viernes, 14 de marzo de 2014

Vladimir Mayakovsky o Maiakovski

 
(Vladimir Mayakovsky o Maiakovski; Bagdadi, Georgia, 1893 - Moscú, 1930) Poeta soviético. De origen humilde, su militancia en el Partido Bolchevique le causó numerosos problemas con las autoridades de Moscú, donde su familia se había trasladado. En 1911 se unió a los primeros futuristas y participó en la redacción del primer manifiesto futurista ruso.

Vladimir Maiakovski
Su odio visceral al universo burgués y su combativo espíritu revolucionario se reflejan ya en sus primeras obras: La bofetada a gusto del público y la tragedia Vladimir Maiakovski (1913). En 1915 publicó el libro de poemas La nube con pantalón y un año después, La flauta-columna vertebral. Del mismo año que la Revolución Rusa son las premoniciones de El hombre (1917), en la que colaboró redactando eslóganes revolucionarios.
A partir de 1923 y hasta 1928 trató de congregar en torno a la revista Lef, fundada por él, a toda la vanguardia artística soviética, a pesar de las críticas crecientes de los estamentos del nuevo orden. Exaltación de la figura de Lenin es el poema V. I. Lenin (1923-1924), y los éxitos de la URSS son cantados por el poeta en obras como Octubre (1927) y ¡Bien! (1927).
También criticó el creciente aparato burocrático soviético con comedias como La chinche (1929) y El baño, que estuvieron precedidas en 1922 por Los sedentes. Problemas políticos y personales, agravados por el fracaso de sus obras, podrían ser los motivos que explicarían su suicidio, pese a que no tardó en ser reconocido por su valor literario como el fundador de la poesía soviética.

jueves, 13 de marzo de 2014

Joseph o Iosif Alexándrovich Brodsky

 
(Joseph o Iosif Alexándrovich Brodsky; Leningrado, 1940 - Nueva York, 1996) Poeta y ensayista ruso. Se le considera el poeta más grande nacido en la época soviética y, acaso con la sola excepción de B. Pasternak y A. Ajmátova, el más importante en lengua rusa de la segunda mitad del siglo XX.
La erudición legendaria de Brodsky, el autoaprendizaje al que se sometió durante toda su vida y sus inspirados diálogos con las "sombras poéticas" de su propia cultura y de la universal, van unidos a una energía desbordante, una pródiga inventiva prosódica y estrófica, así como a su excelencia de estilo y su generosidad de espíritu. Este autor se convirtió, al igual que Ajmátova, su "madrina poética" y descubridora, en memoria cultural de su generación y, por azares del destino, en el más grande regalo que hizo Rusia a Occidente.
Gracias a él, los poetas soviéticos aprendieron a ser otra vez "rusos", cosmopolitas, genuinamente modernos y, de alguna manera, hasta postmodernos. Sus interlocutores poéticos (Homero, Virgilio, Horacio, Dante, T. S. Eliot, W. H. Auden), se encuentran entre lo más distinguido de la tradición occidental, eso que él llamaba la "sociedad de los poetas muertos". Su habilidad para construir poemas líricos dotados de una precisa polifonía no tiene paralelo entre los creadores de su generación y constituye uno de los aciertos más relevantes de su obra.
De su trabajo inicial cabe destacar los libros Versos y poemas (1965) y Parada en el desierto (1970), que aparecieron publicados por primera vez en Nueva York. Privado de reconocimiento en su país y tras ser condenado a trabajos forzados acusado de "parasitismo social", se vio obligado a emigrar de Rusia en 1972. Tras una corta temporada en Europa, se trasladó a Estados Unidos, cuya ciudadanía adquirió en 1977 y donde compaginó su labor poética con clases de literatura en diversas universidades norteamericanas.
Su conocimiento de la poesía inglesa, y su enraizado sentido del aislamiento y la melancolía, le llevaron a cultivar una poesía de meditación nocturna, como el largo poema Elegy to John Donne (1967). De su período en el exilio, que constituye la mayor parte de su vida, cabe destacar los poemarios El fin de la bella época (1976), Parte de la oración (1977), En Inglaterra (1977), Nuevas estancias a Augusta (1983), Urania (1987) y Paisaje con inundación (1996). Su poética, obsesionada con las contradicciones entre el espacio, el tiempo y los sentidos, es una de las más relevantes del siglo XX, y le hizo merecedor del premio Nobel de Literatura en 1987.
De familia judía, conocedor de varias lenguas, como el inglés y el español, fue miembro de la sección de traductores de la Unión de Escritores de San Petersburgo, llamándose a sí mismo "poeta-traductor". Fue miembro asimismo de la American Academy of Arts and Letters. Publicó, además, dos obras de teatro y un gran número de ensayos recogidos en varios volúmenes, entre ellos Del dolor y la razón (1995). Por expreso deseo suyo, sus cenizas se enviaron a Venecia.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Cesare Pavese.

 
Cesare Pavese
(San Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950) Escritor italiano. Su infancia y su juventud transcurrieron en Turín, donde se graduó en Letras con una tesis sobre W. Whitman. Su carácter tímido, los desengaños amorosos y las sucesivas crisis vitales, de orden religioso y político (en un principio vinculado al fascismo, posteriormente fue miembro del partido comunista), lo llevaron hasta un aislamiento que culminó en suicidio.
Su vida pública y literaria está relacionada con su actividad en la editorial turinesa Einaudi, de la que fue lector y consejero. Pavese perteneció a la generación neorrealista italiana y contribuyó a la difusión de los novelistas norteamericanos tanto a través de sus traducciones de Melville, Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, Stein y Joyce, como por su colaboración en la antología Americana (1942), junto con E. Vittorini. Asimismo, sistematizó sus conocimientos sobre literatura estadounidense en La literatura americana y otros ensayos (1951).
Inició su obra de escritor con la publicación del poemario Trabajar cansa (1936), con el que se opuso a la poesía hermética italiana. Su obra narrativa, de un lúcido realismo, plasma el mundo rural y la vida social contemporánea (Allá en tu aldea, 1941; La playa, 1942; La cárcel, 1938-1939, publicado en 1949; Antes de que el gallo cante, 1949; El bello verano, 1949; Entre mujeres solas, 1949; El diablo en las colinas, 1949; La luna y las fogatas, 1950). Su diario El oficio de vivir (1952) es un extraordinario testimonio sobre la vida y el oficio de un escritor.

martes, 11 de marzo de 2014

Elias Canetti. Premio Nobel de Literatura 1981.

 
ELIAS CANETTI. Premio Nobel de Literatura 1981.
Elias Canetti (Rusçuk, ciudad del Imperio otomano, ahora Ruse, en la actual Bulgaria, 25 de julio de 1905 - Zúrich, 14 de agosto de 1994), escritor y pensador en lengua alemana, Premio Nobel de Literatura en 1981.
 
Carlos A. Aguilera
Especial/El Nuevo Herald
Lo más extraño de Los emplazados, la última de las tres piezas teatrales que escribiera Elías Canetti, es que cada personaje conoce su fecha de muerte desde el mismo momento en que nace (la lleva atada al cuello como una piedra). Lo menos, que ese hecho bizarre, inédito, guiñolesco, contrahumano, apenas genere en los personajes de esta distopía alguna pregunta. Todos aceptan desde el inicio el tiempo asignado sin apenas levantar la voz. Todos, admiten desde el principio, su "emplazamiento".
Y digo extraño, porque si algo afecta al mundo de Canetti, es precisamente su obsesión por la pregunta. La pregunta por la muerte y la pregunta por el poder, por la violencia, las mutaciones y el sacrificio que la entrecruzan. Sacrificio que en este volumen, el de sus ensayos, entrevistas y teatro ( Obra Completa V: La conciencia de las palabras, Galaxia Gutenberg, 2012) tomará forma en sus magistrales textos sobre Karl Kraus, ese chivo expiatorio de la Viena de su tiempo, y en sus múltiples apreciaciones sobre Broch, tanto literarias como humanas. En su ya clásico ensayo sobre Kafka, el primero que revelaría a un Kafka íntimo (en su correspondencia con Felice: un tísico autohumillado que gustaba de compararse con un perro) y en su no del todo atendido Diálogo con el interlocutor cruel, uno de los mejores ensayos que se ha escrito sobre la importancia de los diarios en la literatura, sobre el lugar que deberían ocupar y –aunque la reflexión data de 1965– aún nos ocupan.
¿No es desde hace algunos años la entrevista (como género y desterritorialización) una de las formas modernas del ensayo, de la reflexión más compleja que se pueda hacer sobre o con un autor, tal como demuestran Hubert Fichte, Claire Parnet, Krista Fleischmann, Boris Bockris y Leila Guerriero, entre otros?
Uno de los mejores aciertos de este último volumen de Canetti es precisamente el de haber hecho una buena selección de sus entrevistas (recordemos que el tomo I de estas obras completas se inicia precisamente con otra conversación, la que le hiciera Adorno a propósito de Masa y poder, ese libro que tan perplejo dejó al filósofo de la escuela de Frankfurt), de esos encuentros donde el autor de Hitler según Speer amplía, matiza, discute y sintetiza zonas que en sus libros no quedan del todo claras, ni siquiera para conocedores o expertos en la materia.
Oscuridad esencial, sin dudas, cara al austríaco-búlgaro-sefardí (los porcentajes genealógicos nunca fueron en él una prioridad) quien hizo de conceptos como "el sobreviviente", "la máscara acústica", "la idea primordial", "el aguijón" o "la paranoia" la base que, junto a su peculiar charme d´écriture, debían sustentar libros tan intensos como El testigo oídor, Auto de fe o su magistral autobiografía. Una autobiografía, sabemos gracias a Hanuschek, su biógrafo, que Canetti distorsionó (¿falsificó?) para quedar, como el Genghis Khan de su Masa y poder, como el que más allá de intrigas y odios aún seguía ostentando el poder, "el invicto".
¿No es precisamente este uno de los rasgos de todo escritor contemporáneo –y Canetti sin dudas era más contemporáneo que muchos que empiezan a escribir ahora mismo– la ficcionalización extrema de incluso la propia vida, la ficcionalización desmesurada, sin cortapisas, sin verdad, sin límites?
Canetti, que comenzó escribiendo una farsa como La boda (1932), una pieza donde diferentes monstruos-inquilinos van construyendo su propia vida a la vez que se celebra en el apartamento de uno de ellos una fiesta de matrimonio, y terminó prohibiendo la publicación de sus diarios hasta 2024, cuando se supone ya no exista nadie que pueda ser afectado por la violencia que contienen, comprendería rápidamente de qué estamos hablando: la ficción es poder. La ficción es el único poder. Fuera de ella no existe nada, ni siquiera la vida propia, por mucho que les duela a amantes o moralistas. Y para que exista el poder nada como eso que llamamos el secreto. El secreto de escribir y el secreto de pensar, como diría musicalmente Thomas Bernhard, otro que intentó separar lo sórdido de su vida de lo sórdido de su obra, aunque sus cartas, 30 años después, lo hayan curiosamente desmentido.•
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sábado, 8 de marzo de 2014

Huidobro, Pound y Eliot.

 
Huidobro, Pound y Eliot: estudio comparativo de las vanguardias chilena y anglo-americana
Huidobro, Pound and Eliot: A comparative study of the avant-garde and Anglo American Chile
 
Resumen
El propósito del presente texto es examinar comparativamente el movimiento creacionista y los movimientos imagista/vorticista, como las manifestaciones más claras de una y otra vanguardia. Teniendo en cuenta que uno de los elementos que distinguen a la vanguardia histórica de otros movimientos anteriores es la "explicitación programática del contenido formal innovador" (Aullón, 2003: 1481) que se da en ella, el análisis se basará en gran parte en la lectura detallada de los manifiestos y textos críticos producidos por los representantes más cabales de estas vanguardias: Vicente Huidobro por un lado, y Ezra Pound y T.S. Eliot por el otro. Dándose por sentado que tras esta explicitación programática, habrá una "consecución, o intento de consecución, artística de los postulados programáticos", se ejemplificarán dichos postulados a través de dos poemas que son considerados centrales en cada uno de los movimientos: Altazor y La tierra baldía.
Palabras Claves
 
Poesía –Vanguardias –Literatura comparada
 
Abastrac
The purpose of this paper is to examine comparatively the creationist movement and movement images / vorticity, as the clearest manifestations of both avant-garde. Given that one of the elements that distinguish the historical avant-garde movements in other former is the "explicit formal program of innovative content (Aullón, 2003, 1481) that occurs in it, the analysis is based largely on the detailed reading of the manifestos and critical texts produced by the most accomplished representatives of these vanguards: Vicente Huidobro one hand, and Ezra Pound and TS Eliot on the other. It being understood that after this explicit program, there will be a "procurement, or attempted procurement, the principles artistic program," It exemplifies these principles through two poems that are considered central in each of the movements: Altazor and The Waste Land.
Key Words
Poetry - Avant-garde - comparative literature
Introducción
José Ortega y Gasset anunciaba en 1925 que germinaba en ese momento en los artistas jóvenes "un nuevo sentido del arte, perfectamente claro, coherente y racional." (Ortega y Gasset, 1962:12). Sostenía también que como en toda época histórica "una inspiración idéntica, un mismo estilo biológico pulsa[ba] en las artes más diversas" (Ortega y Gasset, 1962: 2), a pesar de la variedad y multiplicidad de sus manifestaciones, las cuales eran disímiles entre sí sólo aparente o superficialmente.
 
A pesar del optimismo unificador de Ortega y Gasset1 , existen entre las diversas manifestaciones de la vanguardia diferencias demasiado notorias como para desestimarlas tan fácilmente. Quizás dos movimientos de vanguardia entre los cuales estas diferencias sean menos susceptibles de ser ignoradas son la vanguardia latinoamericana – íntimamente relacionada con la vanguardia europea – y la vanguardia angloamericana. Los contrastes entre una y otra se manifiestan en aspectos que difícilmente pudieran ser considerados menores.
Las referencias a estos poemas tendrán únicamente un propósito de ejemplificación; no se intentará, por lo tanto, un análisis exhaustivo de los mismos, ni se tendrán en cuenta aspectos que no sean consistentes con lo dicho en los textos teóricos.
El trabajo se concentrará en elementos clave de la teoría de la vanguardia en relación a los cuales haya diferencias entre las dos vanguardias estudiadas.
La ruptura de la tradición
 
Según Octavio Paz, "todas [las] oposiciones [entre la vanguardia europea y la angloamericana] pueden concentrarse en una: la vanguardia europea rompe con todas las tradiciones y así continúa la tradición romántica de la ruptura; el movimiento angloamericano rompe con la tradición romántica. A la inversa del surrealismo, más que una revolución [el movimiento angloamericano] es una tentativa de restauración."(Paz, 2008: 146).
Huidobro se inscribe claramente en la tradición de la ruptura que menciona Paz cuando define a la historia del arte como una evolución del arte mimético al arte creacionista, como una "evolución del hombre espejo hacia el hombre-dios" (Huidobro, 2003: 1310). La idea de la evolución en sí misma implica una superación: el hombre-dios no sólo no incluye al hombre-espejo, sino que es su opuesto. El arte debe ser superior a la naturaleza, sostiene Huidobro – no debe ser inferior ni estar en equilibrio con ella, características de las fases del arte ya superadas. Su ruptura con sus predecesores es por lo tanto radical. "Basta señora arpa de las bellas imágenes / De los furtivos comos iluminados / Otra cosa otra cosa buscamos" (Huidobro, 2008: 56) escribe en Altazor. Altazor asocia en esta cita al símil con el intento de representación de la realidad, descarta ese intento mimético completamente y señala con claridad que el creacionismo se dirige hacia otros rumbos, rumbos que rompen radicalmente con la visión tradicional de la poesía.
La vanguardia angloamericana, por el contrario, se instala en la tradición clásica. Basta una simple mirada a La tierra baldía para percibir de un inmediato la presencia del clasicismo en el poema de Eliot, poema que bien puede ser descrito como un palimpsesto de referencias a obras y escritores centrales en la tradición occidental. Tales referencias a autores de la talla de Dante, Ovidio, Shakespeare y Milton señalan la convicción de Eliot de que las mejores partes de la obra de un poeta "sino las más individuales, acaso resulten aquellas en las cuales los poetas muertos, sus ancestros, confirman su inmortalidad más vigorosamente" (Eliot,2000: 17). De una manera similar, Ezra Pound sostiene que los grandes escritores son aquellos capaces de "apilar y ordenar y armonizar los resultados de la labor de muchos hombres. Esta capacidad de amalgamación es parte de su genialidad"2 La tradición que Pound se siente llamado a amalgamar en su obra, en coincidencia con Eliot, es la de la literatura clásica, medieval y renacentista. Se confirma así que la vanguardia angloamericana es "un renacimiento clásico"(Paz,2003:141).
Un caso emblemático de las diferentes actitudes de estas dos vanguardias con respecto a la tradición literaria es el de sus opuestas reacciones a Walt Whitman. En el caso de este escritor, la vanguardia angloamericana exhibe claramente su ruptura con la tradición romántica. Ezra Pound llega a "un pacto" con Whitman después de que decide que lo ha "detestado ya bastante". (Pound: 1979:21). Previamente, había dicho que "estaría muy contento de poder ocultar su relación con su padre espiritual [Whitman] y jactarse de su más agradable ascendencia – Dante, Shakespeare, Téocrito, Villon" pero lamenta que su descendencia de estos últimos "sea algo difícil de establecer"3. Algo similar le ocurre a Eliot quien dice que no leyó a Whitman hasta mucho después de la publicación de La tierra baldía y que para hacerlo tuvo que superar "una aversión hacia su estilo, como también hacia mucha de su temática"4 . Huidobro, muy por el contrario, establece con R.W.Emerson y con Whitman una de las pocas filiaciones que su orgullo le permite admitir. Homenajea a Emerson en su prefacio a Adán, y describe a Altazor como "aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman" en el prefacio a Altazor. La lectura de Altazor deja al lector con la impresión de que lo único que impide que Altazor sea Whitman es que el primero nace "el día de la muerte de Cristo" (Huidobro, 2008:9). La visión totalizante y esperanzadora de Whitman es ciertamente imposible en el mundo de Altazor, pero es claro que la mirada de Huidobro hacia Whitman es tan anhelante como la de Pound hacia Dante. De hecho, Altazor se describe como "el nuevo atleta"(58) y luego repite esta descripción de sí mismo en dos otras oportunidades en el poema, estableciendo así su vínculo con aquél que se definió como "el maestro de atletas" (Whitman, 1969).
La visión que estos tres poetas tendrán del proceso de producción y recepción de la obra literaria resultará, en gran medida, de su relación con la tradición ya descrita. Tanto Eliot como Pound relativizan el rol del escritor, y revalorizan el rol del lector. Completando la anterior cita acerca de la amalgamación, Pound dice que esa facultad que tiene el gran escritor de incorporar la tradición a su obra es "de alguna manera, una suerte de modestia, una suerte de falta de egoísmo"(2005:242). Pound llega a afirmar que "es tremendamente importante que se escriba gran poesía, no hace la más mínima diferencia quién la escriba" (2005:105). Eliot concuerda: "el progreso de un artista constituye un ininterrumpido sacrificio personal, una constante extinción de la personalidad" (2000: 23). El artista es sólo un medio a través del cual se expresa, amalgama y actualiza la tradición. Esta concepción del artista dista de ser la del "pequeño Dios" del que hablaba Huidobro en su "Arte Poética" en El espejo de agua. Coherentemente con esta visión del poeta, Huidobro definirá la relativa importancia del lector: "La potencia del creador nos interesa más que la del observador, y además, la primera encierra en sí misma y en más alto grado a la segunda." (2003:1358). El rol del lector en la vanguardia angloamericana es más activo, más creativo. En esta vanguardia sí se produce lo que Peter Bürger llama la "superación de la oposición entre productores y receptores" (Bürger: 1997:108).
 
Más allá de la ruptura con la tradición literaria, existe en Huidobro una ruptura con la tradición cristiana, como se evidenció en la cita sobre el nacimiento de Altazor. Altazor celebra la muerte del cristianismo "bailando un fox-trot / Sobre el sepulcro de Dios"(31). Tal celebración es lógica para alguien que cree que el cristianismo "no ha resuelto ningún problema" y "sólo ha enseñado plegarias muertas"(21). En la poesía de Eliot, sin embargo, hay una importante presencia de lo religioso. En La tierra baldía, la tercera y quinta sección terminan con un llamado a Dios y a la paz trascendental conectada con la religión. La esperanza reside en la intervención divina para la salvación de la esterilidad del mundo que Eliot retrata. Se confirma así lo dicho por Paz, que hay en Eliot "una nostalgia por el mundo cristiano medieval" (Paz, 2008:142).
Ambas vanguardias coinciden en la crítica a la burguesía por sus esfuerzos por despojar al arte de relevancia social. Bürger relaciona esta idea con el principio de autonomía del arte y sostiene que dicha autonomía lo separa de la "praxis vital". En este sentido, Bürger afirma que la vanguardia denuncia que la separación denota de parte de la burguesía "un momento de falta de compromiso, de falta de consecuencias"(Bürger, 1997:81) del arte en su vida. La vanguardia busca reunificar el arte con la praxis vital y uno de los mecanismos de los que dispone para tal fin es el shock. El shock "es el medio para acabar con la inmanencia estética" (Bürger, 1997:146) Eliot, citando a Baudelaire, se dirige directamente al lector al final de la sección I, llamándolo hipócrita por no aceptar o no querer reconocerse en la condición estéril de la voz de La tierra baldía5 . Eliot da por sentada la similitud de sentimiento y de experiencia del lector con la voz poética, y lo insta, al exponerlo en su hipocresía, a que reconcilie la experiencia artística con la praxis vital, desarticulando así la estrategia de defensa del lector burgués que quiere poner distancia entre una emoción artística que lo desestabiliza y su vida. Huidobro hace una crítica similar a la devaluación burguesa de la función del arte cuando denuncia que hay "demasiada poesía / Desde el arco-iris hasta el culo pianista de la vecina". "Basta señora poesía bambina," continúa, "Y todavía tiene barrotes en los ojos" (56). Huidobro expone su desprecio por la poesía inofensiva y cómoda, la poesía domesticada y burguesa, la poesía que no se traduce en una percepción distinta del arte y la vida.
La unidad de la obra
La unidad de la obra es puesta en jaque en la vanguardia. La obra vanguardista busca manifestar el sentimiento de fragmentación y de falta de absolutos que reina en el mundo post-guerra – "No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza", dice Altazor en el Canto I (17). Es en este único sentido quizás en que se puede considerar a las obras de vanguardia como miméticas, como veremos más adelante, aunque más que mimesis, se debería hablar en términos del intento de unificación y coherencia entre praxis vital y arte que se mencionó en el apartado anterior. El sentimiento de pérdida reina y no es posible evadirlo: "La evasión imposible", dice nuevamente Altazor después de infructuosos intentos a tal fin. Por lo tanto, la infertilidad fragmentaria del mundo moderno se manifiesta en el arte y esto plantea el problema de la cohesión de la obra de arte.
 
La mecanógrafa en la sección III de La tierra baldía dice "No puedo conectar / Nada con nada" (Eliot, 2001:15). y en esta sentencia parece estar expresando el sentimiento de toda una generación de artistas. Al negar la "conexión entre la parte y el todo característica de las obras de arte orgánicas", la obra vanguardista se torna inorgánica: "el momento de la unidad está en cierto modo contenido muy ampliamente, y en el caso extremo sólo lo produce el receptor" (Bürger, 1997:112) – lo que, dicho sea de paso, confirma lo expuesto anteriormente sobre la centralidad del rol del lector en la vanguardia, por más que esto sea negado por Huidobro.
Bürger agrega que como consecuencia de esta inorganicidad, las partes de la obra se emancipan y pueden ser interpretadas al margen del todo. El hecho de que ambos poemas bajo análisis aquí hayan estado fragmentariamente en circulación antes de la publicación definitiva de los textos confirma esto. Pero es claro que tanto Eliot como Huidobro intentan dotar a estos dos poemas de largo aliento de cierto sentido de unidad.
Eliot, por un lado, recurre a una sólida estructura mítica para unificar su texto. En esta estrategia parece estar siguiendo los pasos de James Joyce en Ulises. De hecho, Eliot elogia el uso del mito que hace Joyce, arguyendo que el mito en Ulises es "una manera de controlar, ordenar y dar forma y significado al inmenso panorama de futilidad y anarquía que constituye la historia contemporánea"6 . El poeta es consecuente con este argumento en su propio poema. Eliot reconoce en sus notas adicionales que tanto el libro de Jessie Weston, From Ritual to Romance y La rama dorada, de James G. Frazer fueron centrales en la composición de La tierra baldía. De la primera obtiene la leyenda del Grial, las referencias a las cartas de tarot y el mito del rey pescador. Del segundo, obtiene los ritos de regeneración de la vegetación y las estaciones. Por otro lado, de manera coherente también con su concepción de la tradición y el talento individual, Eliot apuntala la estructura del poema con un denso tramado de referencias intertextuales que lo inscriben en la tradición de occidente. Esta intención analógica de Eliot – entendiendo el concepto de analogía como lo define Paz, como lo que reconcilia "sin suprimirlas, […] las diferencias y oposiciones" (Paz,2003:74) – es constantemente amenazada por la ironía crítica, no menos presente en el poema. Los personajes del poema, siguiendo a Paz, son arquetípicos, míticos, universales, pero al mismo tiempo son individuales, urbanos y actuales. Por lo tanto, la oposición entre la unidad y la fragmentación se plantea a nivel de los personajes del poema también. Eliot intenta resolver este dilema afirmando que uno de las figuras más centrales de su poema, Tiresias, "a pesar de ser un mero espectador y por cierto no un ‘personaje’, es sin embargo la personalidad más importante del poema, uniendo todo el resto. […] Todas las mujeres en el poema son una mujer, y los dos sexos se encuentran en Tiresias. Lo que Tiresias ve es, de hecho, la sustancia del poema7." En Tiresias se unirían entonces todos los hombres, todas las mujeres, el pasado y el presente. Esta afirmación de Eliot, por más interesante que sea, no quita del lector la impresión de haber leído "sólo una pila de imágenes rotas", que es todo lo que le está dado a ver siendo "hijo de hombre" 8. En útima instancia, el hecho de que Eliot recurra en la línea final de su poema a "Shanti" – la paz que va más allá del entendimiento, como él mismo explica en sus notas – da a entender que la dicotomía entre fragmento y unidad no puede ser resuelta por un "hijo de hombre" y que sólo se acalla con una paz religiosa, un silencio más allá de la razón. Se confirma así que el poema de Eliot es "una visión religiosa de la historia moderna de Occidente" (Paz, 2003:137) y que contiene las tensiones y paradojas que dicha descripción sugiere.
Le está vedado a Huidobro en Altazor recurrir al concepto religioso como unificador, ya que como se ha visto el punto de partida del poema es la muerte de Dios. Huidobro, igual de consistente con su visión de la tradición que Eliot, constituye un yo poético fuerte, una especie de Superhombre nietzscheano (Hahn, 2008) que quiere convertirse en una entidad "todo-incluyente" a la manera de Whitman. Altazor, sin embargo, no puede, a diferencia de Whitman, decir: "¿Me contradigo? / Muy bien entonces, me contradigo. / (Soy amplio, contengo multitudes.)" (Whitman, 1969). Por el contrario, en Altazor "contradictorios ritmos quiebran el corazón" de Altazor y del poema. En la cabeza del yo poético "cada cabello piensa otra cosa"(36). En Altazor, el "yo" discípulo del Whitman "maestro de atletas" termina dándose cuenta de que este "atleta tiene un anillo en la garganta"(78) y por lo tanto no tiene el caudal de voz necesario como para absorber tan contradictorias multitudes. En el poema de Huidobro, la fragmentación no se resuelve: se disuelve. La profecía de Altazor en la cual nos promete un "poema lleno de corazón / En el cual me despedazaré por todos lados"(39) se comprueba auto-cumplidora. En Altazor, se fragmenta y disuelve la voz poética y junto con ella, como no podía ser de otra manera, se fragmenta y disuelve el lenguaje. Lo que queda como concepto unificador es entonces la búsqueda, pero ésta es una búsqueda que no encuentra, que fracasa una y otra vez. Altazor, en su frenética búsqueda, se convierte en el perfecto ejemplo de aquel vanguardista que "en su afán extremista, en su ansiedad por ir siempre más lejos […] puede llegar a un punto que linda con su propia destrucción" (Hahn, 2008: XVIII). Adaptando la frase de Paz con respecto a Eliot, se podría decir que lo de Huidobro es un intento de visión whitmaniana de la historia moderna de Occidente, un intento lleno de hubris whitmaniano que en el mundo moderno puede terminar únicamente como termina Altazor, "despedaza[do] por todos lados".
Ninguno de los dos poemas logra cabalmente el cometido de la unidad de la obra, a pesar de que lo intentan, de maneras distintas. La naturaleza del material con el que ambos poetas trabajaron y la manera en que lo trabajaron fueron determinantes en la frustración de este propósito. Un material fragmentario e irreconciliablemente diverso yuxtapuesto a través de una técnica simultaneísta de montaje impidió desde el principio el éxito completo de cualquier esfuerzo unificador.
La imagen vanguardista
 
La yuxtaposición es tanto la característica estructural de la obra vanguardista como la de su componente central: la imagen. La imagen en la vanguardia cobra un protagonismo mayor que en previos movimientos artísticos. Se convierte, como dice Guillermo de Torre, en "el protoplasma primordial, la substancia celular del nuevo organismo lírico" (De Torre, 1925:296). Es fin y no medio, "sustancia y no ornamento" (Ortega y Gasset, 1962:34).
Los tres poetas, a juzgar por el gran espacio que le dedican a la discusión de las características de su composición de la imagen en sus escritos teóricos, parecen estar de acuerdo con esta centralidad que se le asigna a la imagen en la vanguardia. Lo que también es común a los tres es el principio de tensión como fuente generadora de imágenes. Eliot elogia el "metaphysical conceit" de los poetas metafisicos que, de acuerdo a como lo define Samuel Johnson, ocurre cuando"las ideas más heterogéneas son uncidas violentamente"9 . La definición que hace Pound de la imagen vorticista según la cual ésta es "un vórtice o grupo de ideas fusionadas […] dotado de energía" (Pound, 2005:293) se pronuncia en la misma dirección. Finalmente, Huidobro cuando define la imagen creada, lo hace en base a opuestos. En la imagen creada, "lo abstracto se hace concreto y lo concreto abstracto" (2003:1341). Todas estas definiciones parecen hacerse eco de la necesidad que el poeta vanguardista siente de producir el shock reconciliador del arte y la praxis vital en el receptor.
Las maneras en que las dos vanguardias componen la imagen, sin embargo, divergen. La premisa central detrás de la imagen vanguardista angloamericana es la de la concisión. Pound en su manifiesto imagista es muy claro al respecto: debe haber "tratamiento directo de la ‘cosa’" y no se debe "usar absolutamente ninguna palabra que no contribuya a la presentación" (2005). El tratamiento de la imagen en La tierra baldía responde a estos principios. "El río suda / Aceite y brea" (14); "Te mostraré el miedo en un puñado de polvo"(6); "‘Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, / ¿Ha comenzado a echar brotes?’" (7); todas atestiguan que en Eliot se condensa y comprime el efecto deseado en una imagen concisa e inesperada que irradia sentido como un vórtice. Es interesante notar que en las citas anteriores no hay adjetivos. La vanguardia angloamericana no se opone al uso de adjetivos, pero no se debe usar "ningún adjetivo que no revele nada" (Pound, 2005:254). Cuando Eliot usa un adjetivo, se asegura de que cumpla con este requisito. Es más, el adjetivo en La tierra baldía se ajusta a la descripción que hace De Torre del mismo: el adjetivo debe "condensar con un rasgo la pluralidad de visiones que encierra un objeto." Se privilegia el adjetivo que "saliéndose de su propio radio de sustantivos amplía su referencia a otros más remotos e inesperados", "al adjetivo creador o colaborador de imágenes, y que en cierto modo hace un papel de metáfora"(de Torre, 1925: 321-322). Ejemplos de dicho uso del adjetivo en Eliot son "marchitos muñones de tiempo"(8), "el trueno estéril y seco"(17), "el beso condescendiente"(13). Por supuesto, Eliot también hace uso del adjetivo antitético, oximorónico; los siguientes ejemplos así lo demuestran: "El sudor es seco"(16), "máquina humana"(12). Todos estos ejemplos demuestran que el arte vanguardista angloamericano no es expansivo ni extensivo: es por el contrario sintético e intensivo.
El adjetivo huidobriano no siempre cumple con estas funciones, como se ve, por ejemplo, cuando Altazor dice que la cola de un cometa pasa "buscando infatigable un lago quieto en donde refrescar su tarea ineludible" (18). El adjetivo en este ejemplo ciertamente no amplía el significado del sustantivo de manera inesperada: refuerza sí su significado, pero no hay tensión. En la mayoría de los casos, sin embargo, el uso del adjetivo sí parece regirse por las máximas de De Torre, como se ve en las siguientes citas: "párpado tumbal"(35), "labios marítimos"(46) , "ángel estropeado"(24), "auroras estancadas" (25). En todo caso, el adjetivo es mucho más frecuente en Altazor que en La tierra baldía. La concisión no es lo que rige la composición del poema de Huidobro. La imagen en Altazor se completa después de varias frases: el tratamiento de la misma no es tan directo ni económico como en Eliot. Esto se comprueba en la siguiente cita: "La Tierra seguirá girando sobre su órbita precisa / Temerosa de un traspiés como el equilibrista sobre el alambre / que ata las miradas del pavor". Esto se debe simplemente a que la economía de palabras no es una prioridad para Huidobro – basta para esto ver las enumeraciones de símiles disímiles en el canto III o la interminable lista de imágenes relacionadas con el molino en el canto V. Lo que sí constituye una prioridad para Huidobro, como lo explicitan sus manifiestos, es la creación de imágenes anti-miméticas, la verdadera imagen creada ingeniada por el hombre-dios tratando de alejarse lo más posible del hombre-espejo. Como se sugirió anteriormente, la imagen creada es muchas veces la consecuencia de la yuxtaposición de lo concreto y lo abstracto: Altazor vive en las tinieblas "entre cadenas de anhelos tiránicos collares de gemidos" (24), y sabe "Plantar miradas como árboles […] Vaciar una música como un saco" (56); la Virgen del prefacio dice: "Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas" (12). Si la imagen creada puede ser concisa como en los dos primeros ejemplos, o menos intensiva, como en el caso de las palabras de la Virgen, es irrelevante: lo primordial es que la imagen exprese lo "inhabitual", que exprese las cosas "que sin [el poeta] jamás serían dichas" (Huidobro, 2003: 1340).
Detrás de esta oposición entre el arte conciso de Eliot y Pound y el arte más expansivo de Huidobro, se encuentra otra dicotomía igual de central para el análisis de las dos vanguardias: el de la oposición entre la idea del control del artista de su material y la idea del azar. No es sorprendente comprobar que la vanguardia angloamericana se inclina hacia la primera idea, y que Huidobro se decide en ciertas oportunidades por la segunda. Eliot y Pound en sus disquisiciones teóricas sobre el procedimiento artístico confirman lo dicho por Ortega y Gasset acerca de que la poesía en la vanguardia "es el álgebra superior de las metáforas"(Ortega y Gasset, 1962:32). Ambos poetas recurren en numerosas oportunidades a analogías entre la literatura y la matemática para explicar sus teorías en cuanto a la producción y recepción de textos. Pound, después de señalar que "la ‘buena escritura’ es escritura que está perfectamente controlada" en la cual "el escritor dice exactamente lo que quiere significar […] con completa claridad y simplicidad" usando "la menor cantidad de palabras posible" (2005:243), compara la literatura con la geometría analítica y dice que las grandes obras de arte son producto de una ecuación. De una manera similar, Eliot, en su crítica a Hamlet, postula su noción de correlato objetivo que para él es "la única manera de expresar una emoción en forma de arte", y provee una definición: el correlato objetivo es "un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que serán la fórmula de esa emoción particular; de modo que cuando se den los hechos externos que deben terminar en experiencia sensorial, la emoción se evoque inmediatamente" (2009:120). Parafraseando a Eliot, existe entonces en la vanguardia angloamericana la idea de una inevitabilidad matemática que adecua lo externo a la emoción.
De más está decir que Huidobro no comparte esta idea de la mesura y el control: nuevamente emulando a Whitman, Altazor es "demesurado cósmico" (33), como no se cansa de repetir él mismo. En oposición a lo matemático y científico, Huidobro expresa una franca preferencia por lo lúdico: propone que "juguemos / El simple sport de los vocablos"(59). Cuando Altazor dice que "el juego es juego y no plegaria infatigable" (56) contradice a Eliot y Pound, y confirma lo sostenido por Ortega y Gasset en cuanto a que en la vanguardia "el arte mismo se hace broma" (1962:46). Las formas que toma este juego en Altazor son variadas: se juega con el género ("La montaña y el montaño / Con su luno y con su luna")(79), con la eufonía ("Ahora soy rosal y hablo con lenguaje de rosal / Y digo / Sal rosa rorosalía") (95), se crean neologismos y palabras port-manteau ("horicielo", "bramuran") (96) y se usa la escritura automática. Muchos de estos procedimientos responden a la vanguardia surrealista a la que Huidobro critica por su total prescindencia de la razón, pero Altazor recurre a ellos en el poema cuando ya abandona toda pretensión de búsqueda de unidad y coherencia en la vida. Dicho en sus propias palabras: "Y puesto que debemos vivir y no nos suicidamos / Mientras vivamos juguemos"(59). En este sentido, Ortega y Gasset parece haber estado pensando en Altazor cuando dice que el artista de vanguardia siente sobre sus hombros el peso de lograr "poco menos que la salvación de la especie humana sobre la ruina de las religiones y el relativismo inevitable de la ciencia" y al sentirse incapacitado de lograr tamaña tarea, se "suscita en él inesperada puericia" (1962: 49). En este juego adolescente, por supuesto, como dice Bürger, se renuncia a lo semántico en pos de una ley de construcción regida por el azar. Altazor efectúa tal renuncia cuando se niega a mantener el serio y riguroso control de la imagen que proponen los angloamericanos.
La desrealización y la despersonalización de arte
En su ya citado ensayo sobre la vanguardia, Ortega y Gasset elabora su hipótesis sobre la deshumanización del arte. Este concepto subsume tres ideas distintas: la de la desrealización, la de la despersonalización y finalmente la de la desemocionalización10. La primera se relaciona con la finalidad de la vanguardia, sus esfuerzos antimiméticos. La segunda está más conectada con las circunstancias de producción de la obra de arte. En este sentido, Ortega y Gasset describe cómo el poeta se constituye en "pura voz anónima […] que sabe aislarse de su hombre circundante" (1962:31). Finalmente la tercera idea involucra tanto a la producción como a la recepción de la obra de arte y consiste en evitar el "contagio psíquico" (1962: 26) de emoción.
La desrealización, como se ha visto, es la fuerza vital detrás del creacionismo. Es indudable que la vanguardia angloamericana comparte esta visión contraria a la mimesis, como se ve, por ejemplo, en las críticas de Pound al impresionismo. "El cinematógrafo", dice Pound, "elimina la necesidad de existencia de mucho del arte impresionista" (2005: 287). Si bien, entonces, la necesidad de eliminar al hombre-espejo no es siempre tan explícita programáticamente en la vanguardia angloamericana como en el creacionismo, difícilmente se pueda decir que La tierra baldía es mimético. Aunque es cierto que el escenario del poema es urbano – y no cósmico, como en Altazor – la ciudad es a la vez contemporánea y mítica, es todas las ciudades, una "Ciudad Irreal", (7) en suma. Incluso, en ocasiones, la imagen es muy cercana a la imagen creacionista: "Una mujer tensó su larga y negra cabellera / Y en esas cuerdas tocó un susurro musical / Y murciélagos con caras de bebé en la luz violeta / Silbaron11" es un ejemplo del acercamiento de Eliot a tal tipo de imagen. El efecto desrealizacionista es por lo tanto compartido por ambas vanguardias, en distinta medida, pero compartido al fin.
 
La situación con respecto a la despersonalización del poeta es distinta en una y otra vanguardia. Eliot suscribe totalmente a este sentido del anonimato del autor como se vio oportunamente en las referencias a "La tradición y el talento individual". La idea del poeta como un hombre-Dios no permite tal despersonalización en Huidobro. En Huidobro no se cumple lo descrito por Ortega y Gasset con respecto a que el poeta nace cuando el hombre muere. En Huidobro, el hombre detrás del poeta está muy presente y se niega a desaparecer – el hombre-Dios es lógicamente omnipresente, después de todo. El nombre de Huidobro aparece dos veces en Altazor, en una de ellas descrito como "antipoeta y mago" (72). Huidobro se resiste a hundirse en el puro anonimato de la voz y a dejar que su alter-ego Altazor asuma todo el protagonismo.
Ninguno de los tres poetas excluye la emoción de sus postulados teóricos ni de sus poemas. Pound define la imagen como "aquello que presenta un complejo intelectual y emocional en un instante de tiempo" (2005:253) Eliot critica en su ensayo sobre los poetas metafísicos la "disociación de la sensibilidad" (2001: 125) que se da en la literatura inglesa después de Milton, en el neoclasicismo con su énfasis en la razón y en el romanticismo con su hincapié en la emoción. Por último, Huidobro en "Total" reclama: "El sentimiento contra la razón, la razón contra el sentimiento. […] ¿No podéis dar un hombre, todo un hombre, un hombre entero?" (2003: 1369 -1370) El plano intelectual único al que hace referencia De Torre como característica de la vanguardia se comprueba así en ambas vanguardias: los tres poetas ansían el "totalismo panorámico" (1925: 292) descrito en Literaturas europeas de vanguardia.
Conclusión
Existen pues importantes similitudes entre las dos vanguardias, a pesar de sus no menos significativas diferencias. Quizás la más importante similitud es la presencia de la pregunta en los dos textos aquí analizados, pregunta que representa la búsqueda que define a la vanguardia. Altazor lo expresa claramente: "¿Por qué soy prisionero de esta trágica busca? / ¿Qué es lo que me llama y se esconde / Me sigue me grita por mi nombre / Y cuando vuelvo el rostro y alargo las manos de los ojos / Me echa encima una niebla tenaz […]?" (29) Las no menos angustiadas y angustiantes preguntas en "Una partida de ajedrez" de La tierra baldía reflejan el mismo sentido de búsqueda que no encuentra, de intento de expresar lo inefable: "¿No / Sabes nada? ¿No ves nada? ¿No recuerdas / Nada?" y "¿Qué haré ahora? ¿Qué?"12 . Enfrentados con "El horror! El horror!", como expresa Conrad en El corazón de la oscuridad, no pudiendo cerrar los ojos ante él, no pudiendo evitar la pregunta, los tres poetas están signados por una misma búsqueda, que encaran e intentan resolver de maneras distintas. Lo inexorable de la pregunta sin respuesta es lo que inspira esta búsqueda fútil que hermana a los tres poetas.
Volviendo a la cita inicial de Ortega y Gasset, quizás haya que admitir por lo tanto que, a pesar de que el estilo biológico pueda haber variado, la inspiración de todas las vanguardias quizás sí haya sido idéntica.
1 El crítico español no es menos optimista con la frase "perfectamente claro, coherente y racional" referida al nuevo sentido del arte, como veremos más adelante.
2 Pound, E. "The Serious Artist" en Early Writings – Poems and Prose. Londres: Penguin, 2005, pág.242, traducción mía. .
3 Pound, E. "What I Feel about Walt Whitman" en Early Writings, p.188, traducción mía.
4 Citado en B.C. Southam. A Student’s Guide to the Selected Poems of T.S.Eliot. Londres: Faber and Faber, 1994., p.105, traducción mía.
5 "You! Hypocrite lecteur! – mon sembable, – mon frére!"
6 "Ulises, Order and Myth" en The Waste Land., p.130, trad. Mía.
7 Eliot, T.S. citado en A Student’s Guide to the Selected Poems of T.S.Eliot, p.126, trad. mía.
8 The Waste Land, p.5 trad. mía.
9 Citado en "The Metaphysical Poets" en The Waste Land, p.122.
10 Se podría postular una cuarta idea presente en el ensayo, la de la despopularización del arte, pero ésta no es tan pertinente a nuestro análisis.
11 Eliot, T.S. Tierra Yerma en Material de Lectura. Universidad Nacional Autónoma de México. Trad. Manuel Nuñez NaNava. 21 de Julio de 2009. link
12 Tierra Yerma. Op. Cit.
Bibliografía
 
Aullón de Haro, P. (2003). "La teoría poética de Vicente Huidobro en el marco del pensamiento estético" en Huidobro, V. Obra Poética. Edición crítica, coord. Cedomil Goic. Madrid: ALLCA XX.
Bürger, P. (1997) Teoría de la vanguardia. Trad. Jorge García. Barcelona: Ediciones Península.
De Torre, G. (1925). Literaturas europeas de vanguardia. Madrid: Rafael Caro Raggio editor.
Eliot, T.S. (2000). Ensayos escogidos. Trad. Pura López Colomé. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
------------ (2001). The Waste Land. Edición crítica, ed. Michael North. Nueva York: Norton.
------------ (21 de Julio de 2009) Tierra Yerma. Material de Lectura. Universidad Nacional Autónoma de México. Trad. Manuel Nuñez Nava. Obtenido desde: link
Hahn, O. (2008). "Prólogo" a Altazor. Santiago: Editorial Universitaria.
Huidobro, V. (2008). Altazor. Santiago: Editorial Universitaria.
------------ (2003) Obra Poética. Edición crítica, coord. Cedomil Goic. Madrid: ALLCA XX.
Ortega y Gasset, J. (1962). "La deshumanización del arte", en La deshumanización del arte y otros ensayos estéticos. Madrid: Revista de Occidente.
Pound, E. (1979) Antología. Trad. Coronel Urtecho y Cardenal. Madrid: Visor.
----------- (2005). Early Writings – Poems and Prose. Londres: Penguin.
Paz, O. (2008). Los hijos del limo. Santiago: Tajamar Editores.
Southam, B.C. (1994). A Student’s Guide to the Selected Poems of T.S.Eliot. Londres: Faber and Faber.
Whitman, W. (1969). Hojas de hierba. Traducción de Jorge Luis Borges. Barcelona: Editorial Lumen.

viernes, 7 de marzo de 2014

Naguib Mahfouz

 
Naguib Mahfouz (escritor). Nació el día 11 de diciembre de 1911, su fecha fallecimiento es 30 de agosto de 2006, es natural de Cairo. Premio Nobel en el año 1988.
 

Naguib Mahfuz: un proyecto narrativo de envergadura

 
No fue Mahfuz el primer escritor árabe en recrear literariamente el pasado faraónico egipcio. Un muy ilustre compatriota suyo, el poeta Ahmad Shauqi, haciendo una rara incursión en el terreno de la novela, publicó a finales del si­glo xix una trilogía faraónica –me refiero a su temática– hoy casi olvidada. Tampoco fue Mahfuz quien inició la fecunda corriente realista en las letras árabes. Muchos otros antes que él practicaron, con gran calidad, ese tipo de escritura que hacía de espacios y personajes conocidos y reconocibles por los lectores el eje de sus cuentos y novelas. Una veta que se revelaría como la más fértil de todas las posibles al menos hasta bien entrada la década de los sesenta. Y ya desde varias décadas antes de su reciente fallecimiento, el paradigma narrativo que este longevo escritor practicaba había dejado de estar en sintonía con los modelos más exigentes y de mayor aliento narrativo de las nuevas generaciones de literatos.
Siendo esto así, ¿qué explica la gran fama de Mahfuz, el extraordinario respeto literario que se le dispensó hasta el final, las opiniones de casi unánime aplauso (a veces, reconozcámoslo, algo carentes de sólida argumentación) que le dedicó la crítica? Si, tratando de responder a estas preguntas, mirásemos a Occidente, a España en concreto, la razón sería claramente una: su obtención del Premio Nobel de literatura en 1988. Poco traducido hasta entonces a nuestro idioma, el prestigioso galardón espoleó de tal forma a las editoriales que, de allá a acá, han ido apareciendo a buen ritmo –y en algún caso con varias ediciones– las versiones españolas de casi todas sus obras, una rara y bienvenida circunstancia tratándose de un escritor árabe. Mahfuz está, pues, muy traducido en España, es muy leído (es evidente que sin el concurso lector no se seguirían romanceando sus novelas), pero, comparativamente hablando, los estudios a él dedicados son aún pocos y muchos de ellos no son accesibles al lector normal. Y, en lo que respecta a la calidad de algunas de sus traducciones, tal vez no sea éste el momento de entrar en incómodas disquisiciones, porque, además y para ello, traductólogos tiene el arabismo bien capaces de opinar y dictaminar al respecto.
Situándonos en el ámbito árabe, qué duda cabe que el Nobel cimentó una fama ya bien ganada y reconocida con anterioridad y, como es normal en estos casos, hizo que la figura de ese humilde –porque en su vida personal y como figura pública lo seguía siendo– escritor se transmutase casi en un héroe colectivo nacional. Egipto ganaba presencia internacional gracias a su «novelista de El Cairo» y el mundo árabe en su conjunto aparecía asociado a términos como cultura, literatura o novela, en vez de a otros menos agradables y más violentos.
Pero al final, y más allá de elementos accesorios a la esencia de la literatura, lo que en verdad hizo que Mahfuz fuera un gran escritor –magnífico en varias de sus obras, menos magnífico en otras– y obtuviera fama en Egipto y en el resto de países árabes fue su firme determinación de construir un proyecto narrativo de envergadura. Una vez abandonada su primera vocación filosófica, Mahfuz se propuso ser escritor a toda costa (posponiendo durante años su matrimonio por sospechar que podría apartarle del trabajo literario y aprovechando cada minuto que le dejaba libre su trabajo ministerial) y dedicó todo su tiempo y esfuerzo a idear personajes y a urdir tramas con los que contar y a la par explicarse el mundo que le rodeaba. Todo su primer ciclo realista hasta la famosa Trilogía (1956-1957) es buen ejemplo de lo que digo: espacios bien delimitados (situados siempre en las calles del amurallado y sólido Cairo o entre las paredes de viejas casonas familiares), personajes bien perfilados en su psicología y en su representatividad social, y siempre la Historia pasando por unos y por otros, acompasada y ajustadamente. El mundo tomaba entonces las dimensiones de un callejón, un bazar, un barrio o un café, y sus habitantes estaban siempre rebosantes de Historia.
Mahfuz había leído ya a John Galsworthy, y su famosa La saga de los Forsythe le causó tan gran impacto que se propuso entonces hacer algo parecido en lengua árabe. Pero, más allá de influencias directas, lo que cabe ser destacado es que ese joven escritor árabe aún creía que la Historia (fuese la más pequeña y local o la más grande y decisiva) era perfectamente narrable y comprensible desde los avatares de los hombres y mujeres de un barrio o de los componentes de varias generaciones de una misma familia. Así sucede en la Trilogía, compuesta por tres novelas, tituladas respectivamente Entre dos palacios, El palacio del deseo y La azucarera, extraños nombres en español, pero que en el original no son sino conocidas calles del viejo Cairo. Y tal vez no sea irrelevante destacar que esta división tripartita vino obligada por el buen criterio de su primer editor, quien no consideró razonable sacar al mercado una única novela de tan exageradas dimensiones, como hubiera querido el autor. La Trilogía –de la que ahora aparece en español la cuarta edición de su primer volumen, al que es de esperar que siga el resto– es una obra de gran aliento narrativo dedicada a relatar las vidas de tres generaciones de una típica familia cairota entre 1917 y 1944. Vidas que se entrecruzan con los más relevantes sucesos históricos acontecidos en el país durante aquellos cruciales años1.
Esta primera manera mahfuziana de concebir la literatura no concluyó con la Trilogía, sino que continuó con la novela inmediatamente posterior, Hijos de nuestro barrio (1959), una obra en la que el autor creó de nuevo un microcosmos y unos personajes con el propósito no ya de contarnos una parte sustancial de la historia nacional egipcia, sino –nada más y nada menos– de narrar en un solo libro, y con un estilo muy simbólico, toda la historia religiosa y filosófica de la humanidad. Los ataques y amenazas que le llovieron desde la institución religiosa del Azhar –y que motivaron que la obra no haya podido ser editada desde entonces en Egipto– no se debieron, sin embargo, a tal desmedido propósito, sino a dos hechos más concretos: uno, que la novela remeda con sus ciento catorce capítulos la estructura externa del Corán (que tiene, como es sabido, el mismo número de aleyas) y dos, y más determinante para el anatema, que la obra concluye con el asesinato, por parte del personaje que encarna el saber científico, del patriarca Gabalaui, alguien que de manera no declarada, aunque evidente, representa a Dios. Es decir, que por entonces Mahfuz presagiaba un mundo sin Dios y un final de la historia regido por la razón, no por la religión. Qué optimista era entonces y qué poco acertado anduvo en sus augurios.
Sin embargo, esta concepción literaria no tuvo ya continuidad. En un sentido, el modelo se agotaba y, en otro, acontecía que la propia realidad egipcia (y árabe) encaraba nuevos problemas, por lo que las formas del decir debieron ser, por fuerza, diferentes. El llamado «ciclo existencialista o simbolista», iniciado con El ladrón y los perros (1961), no hizo sino demostrar su gran decepción frente a la narración de la gran Historia. Las tramas de sus novelas, a partir de entonces, adelgazan, pierden consistencia, y los personajes no son ya encarnación más que de sí mismos. La realidad externa sigue ahí, por supuesto, pero los problemas que deben afrontar los hombres y las mujeres de las nuevas novelas mahfuzianas son más íntimos, más dolorosos, más cruciales si cabe. El mundo firme de antes, bien protegido por la solidez urbana del viejo Cairo, cede paso a escenarios más inestables, figurada pero también literalmente hablando: recordemos que la acción de otra conocida obra del momento, Veladas del Nilo (1966), transcurre en una bamboleante barcaza anclada a orillas del gran río egipcio.
Y así fue ya hasta el final. Mahfuz no volvió a concebir otro gran relato a la manera de su juventud. El mundo no fue ya nunca más tan abarcable, tan comprensible como antes y la realidad se fragmentaba, a veces tanto, que hacía imposible su narración tradicional. Mahfuz parecía estar llegando al límite de lo representable en literatura: al límite del decir. Lo que salvó la continuidad de su proyecto narrativo fue la escritura de un tipo de novela que tenía concomitancias tanto con modelos occidentales (también practicados por entonces por novelistas más jóvenes, aunque con resultados distintos), como con otros más propios de la literatura árabe medieval, esto es, el recurso a la multiplicidad de puntos de vista, el empleo de pequeñas unidades narrativas o el serialismo. Miramar (1967), Espejos (1972), Historias de nuestro barrio (1975), Las noches de las Mil y Una Noches (1982) o Charlas de mañana y tarde (1987) son ejemplos de lo que digo. La crítica –aunque no toda– celebró esta nueva forma de escritura. A los más tradicionales les gustó esa vinculación con el pasado (acentuada además por el marcado sesgo místico que iba tomando su pensamiento) y los más modernos llegaron incluso a hablar de experimentación y vanguardia. Pero el hecho de que Espejos o Charlas de mañana y tarde, por citar sólo dos, estén construidas a la manera de los grandes diccionarios biográficos árabes medievales no las convierte en buenas novelas. No lo son. El lector llega a perderse entre la vorágine de los cincuenta y cinco personajes descritos uno a uno en Espejos, o entre los sucesos, casi siempre tan banales o tan banalmente descritos, de los sesenta y siete de Charlas, sin llegar lamentablemente a dar sentido a tal retahíla ingente de figuras.
Nada hay de extraño en que un escritor ya reconocido como grande por parte de su obra no mantenga en todas, y sobre todo en las escritas en su senectud, el mismo nivel de calidad. El mundo que empezó a contemplar a partir de un cierto momento era muy distinto del que conoció y se sintió partícipe. Eso, y un claro agotamiento literario, es lo que explica su renuncia a dar una estructura potente a la trama y su preferencia por la descripción secuenciada de unos personajes (que hubieran podido ser muchos menos o varios más sin que el sentido de las novelas variara un ápice) que van apareciendo en las novelas sin más razón que la dictada por la inicial de su nombre propio.
Pero, con mayor o peor calidad, Mahfuz siguió escribiendo, y sólo la fragilidad de su salud –muy empeorada por las secuelas del atentado sufrido en 1994– le impidió continuar con el gran proyecto literario que ideó siendo joven. Con él, la novela árabe alcanzó madurez y reconocimiento, y toda la trayectoria literaria de este longevo autor, fallecido el pasado 30 de agosto a los noventa y cuatro años, es fiel reflejo de los avatares por los que atravesó ese género literario, fiel compañero de lo que fue –y es, aunque bastante magullada– la modernidad intelectual árabe. 

jueves, 6 de marzo de 2014

Herbert George Wells . Novela: La máquina del tiempo.

 
 
Herbert George Wells (escritor y guionista). Nació el día 1 de septiembre de 1866, es natural de Reino Unido, su fecha fallecimiento es 13 de agosto de 1946.
La explicación y la visión. Una aproximación al viaje en el tiempo de H. G.Wells, por Esteban Ierardo

La literatura de H. G. Wells posee varias cimas, pero uno de sus pliegues más significativos es su salida del tiempo corriente mediante una singular máquina. Mediante el Science-fiction H.G.Wells plasmó una crítica de su propia cultura. Humanismo y socialismo lo condujeron a una ácida impugnación de la sociedad capitalista y una posición escéptica respecto al futuro. La imaginación anticipadora del futuro reactualiza el deseo primario de la humanidad de quebrar la prisión del presente. Al proyectarse a un distante mañana, en el 802.701, el Viajero del Tiempo concentra sus energías en la explicación del desconocido y remoto futuro. Pero el movimiento explicativo cederá finalmente en favor de la primacía de una contemplación visionaria de un planeta sin ya la presencia humana. A través de La máquina del Tiempo la imaginación literaria es matriz de una actitud inquisitiva ante la civilización, y es también acto visionario que, fuera de todo límite racional, entreve un distante mañana.

 

E.I

LA EXPLICACIÓN Y LA VISIÓN
Una aproximación al viaje en el tiempo de H. G.Wells
Por Esteban Ierardo

I

El objeto es sólido. Con zonas de metal y cristal, con una parte posterior que simula un gran paraguas abierto. Una delicada y mágica palanca se desliza hacia adelante, y una velocidad súbita, inmediata, fantástica, desvanece lo que antes era una entidad visible. Una singular máquina propaga ya su calor explorador...

H. G. Wells fragua una extraordinaria ficción que imagina la salida de la prisión del tiempo presente que nos priva de un regreso físico al pasado o de un desplazamiento igualmente corpóreo hacia el mañana.

Mientras que en Bergson, Husserl o Proust el tiempo es pensado como centro axial de la conciencia, H. G. Wells defiende la tesis del tiempo como dimensión desplegada del espacio. H. G. Wells se sitúa también en el cruce de la ficción y la creciente potencia del conocimiento científico en la segunda mitad del siglo XIX. En sus obras fundamentales la libertad de la imaginación descubre nuevas posibilidades científicas y tecnológicas. Estas obras, además de La máquina del tiempo, son El hombre invisible, La isla del Doctor Moreau, y La guerra de los mundos, obra ésta última célebre por la adaptación radiofónica de Orson Welles y el pánico que provocó la narración de una invasión marciana de la Tierra.

La máquina del tiempo es un ingenio que objetiva la potencialidad tecnológica. Sin embargo, nunca habrá una explicación sobre el modo de funcionamiento del prodigio técnico. La posibilidad misma del viaje en el tiempo es producto de una especulación sobre una geometría de cuatro dimensiones. El Viajero del Tiempo también evidencia una intensa necesidad explicativa durante su exploración del futuro, donde elabora gradualmente un discurso comprensivo sobre el destino de la humanidad a través de las modalidades de vida de los Morloks y los Eloi. Pero la recurrencia en la explicación cederá su primacía en las postrimerías del viaje, en el momento de proyección más osada hacia el futuro, cuando el Viajero del Tiempo extienda su aliento audaz hasta un remoto mañana, dentro de treinta millones de años. Según nuestra interpretación, el centro esencial de la ficción de Wells es el deslizamiento de la explicación de la nueva relación hombre-tiempo hacia un momento plenamente visionario. Lo explicativo cede su sitio a una visión ante un planeta donde aparentemente ha desaparecido la presencia humana, y donde retrocede toda explicación racional.

II

El telescopio estaba abandonado. El tubo del cristal mágico no podía observar las agigantadas anatomías luminosas de las estrellas. Pero la curiosidad y el ingenio infantil lograron reparar el largavista. El niño se acercó así, por primera vez, fascinado, a las silenciosas profundidades del cosmos.

Pero el niño Wells observó el cosmos desde un mundo social carcelario y opresivo. Wells conoció la pobreza y, aunque luego se liberará de la estrechez, nunca olvidó su pasado ingrato. Esa memoria del propio origen lo guiará a un credo humanista y socialista que nunca abandonará.

En el momento de su nacimiento poseían los padres de Wells una humilde tienda de porcelanas que nunca logró prosperar. Esta frustración hizo que su madre regresará a su anterior trabajo como criada mientras que su padre se abocó al juego profesional, poco remunerado, del cricket. A los ocho años el niño Wells sufrió un accidente que lo obligó a varios meses de reposo. Durante este período, como Frida Kahlo después, Wells descubrió su pasión por el arte, por la literatura, al sumergirse apasionado en la lectura de grandes escritores, y en la filosofía de Spencer (1). En sus atribulados años juveniles, Wells atravesó numerosas ocupaciones y peripecias hasta conseguir una primera estabilidad laboral como periodista y colaborador de revistas y periódicos (2).

En 1894 trabajó en la revista "National Observer". La revista quebró, pero su dueño creó poco después una nueva publicación, y pidió a Wells una obra para fortalecer su iniciativa editorial. Y entonces, durante dos laboriosas semanas, Wells reelaboró una ficción anterior, La crónica de los argonautas, y así nació La máquina del tiempo (The time machine).

La ficción se sitúa en la Inglaterra victoriana. El Viajero del Tiempo, a diferencia de la adaptación cinematográfica de George Pal, carece de nombre propio. Su impersonal denominación de Viajero del Tiempo convive con los contertulios que se reúnen en el comienzo de la novela: el Psicólogo, el Doctor, el director del diario ( Filby es la única excepción de interlocutor personalizado). Ante ellos, comienza el discurso explicativo del explorador del tiempo.

La posibilidad del viaje es explicada mediante la geometría de las cuatro dimensiones. Habitualmente, el espacio es concebido como tridimensional (ancho, alto y largo). El tiempo es entendido como dimensión complementaria, pero opuesta, al espacio. Para el viajero de Wells la temporalidad es una determinación más del espacio, es su cuarta dimensión; de ahí que potencialmente sería posible viajar dentro del tiempo como es posible hacerlo dentro del espacio. Un medio determinado de dimensiones permite incluir una más. En un sentido estricto, una pintura es un lienzo bidimensional; pero una pintura renacentista por caso, con su esmerada diferenciación de primer plano y un segundo plano con su profundidad de campo, interpola una nueva dimensión dentro de lo que parecía sólo una extensión de dos dimensiones. Por extensión, las tres dimensiones habituales del espacio físico pueden albergar otra dimensión. Una cuarta dimensión: el tiempo. El tiempo es así "una especie de espacio" (3). Un ejemplo para entender el proceso espacializante del tiempo es el barómetro. Las variaciones de la temperatura, indicadas por el ascenso o descenso de la línea del registrador barométrico mediante marcas espaciales, expresan cambios ocurridos en la dimensión del tiempo. El devenir del tiempo se registra y acontece dentro del espacio.

En condiciones naturales, el movimiento humano dentro de la tridimensionalidad del espacio no es completa. Es posible desplazarse a la derecha o a la izquierda, hacia adelante o atrás. Pero no hacia arriba. La movilidad dentro del espacio ofrece así una dificultad que sólo a partir de la aparición de los globos aerostáticos en el siglo XVIII dejó de ser un impedimento aparentemente absoluto. Mediante los globos, producto del primitivo desarrollo tecnológico aéreo, el hombre pudo vencer la gravitación.

El tiempo posee un aparente ritmo o duración que no podría ser alterado o modificado. Por ejemplo, la duración de un día necesita de una sucesión estricta de horas, no un tiempo mayor o menor. La duración temporal parece inmodificable. La evasión del presente temporal sólo acontecería en el terreno de la conciencia, en la memoria, en la evocación de un pasado o la prefiguración de un futuro. Pero el límite del tiempo presente podría ser superado, observa el Viajero del Tiempo, lo mismo que antes se superó el efecto gravitatorio que obstruía el movimiento ascensional. La ruptura de este obstáculo será efecto también de una invención tecnológica, de una máquina que permitiría la aceleración o disminución de la velocidad temporal a fin de proyectarse al futuro o de retroceder al ayer.

La máquina del tiempo demandó dos años de trabajo a su creador. El viajero exhibe primero a sus interlocutores un modelo en miniatura de su invención. Al mover una pequeña palanca la máquina adquiere una velocidad que genera su invisibilidad, su proyección a la dimensión de un tiempo "espacializado", que permite por tanto el desplazamiento físico hacia delante o hacia atrás. La gran aceleración de la máquina la hace imperceptible de forma semejante a como se hacen imperceptibles los rayos de una rueda en rotación, o una bala en movimiento.

Filby y los otros invitados verán después la máquina del tiempo en sus verdaderas proporciones: la máquina "tenía partes de níquel, de marfil, otras que habían sido indudablemente limadas, o aserradas de un cristal de roca " (4). Con este artefacto, el Viajero del Tiempo se proyectará a un nuevo reino temporal.

En una aproximación a La máquina del tiempo es insoslayable la cuestión de si esta obra pertenece o no a los específicos parámetros del Science-fiction, terminó que se le atribuye a Hugo Gernsback, fundador de la revista Amazing Stories. Para J. Ignacio Ferreras el género se define por su vínculo con temas como ciencia y técnica, extraterrestres, mundos paralelos y la conquista del tiempo (5). El vínculo del viaje temporal con la especulación científica y el prodigio técnico harían participar a la ficción de Wells de la morfología básica del género. Estas condiciones se relacionan también con la fundamentación de la invisibilidad en El hombre invisible (6).

Como Julio Verne, Wells sería un precursor de la ciencia ficción, pero en el autor de Un viaje a la luna la fantasía técnica no deriva en auscultación crítica de la cultura, como sí sucederá en el escritor inglés.

III

El tiempo se espacializa en el pensamiento del personaje de la ficción de Wells. Lo contrario es el tiempo plenamente diferenciado respecto al espacio. La filosofía de Bergson es un nítido referente de la promoción de lo temporal como dimensión plenamente diferenciada de la espacialidad y como elemento constituyente de la subjetividad. El pensador francés impugna la subsunción del tiempo dentro de las magnitudes medibles del espacio. Critica "la ilusión espacializante del tiempo" (7). Desde el siglo XVI, el tiempo es sometido a una estricta medición de minutos y horas por los relojes mecánicos. En el siglo XIX, con un conocimiento científico en pleno desarrollo, la ciencia se abalanza sobre el objeto con la avidez del análisis, la clasificación y medición. La obsesión cuantificadora de la ciencia es afín a la medibilidad del tiempo aplicada al movimiento de los cuerpos físicos. El tiempo es así una propiedad cuantificable esencial del espacio empírico. Toda medición a su vez supone una divisibilidad creciente de partes. Así, el tiempo es confundido con el espacio y su posible divisibilidad o segmentación. En la meditación bergsoniana la temporalidad no es divisible. El tiempo es esencialmente élan vital, duración, fluido temporal indivisible asimilado a la corriente de la conciencia.

Desde el racionalismo cartesiano, la trascendencia del tiempo-conciencia indivisible estimula el cultivo de la interioridad y la reflexividad del sujeto. El tiempo es dimensión esencial de la subjetividad a priori o independiente respecto a lo espacial. La interioridad del tiempo-conciencia se asemeja a la exploración literaria del flujo de la conciencia en Proust y el modernismo literario de Joyce, Woolf y Faulkner.

El tiempo es pensado también como problema esencial de la metafísica. Para Borges es el motivo de un paradójico intento de una "nueva refutación del tiempo" (8). Para Dunne el tiempo es objeto de experimentación y de una distinción de diferentes niveles de temporalidad (9).

En la ficción de Wells el espacio es la realidad primera respeto a la que el tiempo es una dimensión subordinada. Es posible moverse en el eje temporal como nos movemos en el espacio físico. La salida del inmediato presente puede lograrse al acelerar o retrasar el movimiento temporal. Una máquina fantástica permite esta alteración.

IV

El Viajero del Tiempo se lanza finalmente a su exploración de un tiempo espacializado. La proyección desde la Europa del siglo XIX hacia un remoto futuro es continua, directa, sin estaciones intermedias, a diferencia del viaje consumado por George (Rod Taylor) en la adaptación fílmica clásica de La máquina del Tiempo (10). En el viaje que se inicia en la novela "la superficie entera de la tierra parecía cambiada, disipándose y fluyendo bajo mis ojos", y luego "con una especie de locura que aumentaba en mí me precipité en el futuro"(11). El Viajero del Tiempo lleva consigo la expectativa de confirmar en el distante mañana el ideal del progreso, la aspiración de una humanidad plenamente desarrollada en sus condiciones científicas y espirituales.

La máquina se detiene en el 802.701. El Viajero del Tiempo se encuentra con una figura colosal de mármol blanco, cercanas a ruinas de edificios circundados por una variada vegetación. El explorador se encuentra por primera vez con los Eloi. Seres de frágil aspecto y de vivos y llamativos ropajes; su lenguaje es armonioso. Su vida es aparentemente distendida, libre de los rigores de la supervivencia. Viven en una gran mansión donde en amplios recintos se distribuyen mesas circulares de piedra siempre alfombradas de frutas. Por otro lado, en los alrededores de la morada de los Eloi "no había setos ni señales de derecho de propiedad, ni muestras de agricultura; la tierra entera se había convertido en un jardín" (12). Los Eloi no padecen el sufrimiento por una ardua y degradante supervivencia. Entre ellos, no se advierten indicios de luchas sociales ni de estrechez económica. Así, el Viajero del Tiempo ensaya una primera explicación del mundo recientemente descubierto en el futuro, como un paraíso social, "como una nueva edad de oro". La primera evaluación del explorador del mundo futuro parece confirmar los vaticinios optimistas de la Ilustración sobre el devenir de la civilización.

El proceso de explicación avanzará luego hacia nuevos niveles de comprensión. Los presupuestos optimistas iniciales se derrumbarán gradualmente. El Viajero del Tiempo repara en la indolencia de los Elois, en su indiferencia y ausencia completa de inquietudes culturales, en su debilidad e incapacidad para imponerse desafíos. Y deduce entonces que cuando la humanidad llega a una sólida situación de bienestar y seguridad, decrece el cultivo de las aptitudes físicas e intelectuales. En las nuevas condiciones de prosperidad surge la cuestión de "la suerte de la energía en seguridad". Las fuerzas sobrantes primero se destinan al arte y el erotismo. Y luego del empobrecimiento decadente de lo artístico sólo quedarían unos anémicos puñados de cenizas, ordenados en la forma de adornos florales y despreocupadas y ligeras danzas. Pero aun esto "desaparecería al final, dando lugar a una satisfecha inactividad". Cuando sobre el hombre no pende ya la espada de Damocles de la inseguridad, la vitalidad se disipa hasta llegar a una monótona meseta de aburrimiento. Lo que el Viajero del Tiempo encuentra así en el futuro no es progreso. No es la evolución dada por un dominio creciente de la naturaleza y la supresión de la conflictividad social propia de los hombres de la era victoriana. El avance de la explicación del Viajero del Tiempo sobre el mundo futuro permite comprender los signos de la regresión, y también los últimos efectos de la lucha de clases de la era capitalista...

Antes de avanzar hacia esta nueva comprensión del Viajero del Tiempo sobre el lejano futuro es preciso invocar los lazos de Wells con la militancia humanista y socialista de su tiempo. En 1883, en Londres, se fundó La Sociedad Fabiana. Su nombre procede del general romano Quinto Fabio Máximo, de importante rol en la lucha contra los cartagineses en las guerras púnicas. Máximo, llamado Cunctator ("El Contemporizador"), eludió todo combate frontal con las fuerzas enemigas. Conciente de la superioridad del invasor alentó un enfrentamiento gradual, progresivo. Esta estrategia es la que inspiró a los fabianos en su lucha contra las injusticias sociales del capitalismo. En lugar de un ambicioso e incierto asalto al poder, una vía gradual y pacifista de reformas. Al reformismo fabiano se sumaron George Bernard Shaw, Bertrand Russell, y el propio H. G. Wells, aunque éste luego se separará del movimiento (13).

H.G. Wells nunca relajó su credo humanista. Así siempre predicó su lema "el hombre para el hombre", en contraposición al "hombre para el estado" del comunismo, o "el hombre para dios" del cristianismo. Dentro de su ideario político era esencial la promoción de la educación como fuerza liberadora. Y, por ello, una parte significativa de su obra lo constituyen textos didácticos orientados al fin educativo recién consignado; y este es el caso de su monumental Historia de la humanidad, publicada en 1922.

La filosofía política humanista de Wells es el pilar de su crítica del mundo a través de su ficción sobre el futuro remoto. En el distante mañana la lucha de clases no desaparece sino que produce sus máximas consecuencias adversas. La resolución del enigma del alimento siempre a la mano de los Eloi, lo conducirá a un nivel más alto de explicación de la humanidad futura. El Viajero del Tiempo advierte una distribución de misteriosos pozos que jaspean la superficie. En su primer descenso en una de las cavidades descubre extrañas y misteriosas criaturas que moran en la profundidad subterránea: los Morloks, seres nocturnos, temerosos de la luz diurna, que retroceden ante la lumbre de una cerilla. La luz es herramienta indispensable para enfrentarlos. La escasa provisión de cerillas del visitante es compensada por el descubrimiento de nuevos fósforos entre las ruinas del Palacio de Porcelana Verde, lugar donde yacen diversos objetos de culturas antiguas que sugieren que el abandonado edificio es un museo arqueológico o paleontológico, donde también se hallaban restos de libros desintegrados por la antigüedad (14).

Los elementos que el Viajero del Tiempo descubre sobre los Morloks le permiten, finalmente, comprender su naturaleza y su vínculo con los Eloi. El alimento siempre disponible es provisto a los seres de frágil figura por los Morloks, quienes luego los devoran. Los Elois son pasivo ganado para sus dominadores transidos por el estigma de un regresivo y salvaje canibalismo. Pero el porqué de esta relación será explicada por el origen del particular vínculo entre los seres del Mundo de Arriba (los Elois) y los del Mundo de Abajo (los Morloks). Este proceso sólo se comprende al meditar sobre el desigual nexo Trabajador-Capitalista en la propia época del Viajero del Tiempo. Porque "la extensión gradual de las actuales diferencias, meramente temporales y sociales, entre el Capitalista y el Trabajador, era la clave de la situación entera" (15).

En la ya galopante industrialización del siglo XIX, la civilización se extiende hacia espacios, tranvías, restaurantes, pasos y recintos subterráneos. Y talleres fabriles. Fábricas en el subsuelo donde el obrero padece lacerantes condiciones de trabajo. Paralelamente, sobre la superficie viven los que se benefician de la productividad de las catacumbas fabriles.

Sobre la superficie se distribuyen los Poseedores, los principales beneficiados de la riqueza económica y que disponen de tiempo de ocio; y, por debajo, padecen su rutina los no poseedores. La contraposición capitalista-superficie y explotado-subsuelo es continuada por Metrópolis de Fritz Lang (16). En el lejano futuro este vínculo social arriba a sus últimas consecuencias. En una inversión de la historia, los que antes eran explotadores y dominadores se convierten, en la figura de los Eloi, en víctimas y "ganado para cebar". Los Morloks, a su vez, son descendientes del hombre que se habitúa al exceso de oscuridad subterránea al punto de ser totalmente excluidos de las posibilidades benéficas de la civilización.

La explicación sólo alcanza su máximo despliegue cuando el Viajero del Tiempo comprende la realidad oculta de los Morloks en el mundo subterráneo. Esta comprensión sobreviene cuando el explorador del futuro desciende al inframundo. Este descenso exige valor y habilidad, y la determinación de penetrar en lo desconocido. Desde esta perspectiva, el protagonista de la ficción de Wells continúa el ancestral camino arquetípico del héroe que se realiza mediante un riesgoso y necesario descenso ad inferos. Lo heroico es conquista difícil de una verdad en principio esquiva. La inmersión en lo subterráneo, lugar tradicional de lo infernal, es medio para la realización heroica y la adquisición de una lúcida sabiduría. En el horizonte mítico acometen este viaje iniciático Heracles, Eneas, Quetzacoatl. En el distante futuro, el Viajero del Tiempo reitera esta iniciación en un saber antes ausente mediante un peligroso descenso al mundo subterráneo de los Morloks. Atravesar con coraje su reino es condición para el conocimiento, y también para la recuperación de la propia máquina del tiempo que fue capturada por los habitantes de las oscuridades que, para los antiguos griegos, eran gobernadas por Hades.

V

Al poco tiempo del arribo al remoto futuro, el Viajero del Tiempo encuentra un especial sitio para su observación inquisitiva del nuevo mundo: "encontré un asiento hecho de metal amarillo que no reconocí, corroído a trechos por una especie de orín rosado y semicubierto de blando musgo" (17).

El placer por la contemplación rápidamente cede en favor de una descripción de lo observado que busca explicar o comprender la realidad futura. Al comienzo de su viaje (en el capítulo VI de la novela) como luego en su último tramo (capítulo XIII), se reitera la contemplación del paisaje futuro desde el asiento amarillo. En el inicio del capítulo XIII, "La trampa de la Esfinge Blanca", se aclara: "alrededor de las ocho o las nueve de la mañana llegué al mismo asiento de metal amarillo desde el cual había contemplado el mundo la noche de mi llegada" (18). La observación desde el asiento amarillo es preámbulo de un ejercicio de reflexión y análisis. Y todo acto de comprensión involucra la confianza en un posible control de la materia analizada por el sujeto que analiza. El asiento obra como virtual centro o trono desde el cual el sujeto despliega una mirada panorámica y una comprensión o explicación universal. El sitial del Viajero del Tiempo en el futuro puede ser pensado como continuación del lugar del sujeto moderno, como sujeto soberano, como subjetividad de la centralidad privilegiada que pretende un exhaustivo conocimiento explicativo de lo real. En el primer tramo del viaje en el tiempo impera entonces la contemplación de lo nuevo, lo vasto y diferente como preludio de un acto de explicación. Pero la modernidad que subyace a esta voluntad explicativa del viajero es sustituida, en su último deslizamiento temporal en el futuro, por el pasaje a lo visionario.

Lo visionario puede ser entendido primero en un sentido amplio de previsión de las posibles consecuencias futuras del error humano. La visión aquí es capacidad para confirmar con anticipación los efectos lógicos de un proceso cultural. En Wells, esta visión es pre-visión del fututo fracaso de los ideales optimistas; es refutación de la filosofía ilustrada del progreso. El mañana no corona cumbres superiores de armonía social y conocimiento; el mañana es decadencia como fatal efecto de la íntima violación de los valores más genuinos. Esta lúcida visión del mañana como entramado conflictivo, destructivo o regresivo, se expresa también en la pre-visión, en La isla del Doctor Moreau, de los riesgos de una manipulación genética sin una reflexión sobre los límites de la intervención legítima del hombre en la naturaleza (19).

En una de las reediciones de la novela Wells también manifiesta la influencia de algunas predicciones científicas sobre el enfriamiento del planeta y la desaparición de la humanidad en un lejano futuro. Una tierra sin hombre parecería así ser parte de un manto de explicaciones o proyecciones plausibles. Pero esta posible relación entre especulación racional y destrucción futura no inhibe la ebullición emocional o contemplativa de la visión que describe el Viajero del Tiempo al arribar a la máxima lejanía temporal.

Y lo visionario que entreve un colapso cultural o social, o grandes trasformaciones geológicas o atmosféricas, puede inscribirse también en el contexto mayor de una reactualización de la visión mística. La visión como misteriosa mirada de una realidad otra. Lo visionario aquí supera los límites de una evaluación crítica o racional de las posibles consecuencias lógicas, a largo plazo, de un proceso histórico. Este nivel más subyacente de lo visionario podemos entreverlo al acercarnos al capítulo XIV "La visión más distante". Aquí, el Viajero del Tiempo continúa su impulso audaz para proyectarse a varios millones de años en el futuro. Luego de recuperar su máquina de las garras de los Morloks atraviesa veloz el tiempo y contempla la profunda transformación del paisaje. El sol permanece inmóvil en las alturas. La tierra muestra sólo una de sus caras hacia el Astro Rey, como la luna lo hace respeto a nuestro planeta. El cielo ya no es azul. En el nordeste se exhibe una coloración negruzca donde refulgen, diminutas, las estrellas. Sobre el mar campea una eternidad estática y mayestática; sobre su superficie no se erizan olas porque el viento no exhala la más tenue ráfaga. Sólo una leve ondulación demuestra que el océano alberga todavía algún movimiento. El viajero descubre cerca una gran mariposa blanca, y luego percibe la proximidad de lo que parece un cangrejo del tamaño de varias rocas aglutinadas. Una "sensación de abominable desolación" domina por doquier. El Viajero del Tiempo avanza después "a grandes zancadas de mil años más, arrastrado por el misterio del destino de la tierra" (20). Atraviesa entonces una densa tiniebla. Escruta un eclipse, y luego reaparece el borde del sol. Y ve saltar contra el agua roja del mar "una cosa redonda, del tamaño de un balón de fútbol, quizá, o acaso mayor, con tentáculos que la arrastraban por detrás; parecía negra contra las agitadas aguas rojo sangre, y brincaba torpemente de aquí para allá" (21). Entonces, presa de una sensación de desmayo y de espanto, el Viajero del Tiempo regresa a su época, al comienzo de su viaje.

En su último acceso al futuro, el Viajero ya no puede comprender. No es un sujeto dueño de sí, como antes, capaz de un proceso de explicación y comprensión. El viaje al futuro primero es escenario de un acto de análisis y comprensión que, luego, deviene experiencia signada por una visión ajena ya a un significado discursivo o intelectual. La aparente desaparición de la humanidad en el más lejano futuro, y la inhumanidad de la naturaleza, contribuyen al predominio de una contemplación emocional y visionaria, no intelectual, de la nueva realidad.

El relato que primero era especulación con pretensiones científicas sobre el tiempo, acorde a la mentalidad racionalista moderna, regresa luego a la experiencia premoderna, arcaica, donde el acceso a la verdad es acto visionario (22).

En una de las obras matrices de la anticipación científica se retorna así, al final, a la superioridad de una apertura visionaria y no racional de la realidad. Un proceso de la imaginación que continuará Arthur Clarke en la visión del astronauta Bowman más allá de la Puerta de Japeto (23).

VI

Y el Viajero del Tiempo regresa a su tiempo conocido. Como única evidencia material de su fantástica travesía sólo trae dos flores blancas que le fueron colocadas en uno de los bolsillos de su saco por Weena. Weena: la bella e ingenua eloi, que simpatizó especialmente con el visitante extraño. Las flores no son conocidas en el mundo del viajero; deberían ser entonces pruebas suficientes del acceso a otro plano de la realidad. Pero las ideas preconcebidas sobre lo real tienen la tozuda dureza del granito. Por eso las pruebas de lo distinto sólo pueden valer para la conciencia solitaria del Viajero del Tiempo, capaz de romper los límites de su época, y de reencontrar la puerta hacia una nueva perspectiva de existencia, tal como ocurre en otro relato de Wells: La puerta en el muro (24).

Por su lado, la ciencia también postula teóricos viajes en el tiempo, ensaya diversas postulaciones sobre las posibilidades del vulnerar el encierro del presente temporal (25). El cine fantástico y de ciencia ficción, desde films como Terminator, Time bandits, Doce monos, Navegator, Donni Darko, y tantos otros, plasma múltiples salidas del tiempo inmediato a través de la adaptación de un referente literario o por una idea original del guionista.

En la literatura los ejemplos de viajes temporales también son de frondosa variedad. En Alicia a través del espejo (1871) de Lewis Carroll, la Reina Blanca vive en reversa, su memoria siempre regresa invariablemente al pasado, en una suerte de constante viaje temporal. Un yanqui en la corte del Rey Arturo ( A yankee in King Arthur court ) es también otro memorable regreso temporal. Un eisteniano ejemplo de dilatación temporal parece prefigurado en Rip Van Wilke, de Washington Irving (26). En su relato El ruido del trueno, Bradbury describe una empresa que ofrece un viaje a la remota antigüedad de los dinosaurios; y en El zorro y el bosque el viaje en el tiempo es hacia el pasado pero con la condición de que los viajeros que llegan desde el futuro olviden su época de partida (27). El viaje puede ser también un deslizamiento inmediato hacia el pasado mediante una galería, como puente físico hacia el ayer (28). Este es el caso de la ficción cortazariana El otro cielo (29). En la novela de Isaac Asimov, El fin de la eternidad, unos agentes denominados "temporales" pueden viajar hacia atrás o adelante para impedir catástrofes y auxiliar de esa manera a la humanidad.

En las diversas ficciones sobre el viaje temporal se repite un atávico deseo de liberación de la finitud perceptiva: el deseo de la simultaneidad; el deseo de participación de una conciencia universal o "divina" que puede existir en los tres momentos del tiempo sucesivo a la vez. Esta simultaneidad es afín a la multipresencia en el espacio. El cuerpo físico no está constreñido a existir en un sólo lugar físico a la vez. Ya en la arcaica cosmovisión chamánica el hombre abierto a fuerzas sutiles experimenta la bilocación, la existencia en dos lugares de forma paralela.

La simultaneidad sería el atributo de una conciencia suprahumana, pero el hombre aspira a participar de ese estado superior de percepción simultánea desde lo visionario religioso. La conciencia que ve a la vez lo pasado, presente y futuro ve también el posible fin del tiempo, la futura conclusión apocalíptica. La visión del colapso de la historia es a la vez profecía. Así ocurre en la visión de San Juan de Patmos. La imaginación literaria seculariza la anticipación profética. Por un posible viaje gradual, y no desde la instantaneidad y simultaneidad de una hipotética conciencia divina, el hombre puede desplazarse desde el presente a lo pasado, o extenderse hacia lo futuro al punto de poder vislumbrar el ocaso o final de la humanidad (la decadencia del mundo eloi y morlok), y de entrever una naturaleza que luego de una presunta desaparición del hombre vuelve a reposar en su enigmática soledad. La visión como profecía en la ficción de Wells no es anuncio del porvenir, sino descubrimiento de un futuro que ocurre de forma simultánea al presente y el pasado. Esta simultaneidad temporal es paralelamente simultaneidad espacial, dado que en la posición de Wells el tiempo es dimensión que obra dentro del espacio. Pasado, presente y futuro simultáneos serían así tres lugares o posiciones diferenciadas de un espacio donde una línea imaginaria podría unir con instantánea velocidad los tres momentos temporales. La imposibilidad humana de una propagación simultanea del presente, pasado y lo futuro, nos condena al tiempo de la separación del presente respecto a lo pretérito y lo futuro (30).

El deseo humano de acceder a la presencia simultanea de los tres momentos temporales es tentación irresistible. Mediante una ejercitación espiritual el hombre ha pretendido el asalto hacia la simultaneidad temporal. En El yoga del viaje del tiempo (The yoga of time travel), el físico Alan Wolf observa que la meditación yóguica, guiada por los yogas sutras de Patañjali, pretende acceder al conocimiento intuitivo de lo simultaneo del pasado, el presente y el futuro. Para el hinduismo, la sensibilidad espiritual que arribe a ese estado sería un tri-kala-jñá (tri: tres; kala: tiempo, y jñani: conocedor).

La imaginación literaria es también ejercitación del deseo de participación en el conocimiento de las tres aristas paralelas del tiempo. En la célebre ficción de Wells, ese ejercicio en su punto más extremo es visión, pero también es proyección a lo simultaneo mediante lo gradual, mediante un saber acumulativo de desplazamientos, rectificaciones y análisis.

Y el medio hacia el viaje del tiempo siempre es tecnológico. Es la magia específica de la máquina y la tecnología como realización práctica de la teorización científica. El Viajero del Tiempo de Wells abre la conciencia occidental a una secularizada mística del viaje. El viaje como salida de la cárcel del inmediato presente. Y como exploración de otro tiempo. (*)

(*) Fuente: Esteban Ierardo, "La explicación y la visión. Una aproximación al viaje en el tiempo de H. G. Wells", editado aquí de forma original.

Citas:

(1) Herbert Spencer (1820-1903) impulsó fuertemente una filosofía evolucionista en Gran Bretaña. Autodidacta, ingeniero civil, unió en un mismo movimiento reflexivo la ciencia y las letras. Desde lo sociológico Spencer fue el primero en utilizar de forma sistemática conceptos como los de estructura y función. Su doctrina filosófica fundamental de cuño evolucionista se plasmó en su Sistema de filosofía sintética.

(2) La obra de H. G. Wells emerge en la época victoriana, signada por el gobierno de la reina Victoria (1837-1901). Es el tiempo de la aparición de la segunda revolución industrial con su reemplazo del carbón por el petróleo y la electricidad. El imperio británico experimenta su apogeo colonial. Al capitalismo feroz se le opone la organización sindical de la Trade union y un socialismo militante. La revolución rusa de 1917, de vastas consecuencias, la crisis económica norteamericana de 1929, las dos guerras mundiales, la difusión de la teoría de la relatividad, la explosión de la primera bomba atómica, son hechos fundamentales que H. G. Wells contempla. En este vasto arco de tiempo histórico se desarrolla su obra. Frente a las oscuras nubes de su horizonte epocal, el escritor británico reacciona desde el compromiso político, desde su adhesión a una crítica humanística de la alienación y la injusticia social. En esta postura influye fuertemente la temprana lectura de Los derechos del hombre de Paine, pionero del socialismo inglés. Mediante Spencer, H. G. Wells se acerca al evolucionismo, y cultiva una gran interés por la ciencia. Estudia en la Escuela Normal de Ciencias de Londres. Entre sus maestros se encuentra T. H. Huxley, famoso defensor del darwinismo, y abuelo del célebre novelista Aldous Huxley. Ejerce la docencia y publica un manual de biología. Además de sus novelas de Science-fiction, en su obra sobresalen novelas de fuerte impronta socialista como El nuevo Maquiavelo, El señor Brithing, Juana y Pedro; o novelas de tinte social, pobladas por gentes humildes: Kipps, La historia de Mr. Polly, o Tono-Bungay.

(3) Herbert George Wells, La máquina del tiempo. El hombre invisible, Buenos Aires, Hyspamérica Ediciones, Biblioteca personal Jorge Luis Borges, 1985, p. 16 (trad. Nellie Manso/J. Gómez de la Serna).

(4) Ibid., p.24.

(5) Ver Juan Ignacio Ferreras, La novela de ciencia ficción, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1972.

(6) Griffin, el personaje de El hombre invisible, es un físico desconocido, que explica su extraordinaria condición invisible mediante una excepción al principio de la "acción de la luz sobre los cuerpos visibles". Un cuerpo es visible en tanto refleja, absorbe o refracta la luz. Si el cuerpo no absorbe la luz sería una entidad diamantina, trasparente. Al cubrir un papel blanco con aceite se evita la reflexión o la refracción. Este mismo efecto podría conseguirse sobre una fibra de madera, de lana o hilo, y sobre los huesos, los nervios o el cabello. Así, "todo cuanto compone el cuerpo del hombre excepto el color rojo de su sangre y el pigmento oscuro de su cabello está hecho de tejidos trasparentes o incoloros. Sólo por ello somos visibles para los otros". Todo podría ser invisible salvo por los pigmentos. Pero un albino se caracteriza por la falta de pigmentación. Y Griffin es albino. Al bañarse en un líquido singular adquiere el don de la invisibilidad. El excepcional don adquirido por Griffin motiva luego la libre realización de sus ambiciones sin reparos morales. Así, su accionar se asemeja al del inescrupuloso Giges, el personaje del mito platónico que, dentro de un caballo de bronce hueco, halla un cadáver de tamaño superior al de un hombre que sólo tiene un anillo de oro en una de sus manos. Giges descubre que este anillo podía conferirle la invisibilidad. Entonces, aprovechándose de su impunidad, mata al rey, yace con su esposa, y se hace con el poder.

(7) Entre las principales obras fundamentales donde Henri Bergson desarrolla su pensamiento se encuentran La evolución creadora y Materia y memoria. También puede consultarse: Michel Barlow, El pensamiento de Bergson, México, Breviario de Fondo de Cultura Económica, 1968.

(8) En su "Nueva refutación del tiempo", Borges intenta la impugnación especulativa de toda sucesión temporal. Apela, para ello, a dos refutaciones filosóficas específicas: la refutación de la materia por Berkeley y la del sujeto por Hume. Finalmente, Borges asume que negar la sucesión temporal es un juego filosófico, o un "consuelo secreto", porque "el tiempo es la sustancia de la que estoy hecho"; en J.L. Borges, "Nueva refutación del tiempo" en Otras inquisiciones, en Obras completas,V. I, Buenos Aires, ed. Emecé.

(9) John William Dunne, de profesión ingeniero y diseñador de aviones, editó cuatro libros. El más famoso es Un experimento con el tiempo. Dunne parte de la búsqueda de una comprobación experimental de los sueños premonitorios. El sujeto inicial de la experimentación es él mismo. Dunne afirma que la precognición no es inherente sólo a una elite de hipersensitivos visionarios, sino que es una actividad normal del cerebro humano. Para explicar este fenómeno crea el serialismo. Un Observador 1 observa los hechos en su entorno físico. Este observador se mueve a través de una línea temporal que se extiende desde su nacimiento hasta su muerte física ( e incluso más allá). Al observador le pertenece un Tiempo 1, consistente en el punto inmensurable del ahora que se mueve a la velocidad de la luz. El tiempo 1 sólo es mensurable desde un Tiempo 2, y éste a su vez desde un Tiempo 3. El Observador 1 comienza así una línea de una infinita sucesión de series. El observador es finito, está condicionado por sus sentidos corporales. Todos los demás observadores carecen de corporalidad, y de su consiguiente limitación, y son así ilimitados. El último observador es un Yo universal (Dios para las religiones). Desde esta instancia superior, los otros observadores se van diferenciando en una línea descendente hasta el Tiempo 1. Esta teoría, hoy olvidada y poco atendida del serialismo permitiría, para Dunne, explicar los sueños premonitorios. En un sueño, el soñador ya no está sometido al ahora y puede libremente proyectarse hacia el pasado y el futuro. El sueño podría así anticipar el futuro, o rescatar el ayer, en un virtual viaje en el tiempo fuera de la temporalidad propia del Observador 1.

(10) En 1959, George Pal realiza su adaptación cinematográfica de The Time machine. También llevó a la pantalla grande La guerra de los mundos. Más recientemente, en 2002, Simon Wells, descendiente del escritor, realizó una nueva versión, insípida, poco convincente; sólo quizá sea rescatable el papel de Jeremy Irons (Uber-Morlock). La versión de Pal del viaje temporal de Wells posee varias diferencias significativas con la matriz literaria. El Viajero del Tiempo, personaje carente de nombre personal en la novela, es ahora George (Rod Taylor). Su casa en el Londres victoriano contiene numerosos relojes que irradian una atmósfera atravesada por la importancia del tiempo, su medición y dominio. Los profusos tictac preparan el posterior inicio del viaje. La traslación de George al 802.701 no será continua y directa como en la obra de Wells sino gradual y escalonada. George se detiene en tres estaciones relacionadas con grandes hechos bélicos. Al detenerse en la Primera Guerra Mundial se encuentra con el hijo de Filby; padre e hijo son protagonizados por Alan Young. George regresa a su máquina para trasladarse luego a la Segunda Guerra Mundial. Allí presencia los combates aéreos que fueron parte de la Batalla de Inglaterra, del choque entre la Luftwaffe y la RAF. Y luego hace escala en la Tercera Guerra Mundial en 1966, donde el hijo de Filby ahora es de edad avanzada y vuelve a encontrarse con George en la proximidad de su casa. La traslación temporal es siempre señalada por el cambio de ropaje de un maniquí. En esta última conflagración se desata un vasto poder destructivo. En el film, George, luego de llegar al mundo del futuro salva a Weena, que está a punto de ahogarse en un río. Con ella, visita las ruinas de un edificio inspirado en el Palacio de Porcelana Verde, donde encuentran los anillos parlantes, anillos que, al girar, liberan una voz que informa sobre hechos pasados. Los Eloi, alimentados para ser futuro alimento de los Morloks, son convocados al Edificio de la Esfinge Blanca mediante un sonido de sirena. Este elemento, junto con las imágenes catastróficas de la Tercera Guerra Mundial, sugiere la influencia del contexto histórico de la guerra fría en la que se realiza el film. Las sirenas del edificio morlok recuerdan la advertencia para acudir a los refugios ante un posible ataque nuclear. George alienta a los Eloi para romper su docilidad y apatía; éstos, así, reaccionan contra la dominación morlok. Esta actitud rebelde contribuye a un efecto melodramático, al triunfo del bien (la pulcritud civilizada eloi) sobre el mal (la barbarie gutural morlok), pero castra la fuerza crítica de la matriz literaria, su carácter de medio para una amonestación humanista del conflicto entre el Capitalista y el Trabajador. El aligeramiento hollywoodense se trasluce también en la construcción del vínculo George-Weena como relación "romántica", y como atracción para el final regreso del Viajero del Tiempo al futuro, donde obrará también como gran liberador, y como líder constructor de un nuevo mundo allí donde Wells diseminó las penumbras del ocaso. Weena, por otro lado, en la novela, muere en un incendio en el bosque, por lo que no podrá ser un estímulo erótico para el regreso final del Viajero del Tiempo al distante mañana. En el film es suprimido el último salto hacia el futuro, el desplazamiento de la máquina viajera y su tripulante a un tiempo ubicado dentro de treinta millones de años. La adaptación así no integra el punto visionario más alto y extraño del relato literario original, la final visión de un mundo donde ya no hay muestras de la existencia humana. A pesar de sus simplificaciones, el film de Pal es convincente en cuanto a sus logros técnicos (obtuvo de hecho el Oscar por mejores efectos especiales), a la atmósfera narrativa que genera, y a la acertada interpretación de Taylor, con su aire de victoriano explorador inglés del futuro. Las flores de Weena irradian sobre el final una poética prueba material del viaje al futuro tan eficaz en la novela como en su traspolación fílmica.

(11) Herbert George Wells, La máquina del tiempo, op. cit., p.34. A propósito de su viaje al futuro el Viajero del Tiempo recuerda: "Vi unos árboles crecer y cambiar como bocanadas de vapor, tan pronto pardos como verdes: crecían, se desarrollaban, se quebraban y desaparecían. Vi alzarse edificios vagos y bellos y pasar como sueños. La superficie entera de la tierra parecía cambiada, disipándose y fluyendo bajo mis ojos. Las manecillas sobre los cuadrantes que registraban mi velocidad giraban cada vez más de prisa. Pronto observé que el círculo solar oscilaba de arriba abajo, de solsticio a solsticio, en un minuto o menos, y que, por consiguiente, mi marcha era de más de un año por minuto; y minuto por minuto la blanca nieve destellaba sobre el mundo, y se disipaba, siendo seguida por el verdor brillante y corto de la primavera", H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit., ibid.

(12) Ibid, p. 47.

(13) Wells se separará finalmente de los fabianos por la rigidez de este movimiento. En la versión personal del socialismo de Wells es fundamental la propagación de la educación como medio de elevación espiritual de la humanidad y de erradicación de la pobreza.

(14) A este respecto el Viajero del Tiempo narra: "...salí de aquella galería y entré en otra más amplia aún, que a primera vista me recordó una capilla militar tendida de banderas desgarradas. Pronto reconocí en los harapos oscuros y carbonizados que pendían a los lados, restos averiados de libros. Desde hacía largo tiempo se había caído a pedazos, desapareciendo en ellos toda apariencia de impresión. Pero aquí y allá, cubiertas acartonadas y cierres metálicos decían bastante sobre aquella historia. De haber yo sido un literato, hubiese podido quizá moralizar sobre la futileza de toda ambición. Pero tal como era, la cosa que me impresionó con más honda fuerza fue el enorme derroche de trabajo que aquella sombría mezcolanza de papel podrido atestiguaba", en H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit. pp.92-93.

(15) Ibid., p.70.

(16) En 1927 Fritz Lang estrena Metrópolis, obra clásica del cine expresionista alemán. El guión es adaptación de la novela de Thea von Harbou, esposa de Lang. El filme presenta una distopía urbana futurista. En el 2026 existe la ciudad-estado Metrópolis. La sociedad se halla dividida en dos grupos bien diferenciados: los propietarios, los dominadores, que viven en la superficie, y en inmensos rascacielos, mientras que, bajo tierra, se apiñan los trabajadores; éstos trabajan sin descanso para la prosperidad y dicha de los moradores de arriba. Se repite así la misma distribución espacial de Wells en La máquina del tiempo donde el arriba es sitio de bienestar y libertad, y el abajo es lugar de oscuridad, sofocación y degradación.

(17) H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit, p. 47.

(18) Ibid., p.104.

(19) En La isla del Doctor Moreau, Wells urde una ficción cuyo propósito principal es la especulación sobre la experimentación biológica con animales a fin de acercarlos a la condición humana. Mediante operaciones y mutilaciones, el Dr. Moreau somete a diversos animales a una humanización compulsiva. La experimentación instala la cuestión ética sobre la intervención humana en la naturaleza que burla la evolución o las mutaciones naturales. Por nuevas vías, Wells sigue el camino de creación artificial de vida concebido por Mary Shelley en su Frankenstein. Aquí, la creación de la vida atípica no es efecto de la integración de diversas partes de cuerpos muertos sino de una manipulación biológica. En La isla del Doctor Moreau, los animales humanizados se someten a la Ley. Normativa general y superior que reprime la instintividad salvaje mediante el castigo y el dolor, y que se introyecta en los seres manipulados mediante la repetición de las prohibiciones prescriptas por la Ley a través de una danza y unos cantos repetitivos. A pesar de su voluntad "civilizadora", en las noches las criaturas de Moreau liberan sus instintos. Lo animal no es alterado ni dominado como tampoco lo es en los hombres que, tras las apariencias de civilización, continúan albergando una íntima esencia bestial.

(20) H. G. Wells, La máquina del tiempo, op. cit, p.111.

(21) Ibid., pp.113-114.

(22) Un ejemplo, entre mucho posibles, de la visión como arcaico camino hacia la verdad es la experiencia visionaria de Alce Negro quien, en 1931, en la reserva india de Pine Ridge, le trasmitió a un poeta de Nebraska, John Neihardt, su célebre Gran visión. Siendo joven, Alce Negro abandonó su cuerpo y contempló el mundo secreto de los Seis Antepasados, la montaña más alta del mundo, un círculo sagrado en cuyo centro se erguía un árbol poderoso. En la historia comparada de la mística las visiones son medios frecuentes de acceso a una verdad suprahumana o divina.

(23) Ver Arthur Clarke, 2001. Una odisea espacial, Hyspamérica ediciones Argentina, Buenos Aires, 1986 (trad. Antonio Ribera).

(24) En La Puerta en el muro, Lion Wallace es un especial niño destinado a convertirse en miembro destacado del gabinete inglés. En una de sus caminatas infantiles, descubre una puerta verde encastrada en un muro blanco. Al traspasar aquella abertura ingresa en un jardín encantado. Allí chispea un aire puro, colores vivos, libres panteras y alegres niños que juegan. El fantástico jardín que inundó los inocentes ojos del niño se nutre de la nostalgia del paraíso perdido, del deseo del hombre moderno de recuperar un mundo de libertad, intensidad y ebullición. Luego, Wallace crece. Se forja una brillante carrera pública. Se convierte en un reputado miembro del gabinete británico. Pero, durante el rumor de su vida pública exitosa, vive una existencia paralela. Una vida secreta, disimulada, silenciada, en la que la puerta en el muro regresa con su promesa de un mundo más vivo y auténtico. El jardín encantado es la existencia libre de la cárcel temporal; de la historia replegada sobre sí misma. Pero, en su devenir adulto, Wallace es prisionero de su presente histórico, de su temporalidad más inmediata. El tiempo ya no se abrirá como sí lo hace para el Viajero del Tiempo. Ver H.G.Wells, "La puerta en el muro", en Antología del cuento extraño, Buenos Aires, Hachette, 1976, pp.121-148; trad. Rodolfo Walsh.

(25) La teorización científica postula diversas posibilidades de viajes temporales. En la teoría de la relatividad existen "las curvas temporales cerradas" que permitirían un viaje hacia el pasado. La posibilidad teórica se extiende al descubrimiento o construcción de agujeros de gusano, o a medio absolutamente conjeturales como el empleo de una cuerda cósmica, cilindros gigantes rotatorios, o el teletransporte o envolvimiento cuántico.

(26) En la teoría especial de la relatividad de Eistein (y en su teoría general) al moverse un observador a la velocidad cercana a la luz, el reloj se mueve más lentamente que para un observador estacionario. Al regresar a su tiempo de partida luego de unos días, en la tierra habrían transcurrido cientos de años. Este efecto de dilatación temporal tiene una singular afinidad con la fantástica experiencia de Rip Van Wilke, de Washington Irving (1783-1850) Antes de la teoría de Einstein sobre la dilatación temporal o de La máquina del tiempo de H.G.Wells, Irving narra la maravillosa historia de un tranquillo habitante de un pueblecito fundado por antiguos colonos holandeses. Rip, hastiado del maltrato de su esposa gruñona, se interna una vez en el bosque para cazar y retozar placenteramente. Pero, allí, dentro de la espesura boscosa se encuentra con unos extraños habitantes del universo de los árboles. Y, sin que lo advirtiera, durante su viaje acontece una profunda transformación del orden previsible y normal del tiempo. "La aventura de Rip pronto fue conocida; para él los veinte años pasados habían sido una sola noche", en Washington Irving, "Rip Van Winkle", en El cuento norteamericano del siglo XlX, Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1977.

(27) En "El Ruido del trueno", en Ray Bradbury, Las doradas manzanas del sol, Barcelona, Minotauro.

(28) En "El zorro y el bosque", una de las prosas de El hombre ilustrado, Roger y Susan Kristen acuden a los Servicios de Viajes por el tiempo SA para escapar al futuro de su presente en el 2155. Kristen trabaja en una fábrica de bombas, y Susan en un laboratorio de cultivos patógenos. Escapan de un mundo concentrado en perfeccionar los poderes de destrucción. Escapan al México de 1936. En el relato se aclara que, al viajar al pasado, los viajeros del futuro sufren una "barrera psicológica", que asegura que no hagan revelaciones sobre la realidad futura de la que proceden: "No era posible decir dónde o cuándo se había nacido, ni hablar del futuro con los hombres del pasado. El futuro y el pasado debían protegerse el uno del otro.", en R. Bradbury, El hombre ilustrado, op. cit. p.177.

(29) Ver Julio Cortázar, "El otro cielo", en Cuentos completos 1, Madrid, Alfaguara, 1994, pp.590-606.

(30) Desde una perspectiva especulativa podría pensarse que la totalidad de los instantes temporales se desplazan en un espacio de multipresencias donde cada momento existe en una presencia simultánea. La única realidad así sería un metaespacio integrado por hechos simultáneos (y que se repetirían continuamente). El tiempo sólo existiría como propiedad de una conciencia observadora finita que sólo puede recorrer gradualmente los instantes temporales en el metaespacio. Una hipotética conciencia divina podría ver y contener simultáneamente cada instante del tiempo que, en el espacio completo de las simultaneidades, para nosotros sólo existe como gradual sucesión.

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