Max Stimer
Selección, traducción, prólogo
y notas de Luis Andrés Bredlow
Los «libres». Dibujo de Fríedrich Cngels de (842. De izquierda
a derecha: Ruge. Btihl Neuwerfc. Bruno Bauer, Wigand. Edgar
Baucr. Stimer. Meyer, dos desconocidos y Kftppen
Prólogo
Max St i b n e k , a u to r de El Único y su propiedad, acaso
no haya sido, como el apóstol, todo para todos: pero
ha sido ya demasiado para demasiados como para que
pueda sospecharse una comprensión siquiera elemental
de su obra: el negador más temible de toda moral
y de toda sociedad: el defensor más implacable de la
moral y de la sociedad dominantes; el precursor del
anarquismo, del materialismo histórico, del nietzscheanismo,
del existencialismo, del nazismo, de la democracia
liberal, del postestructuralismo; el apologista del
incesto y del asesinato, o de la moral pequeñoburguesa
del funcionario arribista: juicios que, a fuerza de divulgados.
se han hecho, como dijo Stimer de los de sus
primeros críticos, «evidentes para cualquiera que no
haya leído su libro».
Schopenhauer, su contemporáneo, observó que
la verdad está siempre destinada a solo gozar de un
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efímero triunfo que media entre un largo periodo en
que se la condena por paradójica y otro en que se la
desprecia por trivial (0 mundo como voluntad y representación.
Prólogo a la primera edición); la obra de Stirner
pasó de lo uno a lo otro sin más mediación que e!
olvido. Cuando Der Einzigc und san Eigenthum salió de
las prensas por primera vez, en 1844, en la Alemania
romántica imbuida de sentimentalismo, en aquel «Estado
de amor» (Liebesstaat. dice Stimer) donde los conservadores
profesaban el amor de Dios y del Rey. los
progresistas el amor de la Patria y los, muy escasos, comunistas
el amor de la Humanidad, el «egoísmo» que
Stimer propugnaba debía parecer una extraña paradoja
o una blasfemia; resucitado medio siglo después, a los
lectores de Spencer, Darwin y Nietzsche se arriesgaba
a parecerles ya demasiado familiar para que pudieran
entenderlo o siquiera prestarle mucha atención.
Las circunstancias históricas y algunas vanidades
personales determinaron que la fama, ya póstuma.
de Stimer naciera en la estela de la de Nietzsche
(que nunca lo cita) y del hoy olvidado Eduard von
Hartmann. Este, en su Filosofía del inconsciente (1869),
declaraba haber «superado definitivamente el punto
de vista de Stimer, al que es preciso haber pertenecido
totalmente alguna vez para sentir la magnitud del
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progreso».1 Nietzsche, en la segunda parte de las Con«
sideraciones intempestivas (1874), cubrió de escarnio
esa obra, muy leída por entonces. Hartmann, filósofo
de moda del momento, respondió con digno silencio
a los vituperios del joven casi desconocido; años después,
cuando el nombre de Nietzsche ya empezaba a
eclipsar el suyo, pasó al contraataque, denunciando la
«nueva moral» nietzscheana como un mero plagio del
libro de Stimer.* la acusación enfureció a los amigos
de Nietzsche y suscitó una apasionada controversia,
que acabó beneficiando a Stimer. para cerrarla defini*
tivamente, el nietzscheano Paul Lauterbach publicó y
prologó en 1893. en la prestigiosa editorial Redam de
1 E. von Hartmann. Philoscphie des UnbcwussUn. Spcculative
Resultóle nach induaiv^umñssoixhajilLrher Mtthode, 6.* ed,
Dunckers. Berlín. 1874. pig. 733 («...der Stimer «che Stand*
punci endgühig Qberwundcn, dem man etnmal gara angebórt
haben muss, um die Grosse cirt Fortschrittrs *u fohlen»).
2 E. von Hartmann. «Nietzsches *neue Moral'*, Pmeusnsche Jahrbüdter
67. n.* 5 (1891), pág?. 501*511; ampliado en E. von Hartmann.
Ethisdte Studvn. Haacke. leipzig. 1898. pigs. 34*69.
la influencia de Stimer sobre el pensamiento de Nietzsche,
tan fervientemente afirmada por unos como negada por otros,
nunca ha sido definitivamente demostrada ni desmentida. Un
pormenorizado resumen de la controversia (y algunas conte*
turas nuevas) ofrece B. A. taska, «Nietzsche's initial crisis».
Ccnnanic Nota and Rtvitwj 33, n.*2 (200a). págs. >09*133.
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Leipzig, una nueva edición de El Único y su propiedad,
la tercera (la segunda, de 1882, había pasado casi desapercibida),
que vio numerosas reimpresiones y propició
las traducciones a otras lenguas.
Cinco años después, John Henry Mackay dio a
las prensas una biografía, fervorosa pero honrada, de
Stimer (al parecer, la única que se ha hecho)1 y una colección
de sus Escritos menores;♦ una segunda edición,
considerablemente ampliada, vio la luz en 1914. Mackay,
escocés de nacimiento y familia paterna, pero de
madre y de lengua alemanas, conocido en su tiempo
como autor de novelas, relatos y poemas (de los que
algunos sobreviven musicados por Richard Strauss).
fue, además, divulgador infatigable del «anarquismo
individualista» norteamericano (cuyo propagandista
Benjamín R. Tucker dio al público, en 1907, la primera
versión inglesa de The Ego and His Oiwt, en traducción
de Steven Byington). Desde entonces, el nombre
3 J. H. Mackay. Max Stimer. San Leben und snn Werk, edición
drl autor, Berlín. 1898; a,* ed. 1910: y edición 1914; reimpresión
Mackay »Cesellsdiaft. Friburgo, 2977.
4 ]. H. Mackay {ed.), Max Shnwr'í Ktnnerv Schñfien und \ánc
Entgegnungen auf dxt Krilik sones Weriu$: mDcr Einzige und
tein Eigcnthum». Berlín, 1898; 2 / edición revisada y ampliada.
Bernhard Zack. Treptow (Berlín), 1914 (reimpresión Frommann-
Hotzboog, Stuttgart Bad Cannstan. 1976).
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de Stimer ha quedado asociado, sin que Stimer tuviera
mucha culpa n¡ mérito en ello, a ese rótulo del «individualismo
», y como tai su pensamiento se lúe luego
divulgando por el mundo, al punto que las palabras
«individuo» e «individualismo», que Stimer emplea
más bien pocas veces, suelen menudear en algunas
traducciones:1 así de difícil es, por lo visto, prestar oídos
a esa clara y sencilla negación, sin apenas contraparte
positiva, de Dios y de sus sustitutos (el Estado,
la Humanidad, el Trabajo, el Derecho, los ideales que
sean) que Stimer nos ofrece; las escasas formulaciones
positivas en que a veces, a pesar de todo, incurre
(la «propiedad», el «propietario», la «voluntad») son
—como suelen ser— lo más endeble de su pensamiento,
lo que más se ha prestado a la reducción a
doctrina y la asimilación a las ideas dominantes.
Nadie ignora que el autor de & Único y su propiedad
fue, como pocos, hombre de un solo libro. Fuera
de su obra capital, la producción de Stimer se limitó
a la correspondencia periodística, un panfleto de ocasión,
dos o tres artículos en revistas, una réplica a los
recensores de su libro y una Historio de la reacción en
5 Por ejemplo, en b castelbna de Pedro González Blanco (Senv
pere. Valencia. 1905, con numerosas reediciones), que sigue
siendo la más difundida en nuestra lengua.
11
dos tomos (1852), obra compilatoria en la que, como
anota Mackay, «desgraciadamente solo la menor parte
es de su pluma». Ninguno de esos escritos (con excepción
tal vez de «tos recensores de Stimer») iguala
la penetración y la hondura del desengaño de El Único:
sin embargo, ese solo libro de alguna manera los
justifica. Algunas de esas páginas conservan aún el
vigor y la frescura del mero sentido común, tan poco
corriente hoy como entonces.
No es menos notorio que la fama de escritor maldito
y escandaloso que fatalmente acompaña a Stimer
se asemeja poco a la vida morigerada y mediocre del
profesor de instituto retirado johann Caspar Schmidt.
que firmaba con el seudónimo «Max Stimer», hombre
afable, modesto y retraído, ajeno a toda grosería y
a toda estridencia. Nacido en Bayreuth en 1806, hijo
de un fabricante de flautas que falleció poco después,
Schmidt cursó estudios de filosofía, teología y filología
clásica en Erlangen y Berlín, donde oyó a Hegel y
a Schleiermacher en 1835, se habilitó como profesor
de enseñanza secundaria. Ejerció de profesor de un liceo
privado de señoritas de Berlin, de corresponsal de
prensa, de empresario lechero, con resultado ruinoso,
de traductor (vertió al alemán los tratados de economía
de). B. Say y de Adam Smith) y de comisionista
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mercantii; murió en 1856 en Berlín, a los cincuenta
años, solitario, indigente y olvidado.
Entre 1841 y 1845, el profesor Schmidt había
frecuentado los cenáculos filosóficos de la llamada
izquierda hegelíana: la aventura pública de Stimer se
circunscribe a esos pocos años y al espacio de unas pocas
tabernas de Berlín, donde aquel puñado de jóvenes
exaltados se juntaba por las noches para discutir, beber,
jugar y maldecir todo lo «establecido». Esos jóvenes
universitarios, que se denominaban los «Libres»,
presumían, no sin cierta razón, de ser lo más radical
que había en el país; hoy, ese radicalismo ha de pare*
cemos más bien modesto. En la Alemania de 1840,
las disputas literarias, filosóficas y. sobre todo, teológicas
eran la casi sola pasión política que el gobierno y
las circunstancias toleraban. En 1835, el teólogo David
Friedrich Strauss, discípulo de Hegel. había publicado
su Vida de Jesús, en la que negaba, para escándalo
de los creyentes, algunos artículos de fe y la veracidad
histórica de algunos detalles importantes de los evangelios:
Dios —razonaba— no podía revelarse a si mismo
en un solo individuo; el hombre jesús no era más
que el representante simbólico de la encamación de
Dios en el género humano. Otro teólogo, discípulo de
Hegel también, el joven profesor Bruno Bauer, le res•
3
pondió en nombre de la ortodoxia luterana, con una
reseña en la Evangdische Kirchcn-Zeilung, luego, irisa*
tísfecho con esa condena sumaría, consagró algunos
años y una serie de gruesos y doctos volúmenes (lo
religión dd Antiguo Testamento, 1838; Crítica dd Evangelio
según san Juan, 1840; Crítica de los evangelios sinópticos.
1841-1842) a la refutación minuciosa de Strauss y
la demostración científica de la verdad de la Escritura.
Varios años de ahincado estudio histórico y filológico
le hacen vacilar en la fe y, finalmente, perderla del
todo; cuando da cima a la obra, sus conclusiones son
aun más demoledoras que las de Strauss: el hombre
llamado jesús jamás existió, los evangelios son meras
ficciones literarias, expresión de una etapa del espíritu
hoy superada: después de Hegel, la religión debe
ceder a la razón; Dios no era más que una proyección
ilusoria de la conciencia humana. En octubre de 1841.
Bauer es destituido de su cátedra de teología; en marzo
del año siguiente, el ministerio le retira la liccntia doccndi.
El affaire Bauer levanta considerable revuelo en
la prensa; Bauer y sus amigos, los «Libres» de Berlín,
atizan la controversia, prodigan libros, artículos y pan*
fletos, proclaman el ateísmo y atacan violentamente a
los adversarios y aun a los defensores demasiado
bios del maestro. (Uno de esos escritos, redactado por
un estudiante ruso llamado Mijail Bakunin, conduye
observando que «la pasión de destruir es también
una pasión creadora»). Embriagados de un apocalipsis
sin Dios, se aprestan para la batalla final: la critica
del profesor Bauer había arrasado los cimientos de la
fe; bastaba difundir ese hecho definitivo para que el
imperio de la religión se derrumbara de una vez por
siempre, «la catástrofe será pavorosa, será necesariamente
grande, y me atrevería a decir que será mayor y
más monstruosa que la que acompañó la entrada del
cristianismo en la escena del mundo», escribe Bauer
a su antiguo alumno y, por entonces, colaborador más
intimo, el joven Karl Marx, con quien planea la edición
de una revista, Archiv des Atheismus, que nunca llegará
a aparecer.
A ese fervor pertenece la transfiguración del tímido
y comedido profesor Schmidt en el aguerrido panfletista
Stimer. Una de sus primeras publicaciones es
una entusiasmada reseña de un libro de Bauer en el
Tdegraph Jür Dcutschland de Hamburgo, de enero de
1842; otra, del mismo mes, un panfleto anónimo de
veintidós páginas, Réplica de un parroquiano de Berlín al
escrito de los cincuenta y siete clérigos berlineses «La celebración
cristiana del domingo», inmediatamente prohibido,
en el que invita a los «hermanos y hermanas» a reconocer
la verdadera enseñanza de Cristo en la «religión de
!5
la humanidad» (palabras que delatan el influjo del libro
de Ludwig Feuerbach. La esencia del cristianismo, apa*
recido en abril del año anterior). De marzo a octubre,
Stimer colabora asiduamente en la Rheinische Zcitung
de Colonia, diario progresista fundado a principios del
mismo año y dirigido por entonces por Rutenberg. uno
de los «Libres» de Berlín: en sus páginas aparecen los
ensayos B falso principio de nuestra educación, que recomienda
una pedagogía «personalista», y Arte y rdigión
(cuya tesis —4a religión como obra de arte— proviene
de Bauer) y la breve nota La libertad de oír.
Entre esas labores de corresponsalía puede in*
duirse también el texto Sobre ta obligación de los riudadanos
de pertenecer a alguna confesión religiosa. descubierto
en un manuscrito anónimo y atribuido a
Stimer (con bastante verosimilitud, pese a las dudas
de Mackay) por Gustav Meyer en 1913. El manuscrito.
fechado el 4 de julio de 1842 en Berlín, lleva una
nota del censor que prohíbe la publicación; los argumentos
de) autor son. en lo esencial, los mismos que
Stimer esgrime, con menos brío, en el artículo Pie
Freien («Los Libres»), publicado el 14 de julio de 1842
en la Leipziger Allgemeine Zeitung (la orientadón más
moderada de este periódico liberal da razón sufíden*
te de la diferenda de tono). No ha de sorprendemos
16
tampoco la apasionada y, a) parecer, sincera defensa
del Estado con que concluye el escrito: en aquel momento,
los jóvenes hegelianos no combatían al Estado
(para Bauer. «la más alta manifestación de la libertad
y de la humanidad»), sino que aspiraban a depurarlo
de la religión de Estado, aún vigente, y del sofocante
influjo clerical; su ídolo seguía siendo el rey librepen*
sador Federico II. y las demandas de democracia y régimen
constitucional eran lo más extremado a que. en
materia propiamente política, llegaban.
Solo cuando, a principios de 1843. el gobierno
prusiano prohíbe la Rheinische Zeitung y todos los demás
periódicos abiertos a los disidentes, sin dejarles
más resquicio que las publicaciones desde el extranjero
(Suiza, luego Francia), cunde entre ellos el desengaño
del Estado mismo y de todo el orden social dominante.
Por entonces. Marx descubre el error de su
maestro Bauer al «someter a critica solamente al "Estado
cristiano", no al Estado en cuanto tal» (Sobre la
cuestión judía, 1844); pocos meses después declara que
«la existencia del Estado y la existencia de la esclavitud
son inseparables» {Glosas marginales al artículo *E1 rey
de Prusia y la reforma social», 1844). Poco antes había
aparecido en Suiza el libro de Edgar Bauer (el hermano
del teólogo), La pugna de la crítica contra la Iglesia
*7
y el Estado, que proclama la «oposición crítica contra
el Estado en general», observa que «mientras exista la
propiedad privada, la libertad es impensable», preconiza
la revolución de los desheredados y «la anarquía,
que es el i nido de todas las cosas buenas».*
Por las mismas fechas, Stimer está redactando
su libro; no tenemos otros escritos suyos de ese período
decisivo, salvo dos artículos publicados en 1844
en la Bcriincr Monatsschrift de su amigo Ludwig Buhl:
una reseña de la novela Los misterios de París, de Eugéne
Sue (tomada como representativa de toda moral
burguesa y de sus derivaciones en sentimentalismo
filantrópico y reformador), y los Apuntes provisionales
sobre el Estado de amor, donde anota, casi de pasada,
que este es «la forma más perfecta y la última del Estado
». A finales de octubre de 1844, aparece El Único y
su propiedad; el libro es inmediatamente prohibido en
algunos Estados alemanes, tolerado en otros.
6 E. Bauer, tkr Sirtit der Kritik mil Kirche und Staaí. Jennl, Berna.
1844, págs. 255.259. Para Custav landauer. fue Edgar
Bauer quien «propiamente fundó el anarquismo en Alemania
». Conoció la cárceL la revolución, el exilia; en la década
de 1850. fue confidente de b policía danesa; luego volvió a
Alemania y terminó su* dias como propagandista de b reacción
clerical que de joven había combatido.
18
Entre tanto, el movimiento de los jóvenes hegelianos
se ha escindido y dispersado, empezando por
la ruptura, ya en 1843, entre los «Libres» de Berlín y
los revolucionarios militantes del entorno de Ruge y
Herwegh, discípulos de Feuerbach en filosofía y demócratas
radicales en poli tica; algunos de ellos (Hess.
Engels, luego Marx) se consideran ya comunistas. Por
su parte, los hermanos Bauer, una vez desvanecida la
esperanza de la revolución inminente, se refugian en
la «critica pura» y el desprecio de la «masa», que siem*
pre estropea los perfectos ideales de los pensadores:
los viejos amigos del circulo de los «Libres» ya no los
acompañan. Stimer, en su libro, ataca a unos y a otros:
a los comunistas, en un breve capítulo («El liberalismo
social»), a la «critica pura», en el siguiente, más bien
prolijo («El liberalismo humanitario»), Unos y otros
le responden públicamente (Hess por los comunistas.
Szeliga por los críticos puros); Feuerbach, cuya religión
de la Humanidad era acaso el blanco más conspicuo
de la crítica stimeriana, discute el libro en un breve
artículo anónimo; Stimer les responde concienzudamente
en un largo ensayo. los recensores de Stimer.
(Solo podemos lamentar que nunca llegara a conocer
el ataque más minucioso y más violento contra su libro,
el de Marx y Engels en La ideología alemana, que
permaneció inédito hasta 1932).
*9
La réplica de Stimer a sus críticos sigue siendo
aún iluminadora, visto que los primeros recensores
de B Único habían incurrido ya en casi todos los mal*
entendidos y en casi todas las tergiversaciones que
otros han venido repitiendo hasta nuestros días. Stirner
aclara pacientemente que el «egoismo», tal como
él lo entiende, no excluye la amistad, ni el amor, ni
la generosidad y la abnegación, ni siquiera el socialismo,
ni se confunde con el egoísmo burgués (que
para él no es más que un egoísmo iluso y pobre): aclara
también que no habla del Yo ni del Individuo, que
son meras abstracciones metafísicas, sino de Mi (y,
por tanto, de Ti), a quien los nombres no nombran ni
concepto alguno define.7
En 1848. año de las revoluciones europeas, Stirner
vuelve brevemente al periodismo, colaborando en
7 Otras dos criticas de B Único ¿parecieron en vida de Stirucr:
la del teólogo protestante Kart Schmidt (Oía VcnUuvUsthum
und das tndividuum. Wigand, Leipzig, 1846) y otra de! filósofo
Runo Fbchcr («Modeme Sophisten», Uipxigcr Ron*. 1847):
contra h segunda, apareció una réplica («Die phitosophischen
Reactionlrc». en la revista Dv üpigonen. n * 4.18 4 7).filmada
por «C. Edward» y atribuid) por muchos a Stimer (asi por
Mackay. quien la incluye en su edidón), hipótesis que parece,
sin embargo, refutada por las investigaciones más recientes:
véase f. Ujhizy. «Max Stimer und G. Edward», Der Einzigc n •
4 (1000). págs. 44-48.
20
un periódico liberal de Trieste, el Journal des OsUnd*
chischen Lioyd. En ocho notas de desigual extensión,
discute el problema demográfico, augura, sin más precisión,
un «nuevo sistema económico», insiste (acaso
más de lo justo) en la diferencia entre Imperio y Estado,
recomienda el mandato revocable de los representantes
políticos, la creación de una marina de guerra alemana.
de una federación de Estados centroeuropeos,
de un depósito central de comercio. El breve ensayo
B mandato revocable formula una denuncia elemental
de) sistema parlamentario, tan vigente hoy como en su
momento; los otros, tal vez ligeramente decepcionantes,
tienen acaso la sola virtud de hacernos dudar de
dos imaginaciones que pasan por incuestionables: la
de Stimer. revolucionario anarquista consecuente, y la
de Stimer, individualista despreocupado de las cuestiones
políticas. El cauteloso urdidor de reformas levemente
quiméricas que esas páginas revelan se arriesga
a no satisfacer a los admiradores de Stimer ni a sus
detractores; lo ilícito, lo imposible, es ignorarlo.
FUENTE:
Brcdlow
Pepitas de calabaza ed.
Apartado de cornos n.é 40
26080 Logroño (La Rioja. Spain)
pepitas® pcpitas.net
umfw.pepitas.net
© De la edición: Pepitas de calabaza ed.
is ín : 978-84-940296-9-1
Dep. legal: 1**55*2013
Selección, traducción, prólogo
y notas de Luis Andrés Bredlow
Grañsmo: Julián Lacalle
Imagen de portada: Max Messer
Primera edición, abril de aoi)