sábado, 21 de enero de 2012

JULIO CORTÁZAR: NOTICIA.



Julio Cortázar en primera persona

El autor de "Rayuela" le dedicaba a su correspondencia el mismo esmero que a su obra. Ahora Alfaguara la edita en cinco tomos, con más de mil cartas jamás publicadas. Ñ adelanta algunas de las que le escribió a Aurora Bernárdez, Victoria Ocampo, Paco Porrúa, Juan Carlos Onetti y a su hermana Ofelia. Son textos en los que narra, de algún modo, la novela de su propia vida.

POR JORGELINA NUÑEZ

Una cierta distancia nos separa hoy de la literatura de Cortázar. Para preservarlas en el arcón de los buenos recuerdos, muchos de los que lo leyeron con devoción y encontraron en ellas claves de sus propias iniciaciones, prefieren no intentar la relectura de sus novelas. Algo distinto ocurre con sus libros de cuentos que parecen haber soportado mejor el paso del tiempo tras haber ganado el estatuto de construcciones perfectas, clásicas.
Del Cortázar hombre perviven algunas imágenes cristalizadas, injustas como todo estereotipo: el antiperonista acérrimo y despectivo; el porteño enamorado de París que usaba el lunfardo arrastrando la rr; el intelectual parecido al Oliveira de Rayuela pero también el entrañable cronopio juguetón; el emblema del boom latinoamericano; el que adoptó la izquierda junto con la guayabera y el habano; el viudo inconsolable de Carol Dunlop, su última mujer.
Los tres tomos de sus cartas, publicados por Alfaguara en 2000, fueron un viento refrescante que invitaba a volver a leerlo. El mismo efecto tuvieron los Papeles inesperados (2009) y las Cartas a los Jonquières (2010). Ese viento no estaba hecho de otra cosa que de una prosa que supo inventarse a sí misma y que regresaba para mostrarse en su potente vitalidad. Cortázar es el viento y es la prosa que borra distancias y establece de inmediato la complicidad. Un modo de decir que vuelve a encantarnos, acaso de la misma manera como nos encantan algunas cosas que sabemos perdidas. Así ocurre con las cartas, esa forma de la comunicación cifrada en la materialidad de la letra y el papel que el correo electrónico con su velocidad y eficacia ha barrido para siempre.
La publicación en cinco volúmenes de la correspondencia del escritor en una edición corregida y aumentada en más de mil cartas respecto de la del año 2000 es una noticia tan feliz y nostálgica como el reencuentro con aquellas buenas cosas.
La recopilación traza un arco que se inicia en 1937, cuando Cortázar es un maestro normal que da clases en la provincia de Buenos Aires y se extiende hasta enero de 1984, pocos días antes de su muerte en París.
Es, desde todo punto de vista, un recorrido vital, la mejor biografía del escritor y probablemente su mejor novela, como bien lo señala Carles Alvarez Garriga en el texto preliminar. Las cartas ponen de manifiesto “la formidable coherencia entre vida y obra, la absoluta falta de astucias o de renuncios, su gran disponibilidad”.
Casi cincuenta años en los que no hay un mes en el que no le haya escrito a alguno de los muchísimos y variados destinatarios. Pero, ¿quiénes son los destinatarios? Todos aquellos a quienes Cortázar necesita dirigirse de manera perentoria, ya sea por cuestiones de amistad y cariño, lo que sucede la mayoría de las veces (un lugar privilegiado ocupan la familia Jonquières y el excéntrico Fredi Guthmann, con quienes el contacto epistolar se extiende durante décadas) o porque precisa comentar trabajos ajenos, responder las solicitudes de los estudiosos de su obra y compartir intereses con otros escritores (la lista, en este sentido, es larga y comprende, entre muchos otros, a José Lezama Lima, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Roberto Juarroz, Guillermo Cabrera Infante, Victoria Ocampo, José Bianco, Alejandra Pizarnik). En mayor o menor medida, todos son tratados como amigos con una generosidad que no sólo se manifiesta en la palabra siempre amable y divertida sino también en la extensión que les dedica. Cuando se piensa en las 3.000 páginas que llena esta correspondencia no se puede menos que reparar en la fatiga de redactarlas lejos de las facilidades de la escritura electrónica. ¡Y sin enmiendas! La fluidez, la elegancia y el ingenio revelan que las cartas son la continuación de su literatura por otros medios.
Cortázar desarrolló su carrera como escritor cuando la figura del agente literario todavía no tenía suficiente peso. En este sentido, lo vemos afanarse en dos instancias que le resultaban igualmente importantes: el cuidado extremo en las ediciones y traducciones, y la necesidad de obtener un rédito económico que le permitiera vivir de la literatura. La correspondencia muestra hasta qué punto esto último le resultó difícil, de hecho no fue hasta bastante consolidado su prestigio cuando pudo renunciar a su cargo de traductor en la UNESCO. Con Francisco “Paco” Porrúa, su editor en Sudamericana, mantiene una lealtad inquebrantable pero no deja de establecer pautas y proponer cómo deben negociarse los derechos de sus libros en el extranjero. Paul Blackburn, su traductor al inglés, fue un compañero entrañable de tareas y un destinatario insoslayable. No puede decirse lo mismo de Edith Aron, la mujer que presumiblemente inspiró a la Maga de Rayuela y con quien Cortázar terminó la relación luego de la pésima traducción de su obra que ella hizo al alemán.
En las épocas de su compromiso con las revoluciones cubana y nicaragüense, pide información, ofrece colaboraciones, establece contactos, intercede en favor de distintas causas. Pero es en el territorio de lo doméstico donde la proximidad se instala de manera definitiva reforzada por el humor constante. A Aurora Bernárdez, su primera mujer, le cuenta situaciones desopilantes relativas a su torpeza y rasgos escasísimos de maledicencia. Será ella, desde siempre y para siempre, la encargada de velar por su intimidad, su memoria y sus papeles. La testigo omnipresente incluso cuando otras mujeres ocuparon su lugar. Quizá por eso, esta edición a su cuidado transmite el gesto delicado, el más perdurable, el del amor que sobrevive al amor.

viernes, 20 de enero de 2012

JUAN CARLOS ONETTI. PREMIO CERVANTES 1980

Premio Cervantes 1980

JUAN CARLOS ONETTI
Novelista, poeta y ensayista uruguayo
(Montevideo, 1909– Madrid, 1994)
Muy joven, recién casado, se traslada a
Buenos Aires, donde vive de diferentes empleos y empieza a hacer crítica de cine
para la revista Crítica. De regreso en Montevideo, es nombrado secretario de
redacción del importante semanario Marcha, fundado en 1939, y publica su primera
novela, El pozo. Nuevamente en Buenos Aires, en 1941, colabora en diferentes
periódicos y revistas con artículos y relatos, y publica las novelas Tierra de nadie (1941),
Para esta noche (1943), La vida breve (1950), considerada por él mismo como su mejor
novela, y Los adioses (1954).
Reinstalado definitivamente en Montevideo, en 1955, colabora en la revista Acción.
Numerosas revistas uruguayas y argentinas dan a conocer relatos suyos. En los años
siguientes aparecen, una tras otra, sus obras de madurez: Para una tumba sin nombre,
titulada originalmente Una tumba sin nombre (1959), La cara de la desgracia (1960), El
astillero, otra de sus obras maestras (1961), El infierno tan temido y otros cuentos (1962),
Juntacadáveres, que es como el antecedente de El astillero pues ambas comparten
el mismo protagonista: Larsen (1962), La muerte y la niña (1973), Tan triste como ella,
relatos (1963), Tiempo de abrazar, viejo volumen cuyo original se había perdido en
1941 (1974).
Para entonces, la obra de Juan Carlos Onetti ha sido ampliamente reconocida. En
1962 recibe el Premio Nacional de Literatura de Uruguay; la editorial Aguilar publica en
México, en 1970, sus Obras Completas con prólogo de Emir Rodríguez Monegal y,
desde 1957, es director de Bibliotecas de Montevideo. Sus obras han empezado a
traducirse a otras lenguas, principalmente francés e italiano.
En1967, gana el segundo lugar del premio Rómulo Gallegos de Venezuela y el
triunfador, Mario Vargas Llosa, reclama para Onetti "el reconocimiento que se
merece". En 1972 se traduce al italiano El Astillero, que tres años después obtendrá el
primer premio a la mejor novela latinoamericana publicada en esa lengua. En 1974, el
Instituto de Cultura Hispánica de Madrid edita un número especial de la revista
Cuadernos Hispanoamericanos en su homenaje.
La dictadura instalada en Uruguay, en 1975, encarcela al escritor. Habiendo logrado
exiliarse, Onetti se instala en Madrid hasta el fin de sus días. Después de un periodo de
esterilidad, vuelve a publicar narrativa y ensayo: Dejemos hablar al viento (1979),
Cuando entonces (1987), Cuando ya no importe (1993). En 1979 preside el Primer
Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española en Las Palmas de Gran
Canaria.
En 1985, recibe el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay y, en 1990, el Premio
de la Unión Latina de Literatura. Los últimos cinco años no se levanta prácticamente
nunca de la cama y, en 1994, muere en Madrid. Un mes antes, la Facultad de
Humanidades y Ciencias organiza las Primeras Jornadas Rioplatenses de Literatura, de
homenaje al escritor. Onetti se había casado cuatro veces, las dos primeras
sucesivamente con dos hermanas que eran primas suyas. Tuvo un hijo y una hija.
Onetti ha traducido también novelas de Faulkner y otros novelistas norteamericanos,
como Erskine Caldwell y Paul Wellman. Otros libros suyos de relatos son La casa en la
arena y Un sueño realizado y otros cuentos.
La narrativa de Onetti es generalmente escéptica y a veces amarga, de un realismo
estilizado e incisivo que le sirve para describir sin sentimentalismo la vida moderna. A
partir del relato “La casa en la arena” y la novela La vida breve, crea una ciudad
imaginaria, Santa María, versión literaria de Montevideo, donde suceden muchos de
sus argumentos y reaparecen personajes de un relato a otro.

Segunda nota biográfica.
Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1 de julio de 1909 - Madrid, 30 de mayo de 1994) fue un reconocido escritor uruguayo. La primera obra que publicó fue el cuento Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo el 1 de enero de 1933 en La Prensa (Argentina). Luego, en 1935 y 1936, en La Nación de Buenos Aires aparecen otros dos cuentos El obstáculo y El posible Baldi. De aquella época son el relato Los niños en el bosque y la novela Tiempo de abrazar, que no serán publicados hasta 1974. En 1939 ve la luz su primera novela El pozo. En esos años publica artículos y cuentos policiales con los seudónimos de Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy. La novela Tierra de nadie, publicada por Losada, de Buenos Aires, en 1941, obtiene el segundo puesto en el concurso Ricardo Güiraldes. Ese mismo año La Nación publica Un sueño realizado, considerado su primer cuento importante. En los próximos años verán la luz la novela Para esta noche y una serie de cuentos en La Nación, entre los que se destaca La casa en la arena (1949), por ser el que da comienzo al mundo de su ciudad de Santa María, que desarrollará en la novela La vida breve, publicada en 1950. Precisamente en esa ciudad mítica transcurrirá la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos. En 1993 publicó la que fue su última novela, Cuando ya no importe, considerada una especie de testamento literario. La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, considera que Onetti es `uno de los pocos existencialistas en lengua castellana`. Mario Vargas Llosa, quien preparó un ensayo sobre Onetti, dijo en una entrevista a la agencia AFP en mayo de 2008 que `es uno de los grandes escritores modernos`, y no sólo de América Latina. `No ha obtenido el reconocimiento que merece como uno de los autores más originales y personales, que introdujo sobre todo la modernidad en el mundo de la literatura narrativa`. `Su mundo es un mundo más bien pesimista, cargado de negatividad, eso hace que no llegue a un público muy vasto`, con anterioridad Vargas Llosa había comentado que Onetti `es un escritor enormemente original, coherente, su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura`. La obra literaria de Onetti, fuera de su poderosa originalidad, debe mucho a dos raíces distintas: la primera, su admiración por la obra de William Faulkner, como él, crea un mundo autónomo, cuyo centro es la inexistente ciudad de Santa María. La segunda es el Existencialismo: una angustia profunda se encuentra enterrada en cada uno de sus escritos, siempre íntimos y desesperanzados. Su primera novela, El pozo, de 1939, es considerada la primera novela moderna de Sudamérica, el ciclo de Santa María empieza en 1950, cuando aparece La vida breve. Juan Carlos Onetti recibió numerosos premios a lo largo de su vida, entre los que destacan el Premio Nacional de Literatura de Uruguay (lo recibe en 1962  por el bienio 1959/1960), el Premio Cervantes (1980), el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay 1985, el Premio de la Unión Latina de Literatura 1990 y el Gran Premio Rodó a la labor intelectual, de la Intendencia Municipal de Montevideo (1991). En 1972 fue elegido como el mejor narrador uruguayo de los últimos 50 años en una encuesta realizada por el semanario Marcha, en la que participaron escritores de distintas generaciones. 
Fuente:N.N.


DISCURSO EN LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES.
- 1 -
Majestades, excelentísimos señores académicos, dignísimas autoridades, señoras y
señores:
Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me
ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de
amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera
nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e incredulidades, sin saber que
una fatalidad inexorable me obligaría a hablar públicamente, por primera vez, en
España. Para desilusión de mis oyentes, muchos de ellos magistrales conversadores, mi
torpeza oratoria se vio penosamente confirmada.
Hoy, sin embargo, me presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única
vez, estoy dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque
quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad de mi
gratitud a España.
El viejo Heráclito el Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: "Si no esperas, no te
sobrevendrá lo inesperado". He descubierto que, sin darme cuenta, hubo algo que esperé
a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido en España. No me
refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o gloria, sino a una forma de
humanidad, de amistad, de cordialidad, de entendimiento que he encontrado aquí, y que
dudo se prodigue en otra región de la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo
estas palabras no sólo pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han
hallado su nueva patria en la patria de Cervantes.
Que un hombre, a mi edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas
de amor y de la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el
destino puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy
pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar
agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de que sólo
había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el futuro. De hecho, ya
no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí estoy, unos cuantos años
después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que debo a los españoles. Estos años
de regalo, en los cuales he vuelto a escribir con ganas, después de mucho tiempo de no
hacerlo. He creído, gracias a esta tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un
penúltimo grano de arena.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es
conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1980
Discurso de JUAN CARLOS ONETI
- 2 -
quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud
estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que
hasta entonces sólo había pagado a "placé" -o a colocado, como se dice en España- y
que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y
compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han
beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron
el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien
brazos.
He leído a Cervantes, y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando
lo descubrí, y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo
que nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi existencia,
es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos que otros me han
exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío. Para mí, de todos modos,
no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo. Para mí y para todo novelista
auténtico.
He dicho que soy desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos
los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel
hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela
que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y
que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día,
intocada, misteriosa, transparente y pura.
A pesar de que hay en este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a
pesar de provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me
atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores de la
obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.
El planteamiento del libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta,
conquistan el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la novelística
posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la fantasía más exaltada,
la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que su mano, como al descuido,
va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre serán, alabadas, aplaudidas y
comentadas.
Yo no voy a referirme en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación
novelística de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera
poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es, entre otras
cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.
Mi entrañable amigo, el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus
libros exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.
Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa
principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.
Esta libertad que hoy respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta.
Esta libertad que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido
la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así.
- 3 -
Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxigeno, sin
pensarlo, pero conscientes de que existe.
Amparándome en esta comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento
exclusivamente británico, sino también y principalmente español), protegido de esta
forma, me permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré,
hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría, universalmente, la
lectura obligatoria del Quijote.
Dijo Flaubert, quizá con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo
hubieran leído La educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría
producido. Por mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si
lo hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.
Esta Libertad que yo le debo a España se la debo también, como todos los españoles y
no españoles que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí
amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he sido toda
la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día de hacer un
elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es decir: por el hecho
mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago fervorosamente, y querría que
todas las repúblicas de América se enteraran de ello.
El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento,
que he dicho la verdad, honestamente.
Pido permiso a los señores académicos para citar una vieja frase latina: "Ubi Libertas lbi
Patri".
Gracias, Majestad; gracias, España.

jueves, 19 de enero de 2012

DE LA NUEVA NARRATIVA PERUANA: IVÁN THAYS (ENTREVISTA).

DE LA NUEVA NARRATIVA PERUANA: IVÁN THAYS (ENTREVISTA).

Iván Thays: "No soy un escritor vitalista que escribe sobre microbuseros"
Compartir: Escritor y activo blogger de la página Moleskine literario, Iván Thays no es de aquellos que se andan con falsas modestias. Cree que la crítica peruana fue injusta con su novela Un lugar llamado Oreja de Perro y que de no haber sido escrita por él la considerarían como una gran novela, sino una de las mejores. Habla el autor de La disciplina de la vanidad.

Alguna vez tuvo el aspecto de un rock star. Al menos esa impresión tuve cuando en el año 1999 lo vi en la presentación de su novela El viaje interior. Luego, aquel joven de la cabellera larga y con muchas pretensiones 'desapareció' literariamente tras la publicación de La disciplina de la vanidad (2000), pero a través de su programa de televisión Vano oficio cobró notoriedad mediática. Iván Thays (1968) acaba de publicar una novela juvenil El orden de las cosas (Alfaguara) y ese fue el pretexto para conversar con él.

 En La disciplina de la vanidad uno de los personajes dice "La literatura en este país vale un cuerno". ¿Crees que eso ocurre realmente aquí?

No, no. Yo creo que vale más de lo que uno valora. Lo que ocurre es que la comprensión de la lectura en los colegios está mal enfocada y la industria del libro se ha vuelto conservadora, pues no quieren dar el salto a la tecnología.

¿Alguna vez pasó por tu cabeza la idea romántica de solo dedicarte a escribir?
No, porque uno es realista con el país. Sabes perfectamente que ni siquiera un escritor como (Mario) Vargas Llosa puede dedicarse exclusivamente a escribir. Realmente hay que tener muy poca pretensión para pensar que escribiendo vas a tener una vida como quieres.

 Entre La disciplina de la vanidad, una de tus mejores novelas según reconocen incluso aquellos a los que no les simpatizas -que no son pocos- hasta Un lugar llamado Oreja de Perro pasaron ocho años. Decías que en ese lapso pasaron muchas cosas, entre ellas la separación de tu esposa y de tu hijo. ¿Esto último fue determinante para esa suerte de parálisis literaria?
Sí, así es. Cuando escribí La disciplina de la vanidad tenía 30 años y me encantaba la metaliteratura, estaba obsesionado con los temas sobre escritores, pero luego la vida me mostró que lo metaliterario no era lo que yo había venido a escribir a este mundo. Estuvo bien cuando era joven, pero luego tuve ganas de escribir algo que portara un mensaje o que dijera algo sobre las cosas que pasan, pero no con un compromiso ideológico.

 Y por cierto, ¿por qué le caes tan mal a algunos, sobre todo escritores? Te atribuyen una suerte de figuretismo literario. ¿No será simplemente que eres vanidoso a secas, lo cual no es delito? 
(Ríe). Yo no sé si es vanidad, porque la mayoría de personas que habla mal de mí no me conoce y no podrían saber si soy vanidoso. Yo no lo siento algo contra mí sino contra un grupo de escritores. Hay gente que le tiene cólera a un grupo de escritores a los que llaman los criollos o los limeños, y en ese grupo de escritores de esa generación soy el único que encaja porque (Mario) Bellatin vive en México. Además, la mayoría de escritores no ha tenido la suerte que he tenido yo editorialmente, porque tuve en un momento un foco mediático. Como ahora no tengo el programa de televisión, las rabias han pasado a ser más personales.

 Al buscar información sobre ti me he topado varias veces que tu nombre aparece junto al de Alonso Cueto y eventualmente junto al de Fernando Ampuero. ¿Es una coincidencia o es que ustedes tienen mucha influencia en nuestro pequeño mundillo literario?
Consideran que somos una mafia, cosa que es totalmente falso. Si entras en un archivo de periódico y te fijas cuánto papel han gastado en hablar de Oswaldo Reynoso o Miguel Gutiérrez y cuánto en mí o Alonso, te vas a dar cuenta de la diferencia. Yo soy totalmente honesto, si Un lugar llamado Oreja de Perro no hubiera sido escrito por mí sino por Miguel Gutiérrez, ahorita la gente estaría diciendo que esa es la gran novela del siglo XX.

 ¿Y la crítica acaso fue muy severa con esa novela?
En el Perú sí. Sentí que acá la crítica iba por el lado de "tú no tienes derecho a escribir sobre estos temas". No tengo ninguna duda de que si yo no hubiera escrito Un lugar llamado Oreja de Perro, la novela hubiera tenido mucho éxito en el Perú. Ha tenido mucho éxito afuera, ha sido traducida y tuvo buenas críticas.

 A propósito, reconociste alguna vez que te preocupaban mucho las críticas. Beto Ortiz dice que cuando criticó desfavorablemente en Caretas Las fotografías de Frances Farmer te pusiste mal y que incluso a partir de allí lo odias. ¿Qué hay de cierto?
No, no (ríe). Lo que sí es cierto es que me pareció que fue una crítica muy dura porque era burlona. Uno puede aceptar la burla, pero no la ridiculización.

 Él escribió que más que una promesa eras una deuda...
Eso estaba bien, porque expresa una opinión. Pero decía cosas como que "su prosa a veces te lleva al cielo y luego se despapaya contra el suelo". Ese tipo de cosas me afectaron, pues este mi primer libro tuvo muy buenas críticas y la única persona que le hizo una mala crítica y burlona fue Beto Ortiz, quien era la única persona a la que conocía y le di el libro. Entonces, el que era mi amigo habló mal, y me costó entender la ridiculización, por eso me molesté con el amigo, no con el crítico. Me afectó que alguien a quien consideraba mi amigo hable mal de un libro. Bueno, después descubrí que no era mi amigo por otras cosas. Curiosamente por esa época yo tuve una enfermedad en el estómago y me puse mal y estuve en el hospital y creo que él ha creado la ficción de que por su crítica me había dado un ataque hepático o algo así.



 SU OBRA Y LITERATURA PERUANA

La conversación transcurre en su departamento situado en el distrito de Miraflores. Al ingresar a su sala llaman la atención dos cosas: su biblioteca y un cuadro pintado de una tonalidad roja intensa. Si los libros que poseemos nos definieran, pues diríamos que indudablemente Iván Thays es hincha de Nabokov. Tiene todas - o casi todas- sus obras, incluyendo sus cuentos. Aunque también figuran escritores como Tom Wolfe con La hoguera de las vanidades y resalta también por el voluminoso libro de las conversaciones entre Borges y Bioy Casares. Es un show de los libros.

 Hablemos de tu acercamiento a la literatura, partiendo de que ante todo un escritor es un lector. ¿Cuándo fue tu primer contacto con los libros?
A los siete u ocho años. Recuerdo que leía los libros que mi padre compraba en esa colección de best sellers de Oveja Negra y también una colección de Ariel Juvenil que eran libros ecuatorianos. Él era un coleccionista de libros más que un lector.

 ¿Cuál de los libros que leíste de niño es el que recuerdas con especial cariño?
Aunque es un pésimo libro, recuerdo con especial cariño el de un cura llamado Francisco Finn, quien hizo una especie saga como de 20 libros sobre historias de niños en un colegio. Este autor fue el primero que me llevó a escribir y me hizo sentir que podía hacerlo.

 ¿De dónde proviene la obsesión por el tema del hijo ausente?, más allá de lo anecdótico o biográfico, ¿qué simboliza para ti?
En Un lugar llamado Oreja de Perro era un tema que tenía muy presente porque me había divorciado y mi exesposa se quería ir del Perú, entonces tenía el miedo de que mi hijo se vaya. Tenía un fantasma que tenía que exorcizar en esa novela y primero lo hice a través del cuento Lindbergh. En Un sueño fugaz el tema no es el hijo ausente, sino es una especie de respuesta de lo que yo era antes, cuando me interesaba la fama y si iba a tener lectores.

 ¿Ha sido vanidosa tu prosa alguna vez?
No vanidosa, pero sí creo que parte del cambio que tuve fue que antes mi prosa intentaba ser muy exquisita. En El viaje interior el lenguaje intentaba ser poético, usaba fórmulas como una obligación. En cambio ahora he optado por usar frases cortas, muy contundentes y que el tema me lleve más bien a lo que quiero llegar.

 ¿Ha sido injusto José Carlos Yrigoyren al escribir, a propósito de Un sueño fugaz, que tu obra es "Un conglomerado de fantasmas al margen del tiempo y de la vida, una fría dimensión cadavérica producida por las represiones artísticas de su creador"?
Bueno, me gusta la primera frase "un conglomerado de fantasmas...". Yo no soy un escritor vitalista, que escribe sobre  microbuseros. Mis mujeres son seres imposibles, hay un lirismo en sus vidas que no puede haber en las novelas de un escritor como Miguel Gutiérrez.

 ¿Y tienes algunas represiones en cuanto a temas?
No diría una represión, pues el hecho que no interese escribir la novela de un microbusero no significa que esté reprimido.

 ¿Qué es el éxito literario para ti?
Bueno, en Un sueño fugaz digo precisamente que es un sueño fugaz al igual que el fracaso. Pero hablando más genéricamente, para mí es un éxito literario el poder escribir y el publicar. O sea, que es algo que cuando tenía 20 años no se podía dar, pues no había editoriales jóvenes como ahora. El hecho de publicar y hacerlo afuera, mejor aun, me da a mí la pauta de que logré ser escritor como quería. Me siento escritor a pesar de que no vivo de escribir. Creo que todas mis actividades paralelas están supeditadas al hecho de que soy escritor.

 ¿Has dado literariamente lo mejor de ti?
No, yo espero que lo mejor de mí salga un día antes de morir.

 ¿Qué mitos persisten la literatura peruana? Escritores u obras sobrevaloradas, por ejemplo. Tú decías que Arguedas, salvo por Los ríos profundos, no te interesaba.
Cada lector busca lo que le interesa. Los ríos profundos me interesa por la parte espiritual. Entonces lo que yo sí diría que está sobrevalorado -tanto como en el fútbol- es pensar que el Perú es un país de escritores. Pienso que el Perú no es un país de buen fútbol ni de buena literatura. Somos un país que tenemos buenos escritores, individualidades. Como Vallejo no hay ninguno, pero eso no quiere decir que nuestra poesía es buena.

 Tú diriges un taller de creación literaria, ¿se puede realmente aprender a escribir?
Sí, estoy totalmente convencido y tengo pruebas de que se puede aprender a escribir. He visto a alumnos entrar al taller escribir textos muy malos y luego publicar cosas extraordinarias. El taller sirve mucho para soltarse y para ver los errores. Pero creo que lo principal del taller es que no dan técnicas sino que te hace reflexionar sobre el acto de escribir.

 ¿Qué de bueno y qué de malo genera el márketing aplicado a la promoción de una obra literaria?
Bueno, creo que el marketing es un fenómeno que no solo tiene que ver con la literatura sino con el mundo en general. El marketing vende productos, le importa un bledo si son culturales. Lo que creo es que el escritor no puede hacer marketing de sí mismo, o sea, eso me parece desagradable, incómodo, que un escritor se marquetee a sí mismo y hable de sí mismo.



LIBROS, VANO OFICIO E INTERNET

 Dice que en el extranjero se le conoce incluso más como blogger que como escritor. En su Moleskine Literario difunde artículos sobre libros y escritores aparecidos sobre todo en medios del extranjero. También es asiduo usuario de Facebook y utiliza el Twitter para enlazar sus últimos post. Digamos que Thays, como muchos de sus colegas, es un escritor 2.0.

Sobre tu programa de televisión Vano Oficio, que tuviste a cargo durante siete años, te quejabas de que la gente no comentaba los contenidos, sino se fijaban más en qué escritores invitabas. ¿Cómo ves en retrospectiva esa experiencia televisiva?
La televisión sirve para ver que tal persona existe. Te da notoriedad. Hay que saber usar eso y eso quizás es algo que no supe hacer con el programa. Si hiciera ahora un programa de televisión lo haría completamente distinto, dirigiéndome a un público que va a estar atento más a los objetos que a las palabras. Lo haría más sencillo, menos intelectual, más visual. Me dio muchas cosas buenas el programa de televisión, pero nunca se llegó a entender que un programa de televisión no es un ministerio de la Literatura o que yo tenía que divulgar todo lo que se había publicado.

 ¿Y volverías a hacer un programa como Vano oficio?
Bueno, si aceptan lo que quiero proponer, pues definitivamente no haría un programa igual al que hice antes.

 ¿El futuro de la Literatura está en Internet?
Totalmente. En el e-book. Yo creo que las librerías deben cambiar totalmente su sistema de ventas para no morir. Creo en la librería moderna, que a través de Facebook, Twiter explique lo que tiene.

 ¿Y crees que el libro de papel se volverá objeto de culto?
Probablemente pasará en muchos años, así como ocurrió con el cassette.

 ¿Qué te gustaría que se diga de ti dentro de unos cincuenta años?
Cincuenta años, ¿qué edad tendré? ¿Noventaitantos? (ríe). Después de escribir Un sueño fugaz me quité la idea de la eternidad, no me interesa que dentro de 200 años la gente vea mi nombre en una enciclopedia. Lo que sí me gustaría en realidad es que mi hijo y nieto -si lo tengo- digan que yo fui el modelo de alguien que hizo lo que quiso hacer. No alguien que sacrificó sus sueños a cambio de otras cosas.

martes, 17 de enero de 2012

DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE: DON CAMILO JOSÉ CELA

DIEZ AÑOS DE SU MUERTE: CAMILO JOSÉ CELA.
Camilo José Cela, el arquitecto de palabras inmortales
17 ENE 2012

Antonio Castillejo. Hoy se cumplen 10 años de la muerte del autor de ‘La colmena’. En 1989 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Cela, diez años después
El hombre que durante toda su vida mantuvo que “la palabra es más duradera que la piedra”, Camilo José Cela Trulock, falleció en Madrid el 17 de enero de 2002, a los 85 años de edad. Nacido en Iria Flavia, en 1916, y traducido a las lenguas más diversas, el prolífico escritor fue también pintor, torero, actor, soldado y funcionario, aunque su vertiente más reconocida y premiada fue la de “arquitecto de la palabra”.
La primera incursión en el mundo de las letras de un Cela que años después declararía que escribía “por rigurosa necesidad, porque si no, me siento mal”, fue a los 23 años, con Pisando la dudosa luz del día. Tres años después, en 1942, llegaría su primera y aclamada novela, La familia de Pascual Duarte, unánimemente aclamada, premiada y traducida a más de 20 idiomas.
En 1982, varias universidades norteamericanas le propusieron por primera vez para el Nobel de Literatura. Pero la hora de su reconocimiento en Estocolmo aún no había llegado. Sin embargo, en España su éxito era absoluto y en 1984 se le concedió el Premio Nacional de Literatura por Mazurca para dos muertos, una de sus más grandes novelas, a la que hay que sumar La colmena (1951), Pabellón de reposo (1943), La catira (1955), Oficio de tinieblas (1973) o San Camilo 1936 (1969).
La obra de Cela también fue llevada a la gran pantalla. En la versión cinematográfica de su, para muchos, obra maestra, La colmena, dirigida por Mario Camus en 1982, el propio escritor interpretó el personaje de Matías Martí. Asimismo, intervino como actor en películas como El sótano, Facultad de Letras y Manicomio, y en 1975 Ricardo Franco llevó al cine La familia de Pascual Duarte.
En 1985 el escritor realizó un nuevo viaje por la Alcarria, en esta ocasión en un coche conducido por una bella choferesa negra uniformada de blanco, cuarenta años después del que realizara para escribir el libro del mismo título, considerado como una de las piezas maestras de la literatura de viajes.
Ya en 1987, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y fue finalista en la concesión del Nobel. Al año siguiente publicó Cristo versus Arizona, novela con la particularidad, empleada por primera vez por Cela, de que en ella no hay un solo punto.
Pero el escritor, que en más de una ocasión apuntó que “la literatura es un arte cruel”, también tuvo tiempo para su vida privada. En 1989 se hizo pública su relación con la periodista gallega Marina Castaño, de 33 años, tras abandonar el domicilio conyugal en Mallorca, donde residía su esposa, Rosario Conde.
Ese mismo año la Academia Sueca le concedió por fin el Premio Nobel de Literatura por su “rica e intensa prosa”, que con una “pasión controlada” muestra una “visión provocadora de la realidad humana”. “Tras el Nobel pensé en dejar las letras”, dijo entonces, pero continuó escribiendo y con La cruz de San Andrés obtuvo el Premio Planeta. Fue entonces cuando, tras habérsele negado el Premio Cervantes durante años y convencido de que “detrás del reconocimiento social están siempre los burócratas de la literatura que se pasan la vida dando patentes”, Cela afirmó respecto a ese galardón que “está lleno de mierda porque se ha politizado”.
Sin embargo, tampoco el Cervantes se le negó al escritor, que para entonces había declarado: “Nuestra lengua se llama español. ¿Que no lo aceptan? Allá cada cual. El nacionalismo me parece estúpido”. El preciado galardón se le otorgó en 1995 por decisión de un jurado que, tras cuatro votaciones, reconoció así el valor y la significación literaria de su obra.
Un año más tarde se le concedió el título de marqués de Iria Flavia, cuyo escudo lleva por lema El que resiste, gana porque él declaró una vez que “en España, el que resiste, gana. Lo que pasa es que, a veces, esa resistencia puede ser muy dolorosa”. En 1998 llegó el primer tomo de su Diccionario geográfico popular de España, un ambicioso proyecto que buscaba reunir el léxico popular de España y sus autonomías. Y en 1999 publicó su última novela: Madera de boj, dedicada a la Galicia marinera.
Pero su exitosa carrera no estuvo exenta de polémica. En mayo de 1999, saltó el escándalo por las acusaciones de plagio de la escritora gallega María del Carmen Formoso, autora de Fluorescencia, cuyo argumento se asemejaba a la posterior La Cruz de San Andrés de Cela. La trayectoria del autor se puso en entredicho, aunque las consecuencias no pasaron del plano mediático y de la inédita imagen de ver a un Nobel en los juzgados. Tampoco pasó desapercibido el hecho de que repitiese un mismo discurso en foros especializados hasta en tres ocasiones. Sin embargo, ninguna de estas anécdotas sirvieron para empañar la figura de un escritor cuyo legado literario le sobrevivirá por siempre.
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/camilo-jose-cela-arquitecto-palabras-inmortales-20120116

nota biográfica:
LINK PARA DESCARGAR LA NOVELA: LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE
Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y articulista español (Íria Flavia, La Coruña, 1916). Nacido en el seno de una familia de ascendencia inglesa e italiana por parte de madre, vivió en Madrid desde su niñez, ciudad en la que estudió Derecho y asistió también a clases en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1935 se anunció como poeta en El Argentino, revista de La Plata, prometiendo la publicación del poemario Pisando la dudosa luz del día, que sería impreso en 1945.


En 1931, una enfermedad pulmonar le obligó a numerosos períodos de reposo en los que se dedicó a las lecturas que habían de conformar su personalidad literaria: Cervantes, Quevedo y Órtega y Gasset, a los que habría que sumar su desgarrada visión de España, emparentada directamente con la de Goya y Valle-Ínclán. A este esperpentismo corresponde en buena medida el carácter brutal de algunas páginas de sus libros como El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1951) o La Familia de Pascual Duarte (1942), con tal brutalidad el autor busca acudir a la raíz primaria del ser humano, más allá de todo lo que implique educación del carácter. La búsqueda de esa misma esencia primitiva fue la impulsora de sus libros de viajes, iniciados en 1948 con el conocidísimo Viaje a La Alcarria, y a los que pertenecen también, entre otros, El gallego y su cuadrilla (1949), Judíos, moros y cristianos (1956), Viaje al Pirineo de Lérida (1965) y Primer viaje andaluz: notas de un vagabundo por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva, y sus tierras (1989).


En 1942, la publicación de La familia de Pascual Duarte supuso un revulsivo dentro del desolador panorama de la narrativa española de postguerra. Su excelente estilo se ponía al servicio del realismo más crudo y sin concesiones que dio lugar a la creación de una corriente denominada tremendismo. En 1957 ingresó en la Real Academia Española, pronunciando un discurso sobre La obra literaria del pintor Solana. El tono lírico se diluye mediante la utilización de la perspectiva múltiple en Pabellón de reposo (1943).


En 1944 se volverá hacia el molde picaresco para escribir Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, reconstrucción literaria que destaca especialmente por la riqueza léxica. En La Colmena, publicada en 1952 en Buenos Aires por los problemas que le causó la censura en España, el autor se comporta como el fotógrafo que sale a la calle con su cámara a cuestas para retratar lo que ve. En la obra, más de trescientos personajes, muchos de ellos sólo nominales, se entrecruzan en tres días de diciembre y por dos o tres barrios del centro de Madrid. En Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), tiene lugar un alucinado monólogo de una mujer con su hijo muerto, plasmado -nuevo experimento narrativo- a través de cartas que la mujer escribe. En La Catira (1955), la recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolano.


En 1969 publica Vísperas, festividad y octavas de San Camilo de 1936 en Madrid (1969), ambientada en los primeros días de la guerra civil en Madrid y que le sirve para bucear una vez más en el primitivismo hispano, ahora analizando el cainismo de la sociedad española. Las últimas novelas del autor son: Óficio de Tinieblas 5 (1973), su obra más personal a la que se ha referido, como ya lo hiciera Espronceda con el Canto a Teresa como `una purga de mi corazón`, Mazorca para dos muertos (1983), Cristo versus Arizona (1988) y La cruz de San Andrés (1994). Entre 1956 y 1979, fue director de la revista mallorquina Papeles de Son Armadans, auténtico foro cultural de aquellos años. Son también de interés sus colaboraciones en libros de pintura como Gavilla de fábulas sin amor (1962, sobre Picasso) y El Solitario (1963, sobre Rafael Zabaleta), de fotografía, como Toreo de salón (1963).


Es autor de varios volúmenes de memorias y numerosos relatos, artículos periodísticos y trabajos de erudición, entre los que destaca su Diccionario secreto (1968 y 1971). Asimismo, es autor de una breve obra dramática compuesta por dos títulos estrenados en 1970: María Sabina y El carro de heno o el inventor de la guillotina, y de diversos ensayos sobre temas varios tales como Vuelta de hoja (1981), Rol de cornudos (1985) o Rol de comidas (1989). En el otoño de 1997, Camilo José Cela acabó la redacción de una obra de teatro titulada Homenaje a El Bosco, segunda parte, extracción de la locura o El inventor del garrote. En septiembre de 1999 presentó Madera de boj, la novela que aplazó hace diez años, al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1989.


En su importante faceta como articulista, colaboró con los periódicos El Independiente, El País, El Mundo, ABC, entre otros. En 1985 se constituyó la Fundación Camilo José Cela, con sede en el conjunto arquitectónico del siglo XVIII conocido como la Casa de los Canónigos, en Iria Flavia (Galicia), que alberga el legado del autor y tiene como principal objetivo la difusión y el estudio de su obra. En 1977 fue nombrado senador por designación real en las primeras Cortes Generales Constituyentes de la transición española, cargo que ejerció hasta 1979. En 1996 fue nombrado marqués de Iria Flavia. Murió el 17 de enero de 2002, en Madrid, y sus restos mortales fueron enterrados en su ciudad natal.
Fuente:N.N.

lunes, 16 de enero de 2012

¡Hasta qué punto una película supera el texto literario?

¿Hasta qué punto una película supera el texto literario?
Hago la anterior pregunta pensando en el artículo escrito en este blog acerca de Blade Runner y su adaptación al cine con un guión excelente.
¿Será el mismo caso con ALICIA en el país de TIM BURTON?
J.Méndez-Limbrick.

La literatura en el cine fantástico
Alicia en el país de Tim Burton
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“Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim Burton
Me encuentro literalmente maravillado con la versión libre que acabo de ver de Tim Burton sobreAlicia en el País de las Maravillas, la célebre obra de Lewis Carroll. Asombrado, primero, por la extraordinaria estética visual que ha manejado el director en este filme, tan poderosa que muy bien justificaría aquel adagio que dice: “Todo lo que un hombre puede imaginar, otros lo podrán realizar”. Para llevar del papel al cine las aventuras de Alicia Kingsley hay que armarse no sólo de un completo dispositivo tecnológico y de efectos especiales, sino conseguir una concepción artística de nivel, que no deforme la historia de Carroll, una narración compleja por muchos motivos. En este caso no se trata de versionar una obra de ficción o de fantasía pura, sino una obra poblada de juegos inteligentes, manejo del absurdo, poesía, canciones, matemáticas, dibujos, ludismos de lenguaje y una serie de transgresiones de la lógica (el nonsense) e innovaciones lingüísticas que la señalan como una obra ciertamente atípica en la literatura.
Lewis Carroll, nacido en 1832 y fallecido en 1898 a los 66 años (cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson) no era precisamente un literato sino un científico, un fotógrafo, profesor hijo de un clérigo. Se educó en Oxford, donde estudió y enseñó matemáticas y álgebra. Se ordenó en un colegio católico pero nunca predicó; era un hombre excéntrico que no se casó nunca; encontró alegría enseñando a los niños y las niñas, a quienes escribió libros de adivinanzas y acertijos. Alicia en el País de las Maravillas (1865) fue escrito para entretener a Alicia Liddell, hija de un decano de la Iglesia Cristiana (un relato que primero se llamó “Las aventuras de Alicia Tierradentro”, ya se verá por qué), un libro que venía ilustrado con dibujos de Sir John Tenniel, casi inseparables de éste. Después escribió otro de estilo muy similar, Alicia a través del espejo (1872), con ilustraciones del mismo Tenniel. Por cierto que la Alicia que dibuja Tenniel, rubia y de cabellos largos, con ese vestido de niñita inocente, la Alicia cándida del relato, no es en verdad una niña sino una púber —esa edad situada entre la niñez y la adolescencia—, no tiene que ver físicamente con la Alicia real. Hay una fotografía de ella hecha por Carroll donde está sentada en un columpio, y es una niña de cabello negro corto y falda corta y holgada; ahí luce una mirada perturbadora, una mezcla de erotismo y dureza. De modo que no tratemos de hacer comparaciones del libro con la realidad (cosa a la que son muy asiduos ciertos profesores) para buscar pistas de análisis dentro del esquema literatura-vida.
Carroll poseía un oído especial para asociar el sonido de las palabras, lo cual le permitió producir del mejor nonsense escrito en inglés. Sus obras posteriores, como Silvia y Bruno (1869) no logran amalgamar bien la tentativa de unir la historia para niños con las enseñanzas cristianas. También publicó muchos artículos, trabajos dedicados a la lógica simbólica y a las matemáticas. Fue un hombre físicamente feo, cuya obsesión por las niñas lo llevó a fotografiarlas y a convertirlas en fetiches. Hizo una galería fotográfica de niñas púberes, en la que Alicia Liddell era una de las preferidas.
Si uno observa bien la literatura inglesa o irlandesa, se da cuenta de que la sátira social fantasiosa fue siempre una de las mejores maneras de vengarse de la sociedad reglamentada y reprimida, hipócrita, egoísta y cruel con los niños, a quienes se aplicaba una dosis tremenda de represión y violencia durante su crecimiento o educación. Si uno ve, por ejemplo, la obra de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver (1726), un siglo antes —donde también el autor se vale de recursos fantásticos y grotescos para ironizar el poder— percibe que son dispositivos literarios, recursos estéticos que usó Swift para satirizar la sociedad de su tiempo (uno de los más radicales es su texto Una modesta proposición, donde para solucionar el problema de la infancia hambrienta en su país propone comerse los niños de Irlanda), lo cual permite indicar que Los viajes de Gulliver es una obra que no tiene nada de infantil; es una obra dura, cáustica, terrible.
Algo similar sucede con Carroll un siglo después. Su célebre obra no es sólo la inocente historia de una niña perdida dentro de su sueño. No. Alicia es también una víctima de la sociedad cruel y terrible en la que vive, época donde la represión sexual y la inducción familiar, la culpa católica y los convencionalismos extremos hicieron de las suyas. Buena parte de la novela de lengua inglesa posterior, incluyendo a Laurence Sterne (que casi cuarenta años después que Swift sorprende al mundo con su Tristram Shandy), Wilkie Collins, Oscar Wilde o William Thackeray, van contra un esquema represivo o pacato de la sociedad inglesa o irlandesa que no cesa de estar enredada en sus prejuicios de clase y su racismo encubierto.
La simplicidad narrativa de Alicia en el País de las Maravillas es aparente. Se trata de una narración llena de altibajos, de una acción permanentemente interrumpida, poblada de trucos y personajes fascinantes, bien dibujados, con un tremendo peso específico dentro de la trama, personajes que cada vez que aparecen remueven el fondo de la conciencia del personaje central, Alicia, y la confunden hasta límites angustiantes. Alicia cae en un hueco, en un hoyo profundo, y a medida que desciende va perdiendo la conciencia. Entra en una suerte de sopor y luego en un sueño continuado, una suerte de pesadilla de la cual desea despertar y no puede, pues su destino es seguirla hasta sus últimas consecuencias, y esto es precisamente lo que logra Carroll en su libro: que sigamos sin pausa la acción soñada de Alicia.
Los personajes de este relato, alegorizados en animales, pueden llegar a ser mucho más que eso; pueden llegar a transmutarse en símbolos o incluso convertirse en elementos religiosos. No hay en toda la narración ni un solo personaje real, excepto la hermana que la acompaña brevemente al principio y al final, cuando están leyendo sentadas en la ribera de un río, y en la película de Burton se trucan en los padres y los asistentes a la boda de Alicia, que no llega a producirse. Con esta modificación que ha introducido Burton en la película, se pone aun más en evidencia el mundo de convencionalismos y prejuicios al que nos hemos referido, resuelto al final de la película cuando Alicia decide decirle la verdad a todos, anula la boda por propia voluntad, expresa lo que piensa y siente a los presentes, a sus familiares, al novio y a sus padres, quedando libre de toda atadura.
En el libro no sucede esto. En el libro Alicia se encuentra sentada con su hermana a la orilla del río y ve que ésta lee en medio de un calor sofocante un libro sin dibujos ni diálogos. De pronto Alicia ve más allá unas margaritas que le provoca ir a tomar, y al levantarse descubre a un conejo blanco con los ojos rosados, un conejo que habla y ve la hora en un reloj que lleva en el bolsillo del chaleco. Esta primera aparición fantástica la induce a seguir tras el conejo por la pradera, y éste se mete en una madriguera al lado de un árbol. Alicia sin pensarlo lo sigue y se introduce también en la madriguera, que pronto se convierte en un túnel por donde cae: cae y cae y sigue cayendo en un pozo profundo cuyas paredes están cubiertas de armarios y anaqueles, mapas, cuadros, pianos, frascos. Ahí empieza a comparar su caer y rodar con el de la vida real, continúa haciéndolo millas abajo, hasta un punto en que cree estar cerca del centro de la tierra. Mientras lo hace, cavila, y en ese cavilar es donde comienza su aventura. Una aventura que alterna los modales sociales con las sorpresas en una proporción similar, y también en esa medida la ignorancia y la inteligencia van estableciendo un contrapunto: la incertidumbre y las certezas surgen en paralelo. A lo largo de todo el libro se establece, primero, un punto de asombro, de duda o sorpresa que se ve interferido por accidentes, golpes, porrazos, tropezones y encuentros de todo tipo con animales. Es asombrosa la cantidad de animales que conoce Alicia en ese recorrido; animales que tienen, casi todos, cualidades humanas y que componen entre todos una prodigiosa fábula.
También se encuentra Alicia una buena cantidad de alimentos, pócimas o frutas que la hacen ganar o perder tamaño o estatura; prueba bebedizos alucinantes, tartas o pasteles, los cuales dan lugar a una serie de desdoblamientos en su persona. Apenas concluido el primer capítulo, podemos comprobar que “Alicia estaba ya tan acostumbrada a que todo lo que le sucediera fuera algo extraordinario, que le parecía francamente una sosada y una estupidez que la vida discurriese normalmente, como si nada”.
En el capítulo segundo ya estamos instalados en el territorio del absurdo. Empiezan a aparecer palabras nuevas, palabras inventadas por Carroll para indicar un desquiciamiento del mundo real creando un léxico propio, y a su vez propicia los cambios de tamaño (“¡Qué gracioso va a ser mandar regalos a los propios pies de una!”, son sus palabras) —un recurso que Carroll ha tomado, me atrevo a señalar, de Jonathan Swift— o de trabajar en el elemento de la mímesis, que conduce a lo filosófico: “Pero si no soy la misma, la pregunta siguiente es: ¿Quién soy yo? ¡Ah, eso sí que es un misterio!”. También es frecuente la utilización del disparate en muchos de los poemas, el uso de herramientas mágico-simbólicas como la llave de oro, la mesa de cristal, o de imágenes absurdas, como la de ahogarse en sus propias lágrimas. Y por supuesto de una serie de canciones-poemas que son de los más ingeniosos y cómicos de la literatura.
No es nada sencillo tratar de explicar en qué consiste el nonsense inglés. Literalmente podría sustituirse por sinsentido, pero no equivale sólo a eso; se trata de una suerte de absurdo que tampoco es el absurdo únicamente. Es una especie de sinsentido rebosante de humor, con el agregado del juego de palabras, un retruécano que no se contenta con el mero juego de los sonidos de éstas, sino con un ludismo inteligente y gracioso que sólo se advierte en la peculiaridad de la lengua inglesa, y es muy propio de un refinamiento, de una estilización del temperamento flemático de lo inglés, que sólo los británicos o irlandeses o quienes allí han vivido (o han estudiado su literatura) pueden apreciar mejor. No es sencillo poner un ejemplo de nonsense en el libro de Carroll, pero algo de él pudiera estar en los versos siguientes:
¡Ved cómo el industrioso cocodrilo
Aprovecha su lustrosa cola
Y derrama las aguas del Nilo
Sobre sus escamas doradas!
¡Con qué alegría muestra sus dientes,
Con qué primor dispone las uñas
Y se afana en invitar pececillos
A entrar en sus mandíbulas sonrientes!
“Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim BurtonLa aparición del Gato de Cheshire (región inglesa donde nació Carroll), el Perro, el Loro, el Ratón, el Pato, el pájaro Dodo (muchos coinciden en que ese pájaro simboliza al propio Carroll), el Conejo Blanco, la Oruga Azul, Pepito el Cachorro Enorme, la Liebre de Marzo, la Tortuga Artificial, el Sombrerero Loco y la Reina de Corazones terminan por configurar los personajes más importantes del relato.
En la película de Burton, el papel de Alicia lo cumple la actriz Mia Vasikowska; el del Sombrerero es interpretado por Johnny Depp (quien ha protagonizado numerosos filmes de Burton) y el de la Reina de Corazones, Iracebeth de Crims, por la esposa del director, Helena Bonham Carter, estupenda actriz quien una vez más ha hecho un magnífico rol. La Reina de Corazones es el personaje fuerte de la historia, y quien representa al Mal, el capricho, la arbitrariedad o el abuso de poder. La Reina, dueña de una cabeza deforme, ante cualquier contratiempo o sinsabor ordena: “¡Que le corten la cabeza!”. Su contraparte en el filme no es sólo Alicia, sino su hermana Mirana, la Reina de Corazones Blancos que vive en el país de Salazer Grum, un personaje creado por Tim Burton para hacer un contrapeso, interpretado por Anne Hathaway (así se llamaba la esposa de Shakespeare), quien da un brebaje a Alicia para que recupere su tamaño natural. Otros personajes son los Dos Gemelos Gordos, que sustituirán en el filme de Burton a los Diez Infantes Reales que aparecen en la obra de Carroll. Personajes con otros nombres en la cinta de Burton son la Oruga Azul, llamada Absolem, una suerte de consejera de Alicia; el personaje llamado Stayne, caballero de atuendo negro con un parche en el ojo, brazo ejecutor de la Reina de Corazones; el monstruo mayor, llamado el Jabberwocky, con quien debe enfrentarse Alicia en el día Frabjuloso; Inglaterra se llama Infratierra; el perro Bayard sustituiría a Pepito el Cachorro Enorme; el hermoso detalle del baile del Futterwacken y la espada Vorpal son otros elementos introducidos por Burton para agilizar la historia.
En el capítulo octavo del libro, titulado “El croquet de la Reina”, se cumple una de las partes neurálgicas del libro, al establecerse la lucha entre la Reina de Corazones y Alicia, quien aquí luce más decidida que nunca (ora vez la rebelión ante la autoridad arbitraria):
—¿Y quiénes son estos? —continuó preguntando la Reina, señalando hacia donde yacían los tres jardineros en torno al rosal, pues como habréis imaginado al estar boca abajo no se les veían más que las espaldas...
—¿Y yo qué sé? —respondió Alicia, asombrada de su propio atrevimiento (subrayado nuestro)—. ¡Lo que es a mí, todo esto no me va ni me viene!
Esto encolerizó tanto a la Reina que se puso colorada.
—¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten..!
—¡Tonterías! —exclamó Alicia, atajando con voz tan alta y decidida, que la Reina se quedó sin habla.
En la película de Burton se efectúa una serie de variables que ayudan a cohesionar la historia desde el punto de vista cinematográfico y que no pueden reprochársele, pues el espíritu de la obra no se altera en lo esencial. Sorprende, sí, que Burton haya prescindido del personaje de la Tortuga Artificial, al que se le pudo sacar partido aunque hubiese sido desde el punto de vista puramente visual: un caparazón de tortuga con cabeza y patas de vaca. Se ha deducido que este personaje lo tomó Carroll de unos productos llamados Sopas de Tortuga Artificial, que sabían a tortuga, pero eran jarabes espesos a base de caldos concentrados de vaca, muy apreciados entonces y, al parecer, deliciosos.
Pero no importa, lo que hay que resaltar en la película de Tim Burton es el espíritu, los diálogos, la agilidad de la anécdota, las buenas actuaciones, los hermosos efectos, la nitidez de las imágenes: todos hacen un homenaje al nonsense de Carroll a través de un barroquismo visual y una factura tan particular, que han señalado a Burton como uno de los directores más cuidadosos, minuciosos y sensibles de la actualidad.
Al final de la historia, en el libro de Carroll, Alicia despierta después de haber tenido una discusión con la Reina de Corazones, quien después de ordenar que le cortaran la cabeza a Alicia, ésta le grita:
—¿Quién les va a hacer caso? ¡Si no son más que un mazo de cartas!
Entonces los naipes de la baraja caen sobre ella, y al despertar descubre que no son más que las hojas secas que habían venido a caer sobre su cara. Ahí mismo su hermana la ayuda a despertarse del sueño y vuelve a la realidad. Alicia le cuenta a su hermana algo de lo que recuerda del sueño, y luego que termina, su hermana la besa y le dice que corra para que vaya a merendar. Y al hacerlo, Alicia recuerda por momentos su sueño, mientras su hermana continúa sentada, con la cabeza apoyada en una mano y contemplando el sol que se oculta, pensando en las aventuras de su hermana y soñando despierta con ellas, con la sensación de estar oyendo el sonido de todas las pequeñas criaturas del sueño de su hermana, que empiezan a surgir cobrando vida a su alrededor. “Cerró los ojos para mantener el sueño vivo por un instante más, pero sabía que al abrirlos todo recobraría la insulsa realidad”.
Para terminar, “piensa en cómo sería en el futuro esa pequeña hermana suya cuando se convirtiera ya en una mujer, y cómo se conservaría a través de sus años maduros, con el corazón sencillo y amante de su niñez: reuniría en torno de sí a otros pequeñuelos futuros y les alumbraría los ojos con las maravillas de otros muchos y curiosos cuentos, quizás incluso con esas mismas aventuras de un ensueño ya lejano, sentiría todas sus pequeñas tristezas y se alegraría con sus pequeños goces, recordando su propia infancia y sus alegres días del estío de antaño”.
Y es acaso en un final como éste, donde yo digo que el cine no puede alcanzar nunca a la literatura.
“Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim Burton

viernes, 13 de enero de 2012

GERARDO DIEGO. PREMIO CERVANTES 1979. OTRO POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27.

Premio Cervantes 1979
GERARDO DIEGO
Poeta y crítico español
(Santander, 1896– Madrid, 1987)
Al tiempo que realiza sus primeros estudios, comienza el aprendizaje de la música. En
1912 se matricula en Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, donde conoce a
Juan Larrea y se inicia una fructífera amistad. Finalizada la carrera, se doctora en
Madrid con un sobresaliente que le otorga el jurado compuesto por Ramón Menéndez
Pidal, Manuel Gómez Moreno y Américo Castro. Fue catedrático de Lengua y
Literatura en Institutos de Soria, Gijón, Santander y Madrid.
Se le considera uno de los principales seguidores de la vanguardia poética española;
sus primeras colaboraciones literarias fueron en Grecia y Cervantes, revistas ultraístas
en las que también colaboraba Borges.
Participa, en 1927, por invitación del torero Ignacio Sánchez Mejías, en el Ateneo de
Sevilla en la conmemoración del tercer centenario de Góngora, que origina que se
llame generación o grupo del 27 a los poetas que lo festejaron. En ese mismo año,
publica su Antología poética en honor a Góngora. Desde Lope de Vega a Rubén
Darío. En Santander dirigió dos de las más importantes revistas del 27, Carmen y su
suplemento Lola.
En 1932 publica Poesía española. Antología 1915-1931, que da lugar a una gran
polémica, donde da cabida a maestros consumados junto a jóvenes poetas. En
opinión de algunos, es el primer estadio para la consolidación de un grupo
generacional del 27. En 1934 aparece su Poesía española. Antología
(contemporáneos) y se repite la polémica. Al mismo tiempo inicia sus tareas como
crítico musical en varios diarios.
Algunos años antes, en un viaje que hace a Madrid, descubre el creacionismo de
Vicente Huidobro. Da algunas conferencias o lecturas de poemas con sus tesis
vanguardistas, en las que se organiza algún escándalo. Diego representó el ideal del
27 al alternar con maestría la poesía tradicional y la vanguardista, de la que se
convirtió en uno de los máximos exponentes durante la década de los años veinte. Él
mismo ha dicho: "Yo no soy responsable de que me atraigan simultáneamente el
campo y la ciudad, la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me
extasíe el antiguo; de que me vuelva loco la retórica hecha, y me torne más loco el
capricho de volver a hacérmela -nueva - para mi uso personal e intransferible".
En 1934 se casa, en Toulouse y en Sentaraille (boda civil y religiosa), con la estudiante
francesa Germaine Marin, que habría de ser su compañera inseparable durante toda
su vida. La guerra civil española de 1936 le sorprende en Francia durante unas
vacaciones. Como católico practicante acepta la sublevación como un “plebiscito
armado”, siguiendo el ejemplo de los cardenales, arzobispos y obispos en la carta
colectiva del episcopado español, lo que le valió algunas enemistades. Cuando
regresa a España, se reincorpora a su cátedra, trasladada al Instituto Beatriz Galindo
de Madrid.
Se inicia en el mundo de la poesía con tres libros, escritos en 1918, de gran sencillez y
grata musicalidad: Iniciales, El romancero de la novia y Nocturnos de Chopin. Es León
Felipe el que lo lleva a la casa de Juan Ramón Jiménez, quien le ayuda a publicar su
Romancero de la novia, en cien ejemplares. En la poesía tradicional recurre con
frecuencia al romance, a la décima y al soneto. Los temas son muy variados: el
paisaje, la religión, la música, los toros, el amor, etc.
Los mejores libros dentro de esta vertiente tradicional son, sin duda, Versos humanos
(1925), por el que obtiene el Premio Nacional de Literatura en ese mismo año –ex
aequo con Rafael Alberti-, y Alondra de verdad (1944). Ambos libros incluyen sonetos
de gran perfección técnica como “El ciprés de Silos”, considerado por muchos como
una de sus mejores composiciones, o “Giralda”, “Insomnio”, “Revelación”.
El espíritu vanguardista del poeta está presente en varios libros: Evasión (1918-1919),
considerado ultraísta; Imagen (1922) y Manual de espumas (1924), ambos adscritos al
creacionismo; a este tipo de poesía alude el poeta cuando afirma: “Creer lo que no
vimos dicen que es la Fe; crear lo que nunca veremos, esto es la Poesía”. Está
igualmente presente en Fábula de Equis y Zeda (1926-1929), escrita en pleno fervor
gongorino y Poemas adrede, en donde se hace patente la influencia del surrealismo y
el intento de aunar la expresión tradicional con la vanguardista; surrealismo que
alcanza también a algunos de los poemas de Ángeles de Compostela (1940).
En sus libros posteriores sigue manifestándose la aguda sensibilidad, para la belleza y el
sentido musical, que ha presidido siempre el quehacer poético de Gerardo Diego.
Dentro de sus libros de “paisajes” destacan Soria (1923), Paisaje con figuras (1956), Mi
Santander, mi cuna, mi palabra (1961) y Vuelta del peregrino (1966). Su lírica amorosa
se concentra en libros como Amazona (1956), Amor solo (1958), Canciones a Violante
(1962). La lírica religiosa está recogida en Versos divinos (1971) –obra que incluye el
libro juvenil Víacrucis (1931), donde hallamos décimas elaboradas, pero llenas de
esencias populares.
La afición de Diego por la música origina una de sus grandes composiciones: Preludio,
aria, coda a Gabriel Fauré (1967), en la que ha sido capaz de trasmitir con sus versos la
fuerza expresiva de la música. Y de su pasión por los toros dan testimonio los libros La
suerte o la muerte (1963) y El cordobés dilucidado (1966).
Por su libro Paisaje con figuras le es concedido, otra vez, el Premio Nacional de
Literatura. Gerardo Diego, que fue profesor, crítico literario, musical y taurino, fue
nombrado miembro de la Real Academia Española en 1974. Se le concedió el Premio
Cervantes en 1979, compartido con Jorge Luis Borges.

De poemas ADREDE (1941-1943):
No estÁ el aire propicio
No está el aire propicio para estampar mejillas.
Se borraron la flechas que indicaban la ruta
más copiosa de pájaros para los que agonizan.
Se arrastran por los suelos nubes sin corazón
y a la garganta trepa la impostura del mundo.

No está el aire propicio para cantar tus labios,
tu nuca en desacuerdo con las leyes de fisica
ni tu pecho de interna geografia afectuosa.
Las tijeras gorjean mejor que las calandrias
y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo
y aqui en mi cercanía tres libros se aproximan,
abiertos en la página donde muere una reina.

Qué dulce despertar el del amor que existe
y qué existencia clara la del ojo que duerme,
velado por las alas remotas de los párpados.

Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven
y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies,
las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros.
Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo;

No está el aire propicio para soñar contigo.



CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1979
Discurso de GERARDO DIEGO

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Majestad: Entre mis vicios habituales no figura el de la ingratitud, y mis primeras
palabras han de ser para ahuyentar su espectro monstruoso. Recibir de vuestras regias
manos el Premio Miguel de Cervantes 1979 me parece un sueño, un sueño durmiente, y
el comprobar que no es eso, sino un sueño despierto, tan inverosímil como es
inmerecido el honor que representa, me llena de confusión estupefaciente.
Y a vuestra Majestad, Reina Sofía, mi más profundo reconocimiento y renovado gozo
por veros también aquí como lo que siempre habéis sido para mí, como un ensueño.
Sin juramento me podéis creer que quisiera que este breve discurso fuese discreto y
juicioso y lo más digno posible de quienes recibí su honrosísimo encargo, de las
Majestades y excelencias que hoy nos presiden y del cultísimo auditorio que en esta
gloriosa reliquia de todas las Hispanias de España se ha congregado al solo nombre de
Miguel de Cervantes, árbol de sombra inmensurable. La alteza del motivo disculpará tal
vez mi presencia aquí.
Pero no es sólo la excelsitud del acto, sino su evidente, su urgentísima necesidad, su
oportunidad inaplazable. Porque venimos, más aún que a ensalzar a Cervantes, a
glorificar la que fue y es su obra maestra, a unificarla, a defenderla, a premiarla en sus
cultivadores más abnegados. Porque esa obra se llama, sí, El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha, pero abandera una sinónima que es de todos y para todos los que
tuvimos la dicha de aprender a hablar en su propia y perpetua cuna, llamada por eso
Lengua de Cervantes, Lengua Castellana o Española, el Español.
El año 1980 puede y debe ser año de Quevedo, y el próximo, el 81, año de Calderón,
como el 79 ha sido el de Gabriel Miró. Pero el año de Cervantes no existe, porque a
partir de 1605 todos los años son suyos y todos los años tenemos que hablar juntos,
velar juntos, rezar juntos cuantos vivimos, escribimos, poetizamos, soñamos la lengua
de Cervantes, tenemos que desfazerla para volver a fazerla, a un tiempo fecha y
desfecha, a la vez historia y pervivir, presente absoluto y universal de toda nuestra
redonda familia que gira sin cesar sobre su eje para que nunca se ponga el son en su jota
central ni en su pareja de vocales espejeantes: eje, hijo, hoja, ojo. Y al margen de estas
faces vocálicas, simétricas, capicúas o no, las otras interjectivas, de rompe y rasga,
sanchopancescas frente al quijotismo de las primeras. Cómo suenan aja, ujo, ajo. La
más expresiva, simbólica de todas por arcaica, novísima e infalible, es oja, con hache y
sin ella, porque la lengua es ante todo fonética.
Una lengua muere de su vida y vive de su muerte, inspira, respira, esto es, alienta,
vegeta. Lo cató y lo dedujo -ujo, ujo, escaramujo- el hombre medieval, por ejemplo

- 2 -
Hurtado de Mendoza el Viejo, lo filosofó y poetizó el renaciente. Ejemplo que me trae a
la memoria la fuerza del consonante el maestro Fray Luis de León, tan querido por
Miguel de Cervantes:
Recoge ya en el seno
el campo su hermosura, el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.
Todos los años, primaveras, otoños, son el año de Cervantes. Y por eso Miguel remuere
todas las primaveras para renacer todos los otoños y cantar quijotesco contrapunto a la
infinita melodía vegetal. Y esto no es quitar una mota de nobleza ni de originalidad a la
perpetua primavera de Garcilaso, ni al frondoso verano de Lope, ni a la otoñada sazón
de Gracián, ni al invierno soterraño de Jorge Manrique, ni a la divina parla de santa
Teresa ni a la música callada de su discípulo y maestro san Juan de la Cruz. De un modo
o de otro, la caída de la hoja la sintieron todos en sus pulsos. Góngora:
Yacía la noche cuando
las doce a mis oídos dio
el reloj de las estrellas
que es el más cierto reloj.
Calderón: De su pareja de sonetos de "El Príncipe Constante" el más famoso es el de las
flores, "Éstas que fueron pompa y alegría". Antonio Machado le combate (y a los poetas
españoles conceptistas de 1922 a 1935), sin darse cuenta de que arroja piedras contra sí
mismo, como el "Señor San Jerónimo" de su copla:
Suelte usted la piedra
con que se machaca.
Me pegó con ella.
Él era entonces el enfático y barroco y no nosotros. Pues Calderón asciende a la más
sublime poesía en el soneto de las estrellas, réplica al de las flores.
Esos rasgos de luz, esas centellas...
flores nocturnas son; aunque tan bellas
efímeras padecen sus ardores.
Pues si un día es el siglo de las flores
una noche es la edad de las estrellas.
Y finalmente podríamos presentar otros ejemplos de pulsaciones barrocas en Quevedo,
Villamediana, Bocángel, Domínguez Camargo y tantos más hasta perdernos en la cifra
amanerada del siglo XVIII.
Jorge Luis Borges y yo hemos sido premiados -lo diré con un latinajo que la jerga
deportiva ha hecho aún más popular- ex aequo. El Jurado llegó al parecer a un atasco en
su deliberación, y su Presidente, el Ministro de Cultura, al no poder desatar el nudo, no
quiso cortar por lo sano, sino curar y empalmar piel adentro. La terapéutica propuesta
quedó aprobada por unanimidad e implicó una ventajosa consecuencia, la duplicación
- 3 -
de la recompensa. Ahorremos otro proverbio, esta vez de Teología, y felicitémonos. Y
este juicio, más que salomónico sanchopancesco, me pone en el brete -exacto, justísimo,
de plutarquismo y paralelo- de lo que el destino venía amagando para la vida y obra de
dos amigos a lo largo de sesenta años.
Pero no sin recíproca felicitación entre el argentino y el español, por ser inocentes uno y
otro de la ocasional herejía. Conviene que haya sido así. He dicho amigos de sesenta
años porque son los que median entre 1920 y 1980. En nuestras conversaciones
radiofónicas y televisuales o teleinvidentes de estos meses ha sido Jorge Luis, de más
precisa y feliz memoria que yo, el que ha clavado fecha y circunstancia concreta,
exacta, de nuestro primer encuentro: Madrid, 1920, tertulia nocturna del café Colonial.
Yo añado mi recuerdo simultáneo, charla diurna en una cervecería de la plaza de Santa
Ana. Borges rememora que ya se declaraba quevedesco. Yo más bien pregongorino.
Ocho años después me tocaba el turno frayluisiano. Y el Maestro de Salamanca lo fue
de todos y para todos en meses que culminan durante mi residencia en Buenos Aires
(con los breves paréntesis orientales -ya sabéis, uruguayos-). Entonces sí que hablamos
más que sedentes, peripatéticos, por las largas avenidas y veredas de conventillos, a tres
leguas diarias, por término medio, de esa ciudad que tan pronto se le incrusta a uno en el
corazón. Y tantos temas nuevos. Lugones, Darío, Macedonio en sus maravillosos
laberintos, Machado el bueno y Machado el hermano, Alfonso Reyes, Fernández
Moreno, Ricardo Milinari, José Hernández, Delmira, Alfonsina o Juana o sor Juana
Inés, Güiraldes.Ramón o Cansinos, Ortega o Unamuno, Huidobro, Vallejo, Larrea, qué
sé yo ... Y no sólo los del gremio, también Carlos Gardel y el tango, los médicos
uruguayos que empezaron a salvarme la vida, los futbolistas españoles con los que hice
el viaje y salí a las canchas bonaerenses, e Ignacio Sánchez Mejías, Rey Pastor, mi casi
pariente Ponciano y sus biógrafos, y las lecturas raras y preciosas y las visitas a
Avellaneda y a los cementerios y los viajes a Córdoba y a Tucumán. La otra vida
entrándose a raudales por todos mis poros y resquicios.
Pasan los años y llegan los últimos encuentros con las visitas de Borges a Gerardo en
nuestras vejeces, él creciendo en su prosa, más hispánica que nunca, y descubriendo
para estupefacción del mundo nuevos continentes y archipiélagos de matemática,
ficcionada imaginación. Yo, más fiel cada día a mis manantiales espontáneos y
artesianos pozos, siempre buscando la verdad, la sencillez, abrazando indisolubles el
recuerdo y la aventura.
Cuando los premios literarios se otorgan con buena voluntad y honestidad de
procedimiento, según es lo normal -y puedo asegurarlo porque tengo una larga
experiencia como miembro juzgador en juntas, certámenes y deliberaciones- suelen
traer beneficios en los que no se piensa al convocarlos. Tal ha sucedido ahora al emular
al "Miguel de Cervantes", el "Ollin -y la Ollyntzin", que acaba de fundar la "Grandeza
Mexicana". Y aplico este título que une a España, México, Jamaica, Puerto Rico en un
verdadero símbolo de imperio. Cierto: México es una república, pero por su caudalosa y
creciente población, la de más elevado índice de nativos; por la fabulosa superposición
de culturas, etnias y ritos religiosos y fecundidad de mestizajes es, merece ser, un
legítimo imperio, y prefiero esta palabra a los debatidos binomios y polinomios que
tanto se prestan a confusiones e injusticias: indoamearicanos, hispanoamearicanos o
americohispanos, latinoamericanos. O a las abreviaturas no menos embrolladas o
embrollantes -Iberia, Indianidad, Latinidad, etc.
- 4 -
El nuevo premio que apenas anunciado ya augura otras siembras repercutidas en
diferentes países, también rebosantes de ansias de elevación y orgullosas de sus siglos
de creación literaria y de sus legendarios abolengos.
Óptica y ética hogareña o universal darán, deben dar, deben seguir dando, en manos de
escritores poéticos y literarios, parejos y felices resultados durante nuestro fin de siglo y
en siglos venideros.
Si no se ha roto ya la unidad del castellano y la amenaza de resquebrajaduras no ha
conseguido ahondar hasta el despedazamiento hablas y literaturas de ulterior y siempre
ardua federación intestina, ¿por qué los que trabajamos en nuestra común heredad no
vamos a seguir el ejemplo de años, generaciones y pueblos que supieron conciliar la
pluralidad con la libertad unitaria y la circunstancial pelea con el decisivo abrazo?
Hagamos, con nuestro tesoro milagroso, nuestra lengua universal, lo que ellos, los
humildes, supieron con todo su corazón obrar gracias a su fe patria, su respeto a los
mayores, su cariño a los párvulos y su liberal comprensión a las nuevas mocedades.
Y para ello no nos estrechemos a los ritos ambiciosos de la altísima poesía. También la
prosa libre demanda nuestro esfuerzo y hoy comprendemos mejor que no es sino otra
forma de poesía, y una y otra son y deben llamarse Literatura.
Para ello nada mejor que contemplar la breve historia de cuatro años y cinco premios
que, restando uno, quedan también en cuatro. El arco que se levanta en curva airosa y
elegantísima de Jorge a Jorge, de Guillén a Borges, pasa por los irisados reflejos y
constelaciones de Alejo Carpentier y Dámaso Alonso. Sería difícil que en las
cosmografías de cualquier otro premio anual se pueda aislar otro segmento parejo en
cuatro promociones de arranque empalmado. El verso y la prosa dominados a la par con
maestría e inspiración abarcan y definen lo que llamamos Literatura, Poesía, Novela,
Teatro, Creación Lingüística y Estilística Crítica. Sí. El Premio Miguel de Cervantes
mantiene su gallardía y su prestigio con sus cuatro dianas, de norte a sur, de oriente a
occidente. Toda la exigencia y la limpieza de la más encumbrada Literatura. No podría
ostentar otro nombre el nuevo premio.
Por decirlo en una sola frase más o menos acertada, en su simbolismo provisional, fruto
de la intuición más que del estudio, Cervantes se alzó con la monarquía del idioma por
un puro azar de simpatía. Otros le superan en esto o en lo otro. Ninguno le alcanza en la
virtud de congraciarse inmediatamente con el ánimo de cada lector, de hablarle -y sentir
el lector que es así- de tú a tú, de corazón a corazón. Y por eso su lengua es ya hoy de
todos y se ha convertido en el campo donde convergen americanos y españoles, poetas y
eruditos, innovadores y arcaizantes, académicos y rebeldes, seguros todos de hallar en
ella el ejemplo de la medida de la audacia, del gusto por la fantasía y de la sinceridad en
el humor.
Y no es que el idioma español haya de anclar inmóvil en la rada cervantina o en la bahía
de nuestro revuelto siglo. Sin duda, navega y navegará alejándose cada día más de la
lengua de Cervantes. Pero pensamos, y creo que con razón, mirando hacia atrás, que las
nuevas rutas seguirán siempre el mismo norte marcado por la imantación de aquel piloto
genial. En efecto, si Cervantes nos dejó ejemplo de conducta con el heredado idioma, lo
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hizo no por vía de cristalización, sino de libre, abierta y generosa fluencia, desdeñosa de
menudos escrúpulos dramáticos, y alegre y nueva de movimientos y desembarazo. Así
debemos escribir siempre españoles e hispánicos, reflejando en nuestra andadura
literaria el modo resuelto, bizarro y noble de nuestra marcha por los caminos del mundo.
Lengua de Cervantes, modelo de Palmas o Montalvos, como de Valle-lnclán y
Unamuno, o de Martí, Rizal o Darío. Lengua de Cervantes, semilla ayer y hoy árbol
gigantesco cuya sombra nos ampara y reúne hermanando continentes y océanos. En ella
nos encontramos siempre y nos encontraremos y, siguiendo su estilo, con ella nos
salvaremos en la eternidad del espíritu.

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  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

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