muchos listillos pensaron que a Cormac McCarthy no lo iban a traducir nunca al español y lo saquearon impunemente, amparados en la ignorancia y en una forma bastante sui generis de entender la intertextualidad.

Pero "Meridiano de sangre" no es sólo una novela del Oeste -su acción transcurre a mediados del siglo XIX- sino también una novela sobre la vida y la muerte, delirante, hiperviolenta, con varios discursos subterráneos (la naturaleza como principal enemigo del hombre, la absoluta imposibilidad de redención, la vida como movimiento inercial), que narra, por una parte, la incursión terminal de un grupo de norteamericanos en tierras de Chihuahua y luego, tras atravesar la Sierra Madre, en tierras del vecino estado de Sonora, y cuya misión, bien retribuida por los gobiernos de ambos estados, es la de exterminar y cortar cabelleras de indios, a quienes resulta muy difícil de cazar, además de oneroso en tiempo y vidas, por lo que terminan masacrando pueblos mexicanos, en donde las cabelleras, a final de cuentas, son muy parecidas, por no decir iguales.

Por otra parte "Meridiano de sangre" es una novela que narra el paisaje, el paisaje de Texas y de Chihuahua y de Sonora, como si fuera la otra cara de la moneda de un texto bucólico: el paisaje narrado, el paisaje que asume el rol protagónico se alza imponente, verdaderamente un nuevo mundo, silencioso y paradigmático y atroz, en donde todo cabe menos los seres humanos. Se diría que el paisaje de "Meridiano de sangre" es un paisaje sadiano, un paisaje sediento e indiferente regido por unas extrañas leyes que tienen que ver con el dolor y con la anestesia, que es como a menudo se manifiesta el tiempo.

Los otros dos personajes de la novela, el juez Holden y el Muchacho, son antagónicos, aunque ambos pertenecen a la misma banda: el juez es un hombre ilustrado y un asesino de niños, un músico y un pederasta, un naturalista y un pistolero, un hombre que ansía saberlo todo y destruirlo todo. El Muchacho, por el contrario, es un sobreviviente, es feroz pero es un ser humano, es decir es una víctima.

Según el prestigioso Harold Bloom, esta es una de las mejores novelas norteamericanas del siglo XX. Cormac McCarthy nació en 1933 y su vida no ha estado exenta de aventura y riesgo. La primera edición de "Blood meridian" es de 1985. La que aquí comentamos es la edición de Debate, 2001, traducida por Luis Murillo Fort.



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