jueves, 14 de febrero de 2013

CARLOS FUENTES: EN ESTO CREO.


SILVIA 
La primera y la última, dice el maravilloso poema de Gérard de Nerval a Artemisa... «Et c’ést toujours la seule —ou c’ést le seul moment»... Si todas las mujeres que he querido se resumen en una sola, la única mujer que he querido para siempre las resume a todas las demás. Ellas son las estrellas. Silvia es la galaxia misma. Ella lo contiene todo. La belleza. El placer erótico pero también el simple placer de estar juntos, sentarnos a comer, dormir y despertar, caminar, viajar juntos, compartir amigos, discutir dudas, hacer planes, entender defectos, aceptar errores, amarnos incluso por lo que podría irritarnos o disgustamos en nuestras personalidades y conductas. La alegría de tener hijos. La pena de perderlos. La comunión de la memoria. El respeto de los tiempos. Los diferentes gustos. La complementariedad de profesiones, intelectos, emociones: somos distintos y cada cual le da al otro lo que ya no le falta porque lo mío fluye hacia ella como lo de ella fluye hacia mí. La urdimbre de genealogías, amistades, ciudades preferidas, la minucia esplendorosa de comidas, restoranes, nuestra común afición por el cine, el teatro, la ópera. Todo lo que nos une, incluso lo que podría separamos, convertido en punto de encuentro, interrogación y al cabo alianza. Somos muy distintos físicamente. Ella es delicada, dueña chica, rubia y con unos ojos sensuales que cambian del azul al verde y al gris con las horas. Su aspecto es europeo, pero su piel es mate, con un bello fulgor oriental. Su gusto por la ropa es extremo y me deleita. La quiero porque yo soy el hombre más puntual de la tierra y ella, puntualmente, siempre llega tarde. Es parte de su encanto. Hacerse esperar. Los europeos del siglo XVII esperaban que la muerte les llegase de España, para que llegara tarde. No, a ella y a mí nos llegó temprano cuando perdimos a Carlos. Unidos desde siempre, llegó una muerte que nos unió más que nunca. Ella sabe mantener la presencia de Carlos a toda ahora. Yo, menos sensible o más cobarde, he aprendido a convocar a mi hijo, con una fuerza que a mí mismo me sorprende, a la hora de escribir. Es cuando él está a mi lado, sintiendo que en mi esfuerzo cotidiano de trabajo él cumple, de alguna manera, su destino trunco. Sucede así que todo se prolonga y vuelve a encarnar en la unión de una pareja. Dijo Apollinaire que hay quienes mueren para ser amados. En nuestro caso, mi hijo está vivo porque el amor que nos unió (a Silvia, a Carlos, a mí) está vivo en nuestras vidas. Pero es ella, la mujer, la que revela la especificidad e inclusividad del amor. Es ella, Silvia, la que corona mi intento vital de prestar atención, sexual, erótica, política, literaria, fraternalmente. Pon atención o no tendrás derecho a que yo te quiera y tú me quieras. Tomás Eloy Martínez, nuestro entrañable amigo argentino, perdió a su bella mujer Susana Rotcker y escribió un réquiem vivo y adolorido que termina diciendo: «Habría dado todo lo que soy y lo que tengo por estar en su lugar. Me habría gustado verla envejecer. Habría querido que ella me viera morir.» 
Una pareja no sabe quién sobrevivirá al otro o si ambos morirán juntos. Pero el que sobrevive será siempre, no un doliente, sino un delegado de la muerte. El amor que se delega en la muerte se llama eros. Después de las noches, los días, los años de la carne contigua, su ausencia sólo se suple mediante la imaginación erótica. «El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte», dice Georges Bataille de la novela de Emily Bronte, Cumbres borrascosas. La sexualidad compromete a la muerte porque reproducirse significa desaparecer. Entender esto es entender la vida erótica después de la desaparición de la pareja. Entender esto es intensificar al máximo la relación sexual en el presente y desbordarla, eróticamente, a todas y cada una de las horas que, físicamente, no regresarán. 
Pues, ¿no debe haber, aun en el amor más pleno, un anticipo de pérdida que intensifica la presencia actual? 
A veces, mirando dormir a Silvia, quisiera robarle el nombre, la apariencia, la experiencia y ser el dueño absoluto de su existencia, el guardián celoso de sus secretos. Sin ella, sólo concibo el amor ante un espejo azogado por la memoria. Vuelvo apresurado, inquieto y hambriento, a su proximidad. Trato su cuerpo como si fuese el mío. Aprendo con Silvia a ser, al mismo tiempo, apasionado y respetuoso del cuerpo femenino unido al mío. Sólo la alabo en nombre de la perfección que le otorgo, aunque no la tenga, y que ella me ofrece, aunque no la vea. 
Todas las noches dejo una nota invisible sobre su almohada que dice «Me gustas». 
Las mujeres son pasajeras del alba. Cada una es portadora de un destino diferente. Mi destino fue encontrar a Silvia y convertir el mío en el suyo. 
Fuente: Libros Tauro.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Robert Musil (Klagenfurt, 6-XI-1880 - Ginebra, 15-IV-1942)


Robert Musil (Klagenfurt, 6-XI-1880 - Ginebra, 15-IV-1942) fue, sin dudas, un `Dichter`, es decir, un novelista en la más auténtica tradición goethana, un creador de ficciones elaboradas con el propósito de penetrar y registrar las profundidades de la condición humana y los detalles más discutibles de la vida social. 

Buena parte de su adolescencia transcurrió en el agobiante clima de una acedemia militar (experiencia que retrata en el libro `Die Verwirrungen des Zöglings Törless`, Bildungsroman de 1906). Prosiguió estudios de ingeniería mecánica en Brno, antés de instalarse en Berlín para interiorizarse en la obra filosófica de Nietzsche y de Mach. Después de haber combatido en la Iº Guerra Mundial y de haberse desempeñado como funcionario gubernamental de la República de Austria, decidió dedicarse a la literatura a tiempo completo. Su vida como escritor (crítico de teatro, redactor de periodicos, publicista, editor, etc.) le reportó una constante penuria económica que sobrellevó en compañía de su mujer Martha Heimann-Marcovaldi -verdadero sostén espiritual del autor-, hasta que se constituyeron grupos privados con el propósito de finaciar la composición de su obra. 

Pese a que incursionó con desigual éxito por el teatro (`Die Schwärmer` de 1921 y `Vinzenz und die Freundin bedeutender Männer` de 1926), el reconocimiento le llegó a partir de sus narraciones. `Vereinigungen` (1911), `Die Portugiesin` (1923), `Drei Fragüen` (1924), son textos contundentes, pero, indudablemente, `Der Mann Ohhe Eigenschaften` es su obra mayor. El libro se fue publicando en varios volúmenes a partir de 1930, quedando -como era de esperarse- inconcluso. 

La prosa de Musil devela a un profundo pensador, que hace de la ficción un campo de reflexión sobre el (espíritu del) Hombre. El enorme trabajo de disección y vivisección del mundo de su época se manifiesta en cada una de las páginas por él escritas. Su tono es solemne, su humor es amonestador. Como todo buen novelista germano de la entreguerra, sus textos repiten el tópico del vacío y del silencio, del apocalipsis que ya acaecio y que, sin embargo, no ha redimido a la humanidad. Sus (anti)heroes emergen como seres-en-el-mundo, que deben apropiarse de sus circunstancias para abandonar el aturdimiento que les genera el espacio pleno y ausente de la Diferencia. 

La perspectiva que pretende adoptar es la de un observador en los límites del mundo, que analiza absolutamente todos los aspectos de lo real, proyectando un mapa que oculta la ilusión de constituirse en una imagen luminosa del ahora irrepresentable unvierso.


Pablo Cerone
 (aporte de pablocero)

lunes, 11 de febrero de 2013

LEÓN TOLSTOI


LEÓN TOLSTOI.
Novelista ruso, profundo pensador social y moral, y uno de los más grandes autores del realismo de todos los tiempos. 
Nació el 9 de septiembre de 1828 en la propiedad familiar de Yásnaia Poliana (sur de Moscú). Hijo del conde Nokolai Ilich, un terrateniente, y de María Nikolaievna, princesa Volkonskaia. Su primera infancia transcurrió en Yásnaia Poliana. En 1830 fallece su padre y cuando tenía nueve años murió su madre. Los hermanos Tolstói fueron confiados a la tutela de dos tías paternas y en 1841 pasó a vivir con una de ellas en la ciudad de Kazán. Recibió educación de tutores franceses y alemanes y a los 16 años entra en la Universidad Kazán, donde cursó estudios de lenguas y leyes. En el año 1851 se incorpora al ejército y entra en contacto con los cosacos, que se convertirían en los protagonistas de una de sus mejores novelas cortas, Los cosacos (1863). Como militar, participó contra los guerrilleros tártaros en los límites del Cáucaso y en la guerra de Crimea, en 1853. Concluyó una obra autobiográfica, Infancia en 1852, a la que siguieron otras dos, Adolescencia (1854) y Juventud (1856). Después aparece Sebastopol (1855-1856), tres historias basadas en la guerra de Crimea. Regresó a San Petersgburgo en 1856. Realiza viajes por el extranjero (en 1857 y 1861), visitando escuelas alemanas y francesas y, más adelante, abrió en Yásnaia Poliana una escuela para niños campesinos. En 1862, contrajo matrimonio con Sonia Andréievna Bers. Después escribió sus dos novelas principales, Guerra y Paz (1865-1869) y Ana Karenina (1875-1877). Guerra y Paz, está considerada como una de las novelas más importantes de la historia de la literatura universal, una visión épica de la sociedad rusa entre 1805 y 1815. Ana Karenina, novela por entregas, fue considerada como una de las mejores novelas psicológicas de la literatura. Alrededor de 1877 se convirtió al cristianismo. En Confesión (1882), se culpa de llevar una existencia vacía y autocomplaciente y emprende una larga búsqueda de valores morales y sociales. Escribe los ensayos Amo y criado (1894). En ¿Qué es el arte? (1898), realiza una condena de casi todas las formas de arte, y abogó por un arte inspirado en la moral, en el que el artista comunicara los sentimientos y la conciencia religiosa del pueblo. Escribe cuentos de carácter edificante, reunidos en el volumen Historias para el pueblo (1884-1885) y obras destinadas a lectores cultos, en las que se permite un mayor espacio para desarrollar su poderosa inventiva. La más conocida de estas obras es La muerte de Iván Ilich (1886). El cuento La sonata a Kreutzer (1889) trata de la educación sexual y el matrimonio.

GUERRA Y  PAZ.
Poema épico, vasto fresco de una época y elegía por los perdedores, esta portentosa novela cuenta la invasión de Rusia por parte de las tropas napoleónicas. Un sinfín de personajes, entre la vida y la muerte, nimbados por el deseo de gloria y redención, desfilan por estas páginas inolvidables, donde Tolstói, como un nuevo Homero, forja de nuevo una poética de la guerra como ya nadie será capaz de volver a fundar.
Fuente: N.N.

(Fragmento).

Annotation


Mientras la aristocracia de Moscú y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ámbito, las tropas napoléonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clásico de la literatura universal. Tolstói es, con Dostoievski, el autor más grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al español y la edición que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aquí en un formato más grande y legible la traducción de Lydia Kúper, la única traducción auténtica y fiable del ruso que existe en el mercado español. La traducción de Laín Entralgo se publicó hace más de treinta años y presenta deficiencias de traducción. La traducción de Mondadori se hizo en base a una edición de Guerra y paz publicada hace unos años para revender la novela, pero es una edición que no se hizo a partir del texto canónico, incluso tiene otro final. La edición de Mario Muchnik contiene unos anexos con un índice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro índice que desglosa el contenido de cada capítulo.
GUERRA Y PAZ 



Mientras la aristocracia de Moscú y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ámbito, las tropas napoléonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clásico de la literatura universal. Tolstói es, con Dostoievski, el autor más grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al español y la edición que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aquí en un formato más grande y legible la traducción de Lydia Kúper, la única traducción auténtica y fiable del ruso que existe en el mercado español. La traducción de Laín Entralgo se publicó hace más de treinta años y presenta deficiencias de traducción. La traducción de Mondadori se hizo en base a una edición de Guerra y paz publicada hace unos años para revender la novela, pero es una edición que no se hizo a partir del texto canónico, incluso tiene otro final. La edición de Mario Muchnik contiene unos anexos con un índice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro índice que desglosa el contenido de cada capítulo.

Título Original: Voïna i mir
Traductor: Kúper Fridman, Lydia
©1869, Tolstói, Liev
©2010, El Aleph Editores, S.A
Colección: Modernos y clásicos de El Aleph, 333
ISBN: 9788476699676
Generado con: QualityEbook v0.35
Liev Tolstói 


Guerra y paz

LIBRO PRIMERO 


Primera parte 






—Eh bien, mon prince, Génova y Lucca ya no son más que posesiones de la familia Bonaparte. No, le prevengo que si usted no me dice que estamos en plena guerra, si vuelve a permitirse paliar todas las infamias, todas las atrocidades de ese Anticristo (le doy mi palabra de que así lo considero), a usted ya no lo conozco, no es usted mi amigo, no es mi devoto esclavo, como dice. Ea, bienvenido, bienvenido. Veo que lo he asustado. Siéntese y charlemos.
Con tales palabras, Anna Pávlovna Scherer, dama de honor muy allegada a la emperatriz María Feodórovna, salía al encuentro, en un día de julio de 1805, de cierto importante personaje cargado de títulos, el príncipe Vasili, primero en llegar a su recepción. Anna Pávlovna tosía desde hacía unos días; se trataba de una “grippe”, como ella decía (“grippe” era entonces una palabra nueva, que muy pocos empleaban). Las tarjetas de invitación, enviadas por la mañana mediante un lacayo de librea roja, decían indistintamente:

Si vous n’avez rien de mieux à faire, M. le comte (o bien mon prince), et si la perspective de passer la soirée chez une pauvre malade ne vous effraye pas trop, je serai charmée de vous voir chez moi entre 7 et 10 heures. Annette Scherer.1
—Dieu, quelle virulente sortie!2— exclamó sin inmutarse por semejante acogida el príncipe, que entraba con su reclamado uniforme de Corte, sus calzas de seda y zapatos de hebilla, lleno el pecho de condecoraciones y con una apacible expresión en el achatado rostro.
Era el suyo un francés selecto, como aquel que nuestros abuelos no sólo hablaban, sino que usaban también para pensar, dicho con esa entonación dulce, protectora, propia de un hombre importante, envejecido en la alta sociedad y en la Corte. Se acercó a Anna Pávlovna, le besó la mano, inclinando su perfumado y brillante cráneo, y tranquilamente tomó asiento en el diván.
—Avant tout,3 dites-moi comment vous allez, chère amie. Tranquilice a un amigo— dijo sin alterar la voz y con un tono en el que, tras la conveniencia y simpatía, apuntaba una indiferencia casi irónica.
—No se puede estar bien cuando se sufre moralmente— respondió Anna Pávlovna. —¿Se puede estar tranquila en nuestros tiempos, si se tiene corazón? Espero que se quede conmigo toda la velada, ¿verdad?
—¿Y la fiesta del embajador de Inglaterra? Hoy es miércoles y tendré que dejarme ver. Mi hija vendrá a buscarme.
—Creí que esa fiesta se anularía. Je vous avoue que toutes ces fêtes et tous ces feux d’artifice commencent à devenir insipides.4
—De haberse sabido su deseo, la fiesta se habría cancelado— replicó el príncipe, quien, como de costumbre, igual que un reloj en marcha, decía cosas en las que ni él mismo deseaba que se creyese.
—Ne me tourmentez pas. Eh bien, qu'a-t-on décidé par rapport à la dépêche de Novosiltsov? Vous savez tout.5
—¿Qué quiere que le diga?— respondió el príncipe con voz fría y cansada. —Qu’a-t-on décidé? On a décidé que Buonaparte a brûlé ses vaisseaux, et je crois que nous sommes en train de brûler les nôtres.6
El príncipe Vasili hablaba siempre perezosamente, como un actor que declama su papel en una comedia archisabida. Por el contrario, Anna Pávlovna Scherer, a pesar de sus cuarenta años, se mostraba llena de animación y fervor.
Ser entusiasta se había convertido para la dama en una verdadera posición social y aun a veces, sin quererlo, sólo por no defraudar las esperanzas de quienes la conocían, se fingía entusiasta. La contenida sonrisa que brillaba siempre en el rostro de Anna Pávlovna, aun cuando no armonizara con los rasgos envejecidos de su rostro, expresaba, como en los niños mimados, la permanente conciencia de su gracioso defecto, del que ni quería, ni podía, ni encontraba necesario corregirse.
En plena conversación política, Anna Pávlovna se acaloró:
—¡Oh, no me hable de Austria! Tal vez yo no entiendo ni palabra, pero me parece que Austria no desea la guerra ni la ha deseado nunca. Nos traiciona. Sólo Rusia debe salvar a Europa. Nuestro bienhechor conoce su alta misión y le será fiel: sólo en eso confío. A nuestro amado y bondadoso Emperador le está reservada la misión más grandiosa del mundo y él es tan virtuoso que Dios no lo abandonará, para que cumpla su alto destino: aplastará la hidra de la rebelión, más terrible todavía al estar encamada en aquel malhechor y asesino. Nosotros solos debemos redimir la sangre del justo... y yo le pregunto... ¿En quién podemos confiar? Inglaterra, con su espíritu comercial, no comprenderá ni podrá comprende nunca la sublime altura moral del emperador Alejandro. Se han negado a evacuar Malta. Quiere ver claro y busca por todas partes el móvil secreto de nuestros actos. ¿Qué han dicho a Novosiltsov?... Nada. No han comprendido, no pueden comprender la abnegación de nuestro Emperador, que nada quiere para sí y lo quiere todo para el bien del mundo. ¿Y qué han prometido? Nada. ¡Y lo que prometieron no lo cumplirán! Prusia ha declarado ya que Bonaparte es invencible y que nada puede hacer Europa entera contra él... Y yo no creo una sola palabra ni de Hartlenberg ni de Haugwitz. Cette fameuse neutralité prussienne, ce n’est qu’un piège7. No creo más que en Dios y en el sublime destino de nuestro gran Emperador. ¡Él salvará a Europa!... y aquí se interrumpió de improviso Anna Pávlovna, con una sonrisa irónica, burlándose de su propio ardor.
—Creo— comentó el príncipe sonriendo —que si la hubiesen enviado a usted en vez de a nuestro simpático Wintzingerode, habría arrancado el consentimiento del rey de Prusia. ¡Es usted tan elocuente! Pero ¿no me ofrece té?
—¡Ahora mismo! À propos— añadió calmándose de nuevo, —hoy tendré en mi casa a dos hombres muy interesantes: le vicomte de Mortemart, il est allié aux Montmorency par les Rohan.8 Una de las mejores familias de Francia. Es uno de los auténticos y verdaderos emigrados. Además vendrá l’abbé Morio. ¿Conoce a esa mente privilegiada? Ha sido recibido por el Emperador. ¿Lo conoce?
—Estaré encantado— dijo el príncipe; y añadió con negligencia, como si en aquel instante se acordara de algo distinto, aun cuando lo que preguntaba era el principal objeto de su visita: —Dígame, ¿es verdad que l’impératrice— mére desea el nombramiento del barón Funke como primer secretario en Viena? C’est un pauvre sire, ce baron, à ce qu’il paraît.9
El príncipe Vasili intentaba obtener para su hijo el cargo que, a toda costa, se deseaba conceder al barón por mediación de la emperatriz María Feodórovna.
Anna Pávlovna cerró casi los ojos, como significando que ni ella ni nadie podía criticar lo que gustaba o no a la Emperatriz.
—Monsieur le baron de Funke a été recommandé à l’impératrice-mére par sa soeur10— se limitó a decir con voz triste y seca.
Cuando Anna Pávlovna nombró a la Emperatriz su rostro adquirió la expresión profunda y sincera de una mezcla de devoción, estima y tristeza, lo cual ocurría siempre que en la conversación hablaba de su protectora. Añadió que Su Majestad había querido mostrar al barón Funke beaucoup d’estime, y, una vez más, sus ojos se velaron de tristeza.
El príncipe se calló aparentando indiferencia. Anna Pávlovna, con su habilidad de mujer y dama de Corte y con la rapidez de su intuición femenina, quiso castigar al príncipe por cuanto había osado decir sobre una persona recomendada a la Emperatriz, consolándolo al mismo tiempo.
—Mais à propos de votre famille— añadió, —¿sabe usted que su hija, con su presentación en sociedad, fait les délices de tout le monde? On la trouve belle comme le jour.11
El príncipe se inclinó en señal de respeto y gratitud.
—Pienso a menudo— prosiguió Anna Pávlovna después de un instante de silencio, acercándose al príncipe y sonriéndole tiernamente, demostrando así que había concluido la conversación política y mundana y que podía iniciarse la íntima, —pienso muchas veces con cuánta injusticia se reparten los bienes de la vida. ¿Por qué la fortuna le ha concedido dos hijos (no cuento al menor, Anatole, que no me gusta)— añadió con voz tajante, arqueando las cejas, —dos hijos tan excelentes? Sinceramente, usted los aprecia menos que nosotros, porque no se los merece.
Y volvió a sonreír con su sonrisa entusiasta.
—Que voulez-vous? Lafater aurait dit que je n’ai pas la bosse de la paternité— dijo el príncipe.12
—Déjese de bromas. Quiero hablar con usted seriamente. ¿Sabe que estoy descontenta de su hijo menor? Y entre nosotros le diré— a su rostro volvió la expresión de tristeza —que han hablado de él a Su Majestad y lo han compadecido...
No respondió el príncipe, pero la dama lo observaba en silencio, interrogativamente, en espera de una respuesta. El príncipe Vasili arrugó el ceño.
—¿Qué quiere que haga?— dijo por fin. —Sabe que hice por su educación cuanto puede hacer un padre, y los dos han salido imbéciles. Hipólito, por lo menos, es un tonto apacible y Anatole un tonto turbulento. Ésa es la única diferencia que hay entre ellos— añadió con una sonrisa todavía más artificial y una animación mayor que de ordinario, al mismo tiempo que en las arrugas que rodeaban su boca se dibujó algo inesperadamente vulgar y desagradable.
—¿Por qué hombres como usted tienen hijos? Si no fuese padre, nada tendría que reprocharle— comentó Anna Pávlovna, levantando pensativamente los ojos.
—Je suis votre fiel esclavo, et à vous seule je puis l’avouer. Mis hijos, ce sont les entraves de mon existence.13 Ésta es mi cruz. Así me lo explico yo. Que voulez-vous...— y calló, expresando con un gesto su sumisión al cruel destino.
Anna Pávlovna quedó pensativa.
—¿No ha pensado alguna vez en casar a su hijo pródigo, a Anatole?— Y añadió: —Dicen que las solteronas ont la manie des mariages. No es que sienta ya esta debilidad, pero tengo en la mente a una petite personne que no lo pasa muy bien con su padre, une parente à nous, une princesse Bolkónskaia.14
El príncipe Vasili no respondió, aunque captó su propuesta gracias a la memoria y rapidez de comprensión propias de los hombres de mundo y así se lo hizo entender con un movimiento de cabeza.
—Oh, ¿sabe que ese Anatole me cuesta cuarenta mil rublos al año?— dijo, sin poder evitar, por lo visto, el curso de sus tristes pensamientos. Después calló de nuevo. —¿Qué va a ocurrir dentro de cinco años, si las cosas siguen así? Voilà l'avantage d'être père.15 ¿Es rica esa princesa?
—Su padre es rico y avaro. Vive en el campo. Es el famoso príncipe Bolkonski, caído en desgracia en los tiempos del difunto Emperador y al que llamaban “rey de Prusia”. Se trata de un hombre muy inteligente, pero maniático y difícil. La pauvre petite est malheureuse comme les pierres.16 Tiene un hermano que se casó recientemente con Lisa Meinen. Es ayudante de campo de Kutúzov y hoy vendrá a mi casa.
—Écoutez, chère Annette— dijo el príncipe, tomando de improviso la mano de su interlocutora e inclinándola incomprensiblemente hacia abajo. —Arrangez-moi cette affaire et je suis votre fidelísimo esclavo à tout jamais. La muchacha es de buena familia y rica. No necesito otra cosa.17
Y con aquellos movimientos fáciles, familiares y graciosos que lo distinguían, tomó de nuevo la mano de la dama de honor, la besó y después de besarla la agitó en el aire un instante y se arrellanó en el sillón dirigiendo los ojos a otra parte.
—Attendez— dijo Anna Pávlovna. —Hoy mismo hablaré con Lise, la femme du jeune Bolkonski. Tal vez lleguemos a un acuerdo. Ce sera dans votre famille que je ferai mon apprentissage de vieille filie.18

domingo, 10 de febrero de 2013

Osvaldo Soriano (Argentina, 1943-1997)


Hace varios años, mi amiga y Dra en Filología: Margarita Rojas, me recoméndó que me leyera: “Bomarzo” de Manuel Mujica Laínez,  que se ha convertido – al menos para mí- en novela de “culto”. Posteriormente, me recomendó: “Los detectives  salvajes” de Roberto Bolaño, e igual que la anterior ha sido una de las mejores novelas que haya leído en los últimos tiempos. E igual, mi amiga me ha recomendado las obras de Horacio Castellanos Moya: “El gran masturbador” (cuento) y su fabulosa novela: “Baile con serpientes”. Hoy, yo les recomiendo las novelas de Osvaldo Soriano, que igualmente, la Dra. Margarita Rojas me recomendó, siguiendo el mismo patrón de amistad literaria  que nos ha unido desde nuestra adolescencia.

Osvaldo Soriano (Argentina, 1943-1997) 

Escritor argentino nacido en Mar del Plata. Su primera novela Triste, solitario y final (1973) fue traducida a doce idiomas. Tras el golpe de Estado de 1976, se trasladó a Bélgica y más tarde a París hasta 1984. Entre sus obras podemos destacar No habra mas penas ni olvido (1983), Cuarteles de invierno (1983), Artistas, locos y criminales (1984), Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988,) A sus plantas rendido un león (1988), Una sombra ya pronto serás (1990), El ojo de la patria (1992), Cuentos de los años felices (1993), historias cortas, la mayoría de las cuales aparecieron en el periódico Página/12, del cual era asiduo colaborador, y La hora sin sombra (1995). El director Héctor Oliveira ha llevado al cine algunas de sus obras. Sus novelas han sido publicadas en veinte paises y traducidas a más 15 idiomas. Murió el 29 de enero de 1997 en la Ciudad de Buenos Aires 

Osvaldo Soriano

Una sombra ya pronto serás
Editorial Sudamericana
narrativas aRgentinas
  
)
 Osvaldo Soriano nació en Mar del Plata en enero de 1943. En 1973 publicó su primera novela Triste, solitario y final, traducida a doce idiomas.
En 1976, después del golpe de Estado,
Soriano se trasladó a Bélgica y luego vivió en París hasta 1984, año en que regresó a Buenos Aires. En 1983 se conoció en Buenos Aires No habrá más penas ni olvido, llevada al cine por Héctor Olivera, que ganó el Oso de Plata en el festival de cine de Berlín. En 1983 se publicaron seis ediciones de Cuarteles de invierno, ya considerada la mejor novela extranjera de 1981 en Italia, y llevada dos veces al cine.
En 1984 apareció Artistas, locos y criminales y * en 1988 Rebeldes, soñadores y fugitivos, colecciones de textos e historias de vidas. Ese mismo año se publicó A sus plantas rendido un león, la novela de más éxito editorial de los últimos años.
Las novelas Triste, solitario y final, No habrá más penas ni olvido, Cuarteles de invierno y A sus plantas rendido un león han sido publicadas en veinte países y traducidas a los idiomas inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, noruego, holandés, griego, polaco, húngaro, checo, hebreo, danés y ruso.

Una sombra ya pronto serás, escrita entre 1989 y 1990, es la quinta novela de Osvaldo Soriano y aparece simultáneamente en Argentina, España, Italia, Francia y Alemania.
Una sombra ya pronto serás
Diseño de tapa: Mario Blanco
Foto de solapa: César Cichero (gentileza de la Editorial Atlántida)
PRIMERA EDICION Noviembre de 1990
CUARTA EDICION Diciembre de 1990
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.
© 1990, Editorial Sudamericana, S.A., Humberto I 531, Buenos Aires.
© 1990, Osvaldo Soriano.
ISBN 950-07-0643-1

Hace tiempo que todo me sale tor-cido: me parece que ahora en el mundo sólo existen historias que quedan en suspenso y se pierden en el camino.
Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.
Caminito que entonces estabas bordeado de trébol y juncos en flor una sombra ya pronto serás una sombra lo mismo que yo.
Peñaloza, Filiberto, Caminito.

Una sombra ya pronto serás (Fragmento).

 Nunca me había pasado de andar sin un peso in el bolsillo. No podía comprar nada y no me quedaba nada por vender. Mientras iba en el tren me gustaba mirar el atardecer en la llanura pero ahora me era indiferente y hacía.tanto calor que esperaba con ansiedad que llegara la noche para echarme a dormir debajo de un puente. Antes de que oscureciera miré el mapa porque no tenía idea de dónde estaba. Hice un recorrido absurdo, dan-do vueltas y retrocediendo y ahora me encontra-ba en el mismo lugar que al principio o en otro idéntico. Un camionero que me había acercado hasta la rotonda me dijo que encontraría una Shell a tres o cuatro kilómetros de allí pero lo único que vi fue un arroyo que pasaba por abajo de un puen-te y un camino de tierra que se perdía en el ho-rizonte. Dos paisanos a caballo seguidos por un perro mugriento iban vareando animales y eso era todo lo que se movía en el paisaje.
El arroyo estaba seco y bastaba con prender unas ramas para que los bichos y las culebras se alejaran enseguida. Al menos eso me dijo el 
 maquinista con el que hice el primer trecho a pie des-pués que el tren nos abandonó en medio del cam-po. Los otros pasajeros se habían quedado espe-rando que vinieran a buscarlos, pero cuando a la segunda noche el guarda y el maquinista juntaron la comida y se largaron por la vía, yo los alcancé corriendo y así empecé la caminata.
Ahora no sabía adonde iba pero al menos que-ría entender mi manera de viajar. Encendí el fue-go y volví a la ruta a fumar el primer cigarrillo del día. Ya era noche cerrada y estuve escuchando un rato a los grillos y mirando las estrellas. De pron-to recordé a aquel astrónomo alemán que vino a verme indignado por las últimas teorías de Stephen Hawking y me propuso que le desarrollara un programa para calcular la onda gravitacional de un astro fugaz. Quería presentarlo en un con-greso de Frankfurt pero cuando me trajo las pri-meras ecuaciones a mí ya me habían echado del instituto.
Hacía rato que estaba sentado al borde del ca-mino cuando pasó un Sierra tocando bocina y ca-si se lleva por delante la rotonda. Fue el último co-che que vi y a las diez fui a buscar tinas manza-nas que me dejó el camionero porque las manos me estaban temblando de hambre. En el bolso lle-vaba unos grisines que había sacado del comedor del tren, pero me dije que sería mejor dejarlos pa-ra la mañana siguiente. Quería salir temprano, conseguir algo de comer y encontrar a alguien que me acercara hasta una estación donde me devol-vieran la plata del boleto. Con eso podría  comprarme algo de ropa porque ya me estaba pare-ciendo a un linyera. Dejé que el fuego se fuera apagando solo, puse el bolso como almohada y pi-té otro cigarrillo antes de dormirme.
Me desperté al amanecer y fui a ver si encon-traba a alguien que pudiera darme una mano. A lo lejos vi a los paisanos que seguían pegados a los caballos como si fueran de una sola pieza. Me ha-cía falta una comida caliente, una taza de café o algo parecido a lo que toma la gente cuando se despierta. Al ver que cruzaba el alambrado, uno de los peones dio un grito y se me vino al trote con el rebenque al hombro. A la distancia me dio un buenos días sin aprecio y me preguntó qué anda-ba buscando por ahí. Me escuchaba mirando pa-ra atrás como si lo mío no le interesara:
—¿Usted es el que prendió fuego? —me pregun-tó y señaló el puente con el mango del rebenque.
Le dije que sí, que había dormido allí, y cuan-do me interrumpió en medio de la explicación me di cuenta de que debía andar muy caído para que un paisano me levantara la voz.
—Eso está prohibido acá —me rezongó como si fuera el dueño del campo.
Nos estuvimos mirando un rato hasta que el otro, que debía ser el capataz, se acercó a ver qué pasaba.
—Venía a pedir un trago de agua, nomás —di-je y eso los desconcertó. El otro aprovechó para ponerse en el papel de gaucho bueno y me alcan-zó un porrón de ginebra que llevaba en el recado.
—-Si quiere se ceba unos mates antes de ir-
 mosca, pero supuse que en algún momento ten-dría que pasar alguien que fuera hacia el sur. Cuando terminó, el gato se tiró al sol y cerró los ojos. Todavía no eran las ocho y el cielo estaba limpio como en las mejores mañanas de verano. Pensé que sería domingo y por eso el tipo de la Shell no se había levantado todavía. Las posibili-dades de que pasara algún viajante eran pocas pe-ro no quería amargarme: me había dado un buen baño y hasta tenía un poco de yerba para hacer-me un mate cocido.
Tantas veces empecé de nuevo que por mo-mentos sentía la tentación de abandonarme. ¿Por  qué si una vez conseguí salir del pozo volví a caer como un estúpido? "Porque es tú pozo", me res-pondí, "porque lo cavaste con tus propias ma-nos". Un chimango vino a posarse sobre el alam-bre, cerca de la camisa, y el gato abrió un ojo. Al mismo tiempo escuché el ruido de un auto que se acercaba por la ruta. Di un salto para ir a buscar la camisa y el pájaro salió volando cerca de mi ca-beza. Apenas tuve tiempo de calzarme los zapa-tos y agarrar el saco cuando a la playa entró un Renault Gordini lleno de valijas sobre el techo y un paragolpes alto como el de un camión. Tenía la carrocería llena de parches y las gomas nuevas como si lo hubieran resucitado esa mañana. Dio un salto en el terraplén, hizo un zig zag y entró, triunfal, a la explanada de los surtidores.
—¡Finito! —gritó el que manejaba—, ¡l'avventura é finita!
A duras penas pudo despegarse del asiento. 
Pesaba como 120 kilos y le calculé cincuenta y cin-co años mal llevados; tenía unos anteojos sucios, la camisa sudada y los zapatos negros bien lustra-dos.
—Fammi il pieno, giovanoto —me dijo, y para impresionarme sacó un fajo de billetes grandes.
El coche había sido verde pero ahora no se sa-bía bien. El motor regulaba con un ruido de bie-las cascadas; cada tanto una basura se metía en el carburador y la carrocería daba una sacudida, pe-ro el gordo parecía tenerle una confianza ciega y ni siquiera le prestaba atención.
Le dije que yo no era de allí y que estaba espe-rando que alguien me llevara para el sur. En ese momento se abrió la puerta de la oficina y apare-ció un tipo rubio, sin ilusiones, enfundado en el mameluco bordó de la Shell.
—Il pieno —repitió el gordo con los billetes en-rollados entre los dedos, sin responder a los bue-nos días del otro.
—¿Y cosa va fare al sur si se puede saber?— me preguntó, mientras apoyaba una pierna sobre el paragolpes y el Gordini se inclinaba casi hasta el suelo.
—Voy a Neuquén —le dije, aunque no estaba muy seguro.
—¡Petróleo! —exclamó y levantó las manos co-mo si hubiera respondido a una adivinanza. Vol-ví a sentarme con el saco en la mano. El de la es-tación de servicio dormía de pie mientras los nú-meros del surtidor corrían y el gordo se rascaba la cabeza con los billetes.
—¿Y va así nomás, a dedo? —insistió con una sonrisa. Si lo decía todo en castellano apoyaba el acento extranjero. Alcé los hombros y le dije que me había quedado sin trabajo.
—Acá no se puede estar —me advirtió el rubio del surtidor que se había despertado de golpe.
Entonces el gordo saltó, indignado, como si el pleito fuera con él.
—Come non può stare qui? Questo è un luogo pubblico! —señaló la insignia de la Shell, como si fuera uno de los accionistas principales—: E l'im-magine dell´imprisa, allora?
—Deme justo que no tengo cambio —lo inte-rrumpió el rubio que no parecía muy impresiona-do por el sermón. Después me miró como a un facineroso y señaló algo a mi espalda.
—¿Es suyo eso?
Había visto el calzoncillo. El gordo se quitó los anteojos y de golpe su aspecto se volvió menos respetable. El empleado dejó el tapón del tanque sobre el capó y fue hacia el alambrado. Pensé que no iba a aceptar explicaciones y me hice a la idea de que estaba condenado a caminar por el campo hasta el fin de mis días. De pronto el gordo me in-dicó el. tapón y me hizo una seña con la cabeza. Como no tenía nada que perder levanté el bolso, recogí el tapón y me tiré en el asiento desvencija-do. El gordo tardó un poco más en llegar pero arrancó igual que si manejara un turbo de ocho ci-lindros. Entró a la ruta con una maniobra bastan-te elegante, puso la tercera y le dio un beso a la medallita que llevaba al cuello.
—Signore ti ringrazio —murmuró. En el table-ro tenía una calcomanía de Gardel y una estampita de la Virgen de Luján.
—Va a llamar a la policía —le dije.
—No hay teléfono. Nunca hay que ir a lugares que tengan teléfono. ¿El trapo ese era suyo?
—Recién lo había lavado.
Se rió por primera vez. Luego cambió los ante-ojos por otros para sol y me ofreció un cigarrillo. Me recosté en el respaldo, bajé el vidrio para ti-rar las primeras bocanadas y me dejé estar. Afue-ra el aire parecía agua cristalina,
—¿En serio va para el sur? —me preguntó.
—A Neuquén.
—¡Ah, sí! Petróleo me dijo.
—No, no. Informática.
Quiso meter la cuarta pero el motor no daba pa-ra tanto y volvió a poner la palanca en tercera. Movía la cabeza de un lado para otro, contraria-do, mientras la camisa se le mojaba en la barriga.
—Finito —insistió con el cigarrillo en los la-bios—. L'avventura é finita.
—¿Italiano? —pregunté.
—Mi apellido es Coluccini. Si se les habla en otro idioma enseguida bajan la guardia.
—¿Siempre le sale bien?
—Casi siempre. Hay que mostrar los billetes, claro.
Me enseñó el fajo: el primero era grande pero, debajo había una pila de recortes de papel.
—Ingenioso —le dije.
—Y que Dios me ayuda un poco. Vine a la 
 Argentina en el 57, de pibe, y empecé con un circo en Paraná. Al tiempo compré otro en Bahía Blan-ca hasta que me quedé con todo el sur. ¿Qué tal? Míreme ahora.
Lo miré. No parecía un triunfador.
—¿Qué pasó?
—¡Qué pasó! Que esto se convirtió en un gran circo y el mío estaba de más. ¡Finito! ¡Hasta Soli-via no paro!
Me quedé un rato en silencio, tratando de saber si no me estaba tomando el pelo.
—¿Un circo con animales y todo?
—¡Cómo! El único león en serio de todo el país lo tenia yo. Fue lo último que vendí en Chile.
—Ya veo. ¿Y ahora piensa subir a Bolivia con esto?
—¿Y qué quiere? En otra época tuve un Buick y también un 505, pero me agarró la tormenta. Perdóneme que me meta, pero usted también se hundió, ¿no?
—Completamente. ¿Por qué no se vuelve a Italia? 
—Por el momento ese asunto está congelado. Ahora la cosa está en Bolivia. Después Río o Miami. Dios dirá.
Volvió a besar la medalla y se quedó con la vis-ta clavada en el medio de la ruta.
—¿Va a montar otro circo?
—No, ya no tengo edad para eso. Yo era acró-bata y prestidigitador pero ahora necesito lentes y no ando bien de la columna.
Empezaba a darme la lata y no iba a dejar que
me impresionara. Además me di cuenta de que otra vez estaba yendo en sentido contrario.
—Déjeme en el primer cruce —le dije.
—Como quiera, pero voy a agarrar un camino vecinal. No hay que tentar al diablo. En una de ésas el tipo manda llamar a la policía y usted se olvidó el calzoncillo allá.

viernes, 8 de febrero de 2013

Elías Nandino Vallarta (Cocula, Jalisco 19 de abril de 1900 - Guadalajara, Jalisco, 3 de octubre de 1993)


Elías Nandino Vallarta (Cocula, Jalisco 19 de abril de 1900 - Guadalajara, Jalisco, 3 de octubre de 1993) fue un destacado poeta mexicano. Sus etapas de juventud y adolescencia fueron dedicadas al estudio de la medicina, llegando a ejercer siendo cirujano de profesión. De hecho, fue jefe de este servicio en el Hospital Juárez entre otras clínicas privadas y públicas. Sin embargo, ya en la juventud se interesó por la poesía, y más al conocer al Grupo de los Contemporáneos, una serie de poetas mexicanos que querían recuperar el carácter universal de la rima. Es cuando comienza a escribir, ofreciendo al público una serie de publicaciones que se enmarcan dentro de una primera etapa en la que la influencia de este grupo, especialmente de Xavier Villaurrutia y José Gorostiza, es más que clara. 

A finales de los años 30 publica una colección de cuadernos, llamada México Nuevo, en la que da cobertura y apoyo a poetas que, prácticamente como él, están empezando. En los años cincuenta del siglo XX la influencia anteriormente citada queda atrás para adoptar un estilo mucho más personal. Aunque sigue tratando temas como la muerte o la noche, la madurez es clara y su obra pasa a ser mucho más sencilla y profunda, empezando a dar muestras de lo que sería su última etapa. 

Desde la mitad de la década de los 50 dirige la revista Estaciones, una de las más prestigiosas de América del Sur dedicadas a la literatura. Esta publicación tiene una editorial homónima, que también dirige, y que sirve para mostrar al mundo poetas mexicanos que se iban haciendo grandes a marchas forzadas. 

A comienzos de los 60 se hace director de los Cuadernos de Bellas Artes. A pesar de que es la etapa en la que más actividades paralelas a la escritura realiza, no deja ésta de lado: `Nocturna palabra` o `Eternidad del polvo` dan muestra de ello. 

En los últimos años de su vida recibió numerosos reconocimientos, tanto por su trayectoria como poeta como por su labor fomentando las letras en México. Así, en 1982 recibe el Premio Nacional de Literatura, y un poco más tarde el Premio de Poesía Aguascalientes.


Elías Nandino
Selección
DERECHO DE PROPIEDAD
¡Nada es tan mío
como lo es el mar
cuando lo miro!
De Cerca de lo lejos, 1979
Perfección fugaz
para el poeta Carlos Pellicer
Pinté el tallo,
luego el cáliz,
después la corola
pétalo por pétalo,
y,
al terminar mi rosa,
la induje
a soñar su aroma.
¡Hice la rosa perfecta!
Tan perfecta,
que al día siguiente
cuando fui a mirarla,
ya estaba muerta.
De Cerca de lo lejos, 1979
Si hubieras sido tú
a Xavier Villaurrutia
Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
para iniciar el cauce de acentos en vacío
que, me imagino, será el lenguaje de los muertos.
Si hubieras sido tú, de verdad, la nube sola
que detuvo su viaje debajo de mis párpados
y se adentró en mi sangre,
amoldándose a mi dolor reciente
de una manera leve, brisa, aroma,
casi contacto angelical soñado...
Si hubieras sido tú,
lo que apartando la quietud oscura
se apareció, tal como si fuera tu dibujo
espiritual, que ansiaba convencerme
de que sigues, sin cuerpo, viviendo en la otra vida.
Si hubieras sido tú la voz callada
que se infiltró en la voz de mi conciencia,
buscando incorporarte en la palabra
que tu muerte expresaba con mis labios.
Si hubieras sido tú, lo que al dormirse
descendió como bruma, poco a poco,
y me fue encarcelando
en una vaga túnica de vuelo fallecido...
Si hubieras sido tú la llama
que inquemante creó, sin despertarme
ni conmover el lago del azoro:
tu inmaterial presencia,
igual que en el espejo emerge
la imagen, sin herirle
el límpido frescor de su epidermis.
Si hubieras sido tú...
Pero nuestros sentidos corporales
no pueden identificar la ánimas.
Los muertos, cuando vuelven,
tal vez ya no posean
los peculiares rasgos
que nos pudieron dar
la inmensa dicha de reconocerlos.
¿Quién más pudo venir a visitarme?
Recuerdo que, contigo solamente,
platicaba del amoroso asedio
con que la muerte sigue a nuestra vida.
Y hablábamos los dos adivinando,
haciendo conjeturas,
ajustando preguntas, inevitando respuestas,
para quedar al fin
sumidos en derrota,
muriendo en vida por pensar la muerte.
Ahora tú ya sabes descifrar el misterio
porque estás en su seno, pero yo...
En esta incertidumbre secretamente pienso
que si no fuiste tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
entonces quizá fue
una visita de mi propia muerte.
De Nocturna palabra, 1960
¿QUE ES MORIR?
--Morir es
Alzar el vuelo
Sin alas
Sin ojos
Y sin cuerpo.
De Eternidad del polvo, 1970
Nocturno
Cada mañana, al despertar, resucitamos;
porque al dormir morimos unas horas
en que, libres del cuerpo, recobramos
la vida espiritual que antes tuvimos
cuando aún no habitábamos la carne
que ahora nos define y nos limita,
y éramos, sin ser, misterio puro
en el ritmo total del Universo.
Porque al dormir morimos sin saberlo;
nos vamos al espacio en ágil vuelo
sin perder la unidad que nos integra,
y somos como somos: idénticos, sin cambio,
extensos y desnudos
como el azul en el temblor del aire.
No extrañamos el cuerpo; no sufrimos
la ausencia de la piel que nos cobija;
somos como antes de nacer: etéreos,
vivos en plenitud de firmamento
y penetrantes como luz en sombras.
Y nadie, cuando duerme, acaso piense
que yace en los dominios de la muerte:
porque el cansancio, apenas agonía,
nos borra la razón,
desciende con ternura nuestros párpados,
apaga nuestros ojos,
anestesia la carne y nos separa de ella
para dejarnos vivos en el sueño.
Y esta costumbre de morir a diario,
sin dolor, sin sorpresa,
natural como el agua
que se deja atraer por el declive,
no nos deja pensar que es una muerte
cada vez que dormimos,
y que, de cada muerte transitoria,
aprende nuestro ser
la verdad de morir su muerte eterna.
Búsqueda espacial
I
Antes de haber nacido, cuando apenas
en las galaxias era calofrío,
o sed en rotación por el vacío,
o sangre sin la cárcel de las venas;
antes de ser en túnica de arenas
un angustiado palpitar sombrío,
antes, mucho antes que este cuerpo mío
supiera de esperanzas y de penas:
ya buscaba tu nombre, tu semblante,
el disperso latir de tu vivencia,
tu mirada en las nubes esparcida;
porque, desde el asomo delirante
de mis instintos ciegos, tu existencia
era ya por mis ansias presentida.
II
¿Cuántas transmutaciones has pasado?
¿cuántos siglos de luz, cuántos colores,
nebulosas, crepúsculos y flores
para llegar a ser, has transitado?
¿En qué constelaciones has brillado?
¿Después de cuántas muertes y dolores,
de huracanes, relámpagos y albores
la forma corporal has conquistado?
No puedo concebir mi pensamiento
esa edad atmosférica que hicimos
en giratoria espera; mas yo siento
que milenios de lumbres anduvimos
esperanzados en el firmamento,
hasta unir este amor con que existimos.
De Sonetos, 1983
NOCTURNO LLANTO
Ese llanto invencible que brota a media noche,
cuando nadie nos ve ni nuestros propios ojos
pueden atestiguarlo,
porque es llanto reseco, privado de su sal,
desvestido de linfa,
con aridez de fiebre
y amargo como el humo de los remordimientos.
Ese llanto que irrumpe sin causa y sin sollozo,
sin roce y sin historia,
deprovisto de gota, de tibieza y caída,
pero dando la sensación exacta
de nacer y rodar
en un cauce frío lento que invade hasta los huesos.
Ese llanto del hombre asomado al misterio
que le duele en la voz, en la piel, en las venas
y en el arropo oscuro
de la noche que ciega su pensamiento en llamas.
Ese llanto sin lágrimas
-huracán en vacío, surtidor sin derrameque
al borde de los párpados
detiene sus impulsos
y retona al dolor donde nace.
Ese llanto tan mío, tan de todos y ajeno,
expansión comprimida de atávicas nostalgias
que no alcanzan la lluvia que las hunda en la tierra
para seguir por ella, en humedades hondas,
persiguiendo el declive
que las retorne a su raíz marina.
Ese llanto de todos acedrado en el mío,
ese llanto tan mío en que fluye el de todos
-agua y sal trasvasadas en angustia ambulante-,
que circula enclaustrado
como altura caída que anhela levantarse,
y al no poder hacerlo,
se retuerce en el centro de su lumbre vacía
para seguir luchando contra el blindaje sordo
que no puede llorarlo.
Llanto ciego que brota de la oculta resaca
de una sangre viajera en su cárcel de agobio.
El calor dilatado de musculares zonas
que sube hasta la orilla
de la flor sin corola del insomnio sediento.
Ese llanto sin llanto, percepción absoluta
del íntimo goteo
que al nacer se derrama nuevamente hacia dentro,
porque le dieron vida lacrimales sin parto,
o porque lo producen las vertientes secretas
de siglos de memoria
que quisieran rodarse
por el salto mortal de nuestras lágrimas.
Ese llanto inllorado, ese llanto en deseo
de volcarse en el llanto;
esas olas de miedo, de ansiedad, de tormento
que se agolpan y piden
el nacer repentino de su líquida fuga.
Ese llanto sin llanto empotrado en la frente,
que se muere sin agua y se bebe a sí mismo
para seguir formando
el manatial sin cauce
que detrás de la carne presiona con su asfixia,
y transforma la vida en un volcán sin cráter
o alud que sin espacio se rebulle en su sitio.
Ese llanto sin llanto, ese impulso encerrado
de un brotar que no puede encontrar desahogo
y que vive en nosotros, comprimido, creciente,
porque es llanto de hombre que no cabe
en el hombre
y que tiene, por fuerza, que vivir sumergido
hasta el instante trágico
en que la muerte hiera,
y se llore fundido al corporal derrumbe.
De Nocturna Palabra, 1960
NOCTURNO CUERPO
Cuando de noche, a solas, en tinieblas,
fatigado de no sé qué fatiga
se derrumba mi cuerpo y se acomoda
en la impasible superficie oscura
que le sirve de apoyo y de mortaja,
yo me tiendo también y me limito
al inerme contorno que me entrega,
a la isla de olvido en que se olvida.
Separado de él y en él hundido
recuerdo que lo llevo todo el día
como cárcel de fiebre que me oprime,
como labios que dicen otras frases,
como instinto que burla mis deseos
o acciones desligadas de mi fuerza;
pero al mirarlo así, rendido fardo
indiferente en su actitud de piedra,
tigre de bronce, charco de silencio,
columna de cinismo derribada,
ciega figura en su lección de muerte:
yo lo percibo como carne intrusa
como dolencia de una llaga ajena,
cómplice de un destino que no entiendo,
mudez que no lesiona mi palabra,
verdugo en anestesia secuestrado.
Y por eso al sentirme dividido
y a la vez por su molde aprisionado,
analizo, sospecho, reflexiono
que sus muros endebles que me cercan
son fuego en orfandad, tierra robada,
agua sujeta en venas sumergidas
y aire sin aire arrebatado al aire;
que soy un prisionero de elementos
en honda combustión, que están buscando
fundir los eslabones que los unen
para volver a la pureza intacta
del sitio universal donde eran libres:
la tierra pide su reposo en tierra,
el aire, su acrobacia transparente;
el fuego, la delicia de su llama;
y el agua: la blancura de su hielo,
su cauce, o el prodigio de ser nube.
Al lado de él, alado y enraizado,
lo toco, lo examino desde adentro:
interior de una iglesia ensangretada,
góticos arcos, junglas musculares,
entretejida pulsación de yedras,
laberinto de lumbre de amapolas
y entraña de una cripta en que se esconde
el numérico albor del esqueleto.
Y yo en medio de juez y de culpable,
de rebelde invasor y de invadido,
de mirar que descubre y se descubre,
de unidad que contempla sus facciones,
de pregunta privada de respuesta,
de espectador que sufre en propia carne
el corporal desgaste de que brotan
sus crecientes acopios de agonía.
Si soy su dueño ¡por qué lo palpo extraño,
despegado de mí -sombra de un árbol-,
corteza sofocante de mi angustia,
vendaje que me oculta, ademe frágil,
imán que me atesora y me difunde,
materia que yo arrastro y que me arrastra?
Y estoy en él, presente, inevitable,
unido en el monólogo y la espera,
crecido en su reverso, y denunciado
por sus manos, sus ojos, sus pasiones,
la quemante ansiedad de sus delirios,
las brumas de sus tiempos de zozobra
y los relámpagos de su alegría.
De dentro a afuera, de raíz a ramas,
presiono, me sublevo, abro mis fuerzas
para cavar, para acabar los muros
que viven de tenerme prisionero;
pero un amor me nace y me detiene,
un fanatismo de vital amparo,
el apego del ánima y las células,
la intimidad de forma y contenido
acoplando sus ciegas superficies;
y me quedo conforme, sosegado
a la ajustada cárcel que me cubre
para seguir formando el mundo en fiebre
por el que siento que en verdad existo.
Agua, tierra, fuego y aire, en continua
aspersión de sus quimicos halagos,
inmersos en la furia de sus hambres,
en escondida trabazón de empujes,
mandando y succionado sus mareas,
haciendo y deshaciendo lo que se inician,
comiéndose a sí mismos, recreando
el desnudo valor de su estructura
en pugnas, atracciones y repechos,
porque quieren, anhelan, buscan, labran
la persistente acción que les devuelva
el vuelo original que poseían.
Esta unión de elementos, este nido
de físicas batallas, de incesantes
reacciones, es mi solo respaldo,
el trágico venero de la fuerza
que me sostiene aún hablando a solas.
De Nocturna palabra, 1960
CRIMEN
¡Qué puñalada
le ha propinado el viento
a la granada!
De Espiral, 1928

Décimas a mi muerte
I
He de morir de mi muerte,
de la que vivo pensando,
de la que estoy esperando
y en temor se me convierte.
Mi voz oculta me advierte
que la muerte con que muera
no puede venir de fuera,
sino que debe nacer
de la hondura de mi ser
donde crece prisionera.
III
De tanto saberte mía.
muerte, mi muerte sedienta,
no hay minuto en que no sienta
tu invasión lenta y sombría.
Antes no te conocía
o procuraba ignorarte,
pero al sentirte y pensarte
he podido comprender
que vivir es aprender
a morir para encontrarte.
VI
Sufro tu cauce sombrío
que bajo mi piel avanza
fatigando mi esperanza
con su oculto desafío.
Yo siento que tu vacío
de mis entrañas respira
y que sediento me mira
desde mi sangre hacia afuera
como verdad prisionera
que en contra de mí conspira.

En la sombra
Era sed de muchos años
retenida por mi cuerpo,
palabras encadenadas
que nunca pude decir
sino en los labios del sueño.
Era la tierra agrietada,
reseca, sin una planta,
que espera sentir la lluvia
en un afán de caricia
que le sacie la garganta.
Era yo vuelto hacia ti
que nunca te conocía,
porque fuiste de mil modos
en los sueños, en las horas
y en los ojos de la vida.
Eras todo lo que encierra
una expresión de belleza:
la rosa, el fruto, los ríos;
el color de los paisajes
y la savia de los pinos.
Y de pronto, junto a mí,
al alcance de mi mano,
como manojo de trigo
que pudiera retener
sobre mi pecho guardado.
¡Todo tu cuerpo en mi cuerpo,
por el sueño maniatados,
y tan cerca de la muerte
que la vida no sabía
cómo volver a encontrarnos!

HERMOSURA VITAL
Una gallina
con sus doce pollitos
pica y camina.
De Ciclos terrenales, 1989

Imposible
Mi corazón se pierde en la nevada
ascensión de tu cuerpo, sin consuelo,
y enfrías la fuerza del anhelo
en medio de tu carne congelada.
Cada día te ofrezco una alborada
de ilusión y de vida, todo un cielo
palpitante de sol, que funda el hielo
y transforme tu cuerpo en llamarada.
Pero toda mi vida es poca vida
para matar la muerte que se esconde
y circula en tu sangre adormecida.
Has desatado el nudo de tus brazos,
tu voz a mi llamado no responde,
y es sólo un eco el paso de tus pasos.

Íntima
Estás en mí, como latido ardiente,
en mis redes de nervios temblorosos,
en mis vetas de instintos borrascosos,
en los mares de insomnios de mi frente.
Estás fuera de mí, como corriente
de voces imprecisas, de sollozos,
de filos de secretos tenebrosos.
de roces de caricia inexistente.
Me cubres y me encubres, sin dejarme
un espacio de ser sin tu presencia
un átomo sin linfa de tu aliento.
Estás en mí, tocándote al tocarme,
y palpita la llama de tu esencia
hasta en la entraña de mi pensamiento.

NOCTURNO LLANTO
Ese llanto tan mío, tan de todos y ajeno,
expansión comprimida de atávicas nostalgias
que no alcanzan la lluvia que las hunda en la tierra
para seguir por ella, en humedades hondas,
persiguiendo el declive
que las retorne a su raíz marina.
Ese llanto de todos acedrado en el mío,
ese llanto tan mío en que fluye el de todos
-agua y sal trasvasadas en angustia ambulante-,
que circula enclaustrado
como altura caída que anhela levantarse,
y al no poder hacerlo,
se retuerce en el centro de su lumbre vacía
para seguir luchando contra el blindaje sordo
que no puede llorarlo.
Llanto ciego que brota de la oculta resaca
de una sangre viajera en su cárcel de agobio.
El calor dilatado de musculares zonas
que sube hasta la orilla
de la flor sin corola del insomnio sediento.
Ese llanto sin llanto, percepción absoluta
del íntimo goteo
que al nacer se derrama nuevamente hacia dentro,
porque le dieron vida lacrimales sin parto,
o porque lo producen las vertientes secretas
de siglos de memoria
que quisieran rodarse
por el salto mortal de nuestras lágrimas.
Ese llanto inllorado, ese llanto en deseo
de volcarse en el llanto;
esas olas de miedo, de ansiedad, de tormento
que se agolpan y piden
el nacer repentino de su líquida fuga.
Ese llanto sin llanto empotrado en la frente,
que se muere sin agua y se bebe a sí mismo
para seguir formando
el manatial sin cauce
que detrás de la carne presiona con su asfixia,
y transforma la vida en un volcán sin cráter
o alud que sin espacio se rebulle en su sitio.
Ese llanto sin llanto, ese impulso encerrado
de un brotar que no puede encontrar desahogo
y que vive en nosotros, comprimido, creciente,
porque es llanto de hombre que no cabe
en el hombre
y que tiene, por fuerza, que vivir sumergido
hasta el instante trágico
en que la muerte hiera,
y se llore fundido al corporal derrumbe.

MI PRIMER AMOR...
El azul es el verde que aleja
-verde color que mi trigal tenía-;
azul...de un verde, preso en lejanía,
del que apenas su huella se despeja.
Celeste inmensidad, donde mi queja
tiende su mudo velo noche y día,
para buscar el verde que tenía,
verde en azul...allá donde se aleja...
Mi angustia, en horizonte liberada,
entreabre la infinita transparencia
para traer mi verde a la mirada.
Y en el azul que esconde la evidencia:
yo descubro tu faz inolvidada
y sufro la presencia de tu ausencia.

De Sonetos, 1983

NOSTALGIA CERRIL
Al ver los cerros
los pies de mi memoria
trepan por ellos.
De Ciclos terrenales, 1989

Nostalgia de tierra
Tierra hambrienta, maternal atracción;
sepultura vacía en asedio amoroso;
sólido mar de espera
en el que presiento y siento
el reposo para mis pies cansados;
yo capto el lento ascenso
de tus leves caricias
arropando mis ansias
y escucho en mi conciencia
tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo.
Tierra y vientre, acecho infatigable
que se posa en mi piel
como sedienta brisa
de un agresivo amor que me persigue...
yo sé que tu energía circula por mis venas
y que somos, los dos
incompletas fracciones
que buscan refundirse.
Soy tuyo, madre tierra:
me invade el parentesco
inevitable y hondo
de tu ritmo en mi sangre,
porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida,
hay algo en mis adentros
que espera y desespera
por regresar a ti...
Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre
sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos
su parcela segura,
su isla inamovible
donde dormir a solas su letargo yacente.
Tierra voraz, oscuro hogar bendito
donde el dolor se apaga,
yo quiero reposar bajo tus sábanas
de secretas ternuras germinales
y así, cual la semilla
que se oculta en tus húmedas tinieblas
resurge transformada:
ya en la longeva beatitud de un árbol
o en los brotes de flores temporales
que las lluvias despiertan en los campos:
renacer de tu entraña
y subir los peldaños
que en la escala de vidas
mi evolución alcance;
porque vengo de ti, soy lodo en trance
que a fuerza de nacer y de morir,
ha de llegar a definir su esencia
para ser en el cosmos vida eterna.
Tierra insaciable, intimidad perfecta,
cuando caiga en tu seno
incinera mi carne, y después, con amor
alienta mis cenizas, porque quiero
proseguir cultivando mi poesía,
al volver a vivir con nuevo cuerpo.

De Nocturna palabra, 1960
NOCTURNO A LA LUNA
La luna, que brincó por la ventana,
en el piso del cuarto se restira
rebotando en el muro que la mira
y, del rebote, la penumbra emana.
Su luz, entre las sombras deshilvana
un metálico brillo que delira,
y el espejo sediento le suspira
desde el rincón, como presencia humana.
Perforada la sombra, se estremece,
y el rayo de la luna me parece
escalera pendiente de los cielos.
Y asido a la visión que me rodea,
el afán de mi alma se recrea
al subir por el rayo sus anhelos.
De Color de ausencia, 1932

Nocturno amor
Naciste en mí, a sangre vinculado,
en creciente raíz, cósmico nudo;
de mi selva interior el potro rudo
que anhela libertad enamorado.
Soy mortaja y estoy, amor, tajado
por tu evasión continua que no eludo,
sino que vuelo en ti y en mí me escudo,
para que al volver seas amparado.
Venero de tus ímpetus, me ligo
a tu fuga celeste, a tu caída,
a la expansión total de tu secreto;
pero de noche, cuando estoy contigo,
recobro con tu fuerza sumergida
la sola soledad de estar completo.

Noctuno difunto
A la memoria de mi padre
En vida nunca pude llevarme con mi padre.
Cuando este murió, la muerte, milagrosamente,
le dio vida dentro de mi corazón.
Desde que despojado de tu cuerpo
te escondiste en el aire,
yo siento mi existencia más honda en el misterio,
como si mis manos, alargadas por las tuyas
inmensas en el cielo,
en levantado avance
ya tocaron la astronomía sin fin...
Estoy como en los ríos
que a pesar de correr sumisos a su cauce,
por su mortal marino abocamiento
también están ligados
a las aguas del mar donde se acendran.
Por la ventana que al morir dejaste
abierta en la penumbra,
he podido mirar
mi aventajada muerte
persiguiendo tus huellas espaciales,
y tengo la certeza de que me estoy rodando
indeteniblemente
en el hambre del vaso universal,
igual que el humo libre que la atmósfera atrae
y no puede, aunque quiera, regresarse a su lumbre.
Estoy seguro de que cada día
mi sangre que te busca, se evapora
ganando altura transformada en nubes,
y parte de mí
ya vuela en el espacio, emparentada.
Desde tu muerte, siento que te guardo
como un lucero íntimo
que medita en la noche de mi entraña,
disuelto como el azúcar en el orbe líquido
y que, muchas veces, te denuncias asomando
tu espiritual dulzor en mi saliva amarga.
Desde que tu voz, por el silencio amortaja,
dejó de hablar para encender palomas
sobre el árbol del viento, en que cantan
con insepultos ecos
la profunda madurez
del idioma flotante de tu ausencia,
yo palpo -al escucharel
molde vivo que en el aire horada
tu falta de materia, que es ternura
siempre en acecho que acaricia y roba.
Yo creo que tu cósmico deleite
es atraerme a tu pasión de vuelo,
a tu girar errante,
porque ya tu misión es recoger
esta fracción de ti que aún perdura
en el fluvial ramaje de mis venas.
No puedo definir dónde te encuentras,
pero sí te adivino circundante
en un arribo de alentada fuga,
que exacerba mis ansias en un filial apego
al resplandor sin luz de tus imanes.
¡Qué plenitud vacía
te dibuja en el fondo de mis ojos
que no te ven, pero que sí me permiten
que hasta la fuente de mis sueños bajes
y quedes a su impulso vinculado!
¡Cuánto tiempo de estar solo y contigo
habitándome a solas,
como la llama al fósforo en el letargo,
o a la uva, el espíritu del vino!
Yo soy una ambulante sepultura
en que reposa tu fugitiva permanencia
que me va madurando, lentamente,
hasta que mi energía entumecida
se adiestre en vuelo que recobre estrella.
Inmerso en mi conciencia desarrollas
un pensante silencio que se atreve
a conversar sin mí. Yo lo descubro
reviviendo recuerdos en mi oído:
es como el nacimiento de sollozos
que se produce cuando el agua cae
sobre la carne viva de las brasas.
Al derribarse tu estatura en polvo
formaste la marea
del vislumbre mortal que me obsesiona,
y no hay sitio, temor, espera o duda
en donde tú, como trasfondo en alba,
no finques la silueta de tu amparo.
En mi vigilia, a oscuras,
como los ciegos sigo con el tacto
los relieves que escribes en el papel nocturno,
y los capto agitados en asedio amoroso:
amor de un muerto que jamás olvida
la sangre que ha dejado trasvasada.
Yo quisiera que la imagen que de ti conservo
se azogara la espalda,
para mirar, siquiera unos instantes,
cómo el deslinde al incolor procrea
tu claridad auténtica de ángel.

De Nocturna palabra, 1960
Voz de mí
No sé como mirar para encontrarte,
horizonte de amor en que me excito,
distancia sin medida donde habito
para matar las ansias de tocarte.
No sé como gritar para llamarte
en medio de mis siglos de infinito
donde nace el silencio de mi grito
movido por la sangre de buscarte.
Mirar sin que te alcance la mirada
sangrar sin la presencia de una herida,
llamarte sin oírme la llamada;
y atado al corazón que no te olvida,
ser un muerto que tiene por morada
un cuerpo que no vive sin tu vida.

ÁLAMO
¡Entre sus ramas
cuelga un millón
de monedas de plata!

ÁRBOL DE MAGNOLIAS
Eres una jaula verde
donde duermen
blancas palomas extáticas
con el pico bajo el ala.

jueves, 7 de febrero de 2013

PREMIOS NACIONALES 2012 COSTA RICA.


Premios Nacionales 2012 honran lo mejor de la cultura costarricense

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2 COMENTARIOS
YENDRY MIRANDA ymiranda@nacion.com   10:10 A.M. 07/02/2013
San José (Redacción). Los Premios Nacionales 2012, que reconocen la trayectoria y obra de diferentes artistas, ya tienen nombres y apellidos, tras haber sido anunciados hoy.
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El ministerio de Cultura alabó la labor de diferentes costarricenses en teatro, música, danza, literatura, periodismo y mérito civil.
“El espíritu de estos premios es incentivar a la creación”, dijo Manuel Obregón, ministro de cultura.
Esta es la lista de ganadores:
Premios Aquileo J. Echeverría
-Artes Visuales - Otto Apuy Sirias por su exposición "Trayecto 1974-2011", en el MAC
-Artes Visuales en Pintura es compartido entre Ricardo Avila Baltodano por exposición "Ciudades del 2012", realizada en la Galería Nacional y Gerardo Selva Godoy, en Cerámica, por exposición "Formas Nacidas del Fuego".

-Cuento - Carla Pravisani por su libro "La piel no miente".

-Novela - Jorge Jiménez, por su novela "Soy el enano de la mano larga-larga (novela alter-ego-maníaca)

-Poesía - Luis Chaves, por su libro "La máquina de hacer niebla"

-No ubicable - Carmen Vega Muñoz y a Aldo Rodríguez Delgado, por su libro "Las seis cuerdas mágicas. Método de guitarra.

-Ensayo - Jacobo Schifter Sikora por su obra "Genocidio. ¿Por qué cometemos crímenes atroces?"
-Historia - Jorge León Sáenz, por su obra "Historia económica de Costa Rica en el siglo XX. Tomo II. La economía rural.
-Composición - Marvin Camacho Villegas y Víctor Hugo Berrocal Montoya
-Mejor actor protagónico - Andrés Montero por su papel de Charlotte en la obra "Calladito más bonito"
-Mejor actriz protagónica - Kattia Mora, por su papel "La Chica", en la obra "El cuarto de Verónica"
-Mejor actor de reparto – José Víquez, por su papel de "Matías", en la obra "Proyectos Incompletos"
-Mejor actriz de reparto - María Chávez por su papel de "La Madre" en la obra "Dicen las paredes"
-Mejor dirección - Mabel Marín por su trabajo en "Proyectos incompletos", "Entre el humo y la lluvia" y "El último juego".
-Mejor escenografía - Jennifer Cob por su trabajo en "Proyectos Incompletos" y "El último juego"
-Dramaturgia - Claudia Barrionuevo y Walter Fernández por su obra "Pentadrama"
-Mejor grupo de teatro - Agrupación Abya Yala

-Mejor intérprete a Natalia Herra
-Obra coreográfica a Henriette Borbón por su coreografía "Krisé"
-Mejor Grupo a UNA Danza Joven

Premio Nacional de Cultura a mejor intérprete
-Mauricio Páez - Fagot
-María Lourdes Lobo - Violín
-Jorge Rodríguez Herrera - Oboe
-Álvaro González - Cello
-Guido Calvo - Violín
-Manuel Matarrita – Piano
Premio Joaquín García Monge a la divulgación cultura a Informe 11 - Las Historias
Premio Pío Víquez - Giannina Segnini Picado
Premio Mérito Civil Antonio Obando Chan
Se entrega de manera compartida a Armando Flores por rescatar a una mujer que saltó del Río Tiribí en 2011
 y a   Juan Rafael Cortès Alfaro por rescatar a una niña de cuatro años que quedó atrapada en una casa de habitación en llamas, en El Coyol de Alajuela, en 2012.http://www.nacion.com/2013-02-07/AldeaGlobal/premios-nacionales-2012-honran-lo-mejor-de-la-cultura-costarricense.aspx

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