lunes, 16 de enero de 2012

¡Hasta qué punto una película supera el texto literario?

¿Hasta qué punto una película supera el texto literario?
Hago la anterior pregunta pensando en el artículo escrito en este blog acerca de Blade Runner y su adaptación al cine con un guión excelente.
¿Será el mismo caso con ALICIA en el país de TIM BURTON?
J.Méndez-Limbrick.

La literatura en el cine fantástico
Alicia en el país de Tim Burton
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“Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim Burton
Me encuentro literalmente maravillado con la versión libre que acabo de ver de Tim Burton sobreAlicia en el País de las Maravillas, la célebre obra de Lewis Carroll. Asombrado, primero, por la extraordinaria estética visual que ha manejado el director en este filme, tan poderosa que muy bien justificaría aquel adagio que dice: “Todo lo que un hombre puede imaginar, otros lo podrán realizar”. Para llevar del papel al cine las aventuras de Alicia Kingsley hay que armarse no sólo de un completo dispositivo tecnológico y de efectos especiales, sino conseguir una concepción artística de nivel, que no deforme la historia de Carroll, una narración compleja por muchos motivos. En este caso no se trata de versionar una obra de ficción o de fantasía pura, sino una obra poblada de juegos inteligentes, manejo del absurdo, poesía, canciones, matemáticas, dibujos, ludismos de lenguaje y una serie de transgresiones de la lógica (el nonsense) e innovaciones lingüísticas que la señalan como una obra ciertamente atípica en la literatura.
Lewis Carroll, nacido en 1832 y fallecido en 1898 a los 66 años (cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson) no era precisamente un literato sino un científico, un fotógrafo, profesor hijo de un clérigo. Se educó en Oxford, donde estudió y enseñó matemáticas y álgebra. Se ordenó en un colegio católico pero nunca predicó; era un hombre excéntrico que no se casó nunca; encontró alegría enseñando a los niños y las niñas, a quienes escribió libros de adivinanzas y acertijos. Alicia en el País de las Maravillas (1865) fue escrito para entretener a Alicia Liddell, hija de un decano de la Iglesia Cristiana (un relato que primero se llamó “Las aventuras de Alicia Tierradentro”, ya se verá por qué), un libro que venía ilustrado con dibujos de Sir John Tenniel, casi inseparables de éste. Después escribió otro de estilo muy similar, Alicia a través del espejo (1872), con ilustraciones del mismo Tenniel. Por cierto que la Alicia que dibuja Tenniel, rubia y de cabellos largos, con ese vestido de niñita inocente, la Alicia cándida del relato, no es en verdad una niña sino una púber —esa edad situada entre la niñez y la adolescencia—, no tiene que ver físicamente con la Alicia real. Hay una fotografía de ella hecha por Carroll donde está sentada en un columpio, y es una niña de cabello negro corto y falda corta y holgada; ahí luce una mirada perturbadora, una mezcla de erotismo y dureza. De modo que no tratemos de hacer comparaciones del libro con la realidad (cosa a la que son muy asiduos ciertos profesores) para buscar pistas de análisis dentro del esquema literatura-vida.
Carroll poseía un oído especial para asociar el sonido de las palabras, lo cual le permitió producir del mejor nonsense escrito en inglés. Sus obras posteriores, como Silvia y Bruno (1869) no logran amalgamar bien la tentativa de unir la historia para niños con las enseñanzas cristianas. También publicó muchos artículos, trabajos dedicados a la lógica simbólica y a las matemáticas. Fue un hombre físicamente feo, cuya obsesión por las niñas lo llevó a fotografiarlas y a convertirlas en fetiches. Hizo una galería fotográfica de niñas púberes, en la que Alicia Liddell era una de las preferidas.
Si uno observa bien la literatura inglesa o irlandesa, se da cuenta de que la sátira social fantasiosa fue siempre una de las mejores maneras de vengarse de la sociedad reglamentada y reprimida, hipócrita, egoísta y cruel con los niños, a quienes se aplicaba una dosis tremenda de represión y violencia durante su crecimiento o educación. Si uno ve, por ejemplo, la obra de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver (1726), un siglo antes —donde también el autor se vale de recursos fantásticos y grotescos para ironizar el poder— percibe que son dispositivos literarios, recursos estéticos que usó Swift para satirizar la sociedad de su tiempo (uno de los más radicales es su texto Una modesta proposición, donde para solucionar el problema de la infancia hambrienta en su país propone comerse los niños de Irlanda), lo cual permite indicar que Los viajes de Gulliver es una obra que no tiene nada de infantil; es una obra dura, cáustica, terrible.
Algo similar sucede con Carroll un siglo después. Su célebre obra no es sólo la inocente historia de una niña perdida dentro de su sueño. No. Alicia es también una víctima de la sociedad cruel y terrible en la que vive, época donde la represión sexual y la inducción familiar, la culpa católica y los convencionalismos extremos hicieron de las suyas. Buena parte de la novela de lengua inglesa posterior, incluyendo a Laurence Sterne (que casi cuarenta años después que Swift sorprende al mundo con su Tristram Shandy), Wilkie Collins, Oscar Wilde o William Thackeray, van contra un esquema represivo o pacato de la sociedad inglesa o irlandesa que no cesa de estar enredada en sus prejuicios de clase y su racismo encubierto.
La simplicidad narrativa de Alicia en el País de las Maravillas es aparente. Se trata de una narración llena de altibajos, de una acción permanentemente interrumpida, poblada de trucos y personajes fascinantes, bien dibujados, con un tremendo peso específico dentro de la trama, personajes que cada vez que aparecen remueven el fondo de la conciencia del personaje central, Alicia, y la confunden hasta límites angustiantes. Alicia cae en un hueco, en un hoyo profundo, y a medida que desciende va perdiendo la conciencia. Entra en una suerte de sopor y luego en un sueño continuado, una suerte de pesadilla de la cual desea despertar y no puede, pues su destino es seguirla hasta sus últimas consecuencias, y esto es precisamente lo que logra Carroll en su libro: que sigamos sin pausa la acción soñada de Alicia.
Los personajes de este relato, alegorizados en animales, pueden llegar a ser mucho más que eso; pueden llegar a transmutarse en símbolos o incluso convertirse en elementos religiosos. No hay en toda la narración ni un solo personaje real, excepto la hermana que la acompaña brevemente al principio y al final, cuando están leyendo sentadas en la ribera de un río, y en la película de Burton se trucan en los padres y los asistentes a la boda de Alicia, que no llega a producirse. Con esta modificación que ha introducido Burton en la película, se pone aun más en evidencia el mundo de convencionalismos y prejuicios al que nos hemos referido, resuelto al final de la película cuando Alicia decide decirle la verdad a todos, anula la boda por propia voluntad, expresa lo que piensa y siente a los presentes, a sus familiares, al novio y a sus padres, quedando libre de toda atadura.
En el libro no sucede esto. En el libro Alicia se encuentra sentada con su hermana a la orilla del río y ve que ésta lee en medio de un calor sofocante un libro sin dibujos ni diálogos. De pronto Alicia ve más allá unas margaritas que le provoca ir a tomar, y al levantarse descubre a un conejo blanco con los ojos rosados, un conejo que habla y ve la hora en un reloj que lleva en el bolsillo del chaleco. Esta primera aparición fantástica la induce a seguir tras el conejo por la pradera, y éste se mete en una madriguera al lado de un árbol. Alicia sin pensarlo lo sigue y se introduce también en la madriguera, que pronto se convierte en un túnel por donde cae: cae y cae y sigue cayendo en un pozo profundo cuyas paredes están cubiertas de armarios y anaqueles, mapas, cuadros, pianos, frascos. Ahí empieza a comparar su caer y rodar con el de la vida real, continúa haciéndolo millas abajo, hasta un punto en que cree estar cerca del centro de la tierra. Mientras lo hace, cavila, y en ese cavilar es donde comienza su aventura. Una aventura que alterna los modales sociales con las sorpresas en una proporción similar, y también en esa medida la ignorancia y la inteligencia van estableciendo un contrapunto: la incertidumbre y las certezas surgen en paralelo. A lo largo de todo el libro se establece, primero, un punto de asombro, de duda o sorpresa que se ve interferido por accidentes, golpes, porrazos, tropezones y encuentros de todo tipo con animales. Es asombrosa la cantidad de animales que conoce Alicia en ese recorrido; animales que tienen, casi todos, cualidades humanas y que componen entre todos una prodigiosa fábula.
También se encuentra Alicia una buena cantidad de alimentos, pócimas o frutas que la hacen ganar o perder tamaño o estatura; prueba bebedizos alucinantes, tartas o pasteles, los cuales dan lugar a una serie de desdoblamientos en su persona. Apenas concluido el primer capítulo, podemos comprobar que “Alicia estaba ya tan acostumbrada a que todo lo que le sucediera fuera algo extraordinario, que le parecía francamente una sosada y una estupidez que la vida discurriese normalmente, como si nada”.
En el capítulo segundo ya estamos instalados en el territorio del absurdo. Empiezan a aparecer palabras nuevas, palabras inventadas por Carroll para indicar un desquiciamiento del mundo real creando un léxico propio, y a su vez propicia los cambios de tamaño (“¡Qué gracioso va a ser mandar regalos a los propios pies de una!”, son sus palabras) —un recurso que Carroll ha tomado, me atrevo a señalar, de Jonathan Swift— o de trabajar en el elemento de la mímesis, que conduce a lo filosófico: “Pero si no soy la misma, la pregunta siguiente es: ¿Quién soy yo? ¡Ah, eso sí que es un misterio!”. También es frecuente la utilización del disparate en muchos de los poemas, el uso de herramientas mágico-simbólicas como la llave de oro, la mesa de cristal, o de imágenes absurdas, como la de ahogarse en sus propias lágrimas. Y por supuesto de una serie de canciones-poemas que son de los más ingeniosos y cómicos de la literatura.
No es nada sencillo tratar de explicar en qué consiste el nonsense inglés. Literalmente podría sustituirse por sinsentido, pero no equivale sólo a eso; se trata de una suerte de absurdo que tampoco es el absurdo únicamente. Es una especie de sinsentido rebosante de humor, con el agregado del juego de palabras, un retruécano que no se contenta con el mero juego de los sonidos de éstas, sino con un ludismo inteligente y gracioso que sólo se advierte en la peculiaridad de la lengua inglesa, y es muy propio de un refinamiento, de una estilización del temperamento flemático de lo inglés, que sólo los británicos o irlandeses o quienes allí han vivido (o han estudiado su literatura) pueden apreciar mejor. No es sencillo poner un ejemplo de nonsense en el libro de Carroll, pero algo de él pudiera estar en los versos siguientes:
¡Ved cómo el industrioso cocodrilo
Aprovecha su lustrosa cola
Y derrama las aguas del Nilo
Sobre sus escamas doradas!
¡Con qué alegría muestra sus dientes,
Con qué primor dispone las uñas
Y se afana en invitar pececillos
A entrar en sus mandíbulas sonrientes!
“Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim BurtonLa aparición del Gato de Cheshire (región inglesa donde nació Carroll), el Perro, el Loro, el Ratón, el Pato, el pájaro Dodo (muchos coinciden en que ese pájaro simboliza al propio Carroll), el Conejo Blanco, la Oruga Azul, Pepito el Cachorro Enorme, la Liebre de Marzo, la Tortuga Artificial, el Sombrerero Loco y la Reina de Corazones terminan por configurar los personajes más importantes del relato.
En la película de Burton, el papel de Alicia lo cumple la actriz Mia Vasikowska; el del Sombrerero es interpretado por Johnny Depp (quien ha protagonizado numerosos filmes de Burton) y el de la Reina de Corazones, Iracebeth de Crims, por la esposa del director, Helena Bonham Carter, estupenda actriz quien una vez más ha hecho un magnífico rol. La Reina de Corazones es el personaje fuerte de la historia, y quien representa al Mal, el capricho, la arbitrariedad o el abuso de poder. La Reina, dueña de una cabeza deforme, ante cualquier contratiempo o sinsabor ordena: “¡Que le corten la cabeza!”. Su contraparte en el filme no es sólo Alicia, sino su hermana Mirana, la Reina de Corazones Blancos que vive en el país de Salazer Grum, un personaje creado por Tim Burton para hacer un contrapeso, interpretado por Anne Hathaway (así se llamaba la esposa de Shakespeare), quien da un brebaje a Alicia para que recupere su tamaño natural. Otros personajes son los Dos Gemelos Gordos, que sustituirán en el filme de Burton a los Diez Infantes Reales que aparecen en la obra de Carroll. Personajes con otros nombres en la cinta de Burton son la Oruga Azul, llamada Absolem, una suerte de consejera de Alicia; el personaje llamado Stayne, caballero de atuendo negro con un parche en el ojo, brazo ejecutor de la Reina de Corazones; el monstruo mayor, llamado el Jabberwocky, con quien debe enfrentarse Alicia en el día Frabjuloso; Inglaterra se llama Infratierra; el perro Bayard sustituiría a Pepito el Cachorro Enorme; el hermoso detalle del baile del Futterwacken y la espada Vorpal son otros elementos introducidos por Burton para agilizar la historia.
En el capítulo octavo del libro, titulado “El croquet de la Reina”, se cumple una de las partes neurálgicas del libro, al establecerse la lucha entre la Reina de Corazones y Alicia, quien aquí luce más decidida que nunca (ora vez la rebelión ante la autoridad arbitraria):
—¿Y quiénes son estos? —continuó preguntando la Reina, señalando hacia donde yacían los tres jardineros en torno al rosal, pues como habréis imaginado al estar boca abajo no se les veían más que las espaldas...
—¿Y yo qué sé? —respondió Alicia, asombrada de su propio atrevimiento (subrayado nuestro)—. ¡Lo que es a mí, todo esto no me va ni me viene!
Esto encolerizó tanto a la Reina que se puso colorada.
—¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten..!
—¡Tonterías! —exclamó Alicia, atajando con voz tan alta y decidida, que la Reina se quedó sin habla.
En la película de Burton se efectúa una serie de variables que ayudan a cohesionar la historia desde el punto de vista cinematográfico y que no pueden reprochársele, pues el espíritu de la obra no se altera en lo esencial. Sorprende, sí, que Burton haya prescindido del personaje de la Tortuga Artificial, al que se le pudo sacar partido aunque hubiese sido desde el punto de vista puramente visual: un caparazón de tortuga con cabeza y patas de vaca. Se ha deducido que este personaje lo tomó Carroll de unos productos llamados Sopas de Tortuga Artificial, que sabían a tortuga, pero eran jarabes espesos a base de caldos concentrados de vaca, muy apreciados entonces y, al parecer, deliciosos.
Pero no importa, lo que hay que resaltar en la película de Tim Burton es el espíritu, los diálogos, la agilidad de la anécdota, las buenas actuaciones, los hermosos efectos, la nitidez de las imágenes: todos hacen un homenaje al nonsense de Carroll a través de un barroquismo visual y una factura tan particular, que han señalado a Burton como uno de los directores más cuidadosos, minuciosos y sensibles de la actualidad.
Al final de la historia, en el libro de Carroll, Alicia despierta después de haber tenido una discusión con la Reina de Corazones, quien después de ordenar que le cortaran la cabeza a Alicia, ésta le grita:
—¿Quién les va a hacer caso? ¡Si no son más que un mazo de cartas!
Entonces los naipes de la baraja caen sobre ella, y al despertar descubre que no son más que las hojas secas que habían venido a caer sobre su cara. Ahí mismo su hermana la ayuda a despertarse del sueño y vuelve a la realidad. Alicia le cuenta a su hermana algo de lo que recuerda del sueño, y luego que termina, su hermana la besa y le dice que corra para que vaya a merendar. Y al hacerlo, Alicia recuerda por momentos su sueño, mientras su hermana continúa sentada, con la cabeza apoyada en una mano y contemplando el sol que se oculta, pensando en las aventuras de su hermana y soñando despierta con ellas, con la sensación de estar oyendo el sonido de todas las pequeñas criaturas del sueño de su hermana, que empiezan a surgir cobrando vida a su alrededor. “Cerró los ojos para mantener el sueño vivo por un instante más, pero sabía que al abrirlos todo recobraría la insulsa realidad”.
Para terminar, “piensa en cómo sería en el futuro esa pequeña hermana suya cuando se convirtiera ya en una mujer, y cómo se conservaría a través de sus años maduros, con el corazón sencillo y amante de su niñez: reuniría en torno de sí a otros pequeñuelos futuros y les alumbraría los ojos con las maravillas de otros muchos y curiosos cuentos, quizás incluso con esas mismas aventuras de un ensueño ya lejano, sentiría todas sus pequeñas tristezas y se alegraría con sus pequeños goces, recordando su propia infancia y sus alegres días del estío de antaño”.
Y es acaso en un final como éste, donde yo digo que el cine no puede alcanzar nunca a la literatura.
“Alicia en el País de las Maravillas”, de Tim Burton

viernes, 13 de enero de 2012

GERARDO DIEGO. PREMIO CERVANTES 1979. OTRO POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27.

Premio Cervantes 1979
GERARDO DIEGO
Poeta y crítico español
(Santander, 1896– Madrid, 1987)
Al tiempo que realiza sus primeros estudios, comienza el aprendizaje de la música. En
1912 se matricula en Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, donde conoce a
Juan Larrea y se inicia una fructífera amistad. Finalizada la carrera, se doctora en
Madrid con un sobresaliente que le otorga el jurado compuesto por Ramón Menéndez
Pidal, Manuel Gómez Moreno y Américo Castro. Fue catedrático de Lengua y
Literatura en Institutos de Soria, Gijón, Santander y Madrid.
Se le considera uno de los principales seguidores de la vanguardia poética española;
sus primeras colaboraciones literarias fueron en Grecia y Cervantes, revistas ultraístas
en las que también colaboraba Borges.
Participa, en 1927, por invitación del torero Ignacio Sánchez Mejías, en el Ateneo de
Sevilla en la conmemoración del tercer centenario de Góngora, que origina que se
llame generación o grupo del 27 a los poetas que lo festejaron. En ese mismo año,
publica su Antología poética en honor a Góngora. Desde Lope de Vega a Rubén
Darío. En Santander dirigió dos de las más importantes revistas del 27, Carmen y su
suplemento Lola.
En 1932 publica Poesía española. Antología 1915-1931, que da lugar a una gran
polémica, donde da cabida a maestros consumados junto a jóvenes poetas. En
opinión de algunos, es el primer estadio para la consolidación de un grupo
generacional del 27. En 1934 aparece su Poesía española. Antología
(contemporáneos) y se repite la polémica. Al mismo tiempo inicia sus tareas como
crítico musical en varios diarios.
Algunos años antes, en un viaje que hace a Madrid, descubre el creacionismo de
Vicente Huidobro. Da algunas conferencias o lecturas de poemas con sus tesis
vanguardistas, en las que se organiza algún escándalo. Diego representó el ideal del
27 al alternar con maestría la poesía tradicional y la vanguardista, de la que se
convirtió en uno de los máximos exponentes durante la década de los años veinte. Él
mismo ha dicho: "Yo no soy responsable de que me atraigan simultáneamente el
campo y la ciudad, la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me
extasíe el antiguo; de que me vuelva loco la retórica hecha, y me torne más loco el
capricho de volver a hacérmela -nueva - para mi uso personal e intransferible".
En 1934 se casa, en Toulouse y en Sentaraille (boda civil y religiosa), con la estudiante
francesa Germaine Marin, que habría de ser su compañera inseparable durante toda
su vida. La guerra civil española de 1936 le sorprende en Francia durante unas
vacaciones. Como católico practicante acepta la sublevación como un “plebiscito
armado”, siguiendo el ejemplo de los cardenales, arzobispos y obispos en la carta
colectiva del episcopado español, lo que le valió algunas enemistades. Cuando
regresa a España, se reincorpora a su cátedra, trasladada al Instituto Beatriz Galindo
de Madrid.
Se inicia en el mundo de la poesía con tres libros, escritos en 1918, de gran sencillez y
grata musicalidad: Iniciales, El romancero de la novia y Nocturnos de Chopin. Es León
Felipe el que lo lleva a la casa de Juan Ramón Jiménez, quien le ayuda a publicar su
Romancero de la novia, en cien ejemplares. En la poesía tradicional recurre con
frecuencia al romance, a la décima y al soneto. Los temas son muy variados: el
paisaje, la religión, la música, los toros, el amor, etc.
Los mejores libros dentro de esta vertiente tradicional son, sin duda, Versos humanos
(1925), por el que obtiene el Premio Nacional de Literatura en ese mismo año –ex
aequo con Rafael Alberti-, y Alondra de verdad (1944). Ambos libros incluyen sonetos
de gran perfección técnica como “El ciprés de Silos”, considerado por muchos como
una de sus mejores composiciones, o “Giralda”, “Insomnio”, “Revelación”.
El espíritu vanguardista del poeta está presente en varios libros: Evasión (1918-1919),
considerado ultraísta; Imagen (1922) y Manual de espumas (1924), ambos adscritos al
creacionismo; a este tipo de poesía alude el poeta cuando afirma: “Creer lo que no
vimos dicen que es la Fe; crear lo que nunca veremos, esto es la Poesía”. Está
igualmente presente en Fábula de Equis y Zeda (1926-1929), escrita en pleno fervor
gongorino y Poemas adrede, en donde se hace patente la influencia del surrealismo y
el intento de aunar la expresión tradicional con la vanguardista; surrealismo que
alcanza también a algunos de los poemas de Ángeles de Compostela (1940).
En sus libros posteriores sigue manifestándose la aguda sensibilidad, para la belleza y el
sentido musical, que ha presidido siempre el quehacer poético de Gerardo Diego.
Dentro de sus libros de “paisajes” destacan Soria (1923), Paisaje con figuras (1956), Mi
Santander, mi cuna, mi palabra (1961) y Vuelta del peregrino (1966). Su lírica amorosa
se concentra en libros como Amazona (1956), Amor solo (1958), Canciones a Violante
(1962). La lírica religiosa está recogida en Versos divinos (1971) –obra que incluye el
libro juvenil Víacrucis (1931), donde hallamos décimas elaboradas, pero llenas de
esencias populares.
La afición de Diego por la música origina una de sus grandes composiciones: Preludio,
aria, coda a Gabriel Fauré (1967), en la que ha sido capaz de trasmitir con sus versos la
fuerza expresiva de la música. Y de su pasión por los toros dan testimonio los libros La
suerte o la muerte (1963) y El cordobés dilucidado (1966).
Por su libro Paisaje con figuras le es concedido, otra vez, el Premio Nacional de
Literatura. Gerardo Diego, que fue profesor, crítico literario, musical y taurino, fue
nombrado miembro de la Real Academia Española en 1974. Se le concedió el Premio
Cervantes en 1979, compartido con Jorge Luis Borges.

De poemas ADREDE (1941-1943):
No estÁ el aire propicio
No está el aire propicio para estampar mejillas.
Se borraron la flechas que indicaban la ruta
más copiosa de pájaros para los que agonizan.
Se arrastran por los suelos nubes sin corazón
y a la garganta trepa la impostura del mundo.

No está el aire propicio para cantar tus labios,
tu nuca en desacuerdo con las leyes de fisica
ni tu pecho de interna geografia afectuosa.
Las tijeras gorjean mejor que las calandrias
y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo
y aqui en mi cercanía tres libros se aproximan,
abiertos en la página donde muere una reina.

Qué dulce despertar el del amor que existe
y qué existencia clara la del ojo que duerme,
velado por las alas remotas de los párpados.

Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven
y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies,
las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros.
Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo;

No está el aire propicio para soñar contigo.



CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1979
Discurso de GERARDO DIEGO

- 1 -
Majestad: Entre mis vicios habituales no figura el de la ingratitud, y mis primeras
palabras han de ser para ahuyentar su espectro monstruoso. Recibir de vuestras regias
manos el Premio Miguel de Cervantes 1979 me parece un sueño, un sueño durmiente, y
el comprobar que no es eso, sino un sueño despierto, tan inverosímil como es
inmerecido el honor que representa, me llena de confusión estupefaciente.
Y a vuestra Majestad, Reina Sofía, mi más profundo reconocimiento y renovado gozo
por veros también aquí como lo que siempre habéis sido para mí, como un ensueño.
Sin juramento me podéis creer que quisiera que este breve discurso fuese discreto y
juicioso y lo más digno posible de quienes recibí su honrosísimo encargo, de las
Majestades y excelencias que hoy nos presiden y del cultísimo auditorio que en esta
gloriosa reliquia de todas las Hispanias de España se ha congregado al solo nombre de
Miguel de Cervantes, árbol de sombra inmensurable. La alteza del motivo disculpará tal
vez mi presencia aquí.
Pero no es sólo la excelsitud del acto, sino su evidente, su urgentísima necesidad, su
oportunidad inaplazable. Porque venimos, más aún que a ensalzar a Cervantes, a
glorificar la que fue y es su obra maestra, a unificarla, a defenderla, a premiarla en sus
cultivadores más abnegados. Porque esa obra se llama, sí, El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha, pero abandera una sinónima que es de todos y para todos los que
tuvimos la dicha de aprender a hablar en su propia y perpetua cuna, llamada por eso
Lengua de Cervantes, Lengua Castellana o Española, el Español.
El año 1980 puede y debe ser año de Quevedo, y el próximo, el 81, año de Calderón,
como el 79 ha sido el de Gabriel Miró. Pero el año de Cervantes no existe, porque a
partir de 1605 todos los años son suyos y todos los años tenemos que hablar juntos,
velar juntos, rezar juntos cuantos vivimos, escribimos, poetizamos, soñamos la lengua
de Cervantes, tenemos que desfazerla para volver a fazerla, a un tiempo fecha y
desfecha, a la vez historia y pervivir, presente absoluto y universal de toda nuestra
redonda familia que gira sin cesar sobre su eje para que nunca se ponga el son en su jota
central ni en su pareja de vocales espejeantes: eje, hijo, hoja, ojo. Y al margen de estas
faces vocálicas, simétricas, capicúas o no, las otras interjectivas, de rompe y rasga,
sanchopancescas frente al quijotismo de las primeras. Cómo suenan aja, ujo, ajo. La
más expresiva, simbólica de todas por arcaica, novísima e infalible, es oja, con hache y
sin ella, porque la lengua es ante todo fonética.
Una lengua muere de su vida y vive de su muerte, inspira, respira, esto es, alienta,
vegeta. Lo cató y lo dedujo -ujo, ujo, escaramujo- el hombre medieval, por ejemplo

- 2 -
Hurtado de Mendoza el Viejo, lo filosofó y poetizó el renaciente. Ejemplo que me trae a
la memoria la fuerza del consonante el maestro Fray Luis de León, tan querido por
Miguel de Cervantes:
Recoge ya en el seno
el campo su hermosura, el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.
Todos los años, primaveras, otoños, son el año de Cervantes. Y por eso Miguel remuere
todas las primaveras para renacer todos los otoños y cantar quijotesco contrapunto a la
infinita melodía vegetal. Y esto no es quitar una mota de nobleza ni de originalidad a la
perpetua primavera de Garcilaso, ni al frondoso verano de Lope, ni a la otoñada sazón
de Gracián, ni al invierno soterraño de Jorge Manrique, ni a la divina parla de santa
Teresa ni a la música callada de su discípulo y maestro san Juan de la Cruz. De un modo
o de otro, la caída de la hoja la sintieron todos en sus pulsos. Góngora:
Yacía la noche cuando
las doce a mis oídos dio
el reloj de las estrellas
que es el más cierto reloj.
Calderón: De su pareja de sonetos de "El Príncipe Constante" el más famoso es el de las
flores, "Éstas que fueron pompa y alegría". Antonio Machado le combate (y a los poetas
españoles conceptistas de 1922 a 1935), sin darse cuenta de que arroja piedras contra sí
mismo, como el "Señor San Jerónimo" de su copla:
Suelte usted la piedra
con que se machaca.
Me pegó con ella.
Él era entonces el enfático y barroco y no nosotros. Pues Calderón asciende a la más
sublime poesía en el soneto de las estrellas, réplica al de las flores.
Esos rasgos de luz, esas centellas...
flores nocturnas son; aunque tan bellas
efímeras padecen sus ardores.
Pues si un día es el siglo de las flores
una noche es la edad de las estrellas.
Y finalmente podríamos presentar otros ejemplos de pulsaciones barrocas en Quevedo,
Villamediana, Bocángel, Domínguez Camargo y tantos más hasta perdernos en la cifra
amanerada del siglo XVIII.
Jorge Luis Borges y yo hemos sido premiados -lo diré con un latinajo que la jerga
deportiva ha hecho aún más popular- ex aequo. El Jurado llegó al parecer a un atasco en
su deliberación, y su Presidente, el Ministro de Cultura, al no poder desatar el nudo, no
quiso cortar por lo sano, sino curar y empalmar piel adentro. La terapéutica propuesta
quedó aprobada por unanimidad e implicó una ventajosa consecuencia, la duplicación
- 3 -
de la recompensa. Ahorremos otro proverbio, esta vez de Teología, y felicitémonos. Y
este juicio, más que salomónico sanchopancesco, me pone en el brete -exacto, justísimo,
de plutarquismo y paralelo- de lo que el destino venía amagando para la vida y obra de
dos amigos a lo largo de sesenta años.
Pero no sin recíproca felicitación entre el argentino y el español, por ser inocentes uno y
otro de la ocasional herejía. Conviene que haya sido así. He dicho amigos de sesenta
años porque son los que median entre 1920 y 1980. En nuestras conversaciones
radiofónicas y televisuales o teleinvidentes de estos meses ha sido Jorge Luis, de más
precisa y feliz memoria que yo, el que ha clavado fecha y circunstancia concreta,
exacta, de nuestro primer encuentro: Madrid, 1920, tertulia nocturna del café Colonial.
Yo añado mi recuerdo simultáneo, charla diurna en una cervecería de la plaza de Santa
Ana. Borges rememora que ya se declaraba quevedesco. Yo más bien pregongorino.
Ocho años después me tocaba el turno frayluisiano. Y el Maestro de Salamanca lo fue
de todos y para todos en meses que culminan durante mi residencia en Buenos Aires
(con los breves paréntesis orientales -ya sabéis, uruguayos-). Entonces sí que hablamos
más que sedentes, peripatéticos, por las largas avenidas y veredas de conventillos, a tres
leguas diarias, por término medio, de esa ciudad que tan pronto se le incrusta a uno en el
corazón. Y tantos temas nuevos. Lugones, Darío, Macedonio en sus maravillosos
laberintos, Machado el bueno y Machado el hermano, Alfonso Reyes, Fernández
Moreno, Ricardo Milinari, José Hernández, Delmira, Alfonsina o Juana o sor Juana
Inés, Güiraldes.Ramón o Cansinos, Ortega o Unamuno, Huidobro, Vallejo, Larrea, qué
sé yo ... Y no sólo los del gremio, también Carlos Gardel y el tango, los médicos
uruguayos que empezaron a salvarme la vida, los futbolistas españoles con los que hice
el viaje y salí a las canchas bonaerenses, e Ignacio Sánchez Mejías, Rey Pastor, mi casi
pariente Ponciano y sus biógrafos, y las lecturas raras y preciosas y las visitas a
Avellaneda y a los cementerios y los viajes a Córdoba y a Tucumán. La otra vida
entrándose a raudales por todos mis poros y resquicios.
Pasan los años y llegan los últimos encuentros con las visitas de Borges a Gerardo en
nuestras vejeces, él creciendo en su prosa, más hispánica que nunca, y descubriendo
para estupefacción del mundo nuevos continentes y archipiélagos de matemática,
ficcionada imaginación. Yo, más fiel cada día a mis manantiales espontáneos y
artesianos pozos, siempre buscando la verdad, la sencillez, abrazando indisolubles el
recuerdo y la aventura.
Cuando los premios literarios se otorgan con buena voluntad y honestidad de
procedimiento, según es lo normal -y puedo asegurarlo porque tengo una larga
experiencia como miembro juzgador en juntas, certámenes y deliberaciones- suelen
traer beneficios en los que no se piensa al convocarlos. Tal ha sucedido ahora al emular
al "Miguel de Cervantes", el "Ollin -y la Ollyntzin", que acaba de fundar la "Grandeza
Mexicana". Y aplico este título que une a España, México, Jamaica, Puerto Rico en un
verdadero símbolo de imperio. Cierto: México es una república, pero por su caudalosa y
creciente población, la de más elevado índice de nativos; por la fabulosa superposición
de culturas, etnias y ritos religiosos y fecundidad de mestizajes es, merece ser, un
legítimo imperio, y prefiero esta palabra a los debatidos binomios y polinomios que
tanto se prestan a confusiones e injusticias: indoamearicanos, hispanoamearicanos o
americohispanos, latinoamericanos. O a las abreviaturas no menos embrolladas o
embrollantes -Iberia, Indianidad, Latinidad, etc.
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El nuevo premio que apenas anunciado ya augura otras siembras repercutidas en
diferentes países, también rebosantes de ansias de elevación y orgullosas de sus siglos
de creación literaria y de sus legendarios abolengos.
Óptica y ética hogareña o universal darán, deben dar, deben seguir dando, en manos de
escritores poéticos y literarios, parejos y felices resultados durante nuestro fin de siglo y
en siglos venideros.
Si no se ha roto ya la unidad del castellano y la amenaza de resquebrajaduras no ha
conseguido ahondar hasta el despedazamiento hablas y literaturas de ulterior y siempre
ardua federación intestina, ¿por qué los que trabajamos en nuestra común heredad no
vamos a seguir el ejemplo de años, generaciones y pueblos que supieron conciliar la
pluralidad con la libertad unitaria y la circunstancial pelea con el decisivo abrazo?
Hagamos, con nuestro tesoro milagroso, nuestra lengua universal, lo que ellos, los
humildes, supieron con todo su corazón obrar gracias a su fe patria, su respeto a los
mayores, su cariño a los párvulos y su liberal comprensión a las nuevas mocedades.
Y para ello no nos estrechemos a los ritos ambiciosos de la altísima poesía. También la
prosa libre demanda nuestro esfuerzo y hoy comprendemos mejor que no es sino otra
forma de poesía, y una y otra son y deben llamarse Literatura.
Para ello nada mejor que contemplar la breve historia de cuatro años y cinco premios
que, restando uno, quedan también en cuatro. El arco que se levanta en curva airosa y
elegantísima de Jorge a Jorge, de Guillén a Borges, pasa por los irisados reflejos y
constelaciones de Alejo Carpentier y Dámaso Alonso. Sería difícil que en las
cosmografías de cualquier otro premio anual se pueda aislar otro segmento parejo en
cuatro promociones de arranque empalmado. El verso y la prosa dominados a la par con
maestría e inspiración abarcan y definen lo que llamamos Literatura, Poesía, Novela,
Teatro, Creación Lingüística y Estilística Crítica. Sí. El Premio Miguel de Cervantes
mantiene su gallardía y su prestigio con sus cuatro dianas, de norte a sur, de oriente a
occidente. Toda la exigencia y la limpieza de la más encumbrada Literatura. No podría
ostentar otro nombre el nuevo premio.
Por decirlo en una sola frase más o menos acertada, en su simbolismo provisional, fruto
de la intuición más que del estudio, Cervantes se alzó con la monarquía del idioma por
un puro azar de simpatía. Otros le superan en esto o en lo otro. Ninguno le alcanza en la
virtud de congraciarse inmediatamente con el ánimo de cada lector, de hablarle -y sentir
el lector que es así- de tú a tú, de corazón a corazón. Y por eso su lengua es ya hoy de
todos y se ha convertido en el campo donde convergen americanos y españoles, poetas y
eruditos, innovadores y arcaizantes, académicos y rebeldes, seguros todos de hallar en
ella el ejemplo de la medida de la audacia, del gusto por la fantasía y de la sinceridad en
el humor.
Y no es que el idioma español haya de anclar inmóvil en la rada cervantina o en la bahía
de nuestro revuelto siglo. Sin duda, navega y navegará alejándose cada día más de la
lengua de Cervantes. Pero pensamos, y creo que con razón, mirando hacia atrás, que las
nuevas rutas seguirán siempre el mismo norte marcado por la imantación de aquel piloto
genial. En efecto, si Cervantes nos dejó ejemplo de conducta con el heredado idioma, lo
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hizo no por vía de cristalización, sino de libre, abierta y generosa fluencia, desdeñosa de
menudos escrúpulos dramáticos, y alegre y nueva de movimientos y desembarazo. Así
debemos escribir siempre españoles e hispánicos, reflejando en nuestra andadura
literaria el modo resuelto, bizarro y noble de nuestra marcha por los caminos del mundo.
Lengua de Cervantes, modelo de Palmas o Montalvos, como de Valle-lnclán y
Unamuno, o de Martí, Rizal o Darío. Lengua de Cervantes, semilla ayer y hoy árbol
gigantesco cuya sombra nos ampara y reúne hermanando continentes y océanos. En ella
nos encontramos siempre y nos encontraremos y, siguiendo su estilo, con ella nos
salvaremos en la eternidad del espíritu.

DANIEL SADA


Alistan homenaje a Daniel Sada en Bellas Artes

El fallecido autor fue reconocido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011
MÉXICO | Jueves 12 de enero de 2012Notimex | El Universal12:07
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Por ser uno de los exponentes más sólidos de las letras mexicanas de finales de siglo XX y principios del XXI, el fallecido escritor mexicano Daniel Sada será homenajeado el próximo domingo en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Personalidades de la literatura como Christopher Domínguez, Iván Trejo, Yuri Herrera, Federico Campbell y Jaime Mesa llevarán a cabo una mesa redonda en la que hablarán sobre la obra de Sada. Además, se presentará una lectura a cargo de Marcela Sánchez Mota.
La carrera de Daniel Sada, quien falleció el 18 de noviembre de 2011, a los 58 años de edad, se distinguió por la constante búsqueda de una renovación estilística, situándose como uno de los más respetados autores de su momento.
Caso ilustrativo es el del chileno Roberto Bolaño, quien sin espacio para la duda declaraba su admiración por la escritura de Sada, a la cual consideraba como la más "'arriesgada de su generación".
La trayectoria literaria de Sada fue reconocida por los más importantes galardones literarios, siendo el más reciente el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, que obtuvo en el campo de Linguística y Literatura.
También fue merecedor de los premios Xavier Villaurrutia 1992 por Registro de causantes; el Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada 2006, porRitmo Delta, y el Nacional de Literatura José Fuentes Mares 1999, por Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. A nivel internacional obtuvo el Herralde de Novela 2008 por Casi nunca.
El carácter poco convencional de la escritura de Daniel Sada le valió en muchas ocasiones ser considerado como un autor barroco y colocado a la altura de figuras universales como el cubano José Lezama Lima.
Al respecto, el escritor Federico Campbell señala que la obra de Sada es tan importante en la historia de la literatura mexicana como la del mismo Juan Rulfo, tanto por sus aportaciones al lenguaje como por su capacidad para develar un México que no estaba registrado literariamente.
En ese contexto, el escritor y periodista descarta las apreciaciones que consideran a Daniel Sada como un autor cuya obra se basa exclusivamente en su forma verbal, pues por el contrario, apunta, su creación tiene sus raíces en la cruda realidad que cotidianamente enfrentan los mexicanos.
Como se puede ver en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Campbell afirma que es evidente que en la obra de Sada se manifiesta un México real, desgarrado, hundido en la miseria, que le duele y el cual incorpora a su obra novelística.
Así, continuó, su prosa muestra que no se trata de un autor que sólo hace juegos verbales, sino que cada una de sus páginas está preñada de vida y realidad, que tiene como trasfondo esa miseria de la que no puede salir gran parte del pueblo mexicano.
Para acercarse a esta obra fascinante y compleja, se sugiere comenzar por los cuentos, especialmente los contenidos en Registro de causantes, en algunos de los cuales el autor despliega un gran sentido del humor.
Daniel Sada nació en Mexicali, Baja California, el 25 de febrero de 1953. Estudió periodismo y Letras Hispánicas, fue catedrático en la Universidad Autónoma de Zacatecas y profesor en diversos centros educativos y colaborador de revistas y periódicos de circulación nacional.
Otras novelas que publicó son: Lampa vida (1980), Albedrío (1989), Una de dos' (1994), Luces artificiales (2002),Ritmo Delta (2005), La duración de los empeños simples (2006) y A la vista (2011). También incursionó en poesía, con los títulos Los lugares (1978), El amor es cobrizo (2005) y Aquí (2008).
sc 

jueves, 12 de enero de 2012

JORGE VOLPI

http://www.informador.com.mx/cultura/2012/350329/6/comparte-jorge-volpi-su-pasion-por-la-ciencia-y-la-literatura.htm


Comparte Jorge Volpi su pasión por la ciencia y la literatura

     
Sostiene que las novelas y los cuentos han sido esenciales para la evolución de la especie humana.
  • Presenta su más reciente ensayo editado en 2011
  • Reúne sus dos pasiones en el libro ''Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción''
CIUDAD DE MÉXICO (11/ENE/2012).- Desde que era niño, Jorge Volpi estuvo fascinado con el mundo de la ciencia, que lo convirtió en asiduo lector y despertó su gusto por la literatura, ahora reúne sus dos pasiones en el libro 'Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción".

Al ofrecer hoy una charla en una escuela de educación privada, ubicada en el sur de la ciudad, el escritor y ensayista mexicano presentó su más reciente ensayo editado en 2011, el cual desentraña la vieja idea la ficción como entretenimiento, y sostiene que las novelas y los cuentos han sido esenciales para la evolución de la especie humana.

El también autor de "La paz de los sepulcros" y "El temperamento melancólico" detalló que si bien de pequeño decía que estudiaría ciencias físicas mucho más que biológicas o químicas; no obstante, tras enfrentarse a pésimos maestros en el área de ciencias se enfrentó al descubrimiento de la literatura, de este modo, abandonó la ciencia para enfocarse al área humanística.

Tras perder contacto directo con las ciencias, "quise recuperarlas a través de la literatura, y así que la literatura fuera el medio de vivir otras vidas, que es una de las razones por las que existe. Yo quería vivir historias de científicos, así fue como nacieron algunas de mis obras, como `Klingsor´", apuntó el escritor.

En este sentido, Volpi explicó que 'Leer la Mente. El Cerebro y el arte de la ficción", es un ensayo de divulgación científica que trata de vincular ciencia y literatura.

Igualmente señaló que "la ficción nos enseña a ser humanos", porque la ficción resulta ser la capital para nuestra especie; "la literatura no sirve para entretenernos ni para embelesarnos; nos hace humanos".

El Premio Iberoamericano "José Donoso" 2009 sostuvo que el cerebro "codifica, procesa y, a la postre, reinventa el mundo tal como un escritor concibe una novela o un lector la descifra"; hipótesis que sustentan autores como Gustave Flaubert, Brian Boyd, Douglas Hofstadter y James Joyce.

Finalmente Volpi aseguró que "todos somos ficciones y que la literatura es una de las claves de nuestra identidad individual y nuestras pasiones compartidas". 

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