SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
ESTA tarde voy a tratar de captar la atención de ustedes hablando de un tema que me es
particularmente grato. No es otro que el de la poesía de sor Juana Inés de la Cruz. Me
propongo darles una pequeña conferencia sin fechas. Pero como debe tener como toda regla su
excepción, daré una: la de su nacimiento y muerte (1651-1695).
Sor Juana Inés de la Cruz es un clásico mexicano. ¿Qué queremos decir con esto? Que es
un ejemplo, que es un autor ya suficientemente conocido y estudiado. Yo preferiría contestar
esta pregunta diciendo que sor Juana es un trasunto nuestro, porque es un autor con el cual, con
la cual, es posible aún convivir, vivir con ella, con su obra, que es un retrato fiel de ella,
puesto que con sor Juana y su obra tenemos un ejemplo de esa correspondencia perfecta entre
el ser y su expresión íntima.
Sor Juana es en este sentido de la convivencia un autor vivo, clásico: clásico quiere decir
vivo. Ésta es la forma en que yo prefiero definir el autor clásico. No marmóreo, estatuario y
correcto, ya definitivamente en un nicho, sino un autor que puede circular en torno nuestro, con
el cual podemos acompasar nuestra respiración. Los placeres que produce el tono, la obra de
su igual con sus semejantes, sobre todo cuando se conoce la obra de sor Juana en su amplitud,
son maravillosos. Porque con este clásico mexicano ha sucedido que se le conoce sobre todo
por las antologías; es decir, por selecciones parciales.
A la vista de esta selección parcial, limitada, pequeña, la obra de sor Juana, tan difícil de
encontrar en las ediciones antiguas, se crea en los escritores mexicanos de este siglo la
necesidad no sólo de gozar ellos personalmente, que tienen a su alcance sus obras, sino el
deseo de participar este placer a los demás, a las mayorías. El placer que no se comparte no
es placer. El placer es siempre, o casi siempre, entre dos o entre muchos. La necesidad de
contar con ediciones modernas de sor Juana se hace sentir desde fines del siglo XIX. Menéndez
y Pelayo, el gran crítico español que tiene tanta influencia en la literatura mexicana, fue el
primero en pedir, en expresar su deseo de que la obra de sor Juana fuera publicada en
ediciones modernas al alcance de todos.
Su obra ofrece dificultades. Sor Juana es un autor conceptista, un autor barroco. Sus
ediciones antiguas están plagadas de errores, y hubo necesidad de establecer textos sobre
aquellos puntos exóticos. Esto era lo que pedía Menéndez y Pelayo y que al fin se ha logrado
en una moderna edición que apareció hace poco en Buenos Aires.
¿Quiénes la han estudiado en México modernamente? Desde luego Henríquez Ureña;
después Manuel Toussaint, Ermilo Abreu Gómez, y otro crítico contemporáneo nuestro, que ha
dedicado gran parte de su vida al trabajo y a la reproducción fiel de los textos de sor Juana,
pretendiendo poner al alcance del gran público lector versiones depuradas.
Las ediciones críticas modernas de los sonetos y de las endechas, las cuales he visto con
fervor, no pretenden ser las ediciones que han hecho Toussaint, Abreu Gómez y yo las últimas
de la monja, pero son ya, desde luego, las primeras que se pueden leer con facilidad. Hemos
modernizado la ortografía; hemos revisado la puntuación; hemos establecido los textos,
comparando las diversas ediciones que han salido llenas de errores.
Recientemente ha encontrado sor Juana un gran crítico moderno en la personalidad de Karl
Vossler, el gran maestro de filología románica, que ha traducido hasta el poema más oscuro y
más complejo: Primero sueño.
La obra de ella no es muy vasta, no muy numerosa, tiene la virtud de la concentración.
Escribió prosa y verso. De prosa, ha llegado hasta nosotros la Carta athenagórica, la crítica
al sermón de un jesuita, Antonio Vieyra. Revela en este escrito toda su fuerza teorética, fuerza
inexplicable, puesto que se trataba de una mujer que vivía dentro del margen raquítico de sus
tiempos. Después de esta carta, tenemos la dirigida a Sor Filotea. He aquí un escrito en prosa
de particular importancia para el conocimiento de la psicología de sor Juana. Fue escrita en
respuesta a la que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le dirigió con el
objeto de reducirla al orden. Le pareció que una mujer de esa época no debería tocar ni tratar
temas filosóficos con la valentía y la seguridad con que sor Juana lo hizo, y mucho menos
tocar ciertos temas que a la Iglesia le parecían peligrosos. Esta carta es además un documento
autobiográfico de primer orden.
Se han escrito algunas vidas sobre ella, pero éstas han tenido siempre la debilidad de ser
vidas no apoyadas en la realidad, sino fantásticas. El mismo Amado Nervo, que escribió un
libro sobre la monja, cayó en este error, no obstante que al alcance de todos está esa carta en
donde sor Juana hace un estudio delicado y agudo sobre su vida y la ofrece como si estuviera
grabada en una placa de metal. La misma carta es una confesión de primer orden y un
documento de valor inapreciable para el estudio de su figura. Además escribió en prosa otras
obras de menor importancia: ofrecimientos, ejercicios, oraciones, explicaciones y protestas de
fe.
Se le debe igualmente teatro: Los empeños de una casa; Amor es más laberinto, título
precioso de una obra que no está escrita toda de su mano, puesto que el segundo acto fue
redactado, compuesto, por un contemporáneo suyo llamado Juan de Guevara. Sobre teatro
religioso nos legó tres autos sacramentales: El divino Narciso, El mártir del Sacramento y El
cetro de san José. No es sor Juana Inés de la Cruz un autor de teatro de primer orden, pero sí
muy interesante para su época. La influencia de Calderón se dio en su teatro religioso. Además
de estas dos obras de teatro profano y tres de religioso, escribió tres loas, nueve letras
sagradas, cuatro letras profanas para cantar, porque sor Juana tiene, además de escritura,
música; algunos villancicos en forma dramática, que llegaron a once, y tres villancicos
deliciosos, fuera del teatro, encantadores, llenos de una música extraordinaria, de rimas
finísimas; el ya mencionado Primero sueño, poema largo de imitación deliberada, consciente,
confesado por ella misma, de las Soledades de Góngora, sólo que en una atmósfera y en un
clima que no es de Góngora, sino particular de la poetisa: la noche y el sueño; dentro de este
ambiente se desarrolla el poema complejo y difícil de sor Juana. Pero tal vez lo más
importante, y digo tal vez, aun cuando debí decir seguramente, resulta en sus poesías líricas.
En ellas toca casi todas las formas de la expresión, las formas clásicas, ideales. Tiene sesenta
y tres sonetos, cincuenta y nueve romanzas, nueve glosas, un ovillejo, diecisiete redondillas,
treinta y cuatro décimas, diez endechas y tres liras. Toda su obra está comprendida en las
ediciones antiguas en tres tomos. Los títulos de los poemas que aparecen en estas ediciones no
están redactados por la misma sor Juana, sino por sus antiguos editores, y debo decir a ustedes
que se han conservado por mera tradición, no están de acuerdo con el espíritu de la
composición.
No voy hablar de todos los aspectos de la poesía de sor Juana, ni de todo aquello que esta
poesía me despierta. Mi plática la voy a abordar desde un plan nuevo, aunque ya así lo han
hecho Menéndez y Pelayo y otros. Voy a hablar a ustedes de la curiosidad de sor Juana.
La curiosidad ha sido casi siempre apreciada desde un punto de vista muy especial; se le
ha considerado como una debilidad; también se dice que la curiosidad, así tomada
superficialmente, es algo propio únicamente de la mujer. Yo distingo dos clases de curiosidad:
la curiosidad de tipo masculino y la curiosidad de tipo femenino. Un hombre puede tener
curiosidad femenina y una mujer curiosidad masculina. Éste es el caso de sor Juana.
La curiosidad como una pasión que no acrecienta el poder del espíritu la podemos
personificar en Eva, que mordió por curiosidad el fruto prohibido. En Pandora, que movida
también por ese pensamiento abrió la caja que le habían prohibido. Ésta es una curiosidad de
tipo accidental; pero hay otro tipo de curiosidad, una curiosidad más seria, más profunda, que
es un producto del espíritu y que también es una fuente en el conocimiento. Esta curiosidad
como pasión, no como capricho —la curiosidad de Pandora es un capricho—, es la curiosidad
de sor Juana.
¿Qué es curiosidad por pasión? Yo la defino así: es una especie de avidez del espíritu y de
los sentidos que deteriora el gusto del presente en provecho de la aventura; es una especie de
riesgo que se hace más agudo a medida que el confort en que se vive es más largo. Este tipo de
curiosidad ¿por quién está representado? Como ejemplo puedo dar a ustedes un personaje. La
fábula, la novela, la poesía que encarnará esta belleza del espíritu que deja la comodidad del
espíritu para lanzarse a la aventura, para interesarse en ella, nos da Simbad el Marino. Simbad
el Marino, dueño de riquezas, no se conforma con su comodidad, con su holgura.
La comodidad y la holgura engendran el tedio, el aburrimiento. Ya Voltaire decía que el
tedio es el fruto de la triste falta de curiosidad. Una persona curiosa, con esa curiosidad
masculina, no se aburrirá jamás, porque la curiosidad es uno de los grandes motores que ha
tenido el mundo.
Simbad el Marino, rico y pobre en su riqueza, en cuanto el tedio lo amenaza abandona
riquezas y bienes y se lanza a la aventura. Naufraga, porque Simbad es un náufrago
incorregible. Pero este naufragio no le impide, una vez que ha vuelto a sentirse holgado y rico,
lanzarse a un segundo, a un tercero, hasta un séptimo viaje. Es el tipo de curiosidad que ahora
nos interesa.
Otro ejemplo de personaje conmovido, espoleado por esta pasión del espíritu, es Ulises.
Sus aventuras revelan una curiosidad de tipo científico. No era su viaje una simple aventura,
sino que perseguía un fin. Pues bien, sor Juana es para mí un representante de esta forma de
curiosidad masculina. Lo prueba su avidez de conocimiento; su valor para alejarse de la
comodidad, de abandonar todo aquello que le servía de marco dorado y esplendoroso en la
Corte de los Virreyes, y cuando llegó a ser una figura prominente, la vemos abandonar su
situación de privilegio para recluirse en un convento, no porque tuviera una vocación religiosa
muy pronunciada, ni muy profunda, sino porque la vida de la Corte le robaba la intimidad que
ella buscaba para hacer cada día más profundo su espíritu.
Este deseo de saber se inició desde su tierna edad. En su documento autobiográfico nos lo
dice: “Digo que no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una
hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman amigas, me
llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, me encendí yo de
manera el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, la dije que mi madre
ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble; pero, por complacer al
donaire, me la dio. Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la
desengañó la experiencia; y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi
madre, a quien la maestra lo ocultó por darle el gusto por entero y recibir el galardón por
junto”.
Desde una edad tempranísima, pues, despierta esta pasión por saber. Más tarde, muy poco
más tarde, porque sor Juana fue siempre precoz, oyó decir que en la Universidad de México se
estudiaba la ciencia. “Y apenas lo oí, cuando empecé a matar a mi madre con instantes e
importunos ruegos sobre que, mudándome el traje, me enviase a México, en casa de unos
deudos que tenía, para estudiar y cursar la Universidad; ella no lo quiso hacer, e hizo muy
bien, pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que
bastasen castigos ni reprensiones a estorbarlo; de manera que cuando vine a México, se
admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenía en edad que parecía
que apenas había tenido tiempo para aprender a hablar.” Sigue el motor de la curiosidad. Va
dejando de ser la niña ocupada en las tareas de casa y preocupada en cambio en el afán de
conocimiento. Empezó a aprender la gramática en veinte lecciones, y además, se imponía
sacrificios para lograr el objeto de su aspiración en materia de conocimientos. Era entonces
cuando se cortaba el cabello, que era un adorno natural y que sigue siendo lo más apreciado
por las mujeres, y poniéndose algún plazo para aprender alguna disciplina, mientras no la
aprendía, se dejaba el cabello corto y no permitía que le creciera, sino hasta cuando lograba
alcanzar su fin.
Sor Juana no pudo vivir recluida en aquel pueblo y entonces, a base de ruegos e
insistencia, logró pasar a la capital de Nueva España. Después, por su talento natural, por la
fama que empezó a correr en México de su habilidad para escribir, para hacer versos, se le
llevó a la Corte, donde figuró. Todos conocen la anécdota de que una vez fue sometida a un
examen por los hombres más ingeniosos y sabios de Nueva España y que ella supo contestar
todas las preguntas sobre temas diversos: filosofía, ciencias naturales, etcétera.
Sor Juana era, además de muy curiosa, sensiblemente dinámica. Era muy bella. En la Corte
de los Virreyes tuvo, como era natural, proposiciones de matrimonio y aun lances de tipo
amoroso. Pero alrededor de esto sus biógrafos han hecho leyendas; se ha inventado que el
virrey estaba enamorado de ella, y una serie de inexactitudes. Ella misma nos dice en su carta
autobiográfica que abandonó la Corte para retirarse al convento por su incapacidad para el
matrimonio, por la poca inclinación que sentía, ya mujer mayor, para trabajos domésticos y la
vida hogareña. Lo que quería era que la dejaran sola para poder seguir cultivándose, para
poder seguir escribiendo.
Cuando sor Juana creyó que ya en el convento no iba a ser perseguida por el mundo, aun
allí, dentro del convento, las críticas en contra de una mujer excepcional de su tiempo la
persiguieron. Ella parece contestar a estas críticas en un soneto suyo que dice:
En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
Sor Juana Inés se recluyó en el convento y tuvo la fortuna de tener, hasta antes de la carta
que el obispo de Puebla le dirigió, tuvo la fortuna, repito, de poder vivir dentro del claustro
rodeada de libros, de aparatos científicos, de instrumentos musicales. Sólo más tarde, cuando
fue reprochada tan acremente por el obispo de Puebla, tuvo que deshacerse de sus libros. Fue
cuando ya se retiró de las letras, de la ciencia, de las artes en general, para entrar en otra vida.
Y esto nos lleva a otro aspecto de la vida y de la obra de la monja. No faltan textos de
literatura en los que se habla de su misticismo. No hay tal misticismo. No hay elementos
misteriosos en la obra de sor Juana. No fue tampoco una religiosa de un celo extremado, de un
ardor exagerado. Simplemente cumplía con las reglas. ¿Para qué cumplía con estas reglas?
Para tener tiempo de seguir en sus nuevas inquietudes, en su afán de saber.
Decía que para ella el estudio no era el deseo de saber más, sino de ignorar menos. Ésta es
su actitud en relación con el saber. Si nosotros examinamos, por ejemplo, su colección de
sonetos, nos encontramos que los de tema religioso son apenas unos cuantos. Claro está que
escribió preciosas obras de teatro religioso, pero fueron composiciones de circunstancia. Lo
más íntimo, lo más profundamente sorjuanístico no es de tipo religioso, menos aún de tipo
místico. Esto último hay que descartarlo para siempre. Sor Juana es más bien, ¡y qué bien!, una
poetisa de la inteligencia. Es la emoción de la inteligencia aguda la que se desprende de la
mayor parte de sus poesías. Colocada en un tiempo, en un momento literario en que el
conceptismo, que es una de las dos grandes formas del barroco, predominaba, era la moda.
Pero dentro de ella ¡cómo pudo desarrollar su talento de mujer inteligentísima que logró
despertar la emoción de la inteligencia!
La poesía de sor Juana es a un tiempo plástica por su forma, pero también tiene ese adorno
barroco tan característico del espíritu mexicano.
Es, pues, un poeta de la inteligencia, un poeta del concepto, una poetisa de la razón. Si
examinan por ejemplo la serie de sus sonetos sobre el amor, encontrarán una clave sobre este
tema. Estos sonetos pueden parecer fríos, si es que la inteligencia, que a mí no me parece,
admite este término. Pero sor Juana no es sólo una poetisa de la razón; es también un poeta del
sentimiento. Puede en ella predominar lo que llamaba yo en la conferencia pasada el poder
lógico de la palabra. Pero a veces también el poder mágico se enlaza, se conjuga, se casa en
un matrimonio de cielo e infierno, lo mágico con lo lógico en la poesía de sor Juana. Es
entonces cuando alcanza las notas más finas del lirismo más alto y a la vez más emotivo. Si
una serie de sus poemas puede ser considerada como un pequeño tratado de amor, al modo de
los tratados sobre el amor tan renacentistas, otras son verdaderas expresiones de íntimo
sentimiento. El amor, los celos, la ausencia, la esperanza, son los temas de sor Juana en la
mayoría de sus poemas; no son temas muy vastos, pero sí fundamentales. He aquí un poema
sobre la esperanza:
Diuturna enfermedad de la Esperanza,
que así entretienes mis cansados años
y en el fiel de los bienes y los daños
tienes en equilibrio la balanza;
que siempre suspendida, en la tardanza
de inclinarse, no dejan tus engaños
que lleguen a excederse en los tamaños
la desesperación o la confianza:
¿quién te ha quitado el nombre de homicida?
Pues lo eres más severa, si se advierte
que suspendes el alma entretenida;
y entre la infausta o la felice suerte,
no lo haces tú por conservar la vida
sino por dar más dilatada muerte.
Hay que distinguir en la poesía de sor Juana tres tipos de composiciones: las poesías que
podríamos llamar cortesanas, poesías de circunstancias; por otra parte, las poesías de ingenio,
de mero ingenio —ejercicio retórico—, de gran laboriosidad, que revelan una extraordinaria
habilidad y una facultad de que siempre fue dueña: improvisar con una rapidez asombrosa. A
sor Juana le daban en la Corte las rimas con que debía hacer un soneto y en seguida con esas
mismas rimas presentaba trabajos de una descripción de partes perfectamente lógica. Esto no
es la más importante de su obra, pero sí es de peso.
Las poesías de Corte son aquellas que seguramente llegaron a fastidiar, a llenar de tedio su
corazón. Ella tiene que hacer composiciones para los acontecimientos más destacados de la
vida cortesana. Lo hace con mucha habilidad y con mucha gracia y donaire. Pero la tercera en
que yo distribuyo su obra poética es la más importante: la lírica propiamente dicha. Por esta
parte, está considerada como el mejor poeta de habla española de su tiempo. Es verdad que ya
había sobrevenido la decadencia de la lírica española, después de ese momento de esplendor
que tuvo en los llamados Siglos de Oro. Pero ella es la última resonancia de esta gran época
de la poesía lírica de habla española. Voy a dar a ustedes una muestra de esa poesía lírica de
sor Juana, proplamente lírica, íntima, intensa, en donde no hay circunstancias: me refiero a un
soneto (he escogido los sonetos porque es más fácil dar a conocer cosas completas de sor
Juana Inés de la Cruz en éstos y no en sus magníficas liras o sus delicadas endechas). El sujeto
de la poesía de sor Juana se encuentra frente a su amado; el amado está desdeñoso con ella;
ella quisiera ablandar el corazón de su amado, pero no lo logra; ella quisiera que el amado
tocara su corazón para que se diera cuenta de que vive allí, sólo para él. Pero esto le parece
imposible. Y sor Juana va a encontrar una manera de que el amado vea y aun toque su corazón.
Dice así el soneto:
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía;
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Este soneto es tan excelente como los mejores sonetos de la lengua española. Las liras de
sor Juana tienen este alcance, esta profundidad; son verdaderas selecciones de las cosas
íntimas de una mujer que se expresa en toda su amplitud y reconditez.
Recientemente un escritor español, Pedro Salinas, publicó un ensayo sobre la monja, sobre
sor Juana. Se intitula el ensayo En busca de Juana de Asbaje. Después de leerlo nos damos
cuenta de que Salinas se lanzó a buscarla con el propósito de no encontrarla. Esto es
asombroso, y no valdría la pena detenerse a hablar de ello si no se tratara de un poeta como
Pedro Salinas, tan fino y tan delicado, y que además ha recorrido los caminos de la crítica con
cierto donaire y aun con cierto acierto. Salinas en la última crítica, la más reciente que se ha
hecho a la obra de sor Juana, llega a conclusiones que nos parecen exageradas e inexplicables.
Dice que sor Juana no tuvo un temperamento religioso muy grande y tomó el camino de la
religión para apartarse del mundo como a un postrer viaje. Al mismo tiempo que Salinas
acierta en esto, dice que sor Juana no nació para poeta. Esto es sospechoso. Hay en esto un
deseo de disminuir ciertos valores o una incomprensión fatal. Basta leer los sonetos
propiamente líricos de sor Juana, no los satíricos, no los de circunstancias; basta leer las
endechas o las liras para que la sola poesía de sor Juana responda a esta afirmación un tanto
apresurada. No quiero terminar sin dar a conocer a ustedes una composición, de un gusto
exquisito, que nos lleva a los mejores momentos de la poesía lírica de habla española. Es un
poema en que expresa el sentimiento de la ausencia.
Si lo oyen con atención, el resultado que se opere en ustedes será la mejor respuesta a
aquellos críticos que, como Salinas, han pretendido disminuir el valor todo de la monja.
Dice así:
Amado dueño mío,
escucha un rato mis cansadas quejas.
pues del viento las fío,
que breve las conduzca a tus orejas,
si no se desvanece el triste acento
como mis esperanzas en el viento.
Óyeme con los ojos.
ya que están tan distantes los oídos,
y de ausentes enojos
en ecos, de mi pluma mis gemidos;
y ya que a ti no llega mi voz ruda,
óyeme sordo pues me quejo muda.
Si del campo te agradas,
goza de sus frescuras venturosas,
sin que aquestas cansadas
lágrimas te detengan enfadosas;
que en él verás, si atento te entretienes,
ejemplos de mis males y mis bienes.
Si al arroyo parlero
ves, galán de las flores en el prado,
que, amante y lisonjero,
a cuantas mira intima su cuidado,
en su corriente mi dolor te avisa
que a costa de mi llanto tiene risa.
Si ves que triste llora
su esperanza marchita, en ramo verde,
tórtola gemidora,
en él y en ella mi dolor te acuerde,
que imitan, con verdor y con lamento,
él mi esperanza y ella mi tormento.
Si la flor delicada,
si la peña, que altiva no consiente
del tiempo ser hollada,
ambas me imitan, aunque variamente,
ya con fragilidad, ya con dureza,
mi dicha aquélla, y ésta mi firmeza.
Si ves el ciervo herido
que baja por el monte, acelerado,
buscando, dolorido,
alivio al mal en un arroyo helado,
y sediento al cristal se precipita,
no en el alivio, en el dolor me imita.
Si la liebre encogida
huye medrosa de los galgos fieros,
y por salvar la vida
no deja estampa de los pies ligeros,
tal mi esperanza, en dudas y recelos,
se ve acosada de villanos celos.
Si ves el cielo claro,
tal es la sencillez del alma mía;
y si, de luz avaro,
de tinieblas emboza el claro día,
es con su oscuridad y su inclemencia
imagen de mi vida en esta ausencia.
Así que, Fabio amado,
saber puedes mis males sin costarte
la noticia cuidado,
pues puedes de los campos informarte;
y pues yo a todo mi dolor ajusto,
saber mi pena sin dejar tu gusto.
Mas ¿cuándo, ¡ay, gloria mía!,
mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuando llegará el día
que pongas dulce fin a tanta pena?
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
y de los míos quitarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora
herirá mis oídos, delicada,
y el alma que te adora,
de inundación de gozos anegada,
a recibirte con amante prisa
saldrá a los ojos desatada en risa?
¿Cuándo tu luz hermosa
revestirá de gloria mis sentidos?
¿Y cuándo yo, dichosa,
mis suspiros daré por bien perdidos,
teniendo en poco el precio de mi llanto,
que tanto ha de penar quien goza tanto?
¿Cuándo de tu apacible
rostro alegre veré el semblante afable,
y aquel bien indecible,
a toda humana pluma inexplicable,
que mal se ceñirá a lo definido
lo que no cabe en todo lo sentido?
Ven, pues, mi prenda amada;
que ya fallece mi cansada vida
de esta ausencia pesada;
ven, pues: que mientras tarda tu venida,
aunque me cueste su verdor enojos,
regaré mi esperanza con mis ojos.