John Donne
Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,
y libre te creas ya
de todos mis asedios,
vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho
y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará.
Parpadeará entonces tu enfermiza llama,
y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya,
si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará
que pides más,
y en sueño simulado te rehuirá,
y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,
te bañarás en gélido sudor de azogue,
espectro más real que el mío propio.
Lo que diré no he de decirlo ahora,
no vaya eso a protegerte. Desvanecido ya mi amor,
antes quisiera verte con dolor arrepentida
que, por mis amenazas, inocente1.
“La aparición” es un soberbio ejemplo del arte de Donne, parte de
sus Canciones y sonetos (publicado en 1633, dos años después de la muerte
del poeta). Donne empieza volviendo literal la metáfora de Petrarca del
amante que muere por el desdén de su amada, quien lo ha reemplazado
por otro admirador. Convertido en un fantasma empeñado en vengarse,
tendrá el sublime mal gusto de entrometerse en la vida amorosa de ella.
Asustada por la aparición, la “ asesina” intentará despertar a su amante,
pero este, que ya no puede más, finge dormir. Deberá por tanto enfrentar
sola la sombra de Donne, convertida en un “ espectro más real” a causa
del temblor y el miedo.
Quizás el predicador Donne, deán de Saint Paul, habría alegorizado
estos versos deliciosos diciendo que su “ asesina” era “ la amante de mi
juventud, la Poesía” , a quien abandonó por “ la esposa de mi edad madura,
la Divinidad” . Pero con ello habría puesto patas arriba la trama del
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poema. El deán de Saint Paul encontró otros usos para su ingenio libertino,
que puso al servicio de sus sermones, en los cuales su agilidad intelectual
humaniza la doctrina, volviéndola accesible.
El genio de Donne tiene un cierto matiz pragmático, ya sea que su
argumento sea erótico o divino. Alabamos su palpable ingenio, pero
deberíamos admirar igualmente su versátil intelecto, maravilloso administrador
de la transición entre una forma de amor, secular y salaz, y la
otra, sagrada y sin embargo atrevida.
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John Donne
1572 | 1631
jo h n d o n n e , nacido ocho años antes que Shakespeare, vivía en Londres
en 1595 como un joven caballero con recursos y cierta reputación
como poeta erótico y satírico. Asiduo espectador de teatro, seguramente
asistió a la representación de Ricardo //, de Shakespeare, en cuyo caso
sin duda disfrutó muy a su manera del progreso (o la decadencia) del
martirizado monarca de gobernador petulante a poeta metafisico. Canciones
y sonetos fue publicado dos años después de la muerte del poeta,
pero algunos de sus poemas circularon ampliamente como manuscritos,
y quizás Shakespeare los leyó, aunque es más probable que haya
leído sus muy eróticas elegías ovidianas. Sospecho que la influencia
funcionó en sentido contrario; a veces uno siente que Canciones y sonetos
parodia el Ricardo // de Shakespeare.
Después de su conversión en 1602 del catolicismo romano a la religión
anglicana, el progreso terrenal de Donne fue lento, dada su renuencia
a ordenarse -cosa que hizo en 1615-. Pero después se convirtió
rápidamente en un predicador famoso, y en 1621 fue nombrado deán
de Saint Paul. La mayoría de los poemas en Poesía sacra fueron escritos
antes de la ordenación, y también lo fue su grandiosa reflexión “Viernes
santo, 1613. De camino al occidente” . Los dos magníficos himnos
“A Dios, mi Dios, en mi enfermedad” y “A Dios Padre” seguramente
fueron escritos en 1623, en noviembre-diciembre, periodo durante el
cual creyó morir. A excepción de lo anterior, Donne abandonó la poesía
a la Divinidad, pero sus buenos sermones están entre los más poderosos
que hayan sido escritos en inglés.
El doctor Samuel Johnson, mi paradigma crítico, buscó aislar y definir
el genio (cuando podía hallárselo), en especial en sus Vidas de poetas
(1779-1781). Donne sólo aparece en las Vidas de Johnson como uno
más de los poetas metafísicos, en la “Vida de Cowley” . Abraham Cowley
ha sido olvidado pero a finales del siglo xxvn era el Ezra Pound de su
época. Aunque desaparecía a pasos agigantados en la era de Johnson,
Cowley alcanzó notoriedad suficiente como para encabezar las Vidas,
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en su calidad de supuesto fundador de la antigua y mediocre escuela de
poesía que alcanzó su fama gracias a John Dryden y Alexander Pope,
favoritos de Johnson.
Johnson tenía en gran estima su “Vida de Cowley” porque la consideraba
críticamente innovadora en lo relacionado con los metafísicos
(si bien fue Dryden quien le puso nombre a la escuela). He aquí a
Johnson dándole a Donne lo que Dryden ya le había dado, bastante
menos de lo que parece:
No obstante, aquellos que niegan la calidad de su poesía admiten la
calidad de su ingenio. Dryden confiesa que ni él ni sus contemporáneos
igualan a Donne en ingenio, pero asegura que lo sobrepasan en poesía.
En The Rambler N° 125, Johnson afirma que “ cada nuevo genio produce
alguna innovación que subvierte las prácticas establecidas por los
autores que lo precedieron, una vez que ha sido inventada y aprobada” .
¿Por qué no podía Johnson considerar a Donne un genio así? Aunque
el gran crítico no lo admitiría, Donne, a quien calificaba de “ abstruso y
profundo” , lo perturbaba profundamente, si bien condenaba su poesía
por ser “una desviación voluntaria de la naturaleza en busca de algo
nuevo o extraño” .
Desde Coleridge hasta Arthur Symons, no hubo nadie en el siglo
xix que no pensara en revivir a Donne, de manera que la reivindicación
que T.S. Eliot hizo en el siglo xx resulta un poco tardía. El lector común
el es juez definitivo de Donne, quien sigue muy vivo a comienzos del
siglo xxi. Quisiera definir esta vitalidad y demostrar el genio de Donne
con base en los planteamientos johnsonianos de la invención o de la frescura
perpetua, la originalidad que no puede ser desechada como un estilo
propio de la época. He aquí al Donne de Canciones y sonetos, en su
versión más popular:
Ve y coge una estrella fugaz;
fecunda a la raíz de mandràgora;
dime dónde está el pasado,
o quién hendió la pezuña del diablo;
enséñame a oír cómo canta la sirena,
a apartar el aguijón de la envidia,
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y descubre
cuál es el viento
que impulsa a una mente honesta.
Si para extrañas visiones naciste,
vete a mirar lo invisible;
diez mil días cabalga, con sus noches,
hasta que los años nieven cabellos blancos sobre ti.
A tu regreso tú me contarás
los extraños prodigios que te acontecieron,
y jurarás
que en ningún lugar
vive mujer hermosa y verdadera.
Si la encuentras, dímelo,
¡dulce peregrinación sería!
Pero no, porque no iría,
aunque fuera justo al lado;
aunque fiel, al encontrarla,
y hasta al escribir la carta,
sin embargo,
antes que fuera,
infiel con dos, o tres, fuera2.
Esta es la “ canción” de un libertino, si bien de tono ligero, así que
no se puede interpretar literalmente. Su ironía implica que el cantor
mismo será infiel, con dos o tres, fuera. La “ raíz de la mandràgora” interesaba
vivamente a Donne, quien dedicó cuatro estrofas a la mandràgora
en “El progreso del alma” , donde nos cuenta que la manzana
que Satán arrancó para Eva es abandonada por su alma, que entonces
se alberga en la mandràgora. Se inicia una larga tradición mágica y venérea
según la cual la mandràgora o manzana de mayo se utiliza para
provocar la lujuria, el sueño y la muerte. De manera que unas cuantas
sombras se ciernen sobre esta canción despreocupada, pero predomina
la ironía libertina.
El genio de Donne se manifiesta en toda su exquisitez en la soberbia
meditación erótica llamada “El éxtasis” , título que se refiere a los amantes
“ fuera de sí” , en un apaciguado intervalo antes de reanudar las reía-
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dones sexuales. Lo que hace que este poema sea tan poderoso es la
doblería del tono, que a la vez que celebra la metafísica del amor es una
nueva seducción, que culmina con el hablante urgiendo a la dama a
reiniciar los arrebatos físicos:
Como nuestra sangre labora por crear
espíritus, tan parecidos al alma como pueda,
porque dedos así son requeridos para anudar,
este nudo sutil que en hombre nos convierte.
Así, de los amantes las almas puras,
deben descender a los afectos y a las facultades,
que el sentido pueden alcanzar y aprehender.
Yace, si no, un gran príncipe en prisión.
A nuestros cuerpos retornemos, pues, que así
puedan los débiles el amor revelado contemplar.
En las almas crecen los misterios del amor,
y sin embargo en su cuerpo está su libro.
Y si, como nosotros, un amante
ha oído este Diálogo de Uno,
¡que nos siga observando! Escaso cambio
encontrará cuando a los cuerpos nos vayamos3.
La neoplatónica alma fundida de los amantes debe separarse y regresar
a una nueva unión de los cuerpos, pues de otra manera su alma
compuesta será tan impotente como si estuviera prisionera: “Yace, si
no, un gran príncipe en prisión” . La revelación erótica y la revelación
divina se vuelven una en la Biblia del cuerpo sexual: “Y sin embargo en
su cuerpo está su libro” . Los dos éxtasis son uno, ya sea en el alejamiento
o en la unión. Sin duda se trata de una invitación al placer, pero es tan
refinada que raya en la santificación: la audacia de Donne no tiene límites.
La famosa (y reprobadora) definición del ingenio metafísico que
hiciera el doctor Johnson dice así: “Las más heterogéneas ideas uncidas
con violencia al yugo” . El ingenio de Donne se deleita enyugando con
insinuaciones sutiles ideas que sólo parecen diferentes. En la larga tra[
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dición de interpretación del Cantar de los Cantares, los místicos han
descubierto la unión divina alegorizada como juego erótico. Pero Donne
no es un poeta místico, ni siquiera cuando compone una obra maestra
como el piadoso “Himno a Dios, mi Dios, en mi enfermedad” . Vivió
ocho años más, pero escribió este extraordinario poema mientras esperaba
la muerte:
Dado que me acerco a aquella sagrada estancia en la que por siempre,
con tu Coro de Santos, seré tu Música; puesto que me acerco, afino
el instrumento aquí en la puerta, y lo que deba hacer entonces, aquí lo
pienso antes.
Mientras mis médicos, por su amor, se han convertido en cosmógrafos,
y yo en su mapa, que yace tendido en el lecho, y en el que pueden
revelar que este es mi suroeste, descubierto/w fretum febris, y que por este
estrecho moriré,
Me alegro de ver mi occidente en está estrechez; pues aunque sus
estériles corrientes a nada devuelvan, ¿qué hará que me duela de mi occidente?
Así como en todos los chatos mapas (y yo soy uno de ellos) el occidente
y el oriente son uno, así la muerte toca la Resurrección.
¿Es el Pacífico mi casa? ¿O lo son las riquezas de Oriente? ¿Es Jerusalén?
Hainán, Magallanes y Gibraltar, todos los estrechos y sólo los estrechos
conducen a ella, la que habitaba Jafet, o Cam, o Sem.
Creemos que el Paraíso y el Calvario, la Cruz de Cristo y el árbol de
Adán estaban en el mismo lugar. Mírame, Señor, y contempla a ambos
adanes reunidos en mí. Así como el sudor del primer Adán me cerca el
rostro, púeda la sangre del segundo ceñirme el alma.
Tal, envuelto en esta púrpura, recíbeme, Señor; por estas espinas
dame la otra Corona; y así como a otras almas prediqué tu Palabra, sea
éste mi Texto, mi Sermón a la mía: es para poder levantarte que el Señor
te derriba4.
Falta el éxtasis del místico; en su lugar, el ingenio se ejercita a expensas
de su propia humanidad, pero con gran vivacidad y humor.
Debemos cuidarnos de interpretar “aquella sagrada estancia” como el
Cielo, pues el deán de Saint Paul es demasiado sutil para semejante presunción.
Escribe este himno, en lo que supone será su lecho de muerte,
para afinar su instrumento, su don poético. Rodeado de cosmógrafos
atentos, él se ve a sí mismo como un mapa chato, que se convertirá en la
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imagen central del poema. A través del caliente estrecho de la fiebre,
per fretum febris, se dirige al suroeste, hacia la muerte, pero así como el
occidente y el oriente, aplanados, se convierten en uno, la muerte y la
resurrección se tocan. Es un “ toque” muy leve, y sigue siéndolo mientras
él juega con la palabra “ estrecho” . Mientras arde de fiebre piensa
en Adán, que debe ganarse el pan con el sudor de la frente, y solicita,
como último Adán, el abrazo de Cristo.
El pathos controlado es extraordinario, y también lo es la reticencia
teológica. En su lecho de muerte, el deán seguramente es consciente de
su propia historia religiosa. Donne nació en el seno de una familia católica,
y uno de sus tíos y uno de sus hermanos fueron mártires de la antigua
fe; la suya fue una educación católica, así que abandonó lentamente
la tradición familiar -no antes de cumplir los treinta, en todo caso-.
Cuando Donne escogió la Iglesia de Inglaterra no estaba tomando una
decisión teológica, y su demora en convertirse en sacerdote anglicano
demuestra que la conveniencia no fue una razón primordial. Su temperamento
de poeta definió, si bien por vías complejas, su carrera en la
Iglesia. Los críticos no ven, con razón, muchas diferencias entre el fervor
y el ingenio de su poesía temprana y sus sermones tardíos. Donne
quería que hubiera continuidad entre el pasado cultural y su propia
juventud y esa continuidad la encontró con los anglicanos, a medio camino
entre el catolicismo romano y el protestantismo calvinista.
Sus obras piadosas y sus sermones no tienen un énfasis particularmente
teológico, y se podría decir que su genio es consistente, pues la
obra toda se centra alrededor del “ ingenio” . Y digo “ ingenio” en su antiguo
sentido de enorme inteligencia, aunque Johnson, de acuerdo con
Dryden y Pope, se negó a considerarlo como verdadera inteligencia (idea
propia del orden neoclásico). Ben Jonson, coetáneo de Donne, admiraba
y despreciaba su poesía, pues la consideraba demasiado idiosincrásica.
Podemos considerar el personalismo extremo, que nunca abandonó a
Donne, como la señal particular de su genio. Su voz sigue siendo audible,
permanentemente inconfundible:
.. .y otra vez soy engendrado
de ausencia, oscuridad y muerte, cosas que no existen5.
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