Pedro Salinas
CARTAS
A KATHERINE WHITMORE
(1932-1947)
Edición y prólogo de Enric Bou
A Chiara
≪En Salinas la
inteligencia tambien hace el
amor, y su don
poetico, que es, como siempre,
el de establecer
las relaciones mas hondas
y mas
vertiginosas posibles aqui abajo
entre las formas
del ser, para cazar, para poseer
ontologicamente
la realidad huyente, procede
desde y en el
amor.≫
Julio Cortazar
Cartas salvadas
El lector se dispone a entrar en un mundo cerrado,
hermético.
«Mundo real y mundo poético», el conocido título de
una conferencia
sobre poesía que Salinas pronunció en 1930, en la
que presentaba
una falsa dicotomía entre realidad y poesía (le
faltaría el
tercer elemento, el lenguaje), podría servir también
de título para
este epistolario. Las cartas de esta correspondencia
traslucen una
voluntad extrema de negar la presencia del mundo
exterior y de
refugiarse en la intimidad de la relación amorosa,
lejos del mundo
real y en las cercanías del mundo poético expresado
en los
poemas. Confirman, así, algo de lo que Salinas
enunció en esa
conferencia, con frases que, hasta cierto punto,
marcan el tono de
esta correspondencia amorosa y de las difíciles
relaciones entre
los libros escritos paralelamente a las cartas y las
propias cartas,
y adoptan un carácter de presagio (auto)crítico:
«Podemos afirmar que las relaciones entre mundo
poético y
mundo real son hoy más dramáticas que nunca lo
fueron. La realidad
maravillosa, múltiple, cargada de elementos
poéticos, se yergue
e intenta colocarse, colocar su mundo real en ese
espacio que los poetas
labraron siempre en otro mundo, el mundo suyo, el
poético».1
1. Pedro Salinas,
Mundo real y mundo poético, ed. de Christopher Maurer,
Valencia,
Pre-Textos, 1996, pag. 77.
11
En efecto, en este epistolario realidad y poesía
trazan las coordenadas
de ecuaciones dispares, se entrelazan con frecuencia
y definen
el terreno incierto de la conciencia del amor y de
su expresión,
a menudo estereofónica, en verso y prosa.
Desde el día 1 de julio de 1999 se puede consultar una
colección
de cartas y poemas que Pedro Salinas envió entre
1932 y
1947 a una profesora estadounidense, Katherine
Reding Whitmore,
y que se conservan en la Houghton Library de la
Universidad
de Harvard. Es ésta una colección esperada, que ha
despertado
un gran interés entre hispanistas (salinistas o no),
por su posible
relación con el excelente ciclo de poesía amorosa
que escribió Salinas,
compuesto por La voz a ti debida (1933), Razón
de amor
(1936) y Largo lamento. Esta posible conexión
se había discutido
públicamente en algunas —escasas— ocasiones. Un buen
conocedor
de las Américas, Julián Marías, escribió acerca de
Katherine
Whitmore en sus memorias, a propósito de su estancia
en Nueva
Inglaterra durante el curso 1951-1952 como profesor
visitante en
Wellesley College:
«Había renovado mi amistad con Katherine Whitmore, a
quien
había conocido en Madrid, excelente profesora de
Smith College,
mujer de gran distinción y belleza, every inch a
lady [...] que había
conocido a casi todos los grandes intelectuales
españoles y había
sido amiga de ellos. [...] Se ha dicho que La voz
a ti debida se
había escrito pensando en ella; no lo sé; lo único
que puedo decir
es que lo merecía».2
En un libro reciente, Acelerado sueño. Memoria de
los poetas
del 27, Miguel García-Posada era mucho
más explícito:
«[...] amante descarriado sería Pedro Salinas, quien
en los años
treinta comenzó una profunda relación amorosa con
una joven
norteamericana, asistente a los cursos de verano de
la Residencia
de Estudiantes que el poeta y profesor dirigía,
Katherine Whitmore.
El fruto de esta relación son sus tres grandes
libros amo-
2. Julian Marias,
Una vida presente. Memorias 2, Madrid, Alianza Editorial,
1989, pag.
preparados una serie de documentos (en su mayoría
escritos en
Wellesley el 22 de agosto de 1956) en los que, como
producto de
sus pesquisas, establece una cronología de la
relación de Whitmore
con Salinas y da unas mínimas pistas sobre la
identidad de la
corresponsal. Katherine Prue Reding había nacido en
Kansas, en
1897. Se especializó en lengua y literatura española
en la Universidad
de Kansas y en Berkeley. Más tarde enseñó en
Richmond,
Virginia, y desde 1930, en Smith College, en
Northampton, Massachusetts.
Pasó el verano de 1932 en Madrid, donde conoció a
Pedro
Salinas; se inició entonces una apasionada relación
amorosa que
dio como fruto algunos de los más bellos poemas de
amor escritos
en español. Aquel verano se encontraron brevemente
en Alicante,
donde visitaron el peñón de Ifach (experiencia
recogida en «¡Qué
día sin pecado!», el poema 18 de La voz a ti
debida), y en Barcelona.
En septiembre de ese año, cuando Katherine Reding
regresó
a Northampton para reincorporarse a Smith College,
la relación
prosiguió de forma epistolar. Las cartas tienen una
frecuencia casi
diaria hasta 1934. Ella pasó el curso académico
1934-1935 en Madrid,
periodo en que la mujer de Salinas descubrió la
relación y cometió
un intento de suicidio. Katherine Reding, al darse
cuenta del
daño que estaba causando a otros, intentó poner fin
a la relación
con Salinas, pero la guerra civil y el exilio del
poeta en Estados
Unidos en 1936 lo dificultaron. Katherine pasó el
curso 1937-1938
en México, como directora del programa de estudios
extranjeros
de Smith College, programa que se había desarrollado
antes en
España pero que, con el estallido de la guerra
civil, fue trasladado
a México. A poco de regresar a Estados Unidos, en
1939, Katherine
decidió casarse con Brewer Whitmore, profesor de
Smith College.
Así lo hizo el 23 de marzo de aquel año, y fue éste
el apellido
que adoptó y con el que se la conoce en ámbitos
literarios y
académicos. Mantuvo todavía algún contacto fugaz con
Salinas,
como lo prueba el epistolario y los poemas de Largo
lamento, pero
la relación había terminado mucho antes. Se vieron
por última vez
en la primavera de 1951, pocos meses antes de la
muerte de Salinas,
acaecida el 4 de diciembre de 1951. Katherine
Whitmore murió
en 1982.
La correspondencia entre Jorge Guillén y Katherine
Whitmore
es testimonio de cómo el fiel amigo de Salinas
contribuyó a que
se salvara la colección de cartas y explica por qué,
tres años antes
de
morir, Whitmore la donó a la Houghton Library, donde se con14
las cartas contenían poemas de La voz a ti debida
o de Razón de
amor, y que Katherine las guardara
aparte y posteriormente se extraviaran.
El tercer vacío es inexplicable.
A partir de 1936, cuando Salinas reside en Estados
Unidos, cabe
suponer que el contacto directo, el teléfono,
sustituyó en buena
parte al contacto epistolar. Por otra parte, el
enfriamiento de la relación
y el matrimonio de Katherine Prue Reding con Brewer
Whitmore también justifican que las cartas sean
menos frecuentes.
Cuando Katherine Whitmore quedó viuda, en 1943 (el
marido murió
en un accidente de automóvil), y Salinas residía en
Puerto Rico,
se abre un larguísimo paréntesis durante el cual
éste no le escribe
por temor a la censura vigente en la isla caribeña,
a causa de la
guerra mundial.
El legado de Katherine Whitmore es importante por
varias razones.
En primer lugar, por la información que aporta sobre
aspectos
de la biografía de Salinas y del grupo del 27. En
segundo
lugar, por la belleza de algunos pasajes, fragmentos
que cabe relacionar
con la cuarta voz del poeta, la voz epistolar; como
ha ido
demostrándose en los últimos años con la publicación
de diversas
muestras de su epistolario, y que una previsible
edición de la
«obra completa» como la que ha impulsado Jaime
Salinas permitirá
conocer en toda su dimensión, esta «cuarta voz»
complementa
la voz intimista, la espiritual o contemplativa y la
expositiva.
6 En tercer lugar, por su carácter metaepistolar, es
decir, por
las múltiples reflexiones a las que, en estas
cartas, se entrega Salinas,
reflexiones en las que esboza temas que
posteriormente desarrollaría
en textos como la Defensa de la carta misiva,
y que
aquí se hallan concentradas en la expresión
epistolar de los entresijos
de una pasión amorosa. En cuarto lugar, por las
muchas
frases que anuncian versos, primeras versiones de
poemas de la
trilogía —que obligan a olvidar las ediciones
existentes de la trilogía
amorosa—, así como por los comentarios que el propio
Sa-
6. Ampliando la
apreciacion de Juan Marichal en el ≪Prologuillo≫ a Tres voces
de Pedro Salinas (Madrid, Taller
de Ediciones Josefina Betancor, 1976), podemos
reconocer la ≪voz
epistolar≫ como una de las voces que estaban mas alla
de la dedicacion
central a la literatura de Pedro Salinas, la que provocaba esas
≪tres voces≫ que
Marichal consideraba como mas destacables: una voz ≪intimista≫,
la del canto
amoroso; otra ≪contemplativa≫, la del canto espiritual, y por ultimo
una ≪expositiva≫,
de presentacion del pensamiento, la de los ensayos (vease Enric
Bou, ≪Defensa de
la voz epistolar. Variedad y registro en las cartas de Pedro Salinas
≫, Monteagudo,
3, 1998, pags. 37-60).
16
linas hace sobre la redacción de algunos poemas.7 En
quinto y último
lugar, la importancia de esta colección de cartas y
poemas
de Pedro Salinas radica en la pequeña joya que la
acompaña: un
texto mecanografiado de nueve páginas (que se
publica aquí en
los Apéndices) en el que Katherine Whitmore evoca la
relación
entre ambos, los momentos de felicidad, la sombra de
la duda, y
que constituye un notable ejercicio de crítica
literaria en el que
da la razón a los críticos que dudaron de la
existencia de una
amada real que hubiera inspirado esos poemas. En
este testimonio,
Katherine Whitmore se revela como una muy buena
crítica
de Salinas y de los poemas de la trilogía amorosa.
Reconoce que
los poemas de La voz a ti debida tienen poco
que ver con la persona
que los inspiró, razón por la cual sustenta la
opinión de críticos
como Leo Spitzer y Ángel del Río, que dudaban de la
existencia
de una amada real. Decía Spitzer que la mujer amada
era
negada en los poemas de La voz: «No conozco
poesía de amor
donde la pareja amorosa se reduzca hasta tal punto
al yo del poeta,
donde la mujer amada sólo viva en función del
espíritu del
hombre y no sea más que un “fenómeno de conciencia”
de éste».
Aseveración que le pareció a Jorge Guillén una
«conclusión monstruosa
». Pero Angel del Río insistió en la idea: «Está
hecha sobre
todo la poesía de Salinas de sutilezas psicológicas,
expresadas en
un estilo preciso, y al mismo tiempo ágil, definido
con exactitud
por Leo Spitzer al hablar de su “conceptismo
interior”». Whitmore
justificaba su opinión citando los versos finales La
voz a ti debida:
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.
La lectura de estas cartas puede reavivar el debate
sobre las difíciles
relaciones entre vida y literatura. ¿Es ética la
publicación, el
comentario de los documentos privados de un escritor?
Confieso
que es ésta una pregunta que me ha perseguido en los
dos últimos
7. Veanse, por
ejemplo, trabajos recientes como el de Antonia Merlo, Una vita
di lettere:
L'epistolario di Pedro Salinas, Tesi di Laurea, Universite degli Studi
di
Udine, 2000, o el
de Ruth Katz Crispin, ≪“Que verdad revelada”: The poet and the
absent beloved of
Pedro Salinas’ La voz a ti debida, Razón de amor and Largo lamento
», en Revista
Hispánica Moderna, LIV (junio 2001), pags. 108-125.
17
años, desde septiembre de 1999, cuando pude empezar
a leer estas
cartas. Existe un argumento obvio: todo lo que no se
ha quemado
tiene alguna razón para su lectura. Salvado de las
llamas, el texto
—privado— busca un público, admite alguna lectura,
desde la del
«investigador-especialista» hasta la del lector
interesado y «letraherido
». Queda en un muy segundo plano el gossip, el
chismorreo.
Es obvio que esta última versión del «salinismo» no
interesa a nadie.
Es más, después de leer los materiales, uno
comprueba con
asombro que nos hallamos ante un caso semejante al
del conocido
cuento de Edgar Allan Poe, The purloined letter, puesto
que las
cartas de Pedro Salinas a Katherine Whitmore han
estado ante
nuestros ojos desde 1933, en los poemas de la
trilogía amorosa, y
somos nosotros los que no hemos sabido leerlas, ya
que de tan obvias
no queríamos —o no podíamos— verlas.
Este hecho tiene consecuencias dignas de destacarse.
Al leer la
trilogía de poesía amorosa de Pedro Salinas (La
voz a ti debida,
Razón de amor y Largo lamento) a la luz
de esta correspondencia,
nos damos cuenta de algo bastante sorprendente. Se
confirma que
La voz a ti debida es el gran libro de poesía
amorosa. Desde el momento
de su publicación, en 1933, fue celebrado y leído
con pasión.
Otra suerte corrió Razón de amor. Publicado
en los inicios de la
guerra civil española, pasó casi inadvertido, y
desde entonces su
lectura y su crítica fue a remolque del anterior
volumen. De hecho,
todos los críticos coinciden en reconocer el
significativo cambio
de tono que se produce en el segundo libro.
Stixrude, por ejemplo,
escribió: «Los poemas de Razón de amor continúan
la temática
de La voz a ti debida pero no sostienen en su
totalidad el brío del
primer libro».8 Incluso la apariencia exagerada e
irónica de la racionalidad
—en opinión de Robert Havard—9 puede ser matizada.
Diez de Revenga se ha referido a que el «amor deja
de ser sorpresa
y se convierte en objeto de análisis».10 Tal vez
debamos prestar
más atención a las palabras de la propia Whitmore:
«La realidad
empezó a filtrarse por las nubes de nuestro amor
en vilo». En
efecto, las coincidencias de tono y de registro
entre las cartas y los
8. David L.
Stixrude, ≪Introduccion≫ a Pedro Salinas, Aventura poética, Madrid,
Catedra, 1989,
pag. 42.
9. Robert Havard,
≪The ironic rationality of “Razon de amor”. Pedro Salinas:
Logic, language
and poetry≫, Orbis Litterarum, 38 (1983), pags. 254-270.
10. Francisco
Javier Diez de Revenga, ≪Introduccion≫ a Pedro Salinas, Poemas
escogidos, Madrid,
Espasa-Calpe, 1991, pag. 42.
18
poemas de Razón de amor son notables. Eso
también explicaría
que Salinas se negara a publicar Largo lamento, puesto
que debía
de parecerle, por razones personales y literarias,
un libro fallido.
No obstante, sí incorporó a uno de sus mejores
libros. Todo más
claro (1949), una parte titulada
«Entretiempo romántico», que
contiene los poemas más logrados pertenecientes al
ciclo de Largo
lamento: «Adiós con variaciones», «El
cuerpo, fabuloso» y «Error
de cálculo». Así pues, la célebre «trilogía amorosa»
debe leerse a
partir de ahora bajo una luz muy distinta.
Esta colección, por otra parte, confirma plenamente
lo que el
crítico francés Vincent Kaufmann ha escrito acerca
de la «literariedad
» de la carta. ¿Qué es lo que convierte a una carta
en texto
literario? ¿El autor? ¿El tema? Según Kaufmann, «les
lettres d ’écrivains
sont à considérer comme
procédantes d ’une littérarité seconde
».11 Es decir, que el interés (no documental) de las
cartas es externo
a las mismas, puesto que hay que buscarlo en los
efectos de
repetición, de insistencia. Las correspondencias
ponen en juego y
representan un gesto o un número limitado de gestos
discursivos;
constituyen un ritmo subjetivo, o, más
exactamente, intersubjetivo.
Sólo en casos excepcionales tiene una carta un
«valor» por sí
misma. Lo más importante es que dicha carta se
inscriba en un
ritmo, porque el interés de una
correspondencia reside en su relación
con una obra más «sustancial» (literaria, artística,
política, militar,
etc.), de mayor proyección pública: ése es el motivo
por el
cual conocemos al autor de las cartas que leemos. En
general, leemos
correspondencias de escritores que poseen una obra
central
que nos atrae. Las cartas resultan, así, la caja de
resonancia, como
un banco de pruebas, o sirven de depósito para fragmentos
de
obras (no realizadas, o todavía gestándose) que se
proyectan en
ellas de forma inconsciente. Si la carta no tuviera
esta relación,
como el reverso de la medalla o el síntoma de un
estado de cosas
que nos atrae, no la leeríamos. Y eso es, en efecto,
lo que ocurre
con esta sección de la ingente correspondencia de
Pedro Salinas.
Esta colección de cartas posee un valor
«subsidiario» en relación a
una obra poética. Sin embargo, en ellas se da una
abundante repetición
de determinados leit-motiv que constituyen el
núcleo, el
ritmo del epistolario: los celos, el problema de la
doble vida, cómo
11. Vincent
Kaufmann, L ’équivoque épistolaire, Paris, Les Editions de Minuit,
1990, pag. 46.
19
es el amor que les une a ambos, qué ha cambiado en
la vida y en
la poesía de Salinas después de que éste conociera a
Katherine
Whitmore... Al mismo tiempo, las cartas presentan el
reverso de la
medalla: una versión prosificada de motivos de los
libros poéticos
de Salinas inspirados por esta relación. Estos
motivos otorgan a
esta colección de cartas una entidad, pues son la
expresión de una
pasión amorosa, y como tal nos muestra la evolución,
el dolor, de
una relación clandestina.
Mundo real
En el relato de Henry James Los papeles de Aspern
se plantean
una serie de problemas muy pertinentes para todos
aquellos
que lidian con documentos de escritores ya muertos.
En primer lugar,
y el más obvio, el caso de las familias que guardan
la «memoria
» de un antepasado escritor, las trampas que a veces
se tienden
para velar por un recuerdo, para salvaguardar la
imagen del escritor,
de acuerdo con unas decisiones de familia, tomadas
en nombre,
a veces, de oscuros intereses. Pero al mismo tiempo,
como ya
indicara Wayne Booth,12 el relato de James
introduce, en segundo
lugar, el fascinante tema de la búsqueda de
documentos del pasado
planteado como una especie de aventura. En tercer
lugar, se destaca
otro tema: el de la reconstrucción de un pasado que,
gracias a
los documentos y a la propia búsqueda, se convierte
en «un pasado
visitable». Precisamente Henry James escribió en el
prólogo a esta
obra acerca de su atracción hacia ese «pasado
visitable» repleto de
presencias fantasmales, y de la «poesía de las cosas
que han sobrevivido,
desaparecidas hace tiempo».
En el caso que me interesa aquí, el de las cartas
cruzadas entre
Pedro Salinas y Katherine Whitmore, resulta
pertinente recordar
estos tres problemas. Porque es una colección que se
ha conservado
trunca: sólo nos han llegado las 354 cartas que
Katherine
Whitmore guardó. La lectura de la colección de
cartas permite la
reconstrucción de un «pasado visitable» repleto de
presencias fantasmales,
y, más allá de las anécdotas de la petite
histoire, ayuda
12. Wayne C. Booth,
The rhetoric o f fiction, Chicago, The University of Chicago
Press, 1961
[Trad, cast.: La retórica de la ficción, trad, de Santiago Gubern,
Barcelona, Bosch,
1974].
20
a reconstruir parte del proceso de creación de uno
de los mejores
libros de la poesía amorosa del siglo xx español. Y
en ello hay mucha
de esa «poesía de las cosas que han sobrevivido,
desaparecidas
hace tiempo» de que hablaba Henry James. No es una
correspondencia
rica en informaciones factuales; éstas se reducen a
su mínima
expresión. Pero ayuda a reconstruir (y a entender)
el carácter
hasta cierto punto hermético de la trilogía de
poesía amorosa
saliniana.
Por fortuna, no todo es hermetismo, construcción de
un mundo
cerrado y claustrofóbico, y en las cartas
encontramos detalles
biográficos. En algunas, Salinas incluye comentarios
sobre su infancia:
«En mi casa desde niño estoy acostumbrado a no
celebrar
la Nochebuena. Jamás tuvimos ni cena copiosa, ni
mucho menos
fiesta casera. Yo, como tú sabes, me crié en casa de
mis abuelos
y allí dominaba un tono grave, triste, serio. Había
capilla. Se
rezaba a diario. La alegría se toleraba, pero no se
buscaba ni mucho
menos se cultivaba» (carta 49). En otras cartas
apunta detalles
curiosos que ilustran las condiciones de la vida
académica
en la España de 1932. Así, por ejemplo, cuenta que
el día de
Navidad tiene que trabajar porque en el Centro de
Estudios Históricos
no hay vacaciones: «¡régimen austero!» (carta 50). O
proporciona
información sobre la fundación de la Universidad
Internacional,
y el proceso de organización durante el curso
1932-1933;
se queja amargamente del desánimo en que cae debido
a los problemas
burocráticos con los que topa para poner en marcha
esa
Universidad, ya que tiene que lidiar con tres
ministerios: Negocios
Extranjeros, Instrucción y Hacienda (carta 78). En
otras misivas
comenta el sistema de oposiciones: le nombran
miembro de
un tribunal presidido por Unamuno, junto con
Guillén, Hurtado
y Valbuena, al que se presentan tres candidatos que
Salinas considera
flojos, y este episodio le sugiere una reflexión
sobre el estudio
de la literatura, ya que ésta sólo puede abordarse
con intelletto
d ’amore, y lanza diatribas contra los
eruditos sin alma, que
conciben la historia literaria como cosa de
documentos, de archivos,
de datos, de fechas, y que carecen de espíritu y
sentido estético
(carta 60). Formula asimismo una durísima crítica al
tipo
de historia literaria que se practicaba en la época:
«[...] nosotros,
a pesar de ser poetas, conocemos algo la historia
literaria y sus problemas.
Es ya hora de acabar en España con esta degeneración
del concepto de historia literaria, miserablemente
historicista, que
21
domina» (carta 75). Y aun en otra expresa su
desilusión al conocer
a Paul Valéry (carta 95).
La amistad fraternal que le uniera con Jorge Guillén
merece,
por supuesto, la atención de Salinas. Al producirse
el reencuentro
en tierras americanas, después de dos años sin
verse, Salinas
reconoce que en apenas dos minutos renació esa corriente
de familiaridad,
de terreno conocido, base de la amistad. Y le alegra
constatar que Guillén no está manchado, que la
estancia en la España
de Franco no le ha dejado ningún «color» (carta
135).
En diversas ocasiones, Salinas le describe a
Whitmore las impresiones
que le producen algunos paisajes. Al salir de clase,
solo,
en agosto de 1932, evoca el cielo de Madrid con
palabras que están
muy cerca de algunos versos de La voz a ti
debida: a esa misma
hora bajaron los dos la escalerilla, en ese instante
entre el día y
la noche, ese momento que tanto le conmueve, porque
es una hora
en que «parece que todo va a dejar de ser lo que es.
[...] Y todo
parece estar escapando de lo que fue de día, de la
obligación de
ser como se es» (carta 4).13
En otras cartas, una vez más, demuestra sus dotes de
observación.
Pedro Salinas fue durante toda su vida un gran
curioso.
Así lo definió su gran amigo Jorge Guillén:
«Salinas, que conocía
muy bien las alturas supremas, era un incesante
Colón de Indias
anónimas, de esos aciertos que la vida no catalogada
propone al
desgaire en este o el otro minuto».14 En efecto,
Salinas, frente a
la uniformidad, sentía una genuina atracción por la
diversidad, de
ahí que la curiosidad fuera un motor importante de
sus actividades.
Integró en su vida el riesgo asociado a la
curiosidad —casi—
impertinente, frente a la seguridad —lo cómodo— de
lo ya conocido.
Son particularmente divertidas sus observaciones
durante
una visita a México en 1939. Allí conoció a un tipo
peculiar que
hablaba en un particular dialecto: «Para tu personal
recreo te
trasmito algunas: “En Venecia todas las calles
estaban abnegadas;
no se podía circular más que en glándulas”. “El
viaje estuvo lleno
de pericias; fue una verdadera odalisca."
“Como más que el goloso
de Rodas.” Y la perla de la colección: “Mi gato es
de muy buena
raza: incrustado de Góngora”. Claro, quería
decir cruzado de
13. ≪Te conoci,
repentina, / en ese desgarramiento / brutal de tiniebla y luz,
/ donde se revela
el fondo / que escapa al dia y la noche.≫
14. Jorge
Guillen, ≪Elogio de Pedro Salinas≫, en Pedro Salinas, ed. de Andrew
Debicki, Madrid,
Taurus, 1976, pag. 31.
22
Angora. ¿No es maravilloso el tipo?
Recuerda mucho al Belarmino
de Pérez de Ayala». O queda fascinado con los
nombres de
algunas tiendas: «El viejo infierno. Carnicería». O
con el anuncio
de unos polvos matarratas, que le parece
«genialmente irreverente:
“¡La última cena!”» (carta 143). Precisamente esa
visita a
México suscita en Salinas una extraña sensación,
sensación que
transmite a Katherine: disfruta lo indecible de esas
nadas, de esas
reminiscencias de lo que fue y lo que ve: «[...]
nada de esto lo había
visto, se me pone ante los ojos por vez primera. Y
no obstante
todo lo había visto, todo estaba en mí. Sensación
curiosa de familiaridad
honda y extrañeza aparente» (carta 132).
Mundo poetico
La correspondencia es especialmente rica por las
referencias a
la escritura de La voz a ti debida. Éstas, en
contra de lo que pudiera
preverse, no son muy abundantes, pero sí
iluminadoras. Nos
informa del proceso de redacción de los primeros
libros de la trilogía:
Salinas pasa cuatro días de enero solo, en Alicante
(en el
hotel al que, al parecer, fue a buscarla una
mañana), para trabajar
a partir de notas de versos, casi todas sugeridas
por las cartas
de ella o de él (carta 50). Aclara el sentido íntimo
de algunos pasajes.
En dos ocasiones, durante el mes de enero de 1933,
Salinas
le explica a Katherine el epígrafe que abre La
voz a ti debida, los
versos de Shelley «Thou Wonder, and thou Beauty,
and thou Terror!».
Le confiesa que le ha preocupado siempre la
combinación y proporción
de fortaleza y debilidad en Katherine. La siente, la
ve
fuerte, mucho más que él, y por ello se sabe
infinitamente débil
a su lado (carta 53). Un par de semanas más tarde
amplía la explicación
del significado de ese verso de Shelley; le parecía
«como
un presagio, como un anuncio, como un trasmundo»
(carta 58).
Cuando publica en El Sol el poema «Nadadora
sumergida», escrito
tras una estancia en Alicante, Salinas le comenta lo
mucho
que hay de ella en esos versos (carta 91). Por otra
parte, numerosos
pasajes del epistolario presagian o confirman
algunos de los
versos más brillantes de La voz a ti debida. Por
ejemplo, en una
carta le explica a Katherine que ambos proceden de
un mismo
país, de una misma tierra espiritual; y que, en
cuanto se vieron,
se estableció entre ellos esa alegría de ponerse a
«recordar juntos
23
cosas de nuestro común origen» (carta 15), lo cual
nos remite a
los muy conocidos versos de La voz: «Yo no
necesito tiempo /
para saber cómo eres: / conocerse es el relámpago».
En otra carta
le relata la anécdota que origina el poema «Una
lágrima en
mayo» de Razón de amor (carta 93). Y aun en
otra da las claves
del poema «Error de cálculo», de Largo lamento. El
origen de
este poema es la sensación de hablar con la amada
rodeados de
personas que conversan en un bar, el Barbizon Plaza
de Nueva
York. Salinas proyectaba dar forma poética a una
situación que
se había repetido mucho en sus vidas: hablar de las
cosas más
profundas en un lugar público, en una atmósfera
poblada de conversaciones
y gentes superficiales, y sentirse protegidos por
«esa
capa de lo público y lo impenetrable de nuestro
secreto de almas»
(carta 128).
Salinas disfruta con la cotidianidad de la escritura
y con el
hecho de compartir con la persona amada la
sensualidad de esa
escritura. Y ello no sólo se deduce de las alusiones
a la tinta que
utilizan (domina la verde), a los colores de los
papeles en que escriben.
En una nota que acompaña a un poema en pruebas,
«Sola» («Amor, amor, catástrofe...»), escribe que al
leer esas
pruebas ha tenido una sensación tan viva de
dependencia de Katherine,
de obligación y gratitud hacia ella, que no puede
por
menos de mandárselo, «así, en esta forma y papel,
malo, pura
prueba, llamada a no ser nada. Porque deseo que
tengas ese
poema en todas sus formas, que asistas a
ellos en todas sus fases
de vida, desde el no ser al manuscrito, a las
pruebas, a la revista,
al libro» (carta 76).
Leemos además algunos curiosos ejercicios de
autocrítica cuando
Salinas nos informa de su percepción de los propios
libros de
poesía, el ciclo amoroso generado por esta relación.
Después de la
publicación de La voz a ti debida, comenta a
Katherine el sentido
íntimo que tiene ese libro para él:
«Tú sabes lo que te mandaba, vida. Lo has sabido
perfectamente.
Mi libro no era mi libro. Lo que yo te he mandado no
eran
poemas, no poesía, sino sobre eso, puesto encima de
todo, sirviendo
la poesía y el libro únicamente como apoyo, como
punto de
arranque, algo más entrañablemente tuyo y mío, sólo
tuyo y mío,
de nadie más, el amor de nuestra vida. No es un
libro: es una prenda,
una señal material, una memoria, una promesa del
amor de
24
nuestras vidas. [...] lo que me vuelve serenamente
loco de gozo es
que sientas mi libro, tu libro, “as if this were
the beginning o f another
book”. Cuando me dices: “Let’s live
another book beginning
now”, siento que no se puede decir más.
Me llenas de fuerza, de
energía, de ánimos de vivir, de ser y hacer más, y todo
a ti debido»
(carta 105).
Gracias a estas cartas sabemos también la
dedicatoria que escribió
Salinas en el ejemplar de La voz que le mandó
a Katherine:
«Inseparables en él siempre» (carta 109). Asimismo,
nos da
noticias sobre fechas aproximadas de redacción de
poemas, en
particular de los pertenecientes al libro anunciado
pero nunca publicado
por Salinas, Largo lamento. En 1937 le manda
una nueva
poesía y recapitula: «Con ella son 19 las que te he
mandado. He
recibido copiadas 11. Tengo miedo de que se haya
perdido un paquete
con cuatro (“De entre todas las cosas verticales”, “Hoy
son
las manos la memoria”, “Si tú no fueras invisible”,
y “Muerte del
sueño”)» (carta 128). Incluso tenemos noticia de un
posible título
alternativo para ese volumen: «([...] se me ha
ocurrido un nuevo
título: Las plumas de su vuelo. Está en
Góngora, en la Soledad
primera. Es menos grave que Crepúsculo
pisando, y quizá da la
misma sensación de huida, en un caso de luz, en otro
de ave.)»
(carta 146).
Más allá de los detalles de redacción y organización
del ciclo,
son importantes las reflexiones de Salinas acerca
del cambio que
se ha producido en su poesía, un cambio provocado
por la relación
entre ambos:
«(Si quieres ver la verdad objetiva de lo que
te digo piensa en
mis libros. Mi poesía, antes, jugaba a aceptar y no
aceptar el nivel,
a escaparse a ratos y a conformarse otros con las
cosas de la
tierra como son. Había distracciones, dudas. Pero
el libro nuestro,
Katherine, es el gran salto hacia arriba, en
la unidad absoluta, de
atmósfera, de nivel, es mi poesía en elevación, en
tu amor.) Vivimos
ahora, Katherine, como podemos, transaccionalmente,
provisionalmente,
separados, ausentes. Pero en otra zona, Katherine,
de la vida» (carta b6).
Salinas lleva mucho más allá la idea de que los
cambios en su
25
poesía están íntimamente relacionados con las
experiencias vitales
de los últimos meses. Incluso llega a establecer un
curioso paralelismo
entre la redacción del libro y su trabajo para la
fundación
de la Universidad Internacional:
«Porque con un raro azar, paralelamente a la U.I. se
iba haciendo
mi libro de versos, el que más contento me tiene, el
que
más directa y hondamente me expresa. Ahí sí que me
encuentro,
ése sí que soy yo, sin dudar. Y ese yo es el que
quiero, el que deseo
que viva, porque es el tuyo, el que tú suscitaste,
el que has
sacado de mí, amor de mi vida. El otro será o no
será, vivirá o
no, pero éste es el que ansio ver vivo, el que pide
prolongación,
aumento, eternidad, el que quiere salvarse de lo
mortal con tu
nombre y/ Pedro» (carta 100).
En otra misiva justifica la opción de escribir
poesía: «Sólo versos
escribo. ¿Por qué? Porque se escriben pronto, porque
se
escriben corriendo, en un momento». Pero al margen
de las razones
de orden práctico, se ve también condicionado por un
imperativo
incontrolable. Escribe versos «porque me los manda,
me
los ordena, una fuerza superior e irresistible,
porque vienen de mi
Katherine, son de ella, por ella y para ella, como
todo lo de su/
Pedro» (carta 34).
Mundo cerrado
Me he referido antes a la existencia de dos mundos,
el real y
el poético, a propósito de las cartas de Salinas a
Whitmore. Esta
distinción entre esos dos mundos se proyecta sobre
el epistolario.
El propio Salinas distingue a menudo entre dos tipos
de cartas.
Unas, con más referencias al mundo exterior, que él
no considera
dignas de la destinataria. Otras, las más, dedicadas
en exclusiva a
la reflexión casi obsesiva en torno a su relación
amorosa, al sentimiento
con respecto a la persona amada. Así se puede ver
frustrada
la expectativa de muchos lectores que esperan otra
entrega
del Salinas dicharachero, ocurrente, amigo de sus
amigos, observador
y atento. Por fortuna, en muchas de las cartas hay
rastros
de los cambios de registro que detectara con buen
tino Andrés
Soria
Olmedo: «[...] pasa del lenguaje coloquial al lenguaje re26
quintado, de lo humorístico e ingenioso a la
introspección o la expansión
lírica».15
La atmósfera cerrada del epistolario asalta de
inmediato al
lector. Nos movemos en un ambiente claustrofóbico.
¿Qué tiene
ello de sorprendente? ¿No es éste el sino del amor?
El mundo
que se trasluce en estas cartas es un mundo
obsesivo, concentrado
en un solo tema: la relación entre ellos dos. Y con
unos pocos satélites:
los altibajos del amor, el dolor causado por la
distancia, los
celos, el problema de la doble vida, el sentirse
joven en la madurez...
En muchas cartas, de manera recurrente, el tema es
la propia
carta (cf. carta 81, «Mira, mis cartas son el asunto
permanente
de mi pensamiento»), la obsesión, la necesidad de
escribir, la previsión
de lo que escribirá. Quizá, más que «metacartas»,
son muchas
de ellas cartas circulares, encerradas en sí mismas.
Por eso,
esta colección puede defraudar a lectores ávidos de
información
sobre el Salinas civil, el escritor y profesor,
miembro destacado de
la llamada «generación del 27». Él mismo se refiere
en varias ocasiones
a la condición de este epistolario: «[...] mi terrible
propensión
a encerrarme en mis cartas, en nuestro mundo, sin
referencias
apenas al mundo exterior que me rodea, nada de
fuera»
(carta 111). En otras ocasiones (¡en muchas!),
repasa la cronología
de su relación desde los comienzos, evoca encuentros
decisivos,
como el que tuvo lugar en Alicante, cuando visitaron
el peñón
de Ifach (carta 85), o con frecuencia valora el
impacto que su
relación con ella ha tenido en su vida y en su obra.
Este epistolario alude a un mundo hermético. Pero,
además,
las cartas cobran una realidad independiente: el
mundo en el que,
alentado por la pasión, vive el deseo de los
amantes. A causa de
la distancia que los separa, las cartas se
convierten en el espacio
virtual en el que se consuma esa pasión. Como
escribe Salinas:
«Hoy, Katherine, lo más sincero y espontáneo de mi
vida son
unas cartas, tus cartas. Aquí sé que vivo yo.
Mira, alma, no tendrán
valor alguno, lo sé, más que para ti y para mí, no
las conocerá
nadie, pero en ellas está lo más directo de mi alma
desde el
mes de agosto. Por eso no miento nunca al decir que
vivo para ti.
Hoy mi poesía, mi creación, mi obra, todo se cumple
y se satis15.
Andres Soria
Olmedo, ≪Dos voces a nivel≫, en Pedro Salinas-Jorge Guillen,
Correspondencia
(1923-1951), Barcelona,
Tusquets Editores, Coleccion Marginales
120, 1992, pag.
15.
27
face en ti, por ti» (carta 58). Las cartas crean una
realidad autónoma.
Es ésta, pues, una correspondencia «cerrada», con
pocas
ventanas a lo externo. Como Salinas no deja de
recordar con frecuencia:
«¿Sabes? Cada día me gusta más y más reducir el
mundo a nuestro
mundo. Hablarte en mis cartas de lo que tú me hablas
en las tuyas,
hablarte de ti, de mí, sobre todo de ti. Y crear con
los hilos de
esta correspondencia un mundo netamente diferenciado
del otro.
El otro es alrededores. Voy a él, vamos a él,
de excursión, pero para
volver al centro mismo, luego, de nuestra vida. Esa
es la razón de
que te hable tan poco de mis cosas y mis actos, de
mis gestas. Invariablemente
al coger la pluma en la mano elijo, escojo. ¿Por
qué voy
a hablar de lo que hice ayer, de lo que me pasó
ayer, si todo eso
era relleno en la vida, y en cambio tú, con
una frase de tu carta, me
das más motivo de hablar que todo lo demás?» (carta
71).
Mundo circular, obsesivo, en el que lo central es el
diálogo apasionado
de los amantes, diálogo concentrado, amantes
concentrados
en el nuevo mundo que han creado. Lo dijo Jorge
Guillén a
propósito de La voz: «Solos viven buscándose
y hallándose, felices
e inquietos en su orbe personal. ¿Habrá enamorados
que no sean
o intenten ser los habitantes exclusivos de una isla
cerrada al universo?
Porque ellos son un mundo. Lo que explica la
situación de
ese Tú y ese Yo sin perspectivas sociales».16 Este
aislamiento resulta
especialmente pertinente para abordar la particular
teoría de
la carta y del amor —del amor por carta— que genera
este epistolario.
La carta de amor
Como ha sugerido Octavio Paz,17 tres elementos
componen
nuestra imagen del amor en el mundo contemporáneo:
la exclusividad,
es decir el amor hacia una sola persona (y su
resultante, los
16. Jorge
Guillen, ≪Prologo≫ a Pedro Salinas, Poesías completas, Barcelona,
Seix-Barral,
1981, pag. 8.
17. Octavio Paz, La
llama doble: amor y erotismo, Barcelona, Seix-Barral,
1993.
28
celos); la atracción, que es la aceptación libre de
nuestro destino;
y la persona, alma y cuerpo. Todo ello se confirma
en este epistolario
(y en las poesías), aunque con algunos matices. La
atención a
la exclusividad deriva en obsesión y celos,
aumentados éstos por la
distancia. La atracción se expresa de forma
paradójica en la aceptación
de un destino superior. La persona física, real, es
inexistente
y queda sustituida por la realidad de la escritura.
Por ello, la carta,
apuntaba antes, deviene el espacio real, a pesar de
su virtualidad,
en que se desarrolla la pasión amorosa. Y es en la
carta donde se
completa la relación. Jorge Guillén lo escribió
acerca de unos versos
de La voz: «“Acude, ven, conmigo. / Tiende
tus manos, tiéndeles
tu cuerpo.” Son tres conminaciones que exigen la
presencia:
a través de aquel lecho de distancias, las manos, y
tras las manos,
el cuerpo. Corpórea vehemencia adquiere el poema
mismo».18
Esta «corpórea vehemencia» se amplía en las cartas,
las cuales devienen
el espacio virtual de la culminación del amor. Dado
que los
amantes carecen de la posibilidad de un contacto
frecuente, éste es
sustituido por la relación epistolar, la cual
contribuye a superar o
a crear un «lecho de distancias».
La trilogía amorosa de Salinas, desde el momento de
su publicación,
se ha considerado una de las muestras más bellas de
la
expresión del amor en lengua española. Las cartas
complementan
la lectura de los poemas, a la par que sustentan una
teoría y práctica
del amor. Se tornan un mundo autónomo de valor
intrínseco.
Salinas, a medias consciente de ello, lo expresa en
su «teoría Alicante-
amor, 1935»:
«Te voy a explicar mi teoría, que llamaremos “Teoría
Alicante-
amor, 1935”. Mis actos y mis sentimientos, mis hallazgos
de
pensar y sentir, no los puedo yo dar completeness,
sino con tu colaboración
de sentir y pensar. Lo que a mí se me ocurre, lo que
pasa por mi corazón, no está entero, no es total:
falta el comunicártelo
a ti, el que tú lo recibas, lo sientas y pienses
conmigo, lo
aproveches, en tu alma, lo completes, y [le] des
perfección. De
nada me sirve un modo especial de sentir mi amor por
ti si tú no
lo sientes conmigo, si no te lo digo y me respondes.
¿Comprendes
lo que son mis cartas? ¿Lo que piden, lo que
esperan? Piden
18. Jorge
Guillen, ≪Prologo≫ a Pedro Salinas. Poesías completas, Barcelona,
Seix-Barral,
1981, pag. 14.
29
un sí, síes, como el primero, y esperan la
confirmación de lo que
yo he vivido a medias, y necesitan para consumarse
tu con-vivencia.
Cada día me resulta mi amor más necesariamente correlativo.
Lo que yo siento y pienso de nuestro amor cada
momento, lo que
escribo, son obras a medias que sólo encuentran su
cumplirse si
tú las acoges y rematas» (carta 117).
Los amantes, en conversaciones y cartas, cumplen una
función
especular; cada uno da noticias al
amante-corresponsal de cómo
es el otro, el lector de los textos, y juntos crean
una relación
cómplice, de complementariedad. Más aún, en la
relación epistolar
Salinas se ve a sí mismo como una Penélope de la
escritura,
una Penélope que día a día construye la relación
amorosa: «Parecen
cartas y cartas como hilos en el telar que van
tejiendo una
tela indestructible. ¡Qué hermoso trabajo sin
trabajo!» (carta 50).
Es conocida la faceta de Pedro Salinas como teórico
y reivindicador
de la correspondencia. En estas cartas anuncia
reflexiones
o matiza algunas aseveraciones que aparecerán en su
ensayo
en defensa de la carta misiva. Con frecuencia, los
desastres del
correo le sugieren originales apuntes. Es,
evidentemente, una teoría
de la carta de amor —fundada en la urgencia—
pertinente
para la correspondencia amorosa. Los retrasos en el
correo le
inspiran una teoría de la lectura de una carta.
Según Salinas, esa
lectura tiene que pasar por varias fases. Primero se
la recorre con
la vista, lectura material, pero ya captando lo más
esencial. Luego
hay que leerla con el recuerdo:
«Ya nos hemos dejado la carta en casa, estamos en
nuestras
obligaciones, vamos por la calle, o muchas veces se
tiene un libro
en la mano, parece que se lee el libro y no es así:
la vista, distraída,
se aparta del libro impreso, y lo que leemos en
realidad es
aquella carta que está en casa o en el bolsillo. ¿No
me lees tú
mentalmente, mucho? Yo a ti enormemente.
Lectura del pensamiento:
deliciosa, encantadora: recordamos frases enteras,
ideas,
palabras cariñosas, y con todo ello nos creamos nosotros
la carta
otra vez. ¡Cuántas veces ando yo por la calle, o
estoy sentado en
mi despacho y te leo, así! Luego viene la
tercera fase: que es volver
a leer materialmente, con los ojos otra vez, la
carta. Es mucho
más fecunda que la primera. Ya la conocemos, ya nos
detenemos
en los pasajes más queridos, y acaso descubrimos
otros
30
nuevos. Es la perfección de la lectura, ya total,
pasada por completo
por el alma y por la vista. Y después no hay sino
dejarla ya,
que se pose en la memoria, que grabe allí lo que más
hondamente
impresionó, que se incorpore a nuestra vida: ya la
hemos hecho
nuestra. ¡Delicadísimo, esto de leer una carta!»
(carta 44).
En otra ocasión se refiere al acto mismo de la
escritura. Con
las luces apagadas, salvo la que le alumbra el
escritorio, se produce
una momentánea abolición de todo lo que no sea la
mesa,
sobre la que están desplegadas las cartas de
Katherine. Entonces
experimenta la sensación, íntimamente deliciosa, de
«encender»
su mundo, de «apagar» el mundo que le rodea. El
espacio creado
por la comunicación epistolar le parece una isla,
«esta luz, de esta
noche». Están «sólo dos seres, como en el beso»
(carta 47).
Plantea también la noción de desdoblamiento que
produce la
escritura de una carta amorosa. Está en Santander y
describe con
lujo de detalles las circunstancias en que escribe.
En su habitación
del hotel, desde el que divisa la ciudad, está
rodeado de noche y
mar. Destaca la diferencia entre el yo físico que ve
en el espejo,
y el real, el que escribe, reflejado en la hoja de
papel. Se reconoce
no en el espejo, sino en la hoja de papel, ya que
ésta no le
devuelve su imagen, con las señas personales
inevitables, ligado a
unas condiciones, sino la imagen de un hombre sin
edad, que
quiere, que está queriendo en plena juventud de su
ser. «El amor»,
dice, «es siempre un espejo que tendemos al amado. Y
es un espejo
no de deformación, sino de elevación» (carta 92).
Amor y carta van íntimamente ligados. En el caso de
esta
correspondencia, es un detalle obvio, pero nos
permite profundizar
en dos aspectos. En primer lugar, en la percepción
que Salinas
tenía de la escritura de Whitmore, y, en segundo
lugar, en la
teoría del amor, relacionada inexorablemente con la
expresión escrita.
¿Cómo eran las cartas de Katherine Whitmore? Uno de
los
grandes interrogantes que planea sobre este
epistolario es la total
ausencia de las cartas dirigidas a Pedro Salinas por
Katherine
Whitmore. Se han perdido todas. Nos preguntamos, con
curiosidad,
sobre la voz posible de esta hispanista
norteamericana. Por
fortuna, Salinas actúa también como crítico de las
cartas que recibe.
No ejerce de crítico en el sentido tradicional, sino
que actúa
como el amante que repite frases de las cartas de la
amada, que
le comenta palabras que, como un modo alternativo de
posesión,
31
resultan un sustitutivo de las caricias y las
muestras de cariño. Y
ello confirma una constante que he señalado antes a
propósito de
esta correspondencia: las cartas constituyen un
espacio en el que
se consuma el amor. Un amor limitado por la
distancia. Así, Salinas
transcribe y comenta frases y fragmentos de las cartas
de
Katherine, con lo que nos da un atisbo de la calidad
y consistencia
de la escritura de ella:
«Hoy hay en el mundo, para mí, una lengua románica
más: tu
español. Si supieras menos español tus cartas
podrían ser torpes,
inexpresivas, cortas. Si supieras español
como yo, tus cartas serían
tan como todas. Pero estás en un punto medio ravissant.
Se te ve
tantear, probar a veces. ¿Sabes tú lo que hay en tu
español? Una
sombra de rubor. Escribes un español ruborizado,
como pasa
cuando se habla con timidez o con temor, que nos
sale al rostro
como un vago tinte rosado. ¡Cómo disfruto, cómo
saboreo tu rubor
al escribir! Color de rosa, de rosa-valor, de sangre
asomada
apenas, un poco, a las mejillas, tienen tus cartas,
en su español.
Inocencia. Español inocente, lo menos profesoral que
conozco.
Español de dieciséis años, español púber, aprendiz,
primaveral,
rosado y con el encanto del capullo de flor casi
abierto. Es mi
idioma, Katherine, mi nuevo y secreto lenguaje, mi
gran adquisición
lingüística» (carta 37).
Pero Salinas no sólo describe una lengua, sino que
expresa un
modo de amar a partir de la apreciación de las
particularidades
—el idiolecto— de la expresión escrita de ella. En
otra ocasión,
destaca frases originales que le han cautivado:
«¡Qué criatura deliciosa eres! ¡Cómo me encantan tus
cartas!
Y ¿sabes, además, que tu español es cada día mejor?
Saltan de
vez en cuando en tus cartas expresiones graciosas y
muy tuyas.
Mira, hace unos días “Pecado, pecadísimo”. Ayer: “otoños
bellos,
desagravio del invierno”. Y una frase que me gusta
aún más que
todas: “... esta carta tardará en llegar a tus
manos. ¡Tus manos!
¡Quién fuera carta!”. No, no es que sean frases
profundas, no es
que sean pensamientos transcendentales, no. Son más,
son expresiones
felices, directas y graciosas exquisitamente
femeninas de
esa alma que yo te adoro. Son tan vivas, tan
directas. ¡Y al propio
tiempo tan refinadamente tuyas! ¡Katherine, hoy por
hoy eres
32
el autor que más me gusta! Y te aseguro que por una
página tuya
dejaría la obra maestra» (carta 31).
Incluso la caligrafía merece un comentario, una
atención a las
menores variaciones: «Pero de cuando en cuando
(¡gracias a Dios!)
te escapas a tu letra, te evades del canon regular,
vibras libremente.
Es lo mismo que cuando el cabello se suelta de un
peinado,
y ondea, al viento, desmelenado. Podría yo decir que
tu letra se
desmelena, pierde la compostura, el orden, y
tiene ese profundo
atractivo de la embriaguez del alma, entregada a un
impulso hondo
y fuerte» (carta 37). Quizá la personal teoría del
amor basada en
la complementariedad a partir de la escritura,
expresada en múltiples
planos, está en la base de la continua presencia del
quiasmo,
esa figura retórica basada en la antítesis en la que
los constituyentes
de los segmentos textuales tienen una disposición
especular19 y
que encontramos a menudo en cartas y poemas. Así, en
diversos
pasajes Salinas reflexiona acerca de las dimensiones
extraordinarias
que introduce el amor en la existencia:
«¿Sabes? La deliciosa sensación mía era la de poder localizar
lo
abstracto. Es, en suma, eso el amor. El amor
no es otra cosa que el
localizar en un ser, en un nombre, en una vida,
dentro de los límites
de un rostro y un cuerpo todo un mundo de
abstracciones y anhelos,
de espacios infinitos e irrealidades sin medida.
Todo toma cuerpo y
carne. Ese vasto complejo de deseos, de ilusiones,
de afanes que flotaba,
indeciso, sin saber dónde posarse se encierra en un
ser, se concreta,
se encarna. Ya tiene dónde vivir. Y empieza
el conflicto. ¿Será
ese ser, ese cuerpo lo bastante grande para
contenerle, para recibirle
en su enorme infinitud? Ése es el terrible papel del
que ama
y es amado. Tener que ser a la vez un individuo,
radicalmente único,
incomparable, y todo el mundo. Ser limitado e
ilimitado. Estar en
un lugar y en todas partes. Pero el principio del
amar es siempre un
localizar, un escoger el lugar humano, el
ser, donde va a intentar
alojarse el inmenso volumen de nuestro amor» (carta
74).
La particular retórica de la misiva amorosa le lleva
a Pedro
Salinas a un abuso de los signos de admiración, de
las palabras
19. Bice Mortara
Garavelli, Manual de retórica, Madrid, Catedra, 1991,
pag. 282.
33
subrayadas, para dar énfasis a las emociones.
También a un juego
constante con las construcciones paralelas yo-tú:
«Yo en ti espero
como la revelación de mi vida, ahora y entonces. Tú,
en tu vida
que me entregas, me vas a revelar mi vida» (carta
116). Un rasgo
de estilo que cabe relacionar con La voz a ti
debida, que, como
ha indicado David L. Stixrude, «es un libro
exuberante, salpicado
de puntos de admiración, imágenes hiperbólicas,
reiteradas
afirmaciones, alegres enumeraciones, versos
rápidos».20
Estos juegos retóricos basados en la antítesis, por
otra parte,
afectan al modo en que Salinas considera la
situación personal en
que se halla de resultas de su amor por Katherine.
Se siente inmerso
en un «doble mundo», viviendo una «doble vida»:
«Y yo, en medio de todo esto, vivo en la doble vida,
ya mía,
siempre, que tú has añadido. Vivo en dos
dimensiones, en dos luces,
en dos horizontes, el visible y el invisible.
¿Sabes? Desde que
te dejé, inútiles todos los esfuerzos que he hecho
para distraerme.
Cierto que apenas los he hecho. Mi afán más bien era
no distraerme,
ni traerme de ti a otra cosa. Sumirme más y
más en la contemplación
interior de lo que me falta ante los sentidos.
Suplir,
reemplazar la forma que no veo, el ser que no tengo,
por la forma
ideal que pienso, por el ser ideal que quiero. Tú,
ideal y real, a la
vez, real en tu idealidad, ideal en tu realidad,
amor, Katherine»
(carta 14).
Puede relacionarse este gesto con la tendencia de
Salinas a teatralizar
la existencia, a imaginar situaciones que pueden
vivir juntos
(como cuando habla de fotografiar nubes, carta 82) o
él solo
(cuando se ve como un héroe de poema épico, carta
39). Estamos
en el terreno de la «ficcionalización, envuelta en
la ilusión de no
ficcionalidad» que, según Claudio Guillén,21 es una
dimensión de
la carta real. Por otro lado, el amor vivido en la distancia
provoca
en Salinas un creciente pánico y un aumento de los
celos:
«[...] ¿cómo yo, desde aquí, a esta distancia
enorme, voy a poder
luchar contra todo lo demás? Y además, ¿con qué
derecho
20. David L.
Stixrude, Op. cit., pag. 37
21. Claudio
Guillen, Múltiples moradas. Ensayo de literatura comparada, Barcelona,
Tusquets
Editores, Coleccion Marginales 170, 1998, pags. 190-192.
34
voy a luchar contra lo demás? Llamo “lo demás” a tus
posibilidades
de vida, ¡a todo lo que te puede ofrecer la vida
libre, disponible,
no esclavizado como yo! ¿Por qué, por qué me vas tú
a
querer a mí sobre los demás, por encima de
los demás, contra los
demás? ¿Qué soy yo sino una sombra asida
desesperadamente a
una letra, a unos signos, para no perderte, mientras
los demás te
ofrecen horas, días, cosas gratas, realidades?
¿Celos? No lo sé,
Katherine. Si lo fueran serían tremendos celos
positivos, no negativos,
no contra nadie, ni menos contra ti, sino celos de
no poder
yo hacer todo, ser todo, a tu lado, ofrecerte desde la
mano para
salir del coche al alma» (carta 68).
Es el temor ante la duplicidad, la falta de control,
producido
por la distancia en la que transcurre la vida de la
amada.
Es obvio, como apuntó Cortázar, que el amor es un
motor
esencial de la obra literaria de Pedro Salinas. Su
expresión por
carta le concede una nueva dimensión, complementaria
a la de la
poesía, y alternativa, debido a su independencia
textual. Nacido
este amor, como dijo la propia Whitmore, de un
«error sin cálculo
», las cartas nos obligan a redefinir nuestra
obligación y vocación
primera de lectores de poesía. La explican, la
amplían, la
acompañan. O la alteran. El epistolario confirma que
La voz a ti
debida es el gran libro de Pedro Salinas
y que Razón de amor es
mucho más prosaico, repetitivo, con muy pocos versos
o poemas
que de verdad emocionen. Ahora se entiende por qué
Salinas
nunca quiso publicar Largo lamento, dado que
es un libro fallido,
no terminado. Así pues, descubrimos con sorpresa que
la famosa
trilogía amorosa no existe. Katherine Whitmore
dudaba de que la
realidad de su relación con Pedro Salinas,
desarrollada en la distancia
y concentrada casi exclusivamente en las cartas,
tuviera conexión
alguna con los poemas de La voz. La
correspondencia
puede contribuir a sustentar esta opinión tan
radical. Los orígenes
de los poemas de La voz serían puramente
literarios, fruto de la
imaginación de un ávido lector y poeta, de alguien
que, mediante
la palabra, consiguió alterar el mundo «real» a
través de un mundo
«poético». La correspondencia nos llega como esa
literariedad de
segundo grado y nos permite la reconstrucción de un
pasado visitable.
Los poemas, de todos modos, seguirán como el
auténtico
motivador de la pasión lectora, como la única razón.
Como un
«mundo poético» —el de los poemas— visitado muy a
distancia
35
por el «mundo real» —el de las cartas—. O como
escribe Salinas
en la última carta que envió a Katherine Whitmore:
«A veces
pienso que nuestro amor y nosotros somos cosas
diferentes, que
nosotros andamos por un lado y él, por otro. Pero de
su existencia,
no dudo, después de haberte visto y de desear verte
más, mucho
más» (carta 151). Estos documentos, en su radical
hermetismo,
se nos presentan como un trasmundo, como un nexo de
unión
entre lo real y lo poético, el amor vivido y el amor
soñado. Lo posible
y lo imposible. La realidad y el deseo.
Enric Bou
Venecia,
julio de 2001