miércoles, 5 de julio de 2023

Robert Lowell Día a día INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

Día a día expresa con profundidad el mundo de Robert Lowell, su bagaje intelectual; las ideas aparecen de manera más nítida y evocadora y la visión que del mundo tiene Lowell no se reduce al inventario descarnado de ciertas anécdotas propias, sino que se convierte en el eje mismo de la obra… Nunca hasta ahora como en Día a día la Weltanschauung de Lowell había aparecido en su poesía con tan armónica profundidad.

 


 

 

            Robert Lowell

 

         Día a día

 

           

 

 
 

 

Título original: Day by DayRobert Lowell, 1977

Traducción: Luis Javier Moreno

Diseño de portada: Editorial

Editor digital: AlNoah

Escaneo y ePub original:

 

 
Prólogo

 

 
1. Sobre Lowell y su obra

 

Para no generar equívocos acerca de la naturaleza de estas líneas (notas incluidas) desearía aclarar que mi traducción de Día a día de Robert Lowell no es una edición crítica de la obra, ni este «prólogo» es un trabajo de índole erudita, sino (y sólo) una aproximación de carácter informativo a la obra y persona del poeta. Tanto en el «prólogo» como en las «notas» a los poemas, he pretendido contextualizar y aclarar algún aspecto mencionado por Lowell en sus poemas que, aunque presuponga el poeta que se conocen y dé por hecho tal conocimiento, no lo son tanto, ni siquiera en Estados Unidos. De este modo, y con estos escritos, me propongo poner al alcance del lector que lo necesite una sucinta información que haga más comprensiva su lectura.

Durante algún tiempo, Robert Lowell no fue sino el nombre de un destacado poeta norteamericano. Los escasos poemas incluidos en las antologías que por aquí circulaban no ofrecían suficientes elementos con los que calibrar el puesto relevante que, según la crítica, ocupaba Lowell en la poesía americana del siglo XX. La ratificación teórica de que Lowell debía ser un poeta importante me la dio el artículo (página completa, con foto) que José María Valverde (una persona tan bien informada como competente en ese terreno) dedicó a la persona y obra del poeta en el diario El País, con motivo de su muerte, tan sólo a los nueve días del suceso (El País, Madrid, 21 de septiembre de 1977).

El breve ensayo de Valverde sobrepasaba el convencional elogio fúnebre para ofrecer una imagen muy ponderada de la poesía de Lowell, su trayectoria, algún dato biográfico y unos cuantos rasgos de su obra. Dice, por ejemplo, Valverde: «Lowell era sin duda, en este momento, el más importante y el más típico de los poetas de Estados Unidos […].» El que este juicio no es una de tantas simplificaciones que se incluyen en los obituarios al uso, lo podrá comprobar el lector que se acerque a las páginas de Día a día.

A partir de entonces se intensificaron mis aproximaciones a Lowell y su obra hasta abarcar la totalidad de la misma, y no unos cuantos, escasos, poemas dispersos aquí y allá. El proceso de acercamiento lo aceleraron mis estancias en Iowa (1985 y 1987), donde comencé a leer su obra con sistemática asiduidad; Lowell se convirtió (lo sigue siendo) en una presencia familiar. Robert Lowell había sido profesor en el Workshop de Iowa y allí encontré a personas que lo habían tratado y se tenían por sus amigos, comenzado por quien fue su jefe, el poeta Paul Engle, que dirigía el Workshop Writing de la Universidad de Iowa (uno de los primeros y, quizá, el más prestigioso de Estados Unidos), y que le contrató, los años que permaneció allí, con el rango de resident lecturer in Creative writing. Tanto Paul Engle, como algunas otras personas que lo trataron en sus años de Iowa, me proporcionaron información acerca de su conducta y modo de ser… Me llamó la atención el resignado humor de Lowell quien, antes de instalarse en la ciudad, solicitó que le proporcionasen «casa y un psiquiatra medianamente competente».

Día a día (Day by Day) es el último libro y, según la crítica más especializada, el mejor de los suyos. Culmina en él la que el poeta denominó Autobiografía en verso, en la más total de todas sus versiones, caracterizada por el denominador común de lay my heart out («dejar mi corazón al desnudo»), lema que el poeta parece haber tomado por divisa para toda su obra, incluso para la que aún no tenía escrita. Ese modo radical, original y complejo de autobiografiarse es la novedad mayor que Lowell aporta a la poesía del siglo XX. En el modo y en la forma reside la novedad, no en el simple uso de los temas, ya que el empleo de la materia autobiográfica en poesía es tan antiguo como la poesía misma. El abandono de ese radical despojamiento (más aparente que real) es lo que llevó a ciertos estudiosos a creer que la poesía de Lowell había comenzado su decadencia. Para el crítico Hayden Caruth (Poetry, 5, 1965), Lowell, «buscando mayor espontaneidad, relajó su estilo y, en la mayor parte de los casos, ha obtenido el efecto contrario».

Day by Day demostró que la capacidad de Lowell para renovarse era sorprendente y que la miopía de los críticos es pandemia arrogante de difícil arreglo. Fue el pequeño bache (bache según como se mire; no conviene confundir lo diferente con lo inferior) que supusieron algunos libros posteriores a Life Studies lo que dio pie a opiniones como la de Caruth. También el poeta y crítico Robert Bly se hace cargo de la presunta recaída del estilo-Lowell, y con lamentos un tanto agoreros dice: «Estamos en un momento grave de nuestra poesía si el más grande de nuestros poetas vivos, R. Lowell, vomita ampulosidades y retórica, como si se tratase de los discursos del presidente. Resulta inquietante pensar qué va a ocurrirle a la poesía de este país». La posterior trayectoria de la obra de Lowell evidenció que no había motivo (al menos en lo que a su poesía se refiere) para tanta alarma.

El impacto de la aparición de Life Studies fue tan fuerte que todos aguardaban más de lo mismo. Ante la legión de imitadores que surgieron tras la aparición del libro (que como suele ser habitual en los imitadores repararon en lo más superficial del discurso: largas y monótonas exposiciones de sus desgracias personales y de su vida privada…, narcisismo interesado en la propia desgracia). Ejemplos de ese tipo de tomar el rábano por las hojas pueden encontrarse en la obra de Anne Sexton. El mismo Lowell se encargó de advertir, en 1962, tres años después de publicarse Life Studies: «Creo haber escrito ya bastante* poesía confesional. No quiero decir que no vaya a escribir más, pero no por ahora. Sé que no he utilizado toda mi experiencia o, quizás, lo que había en ella de más importante; he dicho, o casi, todo aquello que me inspiraba. Hablar más habría sido diluir. Por eso se impone algo más impersonal».

Aunque la poesía posterior de Lowell es distinta, no creo que la palabra impersonal sea la adecuada para caracterizar la obra que Lowell escribe desde For the Union Dead hasta Day by Day. Ni Lowell mismo podía barruntar en 1962 lo que sus libros For Lizie and Harriet y, sobre todo, The Dolphin, publicados en 1973, once años después de esas palabras, iban a suponer en el tratamiento de la materia confesional. Lowell poseía la rara capacidad de sorprender siempre. Un lector atento, como Derek Walcott (véase bibliografía), que ha estudiado la obra de R. Lowell con todo detalle, está en condiciones de afirmar: «Cada nuevo libro de Lowell producía tal impacto que desarmaba a sus detractores. Éstos se limitaban a observarlo desde lejos y Lowell hacía un nuevo esfuerzo mental con deliberadas y amplias fisuras en su técnica».

Al estar tan cerca el Lowell literario del Lowell individuo, en pocos casos como en éste se hace necesario una somera referencia a sus más imprescindibles datos biográficos, que nos permita contextualizar los poemas que configuran Día a día, libro que nos ocupa, el último y mejor, según la crítica más rigurosa (opinión que comparto).

Nadie debe engañarse: el hecho de que la poesía de Lowell requiera, de cara a una mejor comprensión, un conocimiento adecuado de su biografía y del medio histórico y cultural en el que surge y del que trata, no supone que sea una poesía vicaria, dependiente de asuntos contingentes, particulares e inmediatos. No. La obra de Lowell es de las menos previsibles de la poesía contemporánea y su complejidad estilística, así como la variedad de sus registros lingüísticos, se cuentan entre los rasgos más característicos (Véase al respecto el poema «San Marcos, 1933», incluido en este libro). A nadie debe confundir el hecho de que la vida de Lowell sea, en muchas ocasiones, el argumento de su obra.

Robert Traill Lowell IV nació en Boston el 1 de marzo de 1917, perteneciente a una antigua familia de Nueva Inglaterra (bien se ve por los ordinales: el IV). Entre sus antepasados se contaban ilustres personajes como el escritor James Russell Lowell, famoso por sus sátiras políticas The Biglow Papers, la poeta Amy Lowell, y otros. Se educó en la prestigiosa St. Mark’s School, una selecta escuela episcopaliana para hijos de familias acomodadas, donde pergeñó sus primeros borradores poéticos, animado por uno de sus profesores, el poeta Richard Eberhart. En Harvard comenzó sus estudios universitarios, aunque a través de su amistad con Alien Tate, conoció a John Crowe Ransom (una celebridad en la crítica literaria, gran escritor, profesor en Kenyon College, Gambier, Ohio), quien animó a Lowell para que se matriculara en Kenyon, y así lo hizo. Allí conoció a poetas como Randall Jarrell que se contarían, para siempre, entre sus mejores amigos. En Kenyon College, concluyó el primer ciclo de sus estudios superiores, entre 1937 y 1940, hecho del que, con manifiesto orgullo, da cuenta a su madre en carta del 22 de abril de 1940: «Summa cum laude, phi, beta, kappa highest honors in classics, first man in my class».

En 1940 se trasladó a Luisiana, donde inició el siguiente y último ciclo de sus estudios bajo la tutela de R. Penn Warren, uno de los poetas (junto con William Carlos Williams) que más huella dejaron en ciertas etapas de su obra. En el mismo año, 1940, se casó con Jean Stafford, su primer matrimonio, que coincidió con su conversión al catolicismo; ambos hechos comenzarían a ser materia de su poesía y siguieron siéndolo hasta Day by Day, su último libro, del que no están ausentes las alusiones religiosas.

Las citas bíblicas, los asuntos teológicos, las fórmulas de la liturgia cristiana, junto a las citas clásicas (latinas mayormente) de Tucídides, Cicerón o Tácito, alternan en sus poemas con otras de sus mismos contemporáneos, R. Penn Warren incluido. Su fantasía y su discurso rebosan de su particular religiosidad que, más que con la fe, tienen que ver con la necesidad de creer, y manifiestan la intención de plantar cara al mal, encarnado en el mundo y el hombre, enarbolando las armas fanatizadas de los neoconversos.

Tras finalizar sus estudios, Lowell trabajó como editor y, sobre todo, como profesor en diferentes universidades de América e Inglaterra, donde tuvo como alumnos (como discípulos más tarde) a poetas tan importantes como W. D. Snodgrass, Anne Sexton y Sylvia Plath.

Mientras tanto, su matrimonio se iba deteriorando poco a poco. En 1943, se declara objetor al ser llamado a filas, lo que le costó un año de cárcel.

En 1946, se le concedió su primer premio Pulitzer por su libro Lord Weary’s Castle. En 1959, obtuvo el National Book Award por Life Studies, la obra con la que inicia los rasgos más peculiares de su estilo poético que culminarán en su último libro Day by Day (1977). En 1973, se le concedió un segundo Pulitzer a su obra The Dolphin, pero para entonces ya se había divorciado, en 1948, de Jean Stafford, al tiempo que abandona el catolicismo y es ingresado por primera vez en una clínica de salud mental.

En julio de 1949 se casa (el segundo y más largo de sus matrimonios) con Elizabeth Elardwick (también escritora como J. Stafford) con quien tuvo a su primera hija Harriet Winslow Lowell, nacida en 1957. En 1955, poco después de la muerte de su madre (febrero de 1954), ingresa por segunda vez (debido, según él, a la tensión de los últimos acontecimientos) en un sanatorio para enfermos mentales. Restablecido de esta nueva crisis y tras una breve estancia en Nueva York, el matrimonio se instala en Boston y allí concluye Life Studies, publicado en 1959 y considerado, casi con unanimidad, por críticos y poetas como uno de los mayores acontecimientos de la poesía norteamericana. Su tiempo y su espacio, encarnados en los más mínimos acontecimientos, llamados por sus nombres, aludidos en la precisión de sus fechas, articulan una de las obras mayores aparecidas en la poesía del siglo XX.

En 1972 nuevo divorcio y nueva boda. En Nueva York, hacia los sesenta, había conocido Lowell a Lady Caroline Blackwood y en Londres, durante una fiesta, la reencuentra. Pese al recelo que producen en Milady las crisis del poeta y las visitas, más frecuentes cada vez, a frenopáticos varios, la relación acabó en boda. El matrimonio está relacionado con el nacimiento de su nuevo hijo Robert Sheridan Lowell y se celebró en Santo Domingo; Lady Caroline Blackwood nos indica los motivos del porqué del lugar: «We got married there for technical reasons. It can be done very quickly. You get divorced the same day and they hurry you to the wedding». Divorcio y matrimonio por el mismo precio y en el mismo lote.

Para entonces la publicación de For Lizzie and Harriet y The Dolphin estaban en marcha, aparecieron en 1973. Tanto la naturaleza de las obras como los materiales empleados (cartas, conversaciones, incluso conjeturas), no dejaron indiferente a las protagonistas ni tampoco a los integrantes de la comunidad literaria americana. El asunto trascendió del ámbito privado en que habían mantenido su disgusto poetas tan distinguidos como T. S. Eliot, Auden (quien, sin leer los libros, manifestó que no volvería a dirigir a Lowell la palabra) o Elizabeth Bishop, una de las mejores amigas de Lowell, para trascender a periódicos, revistas… Lowell no salió bien parado. Marjory Perloff, en la prestigiosa New Republic, lamenta el papel que Lowell hace jugar a su hija adolescente: «Poor Harriet emerges from this pasagges as one of the most unplesant child figures in history». La poeta Adrienne Rich fue quien, en público y con más vehemencia, arremetió contra la rastrera actitud de Lowell contra su segunda esposa y su hija. Lowell atribuyó la postura de Rich como «a symptom of Rich’s dogmatic feminism». También el crítico Geoffrey Grigson arremetió, con dureza y en público, contra Lowell por idénticas razones.

Fuesen por estos u otros motivos, las recaídas de Lowell terminaron en nuevos internamientos clínicos, en más temores y recelos por parte de Lady Caroline, su tercera mujer, y cierto distanciamiento de Lowell del entorno de Milady. El poeta hace más frecuentes sus viajes a USA. Desde 1976 las relaciones con Elizabeth, su anterior esposa, tan maltratada y compadecida en For Lizzie and Harriet y en The Dolphin, se tornan cada vez más afectuosas… De hecho, el 12 de septiembre de 1977, cuando llegó a Nueva York procedente de Londres, la dirección que da al taxista que le trasladaba desde el Kennedy Airport es West 67th Street, la casa de Elizabeth Hardwick. Al no recibir respuesta a su interpelación, el conductor creyó que se había dormido… Estaba muerto. Lizzie bajó enseguida y en el mismo taxi le trasladó al Roosevelt Hospital, aunque ella misma reconoce: «I knew that he was dead». Nada se podía hacer por él. Hacía unos meses que había cumplido 60 años y, unos cuantos días antes (pocos), había salido de la imprenta su último libro Day by Day, Día a día.

 
2. Sobre Day by Day de Robert Lowell

 

En el precedente recorrido por la vida y obra de Lowell, necesariamente breve (remito a quien desee, en español, más amplia información a la edición [Véase bibliografía] de Por los muertos de la Unión y otros poemas, de Amalia R. Monroy, cuya «Introducción» ofrece gran cantidad de datos y un buen resumen de la biografía que de Lowell escribió I. Hamilton, Random Hause, New York 1982), en mi breve excursus, decía, he aludido varias veces a Day by Day, según acreditados estudiosos, la más representativa y más completa de las obras de Lowell. Como la calidad de las obras de arte no es mensurable por mecanismo alguno que la demuestre o la niegue, no seré yo quien discuta tal preeminencia con la que, por otra parte, estoy de acuerdo: la mejor poesía escrita por Lowell se encuentra en Día a día… Una opinión. Mas ya dice el maestro Descartes que una opinión vale exactamente lo mismo que otra, con tal de que sea mínimamente razonable.

Cuando académicos de prestigio (Rexroth, Getz Huxley o Moore, por ejemplo,) mantienen que, desde Whitman, la poesía americana no había registrado una transformación tan profunda como la que supuso la aparición de la obra de Lowell, esta apreciación puede ser hiperbólica… Una opinión (y recuérdese lo que Descartes, citado hace unas líneas, pensaba al respecto), pero no necesariamente una falsedad, aunque Lowell (¡y quién no!) tenga su correspondiente cupo de detractores… Da igual; las obras de arte, como la langosta, se defienden solas, sin aditamentos aderezantes que camuflen su sabrosa naturaleza, en el caso, claro, de que se llegue a ellas (cosa también difícil e infrecuente) libre de prejuicios interesados y deformantes, cuando no manifiestamente torticeros.

La obra entera de Lowell, y Día a día en particular, es una poesía donde la pasión de la inteligencia brilla de modo tan intenso como original. El orden, la elegancia, la sorpresa de las asociaciones conceptuales, la habilidad estructural, el humor, la tensión, la ironía y otras muchas cualidades de las que caracterizan un estilo literariamente personal, reemplazan con ventaja cualquier atisbo de cháchara inconsistente. Puede asegurarse, como el gran poeta y crítico Randall Jarrell lo hizo en el New York Times (citado por Hamilton), que «Lowell es el mejor poeta vivo (era) en lengua inglesa; transcurridos cientos de años, añade, su obra se seguirá leyendo y tenida por modelo, como ya lo es, por futuras generaciones».

La semejanza temática respecto a Life Studies (pese a ser tan distinto en esos libros el tratamiento de los temas) hizo pensar a ciertos apresurados que la última obra de Lowell (balance y testamento de su vida) era una continuación del libro de 1959. No es así. Aparecen acontecimientos análogos, situaciones y personas que ya nos eran conocidas por Life Studies y otros libros, pero el espectro de Day by Day es mucho más amplio y más maduro… Más piadoso también, pues, si en muchos poemas de Life Stories (y en los tres libros publicados en 1973) Lowell daba la impresión de complacerse hasta el regodeo con la destrucción de cuanto le fue querido, en Day by Day hay más benevolencia, menos acritud. La amargura que impregna experiencias, personas, recuerdos y lugares, sin desaparecer, ha sido sustituida por el humor, la ironía, el distanciamiento de la memoria, que lima las aristas más cortantes. Su obsesiva subjetividad no implica, nunca lo hizo, que sustituya los códigos morales y las obligaciones que comporta por su biografía, pese a que (según opina Seamus Heaney) «exista cierta soberbia en el tono moral de su retórica».

Día a día expresa con profundidad el mundo de Lowell, su bagaje intelectual; las ideas aparecen de manera más nítida y evocadora y la visión que del mundo tiene Lowell no se reduce al inventario descarnado de ciertas anécdotas propias, sino que se convierte en el eje mismo de la obra… Nunca hasta ahora como en Día a día la Weltanschauung de Lowell había aparecido en su poesía con tan armónica profundidad. «Las palabras de Lowell, en opinión de Seamus Heaney, están a la altura de su contenido. El punto principal sobre el que insistir reside en el modo en que fue capaz de descubrir un espacio adecuado para su autoridad, independiente de la tradición literaria y sólo basado en su maravillosa voz poética».

Por estas razones Day by Day, Día a día, se ha convertido en el más completo de los libros de Lowell, el más maduro. En estricto sentido hegeliano, Día a día es la síntesis final de su obra, ese último peldaño que, según el sistema dialéctico del filósofo, supone la armónica reconciliación de sus opuestos precedentes para constituirse en un nuevo punto de partida, en este caso sin posible continuidad, pues Día a día es su última obra. Lowell, como se ha dicho, muere recién publicado el libro.

Lo que en Life Studies se apuntaba como línea a seguir, aquí son realizaciones, definitivamente clausuradas, que el tiempo inexorable ha traído a su óptimo punto de sazón: culminación de obra, de temas y de estilo. «En Day by Day, según Derek Walcott, Lowell logra transformar su propio agotamiento en inspiración», y logra también, de un modo indiscutible, una dramatizada coherencia entre su vida y su obra en grado tan intenso que los intentos parecidos de sus contemporáneos no dejan de ser un ensayo inconsistente.

Piel a lo que Lowell enseñaba en sus Workshop Writing (talleres literarios): «un poema es un acontecimiento, no la descripción de un acontecimiento» (citado por Seamus Heaney). Piel a este principio articulador de su poética, Lowell hace de sus poemas verdaderos acontecimientos poéticos, cuyo asunto es su propia vida. Incluso aquellos textos en los que la historia (Hitler, guerra mundial, guerra de Vietnam, etc.) es el arranque argumental del texto, Lowell los convierte en el exponente de su propia realidad; el tiempo de su vida que es experimentado día a día, Day by Day, por el poeta. Sucesos, viajes, experiencias, el pasado general, el personal, su modo de espacializar sus vivencias en ámbitos familiares…, son para Lowell los acontecimientos del poema.

Hamilton, en su mencionada biografía, cita un trabajo de Helen Vendler donde ésta declara que los poemas de Day by Day «has to know (from previous work) his reading, his past and his present and the scenario behind his book… The Lowell’s life in Kent, his hospitalization in England, his wife’s sickness, their temporary stay in Boston, their separation, a reconciliation, a further rupture, a parting in Ireland, Lowell’s return to America». Efectivamente en Día a día están presentes (traduzco el texto precedente) «su pasado, su presente, los escenarios de su libro, su vida en Kent, sus hospitalizaciones en Inglaterra, la enfermedad de su mujer, sus estancias en Boston, su separación, su reconciliación, su divorcio, su marcha a Irlanda, el regreso de Lowell a Estados Unidos».

En sus temas, Lowell no ha querido dejar fuera del libro nada de lo haya tenido que ver con su vida: su abuelo, sus padres, parientes, su infancia, sus estudios, sus esposas, sus hijos, sus amigos, sus colegas, los lugares de su vida, sus crisis maniaco-depresivas, los médicos, las enfermeras y los celadores de las clínicas frenopáticas, las surtidas medicinas específicas y el efecto que todo ello (por separado y junto) producía, modificándola, en su conciencia… Todo. Los poemas referentes a crisis y hospitales son de los más emocionantes y conmovedores de esta obra de Lowell. Los estupefacientes y sedantes específicos son aludidos con sus propios nombres: toracina, fenotiacidina, bromuro, antabuse, cloropromacina… Todos ellos relativos al tratamiento de su enfermedad mental. Sus alucinaciones, indica Walcott, eran a un tiempo demoníacas y angelicales. Como Fausto, Lowell podía asegurar: «Yo soy el infierno», mas no obstante logró transformar su paranoia en serenidad, fabricar miel con la bilis de su enfermedad.

Este inventario de sucesos, lugares y personas no aparece en la obra de manera azarosa, su lugar ha sido cuidadosamente elegido por el poeta eliminando la casualidad. La estructura, las correspondencias, la simetría incluso, son uno de los más destacados méritos del libro, un orden minucioso que el lector no necesita hacer demasiado esfuerzo para descubrir; el lugar de cada poema está en función del argumento general del libro y de la relación que guarda con el texto anterior y con el que le sigue. El primer poema de Día a día, «Circe y Ulises» (el preferido de Seamus Heany), un extenso poema en el que Lowell aprovecha el argumento homérico como cañamazo de su biografía propia: Él se ve como Ulises atrapado por Circe. ¿Quién es Circe? Su mujer, cada una de las esposas que tuvo, según el momento de su matrimonio, es Circe respecto a las demás y es Penélope, en cuanto esposa abandonada que le pide cuentas. No hay duda respecto a quién es Ulises: Ulises es Lowell y su hijo Sheridan, Telémaco. El lenguaje coloquial, reflejado en citas reales o en simulacros de citas que se incluyen en el poema como fragmentos de conversación, es otro mérito de la variedad de registros que puede Lowell alcanzar en su lenguaje poético.

En este poema (el más importante del libro, el más largo y el mejor, para muchos de sus lectores, que haya escrito Lowell), se nos da la clave (el mismo poema se convierte en la clave, a la manera de las partituras musicales), de acuerdo con la cual toda la obra debe ser leída. Su correspondiente es, en perfecta simetría, «Epílogo», último poema de Día a día, donde Lowell, con el pretexto de un cuadro de Vermeer, se muestra como el cronista minucioso, fotográfico, que se esfuerza en que cada figura de la obra sea reconocible por su propio nombre.

El segundo poema del libro lleva por título «Vuelta a casa», donde el autor rememora un pasado de excesos, mujeres, sus amigos… Incluso, como en el caso de Ulises regresado a Ítaca, el último verso dice: «Los perros desconocen el olor de mi cuerpo». Vale, creo, este ejemplo para comprobar el modo en que Lowell articula los poemas de su libro. No deseo insistir más en los aspectos estructurales de la obra, el asunto podría ocupar demasiadas páginas, pero invito al lector a que lo haga por su cuenta, quedará muy satisfecho de un esfuerzo, nunca excesivo y siempre gratificante.

Respecto a la galería de personajes que aparecen en Día a día, no todos salen bien parados en su aparición por la escena de Lowell. La madre del poeta, por ejemplo, aparece en varias evocaciones y retratos… Ninguno bueno, y hasta en más de una ocasión no es favorecida, precisamente, como sale: «Mi madre era bastante más idiota / de lo que fueron todas mis mujeres». Lo mismo cabría decir de Robert Penn Warren, su tutor en la Universidad de Luisiana. Con Warren debía tener Lowell alguna cuenta que ajustar. El personaje del poema «Universidad de Luisiana en 1940» es un profesor pedante que, con sus prolijas erudiciones, aburre a sus alumnos hasta hacer que se duerman. Dice Lowell en ese poema de su profesor y maestro: «Warren / puedes hacerte amigo de cualquiera / de criminales, de escritores fatuos / de todos esos grandes escritores / a los que despellejabas cruelmente / en alguna reseña de revista. / […] / Tus reminiscencias para mí / tienen más apariencia que sustancia […]». Sin embargo, por encima de la crudeza de estas palabras Lowell, de toda la amplia obra de Warren, salva su poesía, la admira… Una poesía, en opinión de Harold Bloom, que cuenta entre las más destacadas de su tiempo y a la que Lowell manifiesta su respeto en el final del poema donde dice: «Todavía tú eres el antiguo maestro / que atrae al deslumbrado / discípulo que yo soy todavía».

Con W. H. Auden ocurre algo parecido al caso Warren en lo tocante a cuentas pendientes, aunque nunca Lowell hizo pública una manifestación de admiración análoga a la hecha hacia Warren. Auden coprotagoniza el poema «Desde 1939» (Día a día) en él, con sutil ironía desmonta Lowell lo que el propio Auden consideraba su autoridad poética, un prestigio, según Lowell, autoatribuido por el poeta inglés, reconvertido en americano, con escaso fundamento: el propio autobombo que Auden solía concederse a sí mismo.

Las desavenencias entre Auden y Lowell, cuyos orígenes no trascienden el terreno de las conjeturas, son, sin embargo, un hecho; un hecho claro por ser público. Quienes indagan en el asunto aportan un surtido abanico de motivos: celos (a Auden le contrariaba el que Lowell hubiera escrito los poemas que él hubiese querido escribir). Ciertas actitudes de Auden: tras el suicidio de Berryman (gran amigo de Lowell, que se arrojó desde un puente al río Mississippi) Auden se permitió algunos chistes de dudoso gusto que molestaron a Lowell; también unas cuantas manifestaciones de Auden que tenían a Lowell por destinatario: «He conocido a tres grandes poetas (uno Lowell), y los tres eran unos perfectos hijos de puta»; y las descalificaciones que (sin leer los libros, según Auden, manifestó) hizo publicas a raíz de publicarse los tres polémicos penúltimos libros de Lowell, previos a Day by Day.

La opinión de que Auden se sintió desplazado (y celoso) por la fama de Lowell cuenta con bastantes adeptos. La mengua de la fama e influencia de Auden coincide con el creciente éxito de Lowell y (al parecer) la novedad no fue bien digerida por Auden. Quizá… El caso es que el poeta neoamericano, en cuanto se presentaba la ocasión, arremetía contra Lowell sin que éste entendiera los motivos.

Sea como fuere, Lowell, aunque estuviera loco (loco en el registro amplio y popular del habla… Él mismo había dicho de sí: «No estoy en mis cabales»), pero aun loco, e incluso muy loco, no tenía un pelo de tonto. En su poema «Desde 1939» (Véase nota 5) está la respuesta. Lowell tenía ganas de ponerle los pavos a la sombra al hierático y orgulloso vate neoamericano, y con «Desde 1939» lo hace cumplidamente. El talante moral y el carácter civil de la poesía de Auden son puestos en solfa por Lowell con sutil ironía, concluyendo que los enfoques con que aborda Auden esos asuntos no dejaban de ser una antigualla que ni siquiera llegaba a venerable… Asuntos de poetas.

Lowell se ocupa en Día a día de otros escritores, unos más próximos y otros menos… En este sentido es emocionante la elegía dedicada a su amigo Berryman, uno de los más bellos poemas de la obra.

Respecto a métrica, unas cuantas, escasas, observaciones por no ser prolijo en asunto que podría aumentar estas páginas previas. Me limité, lo más concisamente posible, a decir que la métrica de Lowell oscila desde el rigor prosódico de sus primeras obras a un tipo de verso menos encorsetado en las últimas, incluso en la rígida forma del soneto que aborda de un modo bastante personal.

En métrica, Lowell tiene contraída una gran deuda con William Carlos Williams. La concepción métrica de Williams es muy simple, no se puede partir, según el poeta de Paterson, de una estructura métrica preconcebida, pues tal corsé métrico condicionaría la experiencia encarnada en el lenguaje. Lo que propugna Williams es que el ritmo interno del lenguaje hablado (el natural speech) determine la medida. La técnica métrica de Williams consiste en una sagaz disposición del lenguaje en un espacio limitado.

No debe verse en esta postura un alegato a favor del «verso libre»; por si alguien lo pensaba, Williams se adelanta y aclara: «El verso libre no existe. El verso siempre supone una medida, de la clase que sea». Lowell, en líneas generales, adoptó más o menos una postura parecida, aunque sin llegar a los extremos de intransigencia de Williams, radicalmente opuesto a toda forma que considerase la rima, o una estructura estrófica tan definida que resultase inflexible; tales estructuras, según Williams, «eran formas momificadas de la poesía inglesa»; en este sentido, su furibunda cruzada contra el soneto no deja de tener gracia por las surtidas maneras de insistir.

La métrica de Lowell, y más en concreto la métrica de Día a día, ronda (unas veces más próxima otras más alejada) las inmediaciones del pentámetro yámbico, siendo raro (excepto en el ya mencionado caso del soneto, un peculiar soneto al modo Lowell) el uso de estrofas canónicas. En lo que se refiere a la estilística en sí, Lowell es un maestro en las figuras de repetición, tanto fónicas como conceptuales, ese juego entre (y con) las palabras en el que se encarna el imperio de las ambigüedades más habilidosas; las aliteraciones de Lowell son bellas y sorprendentes; en la metonimia logra variantes atrevidas, síntesis de tropos que, en acumulada significación, presenta una renovada dimensión de la figura, de muy difícil traducción, aunque cuando me ha sido posible he tratado de poner en español lo que de ello he podido (en los textos originales encontrará el lector abundantes ejemplos de esta relación de recursos), sin olvidar el oxímoron, la silepsis, la elipsis, contraposiciones, sinestesias, desdoblamientos del habla, intertextualidades, autointertextualidades, pleonasmos, etc., de los que poeta obtiene resultados memorables.

No querría concluir esta apresurada referencia sin aludir a la maestría con la que Lowell utiliza los más variados registros léxicos y las diferentes jergas que configuran campos semánticos muy específicos. El poema «Circe y Ulises» supone una buena muestra: la jerga militar, los coloquialismos más variados, el tono aristocrático del idioma… También en «San Marcos, 1933» presenta el poeta un surtido inventario de la jerga escolar y juvenil… Y además, dialectalismos del inglés de comarcas diversas, el vocabulario de la psiquiatría y de los manicomios, de la cárcel; palabras en otros idiomas: latín clásico y latín religioso (fragmentos de la liturgia católica), francés, alemán… Las variedades léxicas que reflejan y resaltan ese particular asunto que es la vida, un asunto en marcha, en giro permanente sobre la rueda de las cosas.

 
3. Sobre esta traducción

 

En todas las ocasiones en que he abordado la tarea de traducir poesía, mi criterio ha sido siempre el mismo: procurar que el lector, enfrentado al texto traducido, percibiese con las mayores certeza y nitidez que aquellos poemas, escritos en una lengua distinta a la que él lee, son poesía; una poesía lo más parecida posible a la original. Soy consciente de que el empeño (en ningún caso y por muy variados motivos) es fácil. La métrica de las lenguas occidentales, aunque parecida, tiene sus diferencias, y el inglés (en este caso) muestra ciertos rasgos peculiares, distintos a los de las lenguas románicas.

No es momento éste para entretenerse (como ya señalé al mencionar el tipo de métrica de Lowell en general y el de Día a día en particular) en cuestiones de métrica inglesa; mas, aun con brevedad, conviene apuntar que el isosilabismo de las lenguas románicas no rige en el verso inglés, ni tampoco el verso inglés es todo lo griego que sus dómines quisieran, entre otras cosas porque la cantidad silábica no un es rasgo pertinente (ni siquiera tal cantidad existe en ese idioma) de la prosodia inglesa, cuyo ritmo lo establecen la distribución en determinado lugar de los acentos y la combinación alterna de sílabas tónicas y átonas, sin que los expertos, hasta ahora, hayan sido capaces de establecer si el espondeo (por ejemplo) es o no es un pie viable en la métrica inglesa.

Entre las muy variadas opiniones que circulan acerca de la traducción de poesía, predominan (institucionalizadas) las medias verdades, cuyo prestigio no estaría de más rebajar unos grados, tarea en la que tampoco voy a entretenerme demasiado por lo bizantino y prolijo del asunto.

Entre esos quasi dogmas de supuesto prestigio, disfruta de cierto crédito la creencia de que la poesía, por su propia naturaleza, es intraducible, ya que las pérdidas originadas en la operación de trasvase son irreparables. Estos sublimadores sublimistas parecen situar los géneros poéticos en el territorio del arcano, donde lo inteligible es el coto particular, vedado a muchos, donde los iniciados se solazan. No es para tanto, ni para tanto es la contundencia con que Robert Frost define a la poesía como aquello que desaparece al traducirla. Peregrina opinión que no me explico de dónde pudo sacar el vate Frost, pues, que se sepa, en su bibliografía no figura traducción alguna, como para hablar de la operación en tales términos y llegar a tales conclusiones, muy poco válidas para sus propios poemas, tan simplones y sentimentaloides que no perderían un ápice de su mérito al ser traducidos… Item, más: si, por casualidad, diésemos con la persona idónea, dispuesta a echar en la empresa el tiempo adecuado, quedarían bastante mejorados los versos de Frost, el Riguroso.

A semejante (sublimada) simpleza la rebaten los hechos: una experiencia de siglos de excelsas traducciones entre las que no es infrecuente encontrar poemas traducidos que superan a los originales. El terreno en cualquier caso es novedizo… Convendría, para evitar generalizaciones, tener en cuenta unos cuantos aspectos tan decisivos como elementales: primero, de qué lengua a qué lengua se traduce; quién es el poeta que se traduce y cuál la naturaleza de la obra traducible; no es lo mismo, evidentemente, traducir a Góngora que a Campoamor, o a Gerad M. Hopkins que a Larkin. Finalmente, el más importante de los factores: quién es el traductor, cuál su competencia lingüística y cuál su destreza con la materia poética, la materia prima del proceso… No basta en este asunto con el conocimiento, perfecto si se quiere, de la lengua… No sin motivo se dice que (lamento no conocer la autoría para hacerla constar, pues el acertado apotegma lo he encontrado atribuido a distintos y distinguidos autores de excelente poesía) los mejores poemas de algunos poetas son las traducciones que, con la debida competencia, han efectuado de los poemas de otros poetas.

Las cosas no son lo fáciles ni simples que, desde una u otra postura, se pretende. Para no salir del caso Lowell, son muy distintas las traducciones realizadas por Alberto Girri, por Amalia Rodríguez Monroy (con la ayuda no bien especificada [¿o sí?] de José Agustín Goytisolo) o por Antonio Resines (Robert Lowell, Antología, Visor, Madrid, 1982), de cuyas traducciones la mencionada Sra. Monroy, en la ya citada obra, dice (no sin razón, mas con cierta arrogancia) que se trata (la de Resines) de «una selección de carácter limitado y falta de criterio, en versiones bastante rudimentarias». La Sra. Monroy no exagera, aunque sus maneras no dejen de ser (por emplear su término) rudimentarias, más rudimentarias que sus traducciones que, en general, se cuentan entre las más presentables que de Lowell se han hecho. Sus aciertos (¡y sus errores, que también los tiene!) no debieran permitirle mirar al prójimo tan por encima del hombro, pues, con no ser malas, sus traducciones no dejan de mostrar (como supongo que las mías, nobody is perfect, y las de cualquiera) deficiencias y hasta crasos errores de los que, como muestra, señalo unos cuantos (para que no se piense que hablo a humo de pajas), consciente de que no es este lugar para minucias tales. Nuestra rigurosa colega traduce «towering over the house» como «torre sobre la casa» (pag. 296-297 de Cátedra), que, en este caso, no alude a ninguna tower de los órdenes arquitectónicos, sino a la considerable altura del fuego. En el poema «Suburban surf» (Cátedra, 300-301), no hay modo de entender la traducción de Doña Amalia; dice ella: «diamantinos como tus ojos, / luces vidriosas que se clavan / al iluminar el camino que no ven» (sic); y cuatro versos después: «Olas alargadas de desigual rugido / disipan su volumen, / siempre muy alto lo suficiente para oír» (sic). Si la traductora, en el primer caso, hubiera tenido en cuenta que los faros de los coches, de los que se acaba de hablar, son uno de los términos de la comparación, la estrofa podría comenzar a entenderse. Respecto a los siguiente cuatro versos la ininteligibilidad la aporta su traducción de breik: nada se disipa, el ruido infernal del tráfico rompe, briik, en olas de tal alto volumen, que en ese fragor, el entendimiento se hace imposible. El mejor escribano echa un borrón… Pese a éstos, no vamos a enfatizar sobre lo «bastante rudimentario» de las traducciones de Monroy, que ya lo he dicho, son en general meritorias. Más grave me resulta: «I am a thorazined fixture», «Soy un mueble torianizado» (pag. 312-313, Cátedra). ¿Dónde, qué es un mueble torianizado? Que nadie se preocupe por no contestar/no saber. No existen esos muebles. La toracina es un estupefaciente, uno de los varios que tomaba Lowell, y lo que el poeta quiere decir (permítaseme explicar la metonimia) es que tiene un botiquín repleto de tal droga y que él mismo es un armarito (un armarito de botiquín) lleno de ella. Estos dislates no están lejos de los de Resines (traductor de la Antología de Visor), cuya chapucera faena tan contundente opinión merece de la Sra. Monroy.

Las traducciones de los poetas (Lowell en sus Imitations es un buen ejemplo) son traducciones por afinidad. Su tarea traductora carece del móvil profesional de quien traduce como medio de vida (entre otras cosas porque con la poesía nadie se gana la vida, ni escribiéndola ni traduciéndola); esa elección, origen del empeño (nunca fácil), y esa afinidad son el vínculo entre autor y traductor. Éste es mi caso con R. Lowell y el de Fray Luis, por citar un ejemplo notable, con Horacio.

El trato prolongado con la obra de Lowell me llevó a dar el paso de traducirlo; pude entonces comprobar la diferencia abismal que media entre leer a un poeta para uno mismo (en la lengua que sea) y dar cuenta por escrito de esa lectura. Por suerte para mí pude acudir a personas competentes que con su ayuda facilitaron mi tarea. Éste es el momento para agradecer la ayuda, impagable, que mis amigos los profesores Joseph Schreibman y Michael W. Mudrovic de la Washington University of St. Louis, donde yo residía por entonces (años 1989 y 1990), me prestaron. Sin su contribución para desentrañar los embrollos semánticos con los que tanto disfrutaba Lowell, mis versiones no tendrían la cara bonita que puedan ofrecer (si es que la tienen y así se aprecia).

En el impulso de traducir a Lowell subyace mi admiración por su obra. Al hacer hablar a Lowell con mis palabras le devolvía cuanto él me había dado, reconocía su inmensa talla poética y trataba (eso intenté, al menos, sin que deba ser yo quien opine acerca del éxito del intento) de que sus poemas pudieran ser leídos en español del modo más decoroso posible, pues las traducciones existentes (aun siendo abundantes y editadas en publicaciones de prestigio) siempre me parecieron insuficientes, bien por la elección de los textos o por su realización misma. En el caso de Day by Day el asunto se agravaba por la escasez de traducciones; las únicas (que yo sepa) son las incluidas en la ya mencionada antología de Cátedra. La autora de la traducción selecciona 12 de los 66 poemas de que consta el libro… No está mal, pero para la transcendencia de la obra (ya he aportado testimonios de autoridad, además de mi particular preferencia) no me parecía mucho.

En mi traducción me he preocupado (como ya he repetido) de que los poemas de Lowell en versión española transmitan al lector la impresión, el convencimiento, de que está leyendo poesía, no prosa arbitrariamente cortada en líneas irregulares de discurso escrito, que es lo que algunos entienden por verso. La métrica de Lowell en Día a día se atiene, en general (ya lo he indicado), al pentámetro yámbico inglés que yo he tratado de acomodar, en aproximada equivalencia, al ritmo imparisílabo castellano, esa música que el gran Garcilaso adaptó a nuestra lengua con tal maestría que no se ha vuelto a producir en ella un hecho de tanta trascendencia para la poesía.

Respecto a los recursos estilísticos he hecho lo que he podido, pues la correspondencia entre las lenguas no permite (en los de naturaleza fónica) la reproducción mecánica de los mismos; sí existen más posibilidades de reflejar los de índole conceptual: oxímoron, silepsis, polisemias, etc., están, en los casos en que me ha sido posible, donde les corresponde.

Finalmente quiero agradecer al propio Robert Lowell la posibilidad que me ha dado de escribir, al traducir su libro, algunos de mis mejores poemas. Gracias. Como reconocimiento y homenaje final al poeta norteamericano incluyo (a modo de conclusión) el poema que escribí sobre él, incluido en mi libro Cuaderno de campo (Editorial Hiperión, Madrid, 1996):

Recuerdo para Robert Lowell

 

Su muerte la lamenta el oro y todos

 

los matices dorados del otoño

 

sobre el duro pasado de las ramas,

 

en los bosques de Maine,

 

la nieve extensa del invierno, intacta,

 

su Ford Tudor, su mesa, sus pastillas…

 

Por él fue un año enfermo el del setenta y siete

 

y ya ningún verano volvió a ser lo que fuera

 

ni el tren Roma-París ha vuelto nunca

 

a atravesar los firmes muslos rosa

 

de la aurora que él viera en aquel viaje

 

(de aquel año cincuenta) abandonando,

 

no se sabe muy bien por sus palabras

 

si el libro que leía: City of God,

 

o la ciudad de Roma simplemente.

 

En su último retrato parece muy cansado

 

de que su corazón (como él creía)

 

hubiera sostenido el peso muerto

 

tanto tiempo del mundo, muerto a plomo,

 

empapados su ropa y su cabello

 

del sudor frío y nocturno de la fiebre.

 

Casi es, en esa foto,

 

el abierto ataúd que deseaba

 

fuesen los más logrados de sus versos,

 

bajo un cielo de otoño claro y rosa.

 

Day by Day, Día a día,

 

le fue cogiendo miedo a su conciencia

 

por hacerle mentir (según confiesa)

 

al romper el Atlántico en sus sienes…

 

Pudría la distancia los colores del tiempo,

 

cuanto era violeta se tornó gris oscuro

 

en mí que he caminado sobre un tejado en llamas

 

y sentido las chispas que hacen cisco el cerebro.

 

Pretendió obsesionarse escribiendo y lo hizo.

 

Puso cerco a las flores y ya tiene

 

morada para siempre

 

en las cumbres mayores del Parnaso.

 

Sus intereses fueron reduciéndose

 

hasta el único ya de seguir vivo

 

a la agria sombra de los manicomios…

 

No consiguió del todo (y cómo lo ha intentado)

 

abrir su corazón al ritmo lento,

 

amarillo y azul, meciente de las olas

 

que, del Golfo de Génova hasta Boston,

 

acomodaron en el fondo blando

 

de un oscuro ataúd los restos de su madre:

 

Mamá viajó en bodega de primera

 

y yo, como en un sueño,

 

iba viendo pasar aquel derroche

 

que hicieron de sus bienes nuestros antepasados,

 

victorianos ilustres que compraban el mundo,

 

aireando su dinero en toda Europa.

 

            LUIS JAVIER MORENO

lunes, 3 de julio de 2023

A N T O L O G I A H E N R Y W . L O N G F E L L O W FRAGMENTO




 A N T O L O G I A

H E N R Y W .

L O N G F E L L O W

Ediciones elaleph.com

Editado por

elaleph.com

ã 2000 – Copyright www.elaleph.com

Todos los Derechos Reservados

A N T O L O G I A

3

PASOS DE ÁNGELES

Cuando las horas diurnas agonizan

y las voces solemnes de la noche

van despertando lo mejor del alma

adormecida, en un sagrado júbilo.

Antes que enciendan lámparas nocturnas

y como altos y lúgubres fantasmas,

en la luz insegura y temblorosa

se ven danzar las sombras de los muros.

Es cuando, por la puerta mal cerrada,

entran las formas de los que se fueron:

los buenos, los de ayer, los bienamados

vienen una vez más a visitarme.

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

4

Él, el joven, el fuerte, el que soñaba

con los nobles ideales de la lucha,

pero cayó a la vera del camino

cansado de la marcha de la vida.

Ellos, los que eran santos y eran débiles

y arrastraban la cruz de sufrimiento,

y cruzando sus manos mansamente

se alejaban por siempre de los vivos.

Y con ellos el Ser todo belleza

y todo amor, que en juveniles días

me dieran para que siempre me amara

y ahora está con los santos en el cielo.

Es ella, y el divino mensajero

se aproxima con paso silencioso,

ocupa junto a mí el sillón vacío,

pone en la mía su invisible mano.

Sentada allí sus ojos me contemplan

con ternura profunda y luminosa,

igual que las estrellas, quietas, santas,

que miran hacia abajo desde el cielo.

A N T O L O G I A

5

Oración sin decir, mas comprendida,

la del sereno y silencioso espíritu;

dulce reconvención, bendición dulce,

surgiendo de los labios invisibles.

Y todo mi pesar y abatimiento,

y todo mi temor se desvanece,

y sólo pienso en el recuerdo santo,

en los que así vivieron y murieron.

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

6

MILTON

Desde la playa rumorosa miro

ir y venir las gigantescas olas,

mientras el sol, en el vaivén del agua,

brilla a través de su esmeralda viva,

y la novena ola despojándose

lentamente del frágil atavío

de sus espumas, en la arena pálida

se arroja, convirtiéndolas en oro.

Así, en esa cadencia majestuosa,

en la potente ondulación del canto,

oh bardo ciego de Inglaterra, Maónides,

se alzará sobre todas esa ola,

A N T O L O G I A

7

y al alma, en la soberbia de su fuerza,

la llenará de melodiosos mares.

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

8

A UN VIEJO LIBRO DE

CANCIONES DANESAS

Bienvenido, viejo amigo,

a este hogar en tierra extraña

donde azotan rudos vientos

del otoño las ventanas.

Parece que un mundo ingrato

con dureza te tratara

desde que nos conocimos

aquel día en Dinamarca.

De vejez veo señales

en el margen de tus páginas,

huellas de las toscas manos

que en el mesón te marcaran.

A N T O L O G I A

9

Amarillas son tus hojas

y estás cubierto de manchas,

cual las que pasan al soplo

de las otoñales ráfagas.

Y también te humedecieron

con el vino de las jarras

de olímpicas libaciones

en jubilosas veladas.

Pero siempre me recuerdas

las horas casi olvidadas,

cuando, joven soñador,

junto al Báltico vagaba.

Y parábame a escuchar

del Rey Cristián la balada

que al acercarse el ocaso

en las tabernas cantaban.

Tú que recuerdas los bardos

que en sus salas solitarias

con almas de pasión rotas

escribieran estas páginas.

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

10

Tú recuerdas los hogares

cuyas frías noches largas

con tus cantares de amor

y amistad iluminabas.

Y algún antiguo trovero

que en su gris y vieja Islandia

la leyenda de los Vikings

recibía en sus baladas.

Y allá, cuando en Elsinore,

Yorick y sus camaradas

en la corte del Rey Hamlet

estas coplas entonaban.

Cuando en húmedos cuarteles

de Federico la guardia

del inglés, en coro ronco,

oyó el cañón al cantarlas.

Los labriegos en los campos,

los marinos en las aguas,

mercaderes y estudiantes,

todos ellos las cantaban.

A N T O L O G I A

11

Tú que de ellos fuiste amigo,

te olvidaron... Esta casa

por lo menos ahora es tuya:

bienvenido en tierra extraña.

Y como las golondrinas

anidando en tejas rancias,

tus canciones jubilosas

en mi pecho su nido hagan.

Y aquí, tibias y tranquilas,

en mi corazón guardadas,

me recuerdan siempre viajes

y la juventud lejana.

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

12

HIMNO

(EN LA ORDENACIÓN DE MI

HERMANO)

Cristo le dijo al joven: "Aún hay algo,

hay algo más si quieres ser perfecto;

vende tus bienes, dale todo al pobre,

y después de dar todo, ven conmigo".

En este templo Cristo está de nuevo,

y al repetir idénticas palabras

en la cabeza de otro adolescente

vuelve a poner sus manos invisibles.

Y siempre cerca de él, en el camino,

irá El que nadie ve, para que un día

A N T O L O G I A

13

le pregunte, apoyándose en su brazo:

"¿Apruebas, oh Señor, lo que yo hice?”

En la fiesta nupcial, siempre a su lado,

para santificar con su presencia;

con él, en el Getsemaní sombrío,

en el dolor y en el nocturno rezo.

¡Sacro mandato, reposar sin término,

como el de Juan, de Juan el bien amado,

con la cabeza en el divino pecho

hasta llegar al fin de la jornada!

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

14

EL SEGADOR Y LAS FLORES

El Segador llamábase la Muerte

y en cada golpe de su hoz, cortaba

junto con las espigas virginales,

las flores que también allí crecían.

"¿Por qué no he de llevarme lo que es bello?"

preguntó el Segador, "no basta el grano,

me es muy grato el perfume de estas flores

más yo he de devolver a todas ellas".

Al contemplar, lloroso, sus corolas,

fue besando las hojas moribundas:

las envolvió en la piel de las espigas,

eran para el Señor del Paraíso.

A N T O L O G I A

15

"Mi Señor siempre amó estas florecillas",

se oyó decir al Segador, sonriente,

"son dulces prendas de la tierra donde

el Salvador anduvo cuando niño.

"Florecerán en luminosos campos

donde voy con amor a trasplantarlas;

los Santos, en sus túnicas blanquísimas,

han de llevar, sagrados, los pimpollos".

Y la madre dejó, triste y llorosa

que llevara las flores que ella amaba:

sabía que hallaríalas de nuevo

en los campos de luz que hay allá arriba.

Mas no fue con crueldad, no, ni con ira,

que llegó el Segador esa mariana:

ese día fue un ángel el que vino

y se llevó las flores de la madre.

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

16

HIMNO A LA NOCHE

Escuché el roce de sus atavíos

cuando pasó la Noche entre los mármoles

de sus salas, y vi en su obscura túnica

las luces de los muros celestiales.

Su presencia sentí, su encantamiento

poderoso, llegando de la altura,

su presencia serena y majestuosa

como de la persona que se ama.

Escuché voces de dolor y júbilo,

los sones lentos y multiplicados

que llenan los nocturnos aposentos

como las rimas de un poeta antiguo.

A N T O L O G I A

17

En las cisternas de la medianoche

mi alma bebía el agua del reposo:

la fuente pura de la paz perenne

de esas hondas cisternas siempre mana.

¡Oh Santa Noche, tú que me enseñaste

el largo sufrimiento de los hombres!

Tu dedo se posó sobre los labios

de la angustia, y cesaron sus lamentos.

¡Paz! Como Orestes rezo esta plegaria,

diciendo con tus grandes alas negras

lo bello, lo esperado y bienvenido,

¡la Noche bienamada!

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

18

VICTOR GALBRAITH

Víctor Galbraith era un soldado que fu¿ fusilado por

una grave falta de disciplina en la campaña de México.

Según una superstición militar, ninguna bala en la que se

halla escrito el nombre del condenado le dará muerte.

Bajo los Muros de Monterrey

al alba suenan ya los clarines:

Víctor Galbraith!

en las neblinas grises del alba

decir parecen: "¡Ven a tu muerte,

Víctor Galbraith!”

Llegó el soldado, marcial, gallardo,

con paso firme, la frente erguida,

Víctor Galbraith,

A N T O L O G I A

19

y él, hábil trompa, muy bien sabía

lo que en su toque decía el bronce:

"¡Ven a tu muerte, Víctor Galbraith!”

Miró la tierra, contempló el cielo

y los fusiles que le apuntaban

con voz serena y clara mirada

exclamó: "¡Apunten aquí, a mi pecho,

porque así muere Víctor Galbraith!"

Fueron seis balas, lenguas de fuego,

las que cumplieron su fin mortal:

Víctor Galbraith

cayó postrado, pero aún viviente,

porque su nombre no está en las balas,

sólo te hirieron, Víctor Galbraith.

Tres en la frente, tres en el pecho,

pero sangrando se levantó,

y exclamó en medio de su agonía:

"¡Denme la muerte, por Jesucristo!”

Víctor Galbraith.

Otras seis balas, lenguas de fuego,

cruzaron, rojas, el alba gris,

H E N R Y W . L O N G F E L L O W

20

y el joven trompa murió su muerte

ignominiosa. ¡Víctor Galbraith!

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