RETÓRICA.
La historia del concepto
de
retórica en Occidente comenzó
con
los sofistas (VÉASE). Según
Heinrich
Gomperz, había una
estrecha
relación entre retórica y sofística,
hasta
el punto de que, como
lo
manifiesta en su libro Sophistik
und
Rhetorik (1921, Cap. II), una
buena
parte de la llamada "producción
filosófica"
de los sofistas —por
ejemplo,
el escrito de Gorgias sobre
el
no ser, pero también las opiniones
de
Trasímaco de Calcedonia, Antífono
de
Atenas, Hipias de Elis, Pródico
de
Qucos, Protágoras de Abdera
y
otros— no tenían un "contenido
objetivo",
sino una mera "intención
declamatoria".
La tesis de Gomperz
no
ha pasado sin objeciones por parte
de
otros helenistas y filósofos, pero
todos
están de acuerdo por lo menos
en
que la línea de separación entre
filosofía
y retórica en los sofistas no
era
siempre clara, de modo que con
frecuencia
pasaban de la una a la
otra,
muchas veces sin darse cuenta
del
cambio. Según Gomperz, la inclinación
retórica
de los sofistas se manifestaba
sobre
todo en su constante
atención
por la formación oratoria
del
hombre con vistas a su intervención
en
los asuntos de la Ciudad
(op.
cit.. Cap. VIII), formación encaminada
al
ideal del "bien decir" (o
"buen
decir" ), ej λέγειν , y conseguida
por
medio de un intenso estudio
de
los "lugares comunes" o tópicos
en
el sentido antiguo de este vocablo.
Es
posible que una parte de e:ta
tendencia
pasara a Sócrates y a algunos
de
los llamados socráticos (v.).
No
puede, sin embargo, darse respuesta
definitiva
a esta cuestión en
vista
de la disparidad de opiniones
que
reina todavía en la interpretación
de
Sócrates y del socratismo. Quienes
acercan
hasta lo máximo Sócrates a
Platón
niegan que haya en el primero
elementos
sofísticos y, por lo
tanto,
sofístico-retóricos. Quienes, en
cambio,
presentan a Sócrates como
muy
cercano a los sofistas acentúan
570
RET
la
existencia en su pensamiento del
elemento
retórico. En todo caso, parece
plausible
afirmar que había en
Sócrates,
y luego en Platón, por lo
menos
un interés por la retórica y
sus
problemas. En efecto, la cuestión
del
papel desempeñado por el
hombre
libre en la Ciudad, la necesidad
de
que se preparara para desarrollar
argumentos
en defensa de
sus
propias tesis y motivos similares
abonan
la suposición de que la cuestión
del
"bien decir", en el sentido
antes
apuntado, no era ajena a las
preocupaciones
de los dos filósofos.
Ahora
bien, la diferencia principal
a
este respecto entre los sofistas, por
un
lado, y Sócrates y Platón, por el
otro,
consistió en que los dos filósofos
realizaron
considerables esfuerzos
por
subordinar la retórica a
la
filosofía. Esto es particularmente
cierto
en el autor de la República.
Pues
aunque la retórica tenía según
él
cierta función como una de las
técnicas
necesarias en el complejo
arte
de regir la Ciudad, la filosofía
constituía
algo más que una de las
técnicas:
era un saber riguroso, que
aspiraba
a la verdad absoluta, la cual
en
principio (como se desprende, entre
otros
escritos, de la Carta VII)
no
era susceptible de manipulación
retórica
y ni siquiera de comunicación
a
la mayoría. Por eso Platón criticó,
principalmente
en el Gorgias y
en
el Pedro, la retórica de los sofistas,
a
quienes acusó de convertir el bien
decir
en un mero arte, τέχνη, para
la
persuasión, con independencia del
contenido
de lo enunciado.
Las
opiniones de Platón al respecto
fueron
seguidas por Aristóteles
(véase
edición crítica de la 'Ρητορική
por
W. D. Ross, Aristotelis Ars Rhetoríca,
1959).
Pero sólo en parte. Por
un
lado, en efecto, el Estagirita combatió
la
concepción de la retórica
como
un arte meramente empírico y
rutinario.
El ejercicio retórico debe
apoyarse,
a su entender, en el conocimiento
de
la verdad, aunque no
puede
ser considerado como una
pura
transmisión de ella. Pues mientras
en
la transmisión pura y simple
de
la verdad no se presta atención
principal
a la persona a la cual se comunica,
en
la persuasión de lo verdadero
por
medio de la retórica, la personalidad
del
oyente es fundamental.
Por
otro lado, y sin por ello defender
la
sofística, Aristóteles acentuó el caRET
racler
"técnico" de la rotórica como
arte
de la refutación y de la confirmación.
La
consecuencia de las dos
concepciones
fue una teoría del justo
medio,
tan cara siempre al Estagirita.
Hay
que edificar, en efecto,
escribía,
un arte que pueda ser igualmente
útil
al moralista y al orador,
los
cuales tienen su función propia
dentro
de la Ciudad. La retórica
posee
por ello una clara dimensión
"política"
(es decir, social o ciudadana):
el
arte retórico debe ser
útil
para el ciudadano.
Por
haber intentado unir los diversos
aspectos
hasta entonces separados
de
la retórica, Aristóteles fue,
así,
el primero en dar una presentación
sistemática
de este arte y en
organizar
en un conjunto los detalles
ya
tratados por otros autores (por
ejemplo,
por Corax, el primero que
parece
haber escrito sobre la retórica).
La
retórica es definida por
el
Estagirita como la contraparte,
αντίστροφος,
de la dialéctica. Ni una
ni
otra son ciencias especiales, sino
que
se refieren a asuntos conocidos
de
todos los hombres. Todos usan,
pues,
naturalmente de la retórica,
aunque
pocos la utilicen como un
arte.
Retórica y dialéctica están, así,
estrechamente
relacionadas con el
saber;
ambas se fundan en verdades
—
aunque en verdades de opinión
comunes.
Pero mientras la segunda
expone,
la primera persuade o refuta.
Por
eso la retórica se basa en gran
parte
en el entimema, que es el
"cuerpo
de la persuasión" o "cuerpo
de
la creencia", σώμα της ττίστβως. La
retórica
puede ser, pues, definida
como
"la posibilidad de descubrir
teóricamente
lo que puede producir
en
cada caso la persuasión" (Rhct.,
1
2, 1355 b). Aristóteles dio otras
definiciones
del arte retórico. Pero
todas
se basaban en el mencionado
primado
de lo persuasivo. La misma
orientación
siguieron sus investigaciones
sobre
los temas tratados por la
retórica,
sobre la relación entre el
orador
y el público, sobre el tipo de
razonamientos
usados, sobre las premisas
(probables)
en los que se
basan
éstos y, finalmente, sobre las
divisiones
del arte retórico. Siguiendo
a
otros autores (especialmente al
mencionado
Corax), el Estagirita dividió
el
discurso retórico en exordio,
construcción,
refutación y epílogo
(con
la narración añadida a veces tras
RET
el
exordio). No estudiaremos aquí
con
detalle cada una de dichas partes,
porque
nuestro problema es sólo el
de
la relación de la retórica con
otras
partes de la filosofía.
Después
de Aristóteles hubo numerosas
elaboraciones
del arte retórico
en
la edad antigua. De ellas
mencionaremos
solamente las de los
estoicos,
las de los filósofos empíricos,
la
de Cicerón y la de Quintiliano.
Según
los estoicos, la retórica es
—junto
con la dialéctica— una de
las
dos partes en que se divide la
lógica
(Cfr. Diog. Laercio, VII, 73;
X,
13, 30). Mientras la retórica es,
en
efecto, la ciencia del bien hablar,
la
dialéctica es la ciencia del bien
razonar.
La dialéctica, en suma, se
ocupa
de lo verdadero y lo falso; la
retórica,
de la invención de argumentos,
su
expresión en palabras, la
ordenación
de éstas en el discurso
y
la comunicación del discurso al
oyente.
Según
los filósofos empíricos (de
varias
escuelas, entre ellas la epicúrea
de
Filodemo de Gadara), la retórica
se
basa en argumentos probables
entresacados
de los signos. La
retórica
emplea así el método de la
conjetura.
Más aun: la retórica es
considerada
por muchos empíricos
como
una de las ciencias conjeturales,
contrapuestas
a las ciencias exactas.
La
Retórica de Filodemo (Περί
Ρητορικής,
ed. Sudhaus, 2 vols.,
1892-1896)
es muy explícita en este
sentido.
La retórica se convierte así
para
dichos filósofos en un conjunto
de
reglas, sacadas de la experiencia,
encaminadas
a un decir afectado por
varios
grados de probabilidad. Ahora
bien,
mientras por un lado la retórica
es
admitida como una legítima ciencia
empírica,
por otro lado es rechazada
por
varios autores (por ejemplo,
el
citado Filodemo) como una actividad
impropia
del filósofo. Esto último
ocurre
especialmente cuando
se
acentúa demasiado el aspecto emotivo
del
decir, lo cual, al entender
de
estos últimos pensadores, oscurece
la
exactitud y la simplicidad de la
expresión.
En
cuanto a Cicerón, define la retórica
como
una ratio dicendi que
exige
amplios y sólidos conocimientos
de
todas las artes y ciencias, y especialmente
de
la filosofía. Por lo tanto,
la
retórica no es para Cicerón una
aplicación
mecánica de una serie de
571
RET
reglas
de elocuencia. La concepción
de
la retórica como virtuosismo verbal
es
combatida, en efecto, por Cicerón
en
todos sus escritos relativos
al
asunto: en el Orator, en el Brutus,
en
el De incentione, en las Partitiones
Oratoriae
y especialmente en el
De
Oratore. En esta última obra, por
ejemplo,
afirma Cicerón que, sin el
mucho
saber, la retórica se convierte
en
un vacuo y risible verbalismo:
uerborum
uolubilitas manís atque inrídenda
est
(De Oratore, I, 17). Por
lo
tanto, no se puede llegar a ser
un
buen orador a menos que se esté
al
corriente de todos los magnos
problemas
y de todas las ciencias y
artes
(ibid., I, 20). En suma, la
retórica
es para Cicerón no sólo el
arte
de hablar, sino también, y sobre
todo,
el arte de pensar (con juste-
7.a.};
no es una ciencia especial, una
técnica,
sino un arte general guiado
por
la sabiduría. Ahora bien, esta
concepción
de la retórica —llamada
la
concepción filosófica— ejerció escasa
influencia.
Los partidarios de la
retórica
como arte especial, como conjunto
de
reglas mecánicamente combinables
y
aplicables, ganaron mucho
mayor
ascendiente. Así, se elaboraron
cada
vez con mayor detalle los aspectos
especiales
de la retórica, tales
como
la mencionada división de la
oración
o discurso, que también habían
sido
tratados por Cicerón, pero
dentro
de un conjunto más amplio.
Cuestiones
técnicas como la diferencia
entre
narración y confirmación
(que
exponen los hechos), y exordio
y
peroración (que mueven los ánimos),
así
como la naturaleza de la
llamada
cuestión indeterminada o infinita
(que
es una consulta o caso
general)
y de la llamada cuestión
determinada
o finita (que es la causa
particular)
alcanzaron el primado sobre
los
problemas "generales" y "filosóficos".
Lo
muestra el caso de
Quintiliano
(v.) ( Marcus Fabius Quintilianus).
Aunque
en su ínstiíuí/o
Oratoria
este autor hizo grandes elogios
de
Cicerón y se adhirió, además,
a
la tesis ciceroniana (y catoniana)
según
la cual el orador es el hombre
bueno
que posee habilidad para hablar
bien,
influyó sobre todo durante
el
resto de la Edad Antigua y buena
parte
de la Edad Media por su elaboración
técnica
de las reglas retóricas,
y
fue considerado, por lo tanto, como
RET
el
representante de la concepción
"técnica".
Durante
la Edad Media la retórica
fue,
con la gramática y la dialéctica,
una
de las partes en las que se dividió
por
algún tiempo, a partir del
siglo
ix, el Trivium (v. ) de las artes
liberales.
Era, pues, una de las artes
del
discurso. Pero su contenido no era
exclusivamente
literario. Como arte
de
la persuasión la retórica abarcaba
todas
las ciencias en la medida en
que
eran consideradas como materia
de
opinión y aun en la medida en
que
se consideraba necesario apelar
a
todos los recursos —literarios y lógicos—
para
exponerlas y defenderlas.
El
puesto ocupado por la retórica
en
el sistema de las artes liberales
cambió,
sin embargo, ya a partir del
siglo
xii, en algunas de las divisiones
de
las artes propuestas por varios filósofos
y
educadores. Así, por ejemplo,
en
el Didascalion de Hugo de
San
Victor, la retórica aparecía —junto
a
la dialéctica— como vina de
las
dos ramas de la llamada lógica
dissertiva
(véase CIENCIAS [CLASIFICACIÓN
DE
LAS]). Se ha creído durante
mucho
tiempo que, no obstante
el
importante lugar ocupado por la
retórica
en el conjunto de las artes
liberales
de la Edad Media, el interés
por
la retórica fue escaso. Esta opinión
—que
procede en gran parte de
los
tratadistas del Renacimiento (Vives,
Valla,
Ramus)— es cierta si consideramos
la
retórica casi exclusivamente
desde
el punto de vista literario.
Pero
es más dudosa si la estimamos
como
un arte que abarca no
sólo
las cuestiones del bien decir,
sino
asimismo ciertos problemas tradicionalmente
adscriíos
a la lógica.
Desde
este último ángulo, la preocupación
por
la retórica en la Edad
Media
fue considerable, siguiendo
en
buena parte las líneas marcadas
no
solamente por Cicerón y Quintiliano,
sino
también por los autores
que
se hallan en los límites entre el
mundo
antiguo y el medieval — Casiodoro,
Boecio
y Marciano Capella
principalmente.
Según R. McKeon,
hay
tres líneas de desarrollo intelectual
en
la Edad Media fuertemente
influidas
en sus estadios iniciales por
la
retórica: la tradición de los retóricos;
la
tradición de los filósofos y
teólogos
que hallaron en San Agustín
un
platonismo reconstruido a base
de
las filosofías académicas y neo-
RET
platónicas
y formulado mediante distinciones
retóricas
ciceronianas; y la
tradición
de la lógica llamada aristotélica
(que
se basaba efectivamente
en
el Estagirita para la doctrina de
los
términos y las proposiciones, pero
que
se apoyaba en Cicerón para las
definiciones
y los principios). Estas
líneas
se fundieron posteriormente
cuando
los problemas lógicos propiamente
dichos
predominaron sobre las
cuestiones
retóricas en sentido tradicional.
Durante
el Renacimiento y primeros
siglos
modernos el aspecto literario
de
la retórica fue considerablemente
subrayado.
Pero salvo escasas
excepciones
no se prescindió nunca
de
las referencias a la filosofía. Esto
ocurrió
en los numerosos tratados de
arte
dicendi en los cuales se seguían
comunmente
los precedentes de Aristóteles,
Cicerón
y Quintiliano, y se
criticaban
a la vez muchas de las
reglas
y algunas de las definiciones
propuestas
por estos autores. Un ejemplo
de
ello es el del de arte dicendi,
de
Juan Luis Vives, el cual defendió
enérgicamente
la tesis de la subordinación
de
la retórica a la filosofía.
Otros
ejemplos de una retórica filosófica
se
encuentran en las obras de
Laurentius
Valla o Lorenzo della Valle,
sobre
todo en sus Dialecticae disputationes
contra
Aristotélicos ( 1499)
y
especialmente en los libros de Marius
Nizolius
o Mario Nizoli (1488-
1566
o 1498-1576), entre los que
destacan
el célebre Thesaurus Ciceronianus
(
1535 ) y el Antibarbarus philosophicus
sive
de veris principiis et
vera
rationc pliilosopliandi contra
Pseudophilosophos
(1553). Valla se
opuso
al aristotelismo, doctrina que
declaró
lingüísticamente bárbara y
apta
para engendrar toda clase de
sofismas,
y proclamó la necesidad
de
una nueva retórica para forjar un
lenguaje
apropiado a la descripción
de
la realidad. Nizolius señaló que
la
retórica, es decir, la retórica filosófica
es
el principio de todos los
saberes,
pues es la que analiza la
significación
de los términos, y sin
el
conocimiento de las significaciones
exactas
no es posible ninguna investigación
de
la naturaleza de las cosas;
tal
retórica es, pues, equivalente a
una
semántica filosófica, y permite,
al
entender de Nizolius, sustituir la
oscura
noción de "abstracción" por
la
más clara y más "natural" de
572
RET
"comprehensión"
en tanto que recolección
mental
de los individuos de
una
clase. Una enérgica reforma del
arte
de decir fue también proclamada
por
Petrus Ramus. Ahora bien,
durante
la misma época fue frecuente
el
debate entre la concepción de la
retórica
como conjunto de reglas y
la
retórica como arte del hombre
libre
a que nos hemos referido antes.
La
oposición Quintiliano-Cicerón fue
por
ello renovada. Y como bien pronto
el
estudio retórico pasó de los
filósofos
a los humanistas y literatos,
la
tendencia —o supuesta tendencia—·
de
Quintiliano alcanzó con frecuencia
el
triunfo. Poco a poco se fue
produciendo
un retroceso de la retórica
del
campo de la filosofía. Sin
embargo,
tal retroceso no fue nunca
una
completa retirada. Por un lado,
hemos
visto en los ejemplos anteriores
hasta
qué punto la retórica pudo
ser
considerada como una semántica
general
y una lógica superior. Por
el
otro, la inclusión de la retórica
como
una de las partes de la filosofía
y,
sobre todo, la idea de que hay
una
cierta relación entre ambas so
ha
conservado hasta hace relativamente
poco
tiempo en muchos programas
de
enseñanza, verbigracia en
la
locución "Classe de Rhétorique et
Philosophie"
usada por los educadores
franceses.
Además de ello, algunos
filósofos
se ocuparon de retórica, si
bien
no siempre bajo este nombre.
Particularmente
importantes son a
este
respecto los trabajos de los pensadores
franceses
del siglo xvni que,
como
hemos dicho en otra parte (véase
SEMIÓTICA),
analizaron muy a fondo
los
problemas planteados por el
decir
e inauguraron nuevas formas
del
ars dicendi y ars disserendi. Es
el
caso de Condillac, quien en su
Art
de Penser y en su Art d'Écrire
trató
muchos de los temas tradicionalmente
estudiados
por la retórica
—por
ejemplo, la elocuencia—, si
bien
señaló las diferencias entre las
concepciones
de los antiguos y las de
los
modernos sobre este punto (Art
d'Écrire,
Cap. IV). Entre quienes
volvieron
a usar el nombre 'retórica'
como
objeto inmediato de la investigación
filosófica
figura el filósofo
y
teólogo escocés George Campbell
(1719-1796).
En su Philosophy of
Rhetoric
(1776, nueva ed., 1850)
examinó
dicho autor bajo el nombre
'retórica'
una gran cantidad de temas:
RET
el
chiste, el humor, la risa y el ridículo;
el
problema de la elocuencia
en
su relación con la lógica y la
gramática;
las fuentes de la evidencia
en
diversas ciencias y en el sentido
común;
el razonamiento moral; el
silogismo;
el orador y su público; la
elocución,
la crítica verbal y sus cánones;
la
pureza gramatical, el estilo
y
sus problemas (oscuridad, claridad,
ambigüedad,
ininteligibilidad, profundidad,
equivocidad,
tautología,
pleonasmo,
etc., etc.). y. finalmente,
el
uso de las partículas conectivas
en
la oración. El fundamento último
del
estudio retórico era el problema
de
la elocuencia o del bien decir en
tanto
que adaptado a uno cualquiera
de
los siguientes fines: iluminar el
entendimiento,
complacer la imaginación,
suscitar
las pasiones o influir
sobre
la voluntad. La obra de Campbell
fue,
sin embargo, una de las
últimas
en las que explícitamente se
relacionaron
filosofía y retórica durante
la
época moderna. En el curso
del
siglo xix, en efecto, y salvo lo
que
aparece en los programas de
enseñanza,
a pocos filósofos se les
ocurrió
incluir la retórica —considerada
cada
vez más como una parte
del
estudio literario— dentro de su
ciencia.
Llegó, al final, un momento
en
que retórica y filosofía fueron estimadas
como
disciplinas completamente
distintas.
Ahora bien, en los
últimos
decenios se ha manifestado
en
algunos pensadores un renovado
interés
por la retórica. Por un lado,
algunos
historiadores de la filosofía
(como
el citado Gomperz y F. Solmsen
—este
último en su obra sobre
la
evolución de la lógica y la retórica
en
Aristóteles—) han incluido a la
retórica
en sus estudios del pensamiento
antiguo.
Por otro lado, varios
filósofos
han planteado de nuevo el
problema
de la finalidad y contenido
de
la retórica. Entre ellos figuran
I.
A. Richards, Ch. Perelman y
L.
Olbrechts-Tyteca. I. A. Richards
manifiesta
en su libro The Philosophy
of
Rhetoric (1936) —en el cual discute
los
propósitos del discurso, lo
que
llama la "interanimación de los
vocablos"
y, sobre todo, la metáfora
(VÉASE)—
que conviene hacer
revivir
el antiguo tema de la retórica,
pero
que ésta no debe ser ya
entendida
en el sentido tradicional,
sino
como un "estudio de la mala interpretación
[mala
inteligencia] y sus
RET
remedios".
Así, por ejemplo, hay que
estudiar
malas inteligencias tales como
las
que se producen en lo que
el
autor llama "la superstición del
significado
propio" (de un vocablo
o
de una expresión). A tal fin es
menester
llevar a cabo lo que los
retóricos
anteriores habían a veces
incluido
en sus propósitos, pero no
habían
ejecutado nunca: analizar el
lenguaje
y sus funciones. La retórica
es,
pues, verdaderamente, un estudio
filosófico.
En cuanto a Chai'm Perelman
(v.)
y L. Olbrechts-Tyteca, han
expresado
sus puntos de vista sobre la
retórica
en sus obras Rhétorique et
philosophie
[1952], especialmente
Caps.
I, III y VI, y Traite de l'argumentation.
La
nouvelle rhétorique, 2
vols.
[1958], especialmente "Introducción",
de
la que hay trad, esp.: Retórica
tj
Lógica [1959], en Suplementos
del
Seminario de Problemas Científicos
y
Filosóficos. Universidad
Nacional
de México. N9 20, Segunda
serie.
De acuerdo con estos autores,
el
objeto de la retórica es "el
estudio
de los medios de argumentación
que
no dependen de la lógica
formal
y que permiten obtener o
aumentar
la adhesión de otra persona
a
la tesis que se proponen para
su
asentimiento". No es, pues, justo,
según
ellos, usar el término 'retórica'
en
el sentido despectivo que tiene
en
el lenguaje ordinario. Más bien
hay
que volver al uso de Aristóteles
y
de muchos autores antiguos. Esto
parece
tanto más plausible cuanto
que
ciertas disciplinas (como la ética,
la
política y buena parte de la "filosofía
general")
contienen solamente
opiniones
plausibles que deben ser
"demostradas"
mediante argumentos
también
meramente plausibles. Tales
argumentos
son los que tienen sus
premisas
"abiertas" y constantemente
sometidas
a revisión. Con esto se
enlaza
el mencionado concepto de
retórica
con la idea de Perelman sobre
la
diferencia entre filosofías primeras
y
filosofías regresivas a que
nos
hemos referido al final del artículo
Protofilosofía
(v.), diferencia
que
constituye uno de los temas de
la
filosofía neodialéctica del grupo
de
Zürich, partidario, según hemos
indicado,
de la adopción de principios
continuamente
"révisables".
Para
léxicos en la antigua retórica:
J.
C. T. Ernesti, Lexicón technologiae
Graecorum
rhetoricae, reimp., 1962.
573
REU
—
Id., id., Lexicón technologiae Latinot'um
rhetoricae,
reimp., 1962.
Sobre
historia de la retórica, además
de
las obras citadas en el texto
del
artículo, véase: R. Volkmann, Oie
Rhetorik
der Griechen und Römer in
systematischer
Übersicht dargestellt,
reimp.,
1962. — Alfonso Reyes, La
antigua
retórica, 1942, reimp. en
Obras
completas, XIII (1961). —
George
Kennedy, The Art of Persuasion
in
Greece, 1963. — Armando
Plebe,
Breve storia della retorica antica,
1961.
— M. Buccellato, La retorica
sofistica
ncgli scritti di Platone,
1953.
— S. Robert, F. S. C., "Rhetoric
and
Dialectic: According to the
First
Latín Commentary on the Rhetoric
of
Aristotle", The New Scholasticism,
XXXI
(1957), 484-98. — L.
Virginia
Holland, Counterpoint. Kcnneth
Burke
and Aristotle's Théories of
Rhetoric,
1959. — Antonio Russo, La
filosofía
della retorica in Aristotele,
1962.
— Karl Barwick, Probleme der
stoischen
Sprachlehre und Rhetorik,
1957
[Abhandlungen der Sächsischen
Akademie
der Wissenschaften zu
Leipzig.
Philoll-hist. Klasse. XLIX, 3].
—
Alain Michel, Rhétorique et philosophie
chez
Cicerón. Essai sur les
fondements
philosophiques de l'art de
persuader,
1961. — Richard McKeon,
"Rhetoric
in the Middle Ages", Spéculum,
XVII
(1942), 1-32Í — C. S.
Baldwin,
Medieval Rhetoric and Poetic,
1928.
— Th. M. Charland, Artes
praedicandi.
Contribution à l'histoire
de
la rhétorique au moyen âge, 193Θ
[Publications
de l'Institut d'Études
Médiévales
d'Ottawa, 7]. — D. L.
Clark,
Rhetoric, 1953. — Wilbur S.
Howell,
Logic and Rhetoric in England,
1500-1700,
1956 [incluye estudio
de
los "ramistas ingleses" y de la
lógica
y retórica de Descartes y Port-
Roval].
Para
los estudios actuales, además
de
las obras mencionadas de I. A.
Richards
y Chaïm Perelman-L. Olbrechts-
Tyteca,
véase: Stephen E.
Toulmin,
The Uses of Argument,
1958.
— Henry W. Johnstone, Jr.,
Philosophy
and Argument, 1959. —·
Maurice
Natanson y Henry W. Johnstone,
Jr.,
eds., Rethoric and Philosophical
Argumentation,
1964.
Características principales
Título del libro | Diccionario de Filosofìa 4 tomos |
---|---|
Autor | Josè Ferrater Mora |
Idioma | Español |
Editorial del libro | Editorial Ariel Barcelona, España |
Otras características
Género del libro: Diccionarios y enciclopedias
ISBN: 8434487551
Descripción
Esta obra consta de 4 libros. Son de Barcelona y la ediciòn es de 2004. Los libros son de pasta dura. Tomo I de la A-D con 957 pàginas, tomo II de la E-J con 1,986 pàginas, tomo III de la K-P con 2,987 pàginas y tomo IV de la Q a la Z con 3,830 pàginas.