INSACIABILIDAD
Prefacio del autor
Prefacio del autor
Por: Stanislaw Ignacy Witkiewicz (1885-1939)
Sin pretender saber si la novela es o no una obra de arte –para mí, no lo es-, querría contemplar el problema de las relaciones del novelista con su vida y quienes le rodean. Para mí, la novela es por encima de todo la descripción del discurso de un determinado fragmento de la realidad, imaginada o verdadera –lo mismo da-, pero de la realidad definida en el sentido de que lo principal en ella es el contenido en lugar de la forma. Evidentemente, esto no excluye la fantasía más desenfrenada en el tema y en la psicología de los personajes. Se trata únicamente de que el lector se vea obligado a creer que las cosas son o pudieran ser así y no de otra manera. Esta impresión depende asimismo de cómo se presentan las cosas, o sea de la forma de las diferentes partes y frases, y de la composición general; pero los elementos artísticos no constituyen en la novela un conjunto que actúa directamente a través de la forma y la construcción; sirven especialmente para ampliar el contenido “vital”, para sugerirle al lector un sentido de realidad de las personas y los acontecimientos descritos. Sin embargo, opino que la construcción del conjunto es una cosa secundaria en la novela, un producto accesorio de la descripción de la vida, que de antemano no debe tener ninguna influencia deformadora sobre la realidad en virtud de unas exigencias puramente formales. Claro que sería mucho mejor que así fuese y que la construcción estuviese presente, pero su ausencia no representa un mayor defecto en la novela, contrariamente a lo que ocurre con las obras de Arte Puro, donde sin el valor formal del conjunto no cabe hablar de expresión artística, y donde al faltar, carecemos totalmente de obra de arte, teniendo a lo sumo una realidad deformada y un caos de elementos puramente formales y desvinculados.
Por esa misma razón, una novela no puede ser cualquier cosa, independientemente de las leyes de la composición, empezando por una aventura psicológica presentada desde el exterior, hasta algo que se acerca al tratado filosófico o social. Evidentemente algo ha de suceder en ella: las ideas y su lucha deben mostrarse sobre unos seres vivos y no sobre unos maniquíes. Pues de ser así, más valdría escribir un folleto o un tratado cualquiera. La opinión según la cual la novela debe ser absolutamente la presentación de un fragmento de vida en la que el autor, llevando anteojeras como un caballo temeroso, evita cualquier digresión real y hasta aparente, me parece errónea. Salvo alguna tontería del novel o las triviales tanto como inútiles consideraciones sobre unos individuos sin interés, todo se halla justificado, incluidas las mayores digresiones en relación con el “tema”. La adulación de los gustos más bajos del público vulgar y el temor de las ideas personales o de no ser apreciado por una cierta camarilla hicieron de nuestra literatura –salvo raras excepciones- esa agua tibia que produce ganas de vomitar. Anton Ambrozewicz pretende con exactitud que en Polonia la literatura no ha existido más que en función de la lucha por la independencia, y desde que la conseguimos, parece estar agonizando sin esperanza. Ruego no se me tilde de megalomanía ni del deseo de convencer al público de que mis novelas constituyen el ideal y que todo lo demás son sólo tonterías. Disto mucho –y hasta muchísimo- de esa idea. Sin embargo, opino que la crítica actual, por culpa de un falso concepto de su obligación social y del deseo de enseñar las pequeñas virtudes a las gentes mezquinas, no quiere contemplar los problemas amenazadores y su posible solución, con lo cual no deja de frenar la evolución de nuestra literatura. Lo molesto no se dice o se entiende y se interpreta mal. La falsedad y la cobardía caracterizan toda nuestra vida literaria y los mismos que atacan con razón diversos fenómenos sumamente desagradables –como por ejemplo Slonimski- se muestran impotentes por carecer de ciertos conceptos básicos y por falta de un antiintelectualismo deliberado. La falta de formación intelectual de la mayoría de los críticos, el carecer de un sistema conceptual que les permita juzgar del valor de una obra, junto a la producción masiva de la mediocridad y a la inundación del mercado por la traducción de la literatura barata extranjera, nos ofrece una triste imagen de la decadencia en este campo. ¿Qué puede exigirse del público cuando la propia crítica se halla a un nivel tan bajo? No voy a batirme aquí por una ideas generales con todos los críticos en particular (esta polémica aparecerá en un libro separado bajo el título “Última píldora para mis enemigos”). Quiero limitarme a un solo problema: el de la relación entre la vida privada de un autor y su obra.
En la introducción al Adiós al Otoño he escrito una frase que quiero citar aquí literalmente: “Lo que escribe mi segundo “enemigo” encarnizado Karol Irzykowski acerca de la crítica de una obra de arte a través de su autor es muy justo. Manosear en los asuntos del autor en relación con su obra es indiscreto, incorrecto, indigno de un caballero. Pero desgraciadamente cada puede verse envuelto en ese tipo de suciedad, lo que es sumamente desagradable”. En respuesta a esa declaración, me he encontrado con las siguientes reacciones a mi novela. Emil Breitner ha titulado su crítica de “seudonovela” indicando al final que mi libro era una “confesión”. Tuvo la prudencia de no agregar “confesión ideológica”, para que dicha observación siguiera siendo ambigua. De manera que cada lector medio se figura (y con ello cuenta Emil Breitner para molestarme y perjudicarme) que me limito a relatar sencillamente unos hechos extraídos de mi vida, sobre los cuales (Breitner) tiene ciertas informaciones secretas, como son por ejemplo haber sido violado por cierto conde bajo la influencia de la cocaína, que he vivido a costa de una rica judía en Ceilán, que drogué una osa en los Tatra, etc. No seré sospechoso de haber sido fusilado por los comunistas porque no existen Soviets en Polonia y porque desgraciadamente sigo viviendo y de momento continúo escribiendo. A raíz de tales críticas y habladurías, ocurren cosas como éstas: una señora cuyo retrato acabo de terminar, me dice: “Tenía mucho miedo de usted. Me decía a mí misma: ¿Cómo voy a soportar una hora con un hombre tan terrible (1)? Sin embargo, es usted enteramente el retrato de sus hijas y hasta los hombres se sientan con ademanes vacilantes “en el aparato”, como si se figurasen que les voy a arrancar los dientes por sorpresa o saltar los ojos con el lápiz en lugar de dibujárselos.
Otro hecho: Karol Irzykowski 8de cuyo libro La lucha por el contenido me ocuparé en la obra anteriormente citada) escribe una crítica deliberadamente ambigua a todas luces (utiliza la expresión de “escritorzuelo genial”, lo cual viene a ser como la “cuadratura del círculo” o quizás algo peor) en la que emplea la palabra “cinismo” en un sentido poco claro para el lector medio, añadiendo luego (precisamente él, acerca de quien he escrito la frase anteriormente citada, a causa de sus propias críticas) que mi novela se basa demasiado en las vivencias personales. ¿Cómo pueden atreverse a pensar tales cosas esos señores? ¿Basándose acaso en los chismorreos espantosos de los que me hacen víctima? Pueden imaginar libremente lo que quieran (Dios los ampare), pero escribir esas cosas en una crítica literaria es el colmo de la insolencia. Tengo la impresión de ser una excepción en este caso: aún no he leído nada parecido con respecto a cualquier otro autor. No puedo retractarse de las expresiones que utilicé más arriba, por cuanto esos señores, si así puedo llamarles, se “pegan” a las mismas. Pues nadie negará que el realismo de una descripción cualquiera no implica ni por asomo la copia directa de una realidad dada; puede ser, pongamos por caso, la prueba del talento realista del autor. Pero tratándose de mí, hasta eso, que pudiera ser cumplido, se transforma pérfidamente en un reproche y por añadidura en un reproche personal, sin fundamento y perjudicial para mi vida privada. ¿Cómo llegar a eso de un modo diferente a como lo hago? Es tanto más extraño cuanto que en el Adiós al Otoño no hay ni un solo hecho que corresponda a la realidad. Quizá dichos señores contaban con que el autor, calumniado de tal forma ante el público, dejase de escribir o cuando menos perdiese su libertad de expresión en detrimento de su trabajo.
Un fenómeno parecido aunque menos desagradable es toda la sarta de citaciones arbitrariamente escogidas, mezclando hábilmente las palabras de los héroes con las frases del autor; ese texto falseado se presenta entonces como si se tratase de su ideología. No se trata de que a uno le alaben a toda costa, sino de que le combatan lentamente, pero hasta eso se consigue difícilmente en nuestro país. “¿De qué sirve discutir con un idiota?”, como decían Jan Mardula. Sin embargo, más vale entendérselas con un crítico idiota que con un crítico deshonesto. Por lo menos, a uno le gustaría creer en su breve voluntad, pero a veces eso también resulta totalmente imposible. No hay ningún autor que no recurra a la introspección y a la observación de los demás para escribir su novela. Pues al fin y al cabo, el rasgo esencial del novelista debe ser la capacidad de representarse los estados de unos personajes imaginarios o de lograr la transposición de una realidad determinada dentro de la cual un hecho mínimo debe bastar para cristalizar en torno cuyo toda la concepción. Sería difícil que quien vive en una atmósfera determinada no se nutra de ella. Lo importante es la forma con que dicho alimento se utiliza. Existe un cierto límite de nitidez en cuanto al dibujo de los tipos (unos rasgos particulares, como en los pasaportes) más allá de la cual cabe afirmar más o menos que tal autor presenta verdaderamente a un hombre real. Pero para ello es preciso quererlo, con miras a algún objetivo secreto: venganza personal, publicidad o política. Afirmo que no tengo absolutamente nada que ver con esos fines y que cada interpretación de ese tipo, tanto en lo que respecta como en la relación con la realidad social actual, habré de considerarla como una deliberada porquería para perjudicarme personalmente. Es de lamentar que la polémica sobre ese mismo tema entre Kaden Bandrowski e Irzykowski se haya estancado en las invectivas personales, sin haber disipado las tinieblas que rodean la creación literaria. Si discuten de esa manera –nuestro más grande escritor actual y el que se considera como la mayor autoridad en materia crítica- ello demuestra que las cosas andan muy mal en nuestras esferas literarias.
S.I.W. 4. XII. 1929
Versión del polaco: Melitón Bustamante Ortiz
Insaciabilidad. Madrid. Barral Editores. 1973. Págs. 9-13.