domingo, 3 de diciembre de 2023

Pedro Salinas CARTAS A KATHERINE WHITMORE (1932-1947) Edición y prólogo de Enric Bou

 




Pedro Salinas

CARTAS

A KATHERINE WHITMORE

(1932-1947)

Edición y prólogo de Enric Bou


A Chiara

≪En Salinas la inteligencia tambien hace el

amor, y su don poetico, que es, como siempre,

el de establecer las relaciones mas hondas

y mas vertiginosas posibles aqui abajo

entre las formas del ser, para cazar, para poseer

ontologicamente la realidad huyente, procede

desde y en el amor.≫

Julio Cortazar

Cartas salvadas

El lector se dispone a entrar en un mundo cerrado, hermético.

«Mundo real y mundo poético», el conocido título de una conferencia

sobre poesía que Salinas pronunció en 1930, en la que presentaba

una falsa dicotomía entre realidad y poesía (le faltaría el

tercer elemento, el lenguaje), podría servir también de título para

este epistolario. Las cartas de esta correspondencia traslucen una

voluntad extrema de negar la presencia del mundo exterior y de

refugiarse en la intimidad de la relación amorosa, lejos del mundo

real y en las cercanías del mundo poético expresado en los

poemas. Confirman, así, algo de lo que Salinas enunció en esa

conferencia, con frases que, hasta cierto punto, marcan el tono de

esta correspondencia amorosa y de las difíciles relaciones entre

los libros escritos paralelamente a las cartas y las propias cartas,

y adoptan un carácter de presagio (auto)crítico:

«Podemos afirmar que las relaciones entre mundo poético y

mundo real son hoy más dramáticas que nunca lo fueron. La realidad

maravillosa, múltiple, cargada de elementos poéticos, se yergue

e intenta colocarse, colocar su mundo real en ese espacio que los poetas

labraron siempre en otro mundo, el mundo suyo, el poético».1

1. Pedro Salinas, Mundo real y mundo poético, ed. de Christopher Maurer,

Valencia, Pre-Textos, 1996, pag. 77.

11

En efecto, en este epistolario realidad y poesía trazan las coordenadas

de ecuaciones dispares, se entrelazan con frecuencia y definen

el terreno incierto de la conciencia del amor y de su expresión,

a menudo estereofónica, en verso y prosa.

Desde el día 1 de julio de 1999 se puede consultar una colección

de cartas y poemas que Pedro Salinas envió entre 1932 y

1947 a una profesora estadounidense, Katherine Reding Whitmore,

y que se conservan en la Houghton Library de la Universidad

de Harvard. Es ésta una colección esperada, que ha despertado

un gran interés entre hispanistas (salinistas o no), por su posible

relación con el excelente ciclo de poesía amorosa que escribió Salinas,

compuesto por La voz a ti debida (1933), Razón de amor

(1936) y Largo lamento. Esta posible conexión se había discutido

públicamente en algunas —escasas— ocasiones. Un buen conocedor

de las Américas, Julián Marías, escribió acerca de Katherine

Whitmore en sus memorias, a propósito de su estancia en Nueva

Inglaterra durante el curso 1951-1952 como profesor visitante en

Wellesley College:

«Había renovado mi amistad con Katherine Whitmore, a quien

había conocido en Madrid, excelente profesora de Smith College,

mujer de gran distinción y belleza, every inch a lady [...] que había

conocido a casi todos los grandes intelectuales españoles y había

sido amiga de ellos. [...] Se ha dicho que La voz a ti debida se

había escrito pensando en ella; no lo sé; lo único que puedo decir

es que lo merecía».2

En un libro reciente, Acelerado sueño. Memoria de los poetas

del 27, Miguel García-Posada era mucho más explícito:

«[...] amante descarriado sería Pedro Salinas, quien en los años

treinta comenzó una profunda relación amorosa con una joven

norteamericana, asistente a los cursos de verano de la Residencia

de Estudiantes que el poeta y profesor dirigía, Katherine Whitmore.

El fruto de esta relación son sus tres grandes libros amo-

2. Julian Marias, Una vida presente. Memorias 2, Madrid, Alianza Editorial,

1989, pag.

preparados una serie de documentos (en su mayoría escritos en

Wellesley el 22 de agosto de 1956) en los que, como producto de

sus pesquisas, establece una cronología de la relación de Whitmore

con Salinas y da unas mínimas pistas sobre la identidad de la

corresponsal. Katherine Prue Reding había nacido en Kansas, en

1897. Se especializó en lengua y literatura española en la Universidad

de Kansas y en Berkeley. Más tarde enseñó en Richmond,

Virginia, y desde 1930, en Smith College, en Northampton, Massachusetts.

Pasó el verano de 1932 en Madrid, donde conoció a Pedro

Salinas; se inició entonces una apasionada relación amorosa que

dio como fruto algunos de los más bellos poemas de amor escritos

en español. Aquel verano se encontraron brevemente en Alicante,

donde visitaron el peñón de Ifach (experiencia recogida en «¡Qué

día sin pecado!», el poema 18 de La voz a ti debida), y en Barcelona.

En septiembre de ese año, cuando Katherine Reding regresó

a Northampton para reincorporarse a Smith College, la relación

prosiguió de forma epistolar. Las cartas tienen una frecuencia casi

diaria hasta 1934. Ella pasó el curso académico 1934-1935 en Madrid,

periodo en que la mujer de Salinas descubrió la relación y cometió

un intento de suicidio. Katherine Reding, al darse cuenta del

daño que estaba causando a otros, intentó poner fin a la relación

con Salinas, pero la guerra civil y el exilio del poeta en Estados

Unidos en 1936 lo dificultaron. Katherine pasó el curso 1937-1938

en México, como directora del programa de estudios extranjeros

de Smith College, programa que se había desarrollado antes en

España pero que, con el estallido de la guerra civil, fue trasladado

a México. A poco de regresar a Estados Unidos, en 1939, Katherine

decidió casarse con Brewer Whitmore, profesor de Smith College.

Así lo hizo el 23 de marzo de aquel año, y fue éste el apellido

que adoptó y con el que se la conoce en ámbitos literarios y

académicos. Mantuvo todavía algún contacto fugaz con Salinas,

como lo prueba el epistolario y los poemas de Largo lamento, pero

la relación había terminado mucho antes. Se vieron por última vez

en la primavera de 1951, pocos meses antes de la muerte de Salinas,

acaecida el 4 de diciembre de 1951. Katherine Whitmore murió

en 1982.

La correspondencia entre Jorge Guillén y Katherine Whitmore

es testimonio de cómo el fiel amigo de Salinas contribuyó a que

se salvara la colección de cartas y explica por qué, tres años antes

de morir, Whitmore la donó a la Houghton Library, donde se con14

las cartas contenían poemas de La voz a ti debida o de Razón de

amor, y que Katherine las guardara aparte y posteriormente se extraviaran.

El tercer vacío es inexplicable.

A partir de 1936, cuando Salinas reside en Estados Unidos, cabe

suponer que el contacto directo, el teléfono, sustituyó en buena

parte al contacto epistolar. Por otra parte, el enfriamiento de la relación

y el matrimonio de Katherine Prue Reding con Brewer

Whitmore también justifican que las cartas sean menos frecuentes.

Cuando Katherine Whitmore quedó viuda, en 1943 (el marido murió

en un accidente de automóvil), y Salinas residía en Puerto Rico,

se abre un larguísimo paréntesis durante el cual éste no le escribe

por temor a la censura vigente en la isla caribeña, a causa de la

guerra mundial.

El legado de Katherine Whitmore es importante por varias razones.

En primer lugar, por la información que aporta sobre aspectos

de la biografía de Salinas y del grupo del 27. En segundo

lugar, por la belleza de algunos pasajes, fragmentos que cabe relacionar

con la cuarta voz del poeta, la voz epistolar; como ha ido

demostrándose en los últimos años con la publicación de diversas

muestras de su epistolario, y que una previsible edición de la

«obra completa» como la que ha impulsado Jaime Salinas permitirá

conocer en toda su dimensión, esta «cuarta voz» complementa

la voz intimista, la espiritual o contemplativa y la expositiva.

6 En tercer lugar, por su carácter metaepistolar, es decir, por

las múltiples reflexiones a las que, en estas cartas, se entrega Salinas,

reflexiones en las que esboza temas que posteriormente desarrollaría

en textos como la Defensa de la carta misiva, y que

aquí se hallan concentradas en la expresión epistolar de los entresijos

de una pasión amorosa. En cuarto lugar, por las muchas

frases que anuncian versos, primeras versiones de poemas de la

trilogía —que obligan a olvidar las ediciones existentes de la trilogía

amorosa—, así como por los comentarios que el propio Sa-

6. Ampliando la apreciacion de Juan Marichal en el ≪Prologuillo≫ a Tres voces

de Pedro Salinas (Madrid, Taller de Ediciones Josefina Betancor, 1976), podemos

reconocer la ≪voz epistolar≫ como una de las voces que estaban mas alla

de la dedicacion central a la literatura de Pedro Salinas, la que provocaba esas

≪tres voces≫ que Marichal consideraba como mas destacables: una voz ≪intimista≫,

la del canto amoroso; otra ≪contemplativa≫, la del canto espiritual, y por ultimo

una ≪expositiva≫, de presentacion del pensamiento, la de los ensayos (vease Enric

Bou, ≪Defensa de la voz epistolar. Variedad y registro en las cartas de Pedro Salinas

≫, Monteagudo, 3, 1998, pags. 37-60).

16

linas hace sobre la redacción de algunos poemas.7 En quinto y último

lugar, la importancia de esta colección de cartas y poemas

de Pedro Salinas radica en la pequeña joya que la acompaña: un

texto mecanografiado de nueve páginas (que se publica aquí en

los Apéndices) en el que Katherine Whitmore evoca la relación

entre ambos, los momentos de felicidad, la sombra de la duda, y

que constituye un notable ejercicio de crítica literaria en el que

da la razón a los críticos que dudaron de la existencia de una

amada real que hubiera inspirado esos poemas. En este testimonio,

Katherine Whitmore se revela como una muy buena crítica

de Salinas y de los poemas de la trilogía amorosa. Reconoce que

los poemas de La voz a ti debida tienen poco que ver con la persona

que los inspiró, razón por la cual sustenta la opinión de críticos

como Leo Spitzer y Ángel del Río, que dudaban de la existencia

de una amada real. Decía Spitzer que la mujer amada era

negada en los poemas de La voz: «No conozco poesía de amor

donde la pareja amorosa se reduzca hasta tal punto al yo del poeta,

donde la mujer amada sólo viva en función del espíritu del

hombre y no sea más que un “fenómeno de conciencia” de éste».

Aseveración que le pareció a Jorge Guillén una «conclusión monstruosa

». Pero Angel del Río insistió en la idea: «Está hecha sobre

todo la poesía de Salinas de sutilezas psicológicas, expresadas en

un estilo preciso, y al mismo tiempo ágil, definido con exactitud

por Leo Spitzer al hablar de su “conceptismo interior”». Whitmore

justificaba su opinión citando los versos finales La voz a ti debida:

Y su afanoso sueño

de sombras, otra vez, será el retorno

a esta corporeidad mortal y rosa

donde el amor inventa su infinito.

La lectura de estas cartas puede reavivar el debate sobre las difíciles

relaciones entre vida y literatura. ¿Es ética la publicación, el

comentario de los documentos privados de un escritor? Confieso

que es ésta una pregunta que me ha perseguido en los dos últimos

7. Veanse, por ejemplo, trabajos recientes como el de Antonia Merlo, Una vita

di lettere: L'epistolario di Pedro Salinas, Tesi di Laurea, Universite degli Studi di

Udine, 2000, o el de Ruth Katz Crispin, ≪“Que verdad revelada”: The poet and the

absent beloved of Pedro Salinas’ La voz a ti debida, Razón de amor and Largo lamento

», en Revista Hispánica Moderna, LIV (junio 2001), pags. 108-125.

17

años, desde septiembre de 1999, cuando pude empezar a leer estas

cartas. Existe un argumento obvio: todo lo que no se ha quemado

tiene alguna razón para su lectura. Salvado de las llamas, el texto

—privado— busca un público, admite alguna lectura, desde la del

«investigador-especialista» hasta la del lector interesado y «letraherido

». Queda en un muy segundo plano el gossip, el chismorreo.

Es obvio que esta última versión del «salinismo» no interesa a nadie.

Es más, después de leer los materiales, uno comprueba con

asombro que nos hallamos ante un caso semejante al del conocido

cuento de Edgar Allan Poe, The purloined letter, puesto que las

cartas de Pedro Salinas a Katherine Whitmore han estado ante

nuestros ojos desde 1933, en los poemas de la trilogía amorosa, y

somos nosotros los que no hemos sabido leerlas, ya que de tan obvias

no queríamos —o no podíamos— verlas.

Este hecho tiene consecuencias dignas de destacarse. Al leer la

trilogía de poesía amorosa de Pedro Salinas (La voz a ti debida,

Razón de amor y Largo lamento) a la luz de esta correspondencia,

nos damos cuenta de algo bastante sorprendente. Se confirma que

La voz a ti debida es el gran libro de poesía amorosa. Desde el momento

de su publicación, en 1933, fue celebrado y leído con pasión.

Otra suerte corrió Razón de amor. Publicado en los inicios de la

guerra civil española, pasó casi inadvertido, y desde entonces su

lectura y su crítica fue a remolque del anterior volumen. De hecho,

todos los críticos coinciden en reconocer el significativo cambio

de tono que se produce en el segundo libro. Stixrude, por ejemplo,

escribió: «Los poemas de Razón de amor continúan la temática

de La voz a ti debida pero no sostienen en su totalidad el brío del

primer libro».8 Incluso la apariencia exagerada e irónica de la racionalidad

—en opinión de Robert Havard—9 puede ser matizada.

Diez de Revenga se ha referido a que el «amor deja de ser sorpresa

y se convierte en objeto de análisis».10 Tal vez debamos prestar

más atención a las palabras de la propia Whitmore: «La realidad

empezó a filtrarse por las nubes de nuestro amor en vilo». En

efecto, las coincidencias de tono y de registro entre las cartas y los

8. David L. Stixrude, ≪Introduccion≫ a Pedro Salinas, Aventura poética, Madrid,

Catedra, 1989, pag. 42.

9. Robert Havard, ≪The ironic rationality of “Razon de amor”. Pedro Salinas:

Logic, language and poetry≫, Orbis Litterarum, 38 (1983), pags. 254-270.

10. Francisco Javier Diez de Revenga, ≪Introduccion≫ a Pedro Salinas, Poemas

escogidos, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, pag. 42.

18

poemas de Razón de amor son notables. Eso también explicaría

que Salinas se negara a publicar Largo lamento, puesto que debía

de parecerle, por razones personales y literarias, un libro fallido.

No obstante, sí incorporó a uno de sus mejores libros. Todo más

claro (1949), una parte titulada «Entretiempo romántico», que

contiene los poemas más logrados pertenecientes al ciclo de Largo

lamento: «Adiós con variaciones», «El cuerpo, fabuloso» y «Error

de cálculo». Así pues, la célebre «trilogía amorosa» debe leerse a

partir de ahora bajo una luz muy distinta.

Esta colección, por otra parte, confirma plenamente lo que el

crítico francés Vincent Kaufmann ha escrito acerca de la «literariedad

» de la carta. ¿Qué es lo que convierte a una carta en texto

literario? ¿El autor? ¿El tema? Según Kaufmann, «les lettres d ’écrivains

sont à considérer comme procédantes d ’une littérarité seconde

».11 Es decir, que el interés (no documental) de las cartas es externo

a las mismas, puesto que hay que buscarlo en los efectos de

repetición, de insistencia. Las correspondencias ponen en juego y

representan un gesto o un número limitado de gestos discursivos;

constituyen un ritmo subjetivo, o, más exactamente, intersubjetivo.

Sólo en casos excepcionales tiene una carta un «valor» por sí

misma. Lo más importante es que dicha carta se inscriba en un

ritmo, porque el interés de una correspondencia reside en su relación

con una obra más «sustancial» (literaria, artística, política, militar,

etc.), de mayor proyección pública: ése es el motivo por el

cual conocemos al autor de las cartas que leemos. En general, leemos

correspondencias de escritores que poseen una obra central

que nos atrae. Las cartas resultan, así, la caja de resonancia, como

un banco de pruebas, o sirven de depósito para fragmentos de

obras (no realizadas, o todavía gestándose) que se proyectan en

ellas de forma inconsciente. Si la carta no tuviera esta relación,

como el reverso de la medalla o el síntoma de un estado de cosas

que nos atrae, no la leeríamos. Y eso es, en efecto, lo que ocurre

con esta sección de la ingente correspondencia de Pedro Salinas.

Esta colección de cartas posee un valor «subsidiario» en relación a

una obra poética. Sin embargo, en ellas se da una abundante repetición

de determinados leit-motiv que constituyen el núcleo, el

ritmo del epistolario: los celos, el problema de la doble vida, cómo

11. Vincent Kaufmann, L ’équivoque épistolaire, Paris, Les Editions de Minuit,

1990, pag. 46.

19

es el amor que les une a ambos, qué ha cambiado en la vida y en

la poesía de Salinas después de que éste conociera a Katherine

Whitmore... Al mismo tiempo, las cartas presentan el reverso de la

medalla: una versión prosificada de motivos de los libros poéticos

de Salinas inspirados por esta relación. Estos motivos otorgan a

esta colección de cartas una entidad, pues son la expresión de una

pasión amorosa, y como tal nos muestra la evolución, el dolor, de

una relación clandestina.

Mundo real

En el relato de Henry James Los papeles de Aspern se plantean

una serie de problemas muy pertinentes para todos aquellos

que lidian con documentos de escritores ya muertos. En primer lugar,

y el más obvio, el caso de las familias que guardan la «memoria

» de un antepasado escritor, las trampas que a veces se tienden

para velar por un recuerdo, para salvaguardar la imagen del escritor,

de acuerdo con unas decisiones de familia, tomadas en nombre,

a veces, de oscuros intereses. Pero al mismo tiempo, como ya

indicara Wayne Booth,12 el relato de James introduce, en segundo

lugar, el fascinante tema de la búsqueda de documentos del pasado

planteado como una especie de aventura. En tercer lugar, se destaca

otro tema: el de la reconstrucción de un pasado que, gracias a

los documentos y a la propia búsqueda, se convierte en «un pasado

visitable». Precisamente Henry James escribió en el prólogo a esta

obra acerca de su atracción hacia ese «pasado visitable» repleto de

presencias fantasmales, y de la «poesía de las cosas que han sobrevivido,

desaparecidas hace tiempo».

En el caso que me interesa aquí, el de las cartas cruzadas entre

Pedro Salinas y Katherine Whitmore, resulta pertinente recordar

estos tres problemas. Porque es una colección que se ha conservado

trunca: sólo nos han llegado las 354 cartas que Katherine

Whitmore guardó. La lectura de la colección de cartas permite la

reconstrucción de un «pasado visitable» repleto de presencias fantasmales,

y, más allá de las anécdotas de la petite histoire, ayuda

12. Wayne C. Booth, The rhetoric o f fiction, Chicago, The University of Chicago

Press, 1961 [Trad, cast.: La retórica de la ficción, trad, de Santiago Gubern,

Barcelona, Bosch, 1974].

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a reconstruir parte del proceso de creación de uno de los mejores

libros de la poesía amorosa del siglo xx español. Y en ello hay mucha

de esa «poesía de las cosas que han sobrevivido, desaparecidas

hace tiempo» de que hablaba Henry James. No es una correspondencia

rica en informaciones factuales; éstas se reducen a su mínima

expresión. Pero ayuda a reconstruir (y a entender) el carácter

hasta cierto punto hermético de la trilogía de poesía amorosa

saliniana.

Por fortuna, no todo es hermetismo, construcción de un mundo

cerrado y claustrofóbico, y en las cartas encontramos detalles

biográficos. En algunas, Salinas incluye comentarios sobre su infancia:

«En mi casa desde niño estoy acostumbrado a no celebrar

la Nochebuena. Jamás tuvimos ni cena copiosa, ni mucho menos

fiesta casera. Yo, como tú sabes, me crié en casa de mis abuelos

y allí dominaba un tono grave, triste, serio. Había capilla. Se

rezaba a diario. La alegría se toleraba, pero no se buscaba ni mucho

menos se cultivaba» (carta 49). En otras cartas apunta detalles

curiosos que ilustran las condiciones de la vida académica

en la España de 1932. Así, por ejemplo, cuenta que el día de

Navidad tiene que trabajar porque en el Centro de Estudios Históricos

no hay vacaciones: «¡régimen austero!» (carta 50). O proporciona

información sobre la fundación de la Universidad Internacional,

y el proceso de organización durante el curso 1932-1933;

se queja amargamente del desánimo en que cae debido a los problemas

burocráticos con los que topa para poner en marcha esa

Universidad, ya que tiene que lidiar con tres ministerios: Negocios

Extranjeros, Instrucción y Hacienda (carta 78). En otras misivas

comenta el sistema de oposiciones: le nombran miembro de

un tribunal presidido por Unamuno, junto con Guillén, Hurtado

y Valbuena, al que se presentan tres candidatos que Salinas considera

flojos, y este episodio le sugiere una reflexión sobre el estudio

de la literatura, ya que ésta sólo puede abordarse con intelletto

d ’amore, y lanza diatribas contra los eruditos sin alma, que

conciben la historia literaria como cosa de documentos, de archivos,

de datos, de fechas, y que carecen de espíritu y sentido estético

(carta 60). Formula asimismo una durísima crítica al tipo

de historia literaria que se practicaba en la época: «[...] nosotros,

a pesar de ser poetas, conocemos algo la historia literaria y sus problemas.

Es ya hora de acabar en España con esta degeneración

del concepto de historia literaria, miserablemente historicista, que

21

domina» (carta 75). Y aun en otra expresa su desilusión al conocer

a Paul Valéry (carta 95).

La amistad fraternal que le uniera con Jorge Guillén merece,

por supuesto, la atención de Salinas. Al producirse el reencuentro

en tierras americanas, después de dos años sin verse, Salinas

reconoce que en apenas dos minutos renació esa corriente de familiaridad,

de terreno conocido, base de la amistad. Y le alegra

constatar que Guillén no está manchado, que la estancia en la España

de Franco no le ha dejado ningún «color» (carta 135).

En diversas ocasiones, Salinas le describe a Whitmore las impresiones

que le producen algunos paisajes. Al salir de clase, solo,

en agosto de 1932, evoca el cielo de Madrid con palabras que están

muy cerca de algunos versos de La voz a ti debida: a esa misma

hora bajaron los dos la escalerilla, en ese instante entre el día y

la noche, ese momento que tanto le conmueve, porque es una hora

en que «parece que todo va a dejar de ser lo que es. [...] Y todo

parece estar escapando de lo que fue de día, de la obligación de

ser como se es» (carta 4).13

En otras cartas, una vez más, demuestra sus dotes de observación.

Pedro Salinas fue durante toda su vida un gran curioso.

Así lo definió su gran amigo Jorge Guillén: «Salinas, que conocía

muy bien las alturas supremas, era un incesante Colón de Indias

anónimas, de esos aciertos que la vida no catalogada propone al

desgaire en este o el otro minuto».14 En efecto, Salinas, frente a

la uniformidad, sentía una genuina atracción por la diversidad, de

ahí que la curiosidad fuera un motor importante de sus actividades.

Integró en su vida el riesgo asociado a la curiosidad —casi—

impertinente, frente a la seguridad —lo cómodo— de lo ya conocido.

Son particularmente divertidas sus observaciones durante

una visita a México en 1939. Allí conoció a un tipo peculiar que

hablaba en un particular dialecto: «Para tu personal recreo te

trasmito algunas: “En Venecia todas las calles estaban abnegadas;

no se podía circular más que en glándulas”. “El viaje estuvo lleno

de pericias; fue una verdadera odalisca." “Como más que el goloso

de Rodas.” Y la perla de la colección: “Mi gato es de muy buena

raza: incrustado de Góngora”. Claro, quería decir cruzado de

13. ≪Te conoci, repentina, / en ese desgarramiento / brutal de tiniebla y luz,

/ donde se revela el fondo / que escapa al dia y la noche.≫

14. Jorge Guillen, ≪Elogio de Pedro Salinas≫, en Pedro Salinas, ed. de Andrew

Debicki, Madrid, Taurus, 1976, pag. 31.

22

Angora. ¿No es maravilloso el tipo? Recuerda mucho al Belarmino

de Pérez de Ayala». O queda fascinado con los nombres de

algunas tiendas: «El viejo infierno. Carnicería». O con el anuncio

de unos polvos matarratas, que le parece «genialmente irreverente:

“¡La última cena!”» (carta 143). Precisamente esa visita a

México suscita en Salinas una extraña sensación, sensación que

transmite a Katherine: disfruta lo indecible de esas nadas, de esas

reminiscencias de lo que fue y lo que ve: «[...] nada de esto lo había

visto, se me pone ante los ojos por vez primera. Y no obstante

todo lo había visto, todo estaba en mí. Sensación curiosa de familiaridad

honda y extrañeza aparente» (carta 132).

Mundo poetico

La correspondencia es especialmente rica por las referencias a

la escritura de La voz a ti debida. Éstas, en contra de lo que pudiera

preverse, no son muy abundantes, pero sí iluminadoras. Nos

informa del proceso de redacción de los primeros libros de la trilogía:

Salinas pasa cuatro días de enero solo, en Alicante (en el

hotel al que, al parecer, fue a buscarla una mañana), para trabajar

a partir de notas de versos, casi todas sugeridas por las cartas

de ella o de él (carta 50). Aclara el sentido íntimo de algunos pasajes.

En dos ocasiones, durante el mes de enero de 1933, Salinas

le explica a Katherine el epígrafe que abre La voz a ti debida, los

versos de Shelley «Thou Wonder, and thou Beauty, and thou Terror!».

Le confiesa que le ha preocupado siempre la combinación y proporción

de fortaleza y debilidad en Katherine. La siente, la ve

fuerte, mucho más que él, y por ello se sabe infinitamente débil

a su lado (carta 53). Un par de semanas más tarde amplía la explicación

del significado de ese verso de Shelley; le parecía «como

un presagio, como un anuncio, como un trasmundo» (carta 58).

Cuando publica en El Sol el poema «Nadadora sumergida», escrito

tras una estancia en Alicante, Salinas le comenta lo mucho

que hay de ella en esos versos (carta 91). Por otra parte, numerosos

pasajes del epistolario presagian o confirman algunos de los

versos más brillantes de La voz a ti debida. Por ejemplo, en una

carta le explica a Katherine que ambos proceden de un mismo

país, de una misma tierra espiritual; y que, en cuanto se vieron,

se estableció entre ellos esa alegría de ponerse a «recordar juntos

23

cosas de nuestro común origen» (carta 15), lo cual nos remite a

los muy conocidos versos de La voz: «Yo no necesito tiempo /

para saber cómo eres: / conocerse es el relámpago». En otra carta

le relata la anécdota que origina el poema «Una lágrima en

mayo» de Razón de amor (carta 93). Y aun en otra da las claves

del poema «Error de cálculo», de Largo lamento. El origen de

este poema es la sensación de hablar con la amada rodeados de

personas que conversan en un bar, el Barbizon Plaza de Nueva

York. Salinas proyectaba dar forma poética a una situación que

se había repetido mucho en sus vidas: hablar de las cosas más

profundas en un lugar público, en una atmósfera poblada de conversaciones

y gentes superficiales, y sentirse protegidos por «esa

capa de lo público y lo impenetrable de nuestro secreto de almas»

(carta 128).

Salinas disfruta con la cotidianidad de la escritura y con el

hecho de compartir con la persona amada la sensualidad de esa

escritura. Y ello no sólo se deduce de las alusiones a la tinta que

utilizan (domina la verde), a los colores de los papeles en que escriben.

En una nota que acompaña a un poema en pruebas,

«Sola» («Amor, amor, catástrofe...»), escribe que al leer esas

pruebas ha tenido una sensación tan viva de dependencia de Katherine,

de obligación y gratitud hacia ella, que no puede por

menos de mandárselo, «así, en esta forma y papel, malo, pura

prueba, llamada a no ser nada. Porque deseo que tengas ese

poema en todas sus formas, que asistas a ellos en todas sus fases

de vida, desde el no ser al manuscrito, a las pruebas, a la revista,

al libro» (carta 76).

Leemos además algunos curiosos ejercicios de autocrítica cuando

Salinas nos informa de su percepción de los propios libros de

poesía, el ciclo amoroso generado por esta relación. Después de la

publicación de La voz a ti debida, comenta a Katherine el sentido

íntimo que tiene ese libro para él:

«Tú sabes lo que te mandaba, vida. Lo has sabido perfectamente.

Mi libro no era mi libro. Lo que yo te he mandado no eran

poemas, no poesía, sino sobre eso, puesto encima de todo, sirviendo

la poesía y el libro únicamente como apoyo, como punto de

arranque, algo más entrañablemente tuyo y mío, sólo tuyo y mío,

de nadie más, el amor de nuestra vida. No es un libro: es una prenda,

una señal material, una memoria, una promesa del amor de

24

nuestras vidas. [...] lo que me vuelve serenamente loco de gozo es

que sientas mi libro, tu libro, “as if this were the beginning o f another

book”. Cuando me dices: “Let’s live another book beginning

now”, siento que no se puede decir más. Me llenas de fuerza, de

energía, de ánimos de vivir, de ser y hacer más, y todo a ti debido»

(carta 105).

Gracias a estas cartas sabemos también la dedicatoria que escribió

Salinas en el ejemplar de La voz que le mandó a Katherine:

«Inseparables en él siempre» (carta 109). Asimismo, nos da

noticias sobre fechas aproximadas de redacción de poemas, en

particular de los pertenecientes al libro anunciado pero nunca publicado

por Salinas, Largo lamento. En 1937 le manda una nueva

poesía y recapitula: «Con ella son 19 las que te he mandado. He

recibido copiadas 11. Tengo miedo de que se haya perdido un paquete

con cuatro (“De entre todas las cosas verticales”, “Hoy son

las manos la memoria”, “Si tú no fueras invisible”, y “Muerte del

sueño”)» (carta 128). Incluso tenemos noticia de un posible título

alternativo para ese volumen: «([...] se me ha ocurrido un nuevo

título: Las plumas de su vuelo. Está en Góngora, en la Soledad

primera. Es menos grave que Crepúsculo pisando, y quizá da la

misma sensación de huida, en un caso de luz, en otro de ave.)»

(carta 146).

Más allá de los detalles de redacción y organización del ciclo,

son importantes las reflexiones de Salinas acerca del cambio que

se ha producido en su poesía, un cambio provocado por la relación

entre ambos:

«(Si quieres ver la verdad objetiva de lo que te digo piensa en

mis libros. Mi poesía, antes, jugaba a aceptar y no aceptar el nivel,

a escaparse a ratos y a conformarse otros con las cosas de la

tierra como son. Había distracciones, dudas. Pero el libro nuestro,

Katherine, es el gran salto hacia arriba, en la unidad absoluta, de

atmósfera, de nivel, es mi poesía en elevación, en tu amor.) Vivimos

ahora, Katherine, como podemos, transaccionalmente, provisionalmente,

separados, ausentes. Pero en otra zona, Katherine,

de la vida» (carta b6).

Salinas lleva mucho más allá la idea de que los cambios en su

25

poesía están íntimamente relacionados con las experiencias vitales

de los últimos meses. Incluso llega a establecer un curioso paralelismo

entre la redacción del libro y su trabajo para la fundación

de la Universidad Internacional:

«Porque con un raro azar, paralelamente a la U.I. se iba haciendo

mi libro de versos, el que más contento me tiene, el que

más directa y hondamente me expresa. Ahí sí que me encuentro,

ése sí que soy yo, sin dudar. Y ese yo es el que quiero, el que deseo

que viva, porque es el tuyo, el que tú suscitaste, el que has

sacado de mí, amor de mi vida. El otro será o no será, vivirá o

no, pero éste es el que ansio ver vivo, el que pide prolongación,

aumento, eternidad, el que quiere salvarse de lo mortal con tu

nombre y/ Pedro» (carta 100).

En otra misiva justifica la opción de escribir poesía: «Sólo versos

escribo. ¿Por qué? Porque se escriben pronto, porque se

escriben corriendo, en un momento». Pero al margen de las razones

de orden práctico, se ve también condicionado por un imperativo

incontrolable. Escribe versos «porque me los manda, me

los ordena, una fuerza superior e irresistible, porque vienen de mi

Katherine, son de ella, por ella y para ella, como todo lo de su/

Pedro» (carta 34).

Mundo cerrado

Me he referido antes a la existencia de dos mundos, el real y

el poético, a propósito de las cartas de Salinas a Whitmore. Esta

distinción entre esos dos mundos se proyecta sobre el epistolario.

El propio Salinas distingue a menudo entre dos tipos de cartas.

Unas, con más referencias al mundo exterior, que él no considera

dignas de la destinataria. Otras, las más, dedicadas en exclusiva a

la reflexión casi obsesiva en torno a su relación amorosa, al sentimiento

con respecto a la persona amada. Así se puede ver frustrada

la expectativa de muchos lectores que esperan otra entrega

del Salinas dicharachero, ocurrente, amigo de sus amigos, observador

y atento. Por fortuna, en muchas de las cartas hay rastros

de los cambios de registro que detectara con buen tino Andrés

Soria Olmedo: «[...] pasa del lenguaje coloquial al lenguaje re26

quintado, de lo humorístico e ingenioso a la introspección o la expansión

lírica».15

La atmósfera cerrada del epistolario asalta de inmediato al

lector. Nos movemos en un ambiente claustrofóbico. ¿Qué tiene

ello de sorprendente? ¿No es éste el sino del amor? El mundo

que se trasluce en estas cartas es un mundo obsesivo, concentrado

en un solo tema: la relación entre ellos dos. Y con unos pocos satélites:

los altibajos del amor, el dolor causado por la distancia, los

celos, el problema de la doble vida, el sentirse joven en la madurez...

En muchas cartas, de manera recurrente, el tema es la propia

carta (cf. carta 81, «Mira, mis cartas son el asunto permanente

de mi pensamiento»), la obsesión, la necesidad de escribir, la previsión

de lo que escribirá. Quizá, más que «metacartas», son muchas

de ellas cartas circulares, encerradas en sí mismas. Por eso,

esta colección puede defraudar a lectores ávidos de información

sobre el Salinas civil, el escritor y profesor, miembro destacado de

la llamada «generación del 27». Él mismo se refiere en varias ocasiones

a la condición de este epistolario: «[...] mi terrible propensión

a encerrarme en mis cartas, en nuestro mundo, sin referencias

apenas al mundo exterior que me rodea, nada de fuera»

(carta 111). En otras ocasiones (¡en muchas!), repasa la cronología

de su relación desde los comienzos, evoca encuentros decisivos,

como el que tuvo lugar en Alicante, cuando visitaron el peñón

de Ifach (carta 85), o con frecuencia valora el impacto que su

relación con ella ha tenido en su vida y en su obra.

Este epistolario alude a un mundo hermético. Pero, además,

las cartas cobran una realidad independiente: el mundo en el que,

alentado por la pasión, vive el deseo de los amantes. A causa de

la distancia que los separa, las cartas se convierten en el espacio

virtual en el que se consuma esa pasión. Como escribe Salinas:

«Hoy, Katherine, lo más sincero y espontáneo de mi vida son

unas cartas, tus cartas. Aquí sé que vivo yo. Mira, alma, no tendrán

valor alguno, lo sé, más que para ti y para mí, no las conocerá

nadie, pero en ellas está lo más directo de mi alma desde el

mes de agosto. Por eso no miento nunca al decir que vivo para ti.

Hoy mi poesía, mi creación, mi obra, todo se cumple y se satis15.

Andres Soria Olmedo, ≪Dos voces a nivel≫, en Pedro Salinas-Jorge Guillen,

Correspondencia (1923-1951), Barcelona, Tusquets Editores, Coleccion Marginales

120, 1992, pag. 15.

27

face en ti, por ti» (carta 58). Las cartas crean una realidad autónoma.

Es ésta, pues, una correspondencia «cerrada», con pocas

ventanas a lo externo. Como Salinas no deja de recordar con frecuencia:

«¿Sabes? Cada día me gusta más y más reducir el mundo a nuestro

mundo. Hablarte en mis cartas de lo que tú me hablas en las tuyas,

hablarte de ti, de mí, sobre todo de ti. Y crear con los hilos de

esta correspondencia un mundo netamente diferenciado del otro.

El otro es alrededores. Voy a él, vamos a él, de excursión, pero para

volver al centro mismo, luego, de nuestra vida. Esa es la razón de

que te hable tan poco de mis cosas y mis actos, de mis gestas. Invariablemente

al coger la pluma en la mano elijo, escojo. ¿Por qué voy

a hablar de lo que hice ayer, de lo que me pasó ayer, si todo eso

era relleno en la vida, y en cambio tú, con una frase de tu carta, me

das más motivo de hablar que todo lo demás?» (carta 71).

Mundo circular, obsesivo, en el que lo central es el diálogo apasionado

de los amantes, diálogo concentrado, amantes concentrados

en el nuevo mundo que han creado. Lo dijo Jorge Guillén a

propósito de La voz: «Solos viven buscándose y hallándose, felices

e inquietos en su orbe personal. ¿Habrá enamorados que no sean

o intenten ser los habitantes exclusivos de una isla cerrada al universo?

Porque ellos son un mundo. Lo que explica la situación de

ese Tú y ese Yo sin perspectivas sociales».16 Este aislamiento resulta

especialmente pertinente para abordar la particular teoría de

la carta y del amor —del amor por carta— que genera este epistolario.

La carta de amor

Como ha sugerido Octavio Paz,17 tres elementos componen

nuestra imagen del amor en el mundo contemporáneo: la exclusividad,

es decir el amor hacia una sola persona (y su resultante, los

16. Jorge Guillen, ≪Prologo≫ a Pedro Salinas, Poesías completas, Barcelona,

Seix-Barral, 1981, pag. 8.

17. Octavio Paz, La llama doble: amor y erotismo, Barcelona, Seix-Barral,

1993.

28

celos); la atracción, que es la aceptación libre de nuestro destino;

y la persona, alma y cuerpo. Todo ello se confirma en este epistolario

(y en las poesías), aunque con algunos matices. La atención a

la exclusividad deriva en obsesión y celos, aumentados éstos por la

distancia. La atracción se expresa de forma paradójica en la aceptación

de un destino superior. La persona física, real, es inexistente

y queda sustituida por la realidad de la escritura. Por ello, la carta,

apuntaba antes, deviene el espacio real, a pesar de su virtualidad,

en que se desarrolla la pasión amorosa. Y es en la carta donde se

completa la relación. Jorge Guillén lo escribió acerca de unos versos

de La voz: «“Acude, ven, conmigo. / Tiende tus manos, tiéndeles

tu cuerpo.” Son tres conminaciones que exigen la presencia:

a través de aquel lecho de distancias, las manos, y tras las manos,

el cuerpo. Corpórea vehemencia adquiere el poema mismo».18

Esta «corpórea vehemencia» se amplía en las cartas, las cuales devienen

el espacio virtual de la culminación del amor. Dado que los

amantes carecen de la posibilidad de un contacto frecuente, éste es

sustituido por la relación epistolar, la cual contribuye a superar o

a crear un «lecho de distancias».

La trilogía amorosa de Salinas, desde el momento de su publicación,

se ha considerado una de las muestras más bellas de la

expresión del amor en lengua española. Las cartas complementan

la lectura de los poemas, a la par que sustentan una teoría y práctica

del amor. Se tornan un mundo autónomo de valor intrínseco.

Salinas, a medias consciente de ello, lo expresa en su «teoría Alicante-

amor, 1935»:

«Te voy a explicar mi teoría, que llamaremos “Teoría Alicante-

amor, 1935”. Mis actos y mis sentimientos, mis hallazgos de

pensar y sentir, no los puedo yo dar completeness, sino con tu colaboración

de sentir y pensar. Lo que a mí se me ocurre, lo que

pasa por mi corazón, no está entero, no es total: falta el comunicártelo

a ti, el que tú lo recibas, lo sientas y pienses conmigo, lo

aproveches, en tu alma, lo completes, y [le] des perfección. De

nada me sirve un modo especial de sentir mi amor por ti si tú no

lo sientes conmigo, si no te lo digo y me respondes. ¿Comprendes

lo que son mis cartas? ¿Lo que piden, lo que esperan? Piden

18. Jorge Guillen, ≪Prologo≫ a Pedro Salinas. Poesías completas, Barcelona,

Seix-Barral, 1981, pag. 14.

29

un sí, síes, como el primero, y esperan la confirmación de lo que

yo he vivido a medias, y necesitan para consumarse tu con-vivencia.

Cada día me resulta mi amor más necesariamente correlativo.

Lo que yo siento y pienso de nuestro amor cada momento, lo que

escribo, son obras a medias que sólo encuentran su cumplirse si

tú las acoges y rematas» (carta 117).

Los amantes, en conversaciones y cartas, cumplen una función

especular; cada uno da noticias al amante-corresponsal de cómo

es el otro, el lector de los textos, y juntos crean una relación

cómplice, de complementariedad. Más aún, en la relación epistolar

Salinas se ve a sí mismo como una Penélope de la escritura,

una Penélope que día a día construye la relación amorosa: «Parecen

cartas y cartas como hilos en el telar que van tejiendo una

tela indestructible. ¡Qué hermoso trabajo sin trabajo!» (carta 50).

Es conocida la faceta de Pedro Salinas como teórico y reivindicador

de la correspondencia. En estas cartas anuncia reflexiones

o matiza algunas aseveraciones que aparecerán en su ensayo

en defensa de la carta misiva. Con frecuencia, los desastres del

correo le sugieren originales apuntes. Es, evidentemente, una teoría

de la carta de amor —fundada en la urgencia— pertinente

para la correspondencia amorosa. Los retrasos en el correo le

inspiran una teoría de la lectura de una carta. Según Salinas, esa

lectura tiene que pasar por varias fases. Primero se la recorre con

la vista, lectura material, pero ya captando lo más esencial. Luego

hay que leerla con el recuerdo:

«Ya nos hemos dejado la carta en casa, estamos en nuestras

obligaciones, vamos por la calle, o muchas veces se tiene un libro

en la mano, parece que se lee el libro y no es así: la vista, distraída,

se aparta del libro impreso, y lo que leemos en realidad es

aquella carta que está en casa o en el bolsillo. ¿No me lees tú

mentalmente, mucho? Yo a ti enormemente. Lectura del pensamiento:

deliciosa, encantadora: recordamos frases enteras, ideas,

palabras cariñosas, y con todo ello nos creamos nosotros la carta

otra vez. ¡Cuántas veces ando yo por la calle, o estoy sentado en

mi despacho y te leo, así! Luego viene la tercera fase: que es volver

a leer materialmente, con los ojos otra vez, la carta. Es mucho

más fecunda que la primera. Ya la conocemos, ya nos detenemos

en los pasajes más queridos, y acaso descubrimos otros

30

nuevos. Es la perfección de la lectura, ya total, pasada por completo

por el alma y por la vista. Y después no hay sino dejarla ya,

que se pose en la memoria, que grabe allí lo que más hondamente

impresionó, que se incorpore a nuestra vida: ya la hemos hecho

nuestra. ¡Delicadísimo, esto de leer una carta!» (carta 44).

En otra ocasión se refiere al acto mismo de la escritura. Con

las luces apagadas, salvo la que le alumbra el escritorio, se produce

una momentánea abolición de todo lo que no sea la mesa,

sobre la que están desplegadas las cartas de Katherine. Entonces

experimenta la sensación, íntimamente deliciosa, de «encender»

su mundo, de «apagar» el mundo que le rodea. El espacio creado

por la comunicación epistolar le parece una isla, «esta luz, de esta

noche». Están «sólo dos seres, como en el beso» (carta 47).

Plantea también la noción de desdoblamiento que produce la

escritura de una carta amorosa. Está en Santander y describe con

lujo de detalles las circunstancias en que escribe. En su habitación

del hotel, desde el que divisa la ciudad, está rodeado de noche y

mar. Destaca la diferencia entre el yo físico que ve en el espejo,

y el real, el que escribe, reflejado en la hoja de papel. Se reconoce

no en el espejo, sino en la hoja de papel, ya que ésta no le

devuelve su imagen, con las señas personales inevitables, ligado a

unas condiciones, sino la imagen de un hombre sin edad, que

quiere, que está queriendo en plena juventud de su ser. «El amor»,

dice, «es siempre un espejo que tendemos al amado. Y es un espejo

no de deformación, sino de elevación» (carta 92).

Amor y carta van íntimamente ligados. En el caso de esta

correspondencia, es un detalle obvio, pero nos permite profundizar

en dos aspectos. En primer lugar, en la percepción que Salinas

tenía de la escritura de Whitmore, y, en segundo lugar, en la

teoría del amor, relacionada inexorablemente con la expresión escrita.

¿Cómo eran las cartas de Katherine Whitmore? Uno de los

grandes interrogantes que planea sobre este epistolario es la total

ausencia de las cartas dirigidas a Pedro Salinas por Katherine

Whitmore. Se han perdido todas. Nos preguntamos, con curiosidad,

sobre la voz posible de esta hispanista norteamericana. Por

fortuna, Salinas actúa también como crítico de las cartas que recibe.

No ejerce de crítico en el sentido tradicional, sino que actúa

como el amante que repite frases de las cartas de la amada, que

le comenta palabras que, como un modo alternativo de posesión,

31

resultan un sustitutivo de las caricias y las muestras de cariño. Y

ello confirma una constante que he señalado antes a propósito de

esta correspondencia: las cartas constituyen un espacio en el que

se consuma el amor. Un amor limitado por la distancia. Así, Salinas

transcribe y comenta frases y fragmentos de las cartas de

Katherine, con lo que nos da un atisbo de la calidad y consistencia

de la escritura de ella:

«Hoy hay en el mundo, para mí, una lengua románica más: tu

español. Si supieras menos español tus cartas podrían ser torpes,

inexpresivas, cortas. Si supieras español como yo, tus cartas serían

tan como todas. Pero estás en un punto medio ravissant. Se te ve

tantear, probar a veces. ¿Sabes tú lo que hay en tu español? Una

sombra de rubor. Escribes un español ruborizado, como pasa

cuando se habla con timidez o con temor, que nos sale al rostro

como un vago tinte rosado. ¡Cómo disfruto, cómo saboreo tu rubor

al escribir! Color de rosa, de rosa-valor, de sangre asomada

apenas, un poco, a las mejillas, tienen tus cartas, en su español.

Inocencia. Español inocente, lo menos profesoral que conozco.

Español de dieciséis años, español púber, aprendiz, primaveral,

rosado y con el encanto del capullo de flor casi abierto. Es mi

idioma, Katherine, mi nuevo y secreto lenguaje, mi gran adquisición

lingüística» (carta 37).

Pero Salinas no sólo describe una lengua, sino que expresa un

modo de amar a partir de la apreciación de las particularidades

—el idiolecto— de la expresión escrita de ella. En otra ocasión,

destaca frases originales que le han cautivado:

«¡Qué criatura deliciosa eres! ¡Cómo me encantan tus cartas!

Y ¿sabes, además, que tu español es cada día mejor? Saltan de

vez en cuando en tus cartas expresiones graciosas y muy tuyas.

Mira, hace unos días “Pecado, pecadísimo”. Ayer: “otoños bellos,

desagravio del invierno”. Y una frase que me gusta aún más que

todas: “... esta carta tardará en llegar a tus manos. ¡Tus manos!

¡Quién fuera carta!”. No, no es que sean frases profundas, no es

que sean pensamientos transcendentales, no. Son más, son expresiones

felices, directas y graciosas exquisitamente femeninas de

esa alma que yo te adoro. Son tan vivas, tan directas. ¡Y al propio

tiempo tan refinadamente tuyas! ¡Katherine, hoy por hoy eres

32

el autor que más me gusta! Y te aseguro que por una página tuya

dejaría la obra maestra» (carta 31).

Incluso la caligrafía merece un comentario, una atención a las

menores variaciones: «Pero de cuando en cuando (¡gracias a Dios!)

te escapas a tu letra, te evades del canon regular, vibras libremente.

Es lo mismo que cuando el cabello se suelta de un peinado,

y ondea, al viento, desmelenado. Podría yo decir que tu letra se

desmelena, pierde la compostura, el orden, y tiene ese profundo

atractivo de la embriaguez del alma, entregada a un impulso hondo

y fuerte» (carta 37). Quizá la personal teoría del amor basada en

la complementariedad a partir de la escritura, expresada en múltiples

planos, está en la base de la continua presencia del quiasmo,

esa figura retórica basada en la antítesis en la que los constituyentes

de los segmentos textuales tienen una disposición especular19 y

que encontramos a menudo en cartas y poemas. Así, en diversos

pasajes Salinas reflexiona acerca de las dimensiones extraordinarias

que introduce el amor en la existencia:

«¿Sabes? La deliciosa sensación mía era la de poder localizar lo

abstracto. Es, en suma, eso el amor. El amor no es otra cosa que el

localizar en un ser, en un nombre, en una vida, dentro de los límites

de un rostro y un cuerpo todo un mundo de abstracciones y anhelos,

de espacios infinitos e irrealidades sin medida. Todo toma cuerpo y

carne. Ese vasto complejo de deseos, de ilusiones, de afanes que flotaba,

indeciso, sin saber dónde posarse se encierra en un ser, se concreta,

se encarna. Ya tiene dónde vivir. Y empieza el conflicto. ¿Será

ese ser, ese cuerpo lo bastante grande para contenerle, para recibirle

en su enorme infinitud? Ése es el terrible papel del que ama

y es amado. Tener que ser a la vez un individuo, radicalmente único,

incomparable, y todo el mundo. Ser limitado e ilimitado. Estar en

un lugar y en todas partes. Pero el principio del amar es siempre un

localizar, un escoger el lugar humano, el ser, donde va a intentar

alojarse el inmenso volumen de nuestro amor» (carta 74).

La particular retórica de la misiva amorosa le lleva a Pedro

Salinas a un abuso de los signos de admiración, de las palabras

19. Bice Mortara Garavelli, Manual de retórica, Madrid, Catedra, 1991,

pag. 282.

33

subrayadas, para dar énfasis a las emociones. También a un juego

constante con las construcciones paralelas yo-tú: «Yo en ti espero

como la revelación de mi vida, ahora y entonces. Tú, en tu vida

que me entregas, me vas a revelar mi vida» (carta 116). Un rasgo

de estilo que cabe relacionar con La voz a ti debida, que, como

ha indicado David L. Stixrude, «es un libro exuberante, salpicado

de puntos de admiración, imágenes hiperbólicas, reiteradas

afirmaciones, alegres enumeraciones, versos rápidos».20

Estos juegos retóricos basados en la antítesis, por otra parte,

afectan al modo en que Salinas considera la situación personal en

que se halla de resultas de su amor por Katherine. Se siente inmerso

en un «doble mundo», viviendo una «doble vida»:

«Y yo, en medio de todo esto, vivo en la doble vida, ya mía,

siempre, que tú has añadido. Vivo en dos dimensiones, en dos luces,

en dos horizontes, el visible y el invisible. ¿Sabes? Desde que

te dejé, inútiles todos los esfuerzos que he hecho para distraerme.

Cierto que apenas los he hecho. Mi afán más bien era no distraerme,

ni traerme de ti a otra cosa. Sumirme más y más en la contemplación

interior de lo que me falta ante los sentidos. Suplir,

reemplazar la forma que no veo, el ser que no tengo, por la forma

ideal que pienso, por el ser ideal que quiero. Tú, ideal y real, a la

vez, real en tu idealidad, ideal en tu realidad, amor, Katherine»

(carta 14).

Puede relacionarse este gesto con la tendencia de Salinas a teatralizar

la existencia, a imaginar situaciones que pueden vivir juntos

(como cuando habla de fotografiar nubes, carta 82) o él solo

(cuando se ve como un héroe de poema épico, carta 39). Estamos

en el terreno de la «ficcionalización, envuelta en la ilusión de no

ficcionalidad» que, según Claudio Guillén,21 es una dimensión de

la carta real. Por otro lado, el amor vivido en la distancia provoca

en Salinas un creciente pánico y un aumento de los celos:

«[...] ¿cómo yo, desde aquí, a esta distancia enorme, voy a poder

luchar contra todo lo demás? Y además, ¿con qué derecho

20. David L. Stixrude, Op. cit., pag. 37

21. Claudio Guillen, Múltiples moradas. Ensayo de literatura comparada, Barcelona,

Tusquets Editores, Coleccion Marginales 170, 1998, pags. 190-192.

34

voy a luchar contra lo demás? Llamo “lo demás” a tus posibilidades

de vida, ¡a todo lo que te puede ofrecer la vida libre, disponible,

no esclavizado como yo! ¿Por qué, por qué me vas tú a

querer a mí sobre los demás, por encima de los demás, contra los

demás? ¿Qué soy yo sino una sombra asida desesperadamente a

una letra, a unos signos, para no perderte, mientras los demás te

ofrecen horas, días, cosas gratas, realidades? ¿Celos? No lo sé,

Katherine. Si lo fueran serían tremendos celos positivos, no negativos,

no contra nadie, ni menos contra ti, sino celos de no poder

yo hacer todo, ser todo, a tu lado, ofrecerte desde la mano para

salir del coche al alma» (carta 68).

Es el temor ante la duplicidad, la falta de control, producido

por la distancia en la que transcurre la vida de la amada.

Es obvio, como apuntó Cortázar, que el amor es un motor

esencial de la obra literaria de Pedro Salinas. Su expresión por

carta le concede una nueva dimensión, complementaria a la de la

poesía, y alternativa, debido a su independencia textual. Nacido

este amor, como dijo la propia Whitmore, de un «error sin cálculo

», las cartas nos obligan a redefinir nuestra obligación y vocación

primera de lectores de poesía. La explican, la amplían, la

acompañan. O la alteran. El epistolario confirma que La voz a ti

debida es el gran libro de Pedro Salinas y que Razón de amor es

mucho más prosaico, repetitivo, con muy pocos versos o poemas

que de verdad emocionen. Ahora se entiende por qué Salinas

nunca quiso publicar Largo lamento, dado que es un libro fallido,

no terminado. Así pues, descubrimos con sorpresa que la famosa

trilogía amorosa no existe. Katherine Whitmore dudaba de que la

realidad de su relación con Pedro Salinas, desarrollada en la distancia

y concentrada casi exclusivamente en las cartas, tuviera conexión

alguna con los poemas de La voz. La correspondencia

puede contribuir a sustentar esta opinión tan radical. Los orígenes

de los poemas de La voz serían puramente literarios, fruto de la

imaginación de un ávido lector y poeta, de alguien que, mediante

la palabra, consiguió alterar el mundo «real» a través de un mundo

«poético». La correspondencia nos llega como esa literariedad de

segundo grado y nos permite la reconstrucción de un pasado visitable.

Los poemas, de todos modos, seguirán como el auténtico

motivador de la pasión lectora, como la única razón. Como un

«mundo poético» —el de los poemas— visitado muy a distancia

35

por el «mundo real» —el de las cartas—. O como escribe Salinas

en la última carta que envió a Katherine Whitmore: «A veces

pienso que nuestro amor y nosotros somos cosas diferentes, que

nosotros andamos por un lado y él, por otro. Pero de su existencia,

no dudo, después de haberte visto y de desear verte más, mucho

más» (carta 151). Estos documentos, en su radical hermetismo,

se nos presentan como un trasmundo, como un nexo de unión

entre lo real y lo poético, el amor vivido y el amor soñado. Lo posible

y lo imposible. La realidad y el deseo.

Enric Bou

Venecia, julio de 2001

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