domingo, 7 de enero de 2024

Max Stimer Selección, traducción, prólogo y notas de Luis Andrés Bredlow FRAGMENTO





Max Stimer

Selección, traducción, prólogo

y notas de Luis Andrés Bredlow

Los «libres». Dibujo de Fríedrich Cngels de (842. De izquierda

a derecha: Ruge. Btihl Neuwerfc. Bruno Bauer, Wigand. Edgar

Baucr. Stimer. Meyer, dos desconocidos y Kftppen

Prólogo

Max St i b n e k , a u to r de El Único y su propiedad, acaso

no haya sido, como el apóstol, todo para todos: pero

ha sido ya demasiado para demasiados como para que

pueda sospecharse una comprensión siquiera elemental

de su obra: el negador más temible de toda moral

y de toda sociedad: el defensor más implacable de la

moral y de la sociedad dominantes; el precursor del

anarquismo, del materialismo histórico, del nietzscheanismo,

del existencialismo, del nazismo, de la democracia

liberal, del postestructuralismo; el apologista del

incesto y del asesinato, o de la moral pequeñoburguesa

del funcionario arribista: juicios que, a fuerza de divulgados.

se han hecho, como dijo Stimer de los de sus

primeros críticos, «evidentes para cualquiera que no

haya leído su libro».

Schopenhauer, su contemporáneo, observó que

la verdad está siempre destinada a solo gozar de un

7

efímero triunfo que media entre un largo periodo en

que se la condena por paradójica y otro en que se la

desprecia por trivial (0 mundo como voluntad y representación.

Prólogo a la primera edición); la obra de Stirner

pasó de lo uno a lo otro sin más mediación que e!

olvido. Cuando Der Einzigc und san Eigenthum salió de

las prensas por primera vez, en 1844, en la Alemania

romántica imbuida de sentimentalismo, en aquel «Estado

de amor» (Liebesstaat. dice Stimer) donde los conservadores

profesaban el amor de Dios y del Rey. los

progresistas el amor de la Patria y los, muy escasos, comunistas

el amor de la Humanidad, el «egoísmo» que

Stimer propugnaba debía parecer una extraña paradoja

o una blasfemia; resucitado medio siglo después, a los

lectores de Spencer, Darwin y Nietzsche se arriesgaba

a parecerles ya demasiado familiar para que pudieran

entenderlo o siquiera prestarle mucha atención.

Las circunstancias históricas y algunas vanidades

personales determinaron que la fama, ya póstuma.

de Stimer naciera en la estela de la de Nietzsche

(que nunca lo cita) y del hoy olvidado Eduard von

Hartmann. Este, en su Filosofía del inconsciente (1869),

declaraba haber «superado definitivamente el punto

de vista de Stimer, al que es preciso haber pertenecido

totalmente alguna vez para sentir la magnitud del

8

progreso».1 Nietzsche, en la segunda parte de las Con«

sideraciones intempestivas (1874), cubrió de escarnio

esa obra, muy leída por entonces. Hartmann, filósofo

de moda del momento, respondió con digno silencio

a los vituperios del joven casi desconocido; años después,

cuando el nombre de Nietzsche ya empezaba a

eclipsar el suyo, pasó al contraataque, denunciando la

«nueva moral» nietzscheana como un mero plagio del

libro de Stimer.* la acusación enfureció a los amigos

de Nietzsche y suscitó una apasionada controversia,

que acabó beneficiando a Stimer. para cerrarla defini*

tivamente, el nietzscheano Paul Lauterbach publicó y

prologó en 1893. en la prestigiosa editorial Redam de

1 E. von Hartmann. Philoscphie des UnbcwussUn. Spcculative

Resultóle nach induaiv^umñssoixhajilLrher Mtthode, 6.* ed,

Dunckers. Berlín. 1874. pig. 733 («...der Stimer «che Stand*

punci endgühig Qberwundcn, dem man etnmal gara angebórt

haben muss, um die Grosse cirt Fortschrittrs *u fohlen»).

2 E. von Hartmann. «Nietzsches *neue Moral'*, Pmeusnsche Jahrbüdter

67. n.* 5 (1891), pág?. 501*511; ampliado en E. von Hartmann.

Ethisdte Studvn. Haacke. leipzig. 1898. pigs. 34*69.

la influencia de Stimer sobre el pensamiento de Nietzsche,

tan fervientemente afirmada por unos como negada por otros,

nunca ha sido definitivamente demostrada ni desmentida. Un

pormenorizado resumen de la controversia (y algunas conte*

turas nuevas) ofrece B. A. taska, «Nietzsche's initial crisis».

Ccnnanic Nota and Rtvitwj 33, n.*2 (200a). págs. >09*133.

9

Leipzig, una nueva edición de El Único y su propiedad,

la tercera (la segunda, de 1882, había pasado casi desapercibida),

que vio numerosas reimpresiones y propició

las traducciones a otras lenguas.

Cinco años después, John Henry Mackay dio a

las prensas una biografía, fervorosa pero honrada, de

Stimer (al parecer, la única que se ha hecho)1 y una colección

de sus Escritos menores;♦ una segunda edición,

considerablemente ampliada, vio la luz en 1914. Mackay,

escocés de nacimiento y familia paterna, pero de

madre y de lengua alemanas, conocido en su tiempo

como autor de novelas, relatos y poemas (de los que

algunos sobreviven musicados por Richard Strauss).

fue, además, divulgador infatigable del «anarquismo

individualista» norteamericano (cuyo propagandista

Benjamín R. Tucker dio al público, en 1907, la primera

versión inglesa de The Ego and His Oiwt, en traducción

de Steven Byington). Desde entonces, el nombre

3 J. H. Mackay. Max Stimer. San Leben und snn Werk, edición

drl autor, Berlín. 1898; a,* ed. 1910: y edición 1914; reimpresión

Mackay »Cesellsdiaft. Friburgo, 2977.

4 ]. H. Mackay {ed.), Max Shnwr'í Ktnnerv Schñfien und \ánc

Entgegnungen auf dxt Krilik sones Weriu$: mDcr Einzige und

tein Eigcnthum». Berlín, 1898; 2 / edición revisada y ampliada.

Bernhard Zack. Treptow (Berlín), 1914 (reimpresión Frommann-

Hotzboog, Stuttgart Bad Cannstan. 1976).

10

de Stimer ha quedado asociado, sin que Stimer tuviera

mucha culpa n¡ mérito en ello, a ese rótulo del «individualismo

», y como tai su pensamiento se lúe luego

divulgando por el mundo, al punto que las palabras

«individuo» e «individualismo», que Stimer emplea

más bien pocas veces, suelen menudear en algunas

traducciones:1 así de difícil es, por lo visto, prestar oídos

a esa clara y sencilla negación, sin apenas contraparte

positiva, de Dios y de sus sustitutos (el Estado,

la Humanidad, el Trabajo, el Derecho, los ideales que

sean) que Stimer nos ofrece; las escasas formulaciones

positivas en que a veces, a pesar de todo, incurre

(la «propiedad», el «propietario», la «voluntad») son

—como suelen ser— lo más endeble de su pensamiento,

lo que más se ha prestado a la reducción a

doctrina y la asimilación a las ideas dominantes.

Nadie ignora que el autor de & Único y su propiedad

fue, como pocos, hombre de un solo libro. Fuera

de su obra capital, la producción de Stimer se limitó

a la correspondencia periodística, un panfleto de ocasión,

dos o tres artículos en revistas, una réplica a los

recensores de su libro y una Historio de la reacción en

5 Por ejemplo, en b castelbna de Pedro González Blanco (Senv

pere. Valencia. 1905, con numerosas reediciones), que sigue

siendo la más difundida en nuestra lengua.

11

dos tomos (1852), obra compilatoria en la que, como

anota Mackay, «desgraciadamente solo la menor parte

es de su pluma». Ninguno de esos escritos (con excepción

tal vez de «tos recensores de Stimer») iguala

la penetración y la hondura del desengaño de El Único:

sin embargo, ese solo libro de alguna manera los

justifica. Algunas de esas páginas conservan aún el

vigor y la frescura del mero sentido común, tan poco

corriente hoy como entonces.

No es menos notorio que la fama de escritor maldito

y escandaloso que fatalmente acompaña a Stimer

se asemeja poco a la vida morigerada y mediocre del

profesor de instituto retirado johann Caspar Schmidt.

que firmaba con el seudónimo «Max Stimer», hombre

afable, modesto y retraído, ajeno a toda grosería y

a toda estridencia. Nacido en Bayreuth en 1806, hijo

de un fabricante de flautas que falleció poco después,

Schmidt cursó estudios de filosofía, teología y filología

clásica en Erlangen y Berlín, donde oyó a Hegel y

a Schleiermacher en 1835, se habilitó como profesor

de enseñanza secundaria. Ejerció de profesor de un liceo

privado de señoritas de Berlin, de corresponsal de

prensa, de empresario lechero, con resultado ruinoso,

de traductor (vertió al alemán los tratados de economía

de). B. Say y de Adam Smith) y de comisionista

12

mercantii; murió en 1856 en Berlín, a los cincuenta

años, solitario, indigente y olvidado.

Entre 1841 y 1845, el profesor Schmidt había

frecuentado los cenáculos filosóficos de la llamada

izquierda hegelíana: la aventura pública de Stimer se

circunscribe a esos pocos años y al espacio de unas pocas

tabernas de Berlín, donde aquel puñado de jóvenes

exaltados se juntaba por las noches para discutir, beber,

jugar y maldecir todo lo «establecido». Esos jóvenes

universitarios, que se denominaban los «Libres»,

presumían, no sin cierta razón, de ser lo más radical

que había en el país; hoy, ese radicalismo ha de pare*

cemos más bien modesto. En la Alemania de 1840,

las disputas literarias, filosóficas y. sobre todo, teológicas

eran la casi sola pasión política que el gobierno y

las circunstancias toleraban. En 1835, el teólogo David

Friedrich Strauss, discípulo de Hegel. había publicado

su Vida de Jesús, en la que negaba, para escándalo

de los creyentes, algunos artículos de fe y la veracidad

histórica de algunos detalles importantes de los evangelios:

Dios —razonaba— no podía revelarse a si mismo

en un solo individuo; el hombre jesús no era más

que el representante simbólico de la encamación de

Dios en el género humano. Otro teólogo, discípulo de

Hegel también, el joven profesor Bruno Bauer, le res•

3

pondió en nombre de la ortodoxia luterana, con una

reseña en la Evangdische Kirchcn-Zeilung, luego, irisa*

tísfecho con esa condena sumaría, consagró algunos

años y una serie de gruesos y doctos volúmenes (lo

religión dd Antiguo Testamento, 1838; Crítica dd Evangelio

según san Juan, 1840; Crítica de los evangelios sinópticos.

1841-1842) a la refutación minuciosa de Strauss y

la demostración científica de la verdad de la Escritura.

Varios años de ahincado estudio histórico y filológico

le hacen vacilar en la fe y, finalmente, perderla del

todo; cuando da cima a la obra, sus conclusiones son

aun más demoledoras que las de Strauss: el hombre

llamado jesús jamás existió, los evangelios son meras

ficciones literarias, expresión de una etapa del espíritu

hoy superada: después de Hegel, la religión debe

ceder a la razón; Dios no era más que una proyección

ilusoria de la conciencia humana. En octubre de 1841.

Bauer es destituido de su cátedra de teología; en marzo

del año siguiente, el ministerio le retira la liccntia doccndi.

El affaire Bauer levanta considerable revuelo en

la prensa; Bauer y sus amigos, los «Libres» de Berlín,

atizan la controversia, prodigan libros, artículos y pan*

fletos, proclaman el ateísmo y atacan violentamente a

los adversarios y aun a los defensores demasiado

bios del maestro. (Uno de esos escritos, redactado por

un estudiante ruso llamado Mijail Bakunin, conduye

observando que «la pasión de destruir es también

una pasión creadora»). Embriagados de un apocalipsis

sin Dios, se aprestan para la batalla final: la critica

del profesor Bauer había arrasado los cimientos de la

fe; bastaba difundir ese hecho definitivo para que el

imperio de la religión se derrumbara de una vez por

siempre, «la catástrofe será pavorosa, será necesariamente

grande, y me atrevería a decir que será mayor y

más monstruosa que la que acompañó la entrada del

cristianismo en la escena del mundo», escribe Bauer

a su antiguo alumno y, por entonces, colaborador más

intimo, el joven Karl Marx, con quien planea la edición

de una revista, Archiv des Atheismus, que nunca llegará

a aparecer.

A ese fervor pertenece la transfiguración del tímido

y comedido profesor Schmidt en el aguerrido panfletista

Stimer. Una de sus primeras publicaciones es

una entusiasmada reseña de un libro de Bauer en el

Tdegraph Jür Dcutschland de Hamburgo, de enero de

1842; otra, del mismo mes, un panfleto anónimo de

veintidós páginas, Réplica de un parroquiano de Berlín al

escrito de los cincuenta y siete clérigos berlineses «La celebración

cristiana del domingo», inmediatamente prohibido,

en el que invita a los «hermanos y hermanas» a reconocer

la verdadera enseñanza de Cristo en la «religión de

!5

la humanidad» (palabras que delatan el influjo del libro

de Ludwig Feuerbach. La esencia del cristianismo, apa*

recido en abril del año anterior). De marzo a octubre,

Stimer colabora asiduamente en la Rheinische Zcitung

de Colonia, diario progresista fundado a principios del

mismo año y dirigido por entonces por Rutenberg. uno

de los «Libres» de Berlín: en sus páginas aparecen los

ensayos B falso principio de nuestra educación, que recomienda

una pedagogía «personalista», y Arte y rdigión

(cuya tesis —4a religión como obra de arte— proviene

de Bauer) y la breve nota La libertad de oír.

Entre esas labores de corresponsalía puede in*

duirse también el texto Sobre ta obligación de los riudadanos

de pertenecer a alguna confesión religiosa. descubierto

en un manuscrito anónimo y atribuido a

Stimer (con bastante verosimilitud, pese a las dudas

de Mackay) por Gustav Meyer en 1913. El manuscrito.

fechado el 4 de julio de 1842 en Berlín, lleva una

nota del censor que prohíbe la publicación; los argumentos

de) autor son. en lo esencial, los mismos que

Stimer esgrime, con menos brío, en el artículo Pie

Freien («Los Libres»), publicado el 14 de julio de 1842

en la Leipziger Allgemeine Zeitung (la orientadón más

moderada de este periódico liberal da razón sufíden*

te de la diferenda de tono). No ha de sorprendemos

16

tampoco la apasionada y, a) parecer, sincera defensa

del Estado con que concluye el escrito: en aquel momento,

los jóvenes hegelianos no combatían al Estado

(para Bauer. «la más alta manifestación de la libertad

y de la humanidad»), sino que aspiraban a depurarlo

de la religión de Estado, aún vigente, y del sofocante

influjo clerical; su ídolo seguía siendo el rey librepen*

sador Federico II. y las demandas de democracia y régimen

constitucional eran lo más extremado a que. en

materia propiamente política, llegaban.

Solo cuando, a principios de 1843. el gobierno

prusiano prohíbe la Rheinische Zeitung y todos los demás

periódicos abiertos a los disidentes, sin dejarles

más resquicio que las publicaciones desde el extranjero

(Suiza, luego Francia), cunde entre ellos el desengaño

del Estado mismo y de todo el orden social dominante.

Por entonces. Marx descubre el error de su

maestro Bauer al «someter a critica solamente al "Estado

cristiano", no al Estado en cuanto tal» (Sobre la

cuestión judía, 1844); pocos meses después declara que

«la existencia del Estado y la existencia de la esclavitud

son inseparables» {Glosas marginales al artículo *E1 rey

de Prusia y la reforma social», 1844). Poco antes había

aparecido en Suiza el libro de Edgar Bauer (el hermano

del teólogo), La pugna de la crítica contra la Iglesia

*7

y el Estado, que proclama la «oposición crítica contra

el Estado en general», observa que «mientras exista la

propiedad privada, la libertad es impensable», preconiza

la revolución de los desheredados y «la anarquía,

que es el i nido de todas las cosas buenas».*

Por las mismas fechas, Stimer está redactando

su libro; no tenemos otros escritos suyos de ese período

decisivo, salvo dos artículos publicados en 1844

en la Bcriincr Monatsschrift de su amigo Ludwig Buhl:

una reseña de la novela Los misterios de París, de Eugéne

Sue (tomada como representativa de toda moral

burguesa y de sus derivaciones en sentimentalismo

filantrópico y reformador), y los Apuntes provisionales

sobre el Estado de amor, donde anota, casi de pasada,

que este es «la forma más perfecta y la última del Estado

». A finales de octubre de 1844, aparece El Único y

su propiedad; el libro es inmediatamente prohibido en

algunos Estados alemanes, tolerado en otros.

6 E. Bauer, tkr Sirtit der Kritik mil Kirche und Staaí. Jennl, Berna.

1844, págs. 255.259. Para Custav landauer. fue Edgar

Bauer quien «propiamente fundó el anarquismo en Alemania

». Conoció la cárceL la revolución, el exilia; en la década

de 1850. fue confidente de b policía danesa; luego volvió a

Alemania y terminó su* dias como propagandista de b reacción

clerical que de joven había combatido.

18

Entre tanto, el movimiento de los jóvenes hegelianos

se ha escindido y dispersado, empezando por

la ruptura, ya en 1843, entre los «Libres» de Berlín y

los revolucionarios militantes del entorno de Ruge y

Herwegh, discípulos de Feuerbach en filosofía y demócratas

radicales en poli tica; algunos de ellos (Hess.

Engels, luego Marx) se consideran ya comunistas. Por

su parte, los hermanos Bauer, una vez desvanecida la

esperanza de la revolución inminente, se refugian en

la «critica pura» y el desprecio de la «masa», que siem*

pre estropea los perfectos ideales de los pensadores:

los viejos amigos del circulo de los «Libres» ya no los

acompañan. Stimer, en su libro, ataca a unos y a otros:

a los comunistas, en un breve capítulo («El liberalismo

social»), a la «critica pura», en el siguiente, más bien

prolijo («El liberalismo humanitario»), Unos y otros

le responden públicamente (Hess por los comunistas.

Szeliga por los críticos puros); Feuerbach, cuya religión

de la Humanidad era acaso el blanco más conspicuo

de la crítica stimeriana, discute el libro en un breve

artículo anónimo; Stimer les responde concienzudamente

en un largo ensayo. los recensores de Stimer.

(Solo podemos lamentar que nunca llegara a conocer

el ataque más minucioso y más violento contra su libro,

el de Marx y Engels en La ideología alemana, que

permaneció inédito hasta 1932).

*9

La réplica de Stimer a sus críticos sigue siendo

aún iluminadora, visto que los primeros recensores

de B Único habían incurrido ya en casi todos los mal*

entendidos y en casi todas las tergiversaciones que

otros han venido repitiendo hasta nuestros días. Stirner

aclara pacientemente que el «egoismo», tal como

él lo entiende, no excluye la amistad, ni el amor, ni

la generosidad y la abnegación, ni siquiera el socialismo,

ni se confunde con el egoísmo burgués (que

para él no es más que un egoísmo iluso y pobre): aclara

también que no habla del Yo ni del Individuo, que

son meras abstracciones metafísicas, sino de Mi (y,

por tanto, de Ti), a quien los nombres no nombran ni

concepto alguno define.7

En 1848. año de las revoluciones europeas, Stirner

vuelve brevemente al periodismo, colaborando en

7 Otras dos criticas de B Único ¿parecieron en vida de Stirucr:

la del teólogo protestante Kart Schmidt (Oía VcnUuvUsthum

und das tndividuum. Wigand, Leipzig, 1846) y otra de! filósofo

Runo Fbchcr («Modeme Sophisten», Uipxigcr Ron*. 1847):

contra h segunda, apareció una réplica («Die phitosophischen

Reactionlrc». en la revista Dv üpigonen. n * 4.18 4 7).filmada

por «C. Edward» y atribuid) por muchos a Stimer (asi por

Mackay. quien la incluye en su edidón), hipótesis que parece,

sin embargo, refutada por las investigaciones más recientes:

véase f. Ujhizy. «Max Stimer und G. Edward», Der Einzigc n •

4 (1000). págs. 44-48.

20

un periódico liberal de Trieste, el Journal des OsUnd*

chischen Lioyd. En ocho notas de desigual extensión,

discute el problema demográfico, augura, sin más precisión,

un «nuevo sistema económico», insiste (acaso

más de lo justo) en la diferencia entre Imperio y Estado,

recomienda el mandato revocable de los representantes

políticos, la creación de una marina de guerra alemana.

de una federación de Estados centroeuropeos,

de un depósito central de comercio. El breve ensayo

B mandato revocable formula una denuncia elemental

de) sistema parlamentario, tan vigente hoy como en su

momento; los otros, tal vez ligeramente decepcionantes,

tienen acaso la sola virtud de hacernos dudar de

dos imaginaciones que pasan por incuestionables: la

de Stimer. revolucionario anarquista consecuente, y la

de Stimer, individualista despreocupado de las cuestiones

políticas. El cauteloso urdidor de reformas levemente

quiméricas que esas páginas revelan se arriesga

a no satisfacer a los admiradores de Stimer ni a sus

detractores; lo ilícito, lo imposible, es ignorarlo.

FUENTE:

 Brcdlow

Pepitas de calabaza ed.

Apartado de cornos n.é 40

26080 Logroño (La Rioja. Spain)

pepitas® pcpitas.net

umfw.pepitas.net

© De la edición: Pepitas de calabaza ed.

is ín : 978-84-940296-9-1

Dep. legal: 1**55*2013

Selección, traducción, prólogo

y notas de Luis Andrés Bredlow

Grañsmo: Julián Lacalle

Imagen de portada: Max Messer

Primera edición, abril de aoi)

sábado, 6 de enero de 2024

Antología poética Francisco de Quevedo FRAGMENTO



 Antología poética

Francisco de Quevedo

-11-

El tiempo no ha sido benévolo y justo con don Francisco de Quevedo; para su fama

-ese rumor común del mundo- ha recogido sólo la chispeante y desfatigosa nota juvenil

de su obra, dejando en sombra y olvido lo más denso y humano de su pensamiento.

Quevedo, así, aparenta ser apenas el Quevedo de burlas, despiadado y quemante; el

Quevedo de la política y la aventura, el de la intriga por dentro; un Quevedo a flor de

ola, que ignora dónde le arrastra el mundo y sus contingencias, que pasará la muerte

como un trago inesperado y sencillo. Esta es la cara corriente que la moneda de la fama

nos da del pintor del Licenciado Cabra. El busto que fue esculpido en ella presenta

aquellas gafas de cristal grueso, que separan los ojos del contacto directo con las cosas,

y quizá las deforma y las enturbia. Pero, como toda moneda, tiene también el sello que

atestigua el valor, y que, hurtándonos la figura, nos da el otro sentido real de su

importancia. Toda moneda tiene su cruz. Este reverso, en Quevedo -velado por su fácil

fama y puesto casi en olvido-, es el de su humanidad, el de su cruz, el de la antiburla:

Unamuno diría el de su agonía. En los escritores satíricos se da, con ira o melancolía,

este conocimiento de la dualidad del mundo: luz y sombra, vida y muerte, imagen de su

propio ser. Es fácil advertir en la luz de sus risas, aquella -12- vaga tristeza que «fiso

ser rudo trovador» al socarrón Arcipreste de Hita; no deja tampoco de mostrarse en lo

sombrío, la

fatiga dulce y inquietud preciosa,

que les mueve cuando quieren resolver en sí mismos aquella dualidad originaria,

unificando las vivencias contrarias -vida y muerte- en una tensión angustiosa de su

alma, en un paroxismo: nace en ellos, con este intento, la conciencia de la imposibilidad

de expresar en el tiempo y en las palabras su deseo, y las voces usadas se mueven entre

límites conceptismo un juego retórico fácil -«pajaritos de plumas de tintero» dijo el

propio Quevedo-, atento sólo al brillo de la imagen: esta posición crítica, poco

humanista, peca justamente por cegarse ante la forma, ignorando la hondura inesperada

que alcanza respecto al ser, un poeta como Quevedo. Las formas sensibles y extremas

en que se mueve la lírica del Siglo de Oro español, apartando la mecánica difícil, pero

clarificada por estudios como los de Dámaso Alonso, de Góngora, son las que

representan fray Luis de León y Quevedo: la soledad apacible y deseada por la razón,

con que el autor de Los nombres de Cristo, esquiva el mundo en busca de la paz:

traspasaré la vida

en gozo, en paz, en luz no corrompida,

(y que podría tener como lema otro verso, del mismo poeta: «huye, que sólo aquel que

huye escapa»); frente a la entrega total de Quevedo, a la violenta vida,

descolorida paz, preciosa guerra.

-13-

Fray Luis huye, y por ello escapa del tiempo, buscando la eternidad, creando su

estilo bajo una luz no corrompida de sombras. Quevedo se agita, quiere aunar la luz y la

tiniebla, hacer una la vida y el morir, resolviendo aquella íntima antinomia,

amando la vida con saber que es muerte.

Para el autor de la explanación del Cantar de los Cantares, la perfección está en el

«ver sin movimiento», en la impasibilidad ardiente del conocer angélico; para el autor

de La cuna y la sepultura, en el hacer con la vida, en el tiempo, la estatua de su

inmortalidad, «cavar en mi vivir mi monumento», no ignorando que de sus actos se

levanta la propia eternidad:

solamente

lo fugitivo permanece y dura.

No se trata, pues, de diferencias críticas entre clasicismo y romanticismo, pues

ambos buscan el mismo tono humano de su perfección poética, ambos conforman lo

externo formal al contenido de ideas que lleva su poesía, sino de temperamento vital, en

el ansia totalitaria de existir. Quevedo vive con desesperadas raíces en la tierra: «la vida

es mi prisión, y no lo creo» dice, y soñando la libertad y el amor, se desengaña cuando

busca abrazar enardecido la figura ajena:

aire abrazo, agua aprieto,

quedando en aquella soledad que le revela a él -esclavo de las ansias y el suspiro-, que

apenas es ceniza que sobró a la llama, inerte seña de su vida, viva muerte. Humana es

toda la poesía de Quevedo, Y como tal, infatigable a la visión del mundo, amplia de

vuelo, aunque no siempre de sostenida intensidad.

-14-

En esta selección de las nueve musas del Parnaso Español, de Quevedo, se ha

pretendido resucitar -sin eliminar el otro- el aspecto desdeñado de su grandeza,

basándose en aquello que no puede morir porque es eterno, como el hombre: su

angustia, su humanidad, y aquella guerra entre la muerte y la vida, que es toda agonía:

Y así es verdad, Inarda, cuando escribo,

que yo soy y no soy, y muero y vivo.

Roque Esteban Scarpa

-15-

Sonetos

Con ejemplos muestra a Flora la brevedad de

la hermosura, para no malograrla

La mocedad del año, la ambiciosa

vergüenza del jardín, el encarnado

oloroso rubí, tiro abreviado,

también del año presunción hermosa:

la ostentación lozana de la rosa, 5

deidad del campo, estrella del cercado,

el almendro en su propria flor nevado,

que anticiparse a los calores osa:

reprensiones son, ¡oh Flora!, mudas

de la hermosura y la soberbia humana, 10

que a las leyes de flor está sujeta.

Tu edad se pasará mientras lo dudas,

de ayer te habrás de arrepentir mañana,

y tarde, y con dolor, serás discreta.

Compara el discurso de su amor con el de un

arroyo

Torcido, desigual, blando y sonoro,

te resbalas secreto entre las flores,

hurtando la corriente a los calores,

cano en la espuma, y rubio como el oro.

-16-

En cristales dispensas tu tesoro, 5

líquido plectro a rústicos amores,

y templando por cuerdas ruiseñores,

te ríes de crecer, con lo que lloro.

De vidro en las lisonjas divertido,

gozoso vas al monte, y despeñado 10

espumoso encaneces con gemido.

No de otro modo el corazón cuitado,

a la prisión, al llanto se ha venido,

alegre, inadvertido y confiado.

Amante que hace lección para aprender a amar

de maestros irracionales

Músico llanto en lágrimas sonoras

llora monte doblado en cueva fría,

y destilando líquida armonía,

hace las peñas cítaras canoras.

Ameno y escondido a todas horas, 5

en mucha sombra alberga poco día:

no admite su silencio compañía,

sólo a ti, solitario, cuando lloras.

Son tu nombre, color, y voz doliente,

señas más que de pájaro, de amante: 10

puede aprender dolor de ti un ausente.

Estudia en tu lamento y tu semblante

gemidos este monte y esta frente:

y tienes mi dolor por estudiante.

-17-

Amante desesperado del premio y obstinado en

amar

Qué perezosos pies, que entretenidos

pasos lleva la muerte por mis daños;

el camino me alargan los engaños

y en mí se escandalizan los perdidos.

Mis ojos no se dan por entendidos, 5

y por descaminar mis desengaños,

me disimulan la verdad los años

y les guardan el sueño a los sentidos.

Del vientre a la prisión vine en naciendo,

de la prisión iré al sepulcro amando, 10

y siempre en el sepulcro estaré ardiendo.

Cuantos plazos la muerte me va dando

prolijidades son, que va creciendo,

porque no acabe de morir penando.

Exhorta a los que amaren, que no sigan los

pasos por donde ha hecho su viaje

Cargado voy de mí, veo delante

muerte, que me amenaza la jornada:

ir porfiando por la senda errada

más de necio será que de constante.

Si por su mal me sigue necio amante 5

(que nunca es sola suerte desdichada),

¡ay!, vuelva en sí, y atrás, no dé pisada

donde la dio tan ciego caminante.

-18-

Ved cuán errado mi camino ha sido;

cuán solo y triste y cuán desordenado, 10

que nunca ansí le anduvo pie perdido:

pues por no desandar lo caminado,

viendo delante y cerca fin temido,

con pasos, que otros huyen, le he buscado.

A una dama que apago una bujía, y la volvió a

encender en el humo soplando

La lumbre, que murió de convencida

con la luz de tus ojos, y apagada,

por si en el humo se mostró enlutada,

exequias de tu llama ennegrecida.

Bien pudo blasonar su corta vida, 5

que la venció beldad tan alentada,

que con el firmamento en estacada

rubrica en cada rayo una herida.

Tú, que la diste muerte, ya piadosa

de tu rigor, con ademán travieso 10

la restituyes vida más hermosa.

Resucitola un soplo tuyo impreso

en humo, que en tu boca es milagrosa,

aura que nace con facción de beso.

Afectos varios de su corazón, fluctuando en las

ondas de los cabellos de Lisi

En crespa tempestad del oro undoso

nada golfos de luz ardiente y pura

mi corazón, sediento de hermosura,

si el cabello deslazas generoso.

-19-

Leandro en mar de fuego proceloso 5

su amor ostenta, su vivir apura;

Ícaro en senda de oro mal segura

arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de fénix encendidas

sus esperanzas, que difuntas lloro, 10

intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico, y pobre en el tesoro,

el castigo y la hambre imita a Midas,

Tántalo en fugitiva fuente de oro.

Conoce las fuerzas del tiempo, y el ser ejecutivo

cobrador de la muerte

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!

¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!

¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,

pues con callado pie todo lo igualas!

Feroz de tierra el débil muro escalas, 5

en quien lozana juventud se fía;

mas ya mi corazón del postrer día

atiende el vuelo, sin mirar las alas.

¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!

¡Que no puedo querer vivir mañana, 10

sin la pensión de procurar mi muerte!

¡Cualquier instante de la vida humana

es nueva ejecución, con que me advierte

cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

-20-

A Aminta, que teniendo un clavel en la boca,

por morderle se mordió los labios, y salió

sangre

Bastábale al clavel verse vencido

del labio en que se vio, cuando esforzado

con su propia vergüenza lo encarnado,

a tu rubí se vio más parecido.

Sin que en tu boca hermosa dividido 5

fuese de blancas perlas granizado,

pues tu enojo, con él equivocado,

el labio por clavel dejó mordido.

Si no cuidado de la sangre fuese,

para que a presumir de tiria grana, 10

de tu púrpura líquida aprendiese.

Sangre vertió tu boca soberana,

porque roja victoria amaneciese,

llanto al clavel, y risa a la mañana.

Amor que, sin detenerse en el afecto sensitivo,

pasa al intelectual

Mandome, ¡ay Fabio!, que la amase Flora

y que no la quisiese, y mi cuidado

obediente, y confuso, y mancillado,

sin desearla, su belleza adora.

Lo que el humano afecto siente, y llora, 5

goza el entendimiento amartelado

del espíritu eterno, encarcelado

en el claustro mortal que le atesora.

-21-

Amar es conocer virtud ardiente;

querer es voluntad interesada, 10

grosera, y descortés caducamente.

El cuerpo es tierra, y lo será, y fue nada;

de Dios procede a eternidad la mente,

eterno amante soy de eterna amada.

En vano busca la tranquilidad en el amor

A fugitivas sombras doy abrazos,

en los sueños se cansa el alma mía;

paso luchando a solas noche y día,

con un trasgo que traigo entre mis brazos.

Cuando le quiero más ceñir con lazos, 5

y viendo mi sudor se me desvía,

vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,

y temas con amor me hacen pedazos.

Voyme a vengar en una imagen vana,

que no se aparta de los ojos míos; 10

búrlame, y de burlarme corre ufana.

Empiézola a seguir, fáltanme bríos,

y como de alcanzarla tengo gana,

hago correr tras ella el llanto en ríos.

Definiendo el amor

Es hielo abrasador, es fuego helado,

es herida, que duele y no se siente,

es un soñado bien, un mal presente,

es un breve descanso muy cansado.

-22-

Es un descuido, que nos da cuidado, 5

un cobarde, con nombre de valiente,

un andar solitario entre la gente,

un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,

que dura hasta el postrero parasismo, 10

enfermedad que crece si es curada.

Este es el niño Amor, este es tu abismo:

mirad cuál amistad tendrá con nada,

el que en todo es contrario de sí mismo.

A la edad de las mujeres

De quince a veinte es niña; buena moza

de veinte a veinticinco, y por la cuenta

gentil mujer de veinticinco a treinta.

¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!

De treinta a treinta y cinco no alboroza; 5

mas puédese comer con sal pimienta;

pero de treinta y cinco hasta cuarenta

anda en vísperas ya de una coroza.

A los cuarenta y cinco es bachillera,

ganguea, pide y juega del vocablo; 10

y cumplidos los cincuenta, da en santera,

y a los cincuenta y cinco echa el retablo.

Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,

bruja y santera, se la lleva el diablo.

viernes, 5 de enero de 2024

Francisco de Quevedo La hora de todos y la Fortuna con seso TEXTO COMPLETO

 




Francisco de Quevedo

La hora de todos
y la Fortuna con seso


A don Álvaro de Monsalve,

canónigo de la Santa Iglesia de Toledo, primada de las Españas

Este libro tiene parentesco con vuesa merced, por tener su origen de una palabra que le oí. A Vuesa Merced debe el nacimiento, a mí el crecer. Su comunicación es estudio para el bien atento, pues con pocas letras que pronuncia, ocasiona discursos. Tal es la genealogía déste. Doyle lo que es suyo en la sustancia, y lo que es mío en la estatura y bulto. Su título es: La hora de Todos, y la Fortuna con seso. Todos me deberán una hora por lo menos, y la Fortuna sacarla de los orates, que lo más ha vivido entre locos.

El tratadillo, burla burlando, es de veras. Tiene cosas de las cosquillas, pues hace reír con enfado y desesperación. Extravagante reloj, que dando una hora sola, no hay cosa que no señale con la mano. Bien sé que le han de leer unos para otros, y nadie para sí. Hagan lo que mandaren, y reciban unos y otros mi buena voluntad. Si no agradare lo que digo, bien se le puede perdonar a un hombre ser necio una hora, cuando hay tantos que no lo dejan de ser una hora en toda su vida. Vuesa merced, señor don Álvaro, sabe empeñarse-por los amigos y desempeñarlos. Encárguese desta defensa, que no será la primera que le deberé.

Guarde Dios a Vuesa Merced, como deseo.
Hoy 12 de marzo de 1636.


Prólogo

Júpiter, hecho de hieles, se desgañifaba poniendo los gritos en la tierra; porque ponerlos en el cielo, donde asiste, no era encarecimiento a propósito. Mandó que luego a consejo viniesen todos los dioses trompicando. Marte, don Quijote de las deidades, entró con sus armas y capacete, y la insignia de viñadero enristrada, echando chuzos, y a su lado, el panarra de los dioses, Baco, con su cabellera de pámpanos, remostada la vista, y en la boca lagar y vendimias de retorno derramadas, la palabra bebida, el paso trastornado, y todo el celebro en poder de las uvas. Por otra parte asomó con pies descabalados Saturno, el dios marimanta, comeniños, engulléndose sus hijos a bocados. Con él llegó, hecho una sopa, Neptuno, el dios aguanoso, con su quijada de vieja por cetro (que eso es tres dientes en romance), lleno de cazcarrias y devanado en ovas, y oliendo a viernes y vigilias, haciendo lodos con sus vertientes en el cisco de Plutón, que venía en su seguimiento; dios dado a los diablos, con una cara afeitada con hollín y pez, bien zahumado con alcrebite y pólvora, vestido de cultos tan obscuros que no le amanecía todo el buchorno del Sol, que venía en su seguimiento, con su cara de azófar y sus barbas de oropel; planeta bermejo y andante, devanador de vidas, dios dado a la barbería, muy preciado de guitarrilla y pasacalles, ocupado en ensartar un día tras otro, y en engazar años y siglos, mancomunado con las cenas y los pesares para fabricar calaveras. Entró Venus haciendo rechinar los coluros con el ruedo del guardainfante, empalagando de faldas a las cinco zonas, a medio afeitar la jeta, y el moño, que la encorozaba de pelambre la cholla, no bien encasquetado por la prisa. Venía tras ella la Luna, con su cara en rebanadas, estrella en mala moneda, luz en cuartos, doncella de ronda, y ahorro de lanternas y candelillas. Entró con gran zurrido el dios Pan resollando, con dos grandes piaras de númenes, faunos, pelicabras y patibueyes. Hervía todo el cielo de manes y lémures, lares y penates, y otros diosecillos bahúnos. Todos se repantigaron en sillas y las diosas se rellanaron, y asestando las jetas a Júpiter con atención reverente, Marte se levantó, sonando a choque de cazos y sartenes, y con ademanes de la carda, dijo: «¡Pesia tu hígado, oh grande Coime que pisas el alto claro, abre esa boca y garla, que parece que sornas!» Júpiter, que se vio salpicar de jacarandinas los oídos, y estaba, siendo verano y asándose el mundo, con su rayo en la mano haciéndose chispas, cuando fuera mejor hacerse aire con un abanico, con voz muy corpulenta, dijo: «Vusted envaine y llámenos a Mercurio»

El cual, con su varita de jugador de manos y sus zancajos pajarillos y su sombrerillo hecho a horma de hongo, en un santiamén y en volandas se le puso delante. Júpiter le dijo: «Dios virote, dispárate al mundo! Tráeme aquí en un abrir y cerrar de ojos a la Fortuna asida de los arrapiezos.»

Luego el chisme del Olimpo, calzándose dos cernícalos por acicates, se despareció, que ni fue visto ni oído, con tal velocidad, que verle partir y volver fue una mesma acción de la vista. Volvió hecho mozo de ciego y lazarillo adestrando a la Fortuna que con un bordón en la una mano venía tentando, y de la otra tiraba de la cuerda que servía de freno a un perrillo. Traía por chapines una bola sobre que venía de puntillas, y hecha pepita de una rueda que la cercaba como centro, encordelada de hilos, trenzas y cintas, cordeles y sogas, que con sus vueltas se tejían y destejían. Detrás venía como fregona la Ocasión , gallega de coramvobis, muy gótica de faciones, cabeza de contramoño, cholla bañada de calva de espejuelo, y en la cumbre de la frente un solo mechón en que apenas había pelo para un bigote. Era éste más resbaladizo que anguilla, culebreaba deslizándose al resuello de las palabras.

Echábasele de ver en las manos que vivía de fregar y barrer y vaciar los arcaduces que la Fortuna llevaba. Todos los dioses mostraron mohína de ver a la Fortuna y algunos dieron señal de asco, cuando ella, con chillido desentonado, hablando a tiento, dijo:

-Por tener los ojos acostados y la vista a buenas noches, no atisbo quién sois los que asistís a este acto, empero, seáis quien fuéredes, con todos hablo, y primero contigo, oh Jove, que acompañas las toses de las nubes con gargajo trisulco. Dime, ¿qué se te antojó ahora de llamarme, habiendo tantos siglos que de mí no te acuerdas? Puede ser que se te haya olvidado a ti y a esotro vulgo de diosecillos lo que yo puedo, y que así he jugado contigo y con ellos como con los hombres.

Júpiter, muy prepotente, la respondió:

-Borracha, tus locuras, tus disparates y tus maldades son tales que persuades a la gente mortal que, pues no te vamos a la mano, que no hay dioses, y que el cielo está vacío, y que yo soy un dios de mala muerte. Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a los que habías de quitar las orejas, y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer.

La Fortuna, demudada y colérica, dijo:

-Yo soy cuerda, y sé lo que hago, y en todas mis acciones ando pie con bola. Tú, que me llamas inconsiderada y borracha, acuérdate que hablaste por boca de ganso en Leda, que te derramaste en lluvia de bolsa por Dánae, que bramaste y fuiste Inde toro pater por Europa, que has hecho otras cien mil picardías y locuras, y que todos esos y esas que están contigo han sido avechuchos, urracas y grajos, cosas que no se dirán de mí. Si hay beneméritos arrinconados y virtuosos sin premios, no toda la culpa es mía: a muchos se los ofrezco que los desprecian, y de su templanza fabricáis mi culpa. Otros, por no alargar la mano a tomar lo que les doy, lo dejan pasar; otros me lo arrebatan sin dárselo yo; más son los que me hacen fuerza que los que yo hago ricos; más son los que me hurtan lo que les niego que los que tienen lo que les doy. Muchos reciben de mí lo que no saben conservar: piérdenlo ellos y dicen que yo se lo quito. Muchos me acusan por mal dado en otros lo que estuviera peor en ellos. No hay dichoso sin invidia de muchos, no hay desdichado sin desprecio de todos. Esta criada me ha servido perpetuamente y no he dado paso sin ella: su nombre es la Ocasión; ¡oídla!, ¡aprended a juzgar de una fregona!

Y desatando la tarabilla la Ocasión, por no perderse a sí mesma, dijo:

-Yo soy una hembra que me ofrezco a todos: muchos me hallan, pocos me gozan. Soy Sansona femenina, que tengo la fuerza en el cabello; quien sabe asirse a mis crines, sabe defenderse de los corcovos de mi ama. Yo la dispongo, yo la reparto, y de lo que los hombres no saben recoger ni gozar, me acusan. Tiene repartidas la necedad por los hombres estas infernales cláusulas: «Quién dijera; no pensaba; no miré en ello; no sabía; bien está; qué importa; qué va ni viene; mañana se hará; tiempo hay; no faltará ocasión; descuidéme; yo me entiendo; no soy bobo; déjese deso; yo me lo pasaré; ríase de todo; no lo crea; salir tengo con la mía; no faltará; Dios lo ha de proveer; más días hay que longanizas; donde una puerta se cierra, otra se abre; bueno está eso; qué le va a él; paréceme a mí, no es posible; no me diga nada; ya estoy al cabo; ello dirá; ande el mundo; una muerte debo a Dios; bonito soy yo para eso; sí por cierto; diga quien dijere; preso por mil, preso por mil y quinientos; no es posible; todo se me alcanza; mi alma en mi palma; ver veamos; dizque»; y «pero» y «quizás». Y el tema de los porfiados «De dónde diere».

Estas necedades hacen a los hombres presumidos, perezosos y descuidados. Éstas son el hielo en que yo me deslizo, en éstas se trastorna la rueda de mi ama, y trompica la bola que la sirve de chapín.

Pues si los tontos me dejan pasar ¿qué culpa tengo yo de haber pasado? Si a la rueda de mi ama son tropezones y barrancos, ¿por qué se quejan de sus vaivenes? Si saben que es rueda y que sube y baja, y que por esta razón baja para subir y sube para bajar, ¿para qué se devanan en ella? El Sol se ha parado, la rueda de la Fortuna, nunca. Quien más seguro pensó haberla fijado el clavo no hizo otra cosa que alentar con nuevo peso el vuelo de su torbellino. Su movimiento digiere las felicidades y miserias como el del tiempo las vidas del mundo y el mundo mesmo poco a poco. Esto es verdad, Júpiter. Responda quien quisiere. La Fortuna, con nuevo aliento, bamboleándose con remedos de veleta y acciones de barrena, dijo:

-La Ocasión ha declarado la ocasión injusta de la acusación que se me pone; empero yo quiero de mi parte satisfacerte a ti, supremo atronador, y a todos esotros que te acompañan, sorbedores de ambrosía y néctar, no obstante que en vosotros he tenido, tengo y tendré imperio, como le tengo en la canalla más soez del mundo. Y yo espero ver vuestro endiosamiento muerto de hambre por falta de víctimas, y de frío, sin que alcancéis una morcilla por sacrificios, ocupados en sólo abultar poemas y poblar coplones, gastados en consonantes y en apodos amorosos, sirviendo de munición a los chistes y a las pullas.

-Malas nuevas tengas de cuanto deseas -dijo el Sol-, que con tan insolentes palabras blasfemas de nuestro poder. Si me fuera lícito, pues soy el Sol, te friyera en caniculares, y te asara en buchornos, y te desatinara a modorras.

-Vete a enjugar lozadales -dijo la Fortuna-, a madurar pepinos, y a proveer de tercianas a los médicos, y a adestrar las uñas de los que se espulgan a tus rayos; que ya te he visto yo guardar vacas y correr tras una mozuela, que, siendo Sol, te dejó a escuras. Acuérdate que eres padre de un quemado; cósete la boca y déjale hablar a quien le toca. Entonces Júpiter severo pronunció estas razones:

-Fortuna, en muchas cosas de las que tú y esa picarona que te sirve habéis dicho, tenéis razón; empero para satisfación de las gentes está decretado inviolablemente que en el mundo, en un día y en una propria hora, se hallen de repente todos los hombres con lo que cada uno merece. Esto ha de ser: señala hora y día.

La Fortuna respondió:

-Lo que se ha de hacer ¿de qué sirve dilatarlo? Hágase hoy. Sepamos qué hora es.

El Sol, jefe de relojeros, respondió:

-Hoy son veinte de junio, y la hora, las tres de la tarde, tres cuartos y diez minutos. Pues en dando las cuatro, veréis lo que pasa en la tierra.

Y diciendo y haciendo empezó a untar el eje de su rueda y encajar manijas y mudar clavos y enredar cuerdas, aflojar unas y estirar otras, cuando el Sol, dando un grito, dijo:

-Las cuatro son, ni más ni menos: que ahora acabo de dorar la cuarta sombra posmeridiana de las narices de los relojes de sol.

En diciendo estas palabras, la Fortuna, como quien toca sinfonía, empezó a desatar su rueda, que, arrebatada en huracanes y vueltas, mezcló en nunca vista confusión todas las cosas del mundo; y dando un grande aullido, dijo:

-Ande la rueda, y coz con ella.

I

En aquel proprio instante, yéndose a ojeo de calenturas paso entre paso un médico en su mula, le cogió la Hora, y se halló de verdugo, perneando sobre un enfermo, diciendo credo en lugar de Récipe, con aforismo escurridizo.

II

Por la mesma calle, poco detrás, venía un azotado, con la palabra del verdugo delante chillando, y con las mariposas del sepancuantos detrás, y el susodicho en un borrico, desnudo de medio arriba, como nadador de rebenque. Cogióle la Hora, y, derramando un rocín al alguacil que llevaba, y el borrico al azotado, el rocín se puso debajo del azotado y el borrico debajo del alguacil; y mudando lugares, empezó a recibir los pencazos el que acompañaba al que los recibía, y el que los recibía a acompañar al que le acompañaba. El escribano se apeó para remediarlo, y, sacando la pluma, le cogió la Hora, Y se la alargó en remo, y empezó a bogar cuando quería escribir.

III

Atravesaban por otra calle unos chirriones de basura, y llegando enfrente de una botica, los cogió la Hora, y empezó a rebosar la basura, y salirse de los chirriones, y entrarse en la botica, de donde saltaban los botes y redomas, zampándose en los chirriones con un ruido y admiración increíble; y como se encontraban al salir y al entrar los botes y la basura, se notó que la basura, muy melindrosa, decía a los botes: «Háganse allá.»

Los basureros ayudaban con escobas y palas, traspalando en los chirriones mujeres afeitadas, y gangosos, y teñidos, sin poder nadie remediarlo.

IV

Había hecho un bellaco una casa de grande ostentación con resabios de palacio y portada sobrescrita de grandes genealogías de piedra.

Su dueño era un ladrón que, por debajo de su oficio, había hurtado el caudal con que la edificó. Estaba dentro y tenía cédula a la puerta para alquilar tres cuartos. Cogióle la Hora. ¡Oh, inmenso Dios, quién podrá referir tal portento! Pues, piedra por piedra, ladrillo por ladrillo, se empezó a deshacer, y las tejas, unas saltaban a unos tejados, y otras a otros. Veíanse vigas, puertas y ventanas entrar por diferentes casas con espanto de sus dueños, que la restitución tuvieron a terremoto y a fin del mundo. Iban las rejas y las celosías buscando sus dueños de calle en calle. Las armas de la portada partieron como rayos a restituirse a la Montaña a una casa de solar, a quien este maldito había achacado su pícaro nacimiento. Quedó desnudo de paredes y en cueros de edificio, y sólo en una esquina quedó la cédula de alquiler que tenía puesta, tan mudada por la fuerza de la Hora, que donde decía: «Quien quisiere alquilar esta casa vacía, entre, que dentro vive su dueño», se leía:

«Quien quisiere alquilar este ladrón, que está vacío de su casa, entre sin llamar, pues la casa no lo estorba.»

V

Vivía enfrente déste un mohatrero que prestaba sobre prendas, y viendo afufarse la casa de su vecino, quiso prevenirse, diciendo: «¿Las casas se mudan de los dueños? ¡Mala invención!»

Y por presto que quiso ponerse en salvo, cogido de la Hora, un escritorio y una colgadura y un bufete de plata, que tenía cautivos de intereses argeles, con tanta violencia se desclavaron de las paredes y se desasieron, que al salirse por la ventana un tapiz, le cogió en el camino y, revolviéndosele al cuerpo, amortajado en figurones, le arrancó y llevó en el aire más de cien pasos, donde, desliado, cayó en un tejado, no sin crujido del costillaje; desde donde, con desesperación, vio pasar cuanto tenía, en busca de sus dueños, y detrás de todo una ejecutoria, sobre la cual, por dos meses, había prestado a su dueño doscientos reales, con ribete de cincuenta más. Esta, (¡oh estraña maravilla!), al pasar, le dijo: «Morato Arráez de prendas, si mi amo por mí no puede ser preso por deudas, ¿qué razón hay para que tú por deudas me tengas presa a mi?»

Y diciendo esto se zampó en un bodegón, donde el hidalgo estaba disimulando ganas de comer, con el estómago de rebozo, acechando unas tajadas que so el poder de otras muelas rechinaban.

VI

Un hablador plenario, que de lo que le sobra de palabras a dos leguas pueden moler otros diez habladores, estaba anegando en prosa su barrio, desatada la tarabilla en diluvios de conversación. Cogióle la Hora, y quedó tartamudo y tan zancajoso de pronunciación, que, a cada letra que pronunciaba, se ahorcaba en pujos de be a ba; y como el pobre padecía, paró la lluvia con la retención, y empezó a rebosar charla por los ojos y por los oídos.

VII

Estaban unos senadores votando un pleito. Uno dellos, de puro maldito, estaba pensando cómo podría condenar a entreambas partes. Otro, incapaz , que no entendía la justicia de ninguno de los dos litigantes, estaba determinando su voto por aquellos dos textos de los idiotas: «Dios se la depare buena» y «dé donde diere». Otro, caduco, que se había dormido en la relación, discípulo de la mujer de Pilatos en alegar sueño, estaba trazando a cuál de sus compañeros seguiría, sentenciando a trochemoche. Otro, que era doto y virtuoso juez, estaba como vendido al lado de otro que estaba como comprado, senador brujo untado. Este alegó leyes torcidas, que pudieran arder en un candil, y trujo a su voto al dormido y al tonto y al malvado. Y habiendo hecho sentencia, al pronunciarla les cogió la Hora, y en lugar de decir: «Fallamos que debemos condenar y condenamos», dijeron: «Fallamos que debemos condenarnos y nos condenamos.» «Ese sea su nombre», dijo una voz.

Y al instante se les volvieron las togas pellejos de culebras, y arremetiendo los unos con los otros, se trataban de monederos falsos de la verdad. Y de tal suerte se repelaron, que las barbas de los unos se veían en las manos de los otros, quedando las caras lampiñas y las uñas barbadas, en señal de que juzgaban con ellas y para ellas, por lo cual las competía la zalea jurisconsulta.

VIII

Un casamentero estaba emponzoñando el juicio de un buen hombre que, no sabiendo qué se hacer de su sosiego, hacienda y quietud, trataba de casarse. Proponíale una picarona y guisábasela con prosa eficaz, diciéndole: «Señor, la nobleza, no digo nada, porque, gloria a Dios, a Vuesa Merced le sobra para prestar; hacienda, Vuesa Merced no la ha menester; hermosura, en las mujeres proprias, antes se debe huir por peligro; entendimiento, Vuesa Merced la ha de gobernar, y no la quiere para letrado; condición, no la tiene; los años que tiene son pocos (y decía entre sí «por vivir»); lo demás es a pedir de boca.» El pobre hombre estaba furioso, diciendo: «Demonio ¿qué será lo demás? Si ni es noble ni rica ni hermosa ni discreta, lo que tiene sólo es lo que no tiene, que es condición.»

En esto los cogió la Hora, cuando el maldito casamentero, sastre de bodas, que hurta y miente y engaña y remienda y añade, se halló desposado con la fantasma que pretendía pegar al otro, y hundiéndose a voces sobre «¿quién sois vos?», «qué trujisteis vos?», «no merecéis descalzarme», se fueron comiendo a bocados.

IX

Estaba un poeta en un corrillo leyendo una canción cultísima, tan atestada de latines y tapida de jerigonzas, tan zabucada de cláusulas y cortada de paréntesis, que el auditorio pudiera comulgar de puro en ayunas que estaba. Cogióle la Hora en la cuarta estancia, y a la obscuridad de la obra (que era tanta que no se veía la mano), acudieron lechuzas y murciélagos, y los oyentes encendiendo lanternas y candelillas, oían de ronda a la Musa a quien llaman: la enemiga del día que el negro manto descoge.

Llegóse uno tanto con un cabo de vela al poeta (noche de invierno, de las que llaman boca de lobo), que se encendió el papel por en medio. Dábase el autor a los diablos de ver quemada su obra, cuando el que la pegó fuego le dijo: «Estos versos no pueden ser claros y tener luz si no los queman: más resplandecen luminaria que canción.»

X

Salía de su casa una buscona piramidal, habiendo hecho sudar la gota tan gorda a su portada, dando paso a un inmenso contorno de faldas, y tan abultada que pudiera ir por debajo rellena de ganapanes, como la tarasca. Arrempujaba con el ruedo las dos aceras de una plazuela. Cogióla la Hora, y volviéndose del revés las faldas del guardainfante y arboladas, la sorbieron en campana vuelta del revés, con faciones de tolva, y descubrióse que, para abultar de caderas, entre diferentes legajos de arrapiezos que traía, iba un repostero plegado y la barriga en figura de taberna, y al un lado un medio tapiz; y lo más notable fue que se vía un Holofernes degollado, porque la colgadura debía de ser de aquella historia. Hundíase la calle a silbos y gritos; ella aullaba, y como estaba sumida en dos estados de carcavuezo que formaban los espartos del ruedo que se había erizado, oíanse las voces como de lo profundo de una sima, donde yacía con punta de carantamaula.

Ahogárase en la caterva que concurrió si no sucediera que, viniendo por la calle rebosando Narcisos uno con pantorrillas postizas y tres dientes, y dos teñidos, y tres calvos con sus cabelleras, los cogió la Hora de pies a cabeza, y el de las pantorrillas empezó a desangrarse de lana, y sintiendo mal acostadas por falta de los colchones las canillas, y queriendo decir: «¿Quién me despierna?», se le desempedró la boca al primer bullicio de la lengua; los teñidos quedaron con requesones por barbas, y no se conocían unos a otros; a los calvos se les huyeron las cabelleras con los sombreros en grupa, y quedaron melones con bigotes, con una cortesía de memento homo.

XI

Era muy favorecido de un señor un criado suyo: este le engañaba hasta el sueño, y a éste un criado que tenía, y a este criado un mozo suyo, y a este mozo un amigo, y a este su amigo su amiga, y a ésta el diablo. Pues cógelos la Hora; y el diablo, que estaba al parecer tan lejos del señor, revístese en la puta, y la puta en su amigo, el amigo en el mozo, el mozo en el criado, el criado en el amo, el amo en el señor.

Y como el demonio llegó a él destilado por puta y rufián, y mozo de mozo de criado de señor, endemoniado por pasadizo y hecho un infierno, embistió con su siervo, éste con su criado, y el criado con su mozo, el mozo con su amigo, el amigo con su amiga, esta con todos; y chocando los arcaduces del diablo, unos con otros se hicieron pedazos, se deshizo la sarta de embustes, y Satanás, que enflautado en la cotorrera se paseaba sin ser sentido, rezumándose de mano en mano, los cobró a todos de contado.

XII

Estábase afeitando una mujer casada y rica. Cubría con hopalandas de solimán unas arrugas jaspeadas de pecas; jalbegaba, como puerta de alojería, lo rancio de la tez; estábase guisando las cejas con humo, como chorizos; acompañaba lo mortecino de los labios con munición de lanternas, a poder de cerillas; iluminábase con vergüenza postiza, con dedadas de salserilla de color. Asistíala, como asesor de cachivaches, una dueña, calavera confitada en untos. Estaba de rodillas sobre sus chapines, con un moñazo imperial en las dos manos, y a su lado una doncellita, platicanta de botes, con unas costillas de borrenes, para que su ama lanaplenase las concavidades que la resultaban de un par de jibas que la trompicaban el talle.

Estándose, pues, la tal señora dando pesadumbre y asco a su espejo, cogida de la Hora, se confundió en manotadas, dándose con el solimán en los cabellos, y con el humo en los dientes, y con la cerilla en las cejas, y con la color en la frente, y encajándose el moño en las quijadas, y atacándose las borrenes al revés, quedó cana y cisco, y Antón Pintado y Antón Colorado, y barbada de rizos, y hecha abrojo, con cuatro corcovas, vuelta visión y cochino de San Antón. La dueña, entendiendo que se había vuelto loca, echó a correr con los andularios de requiem en las manos; la muchacha se desmayó, como si viera al diablo; ella salió tras la dueña, hecha un infierno, chorreando pantasmas. Al ruido salió el marido, y viéndola, creyó que eran espíritus que se la habían revestido, y partió de carrera a llamar quien la conjurase.

XIII

Un gran señor fue a visitar la cárcel de su Corte, que le dijeron servía de heredad y bolsa a los que tenían a su cargo, que de los delitos hacían mercancía y de los delincuentes tienda, trocando los ladrones en oro y los homicidas en buena moneda. Mandó que sacasen a visita los encarcelados, y halló que los habían preso por los delitos que habían cometido y que los tenían presos por los que su codicia cometía con ellos. Supo que a los unos contaban lo que habían hurtado y podido hurtar, y a otros lo que tenían y podían tener, y que duraba la causa todo el tiempo que duraba el caudal, y que precisamente el día del postrero maravedí era el día del castigo, y que los prendían por el mal que habían hecho, y los justiciaban porque ya no tenían.

Saliéronse a visitar dos que habían de ahorcar al otro día; al uno, porque le había perdonado la parte, le tenían como libre; al otro por hurtos ahorcaban, habiendo tres años que estaba preso, en los cuales le habían comido los hurtos, y su hacienda, y la de su padre y su mujer, en quien tenía dos hijos. Cogió la Hora al gran señor en esta visita, y, demudado de color, dijo:

-«A este que libráis porque perdonó la parte, ahorcaréis mañana; porque, si esto se hace, es instituir mercado público de vidas y hacer que, por el dinero del concierto con que se compra el perdón, sea mercancía la vida del marido para la mujer, y la del padre para el hijo, y la del hijo para el padre; y en poniéndose los perdones de muerte en venta, las vidas de todos están en almoneda pública, y el dinero inhibe en la justicia el escarmiento, por ser muy fácil de persuadir a las partes que les serán más útil mil escudos, o quinientos, que un ahorcado. Dos partes hay en todas las culpas públicas: la ofendida y la justicia; y es tan conveniente que ésta castigue lo que le pertenece, como que aquélla perdone lo que le toca. Este ladrón, que después de tres años de prisión queréis ahorcar, echaréis a galeras; porque como tres años ha estuviera justamente ahorcado, hoy será injusticia muy cruel, pues será ahorcar, con el que pecó, a su padre, a sus hijos y a su mujer, que son inocentes, a quien habéis vosotros comido y hurtado con la dilación las haciendas. Acuérdome del cuento del que, enfadado de que los ratones te roían papelillos, y mendrugos de pan, y cortezas de queso, y los zapatos viejos, trujo gatos que le cazasen los ratones; y viendo que los gatos se comían los ratones, y juntamente un día le sacaban la carne de la olla, otro se la desensartaban del asador, que ya le cogían una paloma, ya una pierna de carnero, mató los gatos y dijo: 'Vuelvan los ratones'. Aplicad vosotros este chiste, pues como gatazos, en lugar de limpiar la república, cazáis y coméis los ladrones ratoncillos que cortan una bolsa, agarran un pañizuelo, quitan una capa y corren un sombrero, y juntamente os engullís el reino, robáis las haciendas y asoláis las familias. ¡Infames! ratones quiero, y no gatos.»

Diciendo esto, mandó soltar todos los presos, y prender todos los ministros de la cárcel. Armóse una herrería y confusión espantosa: trocaban unos con otros quejas y alaridos; los que tenían los grillos y las cadenas se las echaban a los que se las mandaron echar y se las echaron.

XIV

Iban diferentes mujeres por la calle; las unas a pie, y aunque algunas dellas se tomaban ya de los años, iban gorjeándose de andadura y desviviéndose de ponleví, y naguas; otras iban embolsadas en coches, desantañándose de navidades, con melindres y manoteado de cortinas; otras, tocadas de gorgoritas y vestidas de noli me tangere iban en figura de camarines en una alacena de cristal con resabios de hornos de vidrio, romanadas por dos moros, o cuando mejor, por dos pícaros; llevaban las tales trasparentes los ojos en muy estrecha vecindad con las nalgas del mozo delantero, y las narices molestadas del zumo de sus pies, que como no pasa por escarpines, se perfuma de Fregenal. Unas y otras iban reciennaciéndose, arrulladas de galas, y con niña postiza callando la vieja como la caca, pasando a la perspectiva o arismética de los ojos los ataúdes por las cunas.

Cogiólas la Hora y, topándolas Estoflerino y Magirio y Origano y Argolio con sus efemérides desenvainadas, embistieron con ellas a ponerlas a todas las fechas de sus vidas, con día, mes y año, Hora, minutos y segundos. Decían con voces descompuestas: «Demonios, reconoced vuestra fecha como vuestra sentencia; cuarenta y dos años tienes, dos meses y cinco días, dos horas, nueve minutos y veinte segundos.»

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