miércoles, 20 de julio de 2022

John Donne. GENIOS. HAROLD BLOOM.




John Donne

Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,

y libre te creas ya

de todos mis asedios,

vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho

y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará.

Parpadeará entonces tu enfermiza llama,

y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya,

si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará

que pides más,

y en sueño simulado te rehuirá,

y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,

te bañarás en gélido sudor de azogue,

espectro más real que el mío propio.

Lo que diré no he de decirlo ahora,

no vaya eso a protegerte. Desvanecido ya mi amor,

antes quisiera verte con dolor arrepentida

que, por mis amenazas, inocente1.

“La aparición” es un soberbio ejemplo del arte de Donne, parte de

sus Canciones y sonetos (publicado en 1633, dos años después de la muerte

del poeta). Donne empieza volviendo literal la metáfora de Petrarca del

amante que muere por el desdén de su amada, quien lo ha reemplazado

por otro admirador. Convertido en un fantasma empeñado en vengarse,

tendrá el sublime mal gusto de entrometerse en la vida amorosa de ella.

Asustada por la aparición, la “ asesina” intentará despertar a su amante,

pero este, que ya no puede más, finge dormir. Deberá por tanto enfrentar

sola la sombra de Donne, convertida en un “ espectro más real” a causa

del temblor y el miedo.

Quizás el predicador Donne, deán de Saint Paul, habría alegorizado

estos versos deliciosos diciendo que su “ asesina” era “ la amante de mi

juventud, la Poesía” , a quien abandonó por “ la esposa de mi edad madura,

la Divinidad” . Pero con ello habría puesto patas arriba la trama del

[338]

poema. El deán de Saint Paul encontró otros usos para su ingenio libertino,

que puso al servicio de sus sermones, en los cuales su agilidad intelectual

humaniza la doctrina, volviéndola accesible.

El genio de Donne tiene un cierto matiz pragmático, ya sea que su

argumento sea erótico o divino. Alabamos su palpable ingenio, pero

deberíamos admirar igualmente su versátil intelecto, maravilloso administrador

de la transición entre una forma de amor, secular y salaz, y la

otra, sagrada y sin embargo atrevida.

[339]

John Donne

1572 | 1631

jo h n d o n n e , nacido ocho años antes que Shakespeare, vivía en Londres

en 1595 como un joven caballero con recursos y cierta reputación

como poeta erótico y satírico. Asiduo espectador de teatro, seguramente

asistió a la representación de Ricardo //, de Shakespeare, en cuyo caso

sin duda disfrutó muy a su manera del progreso (o la decadencia) del

martirizado monarca de gobernador petulante a poeta metafisico. Canciones

y sonetos fue publicado dos años después de la muerte del poeta,

pero algunos de sus poemas circularon ampliamente como manuscritos,

y quizás Shakespeare los leyó, aunque es más probable que haya

leído sus muy eróticas elegías ovidianas. Sospecho que la influencia

funcionó en sentido contrario; a veces uno siente que Canciones y sonetos

parodia el Ricardo // de Shakespeare.

Después de su conversión en 1602 del catolicismo romano a la religión

anglicana, el progreso terrenal de Donne fue lento, dada su renuencia

a ordenarse -cosa que hizo en 1615-. Pero después se convirtió

rápidamente en un predicador famoso, y en 1621 fue nombrado deán

de Saint Paul. La mayoría de los poemas en Poesía sacra fueron escritos

antes de la ordenación, y también lo fue su grandiosa reflexión “Viernes

santo, 1613. De camino al occidente” . Los dos magníficos himnos

“A Dios, mi Dios, en mi enfermedad” y “A Dios Padre” seguramente

fueron escritos en 1623, en noviembre-diciembre, periodo durante el

cual creyó morir. A excepción de lo anterior, Donne abandonó la poesía

a la Divinidad, pero sus buenos sermones están entre los más poderosos

que hayan sido escritos en inglés.

El doctor Samuel Johnson, mi paradigma crítico, buscó aislar y definir

el genio (cuando podía hallárselo), en especial en sus Vidas de poetas

(1779-1781). Donne sólo aparece en las Vidas de Johnson como uno

más de los poetas metafísicos, en la “Vida de Cowley” . Abraham Cowley

ha sido olvidado pero a finales del siglo xxvn era el Ezra Pound de su

época. Aunque desaparecía a pasos agigantados en la era de Johnson,

Cowley alcanzó notoriedad suficiente como para encabezar las Vidas,

[340]

en su calidad de supuesto fundador de la antigua y mediocre escuela de

poesía que alcanzó su fama gracias a John Dryden y Alexander Pope,

favoritos de Johnson.

Johnson tenía en gran estima su “Vida de Cowley” porque la consideraba

críticamente innovadora en lo relacionado con los metafísicos

(si bien fue Dryden quien le puso nombre a la escuela). He aquí a

Johnson dándole a Donne lo que Dryden ya le había dado, bastante

menos de lo que parece:

No obstante, aquellos que niegan la calidad de su poesía admiten la

calidad de su ingenio. Dryden confiesa que ni él ni sus contemporáneos

igualan a Donne en ingenio, pero asegura que lo sobrepasan en poesía.

En The Rambler N° 125, Johnson afirma que “ cada nuevo genio produce

alguna innovación que subvierte las prácticas establecidas por los

autores que lo precedieron, una vez que ha sido inventada y aprobada” .

¿Por qué no podía Johnson considerar a Donne un genio así? Aunque

el gran crítico no lo admitiría, Donne, a quien calificaba de “ abstruso y

profundo” , lo perturbaba profundamente, si bien condenaba su poesía

por ser “una desviación voluntaria de la naturaleza en busca de algo

nuevo o extraño” .

Desde Coleridge hasta Arthur Symons, no hubo nadie en el siglo

xix que no pensara en revivir a Donne, de manera que la reivindicación

que T.S. Eliot hizo en el siglo xx resulta un poco tardía. El lector común

el es juez definitivo de Donne, quien sigue muy vivo a comienzos del

siglo xxi. Quisiera definir esta vitalidad y demostrar el genio de Donne

con base en los planteamientos johnsonianos de la invención o de la frescura

perpetua, la originalidad que no puede ser desechada como un estilo

propio de la época. He aquí al Donne de Canciones y sonetos, en su

versión más popular:

Ve y coge una estrella fugaz;

fecunda a la raíz de mandràgora;

dime dónde está el pasado,

o quién hendió la pezuña del diablo;

enséñame a oír cómo canta la sirena,

a apartar el aguijón de la envidia,

[341]

y descubre

cuál es el viento

que impulsa a una mente honesta.

Si para extrañas visiones naciste,

vete a mirar lo invisible;

diez mil días cabalga, con sus noches,

hasta que los años nieven cabellos blancos sobre ti.

A tu regreso tú me contarás

los extraños prodigios que te acontecieron,

y jurarás

que en ningún lugar

vive mujer hermosa y verdadera.

Si la encuentras, dímelo,

¡dulce peregrinación sería!

Pero no, porque no iría,

aunque fuera justo al lado;

aunque fiel, al encontrarla,

y hasta al escribir la carta,

sin embargo,

antes que fuera,

infiel con dos, o tres, fuera2.

Esta es la “ canción” de un libertino, si bien de tono ligero, así que

no se puede interpretar literalmente. Su ironía implica que el cantor

mismo será infiel, con dos o tres, fuera. La “ raíz de la mandràgora” interesaba

vivamente a Donne, quien dedicó cuatro estrofas a la mandràgora

en “El progreso del alma” , donde nos cuenta que la manzana

que Satán arrancó para Eva es abandonada por su alma, que entonces

se alberga en la mandràgora. Se inicia una larga tradición mágica y venérea

según la cual la mandràgora o manzana de mayo se utiliza para

provocar la lujuria, el sueño y la muerte. De manera que unas cuantas

sombras se ciernen sobre esta canción despreocupada, pero predomina

la ironía libertina.

El genio de Donne se manifiesta en toda su exquisitez en la soberbia

meditación erótica llamada “El éxtasis” , título que se refiere a los amantes

“ fuera de sí” , en un apaciguado intervalo antes de reanudar las reía-

[342]

dones sexuales. Lo que hace que este poema sea tan poderoso es la

doblería del tono, que a la vez que celebra la metafísica del amor es una

nueva seducción, que culmina con el hablante urgiendo a la dama a

reiniciar los arrebatos físicos:

Como nuestra sangre labora por crear

espíritus, tan parecidos al alma como pueda,

porque dedos así son requeridos para anudar,

este nudo sutil que en hombre nos convierte.

Así, de los amantes las almas puras,

deben descender a los afectos y a las facultades,

que el sentido pueden alcanzar y aprehender.

Yace, si no, un gran príncipe en prisión.

A nuestros cuerpos retornemos, pues, que así

puedan los débiles el amor revelado contemplar.

En las almas crecen los misterios del amor,

y sin embargo en su cuerpo está su libro.

Y si, como nosotros, un amante

ha oído este Diálogo de Uno,

¡que nos siga observando! Escaso cambio

encontrará cuando a los cuerpos nos vayamos3.

La neoplatónica alma fundida de los amantes debe separarse y regresar

a una nueva unión de los cuerpos, pues de otra manera su alma

compuesta será tan impotente como si estuviera prisionera: “Yace, si

no, un gran príncipe en prisión” . La revelación erótica y la revelación

divina se vuelven una en la Biblia del cuerpo sexual: “Y sin embargo en

su cuerpo está su libro” . Los dos éxtasis son uno, ya sea en el alejamiento

o en la unión. Sin duda se trata de una invitación al placer, pero es tan

refinada que raya en la santificación: la audacia de Donne no tiene límites.

La famosa (y reprobadora) definición del ingenio metafísico que

hiciera el doctor Johnson dice así: “Las más heterogéneas ideas uncidas

con violencia al yugo” . El ingenio de Donne se deleita enyugando con

insinuaciones sutiles ideas que sólo parecen diferentes. En la larga tra[

343]

dición de interpretación del Cantar de los Cantares, los místicos han

descubierto la unión divina alegorizada como juego erótico. Pero Donne

no es un poeta místico, ni siquiera cuando compone una obra maestra

como el piadoso “Himno a Dios, mi Dios, en mi enfermedad” . Vivió

ocho años más, pero escribió este extraordinario poema mientras esperaba

la muerte:

Dado que me acerco a aquella sagrada estancia en la que por siempre,

con tu Coro de Santos, seré tu Música; puesto que me acerco, afino

el instrumento aquí en la puerta, y lo que deba hacer entonces, aquí lo

pienso antes.

Mientras mis médicos, por su amor, se han convertido en cosmógrafos,

y yo en su mapa, que yace tendido en el lecho, y en el que pueden

revelar que este es mi suroeste, descubierto/w fretum febris, y que por este

estrecho moriré,

Me alegro de ver mi occidente en está estrechez; pues aunque sus

estériles corrientes a nada devuelvan, ¿qué hará que me duela de mi occidente?

Así como en todos los chatos mapas (y yo soy uno de ellos) el occidente

y el oriente son uno, así la muerte toca la Resurrección.

¿Es el Pacífico mi casa? ¿O lo son las riquezas de Oriente? ¿Es Jerusalén?

Hainán, Magallanes y Gibraltar, todos los estrechos y sólo los estrechos

conducen a ella, la que habitaba Jafet, o Cam, o Sem.

Creemos que el Paraíso y el Calvario, la Cruz de Cristo y el árbol de

Adán estaban en el mismo lugar. Mírame, Señor, y contempla a ambos

adanes reunidos en mí. Así como el sudor del primer Adán me cerca el

rostro, púeda la sangre del segundo ceñirme el alma.

Tal, envuelto en esta púrpura, recíbeme, Señor; por estas espinas

dame la otra Corona; y así como a otras almas prediqué tu Palabra, sea

éste mi Texto, mi Sermón a la mía: es para poder levantarte que el Señor

te derriba4.

Falta el éxtasis del místico; en su lugar, el ingenio se ejercita a expensas

de su propia humanidad, pero con gran vivacidad y humor.

Debemos cuidarnos de interpretar “aquella sagrada estancia” como el

Cielo, pues el deán de Saint Paul es demasiado sutil para semejante presunción.

Escribe este himno, en lo que supone será su lecho de muerte,

para afinar su instrumento, su don poético. Rodeado de cosmógrafos

atentos, él se ve a sí mismo como un mapa chato, que se convertirá en la

[344]

imagen central del poema. A través del caliente estrecho de la fiebre,

per fretum febris, se dirige al suroeste, hacia la muerte, pero así como el

occidente y el oriente, aplanados, se convierten en uno, la muerte y la

resurrección se tocan. Es un “ toque” muy leve, y sigue siéndolo mientras

él juega con la palabra “ estrecho” . Mientras arde de fiebre piensa

en Adán, que debe ganarse el pan con el sudor de la frente, y solicita,

como último Adán, el abrazo de Cristo.

El pathos controlado es extraordinario, y también lo es la reticencia

teológica. En su lecho de muerte, el deán seguramente es consciente de

su propia historia religiosa. Donne nació en el seno de una familia católica,

y uno de sus tíos y uno de sus hermanos fueron mártires de la antigua

fe; la suya fue una educación católica, así que abandonó lentamente

la tradición familiar -no antes de cumplir los treinta, en todo caso-.

Cuando Donne escogió la Iglesia de Inglaterra no estaba tomando una

decisión teológica, y su demora en convertirse en sacerdote anglicano

demuestra que la conveniencia no fue una razón primordial. Su temperamento

de poeta definió, si bien por vías complejas, su carrera en la

Iglesia. Los críticos no ven, con razón, muchas diferencias entre el fervor

y el ingenio de su poesía temprana y sus sermones tardíos. Donne

quería que hubiera continuidad entre el pasado cultural y su propia

juventud y esa continuidad la encontró con los anglicanos, a medio camino

entre el catolicismo romano y el protestantismo calvinista.

Sus obras piadosas y sus sermones no tienen un énfasis particularmente

teológico, y se podría decir que su genio es consistente, pues la

obra toda se centra alrededor del “ ingenio” . Y digo “ ingenio” en su antiguo

sentido de enorme inteligencia, aunque Johnson, de acuerdo con

Dryden y Pope, se negó a considerarlo como verdadera inteligencia (idea

propia del orden neoclásico). Ben Jonson, coetáneo de Donne, admiraba

y despreciaba su poesía, pues la consideraba demasiado idiosincrásica.

Podemos considerar el personalismo extremo, que nunca abandonó a

Donne, como la señal particular de su genio. Su voz sigue siendo audible,

permanentemente inconfundible:

.. .y otra vez soy engendrado

de ausencia, oscuridad y muerte, cosas que no existen5.

[345]

miércoles, 13 de julio de 2022

Frontispicio 30 Luigi Pirandello. GENIOS. HAROLD BLOOM.



 

[323]

Frontispicio 30

Luigi Pirandello

enrique. - ¡Bravo; un poco de luz! Sentaos allí, en derredor de la

mesa. (Pausa.) No, así no. En elegantes y cómodas posturas. (A Arialdo.)

Espera... tú así. (Lo acomoda; luego a Bertoldo.) Y tú así. (Lo

acomoda.) ¡Bien! (Va a sentarse frente a ellos.) Y yo acá. (Volviendo la

cabeza hacia una de las ventanas.) Deberíamos poder ordenar a la luna

que nos envíe un rayo decorativo. A nosotros nos conviene la luna, nos

ayuda. Yo siento que la necesito y, a menudo, mirándola desde mi ventana,

me olvido de mí. ¿Quién podrá creer, al contemplarla, que ella no sabe que

pasaron ochocientos años, y que yo, sentado a mi ventana no puedo ser de

veras Enrique iv que mira a la luna como un hombre cualquiera? ¡Pero

mirad, mirad qué magnífico cuadro nocturno: el Emperador entre sus leales

consejeros! ¿No os causa placer? ¡Magnífico!*1.

Podemos inclinarnos ante el genio de Pirandello, en particular el de

Enrique iv, diciendo que el loco sin nombre que piensa que es Enrique

IV es una versión de Hamlet, en tanto que Belcredi, el bromista a quien

“Enrique iv” apuñala es a la vez la figura de Claudio y el sustituto de

Pirandello, adicto a la reescritura de Hamlet.

El personaje sin nombre que sería Enrique iv, de rasgos similares a

los de Hamlet, se venga de Pirandello por haberlo creado en una farsa y

no en una tragedia. Pirandello, un genio retórico en la más auténtica tradición

literaria siciliana, le da a su loco este momento de gran dignidad

estética y después se lo quita, y regresamos a la farsa melodramática.

Es irónico que el drama posterior a Ibsen haya alcanzado su punto

más original con este sofista siciliano cuya suposición esencial es que en

último término todos sus personajes están locos, y no en un solo sentido,

como Hamlet. Constantemente consciente de Shakespeare y de Ibsen,

Pirandello toma su teatralidad y la somete a lo que es casi una parodia.

Incluso Seis personajes en busca de autor bordea la farsa paródica, como

si Pirandello no hubiera podido resolver el enfrentamiento entre los

personajes, que aseguran que el escenario pertenece a su tragedia fami[

324]

liar y los actores, que exigen el escenario para entretener a unos espectadores

comerciales. Pirandello, como sofista que era, planteaba siempre

ambas partes de la disputa dramática.

[325]

Luigi Pirandello

1867 I 1936

e r ic b e n t l e y , cuya autoridad como crítico de teatro moderno es indisputable,

me dijo alguna vez que yo me equivocaba al asegurar que Fin

departida era el drama moderno por excelencia, pues al hacerlo ignoraba

a Pirandello, el dramaturgo más importante desde Ibsen. Bentley cita a

Pirandello al respecto: “Después de Shakespeare, el primero en mi lista

es sin duda Ibsen” . No estoy seguro de que deba poner a Pirandello de

primero en la lista después de Ibsen; la lectura de Chéjov y de Strindberg,

de Brecht y de Beckett, es mucho más intensa que la de Pirandello,

pero una buena puesta en escena de Pirandello me conmueve como no

lo hacen los otros grandes dramaturgos modernos. Dado que la tragedia

ya no es posible en su forma pura, mientras que la farsa trágica es demostradamente

practicable, podemos considerar al siciliano Pirandello como

el auténtico maestro de la farsa trágica de comienzos del siglo xx -más

tarde vinieron Brecht y Beckett-.

Pirandello sólo produjo dos obras que nos permiten clasificarlo

como genio dramático: Seis personajes en busca de autor (1921) y Enrique

iv (1922). El resto de su obra es secundaria, apremiante sólo a trechos.

Cuando se resume Seis personajes, suena a desastre teatral. En The Pirandello

Commentaries (1986) se reúnen los magníficos ensayos de Bentley

sobre el tema, y él mismo se encargó de la edición de las obras más importantes

de Pirandello, que reunió bajo el título Naked Masks (1952)

[Las máscaras desnudas]. Pero mi propósito es ocuparme exclusivamente

de la cuestión del genio. George Bernard Shaw se excedió al afirmar

que Seis personajes era la obra más original jamás escrita, pero al hacerlo

Shaw (que a mi juicio no era un genio) estaba empeñado en su desesperada

guerra contra Shakespeare. El Enrique iv de Pirandello es su

versión de Hamlet y esta sigue siendo la obra más original jamás escrita

y también la que incita Seis personajes.

Shakespeare era su propio director y director de escena, y también

era un actor de carácter confiable. Los personajes de Pirandello (al

menos dos de ellos) buscan a Shakespeare o a alguien que lo sustituya,

al Director que en últimas se niega a escribir la obra que el Padre y la

[326]

Hijastra piden. La obra da comienzo con el Director que trata de empezar

el ensayo de una comedia incomprensible de Pirandello, pero lo

interrumpen seis personajes. “ Somos portadores de un drama muy

doloroso” , se lamenta el Padre, y la sensual Hijastra declara vivamente:

“Pero a usted podríamos traerle suerte” . Guardan silencio la Madre y

el Hijo, un joven furioso, y también el infeliz Muchacho, y la Niña, una

pequeña de aproximadamente cuatro años de edad.

La Hijastra (un papel grandioso, con un toque de comedia musical)

es la vida de la obra pero su centro es el Padre desesperadamente culpable,

cuyo pathos trasciende el atroz melodrama que se desarrolla entre

los seis personajes. Podríamos resumir así el melodrama: el Padre arroja

a la Madre en brazos de su secretario, con quien tiene tres hijos -e l Hijo

se ha quedado con el Padre, quien intenta abrazar a la Hijastra en un

burdel, pero la Madre lo interrumpe; tras la muerte del secretario el

Padre recibe de vuelta a todos pero la Niña se ahoga, el Muchacho se

pega un tiro y los seis personajes se abalanzan sobre el Director.

El genio de Pirandello invalida este fárrago y a lo largo de tres actos

entremezcla inextricablemente a los personajes con la compañía de

manera que todo resulta representación. Su modelo intrínseco es el

bache extraordinario que Shakespeare cava en Hamlet desde la llegada

de los actores (acto n, escena 2) hasta que Claudio sale huyendo de la

representación de La ratonera del príncipe (acto ni, escena 2). A lo largo

de mil versos, Shakespeare distrae a los espectadores con una obra dentro

de la obra, y otro tanto puede decirse de Seis personajes, que consiste

en personajes dentro de personajes. En Hamlet, Shakespeare inventa la

destrucción de los límites entre ser uno mismo y representarse a uno

mismo, y Pirandello pone ese invento al servicio de fines ibsenistas. Así

lo comprende Anna Paolucci:

Los actores que representan a los personajes no deben de ser actores;

son personajes que los actores deben de representar pero no pueden;

resaltan la diferencia entre lo que ellos son y lo que son los llamados actores

que intentan representarlos a ellos... Cuando cae la cortina, aplaudimos

a los actores que han representado a unos personajes demasiado

reales para ser representados. Quizás recordemos el famoso parlamento

de Hamlet al respecto, cuando se maravilla porque este, que no es más

que un actor, puede representar un papel con tanta pasión y tanto realismo

en tanto que Yo-Hamlet, que soy tan yo, no puede igualar la expre[

327]

sión apasionada de los actores. Los seis personajes de Pirandello deben

representar toda la obra con el espíritu de ese parlamento de Hamlet. Es

un tour-de-force atrevido, pero tour-de-force al fin y al cabo, si se lo compara

con Enrique iv, la versión de Hamlet que hizo Pirandello.

Es admirable, si elidimos el “quizás” . Pirandello afirmó que admiraba

“ las almas que se burlan de la posibilidad de congelarse o quedarse

rígidas en una u otra forma predeterminada” , como las que encontró

en Tnstram Shandy o en Hamlet. La discontinuidad del yo, infinita en

Hamlet, es diferente y más importante que la representación de papeles.

En Seis personajes sólo el Padre es una marisma de discontinuidades,

con lo cual identificamos la debilidad fundamental de Pirandello:

Hamlet es carismàtico, mientras que el Padre es un notorio vacío. Sólo

hay una personalidad en Seis personajes, y no es ninguno de los personajes

o de los de la compañía. El elemento singular de la obra es madame

Pace, la administradora del burdel, cuyo nombre irónicamente es portador

de paz. Llega al escenario en calidad de séptimo personaje, sólo

que ella no está buscando a un autor. Los seis personajes dejan de parecer

la realidad -en comparación con la ilusión de la compañía— porque

el vulgar realismo de madame Pace convierte al Padre y a la Hijastra

en ilusiones. Sólo hay un personaje convincente en la obra, y es la regenta

de un prostíbulo.

En la magnífica defensa que Bentley hace de Pirandello, aquel insiste

en que el dramaturgo siciliano le dio renovada importancia a la

naturaleza ineludible de la representación de papeles, tanto en la vida

como en el escenario. Así lo afirma inequívocamente: “El teatro nos

suministra una imagen de la vida, la imagen de la vida, porque la vida

es teatro” . Yo no estoy seguro de que podamos discutir con Bentley o

con Pirandello. Pero tampoco creo que sir Juan Falstaff y Hamlet, Yago

y Cleopatra, estarían de acuerdo, lo cual quiere decir que también

Shakespeare discreparía de Pirandello y de Bentley, a pesar de su fascinante

experimentación tanto en Hamlet como en otras partes.

En la guerra de los poetas Shakespeare toma partido contra su enemigo-

amigo Ben Jonson, y se divierte de lo lindo haciendo politiquería

teatral en Hamlet, Noche de Epifanía y Troilo y Cressida. En Noche de

Epifanía crucifica socialmente al maltrecho Malvolio, y este gesto, tan

glorioso como desconcertante, resulta tan divertido, que nos demoramos

en percibir la vulnerabilidad universal que este golpe contra Jonson

[328]

destapa entre los espectadores. En Troilo y Cressida, al igual que en

Hamlet (desde el acto n, escena 2, hasta el acto m, escena 2), Shakespeare

no permite que los espectadores olviden que lo son, en una obra

tan consciente de sí misma que ya no exige ser considerada la sombra

ilusoria de la verdad. La visión de Bentley (surgida de Pirandello) de

que todo es teatro no es shakespeariana. Pirandello aprendió con Shakespeare,

como lo hicieron Chéjov e Ibsen, pero la lección que aprendió es

demasiado simplista y reduccionista. La vida a veces es un teatro, pero

a veces es también una guerra, una escuela, un purgatorio, un descenso

al infierno, un negocio, o lo que queráis. E indudablemente todos representamos

un papel, pero sólo en ciertas secuencias y ciertos espasmos,

y en general vivimos lejos del escenario. El teatro supone escenario,

actores y espectadores, y durante casi toda nuestra vida auténtica estamos

solos. Intente ser el actor de usted mismo como espectador, y más

tarde que temprano lo internarán.

Me parece que Enrique ives más interesante que Seis personajes porque

nos da un respiro de la metafísica teatral de Pirandello, aunque no

está del todo exenta. También en este caso Bentley es el mejor guía posible,

uno tan peligrosamente apto para la exposición que por momentos

opaca a su tema - y es que Enrique iv está plagado de faltas y de confusiones,

si bien logra sobrevivir a ellas.

El protagonista sin nombre de Enrique iv sufre por un amor no correspondido.

Su rival como admirador de la dama organiza un accidente

de caballos en una celebración con disfraces. Cuando nuestro héroe,

disfrazado del emperador alemán Enrique iv, recupera la conciencia, está

convencido de que es Enrique iv. Gracias a la indulgencia de una hermana

rica, puede vivir su delirio en una villa convertida en castillo. Doce

años más tarde recupera la cordura, pero decide seguir fingiendo. Veinte

años después del accidente un psiquiatra resuelve presentarle a la hija

de su antigua amada, con el fin de ayudar a Enrique iv a regresar a la

normalidad gracias al impacto del paso del tiempo. Pero él ya ha revelado

que no está loco e intenta abrazar a la joven. Interviene el rival -que sigue

siendo el amante de la madre veinte años después- pero es asesinado

por una espada que esgrime Enrique iv.

Kleist habría podido escribir una tragedia con este material, pero

no Pirandello. El personaje histórico es recordado por haberse sometido

astutatamente al Papa, ante quien se arrodilló en la nieve en Canossa,

con el fin de evitar ser destronado. Pero con estos datos históricos nos

[329]

sobra y nos basta. El innombrado anda en busca de un autor tanto como

Hamlet anda en busca del espíritu de su padre, pues Pirandello reescribió

Hamlet como una farsa trágica de Ibsen. Y funciona.

Pero la de Pirandello es sólo una de las muchas revisiones de Hamlet,

aunque Alexander Welsh no la incluye en su Hamlet in his Modern Guises

[Las vestimentas modernas de Hamlet] (2001). Si incluye una serie de

novelas: Años de aprendizaje de Guillermo Meister, de Goethe, Redgauntlet,

de Walter Scott, Grandes esperanzas, de Dickens, Fierre, de Melville,

Ulises, de Joyce, y The Black Prince [El príncipe negro] de Iris Murdoch.

La perspicaz conclusión de Welsh es que “ el hamletismo del modernismo

es prueba del papel que el duelo desempeña en la conciencia” , prueba

válida de la razón por la cual el héroe innombrado de Pirandello acaba

asesinando a Belcredi, su Claudio; el duelo de Hamlet por su padre y

por lo que considera el honor perdido de su madre se expande hasta convertirse

en el lamento por la condición humana, pero no esperamos de

Pirandello que sea Shakespeare. “Enrique Iv” se lamenta por su juventud

perdida y se venga de Belcredi -causante de su miseria- por sus

veinte años de mascarada. Pero el protagonista sin nombre sigue vivo,

infeliz, ni cuerdo ni loco, y completamente arruinado tras haber intentado

asestar un golpe a través de la máscara de la ilusión. Bentley lo

compara con los personajes autoinmolados de Beckett, y Pirandello en

verdad nos lleva hasta el límite mismo de Fin de partida.

[330]

1. El Anticristo, núm. 18, Friedrich

Nietzsche, trad. de Andrés

Sánchez Pascual, Madrid, Alianza

Editorial, 1990, p. 43

2. La genealogía de la moral, tratado

11, núm. 19, “ ‘Culpa’, ‘mala

conciencia’ y similares” , Friedrich

Nietzsche, trad. de Andrés

Sánchez Pascual, Madrid, Alianza

Editorial, 1983, p. 102.

3. Crepúsculo de los ídolos, núm. 26,

“ Incursiones de un intempestivo” ,

Friedrich Nietzsche, trad. de

Andrés Sánchez Pascual, Madrid,

Alianza Editorial, 1984, p. 103.

4. Crepúsculo de los ídolos, núm. 44,

“ Incursiones de un intempestivo” ,

Friedrich Nietzsche, trad. de

Andrés Sánchez Pascual, Madrid,

Alianza Editorial, 1984, p. 121.

5 Hamlet, príncipe de Dinamarca,

acto 11, escena 11, trad. de Luis

Astrana Marín, en Obras completas

de William Shakespeare, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

p. 1362.

6. La primera parte del rey Enrique IV,

acto v, escena 4, en Obras completas,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

P- 454-

7. Crepúsculo de los ídolos, núm. 13,

“ Incursiones de un intempestivo” ,

Friedrich Nietzsche, trad. de

Andrés Sánchez Pascual, Madrid,

Alianza Editorial, 1984, pp. 94-95.

8. Kierkegaard, Diarios, marzo de

1836.

9. Migajas filosóficas o un poco de

filosofía, Soren Kierkegaard (con

el seudónimo de Johannes

Climacus), trad. de Rafael

Larrafteta, Madrid, Editorial

Trotta, 1997, p. 21-27.

10. Sagrada Biblia del pueblo católico,

Carta de Santiago, 1, 17-21, trad.

de limo, señor don Félix Torres

Amat, Bogotá, Panamericana

Editorial, 1992.

11. Mi punto de vista, capitulo 11, “La

diferencia de mi modo personal de

existencia corresponde a la

diferencia esencial de mis obras” ,

B: “El modo personal de existencia

en relación con las obras

religiosas” , Seren Kierkegaard,

trad. de José Miguel Velloso,

Madrid, Aguilar de Ediciones,

cedida a SARPE, 1985, pp. 95-96.

12. Cartas a Milena, Franz Kafka,

trad. de J.R. Wilcock, Buenos

Aires, Alianza Emecé, 1976,

p. 184.

13. Cuadernos en octava, “Octavo

cuaderno, núm. 54” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

José Martín González, Hadrid,

Teorema, 1983, pp. 1477-78.

14. “La muralla china” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de A.

Laurent, Madrid, Teorema, 1983,

p. 1264.

15. Cuadernos en octava en “Octavo

cuaderno, núm. 62” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

José Martín González, Madrid,

Teorema, 1983, p. 1476.

16. “El cazador Gracchus” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

Jordi Rottner, Madrid, Teorema,

1983, pp. 1291-92.

17. “El cazador Gracchus” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

Jordi Rottner, Madrid, Teorema,

1983, pp. 1292-93.

18. Cuadernos en octava, en “Octavo

cuaderno, núm. 32” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad de

José Martín González, Madrid,

Teorema, 1983, p. 1479.

19. En busca del tiempo perdido, 7. El

tiempo recobrado, Marcel Proust,

trad. de Consuelo Berges, Madrid,

Alianza Editorial, 1988,

pp. 268-69, nota al pie 40.

[331]

20. Proust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenido Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62, 1992, p. 71.

21. Proust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenido Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62, 1992, p. 47.

22. Prust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenida Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62, 1992, p. 56.

23. Era busca del tiempo perdido, 4.

Sodoma y Gomorra, parte 11,

capítulo 1, Marcel Proust, trad. de

Consuelo Berges, Madrid, Alianza

Editorial, 1989, pp. 183-86.

24. Proust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenido Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62,1992, p. 55.

25. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 9.

26. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 44.

27. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 162.

28. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 207.

39. El misántropo, acto I, escena 2,

Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1974, p. 36.

30. El misántropo, acto v, escena 1,

Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1974, p. 76.

31. Tartufo o el impostor, acto m,

escena 2, Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1974, p. 51.

32. Tartufo o el impostor, acto IV,

escena 5, Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires, Editorial

Losada, 1974, p. 72.

33. Hedda Gabier, acto n, en Teatro

completo, Henrik Ibsen, trad. de

Else Wasteson, completada por M.

Winaerts y Germán Gómez de la

Mata, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1952, p. 1567.

34. En Cómo leer y por qué de Harold

Bloom, trad. de Marcelo Cohén,

Santafé de Bogotá, Editorial

Norma, 2000, p. 45.

35. Tres rusos, “L. N. Tolstoi” ,

Máximo Gorki, sin créditos al

traductor, La Plata, Editorial

Calomino, 1944, pp. 52-53.

36. “Anatomía de la crítica” , Cuatro

ensayos, Northrop Frye, trad. de

Edison Simons, Caracas, Monte

Avila Editores, 1977, p. 378.

37. La importancia de llamarse Ernesto,

acto 1, en Obras Completas, Oscar

Wilde, trad. de Julio Gómez de la

Serna, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1954, p. 561.

38. Deprofundis, en Obras Completas,

Oscar Wilde, trad. de Julio Gómez

de la Serna, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1954, pp. 1141-42.

39. “El alma del hombre bajo el

socialismo” , en Obras completas,

Oscar Wilde, trad. de Julio Gómez

de la Serna, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1954, p. 1212.

40. “La decadencia de la mentira” , en

Obras completas, Oscar Wilde,

trad. de Julio Gómez de la Serna,

Madrid, Aguilar de Ediciones,

1954, PP- 9° 3-9°4-

41. El crítico artista, parte I, en Obras

completas, Oscar Wilde, trad. de

Julio Gómez de la Serna, Aguilar

de Ediciones, Madrid, 1954, p.

849.

42. La importancia de ser formal, en

Obras completas, Oscar Wilde, t. x,

Madrid, Biblioteca Nueva, s.f., p.

292, y en Obras completas, Oscar

[332]

Wilde, trad. de Julio Gómez de la

Serna, Aguilar de Ediciones,

Madrid, 1954, p. 602.

43. Enrique iv, Luigi Pirandello, trad

de Armando Discépolo, Buenos

Aires, Ediciones Losange, 1957,

lunes, 11 de julio de 2022

Frontispicio 29 Oscar Wilde. GENIOS. HAROLD BLOOM.




 [316]

Frontispicio 2g

Oscar Wilde

¡Míster Worthing! Levántese usted, caballero, de esa postura

semitumbada. Es muy indecorosa.

Lady Augusta Bracknell a Jack37.

Los señores de la lengua aparecen en grupos muy variados y a mí

me gusta mezclar los personajes ficticios con los autores para formar

grupos. Se me ocurre, por ejemplo, que Jane Austen y la Rosalinda de

Shakespeare (A vuestro gusto) pasarían un rato más ameno tomando el

té que Cecily Cardew y Gwendolyn Fairfax durante su confrontación a

la hora del té en La importancia de llamarse Ernesto. Imagino también al

señor Samuel Pickwick reunido con sir Juan Falstaff en la prisión de

Newcastle para discutir cuestiones relacionadas con las deudas y la cárcel.

Y qué divertido sería un intercambio en prosa resonante entre el

doctor Samuel Johnson y lady Bracknell, su florida parodista.

William Butler Yeats pensaba que Wilde era un hombre de acción

frustrado que se había desviado hacia la vida literaria. Aunque es una

opinión curiosa, Yeats sí logra poner el dedo en un aspecto enigmático

de Wilde, pródigo con su genio y con su vida, y derrochador de ambos.

Incluso en La importancia de llamarse Ernesto, algo en el mismo Wilde

siempre hace falta.

Aunque Wilde se consideraba discípulo de John Ruskin y de Walter

Pater, donde se sentía más cómodo era en su papel de famoso, y como

tal fue precursor de Truman Capote, de Andy Warhol y de varias otras

superestrellas estéticas. Tristemente, su genio era demasiado grande para

el papel escogido. La muerte de Wilde a los 46 me parece lamentable,

pero sospecho que mi pesar es más personal que literario. De profundis

y La balada de la cárcel de Reading están trabajadas en exceso. Si hubiese

habido más obras de teatro, serían del tipo de Salomé y no del tipo

de Ernesto. Cuando Wilde afirmó que guardaba su genio para la vida y

que sólo invertía su talento en el arte estaba siendo acertado, como siempre,

pero quizás en este caso particular llegó a lamentar su precisión.

[317]

Oscar Wilde

1854 | 1900

se l e a t r ib u y e A w i l d e un acervo oral nada despreciable, pero en parte

sin duda apócrifo. Su nieto, Merlin Holland, nos recuerda que Oscar

Wilde admitió “ vivir con el terror de no ser incomprendido” . Cuando

Oscar el Esteta llegó a los 28 años a la Aduana de Nueva York, se supone

que dijo no tener “ nada que declarar excepto mi hermoso genio” . Si no

lo dijo quizás ha debido hacerlo, tal como ha debido expresar su desencanto

con el océano Atlántico: “No pudo rugir” . W.B. Yeats pensaba que

Wilde siempre estaba desempeñando el papel de Wilde, pero podemos

decir otro tanto de lord Byron, de Hemingway y de (¿osaremos decirlo?)

el ilustre Goethe. Merlin Holland le asigna a su abuelo el papel de Fausto,

aunque no sabemos bien si es el Fausto de Marlowe, el de Goethe o

el de Mann. Dado que mi tema es el genio de Wilde, y el divino Oscar

es no sólo proteico sino objeto de mi eterna adoración literaria, no me

limitaré a una sola de sus obras, aunque con ello desafíe el procedimiento

establecido en estas páginas. En donde el genio de Wilde se manifiesta

más poderosamente es en La importancia de llamarse Ernesto y en dos

ensayos magníficos, “El alma del hombre bajo el socialismo” y “La decadencia

de la mentira” . Recurriré a los tres al azar, mientras echo una

mirada a su vida y a su obra.

Fue Jorge Luis Borges quien pronunció el principio fundamental

que debe guiarnos a la hora de estudiar a Wilde: el gran Esteta casi siempre

tenía razón. Mi autoinmolada profesión, que antaño se ocupaba de

la enseñanza académica de la literatura de la imaginación en el mundo

de habla inglesa, seguiría viva si hubiese aprendido de la sabiduría

wildeana: “Toda la mala poesía es sincera” . Pero ya es demasiado tarde

y los mejores estudiantes huyen de sus profesores muertos en vida.

Necesitamos a Wilde, incluso a la hora de nuestra perdición. Durante

su tour por Estados Unidos, Oscar descendió al pozo de una mina en

Leadville, Colorado, perforó un nuevo pozo y después ascendió con los

mineros y sus novias a un casino: “Y en una esquina un pianista y sobre

el piano el siguiente aviso: ‘No le disparen al pianista, hace lo me[

318]

jor que puede’ . Me deslumbró el descubrimiento de que el mal arte

merece la pena de muerte” .

El mal arte se estudia en las universidades y se enaltece en los medios

masivos de comunicación y debemos considerarlo políticamente

bueno para nosotros. Un siglo después de su muerte, Wilde, tan acertado

en sus profecías, sigue siendo incomparable a la hora de describir

nuestra situación literaria:

Antaño los hombres de letras escribían libros y el público los leía. Hoy

en día el público escribe los libros y nadie los lee.

Wilde ilustra los dos sentidos principales del genio: una fuerza

maternal y paternal innata y otro yo que busca y encuentra la destrucción

de lo que es innato. Un siglo más tarde, cuando la homosexualidad

ya no es fuente de inmolación social, Wilde habría tenido que buscar

una salida alternativa más allá de todo lo imaginable. Para Byron fue la

causa griega y para Hemingway, las diversas formas de “vivir la vida a

fondo” hasta el suicidio; preferiría pensar que Wilde hubiese encontrado

un fin más individual. De sus “máximas para instruir a los excesivamente

educados” , mi favorita es la que dice:

Uno nunca debería escuchar. Escuchar es una señal de indiferencia

hacia los que nos oyen.

No he ganado un solo premio durante mis cincuenta años de carrera

docente porque creo en la pasión y en la inteligencia contenidas en

este apotegma. Una de las más indiscutidas afinidades de Wilde (sabiamente

resaltada por su editora, Isobel Murray) es con Emerson, en especial

con el ensayo “ Self-Reliance” [Confianza en sí mismo], del cual

encontramos ecos en “El alma del hombre bajo el socialismo” y en “La

decadencia de la mentira” . En dicho ensayo, “ Self-Reliance” [Confianza

en sí mismo], Emerson dice tantas cosas a la vez que cualquier comentario

resulta dudoso; sin embargo, parece que a Wilde lo que más lo

conmovía era lo siguiente:

Evado a mi padre y a mi madre, a mi esposa y a mi hermano, cuando

llama mi genio. Escribiría en el quicio de la puerta mi huida, y espero que

[319]

acabe siendo algo más que un capricho, pero no podemos pasarnos el día

entero dando explicaciones.

El capricho es el camino más indicado hacia la incomprensión, otra

meta que Wilde heredó de Emerson. Sospecho que hay dos oraciones

en el ensayo “ Self-Reliance” [Confianza en sí mismo] que produjeron

en Wilde el mismo efecto que provocan en muchos de mis alumnos:

En todas las obras de genio descubrimos nuestros propios pensamientos

rechazados; vuelven a nosotros con cierta majestad alienada.

Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de la

voluntad, sus creencias son una enfermedad del intelecto.

En su lecho de muerte, Wilde se convirtió al catolicismo. Hay opiniones

diversas sobre las conversiones en el lecho de muerte, pero Wilde

aseguró toda su vida que Jesús era esencialmente un artista y un

gnóstico, y prefería el Evangelio según San Juan por razones profundamente

heréticas, como las que aduce en De profiindis:

Leyendo los Evangelios (especialmente el de San Juan o de cualquier

gnóstico que se disfrazara con su nombre y su manto) veo la afirmación

continua de lo imaginario como base de toda vida espiritual y material, y

veo asimismo que, para Cristo, la imaginación era, simplemente, una forma

del amor, y que para El el amor era soberano, en el más amplio sentido

de la palabra38.

Wilde recordaba haber asegurado a Gide que todo lo que Cristo dijo

podía ser trasladado de inmediato a los dominios del arte y, allí, llevado

a cabo en su totalidad. Uno de los más famosos aforismos de Wilde

- “Una verdad deja de serlo cuando más de uno cree en ella”- deja muy

poco espacio para la conversión, excepto en el lecho de muerte. La discusión

crucial en torno a Cristo aparece en “El alma del hombre bajo el

socialismo” y es, como el resto del ensayo, un himno a la personalidad,

al desarrollo individual. Aquí encontramos a Wilde en su expresión

menos irónica, y quizás más incomprendida:

[320]

Así, pues, sólo el hombre que es íntegra y exclusivamente él mismo

puede decir que vive una vida semejante a la de Cristo. Quizá este sea un

gran poeta, un gran sabio, un joven estudiante de universidad, o quizá un

pastor apacentando su rebaño en la llanura o un dramaturgo como Shakespeare,

o un teólogo como Spinoza, o un niño jugando en un jardín, o un

pescador echando su redes en el mar. Poco importa lo que sea, con tal que

realice la perfección de su propia alma. Toda imitación, en la moral y en

la vida, es perniciosa. Actualmente, según cuentan, hay en las calles de

Jerusalén un loco cuya demencia consiste en recorrerlas penosamente,

llevando una gran cruz de madera sobre su hombro: es el símbolo de las

vidas deformadas y viciadas por la imitación. El padre Damián obraba

como Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, pues al asumir esa tarea

realizó plenamente lo que había en él de mejor. Pero no por eso era

más semejante a Cristo que Wagner, expresando su alma en música, o que

Shelley, expresando la suya en poesía. No hay un tipo único para el hombre.

Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos. Pero así como

un hombre puede ceder a los imperativos de la caridad, permaneciendo,

sin embargo, libre, nadie que quiera conservar su libertad podrá someterse

a las exigencias de la uniformidad39.

Aunque Wilde usa la palabra “ socialismo” , lo que quiere decir está

más relacionado con la visión de los anarquistas catalanes que pelearon

contra Franco y contra los comunistas por igual y que mantuvieron vivas

las tradiciones cátaras (gnósticos provenzales). Wilde creía profundamente

que debemos “ vivir las vidas de los demás y no las propias” , lo

cual es irreconciliable con la exaltación del individualismo de la personalidad;

pero, al igual que Emerson, el autor de “El alma del hombre bajo

el socialismo” consideraba que “una necia consistencia” era deplorable.

El genio de Wilde brillaba en la paradoja, y los magníficos ejemplos

que nos dejó borran la línea que divide la crítica de la creación. A través

de su vicaria Vivian, Wilde sobresale como crítico en su diálogoensayo

“La decadencia de la mentira” :

Ningún gran artista ve las cosas tal como son en realidad. Si las viese

así, dejaría de ser un artista. Tomemos un ejemplo de nuestros días. Sé

que le gustan a usted los objetos japoneses. Pero ¿se imagina acaso, mi

querido amigo, que han existido nunca japoneses tales como ese arte los

representa? Si lo cree usted, es que no ha comprendido nunca nada del

[321]

arte japonés. Los japoneses son la creación reflexiva y consciente de ciertos

artistas. Examine usted un cuadro de Hokusai, o de Hokkei, o de algún

otro pintor de ese país, y después una dama o un caballero japoneses

reales, y verá usted cómo no hay el menor parecido entre ellos. Las gentes

que viven en el Japón no se diferencian de los ingleses, en general. Es

decir, que son de una gran vulgaridad y no tiene nada curioso o extraordinario.

Por lo demás, todo el Japón es una pura invención. No existen

semejante país ni tales habitantes. Recientemente, uno de nuestros pintores

más exquisitos fue al país de los crisantemos con la esperanza insensata

de ver allí japoneses. Todo lo que vio y tuvo ocasión de pintar

fueron farolillos y abanicos40.

No es muy usual encontrar a alguien tan sabio y tan divertido a la

vez; pero el genio deslumbrante irrumpe en esta magnífica afirmación:

“Por lo demás, todo el Japón es una pura invención. No existen semejante

país ni tales habitantes” .

Este es uno de aquellos pasajes memorables de crítica literaria, que

contribuyen a redimirla como género. Qué regocijante me resulta plagiarme

a mí mismo al notar que este Japón también es la tierra ancha y

lejana donde vive el Jumblies de Edward Lear, junto con su Dong, el

de la nariz luminosa, y Pobble, que no tiene dedos en los pies, y el mejor

de los matrimonios posibles, el del búho y el minino. Es allí a donde va

Alicia, ya sea por el hueco o a través del espejo y es también el país de

los emparedados de pepino cohombro, donde lady Bracknell enfrenta

a la señorita Prism. El nombre del país es la más elevada crítica:

Porque la crítica elevada es, en realidad, el relato de un alma. Es más

fascinante que la historia, porque no se ocupa más que de sí misma. Tiene

más encantos que la filosofía, porque su tema es concreto y no abstracto,

real y no vago. Es la única forma civilizada de autobiografía, porque se

ocupa no de los acontecimientos, sino de los pensamientos de la vida de

un ser; no de las contingencias de la vida física, sino de las pasiones imaginativas

y de los estados superiores de la inteligencia41.

Me contaron hace poco que un eminente neohistoricista y poeta

cultural, al dar comienzo a su monumental estudio sobre Shakespeare,

había asegurado que su libro sí se ocuparía de Shakespeare, a diferen[

322]

cia de un monstruoso y desgreñado trabajo reciente que ostensiblemente

se ocupaba de Shakespeare pero que en realidad no era más que el capítulo

más reciente de la autobiografía en curso de un envejecido crítico.

Acepto jubilosamente la sabiduría de Wilde al tiempo que espero

poder evitar el sensacional solipsismo de lady Bracknell con el que sigue

siendo mi pasaje favorito de La importancia de llamarse Ernesto y

de todo Wilde:

LAD Y B R A C K N E L L . [...] Saca su reloj. Vamos, querida. Gundelinda se

levanta. Hemos perdido ya cinco trenes, o seis. Si perdemos alguno más,

nos exponemos a toda clase de comentarios en el andén42.

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