miércoles, 12 de junio de 2013

Francisco de Rojas Zorrilla

Francisco de Rojas Zorrilla
(Toledo, 1607 - Madrid, 1648) Dramaturgo español. Considerado como un seguidor de Calderón, fue el gran innovador de la comedia de figurón. Se desconoce el número exacto de sus comedias y autos; en vida sólo publicó doce comedias en 1640 y otras tantas en 1645. En 1633 había estrenado en El Pardo la tragedia Persiles y Sigismunda. Escribió obras en colaboración con autores como Vélez de Guevara, Luis Belmonte, Calderón y otros. Su obra presenta singularidades temáticas poco frecuentes en su tiempo, como el papel que desempeña la mujer como vindicadora de su propio honor (Cada cual lo que le toca). Escribió comedias mitológicas (Progne y Filomena, Los encantos de Medea), de santos (La vida en el ataúd, Los trabajos de Tobías), históricas (Santa Isabel de Portugal) y de costumbres (Obligados y defendidos, Donde hay agravios no hay celos) y dramas de honor (Del rey abajo, ninguno). Sus comedias de figurón (Entre bobos anda el juego), caracterizadas por una trama compleja y por la profundidad psicológica con que trata a sus protagonistas o figurones, alcanzaron una enorme difusión.

martes, 11 de junio de 2013

ANDRE BRETON.

ANDRE BRETON.
(Francia, 1896-1966)
Poeta y crítico francés, líder del movimiento surrealista. Nació en Tinchebray, Orne. Estudió medicina y trabajó en hospitales psiquiátricos durante la I Guerra Mundial. Una vez afincado como escritor en París, se convirtió en pionero de los movimientos antirracionalistas en el arte y la literatura conocidos como dadaísmo y surrealismo, surgidos del desencanto generalizado con la tradición que definió la época posterior a la I Guerra Mundial. El estudio de las obras de Sigmund Freud y sus experimentos con la escritura automática (escritura libre de todo control de la razón y de preocupaciones estéticas o morales) influyeron en su formulación de la teoría surrealista. Breton expresa sus opiniones en Littérature, la principal publicación surrealista, revista en cuya fundación colaboró y de la que fue editor durante muchos años, y en los Tres Manifiestos Surrealistas de 1924, 1930, 1942. Su obra más creativa es la novela Nadja (1928), en parte autobiográfica. Su poesía, recopilada en Poemas (1948), refleja la influencia de los poetas Paul Valéry y Arthur Rimbaud

En 1924 Breton firmaba el primer manifiesto del surrealismo, donde se precisaba el intento de los surrealistas para salir de los rígidos esquemas de la razón y de la observación realista de los hechos para buscar significados ulteriores y vínculos más auténticos con las profundidades del yo.
Apoyándose en los descubrimientos freudianos, se tendió a examinar el mundo de los sueños y dei inconsciente, con interés por estados como el automatismo psíquico, la locura, la hipnosis, para registrar sus datos e intentar la unificación de los contrarios en el proyecto de una reconstrucción integral de la personalidad.


sábado, 8 de junio de 2013

Michel-Marie-François- Butor (Mons-en-Barœul , 14 de septiembre de 1926)



Michel-Marie-François- Butor (Mons-en-Barœul , 14 de septiembre de 1926)

La modificación
La modificación es una novela del escritor francés Michel Butor, escrita en 1957.

Esta novela, la más conocida de las que escribió Butor, se encuadra dentro del marco de lo que se denominó Nouveau Roman, y es muy original en cuanto al estilo, puesto que el narrador habla en segunda persona del singular ("vous..."), lo que en castellano sería equivalente al tratamiento de usted. Este recurso implica al lector en la vida del protagonista, al sentirse constantemente interpelado. El bamboleo de ciudades, mujeres, espacios y tiempos hacen que la novela se haga tan pesada como un auténtico viaje en tren.

Argumento


Léon toma el tren de París a Roma: en esa ciudad piensa reunirse con Cécile, su amante, para la que ha conseguido un trabajo en París. Piensa dejar a su familia y trasladarse a vivir con su amante. Pero a lo largo del viaje el personaje va pasando revista al hoy (con sus fantasías sobre sus acompañantes en el compartimento del tren) al ayer (sus viajes anteriores, sus visitas anteriores, sus vivencias con su amante, con su mujer...) e incluso al mañana (anticipa lo que cree que va a hacer en Roma). La modificación se opera, pues, a lo largo del trayecto: Léon acaba por darse cuenta de que el binomio Cécile-Roma es inseparable y que es inútil llevara a su amante a París, porque la rutina destruiría la pareja, como ya ha destruido de hecho el matrimonio de Léon.


A lo largo de la novela, y con una premiosidad que trata de trasponer la propia lentitud del paso del tiempo en un viaje en tren, vamos viendo como sus primeros pensamientos se van modificando y dando paso a dudas y a nuevas decisiones.

Fuente: wikipedia.

viernes, 7 de junio de 2013

Ortega y Gasset, José (1883-1955)


BIOGRAFIA: (14982)
Ortega y Gasset, José (1883-1955)

Dr. en Filosofía y letras, filósofo y ensayista español. Estudió en los jesuitas de Cádiz, y luego en la Universidad de Madrid, donde se doctoró en Filosofía y Letras en 1904. Marchó a Alemania para ampliar sus estudios en las universidades de Leipzig, Berlín y Marburg. De vuelta en España en 1910, obtiene la cátedra de Metafísica en la universidad de Madrid, desde la que impulsó el regeneracionismo cultural español. Toda su filosofía está influida por Kant, filosofía que estudió a fondo en su estancia en Alemania. Además de numerosas obras como La deshumanización del arte (1925), España invertebrada (1921) o La rebelión de las masas (1930), publicó numerosos artículos primero en el periódico El Imparcial, fundado por su abuelo, y posteriormente en el diario que él mismo fundó: El Sol, o revistas como España (1915) o La Revista de occidente (1923). Mostró su repulsa a la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), creando la Agrupación al Servicio de la República, partido político por cuyas listas fue elegido diputado en 1931, abandonando su cargo por su desacuerdo con la Constitución de 1931. Al estallar la Guerra Civil, dejó España y vivió en países como Francia, Argentina y Portugal. En 1945, vuelve a España y publica obras como: Papeles sobre Velázquez y Goya (1950) y póstumamente, Meditaciones sobre Europa (1957)..

RESEÑA:
Ortega advierte en el prólogo para franceses " Ni este volumen ni yo somos políticos. El asunto de que aquí se habla es previo a la política y pertenece a su subsuelo. Mi trabajo es oscura labor subterránea de minero. La misión del llamado intelectual es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, confundirlas más de lo que estaban. Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral ".

Conviene aclarar, fuera de toda politización que pueda pensarse, que cuando Ortega arremete contra el hombre masa no se está refiriendo al obrero, ni se refiere a un determinado estrato social ni a personas que realizan trabajos que son minusvalorados hipócritamente por nuestra sociedad. El hombre masa es un tipo de hombre que se encuentra en todos los grupos sociales y en todas las categorías profesionales. Porque al hablar de hombre masa se hace referencia a una dimensión moral, más profunda e importante de la vida, se habla aquí de un estado del alma, de un alma muy dormida en el caso del hombre masa
La masa-¿quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella ". " Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera ". " La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado ". ¿Quién lo diría, en nuestras modernas sociedades, que se jactan de ser cuna de libertades y derechos individuales? ¿Y qué cabe decir del desprecio de la ciencia, o del cientifismo sería más correcto decir, hacia otras disciplinas como las artes, la política o la religión? Al minusvalorar estas ramas del conocimiento humano, nuestra cultura se pone en peligro a sí misma, al ignorar las reglas y peculiaridades de muy importantes parcelas del ser humano, más importantes que la misma ciencia, pues ¿ De qué sirve vivir cien años si no se sabe el por qué y para qué se vive? ¿Es eso un avance realmente?¿No sería más avance vivir en una sociedad en la que el robo moral fuese mal visto y no precisamente premiado? ¿No se vivirá más felizmente entonces?

La rebelión de las masas caracteriza en sus hojas al hombre del siglo XX. En sus páginas se advierte a un Ortega alarmado y sorprendido por lo que ve. Como un hombre que se hubiera ido en un largo viaje por lejanas tierras y al volver lo encontrara todo patas arriba, todo desordenado e invertido. ¿Qué escribiría hoy?¿Cuál sería hoy su reacción?





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jueves, 6 de junio de 2013

POLISEMIA. ANDRÉS AMORÓS.

Hasta a los programas españoles del bachillerato ha llegado la expresión, ya consagrada: «polisemia de la obra literaria». Dejando aparte la posible pedantería del término, no cabe duda de que alude a algo que es esencial en la creación literaria: su ambigüedad (Empson) o plurivalencia; el estar abierta, por definición, a una pluralidad de lecturas.

Tomemos dos ejemplos clásicos y tópicos: El Quijote y Hamlet. Naturalmente, lo que hay de logro estético mayor o menor en estas obras lo pusieron sus autores, los hombres llamados Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Durante cierto tiempo, fue fórmula común hablar de «Cervantes, ingenio lego»; es decir, de un creador inconsciente que, en un momento dado, era favorecido por una especie de iluminación divina y, sin darse bien cuenta de lo que hacía, escribía una novela sobre un hidalgo manchego. A partir, sobre todo, de Américo Castro (El pensamiento de Cervantes) esta concepción ha caído en un total descrédito. El Quijote no es fruto del azar ni lo escribe cualquier pelagatos. Cervantes era mucho más consciente de lo que una concepción romántica del genio podía suponer. Sin embargo, es evidente que pudo no ser consciente del todo de algunos aspectos de su propia obra.


Rozamos, así, un tema general: el papel que juega en la obra literaria la intención del escritor. Este es uno de los elementos de juicio de que dispone el crítico, para ayudarle a entender la obra, pero no el único, ni, muchas veces, el decisivo. Por supuesto, los críticos corremos detrás de las autocríticas de los autores, de las declaraciones o cartas privadas en que cuentan su estado de ánimo al escribir un libro. Pero también tenemos la experiencia de que, en este terreno, todas las precauciones son pocas. Unas veces, el escritor, simplemente, intenta engañarnos, ocultando su verdadera intención, su motivación autobiográfica, o intentando dar un valor universal a lo que nació a partir de un estímulo mucho más limitado. Cualquiera de nosotros podría citar fácilmente ejemplos. Otras veces, el escritor, con la mejor voluntad del mundo, se equivoca, interpreta parcial o erróneamente su propia creación. Lo mismo le puede suceder al crítico, por supuesto, pero éste tiene la ventaja y el inconveniente, a la vez, de una mayor distancia con relación a la obra. Y, en cualquier caso, todos conocemos ya, a partir de Freud, el enorme papel que desempeña el inconsciente en toda creación artística. Así, pues, las declaraciones de los autores sobre sus obras convendrá tomarlas como un elemento de información sobre ellas, uno más, y no darles valor absoluto.
Volvamos a los ejemplos anteriores: si cada hombre y cada generación ven en El Quijote y en Hamlet algo parcialmente distinto, ¿cuál es la auténtica realidad de estas obras, que han dado lugar a torrentes de bibliografía, en gran medida contradictoria? ¿Será solamente lo que quería decir su autor? No, desde luego, sino la suma de todo lo que los lectores (pasados, presentes y futuros) encuentran en ellas. Lo esencial es que los nuevos elementos que se descubran estén efectivamente en el libro, con independencia de lo que pensaron su autor o sus lectores anteriores, y no sea invención, sin fundamento real, de un lector imaginativo.

A través de los teóricos anglosajones y de los novelistas hispanoamericanos se ha difundido últimamente mucho, en nuestro país, la idea de que conviene distinguir, en la obra literaria valiosa, varios niveles de significación. Por supuesto. Por eso pueden disfrutar con la misma obra personas de condiciones, edades y épocas muy variadas.

Bien conocido es el ejemplo del Quijote, en el que sus contemporáneos vieron sólo un libro cómico, la sátira de las novelas de caballería. Después, el Romanticismo alemán, sobre todo, abrió el camino a las interpretaciones modernas que lo ven como libro serio, para pensar más que para reír. A partir de ahí, las interpretaciones se suceden: Herder lo considera como la novela de la salud moral; Turgueniev lo contrapone, como emblema de la fe, al Hamlet, héroe de la duda y el escepticismo; Unamuno se declara, paradójicamente, quijotista y no cervantista; para Ortega, encierra el problema de la cultura española... Más recientemente, construyen a partir de él su teoría de la novela contemporánea Lukács y Girard; Marthe Robert y Arias de la Canal le aplican la lente psicoanalítica; Ramiro Ledesma nos da la interpretación fascista; Ricardo Aguilera, la marxista; Gonzalo Torrente lo ve como juego, etc. En todo caso, según las edades —física y mental—, a unos dará risa, a otros motivo de meditación y a algunos, consuelo irónico.

Muy claro es también, a estos efectos, el caso del Lazarillo. Todos tenemos la experiencia infantil, probablemente, de habernos reído, en la escuela, con las burlas recíprocas que traman Lázaro y el ciego. En este nivel se quedarán siempre algunos lectores, que contribuyen a hacer de esta obra algo permanentemente popular. Cuando hablamos de ella a los alumnos universitarios, es posible que la primera impresión sea de frialdad y aburrimiento, a causa de la distancia histórica y el lenguaje anticuado. Sin embargo, si avanzamos un poco más, con la ayuda de la crítica reciente, los alumnos descubrirán, asombrados, todo un mundo de alusiones y problemas verdaderamente difíciles de resolver, pero apasionantes. Así, el Lazarillo resulta ser una obra complejísima y de permanente actualidad, tanto desde el punto de vista de la evolución formal del género «novela», como si vemos en ella un documento estremecedor sobre la religión y el honor en la España del Siglo de Oro.

Algo semejante sucede también con la comedia clásica española del Siglo de Oro. ¿Cómo podía ser popular un género compuesto por obras de tal refinamiento estético, y hasta complejidad conceptual y alegórica, en el caso de los autos sacramentales? Y, sin embargo, lo era. Evidentemente, había muchas clases de espectadores, y cada una era particularmente sensible a uno de los atractivos del espectáculo, desde la belleza de las comediantas al lirismo de los versos, la espectacularidad de los decorados o la rapidez sin desmayo de la acción dramática.

Así, pues, la obra literaria pide, por definición, una pluralidad de lecturas, que correspondan a sus diversos niveles de significación. Además, eso se produce de acuerdo con los individuos; incluso, en el caso de una misma persona, según las épocas de su vida y los momentos. Todos tenemos la experiencia de releer un libro, diez o veinte años después, y hallar en él cosas nuevas; por supuesto, el libro no ha cambiado, somos nosotros los que leemos con todo el poso que han ido dejando todas nuestras experiencias vitales. Y, como decía Ortega para la música, siempre habrá momentos propicios para que lea a Proust y otros en que me sería imposible, pues lo que «me pide el cuerpo» es una novela de la serie negra. En nuestra lectura influye también de modo decisivo esa predisposición o estado de ánimo, ese talante al que alude el título de la canción sentimental: «I'm in the mood for love».

Además, la pluralidad de lecturas obedece de modo muy claro, como ya hemos visto, al cambio de épocas y de generaciones. Todos redescubrimos «nuestro» Quijote. Comparándolo con el teatro existencialista y del absurdo, Ian Kott ha proclamado, en un libro famoso, que Shakespeare es hoy, una vez más, «nuestro contemporáneo».

En esa capacidad de suscitar nuevas adhesiones vitales, y no sólo eruditas, consiste el clasicismo, según Azorín: «¿Qué es un autor clásico? Un autor clásico es un reflejo de nuestra sensibilidad moderna. La paradoja tiene una explicación: un autor clásico no será nada, es decir, no será clásico, si no refleja nuestra sensibilidad. Nos vemos en los clásicos a nosotros mismos. Por eso los clásicos evolucionan: evolucionan según cambia y evoluciona la sensibilidad de las generaciones. Un autor clásico es un autor que siempre se está formando. No han escrito las obras clásicas sus autores; las va escribiendo la posteridad».

Y cada uno de nosotros puede comprobar fácilmente que pocas experiencias son tan atractivas —y peligrosas, a la vez— como la de releer un libro que nos entusiasmó en la juventud. (Dicho con toda sencillez: o la de ver a una chica que nos gustaba.) Por eso se ha afirmado que cada crítica —cada lectura— es como un test, en el que, con más o menos veladuras, se proyecta y manifiesta nuestra personalidad.

miércoles, 5 de junio de 2013

Borges: Ficciones.

Ficciones
Hijo de una familia acomodada, Jorge Luis Borges nació en Buenos
Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra, una de sus
ciudades amadas, en 1986. Vivió, desde pequeño, rodeado de libros;
y, entre 1914 y 1921, y más tarde en 1923, viajó a Europa, lo que le
puso en contacto con las vanguardias del momento, a cuya estética
se adhirió, especialmente al ultraísmo. En la primera mitad de esa
década dirigió las revistas Prisma y Proa. Poeta, narrador y autor de
ensayos personalísimos, ganó el premio Cervantes en 1980 y fue un
eterno candidato al Nobel, ingresando en la ilustre nómina de quienes, como
Proust, Kafka o Joyce, no lo consiguieron. Pero, como ellos, Borges pertenece por
derecho propio al patrimonio cultural de la humanidad, y así está reconocido
internacionalmente.
Ficciones, libro aparecido en 1944, con el que ganó el Gran Premio de Honor de
la Sociedad Argentina de Escritores, es uno de los más representativos de su
estilo. En él están algunos de sus relatos más famosos, como «Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius»; «Pierre Menard, autor del Quijote»; «La biblioteca de Babel» o «El jardín
de senderos que se bifurcan». En su caso, hablar de relatos es sólo un modo de
entendernos, y a falta de un término más adecuado para designar esta magistral
y sugestiva mezcla de erudición, imaginación, ingenio, profundidad intelectual e
inquietud metafísica. Metáforas como la del laberinto, la biblioteca que coincide
con el universo o la de la minuciosa reescritura del Quijote, pertenecen al centro
del universo borgiano y, a través de sus millones de lectores en todas las lenguas, a la cultura universal.

jueves, 30 de mayo de 2013

Carlos Fuentes: "DIOS". Del libro: "En esto creo".




DIOS
—Nietzsche dijo: «Dios ha muerto.»
—Dios tuvo paciencia y un día susurró desde un sanatorio en Weimar: «Nietzsche ha muerto.» :
—¿Era humana, demasiado humana, la voz de Nietzsche? Porque nos deja oír una gran contradicción. Si Dios ha muerto, significa que, alguna vez, Dios vivió.
—Pero, ¿cuándo empezó a vivir Dios? ¿Qué fue primero, Dios o el Universo? ¿El huevo o la gallina? Si admitimos que el Universo es infinito, Dios deberá ser más infinito que el infinito, lo cual es manifiestamente absurdo.
—Imagínate entonces que Dios y el Universo existen juntos desde siempre.
—Me parece que eso derrota a la Razón pero, bien visto, contribuye a la Fe. La Ciencia y la Tecnología se reconcilian. Ni Dios ni el universo tienen principio ni fin. En cambio, si aceptamos la teoría del big bang, ¿fue ésta, la explosión originaria, obra del fiat divino?
—¿Quieres decir que Dios habitaba en el Universo previo al big bang y un día, por divertirse, ordenó la expansiva explosión universal, a sabiendas de que todo acabaría, no en otro estallido final, sino en el último sollozo? «Not with a bang, but a whimper.» Porque Dios, que todo lo sabe, todo lo supo, incluyendo la Tierra baldía de T. S. Eliot.
—Perdóname, dudo mucho que Dios lea literatura.¿Para qué? Si ya lo sabe todo de antemano.
—Eso es lo que disputo contigo. Vamos por partes.
Supongamos que la oscuridad precede a Dios. Convenimos —lo dice la Biblia— que la luz brota de Dios cuando aparece. Pero, ¿qué le precede? ¿Qué es esa oscuridad anterior a la palabra divina: Hágase la luz? ¿Es imaginable siquiera?
—Yo te contestaría que si admitimos la existencia de Dios, debemos admitir también que Dios sojuzgó a la Nada.
—Pero si Él era Todo, ¿podría haber Nada? ¿Coexistían Dios y la Nada, gemelos absurdos, o, más bien, confundimos la Nada, simplemente, con la ausencia del mundo y del hombre?
—Te acercas peligrosamente a un argumento que nos deja sin argumentos: Dios es criatura del hombre, no al revés. Pero si Dios sólo existe porque lo imagina, piensa o desea el hombre. Dios no tiene existencia propia.
—Aunque puede tener la mejor de las existencias como producto del deseo y la imaginación humanas.
—No es eso lo que discutimos ahora. Estamos tratando de imaginar un Dios solitario que, por alguna razón que desconocemos, decidió crear un ser a su imagen y semejanza, el Hombre.
—¿Para qué? Si Dios es Dios, no necesita al mundo y al hombre. Existe en sí. Se basta a sí mismo. ¿Por qué creó lo innecesario? Ahí está el detalle.
—Quizás Dios creó al mundo porque se sentía solo y un buen día experimentó el horror del vacío.
—¿Somos entonces criaturas de un Dios barroco que reacciona, como Góngora o Bernini, ante el horror vacuii?
—Te propongo, más bien, otra imagen: un Dios que se pasa la Eternidad pensando qué cosa habría ocurrido si Él no crea al mundo.
—Puedo imaginar también a un Dios que se pasa la Eternidad sin preocuparse en lo más mínimo de hacernos el favor de crearnos, introduciendo, de paso, un intruso en su creación.
—El hecho es que hubo un fiat divino y fueron creados el Mundo y el Hombre. Podemos discutir si Dios nos creó, pero no que aquí estamos, vivimos, somos y morimos. La cuestión sería, ¿guarda o no guarda nuestra existencia relación con Dios, somos o no sus criaturas, y si lo somos, qué posición nos corresponde en el plan de la creación?
—Bueno, por principio de cuentas, la Biblia nos presenta a un Dios como mero organizador de las cosas. El mar y sus pescaditos aquí, la tierra allá, aunque sin cacao ni café ni tomates ni maíz ni papas. Los animales en su lugar y, como lo demuestra el cuento de Noé, emparejados. Pero en la creación no hay búfalos ni iguanas ni quetzales. Muy bien. Dios como gerente de un vasto zoológico preamericano. Manager del acuario precolombino más grande. Fautor de Eolo, dueño de las tormentas, del movimiento de los cielos.
—Pero no de Ehecatl, el dios azteca del viento, el Eolo americano...
—Momento. Ya vendremos a eso. Déjame continuar, interrumpes demasiado.
—¿Me parezco al Diablo?
—No, mi amigo. Apenas al abogado del Diablo. Prosigo.
—Prosigues.
—El dato esencial de la creación humana es que Dios nos hizo a su imagen y semejanza. El punto de conflicto es claro e inmediato. Si nos hizo a su imagen y semejanza y si, además, lo sabía todo de antemano, ¿por qué nos hizo a semejanza e imagen del Mal? ¿Por qué incluyó en nuestra imagen y semejanza la del Diablo? ¿Contenía la imagen de Dios, desde un principio, la imagen del Demonio?
—Mira, yo creo que Adán ya se las olía desde el primer momento. Milton tiene una intuición profunda en su Paraíso. Adán patalea contra la creación y le reclama a Dios, ¿para qué me creaste?, ¿por qué no me dejaste ser barro?, ¿para qué me moldeaste «hombre»?
—Imagina, en respuesta, que también Dios tuvo su tentación en el Edén. La tentación de vivir eternamente al lado de sus criaturas, Adán y Eva, como un padre regalón y regalado. E imagina en seguida que Adán y Eva, más sabios que Dios, pecan y se expulsan a sí mismos del Paraíso sólo para expulsar, de paso, a Dios. ¿A la vera de Dios por los siglos de los siglos, Adán y Eva habrían sido humanos? No habrían tenido relaciones sexuales ni descendencia. Y habrían frustrado el designio de Dios. El Inmortal no puede vivir rodeado de Inmortales. Es Único. Dios se engañó inventando el Paraíso y Adán y Eva le hicieron el favor de desengañarlo.
—«¿Acaso te pedí, Hacedor, que de mi barro me moldeases Hombre? ¿Acaso te solicité que me promovieras de la oscuridad?» ¿Tan terrible intuyó Adán la carga de ser hombre que hubiese preferido, según Milton, ser barro en la oscuridad?
—La promoción a la luz. Es una de las más bellas definiciones de la Creación, de toda creación. Pero la luz sólo lo es por contraste con la oscuridad. ¿Acaso Dios se arrepintió de la Creación porque no pudo soportar la inmortalidad de Adán?
—¿Quieres decir que Dios es coresponsable de los horrores humanos?
—Quiero decir que el Bien perfecto sólo dura un segundo y que, en cambio, el Mal ocupa el espacio del «Edén subvertido» para siempre.
—Déjame hacer una distinción. El Mal se sabe Mal pero también conoce el Bien y ésta es su ventaja. El Bien perfecto, absoluto, total, no conoce el Mal y por eso puede ser víctima del Mal.
—Dios, después de la caída, se convierte a sí mismo en el réferí en estas cuestiones.
—No, le da ese poder, al cabo, a la Iglesia. Pero de eso hablaremos más tarde, con Jesús en persona. Ahora, sólo quiero sugerir que si el mundo nace de la esencia de Dios, el Mal es inconcebible. Y si el Mal nace del Bien, vivimos en el absurdo. De allí la conveniencia de: Primero, achacarles a las criaturas de Dios, Adán y Eva, un Mal que a Dios jamás pudo ocurrírsele como parte del plan de la creación. Segundo, recordarnos que el Diablo también es parte de la Eternidad. Y tercero, consolarnos demostrando que la libertad humana es un don de Dios, practicado por Adán y Eva, que demuestra la infinita bondad divina.
—¿Estás diciendo que Dios es capaz de soportar el Mal si el Mal es un acto de libertad?
—No, sólo sugiero que acaso Dios negoció con el Diablo esperando que el triunfo eventual de la libertad para el bien le devuelva a Dios las fichas prestadas al Diablo para explicar la existencia del Mal. Acaso la libertad para el Mal sea un compromiso entre Dios y el Diablo.
—Pero entonces Dios, aunque no lo quiera, se vuelve socio del Mal. Porque te repito, el Mal es capaz de concebirse a sí mismo y al Bien. Pero el Bien no puede concebir nada fuera de sí mismo, incluyendo lo que lo niega. Es su fuerza y es su debilidad.

—Te respondo que, por supuesto, Dios conoce el Bien y el Mal, pero los conoce como unidad. En el hombre, el Bien y el Mal se separan. Y no tenemos fuerza ni derecho de unirlos, porque entonces seríamos Dios, y eso, Dios ya no lo toleraría.
—«Ya.» ¿Metes el adverbio para insinuar que, tras la Caída, el poder de ver como unidad el Bien y el Mal le es arrebatado al hombre por Dios, quien se lo reserva para sí solo?
—No. No es Dios quien interviene a estas alturas, sino la Historia.
—Que empieza en el jardín con Adán y Eva.
—No. Yo creo que la historia la funda Caín. Abel es una promesa del paraíso recobrado, para seguir evocando a Milton. Caín es el segundo padre, no Abel, y su patriarcado se funda en el crimen. Si Dios, malgré Nietzsche, no ha muerto, es porque el crimen de Caín nos hace insoportable vivir la historia como crimen, como fratricidio, como injusticia. Volvemos los ojos a Dios para que repare, no el inexistente pecado de Adán y Eva, dadores de vida y placer, sino el crimen fratricida de Caín, la guerra civil.
—¿Caín es la reaparición del Diablo, ya no en la Creación, sino en la Historia?
—No estoy seguro. Quizás el Mundo, a partir de la «Caída», deja de ser responsabilidad de Dios y se convierte en el huerto ponzoñoso de un Demonio que es el espectador hilarante del sufrimiento humano. El mundo se vuelve el teatro del Diablo disfrazado de Dios, un Dios privativo, es decir, que priva, que quita.
—¿El Dios particular es el Diablo?
—Sólo si Dios, secreta, íntimamente, se siente satisfecho, smug en lengua inglesa. ¿Por qué en vez de destruir un mundo que lo ha traicionado de los pies a la cabeza, le da Dios una segunda oportunidad? La oportunidad de Noé, salvarse del Diluvio.
—Porque creo que si el hombre se acaba, Dios muere sin él. No con él, entiéndeme bien. Sin él.
—¿Si el Mundo termina, Dios se vuelve imposible?
—Acaso para sí mismo no. Para los seres humanos sí. Y la razón es que, antes que matar a Dios, los hombres se habrán matado a sí mismos.
—Entonces Dios sería la más grande invención humana, porque nos libera de la otra gran invención humana, que es la Historia.
—¿No sucederá, más bien, que Dios se acomoda al hecho de que el hombre hace el Mal porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios, también, es Bien y es Mal?
—Semejante idea pondría a prueba los límites de la Fe y acabaría dándole la razón a Orígenes: La gracia de Dios es tan grande, que al cabo, perdonará al Demonio. Porque si Dios no es capaz de perdonar a Luzbel, es un Dios mutilado e insincero.
—Orígenes terminó castrándose a sí mismo para probar su fe, sin imaginar que la persecución del emperador Decio le haría el favor de castrarle la vida misma.
—Orígenes pone a prueba los límites de la Fe. Pero la Fe sólo puede ser ilimitada, pues consiste en creer en lo increíble. «Es cierto porque es absurdo», definió concisamente Tertuliano a la Fe.
—¿Dios también considera que creer en Él es absurdo?
—No podría contestar porque le daría la razón a Tertuliano. Dios es Dios porque nunca se deja ver. Por eso exige la Fe.
—Aunque habla por voz de los niños, los santos y los locos.
—Es probable. Pero un Dios visible, cotidiano, sentado precisamente en las tertulias de café, no sería Dios.
—Sería Jesús.
—Pero ésa es otra historia.
—Ver la letra «J» de este libro.
—Gracias.
—Dime entonces una cosa, ¿quién es superior? ¿El que cree o el que quiere creer?
—Yo creo que la duda no debilita a Dios, pero nos fortalece a nosotros. Hay teólogos, como Hans Kung, para quienes el mundo moderno y sus satisfactores son responsables de la pérdida de la fe. Creer en Dios, para muchos, se ha vuelto anacrónico. Es como creer, antes de Copérnico, que el Sol gira alrededor de la Tierra.
—¿Dudar nos fortalece como individuos o como creyentes?
—En tu novela La campaña pones estas palabras en boca del cura guerrillero, el padre Anselmo Quintana:
 
  A Él no se le engaña, con Él no valen jueguitos, Dios es el ser supremo que todo lo sabe, incluso lo que imaginamos sobre Él y se nos adelanta y primero nos imagina a nosotros; y si nos andamos creyendo que de nosotros depende creer o no en Él, Él también se nos adelanta y ve la manera de decirnos que Él seguirá creyendo en nosotros, pase lo que pase, aunque lo abandonemos y reneguemos de Él... A mí Jesús me dijo: Anselmo, hijo mío, no seas un cristiano cómodo, hazle la vida de la chingada a la Iglesia, la Iglesia adora a los católicos tranquilos. Yo en cambio adoro a los cristianos encabronados como tú; no ganas nada con ser un católico sin problemas, un creyente simple, un hombre de fe que ni siquiera se da cuenta de que la fe es absurda y por eso es fe, y no razón... Por favor, sé siempre un problema... no los dejes pasar por tu alma sin pagar derechos de aduana espiritual: a ningún gobernante, a ningún Estado secular, a ninguna filosofía, a ningún poder militar o económico, les des tu fe sin tu enredo, tus complicaciones, tus excepciones, tu maldita imaginación...
 
—Ése es un llamado a la fe como libertad y como responsabilidad. ¿Cómo se conlleva con el triunfo del Hombre que Antón Bruchner proclama en La muerte de Dantón: «Nunca más será posible acusar a Dios, porque Dios no existe. La libertad rebelde ha ocupado todo el espacio del mundo.»?
—Hay que preguntarse qué hemos hecho de nuestra libertad rebelde...
—Hemos creado ciencia, penetrado los secretos de la materia, mejorado las condiciones de vida de millones de seres, erradicado enfermedades que antes asolaban a la humanidad, prolongado la existencia, aclarado las conciencias.
—Pero también hemos torturado y matado a millones de seres humanos, en guerras por la supremacía política y económica, movidos por la irracionalidad y el odio, el prejuicio, el cinismo del militarismo industrial, la ambición de las grandes potencias, la miseria de los impotentes... ¿No tenemos derecho a exclamar, «Dios, ¿qué hemos hecho de nuestra libertad rebelde»?
—Te contestará el espantoso silencio del infinito vacío sideral. ¿Te resignas?
—No. Prefiero seguir dudando, preguntando, dialogando contigo, conmigo, con nosotros tres...
—Siempre tres, dijo el poema de José Gorostiza, «Muerte sin fin». Tú y yo, sitiados en nuestra epidermis, llenos de nosotros. ¿Quién es el tercero? ¿Es el semejante? ¿Es Dios? ¿Es el otro?
—Supongamos que es Dios. Y volvamos a dudar y a inquirir. ¿Es Dios coresponsable de los errores humanos? ¿Necesita Dios tomar el fracaso humano como prueba de su poder? ¿Necesita nuestro fracaso para probarse a sí mismo? ¿Es Dios coresponsable de los horrores humanos que nuestra libertad nos ha dado, lado a lado con la gloria que la misma libertad nos ha otorgado? ¿Dios sabe o no sabe por adelantado los resultados de la partida? ¿Es Dios el gran croupier —The Great Nobodaddy up Above de William Blake— que conoce de antemano todos y cada uno de los juegos de ruleta?
—Sí, imaginamos que Dios conoce el futuro. Pero, ¿conoce Dios lo que Él mismo pensará en el futuro?
—¿Quieres decir que nuestra libertad puede afectar la imagen que Dios se haga de sí mismo, y la manera como actuará?
—Te contesto con otra pregunta. ¿Se puede amar a Dios sin conocerlo? Sí, nos dicen el místico y el santo. ¿Se puede conocer a Dios sin amarlo? Sí, nos dice el artista. Te doy el ejemplo de San Juan de la Cruz. El verbo de Dios es desconocido. El verbo del hombre es conocido. Crear a Dios con palabras es el gran honor del hombre. Nunca sabremos cuándo, dónde o por qué creó Dios al hombre. En cambio, sí sabemos que San Juan de la Cruz creó a Dios:
 
Oh llama del amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro.
 
Y creó, también, el mundo sin Dios:
 
En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo
pues sin Él y sin mí quedo
este vivir, ¿qué será?
 
Ni Santo Tomás ni San Anselmo dieron mejor prueba de la existencia de Dios que San Juan de la Cruz.
—¿Crees que Dios se enteró? Se me ocurre que a Dios no le gusta la literatura, porque la literatura le arrebata a Dios tanto el Cielo como el Infierno. Por eso Dios nunca escribe. Le encarga a sus «negros», a sus ghost wríters, que lo hagan por él. Dios nunca escribe. Sólo dice. Es un orador, un jilguero.
—Entonces, debemos escuchar las voces que hablan por Dios...
—Un ejemplo.
—San Juan de la Cruz, de nuevo.
 
«Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero.»
 
—Bello pero funesto. Algo más vivo.
—Simone Weil. «Lo único que creó Dios fue el amor y los medios para el amor. Por lo tanto Dios existe porque mi amor —dice la mujer— no es ilusorio.» Por ello Simone Weil se siente dueña de su libre arbitrio al creer en Dios. De su libertad depende su aceptación o rechazo de Dios.
—Pascal va más lejos. Pone en boca de Dios estas palabras: «Si no me hubieras encontrado, no me estarías buscando.»
—Pero lo procede de una caución que es casi un mandamiento: «Consolé toi.» Consuélate. Y la idea de la consolación me rebela.
—¿No dijiste creer en la fe rebelde, la fe inconsolable?
—La gloria de Dios es la criatura humana. Aceptémoslo a condición de que crearlo ni nos castiga ni nos premia. Simplemente nos identifica.
—Admite que vivimos en una tierra herida. —Sólo la acción humana cerrará, algún día, sus heridas.—Quieres decir que la creación está inconclusa.
—Sí. Y éste es el resquicio por donde, inevitablemente, Dios se me cuela al mundo. Si Dios nos hizo a su imagen y semejanza, ¿Dios contiene el mal humano? Yo contesto, sí. Somos reflejo también de la parte mala o incumplida de Dios. Obramos para completar a Dios.
—Obramos para completar a Dios. Siento que te acercas a la fe en el sentido de que no creer en Dios —puesto que obramos para completar a Dios— es disminuir nuestra propia posibilidad humana. No creer en Dios sería cerrar nuestro propio horizonte humano. ¿Sería una cobardía no creer en Dios?
—Pon tú por caso que Dios sea a la vez objeto y sujeto. Su vitalidad es subjetiva. Pero objetivamente, para ti y para mí, es, sólo puede ser, espejo del alma. Obra, pues, humana.
—¿No crees en la vida eterna?
—Si la hay, recibiremos al llegar a ella un nuevo orden del día desconocido hasta ese momento. No conocemos la agenda del cielo.
—¿Nuevas instrucciones?
—Así es. Si hay vida eterna, dejemos que Dios se ocupe de los detalles.
—Hoy cremamos a los cuerpos. ¿Cómo podemos dar fe de la resurrección de la carne que proclama el credo?
—Piensa, mi amigo, en la equivalencia del cuerpo más que en su resurrección. Piensa en la renovación del alma más que en la sobrevivencia.
—En conclusión, ¿crees en Dios?
—En conclusión, ¿cree Dios en mí?
—Mira, yo me quedo con la apuesta de Pascal. Creo en Dios, porque si Dios existe, salgo ganando, y si no existe, no pierdo nada.

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